Mi vecino 12

Coral nos explica cómo le fueron las cosas tras encontrarse con el enfado de su padre.

Capítulo 12

-              CORAL… ¿ME QUIERES EXPLICAR QUÉ COÑO SIGNIFICA ESTO?

Decir que mi padre estaba hecho una furia es quedarse corto y decir que yo estaba aterrorizada es un mero eufemismo. Yo no recordaba haberlo visto así nunca y lo peor de todo era que, al parecer, yo era la cusa de su enfado. Por si aquello no fuese bastante, mi madre y mis hermanos no tardaron en presentarse para enterarse de todo. Lo peor de todo es que no tenía la menor idea de por qué se había enfadado así mi padre. Podían ser tantas cosas… quizás hubiese visto algún papel de mi vecino Rafa mezclado entre los de la matrícula; o peor aún, que se hubiesen “traspapelado” alguna de mis fotos con él o con mi prima; o como finalmente resultó ser, el cabrón de mi vecino en vez de formalizar la matrícula en la facultad de derecho lo hubiera hecho en la escuela superior de ingeniería informática. Menos mal que no abrí la boca durante los primero diez minutos. Porque si no, hubiera metido la pata a base bien y la hubiese liado parda.

No hablé durante los primeros diez minutos, básicamente porque mi padre no me dejó. Durante ese tiempo, mi padre me sermoneó, denostó y ninguneó a partes iguales. Que si lo había traicionado, que si no era capaz de hablar con él, que si era una rebelde orgullosa que no hacía caso a sus padres, que si pensaba ir por libre que me marchara de casa y estudiara por mis propios medios… qué se yo todo lo que salió por su boca en ese tiempo. El caso es que conforme pasaban los minutos de su interminable perorata; en vez de asustarme más y apocarme, me cabreé aún más que él si cabe.

Yo sí que me sentía traicionada, tanto por mi padre que nunca me escuchaba como por el cabronazo de mi vecino que me había metido en aquel embrollo, y en el otro mucho más gordo. Ya sabéis las cosas que me había obligado a hacer bajo chantaje. Por no ir mucho más lejos, aquella misma mañana me había estado masturbando con un consolador enorme delante de una cámara de vídeo. Sí como una auténtica actriz porno. Y todo porque el muy cabrón me había grabado en un desliz mientras “jugaba” con mi primita tras afeitarnos el coño. El muy cerdo se aprovechaba de mí, me había desvirgado, me había follado como le había dado la gana, en todas la posturas habidas y por haber, ¡hasta me había tragado su leche! Y por si fuera poco, me había dado el mayor susto de mi vida cuando creí que me había dejado embarazada. De repente, toda la rabia contenida por todo esto, se unió a la inmensa frustración que sentía cada vez que hablaba con mis padres. Ellos nunca me escuchaban, se limitaban a ordenarme lo que tenía que hacer sin tener en cuenta ni mis preferencias, ni mis necesidades, y ni mucho menos mis gustos personales.

Así pues, cuando mi padre paró de hablar y me ordenó que explicara el porqué de mi aviesa conducta; estallé. Estallé de un modo que ni yo puedo explicar. De repente, me vi chillándole a mi padre, con una rabia y una furia totalmente impropias de mí. Jamás le había alzado la voz a mis padres y ahora… bueno, ahora estaba soltándolo todo de golpe. Mi reacción fue tan sorpresiva que dejé a todos boquiabiertos, hasta mi padre se quedó callado atónito unos minutos.

Claro que mi padre no se echó atrás, eran demasiados años imponiendo su voluntad absoluta en la casa como para que una rabieta mía, según la calificó, le parase los pies. Y volvió con su sermón. Que él sabía muy bien lo que era mejor para mí, que derecho era la carrera que mejor futuro podría ofrecerme, que se me daría muy bien, etc. Yo le contesté que si tanto le gustaba la carrera de derecho que la estudiara él y me dejara a mí estudiar lo que de verdad quería. La hostia que me dio nada más decir esto me tiró al suelo. Jamás en la vida me había pegado mi padre, castigado bastantes veces pero hasta entonces nunca nos había puesto la mano encima. Fue un punto de inflexión en mi familia. Aquella hostia dejó huella, no solo en mí que me dejó la cara como un mapa durante una semana, también en mis hermanos. De hecho, de aún la escenifican a espaldas de mis padres de vez en cuando.

La que estaba ahora totalmente anonadada era yo. No sabía qué hacer. La rabia me impedía llorar. Y el miedo, no el asombro, decir nada coherente. Me levanté, lo miré a la cara y sin decir nada salí de su despacho. Entonces se me ocurrió una respuesta. “Tú no me quieres, yo solo soy otro más de tus proyectos con el que hacer negocio. En cambio yo a ti sí que te he querido y te quiero. Porque te amaba siempre he hecho lo que tú me has pedido aunque nunca me has permitido decidir o simplemente expresar lo que yo pensaba al respecto. En cambio tú, no estás dispuesto a escucharme nunca. Siempre se ha de hacer lo que tú dices y satisfacer tus deseos sin rechistar. Sólo así estás contento. En el mejor de los casos eres un déspota ilustrado, “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Si me quisieras de verdad, me dejarías estudiar lo que me gusta”. Tras mi breve discursito me marché a mi habitación con toda la entereza y dignidad que pude reunir. Las piernas me temblaban y apenas si me sostenían. Necesitaba desahogarme y llorar sobre mi almohada, pero no quería correr como una niña asustada, quería mostrarme como lo que era, una mujer adulta.

