Mi vecino 11
Coral nos cuenta cómo se lo pasó tras su segunda sesión con su vecino...
Capítulo 11
- Me has dejado embarazada… Cabrón… cabronazo, hijo de puta…
- ¿Qué dices? ¿Cómo…
- ¿Cómo? ¡Cómo! Tú lo sabes muy bien hijo puta… Me has jodido. Me has jodido a base de bien… Cabrón… Ahora… Ahora qué va a ser de mí…
Ciertamente las cosas no salieron como yo esperaba. Después del sensacional polvazo del domingo, el lunes se presentaba esperanzador y brillante. A pesar de enfrentarme a las duras pruebas de la selectividad, estaba completamente des-estresada, hasta se podría decir que relajada. Me levanté contentísima, los exámenes del lunes los tenía todos controlados y las mates habían dejado de ser un problema. Cuando llegaran mis padres, les podría decir que todo me había salido bien…
Como así fue. Los exámenes resultaron facilísimos, hasta el de mates me resultó sencillo. Cuando llegaron mis padres, estaba exultante. Con absoluta tranquilidad, les pude decir que todo se me había dado muy bien y que esperaba poder conseguir la nota media que necesitaba. Los exámenes del miércoles eran los últimos y los más fáciles a priori. Mi padre, tan severo como siempre, no las tenía todas consigo pero la seguridad que manifestaba, debió tranquilizarle. Después de todo, jamás le había dado motivos para que desconfiara de mí. Así pues, la alegría rebosaba en casa. Los asuntos que habían obligado a mis padres a marchar fuera, se habían resuelto. La niña que se había quedado sola parecía haberse comportado como debía; al menos hasta que mi madre lo confirmara, hablando con las vecinas. Hasta puede que me dejaran salir por la noche… Bueno, no exageremos. A pesar de tener más de 18 años, mi padre me seguía obligando a llegar como muy tarde a las 12 de la noche. Y según me dijo, nada de celebraciones hasta que se hubieran confirmado mis optimistas expectativas. Ni siquiera esta desilusión fue capaz de ahogar mi desbordante buen humor. Ya me esperaba una respuesta así de mi padre de modo que no me supuso ninguna decepción.
El único lunar que tuve en aquellos días me llegó a través del móvil el miércoles por la mañana. Mi vecinito acordándose de mí me deseó buena suerte. “¿Qué tal te han ido los exámenes? A ver cuándo quedamos para celebrarlo.” Fue el escueto mensaje que recibí a eso de las dos cuando todos los exámenes habían finalizado. Lo cierto es que era todo un detalle de su parte, interesarse por mis notas. Pero no dejaba de ser un sutil modo de recordarme que debía fijar el día y la hora para nuestro siguiente encuentro. Debía de organizar un encuentro semanal para que él pudiera follarme a su antojo. Yo me había comprometido a ello durante un año. En ese tiempo, debía ser su esclava sexual y complacerle en todo cada vez que nos citáramos, si no quería que mi padre se enterara del desliz que tuve con mi prima. El bueno de mi vecino, me había grabado y fotografiado dándome el lote con ella. Cierto que en consideración a mi situación familiar, mi vecino había accedido a que fuese yo la que fijara las citas y su duración pero debían de ser unas 5 citas mensuales de una hora de duración. Si no cumplía con mi parte del trato, ya sabía a lo que me exponía, y no quería ni imaginarme cómo se pondrían mis padres si lo descubrían. Matarme sería poco.
Pero nada de eso me preocupaba ahora. Sabía que tenía margen antes de que mi vecino comenzara a impacientarse conmigo. Mis padres, no tenían motivo para sospechar nada malo de su casta hijita que apenas si había salido de casa. Y tal y como se me habían dado los exámenes, hasta podían sentirse orgullosa de ella. Como veis, al principio, todo me iba a pedir de boca. Hasta que pasó la semana y todo comenzó a torcerse. La cosa ya se empezó a torcer, cuando mi madre me pilló mandándole un mensaje a mi vecinito. Y ya os podéis imaginar… que si con quién me estaba escribiendo, que cómo la había conocido, que si sabía algo de su familia, que qué tenía pensado contestarle... Y eso que le dije que me estaba escribiendo con una chica a la que había conocido en la “uni” haciendo los exámenes de selectividad. Le dije que era una chica simpática, que me ayudó a encontrar enseguida el aula donde me tenía que examinar… Cuando me preguntó cómo se llamaba esta nueva amiga se me vino el mundo encima. No sabía qué contestarle así que le comentó que se me había olvidado su nombre y que no lo apunté en el móvil. Estoy segura de que no se lo creyó, pero no me dijo nada. Me miró el mensaje que recibí y menos mal que no había nada comprometedor. Al final me devolvió el teléfono, sin decirme nada pero con una cara que no me dejaba dudas. Hablaríamos más tarde acerca de este asunto. Más me valía idear una buena trola que contar. No sólo tenía que ser convincente, además me tendría que tranquilizar a mis padres acerca de la virtud de su hijita.
Sorprendentemente, mi madre no volvió a hacer alusión al tema. Supongo que porque vio que no le contesté nada a mi supuesta amiga. Pero aquello me puso sobre aviso, no me sería nada fácil encontrar el modo de reunirme con mi vecino. Tendría que encontrar una solución lo antes posible. Confiaba que en cuanto apareciesen las notas de los exámenes, encontraría el modo de lograr algo más de libertad. De hecho, eso es lo que me llevaban prometiendo desde hacía más de dos años, pero tampoco debía esperar que me dieran rienda suelta. Tenía que encontrar la manera de engañar a mis padres sin levantar sospechas en ningún miembro de la familia. Y digo esto porque desde que llegamos, mi hermanita no dejaba de mirarme de un modo raro. O al menos, eso es lo que empezaba a pensar. Menos mal que ella ahora tenía que estudiar más porque los exámenes de su tercer trimestre comenzaban enseguida. Me estaba volviendo paranoica sospechando de todo y de todos. Sin duda eran las consecuencias de mi mala conciencia pero no podía dejar de ponerme cada día más nerviosa. Afortunadamente, mi padre atribuyó mis nervios a la próxima publicación de las notas de los exámenes de selectividad. Creo que en el fondo, no confiaba en que hubiese logrado el notable en matemáticas como le había asegurado y los sobresalientes en todas las demás.
