Mi vecinito cachondo [1]: Clase de repaso

Una clase de Lengua puede dar para mucho. Y más cuando tu vecino tiene intención de usar una lengua distinta a la que te pensabas...

¡Buenas! Os traigo el inicio de una serie. Espero terminarla, jeje. Como siempre, espero vuestros comentarios, sugerencias y valoraciones. ¡Disfrutad!

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¡Hola! Iba a empezar a contaros lo que me ocurrió hace unos meses, pero mejor me presento primero. Me llamo Gael y tengo 20 años. Mido algo más de metro setenta y cinco y, al igual que Raúl, estoy delgado. Sin embargo, practico fútbol desde pequeño, lo que ha facilitado el desarrollo de mis músculos, por lo que estoy fuerte, aunque sin exagerar. Tengo el pelo rizado, bastante corto y moreno. Mis ojos, entre verdes y grises, me han creado bastante fama a la hora de ligar. Llevo gafas, de esas que mojan bragas sin hacer esfuerzo. Además, tengo varias pecas bajo mi ojo izquierdo y mis labios son bastante carnosos.

Veréis, desde hace tiempo, vivo en un barrio de Galicia, en España. La urbanización en la que vivo está formada por varios chalets dispuestos en dos líneas enfrentadas. Mi chalet es el número 7, y la verdad es que me llevo muy bien con todos mis vecinos.

Uno de ellos, Raúl, tiene cuatro años menos que yo. Vive en el número 11 y tiene un hermano, Tristán, y por tanto, dos años menor que él. Raúl es un chaval muy majete; alto, metro noventa y pico, delgado pero fuertecito debido al tenis, deporte que practica desde que era un crío. Tiene unos brazos bastante potentes, aunque sin demasiado músculo. De cara es guapete, con unos ojos azules como el zafiro y un pelo corto de color castaño clarito que lleva caído hacia un lado. Tiene dos lunares, uno encima de la ceja izquierda y, el otro, muy cerca de su boca, pegado a la comisura de sus labios en la parte derecha. En cuanto a Tristán… Bueno, ya os hablaré de él más adelante.

Raúl no va mal en los estudios, pero la Lengua Castellana se le complica, de modo que me pide ayuda de vez en cuando para explicarle algunos conceptos más complejos. Lo que me recuerda… No os he hablado de mí.

Pero basta ya de alargar el asunto. Lo realmente importante es lo que me pasó hace ya dos meses, cuando fui a ayudar a Raúl con sus estudios. Como siempre, al entrar en su casa subí a su habitación y ahí me esperaba él, de espaldas a la puerta sentado en una de esas sillas giratorias. Llevaba puestos unos pantalones muy cortos de deporte, de tela elástica, y una camiseta de tirantes que dejaba lucir sus bíceps y tríceps. Claro que, en pleno mayo, no me resultó extraño.

Yo, por mi parte, me había puesto unos pantalones de chándal también cortos, aunque no tan exagerados como los suyos, y una camiseta de manga corta apretadita que marcaba mis pectorales.

-Hey, chavalín -saludé, con complicidad, mientras entornaba la puerta-. ¿Qué pasa hoy?

-La puta sintaxis, tío, que es un coñazo y no entiendo nada.

-Ay, mi querida sintaxis… Cómo me gustaba a mí hacer esta mierda. Bueno, pues vamos a ello.

Las clases de repaso con Raúl siempre me han gustado. Es un chaval aplicado que atiende a mis explicaciones y le pone verdadero interés. Además, es de los que te pregunta cada vez que algo no le queda claro, por lo que no se me hacen para nada monótonas.

Como de costumbre, me senté a su lado, en una silla de escritorio. Fue mientras le explicaba la diferencia entre el complemento directo y el indirecto cuando posó su mano en mi muslo. Es algo que hacemos mucho, ya no solo entre nosotros dos, sino con más amigos. Es como una muestra de complicidad sin pretensiones. Solo que, aquella vez, sentí su mano más cerca de mi entrepierna que habitualmente. Traté de no darle importancia y continuar explicando, pero inevitablemente mi pene comenzó a aumentar de tamaño bajo mis pantalones.