No sé si lo conseguí o no, lo cierto es que en cuanto cerré la puerta de mi cuarto, me eché a llorar sobre la cama. Estaba echa un mar de líos. Estaba llena de furia y miedo a partes iguales. ¡Cómo podía haberle hablado así a mi padre! La culpa la tenía sin duda mi maldito vecino. Si el muy cabrón no “se hubiese equivocado” de matrícula yo no estaría en este embrollo. Por su culpa le había hablado así a mi padre. El enfado que tenía hacia mi asqueroso vecino, lo había pagado mi padre. Claro que por otra parte… si no hubiera sido por este “equívoco”, no tendría más cáscaras que estudiar derecho. Ahora tal vez, pudiera estudiar la carrera que me gustaba, si mi padre no decidía otra cosa, claro. ¡Qué estaría pensando mi padre de mí, Dios mío! No me lo quería ni imaginar. Menudo lío.

Pasaron las horas y nadie me molestó, ni hizo amago de entrar a mi habitación. Menos mal porque no estaba para hablar con nadie. Sin embargo, las cosas distaban mucho de estar calmadas en casa, no cesaba de oír rumores y voces tras la puerta. Al parecer, mis hermanos y mis padres habían continuado con el debate. Me acerqué a la puerta para escuchar mejor, mas no saqué nada en claro. Quise aventurarme y averiguar lo que estaba pasando, pero el miedo me lo impidió. Ahora que estaba más relajada, la furia me había abandonado, no así el miedo que parecía ahora mucho más acentuado. El corazón me latía con fuerza, como si quisiera salírseme del pecho. Me volví a echar sobre la cama, no quería pensar en nada. Finalmente me venció un sueño inquieto que no me tranquilizó en absoluto.

Me desperté cuando llamaron a la puerta. En aquel momento me sentí como un reo a punto de escuchar su sentencia. No tenía sentido demorar el fallo así que me levanté, me sequé los ojos; y me dispuse a aceptar mi sino lo mejor posible, con resignación y entereza.  Al abrir la puerta, ya me llevé la primera sorpresa. Esperaba que fuese mi padre dispuesto a condenarme sin más dilación, o peor aún, uno de mis hermanos con el encargo de que me fuera al despacho donde me estaría esperando mi padre para lo mismo. La segunda opción era mucho peor ya que la excesiva formalidad llevaría implícita una decisión especialmente ejemplarizante y dolosa para mí. Sorprendentemente, no era ni mi padre ni ninguno de mis hermanos, era mamá la que llamaba a la puerta.

-              Menudo lío has organizado, niña. ¿Por qué lo has hecho?

-              ¿Por qué? Porque papá nunca me escucha… siempre tengo que hacer las cosas a su modo y nunca me tiene en cuenta…

-              ¿Y eso implica que le faltes el respeto a tu padre?

-              No… no… yo… estaba enfadada y…

-              Está bien, no te preocupes más. Papá sólo quiere hablar contigo, después de hablarlo entre todos, hemos llegado a explicarle  a papá lo que tú querías decirle. Creo que si te disculpas como es debido, podrás estudiar informática…

-              ¿Qué?

-              Lo que has oído, que papá te está esperando para arreglar las cosas entre vosotros…

Me abracé a mamá de inmediato. En un abrir y cerrar de ojos había pasado de la desesperación y angustia más absolutas a la mayor felicidad posible. No podía ser verdad, era fantástico. Papá nunca cedía, nunca había dado su brazo a torcer… Y mamá se había puesto de mi parte… Y podría estudiar lo que realmente deseaba… Todo se agolpaba en mi cabeza y se exteriorizaba en forma de llanto incontenible. Era tan feliz que me había olvidado de golpe el terrible mal rato que acababa de pasar y todo el enfado con mi vecino. De hecho, me había olvidado de él por completo.

Disculparme con mi padre y hablar con él, no resultó ser tan fácil como os pudierais imaginar. Mi padre había cedido a regañadientes y se mostró distante y severo conmigo. Cierto que como me había dicho mamá, mi padre me permitiría estudiar la carrera de mi elección; pero eso no quería decir que estuviese contento. Él había cedido, pero yo debía comprometerme a cumplir una serie de severas condiciones, entre las que estaban sacar unas notas excelentes y no volver a alzarle la voz nunca. Por supuesto, no podía negarme a aceptar el trato, después de todo yo era la que había salido ganando con el enfrentamiento. Aunque no pude dejar de pensar que tras esta pequeña victoria, se podría esconder alguna que otra jugarreta. Al fin y al cabo, mis padres siempre habían conseguido imponernos su voluntad a mis hermanos y a mí. De un modo u otro siempre acabábamos haciendo lo que ellos querían. Además, la distante actitud de mi padre y su frío modo de tratarme, no resultaban nada halagüeño. Sin embargo, nada de eso me llegó a preocupar. Una vez resuelto más o menos, el conflicto con mi padre; lo que de verdad llenó todo el centro de mi interés fue el hambre. De repente fui tremendamente consciente de que llevaba sin comer desde la mañana y ya eran las ocho de la tarde, casi la hora de la cena.

Así fue como del modo más inesperado, me encontré con la dicha de poder estudiar mi carrera favorita. Una vez más el futuro me sonreía, después de un pequeño infierno, las cosas no sólo volvían a la calma, sino que mejoraban muchísimo las condiciones iniciales. Verdaderamente no me podía creer la enorme suerte que tenía. Por si fuera poco, pronto nos iríamos de vacaciones con lo que con un poco de suerte me podría librar de mi asqueroso vecinito al menos por un tiempo. Es verdad que me había comprometido a ser su juguetito sexual durante un año, y además le debía agradecer mi futuro académico, no creáis que soy una ingrata. Pero me seducía la idea de olvidarme de todo y descansar, al menos por un tiempo. Necesitaba tiempo para meditar con calma en el enorme lío en el que me había metido y en la manera en que podría salir de él. Realmente estaba confusa, no sabía si podía confiar en mi vecino o no. Tampoco estaba segura acerca de mis propios sentimientos hacia él. Lo odiaba por todo lo que me había hecho y al mismo tiempo le estaba tremendamente agradecida. Pero no era exactamente gratitud lo que sentía hacia él, era algo más. Algo que no me atrevía ni siquiera a considerar seriamente. No me atrevía a pensar en la posibilidad de sentirme atraída por semejante hombre, un hombre capaz de violarme y chantajearme como si tal cosa. Y sin embargo, a él le debía mi futura carrera en informática… por no mencionar el caballeroso ofrecimiento que me hizo cuando creímos que estaba encinta y lo mucho que había disfrutado cada vez que me hizo el amor. Ciertamente no sabía qué pensar de él y lo que era peor, no sabía qué  sentía realmente hacia él. Necesitaba pues con urgencia un período de tranquilidad que me permitiera reflexionar y aclarar mis emociones.