Al lunes siguiente, se publicarían los resultados en el tablón de anuncios del instituto y mis nervios estaban a flor de piel. Mi vecino no dejaba de mandarme mensajitos para que nos pudiéramos citar. Cierto que lo hacía en momentos muy oportunos y mi madre no volvió a pillarme leyéndolos; pero no dejaba de presionarme para que le diera una respuesta que, evidentemente, no tenía. Como si todo esto no fuera suficiente, el sábado se me cayó el mundo encima. No me vino lo que me tenía que venir. Aquello sí que iba a suponer un problema y de los gordos. Traté de serenarme, me dije que lo más seguro es que se tratara de un pequeño retraso. Nunca había tenido ninguno, desde que comenzó a venirme la regla había sido más puntual que un reloj suizo. “Alguna vez tenía que ser la primera” me dije. Una espantosa idea comenzaba a hacerse realidad. El embarazo no era ahora un suceso imposible, como cuando me mantenía virgen. Ahora se había convertido en una posibilidad muy concreta. Traté de alejar de mí aquella idea pero me fue imposible. Y si me había engañado con la pastilla… Y si me había tomado la pastilla demasiado tarde… No quería ni pensar en ello pero no dejé de darle vueltas al asunto. Comencé a maldecir a mi vecino. ¡Qué lejos quedaban ahora los placenteros momentos de éxtasis! Los dulcísimos orgasmos, qué fútiles me parecían ahora.
Cuando el domingo por la mañana volví a levantarme sin manchar, se me cayó el mundo encima. Los votos que solté por lo bajo, fueron un breve e inútil modo de desahogar la profunda angustia que me embargaba. Durante el desayuno, no pude tomar bocado, estaba pálida como la cera y mi madre se asustó creyendo que estaba enferma. Achaqué mis males al nerviosismo por las notas de selectividad. Mi padre me soltó un buen discurso sobre el ser sincero y responsable y labrarse un buen futuro a base de esfuerzo en los estudios. Como si ahora eso me importara lo más mínimo, si Dios no lo remediaba iba a ser madre y tener un hijo. ¡Un hijo! No era capaz de valerme por mí misma y ahora tenía que mantener a una criatura… El aborto no era una opción para mí. Tan mal estaba que mis padres me eximieron de ir a misa con ellos. Al menos eso me permitiría reunirme con el hijo-puta responsable de mis desgracias. En cuanto mis padres se marcharon, le llamé por teléfono. Iría a su casa enseguida, quería que no tardara en abrirme la puerta cuando llegase.
- Me has dejado embarazada… Cabrón… cabronazo, hijo de puta…
- ¿Qué dices? ¿Cómo…
- ¿Cómo? ¡Cómo! Tú lo sabes muy bien hijo puta… Me has jodido. Me has jodido a base de bien… Cabrón… Ahora… Ahora qué va a ser de mí…
- Pero si te tomaste la pastilla ¿verdad?
- ¡Claro que me la tomé! No soy idiota pero la pastilla era falsa. Me has engañado…
- La pastilla no era falsa. Me dijeron que eran seguras y no fallaban.
- Pues estas han fallado. Me has jodido… me has jodido a base de bien cabronazo, hijo de puta…
Comencé a llorar desesperada. Él, además de ser la causa de mis desgracias, era la única persona con la que podía desahogarme. Me abrazó con ternura y me llevó a la salita mientras me mesaba suavemente el cabello. Nos sentamos abrazados en el sofá y dejó que me desahogara. Cuando estuve un poco más calmada comenzó a preguntarme…
- ¿Cómo sabes que estás embarazada?
- Que cómo lo sé… Hijo-puta porque me has follado y te has corrido en mi coño…
- No me has entendido. Desde cuándo no te ha venido la regla.
- Ah… Dos días.
- Dos días no es mucho retraso, quiero decir que… que tal vez te venga.
- Sí claro… tal vez me viene… Serás hijo-puta… ¡Nunca se me ha retrasado! ¡Lo entiendes! ¡Nunca! Estoy embarazada, lo sé…
- Vale, vale… de acuerdo… ¿Qué… qué piensas hacer?
- Cómo que qué pienso hacer…
- Pues eso, si piensas tener el niño o… abortar…
- Serás cabrón. ¿No me has hecho ya bastante daño? No solo haces de mí una ramera, ahora quieres que también sea una asesina… ¡No puedo abortar! ¡Lo entiendes! ¡Eso nunca! Pero tampoco puedo tener al niño… Mis padres me matan…
No podía dejar de llorar. Realmente estaba destrozada. Mi brillante futuro se había ido por el retrete. Estaba en el fondo de un abismo del que no podría salir jamás. Mi vecino, una vez más, me abrazó; volvió a mesarme el pelo sin mediar palabra; pacientemente, esperó a que me tranquilizara. Era extraño, a pesar de todo el daño que me había hecho y me estaba haciendo, me sentía reconfortada entre sus brazos. Intuía que se preocupaba por mí. En su silencio, en el modo de acariciarme, en la manera abrazarme... Otro ya me habría largado cerrándome la puerta. Claro que tampoco me solucionaba nada.
- Entonces, no piensas abortar…
- ¡Ya te he dicho que no! ¡No pienso matar a mi hijo! ¡No vas a…
- Cálmate un poco quieres… Si, te he preguntado, es porque decidas lo que decidas, yo estaré para lo que me necesites. Si quieres tener al niño, muy bien. Mejor, yo… yo seré su padre.