Todavía en mitad de la explicación, sentí cómo la punta de mi glande rozaba algo. Era el dedo pulgar de Raúl, que dejó quieto ante el crecimiento de mi cipote. Pensé que no se había dado cuenta cuando, de pronto, noté aquel dedo moviéndose de arriba abajo, acariciando así mi glande.

Miré a Raúl. Este observaba el cuaderno con atención, y casi parecía que aquel había sido un movimiento involuntario. Apartó su mano de mi muslo y se rascó el cuello.

-¿Pasa algo? -preguntó, extrañado.

-N-no, es solo que… Nada, no es nada -balbuceé.

Me dispuse a continuar mi explicación cuando mi mirada se dirigió a su entrepierna. Por la fina tela de sus pantalones cortos asomaba un pequeño trozo de carne. El prepucio de su rabo, ya morcillón, quería escapar de su prisión y lo más seguro era que Raúl se hubiese acomodado de tal forma que así fuera. ¿Lo habría hecho desde antes de que empezara la explicación?

Quise quitar esos pensamientos de mi mente. Raúl era mi vecino, un amigo de toda la vida, y de ningún modo planearía algo así. ¿O sí…?

En cuanto seguí con mi explicación, Raúl volvió a posar su mano sobre mi muslo, esta vez algo más alejada. Pude notar cómo la movía lentamente, haciendo que se acercara cada vez más a mi entrepierna. Yo sentía que iba a explotar allí mismo, y fue entonces cuando, súbitamente, apartó su mano de mi muslo.

-Creo que lo entiendo -dijo, mirando al folio-. Déjame intentar una frase.

Me pilló desprevenido. Pero, si quería jugar, jugaría con él.

-Vale, escribe: “Mi amigo quiere jugar conmigo y me provoca, pero yo también lo haré.”

Sin duda, había sido muy directo. Pero quería ver su reacción.

-¿De verdad? Seguro que a tu amigo le encantaría, jajajaja.

Efectivamente, me había dado el visto bueno. De modo que, cuando comenzó a escribir, apoyé mi mano derecha en su pantorrilla. De reojo, comprobé que había sonreído levemente. Deslicé mi mano de camino a su entrepierna, pero haciéndome un poco de rogar. Si quería provocación, la tendría.

Empezó a mover nerviosamente la pierna y, con un movimiento sutil, la movió para dejar algo más de hueco entre sus dos muslos. Tímidamente, aproximé mi mano a su paquete. Lo rodeé por encima de la tela con mis dedos, sintiendo cómo iba aumentando de tamaño más, y más, y más. Cuando por fin paró, había alcanzado un tamaño más que considerable.

Introduje mis dedos por la parte baja de sus pantalones cortos y elevé sus calzoncillos para poder tocar sus huevos.

Suspiró.

Decidí que era suficiente y aparté mi mano. De nuevo, sonrió, aunque esta vez con rabia.

-Bien, aquí está. Corrígemela.

Asentí y me dispuse a corregir la frase. Vi que había escrito algo: “¿quieres?”

-Pues claro… -susurré.

Esperé su respuesta, pero no la hubo. Por tanto, comencé a corregir. En ese momento, sus dedos cosquillearon mi muslo, aproximándose hacia mi paquete. Yo hacía como que corregía la frase, pero obviamente mi cerebro no procesaba esa información del todo. En cambio, estaba pendiente de que los dedos de que Raúl hicieran su trabajo. Pero el muy capullo jugaba conmigo y, aunque se acercaba bastante, no alcanzaba mi paquete. O eso pensaba, hasta que, por fin, tras casi medio minuto revoloteando cerca de mis cojones, deslizó la mano por mi muslo y, metiéndose por debajo de los pantalones, agarró mi cipote sobre la tela de mis calzoncillos.

Entonces fui yo quien suspiró.

Aún con la mirada puesta en aquella frase que nunca terminaría de corregir, sentí cómo los dedos de Raúl trataban de elevar la fina tela de mis calzones para poder acariciar mis huevos. Y lo consiguió. Introdujo su mano al completo y rodeó todo mi paquete. Sentí sus fríos dedos aprisionando mi rabo y mis cojones, y fue entonces cuando me atreví a mirar a mi vecino a la cara.

-¿Te gusta? -me preguntó, ahora algo más nervioso.