Así que empecé a idear el modo de darle largas a mi vecino hasta que nos fuéramos de vacaciones. Después con no darle la dirección de nuestro lugar de veraneo, podría estar tranquila y relajada durante dos mesecitos completos. Seguramente que a la vuelta, mi vecinito reclamaría el cumplimiento de mi promesa con intereses pero para entonces esperaba haber encontrado una solución al problema. Además, para ese entonces, yo tendría mis ideas mucho más claras y habría dejado de ser una veleta arroyada por el viento dominante. Esas eran mis intenciones, cualquier similitud entre mis planes y lo que de verdad sucedió fue pura coincidencia. Nada de lo que tenía pensado me salió bien. En realidad las vacaciones fueron un auténtico desastre.

La cosa ya se empezó a torcer cuando mi asqueroso vecinito comenzó a mostrarse cada vez más insistente con la siguiente cita. Debía de olerse la tostada porque no me dejó tranquila ni un solo día y eso que le dije que no podríamos volver a reunirnos en lo que quedaba de mes. No es que él insistiese en tener otro encuentro antes de fin de mes, simplemente quería concertar la primera cita para el mes de julio. Evidentemente se había adelantado a mis planes y estaba pensando en las vacaciones. Mi vecino sería muchas cosas, pero desde luego tonto no. Al final tuve que confesarle que nos íbamos de vacaciones, y para desconsuelo mío comenzó a pedirme detalles: ¿cuánto tiempo íbamos a estar fuera, dónde iríamos, visitaríamos varios lugares o permaneceríamos en el mismo sitio? Yo traté de no darle detalles, pero claro tampoco podía mentirle descaradamente. Si luego descubría mis mentiras, las consecuencias de haber intentado engañarlo serían desastrosas para mí. Al final, le dejé claro que nos íbamos por dos meses, julio y agosto; que nos marchábamos a la playa con mis tíos y que no era probable que visitáramos otros lugares. No había tenido más remedio que revelarle nuestro destino habitual de veraneo. Mi única esperanza estaba en que él no podría disfrutar de dos meses de vacaciones y que no lograra encontrarme en un sitio turístico tan concurrido como era el nuestro.

Sin embargo, no fueron los problemas con mi vecino los únicos a los que tuve que hacer frente. La relación con mi padre no había mejorado nada en los días que siguieron a nuestro enfrentamiento. Cuando yo estaba presente se mostraba serio y tenso, como si mi presencia le pusiera incómodo. En cierto modo yo había socavado su autoridad y no estaba dispuesto a ceder más terreno. Afortunadamente, tendríamos el mes de julio para reflexionar por separado ya que mi padre sí que tenía que trabajar durante ese mes. La cosa iba para largo, así que tendría que tomármelo con calma y medir muy mucho lo que diría y haría delante de él. Si esto era ya de por sí un reto importante, los líos en los que mi prima planeaba meterme durante las vacaciones, ya ni os cuento. Mi primita no paraba de proponerme actividades para las vacaciones. Casi todas eran locas escapadas cada vez más comprometedoras. Ni os cuento qué cuerpo se me ponía cada vez que me planteaba alguna. No sabía qué sería peor, si irme de vacaciones o quedarme sin ellas. Lo cierto es que una vez más mis deseos de paz, tranquilidad y sosiego se iban al garete. La angustia y el sufrimiento no se apartaban de mi cada vez más azarosa existencia.

Por fin llegaron las vacaciones, había conseguido eludir a mi insistente vecino, y no tendría que seguir soportando los acerados comentarios de mi padre. Tenía que seguir lidiando con la salida de mi primita, pero esperaba manejarme con ella. Después de todo, más que adversarias, éramos cómplices. No sería la primera vez que mi prima y yo nos escabullíamos y nos íbamos de fiesta sin que se enteraran nuestros padres. Esta vez, debido a mi ya famosa pelea con papá, la vigilancia sería previsiblemente mucho más severa; por lo que debía convencer a mi prima de la necesidad de ser mucho más cautelosas. Sólo tendríamos que tener más cuidado del acostumbrado y con un poco de suerte estas vacaciones serían inolvidables. Vacaciones inolvidables, proféticas palabras que jamás olvidaré.

Llegamos un jueves a nuestra casa de verano, una coqueta casita de dos plantas en primera línea de playa. Era propiedad de mis padres desde que tengo uso de razón; o quizás fuera compartida con mis tíos, no estoy segura del todo. El caso es que siempre pasábamos allí las vacaciones. Ya sé que suena aburrido, pero todo tiene sus ventajas. Conocíamos todos los lugares interesantes como la palma de la mano. También conocíamos a un montón de chicos del lugar con los que nos lo pasábamos mejor que con los amigos con los que nos dejaban salir en la ciudad. Con la excusa de las vacaciones, nuestros padres nos daban algo de manga ancha, que nosotras habíamos aprendido a aprovechar al máximo. Conocer el lugar nos permitía “perdernos” y escabullirnos de vez en cuando sin que nuestros padres se enfadaran. Eso era lo mejor de las vacaciones, la enorme libertad de la que disponíamos, en contraste con la estricta vigilancia que teníamos en casa.