- ¡Cómo que serás… eres su padre!
- Eso es lo que quería decir… que no me dejas terminar. Si… si… si tu padre quiere que te cases… yo estaría dispuesto a hacerlo. Reconocería… mi responsabilidad delante de él. Y si no quieres casarte conmigo, en cualquier caso haré cualquier cosa que tú me pidas.
- ¿Te… te casarías conmigo? ¿Por qué?
- ¿Por qué? Porque es mi responsabilidad. Yo sólo quería echarte un polvo, no joderte la vida.
- Pues me la has jodido a base de bien. Menos mal que no querías hacerlo, que si no…
El comentario tonto, me salió sin pensar. La risa fácil, a veces me servía de desahogo. Entonces, el me sujetó la barbilla y me miró a los ojos muy serio. Se le veía sinceramente preocupado.
- En serio, Coral, no quiero hacerte daño. Eres una chica muy guapa e inteligente. Y… y no te deseo ningún mal. Si te he dejado embarazada, haré todo lo que pueda por reparar mi falta. Hablaré con tus padres si quieres, se lo contaré todo. No pienso dejarte en la estacada. ¿Comprendes? Por otra parte… creo que deberíamos ir a un médico… (Quise interrumpirle pero no me dejó.) que confirmara tus sospechas y nos asesorara. Quizás sea un pequeño retraso, dos días no son muchos. No sé de estas cosas tanto como tú, quizás sea un pequeño susto.
- Susto sí pero no pequeño… Y no creo que me equivoque, nunca se me ha retrasado la regla. Siempre he sido muy regular…
- Y lo del médico para asesorarnos…
- No pienso abortar…
- Ni yo pienso pedírtelo. Aceptaré tu decisión sea la que sea. Y te apoyaré en todo. Me tienes para lo que me necesites.
- Gracias…
Y comencé a llorar de nuevo. No me esperaba aquello. No me esperaba que mi vecino fuera tan comprensivo. Y por supuesto, que fuera tan responsable. Después de haberse aprovechado de mí, no escurría el bulto que podría hacerlo; no, se estaba portando como un caballero. Si no hubiese sido tan asqueroso aquel primer día… Bueno, si no hubiese sido tan asqueroso, no estaría yo en este lío. Preñada y sin saber qué hacer. Al menos él parecía confiar en mí. Me dejaba total libertad de decisión y me prometía su ayuda… Mi padre nunca me habría permitido decidir. Él habría tomado su decisión y yo la hubiera tenido que acatar. Estaba desconcertada por todo aquello. Todo estaba pasando muy deprisa.
- Oye. ¿Qué sabes de las notas?
- ¿Qué? Qué notas…
- Cuáles van a ser las de la selectividad…
- Ah… Salen mañana…
- ¿Qué tal se te dieron los exámenes? ¿Qué piensas estudiar?
No me esperaba este cambio en la conversación, como tampoco esperaba este interés por mis estudios. Ahora que lo pienso un poco más fríamente, creo que mi vecino quería distraerme de mis preocupaciones y calmarme un poco. Si esas eran sus intenciones, lo consiguió. Como os podéis imaginar, el resultado de los exámenes me tenía sin cuidado. Pero lo cierto es que hablar momentáneamente de aquello, me aliviaba, me distraía del horrible futuro que se me planteaba. Pude presumir de mis cualidades como estudiante, de lo bien que había aprovechado los consejos que me dio, de cómo me había enfrentado a la desconfianza de mis padres… Llegados a este punto, volví a sentirme peor. Pero Rafa demostró una vez más empatía y hábilmente me distrajo cambiando de tema. Me habló de lo mucho que me había echado de menos durante la semana. De lo preocupado que estaba por cómo se me habían dado las cosas con mis padres y los exámenes y que por eso me había mandado tantos mensajes. Me dijo, que había estado muy atareado y que tenía buenas noticias para mí, pero que ahora no valían nada. Me repitió que seguiría a mi lado que estaba dispuesto a hacer un contrato entre nosotros para demostrármelo. Me abrazó y me besó con un cariño que yo jamás habría creído posible.
Permanecimos un buen rato así abrazados. La serenidad y seguridad con que me hablaba, se fueron filtrando en mi alma proporcionándome la lucidez y fuerza que necesitaba. Poco a poco, me fui haciendo a la idea de que tarde o temprano debía enfrentarme con mis miedos, con mis padres y con las consecuencias de mis acciones. Pero si podía contar con ayuda sería capaz de afrontar las dificultades con valentía y tal vez resolverlas con bien. Con la ayuda de mis padres no podía contar a priori, pero Rafa insistía en que por muy rígidos que sean unos padres, siempre querrán a una hija. Estaba convencido de que no me abandonarían, que sería un shock para ellos tanto como para mí pero que al final me ayudarían a salir adelante. Y que en cualquier caso, ya contaba con su ayuda. También me dijo que tenía tiempo para pensarme las cosas, que no me precipitara. Él estaba dispuesto a acompañarme al ginecólogo para que nos asesorara del mejor modo.
