Mi vecinito cachondo [2]: El hermano pequeño

Cuando ves algo que no debes, estás destinado a hacer cosas que no debes -aunque, quizá, quieras hacerlas.

¡Hola a todos! Aquí llega la segunda parte de la serie. He intentado hacer algo distinto con el tema de la narración, para contar la historia desde diferentes perspectivas. En fin, ya lo veréis. ¡Espero que os guste!

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Raúl y yo nos miramos, acojonados. Tuvieron que pasar varios segundos para que ambos reaccionáramos.

-Mierda -dijo él, vistiéndose.

-No jodas. No puede ser, bro. Habrá sido el viento -expliqué, refiriéndome a la puerta.

-Ya, ¿y los pasos también los da el viento? -preguntó él, invalidando mi explicación-. Será capullo. Todas las putas tardes quieto en el salón jugando a la puta Play y justo hoy tenía que entrarle curiosidad. Hijo de…

Raúl estaba cabreado. Yo, más que cabreado, estaba nervioso. Mucho. Como Tristán se fuera de la lengua, estábamos jodidos. Sin embargo, por dentro sentía un pequeño hormigueo. Y es que mi mente ya barajaba la posibilidad de convencer al hermano pequeño de Raúl para que no soltara prenda. Y jugaría todas mis cartas para asegurarme de ello.

-Si se complica, déjame a mí -le pedí, vistiéndome yo también.

Me miró brevemente y, apresurados, salimos de su habitación rumbo al salón.

Tristán

Pensaba que no me habían visto. Que, absortos en lo suyo, no se habían dado cuenta de que yo permanecía allí, asomado a la puerta, con la polla fuera y haciéndome una paja mientras los veía. La verdad es que era algo que nunca había pensado. ¿Cómo actuaría si viera a dos pavos follando? ¿Y si uno de esos pavos fuera mi hermano, y el otro, nuestro vecino? Quizá, si lo hubiera pensado en algún momento, habría concluido que los interrumpiría para que pararan; a lo mejor lo que habría hecho sería deducir que era mejor no seguir mirando y no contárselo a nadie, o simplemente contarles que lo había visto pero que no diría nada. Al final, cada uno es libre de hacer lo que quiera.

Claro que, lo que hice, fue algo completamente distinto.

Había empezado a escuchar sonidos raros cuando me levanté del sofá para beber agua. A casi 30 grados en casa, me moría de sed. Me había parecido escuchar un gemido y mi curiosidad me llevó a subir las escaleras en absoluto silencio. Al principio, había asomado el ojo por la pequeña abertura de la puerta, pero apenas lograba ver. No obstante, cada vez tenía más claro que ahí pasaba algo. De modo que, con sumo cuidado, abrí lentamente la puerta hasta conseguir ver un poco más. Y ahí estaban. Mi hermano, desnudo y tumbado boca arriba. Gael, junto a él, comiéndole la polla. Me impactó que mi vecino fuera capaz de meterse aquel pedazo de rabo entero en la boca.

Alguna vez le había visto el pene a mi hermano. Saliendo de la ducha, meando, mientras se cambiaba… Claro que todas esas veces la tenía flácida. No era mal tamaño, sin embargo. Quizá unos 11cm y unos huevos bastante colganderos. Comparado con la mía en ese mismo estado, era parecida. Pero, obviamente, eso cambiaba cuando ambas entraban en acción. Por lo que había visto, la de mi hermano llegaba sin problemas a los 18cm, mientras que la mía se quedaba en los 15. Además, mi rabo era completamente recto y apuntaba hacia arriba. Mi glande era pequeño y rosado y mis huevos, redonditos y compactos, apenas tenían vello. Alguno me estaba empezando a salir, pero para nada era abundante.

En cuanto a mi físico, podría decirse que no estoy mal. Soy rubito, con el pelo corto y la mayoría de veces de punta, y unos ojos marrones como la madera. Tengo varios lunares repartidos por la cara, y especialmente dos de ellos bajo ambos ojos, casi simulando unas lágrimas. De complexión soy fuerte, aunque tampoco en demasía. No hago deporte, pero siempre estoy de un lado para otro. Lo que más marcado tengo son los abdominales y el pecho, pero tampoco los luzco tanto. Pero mejor volvamos al tema.

Cuando conseguí ver aquella tremenda polla de mi vecino, mi corazón se aceleró. Había visto muchos cipotes en los vídeos porno, por supuesto, pero ninguno así en la vida real. Dos pensamientos se me pasaron por la cabeza. ¿Sería mi hermano capaz de tragarse ese rabo gigante a mis ojos? Y… ¿sería capaz yo de hacerlo?