El jueves y viernes como es lógico, los dedicamos a limpiar la casa de verano, ordenarlo todo y hacer las primeras compras. Sólo tuvimos un poco de tiempo libre el viernes por la tarde que aprovechamos dándonos nuestro primer chapuzón en la playa. Por la noche salimos a dar una vuelta, pero como estábamos tan cansadas llegamos pronto a casa. Aunque la verdadera razón es que no queríamos que nuestras madres se mosquearan con nosotras a las primeras de cambio. Ya tendríamos ocasión de divertirnos a tope, no era cuestión de estropearlo por culpa de nuestra impaciencia. Al pasar los veranos en el mismo lugar, ya habíamos experimentado situaciones parecidas en el pasado. Como os he dicho antes, todo tiene sus ventajas.

El sábado amaneció perfecto, desayunamos y nos fuimos todos a la playa. Íbamos con toda la familia pero Vero y yo conocíamos la manera perfecta para “perdernos” y librarnos de nuestros hermanos y hermanas y sobre todo de nuestras madres. Era una cala casi cerrada del todo y bastante concurrida, apenas si tenía olas y el agua no cubría hasta un kilómetro más allá de la orilla. Era pues el lugar perfecto para veranear con niños y abuelos. Y ese era el público habitual que llenaba la playa a excepción claro está de un reducido grupito de chicos y chicas jóvenes de nuestra edad. Sin embargo, si te adentrabas nadando un poco más allá de donde cubría, alcanzabas una pequeña islita que hacía de rompeolas, de hecho, ese era el nombre con que todos la llamaban. No era un lugar peligroso en absoluto pero como las olas eran mayores, pocos mayores solían bañarse en sus aguas. El rompeolas era territorio casi exclusivo de la gente joven, como nos llamaban, nos íbamos a ella para disfrutar de algo de emoción con las olas. No era en absoluto un lugar tranquilo, casi todos los jóvenes nos concentrábamos en aquel islote. Sin embargo, mi prima y yo habíamos descubierto otro pequeño islote rocoso, bueno, todo el mundo lo conocía pero lo que no sabía casi nadie era que tenía una pequeña playa arenosa. La caleta solo era accesible si nadabas alrededor del islote pues no era visible desde ningún lugar de la costa. Muy pocos la conocían y aún menos eran los que iban a ella, nosotras éramos las únicas que la utilizaban con asiduidad. De vez en cuando se acercaban por allí, algunos botes de pescadores o alguien montado en su moto de agua; pero solían pasar de largo y era fácil esconderse de ellos.  Allí íbamos siempre que queríamos perdernos y estar tranquilas.

Habíamos pensado pasar allí la mañana del sábado pero nos encontramos con algunos chicos y chicas de la pandilla del año pasado y al final nos lo pasamos de vicio en el rompeolas. A eso del medio día regresamos para tomarnos unas cañas en el chiringuito, estaba abarrotado así que nos fuimos a otro bar que estaba también a la orilla de la playa cruzando la calle. Nos sentamos en una de las pocas mesas que estaban libres y nos pedimos unos refrescos y cervezas. Estábamos allí sentadas tranquilamente disfrutando de una animada charla cuando al alzar la vista lo ví. No podía ser verdad, pero allí estaba; mi asqueroso vecino apoyado en la maldita barra del bar mirándome fijamente y sin perder detalle.

El corazón me dio un vuelco y por poco tiro todos los vasos de la mesa. ¿Cómo me había encontrado? ¡Yo no le había dado ningún dato que le hubiese permitido localizarme! Estaba segura de ello…No podía ser. Seguramente estaría equivocada; lo habría confundido con otro, con alguien que se le pareciera. Volví a dirigir la vista hacia donde él estaba y se disiparon todas mis dudas. Efectivamente, era él, mi vecino apoyado en la barra y saludándome con la cerveza que se estaba tomando. Lucía una sonrisa burlona e inquietante, y no me quitaba ojo de encima. La arrogancia y autoconfianza que emanaban de él me arrobaban de un modo que no soy capaz de explicar. Estaba claro que quería algo de mí, yo sabía muy bien lo que era; pero no alcanzaba a imaginar cómo esperaba que cumpliera con él.  Cada vez me ponía más nerviosa. Y eso que él se limitaba a mirarme. Cierto que no me quitaba ojo de encima pero continuaba sin hacer o decir nada. Parecía uno más de los que estaban disfrutando de un refrigerio en el bar. Yo dejé de prestar atención a lo que decían mis compañeros, y eso comenzaba a ser un problema. Mis amigos y sobre todo mi prima comenzaban a mirarme raro, extrañados por mi repentino abandono de la conversación. Finalmente aprovechando un momento de “sequía” en los vasos, con la excusa de conseguir más provisiones, me levanté y me dirigí a la barra. “Casualmente” me coloqué al lado de mi vecino, tenía que saber cómo había logrado localizarme y, sobre todo, qué se proponía hacer conmigo.

El corazón parecía querer salírseme del pecho pero la situación se había vuelto insostenible. El camarero se acercó y apenas si fui capaz de emitir sonido alguno para pedirle una ronda más de lo mismo. Aunque en realidad no hacía falta, se había anticipado a mi petición y ya me estaba sirviendo…

-              ¿No me vas a presentar a tus amiguitos esclava?

-              ¿Qué?... ¿Cómo?... No por favor, no me humilles delante de ellos, se descubriría todo…

-              ¿Me sigues pidiendo más favores, después de marcharte sin decirme a dónde venías a pasar las vacaciones? Estoy muy disgustado contigo…

-              Ay por favor… yo, no quería, no pensé… perdóneme… he sido una tonta… ¿Cómo… cómo te has enterado?