Al final, sin saber cómo, volvimos a hablar de mis estudios. Sobre dónde pensaba matricularme con las notazas que había conseguido y demás. Se sorprendió mucho cuando le comenté que me tendría que matricular en derecho. No entendía que era mi padre el que me pagaba los estudios, y él consideraba que lo que debía hacer era seguir sus pasos. Por primera vez en la mañana, Rafa se mostró enfadado. Me dijo que debía hablar con mi padre claramente y explicarle qué era lo que de verdad me gustaba y qué quería estudiar. Me dijo que no podía estar siempre cediendo ante los deseos de mis padres, ya era mayor de edad y debía empezar a tomar mis propias decisiones. Me hizo ver que en realidad, yo tenía mucho más argumentos que mi padre. Primero, nunca lo había decepcionado. Siempre había hecho lo que él me aconsejaba, podía ir demostrando que confiaba en mí y en mi criterio. Segundo, él (mi padre) sabía que a mí me gustaba la informática, estudiar otra cosa me sería más trabajoso y al final hasta contraproducente. Sería tirar el dinero pues al final no me sentiría feliz cumpliendo un sueño que no era el mío… Y así siguió un buen rato convenciéndome de que debía ser más fuerte y decidida al hablar con mis padres sobre mis estudios. Se mostraba tan vehemente, que llegué a pensar que él estaba algo más que interesado en mi futuro.
- ¡Pero seré tonto! ¿Qué hora es?
- ¿Cómo? Las 12 menos cinco… Cielos, las 12 menos cinco. Mis padres llegarán dentro de 20 minutos.
- No nos da tiempo. Qué tonto he sido. Estamos aquí moneando, cuando podíamos habernos asegurado de tu estado bajando a la farmacia.
- ¿cómo?
- Podíamos haber ido… bueno, podría haber ido a la farmacia y conseguir un test de embarazo para asegurarnos de si de verdad estás embarazada.
- Un chico pidiendo un test de embarazo… serías la comidilla de todo el barrio.
- ¿Y qué? No me importa. Lo que me importa ahora eres tú, so boba… Aunque baje ahora, no podría llegar antes que tus padres. El problema es hacerte llegar el test sin que nos descubran. ¿No podrías escaparte como ahora? Por cierto, ¿qué les has dicho para que te dejen venir?
- No les he dicho nada. Mi madre al verme tan nerviosa me ha dicho que me quedara en casa para descansar y que se me pasara el sofoco. En cuanto lleguen mis padres no podré salir de casa.
- Entonces mañana lunes… después de ver las notas puedes encontrar un hueco. Podrías decir que ten has ido con algunos compañeros para celebrarlo.
- Sí tal vez… te enviaría un mensaje si puedo reunirme contigo… Me… me tengo que ir. Puede que mis padres adelanten su regreso.
- Está bien, iré a comprar el test a la farmacia de guardia. Espero tu mensaje. Y sobre todo, recuerda que no pienso dejarte en la estacada. Apoyaré cualquier decisión que tomes. ¿De acuerdo? Anímate… saldremos de esta.
Regresé a casa y me fui derecha al cuarto de baño. Me lavé la cara y me serené todo lo que pude. Después me tumbé en mi cama, al poco llegaron mis padres. Mi padre huraño, no dijo nada; mi madre, preocupada comenzó a avasallarme a preguntas bienintencionadas. Mi hermanita no paraba de mirarme como si supiera cuál era mi secreto y estuviese esperando el momento oportuno para soltarlo. Yo me limité a excusarme achacando todos mis males al nerviosismo por las notas de la selectividad. Debí de ser lo suficientemente convincente para que no replicaran. Papá me miró con severidad y comentó algo sobre no decepcionarle. Mamá me abrazó bien fuerte, me besó hasta hartarse y me dio una sopita ligera. Mi hermana, no dijo nada solo sonrió como si disfrutara de verme metida en nuevos problemas. Pero luego se abrazó a mí y me animó diciéndome que no me preocupara, que sabía que yo era una empollona.
El lunes por la mañana me levanté con el estómago en un puño. Para colmo, mamá decidió acompañarme como si no fuese suficiente vergüenza saberse una niña de papá. Llegamos al instituto demasiado temprano, todavía no habían puesto los resultados en los tablones. Afortunadamente, no tuvimos que esperar mucho. El conserje llegó y empezó a colocar los resultados. Me acerqué al tablón como muchos otros de mis compañeros, solo que yo tenía a mi madre justo detrás de mí. No tardé en encontrarme en la lista, las notas eran mejores de lo que yo misma me había imaginado. Hasta había logrado un 9,25 en matemáticas. En vez de alegrarme por los excelentes resultados cosechados, un amargo vacío se apoderó de mí. ¿De qué me valían aquellas notas ante un embarazo?
De repente, sentí la imperiosa necesidad de ir al baño y salí corriendo sin dar explicaciones a mi madre. Así fue como me llevé la mayor alegría de mi vida. Había manchado, me había venido la regla. ¡No estaba embarazada! Las pastillas habían funcionado y todo volvía a estar en orden. Chillé de contenta a pleno pulmón, era la chica más feliz del instituto. Mi madre pasó al baño para saber qué me pasaba pero al oírme chillar de alegría, me dejó tranquila. Eso me recordó que debía comunicarle las excelentes buenas nuevas a mi vecino.
“Todo está en orden. Las notas han sido insuperables. (Entonces me acordé de que nadie me estaba viendo y que podía borrar luego el mensaje. No necesitaba hablar en clave.) No estoy embarazada. Hoy me ha venido el periodo.”
Salí exultante del baño. El miedo al futuro se había transformado en profunda alegría. Saltaba y chillaba por los pasillos sin ningún reparo. Me abrazaba a todos mis compañeros que celebraban también sus buenas notas. Era tan efusiva que mi madre escandalizada se apartaba de mí. Ciertamente, “no me estaba comportando con la mesura que correspondía a los de mi clase”. Pero no me dijo nada, al contrario, me pareció ver en sus ojos el reflejo de mi propia alegría. No era que se sintiera orgullosa de su hija. Se sentía feliz por verme tan alegre y dichosa. Ahora sí que me había ganado el derecho a celebrarlo por todo lo alto. Mi madre se dio cuenta y se marchó a casa. Tenía el resto de la mañana para disfrutar con mis compañeros. Quizás mi padre, me dejara también los siguientes días.