De inmediato, empecé a empalmarme. Necesitaba ver más, por lo que continué mirando. Gael hacía esfuerzos por comerle el rabo a mi hermano, y este parecía estar disfrutándolo de veras. Pararon un momento y Gael miró de pronto a la puerta. Me aparté como pude, asustado. ¿Me había pillado? Escuché unos susurros y, tras ello, silencio. Al volver a asomarme, se habían puesto haciendo un 69 y ya ninguno de los dos estaba pendiente de la puerta.

Tentando a la suerte, abrí más la puerta para tener una mejor visión. Me saqué la polla de los pantalones y comencé a pajearme. Aquello era mejor que un vídeo porno. Y daba más morbo, también. Cuando me quise dar cuenta, me estaba imaginando a mí mismo siendo mi hermano, o Gael, y disfrutando esas mamadas, así como esas pollas.

Entonces, escuché sus orgasmos. Sabía que debía irme ya, pero no podía. Necesitaba ver cómo se corrían. Me quedé observando en la puerta mientras mi hermano gemía y se corría sobre el rostro de Gael. Permanecí pajeándome cuando mi vecino descargó en la boca de mi hermano, y aquello casi me hace correrme. Pero sus corridas ya habían concluido y yo seguía ahí, frente a la puerta, sin apenas esconderme. Fue entonces cuando, apresuradamente, bajé las escaleras corriendo.

“Mierda, mierda, mierda”, pensé. “Me pillan fijo, por imbécil”. Y, efectivamente, así fue. Un par de minutos después, cuando yo ya había cogido de nuevo el mando de la Play, escuché los pasos de Raúl y Gael bajando las escaleras.

-Tú -saludó mi hermano, nervioso-. ¿Qué tal la partida?

-Bien… -contesté, tratando de disimular.

Obviamente, no lo hice bien.

-¿Tú has hecho ruidos? -continuó mi hermano-. Hemos escuchado de pronto unos golpes y no sabemos si has sido tú.

Raúl trataba de ocultarlo, pero su tono de voz denotaba un nerviosismo imposible de esconder.

-Qué va -respondí, casi atragantándome con mi saliva.

Al mismo tiempo, posé mi mano izquierda sobre mi paquete para ocultar mi erección, aún presente.

-¿Qué has visto? -preguntó entonces Gael-. Va, no mientas.

-¿Q-Qué? No sé…

-Tristán, admítelo -añadió mi vecino tajante.

-El final… Bueno, o eso creo… Pero, no voy…

-¿Qué quieres que haga para que no lo cuentes? -inquirió entonces Gael. Mi hermano parecía preocupado-. Nosotros no queremos que lo digas, y es normal que tú quieras algo a cambio de no decirlo. ¿Qué puedo hacer?

Sin duda, mi vecino estaba intentando por todos los medios que le pidiera una mamada. Pero, con mi hermano delante, no se lo iba a pedir ni de coña. Creo que él se dio cuenta, ya que le pidió a mi hermano que se marchara.

-Solo un momento -le susurró-. Creo que si se lo explico todo lo entenderá. Le compraré algo y listo.

Mi hermano asintió y salió de la habitación.

-Creo que saldré a dar una vuelta. Para despejarme.

Gael y yo asentimos. Cuando salió, mi vecino se sentó junto a mí. Nos quedamos bastantes segundos en silencio, y él me miró. Y entonces, como si las palabras se escaparan de mi boca sin control, dije:

-Chúpamela. Y no diré nada.

Gael mantuvo su mirada en mí. Me asusté pensando que me mandaría a la mierda, por mucho que su actitud hubiera sido la de sugerir eso precisamente. En esos momentos, mi mente solo pensaba que había cometido un error diciendo eso.

-Vale -fue su respuesta. Entonces, se arrodilló ante mí-. Pero ni una palabra. Ni de esto, ni de lo que has visto arriba. ¿Me entiendes?

Asentí. Me daba igual. No me importaba lo que había visto. Solo me importaba una cosa: iba a recibir la primera mamada de mi vida. Y en aquel momento, aunque me la fuera a dar un tío, eso me daba exactamente igual.

Gael acercó sus manos a mis vaqueros cortos. Cuando sus dedos rozaron mi paquete por encima de la tela, me estremecí. Con paciencia, desabrochó el botón y bajó la cremallera. Tiró de la tela hasta dejarla en mis tobillos. Ya se percibía mi bulto sobre mis calzoncillos blancos. Sin más preámbulo, mi vecino sujetó la goma de mis calzones y, con calma, fue quitándomelos. Mi rabo salió disparado de inmediato, chocando contra mi abdomen. Bajó también la tela hasta mis tobillos y, finalmente, me quitó por completo tanto los pantalones como los calzoncillos, tirándolos al sofá.