-              De cómo te he encontrado hablaremos más adelante. Ahora quiero que me expliques otras cosas mucho más importantes, sobre todo para ti. Ah, te lo advierto, no trates de mentirme, más te vale que me digas la verdad. Si te pillo en un renuncio, lo vas a lamentar de veras.

-              Sí… sí… perdóneme…

-              ¿No conozco a esa amiguita tuya?

-              ¿Qué?... No… no creo.

-              Es igual no importa. Has tratado de escabullirte y eludir tu compromiso por qué…

-              Yo… yo sólo quería tomarme unos días libres, de descanso. Estas semanas han sido un infierno, no te puedes imaginar lo agobiantes y estresantes que han sido. Necesito meditar con tranquilidad y replantearme muchas cosas. De verdad que quiero cumplir con… contigo y… hacer lo que ponía el contrato… pero necesito tiempo, un descanso… por favor, no me malinterpretes… yo…

-              De modo que pensaste  que después de todo te merecías una pequeñas vacaciones…

El camarero nos interrumpió, había terminado de servirme y esperaba que le pagara. Así lo hice, y mientras recogía las bebidas y los vasos que habría de llevar a la mesa donde estaba con mis amigos y mi prima; mi vecino me citaba en los baños para terminar nuestra charla. Debía presentarme en los aseos en unos cinco minutos. No sabía muy bien cómo iba a acabar todo aquello pero al menos, no parecía muy enfadado conmigo con mi fallido intento de escaqueo. Eso me tranquilizaba un poco, no mucho, si algo sabía de mi vecino es que podría sorprenderme con cualquier cosa. Para empezar, seguía sin saber qué pretendía de mí ahora, bueno, algo sí que me imaginaba; tampoco sabía cómo había logrado localizarme y enterarse de dónde estaba; y como remate estaba el tema de la pandilla, si se le ocurría pedir que se los presentara… Para colmo, mi prima comenzaba a mirarme como si sospechara algo. Desde luego, durante los últimos días, mi comportamiento había sido, como poco, sorprendente. Todos en mi familia comentaban el extraño modo con el que reaccionaba a muchas cosas. Sobre todo, no dejaban de hablar y dar su opinión sobre mi ya legendario enfrentamiento con papá. Según de quién fuera el interlocutor comentaban mi valentía y/o descaro demostrado al enfrentarme con mi padre. Y ahora con la intimidad de las vacaciones, mi prima empezaba a estar más que mosqueada conmigo.

Como veis era ya una situación bastante complicada como para que mi vecinito viniera a complicarla aún más. No era cuestión de seguir levantando sospechas, tendría que concentrarme en lo que estaba haciendo, disimular y acabar con el mosqueo generalizado. Incluyendo el que estaba asentándose entre la pandilla. No soy tonta y había descubierto más de una mirada significativa de extrañeza entre los presentes. Claro que una cosa es decirlo, y otra muy distinta llevarlo a cabo. Terminar con las habladurías no era, ya de por sí, una tarea sencilla y si tenemos que hacerlo bajo la atenta mirada de las dos personas que más sabían de mí en aquellos momentos, mi prima y mi vecino; ya ni os cuento. Con mi prima podría manejarme más fácilmente, pero con mi vecino la cosa era bien distinta. No lo conocía lo suficiente como para saber cómo iba a reaccionar. En realidad, apenas si lo conocía. En todos nuestros encuentros había logrado sorprenderme, y no alcanzaba a imaginar qué nuevas locuras estaría planeando realizar conmigo. Lo cierto es que un escalofrío me recorrió entera en cuanto me planteé esta cuestión. Noté cómo se humedecía mi entrepierna. La mera posibilidad de verme metida en otro de sus morbosos juegos, hacía que me estremeciera presa de la excitación…

Miré a la barra y mi vecino ya había desaparecido, ya no estaba. Mejor, uno menos con el que lidiar. Eso me ayudó a tranquilizarme lo suficiente como para integrarme de nuevo en las conversaciones y acabar con la suspicacia de mis amigos. Para acabar con las sospechas de mi prima, sería necesario disponer de mucho más tiempo. Tiempo del que no disponía, miré el reloj con disimulo, ya habían pasado más de diez minutos desde que regresé de la barra con las bebidas.

¡Tenía que acudir a la cita con mi vecino! ¡Me había despistado y se me había hecho tarde! Me levanté bruscamente, sin pensarlo; ignorando los sorprendidos rostros de todos los presentes, me dirigí rauda y llena de aprensión hacia los aseos. Si aquel malnacido se enfadaba podía hacerme la vida imposible; peor que imposible, un verdadero infierno. Traspasé la puesta que daba acceso a los aseos. Tras ella me encontré un pequeño pasillo que conducía a los distintos lavabos, el de los chicos, el de los minusválidos y el nuestro, el de las chicas. No sabía si debía presentarme en el de los chicos o en el nuestro. Eché un breve vistazo en el de los chicos, no vi a nadie. Entré en el de las chicas y tampoco había nadie. Ya me iba a ir cuando me sujetaron por la muñeca. Me di la vuelta y allí estaba él. Sin darme tiempo me abrazó y me dio un prolongado y apasionado beso que me dejó sin habla. Sin darme tiempo a reaccionar me introdujo en el cubículo de los minusválidos, tras cerrarlo me despojó de la parte superior del bikini. De inmediato me sentí arder por dentro, las rudas atenciones que recibía despertaban en mí los instintos más básicos. ¿Cómo podía ser que me sintiera tan caliente y excitada? ¡Estaba en un lugar público dejándome magrear por  un hombre que me chantajeaba! Y eso no era lo peor, ¡lo peor era que me gustaba! Me sentía tremendamente viva, el corazón parecía querer salírseme del pecho pero me sentía bien. ¡Más que bien, estaba eufórica!