Fui demasiado optimista, cierto que pude celebrar mi éxito académico. Pero con los amigos de siempre y en casa. Nada de dejarme salir con mis compañeros del instituto, sólo con las amigas que tenían el visto bueno de mis padres. Mi prima, por supuesto, vino a la fiesta. Cuando la invité a la fiesta, se tiraba por las paredes. Empezó a recriminarme mi falta de espíritu, mi exceso de obediencia y docilidad. Me dijo que debía espabilar y dar la cara si no quería que mis padres me programaran toda mi vida. Debía empezar a vivir mi vida y hacer valer mi opinión. Me había ganado el derecho a mayores libertades, como me habían prometido y seguían sin darme ninguna. Mientras me sermoneaba, no pude sonreír con ironía ante ciertos comentarios. Si mi primita supiera lo que había llegado a hacer en parte por su culpa…
Tras la euforia de la fiesta vino el inevitable enfrentamiento con la realidad. Lo cierto es que mi prima tenía razón. Apenas si podía disfrutar de libertad para hacer cosas por mí misma. Claro que viendo lo que me pasaba cada vez que escapaba de la tutela de mis padres. ¡Cielos! Tenía que encontrar el modo de saldar mi deuda con mi vecino. Lo cierto es que cada vez que pensaba en él tenía sentimientos encontrados. Por un lado le odiaba, me había hecho pasar los peores momentos de mi vida. Había abusado de mí de todas las formas imaginables habidas y por haber. Era el responsable del mayor susto de mi vida, con el retraso en el periodo. Era un ser asqueroso, depravado, perverso que… que se había portado como un caballero. Nunca creí que se comprometiera y se responsabilizara por el bebé que afortunadamente no me había hecho. Había demostrado ser mucho más serio y formal que muchos de los chicos que conocía. Y por si fuera poco, follaba de maravilla. Los orgasmos que me había proporcionado eran ciertamente inolvidables. Me sentía en deuda con él por el modo en el que me había tratado. Tenía que encontrar la forma de pagarle mi deuda. Pero ¿cómo, si mis padres seguían sin dejarme ni a sol ni asombra?
La respuesta me llegó del modo más inesperado. Ante las dificultades que encontraba, me vi obligada a comentarle mi situación a mi vecino, mi amo. Me era del todo imposible cumplir con el trato sin que mis padres se enteraran. Así que fue mi propio vecino quien encontró una solución. Debía tramitar los papeles de mi matricula en la universidad, de modo que aprovecharíamos esa mañana para poder reunirnos. Lo que no tenía del todo claro, era cómo nos las apañaríamos para cumplimentar los formularios, pagar las tasas y entregar los papeles en el registro mientras se aprovechaba de mí. Pero él me aseguró que se encargaría de todo, que no me preocupara.
Y así lo hicimos, al siguiente lunes por la mañana, cuando se suponía que me dirigía al campus para formalizar la matrícula, me hallaba frente a la puerta de mi vecino. Me estaba esperando, así que cuando llamé, me abrió al instante. De este modo pude entrar sin que nadie nos viera. Antes de que pudiera decirle nada, me señaló con un gesto imperioso lo primero que debía hacer. Obediente me desnudé delante de él. Sentí un intenso calor en el rostro al tiempo que se me aceleraba el pulso. No era la primera vez que desnudaba en su presencia, ni sería la última. Pero, ¿por qué me excitaba tanto hacerlo, por qué me seguía sonrojándome, cuando estaba claro que no sentía nada por él? No tenía respuesta y tampoco tenía tiempo en ese momento de pensar en ello. Con lo turbada que estaba, bastante trabajo tenía con tratar de no exteriorizar mis sentimientos.
Él como siempre, no se perdía detalle. Permaneció impasible y en silencio hasta que me que fui a quitar la última prenda, mis braguitas. Antes de hacerlo, me hizo darme la vuelta y enseñarle mi culito. Después me dijo que me las bajara sin doblar las rodillas. Se quedó un ratito mirándome mientras yo permanecía en esa incómoda postura. Después cambió rápidamente de tema.
“Levántate que no tenemos mucho tiempo”, me dijo mientras me conducía a la salita. Cuando llegamos, me encontré las consabidas cámaras preparadas delante de una silla de cocina. Entonces, sacó un enorme consolador de plástico o de látex, no lo sé. Yo le miré aterrorizada. ¡Aquella cosa me partiría en dos! ¿Qué pretendía que hiciera con aquel monstruo? Bueno, estaba claro lo que pretendía pero no… yo no podría metérmelo. Le miré suplicante, pero él se limitó a sonreírme con malicia mientras me lo paseaba delante de mis ojos.
- Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer. Puedes empezar.
- ¿Qué? ¿Cómo? No lo entiendo… señor.
- Está bien claro. Quiero que me hagas una buena demostración delante de las cámaras de cómo se masturba y se corre una auténtica zorra. Mientras yo iré a la facultad a formalizar tu matrícula.
- Pero…
- No tenemos tiempo para divertirnos juntos y hacer la matrícula. Así que se me ha ocurrido esta solución. Tú actúas para mí delante de las cámaras y yo te hago la tarea. Así ambos obtenemos lo que queremos al menos en parte. Supongo que te parecerá bien…
- ¡Eh!... Ah sí… sí… me parece bien… señor. No me esperaba algo así…
- ¿Tienes los impresos y los datos personales y bancarios para formalizar la matrícula?
- Sí… Sí los tengo… mi amo… Esto…
- ¿Dónde tienes los datos?
- Están apuntados en mi bolso, enseguida se los traigo.
- Bien. Ingeniería informática, ¿técnica o superior?
- Esto… no, señor. Facultad de derecho.
- ¿Pero no querías estudiar informática?
- Sí, pero mi padre quiere que estudie derecho, que me haga abogada, que me irá mejor dice…
- Eres tonta. Tienes que estudiar lo que te gusta, estudiar algo a la fuerza porque le guste a tu padre es tirar el dinero.