-Nada mal -comentó al verme la polla-. Qué son, unos 14 o 15cm, ¿no? -asentí-. Y de grosor no está mal tampoco, aunque se nota que todavía estás en desarrollo.

Ese comentario me sonrojó. Saber que la tengo bien de tamaño fue un fuerte golpe de autoestima.

Gael posó ambas manos sobre mis muslos. Las arrastró hasta que, tímidamente, alcanzaron mi paquete. Primero sopesó mis huevos, cogiéndolos ambos con una sola mano.

-Uff, suavecitos… -comentó. Su otra mano agarró con torpeza el tronco de mi pene-. Y de cerca es incluso mejor…

No dijo nada más. Simplemente aproximó su boca a mi cipote y, abriéndola con esa sensualidad típica del porno, sacó la lengua y, comenzando desde la base, fue ascendiendo hasta lamer mi glande.

Ahí se produjo mi primer orgasmo.

-¡Ah!

Yo no me atrevía a decir nada. Sabía que, si seguíamos con esto, no habría vuelta atrás. Sabía también que, al hacerlo, me tendría cogido por los huevos -y nunca mejor dicho- y podría amenazarme con contarlo por ahí. Pero sabía también -o, quería creer- que él nunca haría algo así. Que eso también lo perjudicaría a él y que, además, él no hacía las cosas de ese modo. Lo sabía o, al menos, la situación me hizo querer pensar eso.

Antes de que pudiera reaccionar, Gael ya tenía toda mi polla en su boca. Con sus torpes movimientos me la comía sin parar.

-¿Te gusta? -me preguntaba de vez en cuando.

Yo respondía con un tímido “sí” que lo animaba a continuar, cada vez con más ganas y más ansias. Parecía realmente estar disfrutándolo. Y yo, sentado en el sofá, solo podía pensar en que, si seguía así, me iba a correr pronto. Mi polla daba espasmos y el cosquilleo que producía su mamada cada vez era más intenso.

Se me ocurrió entonces sujetarle con firmeza la cabeza. Para mi sorpresa, se dejó hacer. Y, así como había visto en los vídeos porno, comencé a mover bruscamente la cabeza de mi vecino, haciendo que se tragara toda mi polla sin parar. Terminé el movimiento hincándole el rabo hasta la garganta. Bueno, más o menos, ya que realmente solo llegó hasta la campanilla. Pensé que me iba a correr en ese momento, pero no fue así.

Gael se sacó mi polla de boca y me miró con cara perversa.

-Madre mía, no conocía yo esta faceta tuya -dijo, intentando aliviar el nerviosismo.

Y acto seguido comenzó a darse pollazos en la cara con mi rabo. Mientras lo hacía, mantenía su mirada puesta en mí. Y, cuando parecía que seguiría así hasta hacerme correrme, se apartó. Se sentó junto a mí en el sofá y alargó su brazo sobre mi hombro.

-Bueno… creo que es suficiente, ¿no?

Me miró. Yo quería matarlo. No me podía creer que me fuera a dejar a punto.

-S-Sí…

-A no ser -interrumpió-. A no ser que quieras que acabemos la faena. Pero, si lo quieres, tienes que apechugar tú también.

Sabía qué pretendía. Quería que le comiera el rabo.

-No… no sé -comencé, dubitativo-. Creo que no puedo…

-Poder, puedes, ya te lo digo yo. Y yo creo que tienes ganas de hacerlo. Tranquilo, no va a salir nada de aquí.

-Pero, mi hermano…

-A tu hermano le encantaría saber que lo haces. Porque eso significaría que no vas a contar lo que has visto arriba.

Tenía razón. Y, en el fondo, tenía curiosidad por saber cómo era chupar una polla. Pero no me atrevía a dar el paso.

-Va, si lo haces, la próxima vez solo te la chupo yo.

Fue ahí cuando el placer venció a la lógica. Asentí. Gael se recostó sobre el sofá, a la espera de que fuera yo quien hiciera todo el trabajo. Me acerqué, bajé su pantalón lentamente con una mezcla entre nervios y ganas. Hice lo mismo con su calzoncillo y, entonces, observé el monstruo.

Aunque solo morcillón, aquel rabo se me antojaba enorme. Además, era grueso, muy grueso. Vi cómo eso se iba haciendo más y más grande hasta alcanzar su plenitud: 20cm que me parecían imposibles de tragar.

-Tu hermano no ha conseguido que le entrara entera -comentó, casi susurrando-, así que no te preocupes. Haz lo que puedas y ya está.