De pronto, todo mi miedo y aprensión se transformó en deseo, pasión, lujuria… un deseo irracional e inexplicable pero tan intenso que consiguió  que me olvidara de todo lo demás. En sus brazos una irrefrenable urgencia sexual se apoderaba de mí una vez más. De repente, me vi necesitada de un hombre. Tenía que sentirlo dentro de mí, dentro de mi sexo, no me importaba nada más; sólo sabía que debía entregarme a aquel hombre. Un hombre que me tenía completamente dominada y a su merced, del que no podía escaparme, del que no quería escaparme. No lograba entenderlo. ¿Qué tenía aquel hombre? Cada vez que me tenía entre sus brazos, el corazón se me paraba, y me quedaba sin respiración. En su presencia, todo mi ser temblaba y era incapaz de razonar debidamente. Una extraña calentura se apoderaba de mí dejándome indefensa y a su merced. Lo cierto es que cada vez que pensaba en él, me mojaba entera; en especial, cuando recordaba algunos de nuestros encuentros anteriores. No podía encontrar ninguna explicación racional a semejante comportamiento pero no podía negar la evidencia. Aquel hombre me gustaba, me atraía de un modo malsano y morboso; y no podía escapar a su influjo. Era como si estuviera bajo los efectos de algún encantamiento, no quería reconocerlo pero lo más probable es que me estuviese enamorando.

Claro que mi vecino no tardó en hacerme volver a la cruda realidad. Aquel hombre no me amaba, no estaba interesado en mí; sólo me buscaba para disfrutar de mi cuerpo. Y no tardó en recordármelo.

-              ¿Qué te pasa zorrita, me echabas de menos?

-              Sí… sí mi amo… (Reconocí a regañadientes. Lo último que deseaba era armar una escenita en un lugar público. Me tenía a su antojo, no podía contrariarle en ningún sentido.)

-              Ya, por eso me has llamado nada más instalarte en tu lugar de vacaciones.

-              Perdóneme mi amo… yo… ya se lo he dicho. Necesitaba un poco de tranquilidad para descansar, meditar en muchas cosas  y aclarar mis ideas. Por favor, señor… no le estoy engañando…

-              Sabes esclava, la confianza es muy difícil de conseguir pero muy fácil de perder. Como te descubra en otra mentira, no tendré compasión de ti…

-              No señor. No volveré a engañarle, ni a intentarlo siquiera, señor, lo prometo.

El muy cabrón sabía cómo manejarme. Me había pillado, cierto que no le había prometido decirle siempre la verdad, pero ahora se estaba asegurando de conseguir mi compromiso total y absoluto al respecto. Me estaba quitando el poco orgullo que me quedaba. Mi última oportunidad de resistencia o intimidad, se estaban yendo con aquella promesa.

-              Está bien, dime,  ¿quién es esa amiguita que me suena tanto? ¿No la he visto antes?…

-              Es… es mi prima Verónica… va mucho por casa… (No podía decirle otra cosa. Si le confesaba que me había pillado haciendo el amor con ella, podría intentar chantajearla también. Y no podía decirle que era una simple amiga. Estaba atrapada.)

-              Bien… pareces sincera… Ahora ponte a trabajar. Supongo que ya sabes lo que tienes que hacer.

Sí, estaba claro como el día lo que tenía que hacer. Tenía que comerle el rabo. ¡En un baño público donde nos podrían descubrir! ¿A qué clase de degenerado se le podría ocurrir una cosa así? La idea de ser descubiertos me horrorizaba; no, más bien me aterraba. No sería capaz de soportar la vergüenza de ser descubiertos de aquella manera. Y sin embargo, en el mismo instante en que me arrodillé delante de él, sentí como me empapaba entera. Las mejillas me ardían y el coñito me picaba como nunca lo había hecho. ¿Qué me estaba pasando? ¡No podía creérmelo!  En vez de repelerme, la posibilidad de ser descubiertos me excitaba. Y me excitaba como nunca me había sentido. Era del todo incomprensible pero no podía negarse la evidencia, estaba deseosa de chuparle la polla. Como una colegiala con zapatos nuevos me lancé golosa sobre el erecto miembro de mi vecino.

El ansia me dominaba y mis primeros movimientos fueron tremendamente torpes. Tuve que contenerme, usar de todo mi autodominio y poder  controlar mi instinto. Era el único modo de poder hacerle una mamada decente. Una vez serenada logré aplicarme a su falo como es debido; es decir, con ternura, suavidad, constancia y precisión. Saqué mi lengüecita a pasear, me encanta recorrer con ella todos los recovecos de su falo. ¡Cielos, me estaba poniendo como una moto! Logré dominarme y pude pintar toda la superficie de su mástil sin dejarme nada antes de empezar a engullirlo golosa. La tentación me podía así que decidí alejar las manos de mi entrepierna asiéndome con ellas a la parte posterior de sus muslos. Creo que lo hice con demasiadas fuerzas, pero no hizo ningún comentario al respecto. Alcé la vista y le miré a los ojos, parecía muy complacido con modo de obrar. Aquello me llenó de un cierto orgullo, ¡sabía cómo comerle la polla a un hombre! De inmediato, me sentí ruborizar. ¿Cómo podía presumir de aquello? Pero en vez de avergonzarme, lo que hice fue meterme su capullo y chupar. En vez de empezar a darle vueltas a aquello, decidí concentrarme en realizar mi tarea del mejor modo posible. Comencé a tragarme su miembro, quería metérmelo lo más profundamente que pudiera. Un gruñido sordo confirmó la excelencia de mis atenciones. Volví a mirarlo para confirmar mis suposiciones y resulta que ¡me lo había tragado entero! ¡Me la había enfundado por completo sin que me diera cuenta! ¡Ni una sola arcada o náusea!, me estaba convirtiendo en una auténtica puta. Pero en vez de molestarme o preocuparme por ello; me enorgullecía al saber que mejoraba en mis prestaciones amatorias.