- Sí… sí… pero no conoces a mi padre. Él quiere que estudie derecho y… eso es lo que tengo que estudiar.
- ¿Pero es que tu padre no tiene en cuenta tus gustos personales?
- Él me dice lo que es para mi bien… Por favor, no sigas. Haz la matrícula en la facultad de derecho.
Él debió ver la desesperación en mi rostro y no continuó. Estaba a punto de llorar, ya había tenido esa discusión con mi padre y no había vuelta atrás. Mi padre había decidido que o estudiaba derecho o estudiaba derecho. Por mucho que supliqué y traté de razonar, no me hizo caso. Así que no tenía más remedio que resignarme una vez más y hacer lo que me decían mis padres.
- Está bien, yo haré la matrícula y tú me demuestras lo caliente que eres. Quiero que te corras al menos un par de veces usando tus manitas y luego otro par con el nuevo juguete que te he comprado. No te quejarás, te lo vas a pasar mejor que yo. Con un poco de suerte puede que llegue para la última función.
Y sin dejarme rechistar, se marchó corriendo. Se notaba que tenía prisa. Sin duda, además de mi matrícula tendría otros asuntos que atender. Y allí me quedé yo. Sola, con toda la casa para mí y unas cámaras que estaban grabando todos mis movimientos. Claro que podría apagarlas o marcharme pero entonces me arriesgaba a ver publicadas mis fotos y que mi padre se enterara de mi nefasto desliz con mi prima o con mi vecino. No tenía ningunas ganas de follar sola con aquel falo artificial pero era lo que tocaba. Resignándome una vez más me dispuse a intentarlo.
Me di cuenta de que las cámaras ya me estaban grabando, lo que tuvo la virtud de ponerme más nerviosa. No sabía qué hacer ni cómo actuar. Si al menos estuviese vestida, podría comenzar haciendo una especie de Streep-tease. Pero ya estaba desnuda, ¿Qué Streep-tease podía hacer? Ninguno. Así que me senté en la silla, me abrí bien de piernas y comencé a acariciarme el conejito sin mucha convicción, la verdad. Trataba de excitarme pero me resultaba muy difícil. Con las cámaras delante, la incertidumbre de la matrícula y el miedo a ser descubierta… me resultaba imposible. Traté de hacer un poco de teatro y fingir, pero me di cuenta de que no lo hacía bien. Cada vez estaba más nerviosa y me sentía peor. A punto de estallar en llanto, me fui a la cocina a beber un vaso de agua.
El agua fresquita me vino de maravilla. Al estar allí sola, sin ninguna cámara espiándome, pude serenarme y recapacitar. Volvía a tener sentimientos encontrados. En principio, una podía pensar que esta vez mi vecino se estaba portando bastante bien. Me daba total libertad de acción y lo que me pedía, tampoco era nada del otro mundo. No era nada del otro mundo si tu oficio fuese el de actriz porno, claro. Me seguía tratando como a una puta y eso me enfadaba a la par que humillaba. No podía seguir con aquello, me vestiría y trataría de arreglarlo de otra forma…
Imposible, por más que lo pensaba, no hallaba el modo ni de planteárselo siquiera. ¿Qué podía ofrecerle a mi vecino aparte de mi cuerpo? Nada. No tenía más salida. Cerré los ojos para contener las lágrimas. Y entonces sucedió algo totalmente inesperado. Mi mente se llenó de imágenes que me pusieron más caliente que una burra. De repente me acordé de los magníficos polvos que aquel desgraciado me había dado. Del enorme placer que me dio el día que me desvirgó, y al siguiente cuando follamos en la bañera. Aquellas vívidas imágenes me excitaban como nunca habría pensado. ¡Eso es! ¡Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejarme llevar por mis recuerdos! Si en vez de cámaras, pensaba que me estaba viendo mi vecino…
Regresé sin dilación a la salita, recompuesta y completamente decidida. Ahora tenía un plan de acción y eso me daba la seguridad de la que ante carecía. Lo primero que hice, fue dirigirme a la cámara y saludar a mi vecino, bueno a mi amo. Después cerré los ojos y dejé volar mi imaginación, mientras mis manos me recorrían entera. Fui mostrándome por partes, mi rostro, mis pechos, mi espalda, mi culo, mis piernas, mi coño… Mientras lo hacía, no dejaba de hablarle a la cámara, hacerlo me ayudaba a concentrarme. Mi vecino, estaba allí viéndome, disfrutando de la visión de mi cuerpo y masturbándose al tiempo que yo.
Los resultados no se hicieron esperar, de repente me descubrí gimiendo. Mi coñito estaba para entonces completamente empapado y mis dedos se ensañaban con él sin darle respiro. Me flaquearon las piernas y estallé en un dulce aunque breve orgasmo. No había estado nada mal, pero no podía perder comba.
De modo que ahora sí que me senté bien abierta de piernas dispuesta a ofrecerle un buen espectáculo a mi amo. Mis deditos jugaban caprichosos con mi clítoris sin compadecerse de él ni darle un respiro. Mi cuerpo comenzó a temblar, apenas si era dueña de mí. Me eché hacia atrás arqueando mi espalda, aquello solo sirvió para estabilizarme y evitar que me cayese al suelo. Porque lo que era yo, estaba a punto de estallar. Quise prolongar un poco más mi disfrute y aparté mis manos de tan fatídico botoncito. Logré retenerlas unos instantes jugando con mis pechitos pero finalmente tuve que claudicar. Necesitaba correrme con urgencia. Cuando volví a rozarme, perdí el dominio sobre mí misma. Mi mente se desconectó de la realidad sumida en un millar de sensaciones placenteras. Mi cuerpo por su parte se convulsionaba al compás de mi corrida. Estaba disfrutando de una de las mejores “manuelas” que había hecho en mi vida.