Lo miré y asintió con un gesto de aprobación. Aun así, dudaba mucho de si aquello me cabría en la boca. Lo tomé con mi mano derecha y apunté a mi cara. Realmente parecía una puta barra de hierro, solo que palpitaba constantemente debido a la sangre que su cuerpo mandaba hacia allí.

-No sé… -dije, aún dubitativo.

-Solo pruébalo -insistió él-. Y, si no te gusta, paras.

Cerré los ojos. “De verdad voy a hacer esto…”, pensé. Abrí la boca y, con algo de miedo, sentí su glande tocar mi lengua. Me dio una pequeña arcada, pero continué. No estoy seguro de por qué lo hice, pero creo que tenía curiosidad. Cuando mis labios aún no tocaban mi mano, que rodeaba su rabo, su glande alcanzó mi campanilla y tuve que sacármela de la boca.

-Tranquilo -me dijo Gael-. Es normal. Inténtalo de nuevo y no te fuerces.

En realidad, mi vecino me estaba guiando para poder hacerle una mamada decente, pero en aquel momento sus palabras me tranquilizaron. Volví a intentarlo y, aún con su polla en mi mano, me la introduje de nuevo en la boca. Esta vez no bajé tanto, sino que me quedé a media altura. Moví, eso sí, la lengua. Sabía que debía hacer algo con ella y se me ocurrió dar vueltas al glande. Parece que eso le gustó, porque empezó a gemir suavemente.

-Hm… Ah…

Ese sonido me animó. Comencé a mover mi cabeza a más velocidad. Mi mano ya no cogía su rabo, sino que descansaba sobre su pierna. Y Gael, que había estado calmado hasta entonces, sujetó mi cabeza con fuerza y, imitando lo que yo había hecho apenas unos minutos antes, comenzó a follarme la boca sin piedad. Con la diferencia de que su polla no entraba por completo y su glande chocó varias veces con la pared de mi garganta, haciendo que me atragantara, tosiendo.

-¡Tío! -le dije, medio indignado. La realidad era que me había puesto muy cachondo.

-Tenía que devolvértela, lo siento. Ven, acércate -me pidió.

El se incorporó en el sofá, sentándose de nuevo. Yo me coloqué a su lado. Me hizo agachar la cabeza hasta tocar su rabo y, rodeándome por encima del hombro y la cintura, extendió su brazo izquierdo hasta alcanzar mi cipote, el cual cogió con firmeza.

-Chupa -exigió.

Yo ya me había dejado liar, de modo que obedecí sin rechistar. Comencé de nuevo a comerme aquella polla gigante a mis ojos. Bajaba todo lo que podía e incluso en ocasiones hacía que su glande tocara mi garganta, aguantando todo lo posible hasta que me provocaba una nueva arcada. Eso le ponía muy cachondo. Cada vez que lo hacía, la paja que me estaba ofreciendo se aceleraba, por lo que mi placer también aumentaba.

En una de esas, con su mano derecha sujetó mi cabeza y volvió a follarme la boca, aunque con menos intensidad que antes. Yo lo estaba disfrutando más y, sumado al tacto de su mano en mi rabo, provocó el gemido que me hizo correrme.

-¡Hhmmm! -gemí con su polla en la boca-. Hhhmm… ¡Hhm…!

Su mano continuó la masturbación y, cada vez que me subía el prepucio, temblaba de nuevo de placer. Pero Gael no había terminado. Aún sujetándome la cabeza, se incorporó y se puso de rodillas sobre mí. Apoyó mi cabeza sobre el respaldo del sofá y, en esa posición, comenzó a follarme.

Sentía su rabo entrar y salir de mi boca. Alguna lágrima salió de mis ojos por la intensidad de la follada, pero una parte de mí quería que siguiera haciéndolo. Hasta que, de pronto, avisó.

-¡Oohhh! Me corro…

Sacó su polla de mi boca y, aún de rodillas sobre mí, apoyó su culo sobre mi rabo cada vez más flácido. Se masturbó y, tras unos pocos segundos, se corrió.

-Aaaahh… -gimió mientras expulsaba su primer trallazo, que aterrizó en mi barbilla.

A este lo siguieron cuatro más que cayeron sobre mi pecho y abdomen.

Y, entonces, se escuchó la cerradura de la puerta. Alguien entraba en casa.

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Bueno, ¿qué os ha parecido? ¿Tenéis ganas de ver qué pasa a continuación? Como siempre, espero vuestros comentarios, valoraciones y sugerencias. Que, por cierto, ¡menuda notaza me habéis puesto en los últimos dos relatos! ¡Muchas gracias!