Entonces mi vecino me cogió del pelo e hizo que me incorporara. Sin perder tiempo, como si tuviera prisa, me bajó los pantaloncitos y las braguitas del bikini. Pero lo más sorprendente vino después cuando puso delante de mis narices un condón. Él me había dicho que nunca usaría preservativos conmigo y ahora… La emoción que sentí entonces, no la puedo explicar. Resulta que después de todo, mi desalmado vecino, no es tan insensible. Diréis que después del susto con el retraso y todo lo demás, es comprensible. Cierto, pero podría seguir jugando a la ruleta rusa conmigo, después de todo, él nunca se podría quedar embarazado. En cambio yo… bueno, aquel gesto, sencillamente me encantó. Mi vecino acababa de demostrarme de un modo muy claro que en cierto modo se preocupaba por mí. ¡Estaba encantada!

-              Bueno, ¿se puede saber a qué estás esperando? ¡Pónmelo si no quieres que te la meta a pelo! Y después no me protestes…

-              ¿Qué?... ¡Ah! Sí… perdona, es que me ha pillado por sorpresa… como dijiste que no los usarías conmigo…

-              Ya. Pero no quiero volver a tener el mismo susto de la otra vez. Ya te dije que no quiero arruinarte la vida, sólo disfrutar un poquito contigo. Y como no he tenido tiempo de buscar una solución en condiciones… he preferido suspender de momento esta regla hasta que encuentre un método anticonceptivo adecuado. ¿Te parece bien? ¿A qué estás esperando?

-              Perdona… sí… sí me parece bien… gracias, Amo. Es usted muy amable… Es… es la primera vez que pongo uno…

-              Supongo que habrás visto cómo se ponen en algún video de educación sexual. Lo sujetas por esa bolsita que tiene en el medio… así, eso es; y lo vas desenrollando sobre el pene… muy bien… Ahora, date la vuelta y ponte encima.

No hacía ninguna falta que me lo dijera. Lo cierto es que yo estaba tan deseosa como él por tenerlo dentro de mi cálida cuevita. Estaba tan empapada que me atravesó entera. Su polla se me deslizó tan fácil y rápida que ni me di cuenta. Su enorme y gruesa polla se me clavó sin oposición o molestia alguna. A pesar de su considerable tamaño se me deslizó tan grácil y rápida como lo hace un cuchillo sobre mantequilla caliente. Me la metí hasta los huevos en la primera aproximación. Así, de golpe y sin anestesia. Y yo que a pesar de todo, no esperaba poder enchufármela con tanta facilidad; cometí uno de los errores más tontos de mi vida. Gemí a pleno pulmón como si estuviéramos solos en el mundo. Fui tan escandalosa, que hasta mi vecino me recordó la conveniencia y necesidad de que no armáramos demasiado ruido. Si no hubiera sido por sus rápidos reflejos para taparme la boca, habría comenzado a cabalgármelo sin control ni reparo alguno. Habría chillado y jadeado a pleno pulmón sin cortarme lo más mínimo. Tal era mi estado de excitación, que hasta que no me tapó la boca, no me di cuenta del lugar donde nos hallábamos. ¡Me había dejado llevar por la lujuria de tal modo que me había olvidado de todo!

Claro que al recordar en dónde estábamos, me vino un bajón de aúpa. De repente, fui consciente de lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. ¡En un baño público, a escasos metros de mi prima y nuestros amigos de la playa!  Apenas si me podía mover, tenía el corazón en la boca y me temblaban las piernas. Nos quedamos inmóviles en silencio, escrutando los sonidos que nos llegaban de fuera tratando de adivinar si alguien sospechaba lo que estábamos haciendo allí. Afortunadamente, nadie pareció enterarse de nada, o por lo menos, nadie hizo intención de averiguar lo que estaba pasando en el aseo de discapacitados.

Una vez nos hubimos calmado, mejor dicho, una vez que me hube calmado proseguimos con la tarea. Comencé a mover tímidamente las caderas para ir ganando en variedad, velocidad y ritmo según ganaba confianza. Aquella polla clavada hasta lo más profundo de mis entrañas me estaba llevando hasta los cielos y no estaba dispuesta a perderme por el camino. Para colmo, mi vecino, decidió no quedarse quieto sino acelerar el proceso masajeándome con su dedito justo allí donde más gusto me daba. Me mordí la mano para no volver a chillar. Estaba en la misma gloria y no quería salir de ella.

-              Coral… ¡Coral!... ¡Cori! ¿Te pasa algo? ¿Te encuentras bien?

¡Hostias, mi prima! Estaba tan concentrada en la jodienda que me había olvidado por completo de todo lo demás. Sin duda estaría mosqueada, más que eso preocupada por mi extraño comportamiento y prolongada ausencia. Había perdido la noción del tiempo, no sabía ni cuánto tiempo llevaba encerrada en aquel cuartucho con mi vecino. Ahora que me fijaba, al menos estaba bastante limpio.  ¿Qué le podía decir?

-              Coral, ¿Estás ahí? ¿Estás bien?

-               Sí… Sí… No pasa nada Vero… estoy bien… Ah… de verdad… Es algo que me ha sentado mal pero enseguida se me pasa…

-              Vale, te espero aquí.

-              No. No hace falta. Vete con los demás, que estoy bien, de verdad… enseguida salgo.

-              Vaaale. Pero como no salgas pronto, vengo y aviso a tu madre…

-              No va ha hacer falta, es algo que no me ha sentado bien, no tardo.