Me llevó un tiempo recuperarme, pero no me debía dejar que enfriar. Tenía que aprovechar el momento si quería hacerlo bien. Una vez más debía recurrir a mi imaginación. La polla de plástico, se transformó en la de mi amo. Y así comencé a hablarle de nuevo. Por alguna razón que desconozco, aquello me excitaba. Y bien que lo necesité pues en cuanto la tuve en mis manos, me dí cuenta de la gran diferencia que había entre una polla real y aquel objeto. Para empezar la textura. Aunque no era un pene rígido y tenía algo de flexibilidad, me resultaba extraño al tacto. Por no hablar de lo frío que era, en comparación con el caliente miembro del que había gozado. Afortunadamente, estaba tan cachonda que pude obviar aquellas diferencias y dedicarme a lo que debía de hacer.
Comencé besando y lamiendo el artificioso miembro. Seguidamente pasé a engullirlo todo lo que pude. No me resultaba nada fácil metérmelo en la boca como si de un fakir se tratara. Eso del tragasables me cortaba el rollo. Así que me lo puse en el asiento de la silla y comencé a tragármelo como si mi amo estuviese sentado en la silla. En esta postura que encontré más natural conseguí engullirlo casi por completo pero por más que lo intentaba, no conseguía llegar a su base. Me daban arcadas y tenía que retirarme. Por asombroso que os parezca, eso me excitó aún más. Me recordaba a la polla de mi amo cuando me la tragué por primera vez.
Poco a poco, sin darme cuenta volvía a tener ganas de marcha. Necesitaba un buen macho que me llenase. Como no tenía ninguno me tendría que conformar con aquel aparato de plástico. Afortunadamente, la base tenía una especie de ventosa y se sujetaba bien en la silla. Me incorporé y mostrándole el culito a la cámara comencé a clavármelo en el coño despacito. Poco a poco me lo iba clavando y sintiendo cómo me ensanchaba por dentro. No me dolió en absoluto, mi lubricada vagina estaba más que preparada para recibirlo. Era una sensación maravillosa, casi me parecía una polla real. Y lo que es más sorprendente, ¡me la clavé entera! Casi me corrí de gusto cuando la sentí toda dentro de mí.
Enseguida comencé a moverme con aquello dentro. Me costaba trabajo pero creo que conseguí un ritmo decente. Comencé subiendo y bajando, pero como me era un poco cansado empecé buscar variantes. Movimientos de vaivén, circulares, cambios de posición, en cuclillas con las piernas más abiertas etc. Así hasta que me cansé y me dí la vuelta y me puse mirando a la cámara.
Para entonces, yo ya estaba a punto de caramelo. Me movía sin pensar en lo que estaba haciendo. Así que desclavé aquel falo y me lo metí sin compasión hasta el fondo. Lo volví a sacar un par de veces y lo chupé, quería disfrutar del sabor de mi flujo. Más caliente de lo que hasta entonces había estado, comencé a follarme con él a destajo. Una vez más me estaba llegando un delicioso orgasmo que no se hizo esperar. Fue mucho más intenso que los dos anteriores pero me dejó insatisfecha. Seguía teniendo ganas de más.
Así que lo volví a fijar en el asiento de aquella maravillosa silla y mirando a la cámara comencé a cabalgarlo. No sé de dónde saqué fuerzas para hacerlo, pero el caso es que me estaba moviendo como una loca. No podía estarme quieta, necesitaba sentirlo moviéndose en mis entrañas. Una vez más me puse en todas las posturas que me fue posible, echándome hacia atrás, hacia delante, con las piernas separadas al máximo y de puntillas, subida al asiento y de cuclillas… cuando me cansaba, paraba un ratito mientras mis manos me martilleaban el clítoris. Si me hubieran dicho un mes antes lo puta que iba a ser, no me lo hubiera creído. Simplemente me dejaba llevar, y disfrutaba una tanto cuando lo hacía. ¡Uf! Aún me pongo cachonda cuando lo recuerdo. El caso es que cuando menos lo esperaba, perdí el sentido. Mi cuerpo se movía solo buscando un orgasmo que llegó intenso, fuerte, potente y deliciosamente largo. Mi cuerpo aún se convulsionaba cuando comencé a recuperar la consciencia. Esta vez sí que me había quedado para los arrastres. No podía ni levantar un pelo. Me quedé allí desmadejada sobre la silla con el cipote artificial bien clavado en mi coño mientras me esforzaba por recuperar el resuello.
No sé cuánto tiempo estuve echada sobre la silla. Supongo que mi vecino cuando viera el vídeo sí podría decírmelo. El caso es que tardé bastante en recuperarme. Cuando lo hice, descubrí para mi vergüenza que había dejado el asiento empapado. Avergonzada me fui a la cocina dispuesta a limpiarlo todo, después iría al baño a asearme. Así lo hice, no llevaba ni cinco minutos en la ducha cuando llegó mi vecino. Al no verme en la salita, comenzó a buscarme creo que un poco enfadado. Aunque cuando le expliqué lo que había hecho se tranquilizó bastante.
Digo que se tranquilizó bastante porque el bulto en su entrepierna me transmitía otras sensaciones. No sé por qué pero verle aquella tienda de campana intentando pasar desapercibida me calentó al instante. Mis ojos apenas si podían mirar a otro sitio. Una y otra vez mis ojos volvían golosos a fijarse en su paquete. Él por supuesto se dio cuenta, y no perdió la oportunidad.
- ¿Te lo has pasado bien esclava?
- Sí Amo. He disfrutado mucho cumpliendo sus órdenes. Gracias, señor.
- Vaya aprendes rápido putita. Eso me gusta. Pero me parece que no has tenido bastante y quieres más. ¿Quieres probar mi banana?