¡Menudo susto nos había dado mi prima! Apenas si había sido capaz de articular palabra. Había encontrado una escusa por pura casualidad, y no era una escusa muy buena, la verdad. Pero lo realmente sorprendente es que aquel susto, nos había excitado aún más. En cuanto oímos la voz de mi prima, nos subió la temperatura cosa mala. Para empezar, a mi vecino se le envaró la polla cosa mala. Se le enderezó al máximo y eso que ya la tenía más dura que el hierro cuando me la enchufó. Y en cuanto a mí, yo… yo estuve a punto de correrme en aquel mismo instante. Menos mal que mi vecino estuvo avispado y me tapó la boca, si no hubiera sido por eso… No quiero ni pensar lo que hubiese pasado. Mi prima no tardaría en volver y nosotros estábamos a punto caramelo, así que nos dimos prisa.

Bueno, el que se dio prisa fue mi vecino que se levantó de golpe, me aplastó contra la pared y comenzó a taladrarme sin piedad. Ahora era él el que estaba fuera de control. Con un frenesí desatado entraba y salía sin darme un respiro. Era incapaz de seguirle el ritmo, me limité a soportar sus furiosas embestidas mientras me esforzaba por evitar que me empotrara contra la pared. Bueno, evitar que me empotrara contra la pared y controlar el irrefrenable impulso de chillar y revelarle al mundo mi asombroso estado de suprema euforia. Menos mal que mi vecino decidió taparme la boca y pude liberar parte de la tensión chillando a mis anchas. Aquél magnífico pollón me volvía loca. Cada vez que entraba y me llenaba… ¡Uuufff! Y cuando salía de mi coñito… ¡Oh! Nada más salir de mí, la echaba de menos. Más que eso, la añoraba; ciertamente necesitaba aquella polla bien dentro de mí. Menos mal que en aquel instante, era la mujer mejor atendida del mundo. Rafa no dejaba de bombearme con la fuerza de un ciclón. Entraba y salía sin parar, estaba dejándome exhausta. No podría aguantar mucho más, me fallaban las fuerzas, me faltaba el aire... De repente, las piernas me fallaron y me vi indefensa y sin fuerzas. Si no me caí fue porque estaba literalmente empalada y aplastada contra la pared. Pero nada de eso me preocupaba, estaba disfrutando del orgasmo más placentero e intenso que pudiera imaginar. Mi cuerpo se relajaba llevado por el extremo placer que me invadía. Al poco sentí como mi vecino también se tensaba y se clavaba a mí con todas sus fuerzas. Había sido el polvo más extraño, atrevido y salvaje de mi vida; y había sido maravilloso.

Sin embargo, por muy dulce que fuera el momento, no podíamos olvidar dónde estábamos. No podíamos demorarnos mucho más o corríamos el riesgo de ser descubiertos. Así que me vestí lo más rápidamente y mejor que pude. Mi vecino estaba haciendo lo mismo después de tirar el condón en la papelera que había allí. Lo bueno que tienen los servicios para las personas discapacitadas es que suelen ser enormemente amplios y están muy bien equipados. Me lavé un poco la cara, y me dispuse a salir. Mi vecino me lo impidió.

-              Antes de que te vayas, hay un par de cosas que te quiero decir. La primera es que quiero verte mañana para charlar más tranquilos y pienso volverte a visitar todas las semanas. Así que ve pensando cómo lo vamos a hacer. Aquí tienes la dirección de mi hotel. La segunda es que ya has visto que no puedes engañarme, así que espero que no lo vuelvas a intentar. No seré tan indulgente la próxima vez que lo intentes.

-              Mañana… mañana es muy pronto no sé si podré…

-              No trates de escabullirte, si hubieras sido sincera, no te habría pillado de sorpresa. Piensa algo y comunícamelo por medio del móvil. ¿de acuerdo?

-              Sí… sí… ya pensaré algo… espero.

-              Vale, vete, yo esperaré un poco antes de salir para evitar más sospechas de parte de tu prima… Vero. Así se llama ¿no?…

-              Sí, se llama Vero… Pero…

-              No te entretengas y sal corriendo.

Y salí corriendo asustada, el muy cerdo quería verme al día siguiente y se acordaba de mi prima. Me había follado y seguía sin estar satisfecho. Todavía quería más. Y por si fuera poco, yo le estaba dando más munición para que pudiera controlarme mejor. Estaba a punto de echarme a llorar, pero no podía hacerlo. Mi prima y nuestros amigos debían de estar muy preocupados como así fue. Cuando llegué junto a ellos todos sin excepción se interesaron por mí. Según ellos, tenía la cara desencajada y enrojecida. Yo seguía con mi excusa de que algo me había sentado mal, aunque pronto surgieron otras posibles explicaciones como que me había dado una insolación. El caso es que para mi fortuna, nadie tenía la más mínima sospecha de lo que realmente había sucedido, ni siquiera mi prima. Os podéis imaginar el tremendo alivio que sentí al darme cuenta de que se habían disipado todos los recelos, conjeturas e insinuaciones. Es más, aquello me había dado una idea. Con el achaque de la insolación, podría encontrar el modo de escabullirme de todos, incluyendo a mi primita; y encontrarme con mi odioso vecinito. Después de lo mucho que había disfrutado con él, el muy cabrón había logrado enfurecerme y asustarme a partes iguales. ¿Qué se pensaba, que me iba a ser fácil deshacerme de todos? ¿Acaso no conocía ya a mis padres y no me había visto rodeada de gente? ¿No se daba cuenta de que nunca me podría escabullir yo sola? Bueno, para mañana ya empezaba a tener un plan, pero es que ¡pensaba venir a verme todas las semanas! Tenía que hablar con él claramente y explicarle… no, convencerle de que me sería imposible cumplir con aquello.