- Sí mi Amo. Sería todo un honor poder saborearla… Señor.
No me demoré, como impulsada por un resorte me arrodillé delante de él y le abrí el paquete. Su polla me saltó a la cara, evidentemente se alegraba de verme. Y sin pensármelo dos veces la engullí entera. Bueno, entera no pero casi. Seguía sin dominar las arcadas cuando el capullo me rozaba la campanilla. Claro que a él no le importó en absoluto. En cuanto la sintió en mi boca, me agarró del pelo y comenzó a follarme con ganas. Apenas si conseguía mantener la compostura. Entre su polla, las babas y mis arcadas; apenas si conseguía respirar. Afortunadamente, él se dio cuenta, se apiadó de mí y me dejó recuperarme.
No estuve ociosa mucho tiempo. Al poco me veía de nuevo atravesada por aquel delicioso pedazo de carne. Me sentí arder de nuevo, mis mejillas me quemaban y mi chochito ni os cuento. Aquella era una polla auténtica y no el sucedáneo que había tenido por la mañana. Para empezar estaba viva, era suave y caliente al tacto. Y lo mejor de todo, reaccionaba a mis atenciones. La sentía palpitar en mi boca, crecer y endurecerse con cada lametón. Y eso me excitaba de un modo que no puedo explicar. Sabía que le estaba proporcionando placer a otra persona. Yo era objeto de disfrute y fuente de placer. Y eso me gustaba, me llenaba de orgullo, había algo que hacía bien. Y no sólo eso, yo también disfrutaba. Mis manos no estaban ociosas, una de ellas siempre se hallaba perdida en mi entrepierna.
Esta vez mi vecino me dejó llevar el ritmo. Se dio cuenta de las ganas que tenía de complacerle. Empecé a jugar con su capullo con mi lengua. Aquello lo volvió loco y comenzó a suspirar. Sus manos volvían a sujetarme, pero esta vez me dejaban hacer. Intenté engullirme su trabuco entero una vez más, y una vez más volví a fracasar. Afortunadamente a mi Amo seguía sin importarle. Decidida a darle placer comencé un rítmico y lento vaivén con mi boca. Pronto me vi obligada a acelerar el ritmo, tanto mi vecino como yo estábamos a punto de corrernos. Él me avisó de que se iba a correr en mi boca. Nunca antes había recibido una corrida en la cara y menos en la boca. Pero estaba tan ansiosa por alcanzar mi propio orgasmo que no le presté atención.
Además fue todo tan rápido que tampoco me hubiera dado tiempo. De repente sentí un líquido espeso golpeándome el cielo de la boca. Y otro chorro a continuación que prácticamente me llegó al esófago. ¡Se estaba corriendo dentro de mi boca! Pero en ese mismo instante, me llegó el orgasmo. Y en vez de apartarme de él, abrí más mi boca tratando de expresar mi gozo con un auténtico chillido de placer. La consecuencia fue que otros dos lecherazos más acabaron en mi boca antes de que consiguiera apartarme y cerrarla. Como os podéis imaginar, las ganas que tenía por poder expresar mi propio placer hicieron que me tragara toda aquella leche sin pensarlo siquiera.
Necesitaba aliviar la inmensa tensión que manaba de mi coño con un jadeo en condiciones. Y la lefa de mi vecino no me lo hubiera permitido. En otras circunstancias quizás hubiera conseguido evitar tragármela pero aquel día me fue imposible. Claro que en aquel momento yo no pensaba en ello. En aquel momento, yo gemía y berreaba como una posesa víctima de una corrida de campeonato, la mejor del día. Acabamos echados sobre el piso del cuarto de baño.
Mi vecino pareció muy complacido por la mamada que le había dado. Incluso diría que estaba algo asombrado, sin duda no se había imaginado que fuese capaz de tragarme su esperma. Tenía un cierto sabor amargo, era algo raro pero no era del todo desagradable. Claro que si una piensa de dónde ha salido… la cosa cambia. Yo me fui rápidamente al lavabo a enjuagarme la boca. No hizo ningún comentario al respecto. Satisfecho como estaba, se limitó a elogiarme por mi atrevimiento al tragarme su leche caliente. No le quise explicar el porqué lo había hecho así, simplemente le agradecí el cumplido. Él se limitó a proveerme de un cepillo de dientes y un enjuague bucal que había comprado para mí por si algún día lo necesitaba.
Lo cierto es que el modo con el que me trataba mi vecino, me tenía desconcertada. Por un lado me humillaba, vejaba y usaba a su antojo y sin consideración alguna; pero al mismo tiempo se preocupaba por mí, y hacía todo lo posible por suavizar el trato que me daba. Había comprendido las dificultades que me planteaban mis padres y buscaba el modo de hacer las cosas de tal forma que ambos quedáramos satisfechos. Además, siempre se había asegurado de darme placer. El sexo con él siempre había sido placentero. ¿Por qué entonces me obligaba? Bueno, la respuesta era obvia si no me hubiese chantajeado, jamás hubiera sido suya…
Tampoco pude pensar mucho en ello. Se había hecho tarde, me vestí y cogí los formularios de la matrícula ya realizada. Le dí las gracias por haberlo hecho y me marché a casa preguntándome cuándo tendríamos otra sesión y qué cosas haríamos entonces. Dejé los papeles en la mesa del despacho de mi padre y ayudé a mamá a hacer la comida. Mi padre y mis hermanos no tardarían en llegar. Todo iba bien hasta que llegó mi padre… Él suele dejar sus cosas en su despacho y después viene al comedor. Pero aquel día tras revisar los papeles que tenía sobre su mesa comenzó a llamarme a voz en grito. Estaba visiblemente enfadado así que llena de espanto acudí rápidamente a su presencia.
- CORAL… ¿ME QUIERES EXPLICAR QUÉ COÑO SIGNIFICA ESTO?