-¿Q-Que si me gusta? Joder, por supuesto…

En ese momento, nos dejamos de tonterías. Levantando un poco mi trasero de la silla, me bajé los pantalones para liberar por fin mi polla.

-Dios… -comentó Raúl, asombrado-. Menudo rabo…

La verdad es que estoy orgulloso de mi pene. Son unos 19, más bien 20cm cuando está empalmado, y su grosor es considerable, quizá unos 5-6cm. Está ligeramente curvado hacia arriba y, a pesar de que no follo mucho, me suelo depilar porque no me gusta tenerlo lleno de pelos, por lo que se puede contemplar en todo su esplendor. Mis huevos, sin ser gigantes, son también bastante portentosos y muy redondos.

-¿Seguro que podemos hacer esto?

-Sí, tranquilo. Mis padres se han ido a dar un paseo de los suyos y mi hermano está viciado con la play en el piso de abajo, con los cascos. ¿Tú quieres hacerlo?

Asentí, algo dubitativo. Nunca lo había hecho con un tío, pero a fin de cuentas sería similar a hacerlo con una tía, solo que con alguna diferencia. Cuando le di el visto bueno, Raúl se levantó de su silla y, poniéndose de rodillas frente a mí, me abrió las piernas para dejar hueco a su cuerpo. Cogió mi rabo con su mano derecha y empezó a pajearlo lentamente. Mi glande, rosado e impoluto, se mostraba con cada bajada de la mano de Raúl, y algunas gotas de precum comenzaron a salir de él.

-Esto tiene que quedar entre nosotros -pidió Raúl-. Como se sepa, estoy jodido.

-Y yo también, así que no te preocupes. Venga, chupa, cabrón.

Dicho y hecho, mi amigo abrió la boca y, mirándome a los ojos, comenzó a chuparme la polla como si de un helado se tratara. Dios, aquello se sentía tan bien que no pude reprimir el primer gemido. Raúl lo estaba disfrutando, ya que no apartaba su boquita de mi cipote y empleaba sus manos para masturbarme y acariciarme el abdomen y el pecho.

-Nunca me había imaginado que te tendría de rodillas comiéndome la polla -susurré.

Mi vecino rio aún con mi rabo en la boca. Dedicó casi un minuto entero a trabajar mi glande. Se lo sacaba de la boca y le daba lametones, se lo volvía a meter y lo rodeaba con sus labios, succionando y dándole besos. Mientras, su mano derecha masajeaba mis cojones y un atrevido dedo se dirigía hacia mi ano.

-Cuidado con lo que haces, que eso es territorio sagrado.

Raúl me miró mientras se tragaba mi polla. Paseó su dedo como pudo por mi culo, pero enseguida le impedí ir más allá. No quería dar ese paso. Al menos, no de momento. Para compensar su trabajo, decidí tomar la iniciativa.

Me levanté de la silla y le hice tumbarse en su cama, mirando hacia el techo.

-Cierra los ojos -le pedí.

Obedeció y, cuando hubo cerrado sus ojos, me puse sobre él, con mi trasero desnudo apoyado en su paquete, aún cubierto por sus pantalones. Le hice levantar los brazos y los puse por encima de su cabeza, dejando así sus axilas a la vista. Me sorprendió ver que apenas tenía pelos en estas y me lancé a lamerlas. Nunca lo había hecho, pero el sabor me encantó. Y parece que las cosquillas ocasionadas por mis mordiscos gustaron a Raúl.

Sujeté su camiseta de tirantes y se la fui quitando con cuidado. Mi vecino aún permanecía con los ojos cerrados y estaba a mi absoluta merced. Cuando le quité la camiseta, pude observar sus pectorales, coronados por dos hermosos pezones duros. Aún con mi trasero apoyado sobre su paquete, me agaché de nuevo y posé mis labios sobre su cuello.

-¿Te gusta? -le pregunté.

Asintió y retorció sus piernas. Probablemente, el roce de mis nalgas contra su entrepierna le estaba haciendo disfrutar bastante también.

Mordisqueé la piel de su cuello e incluso le dejé un chupetón. Fui bajando hasta llegar a sus pezones, los cuales mordí con cuidado, paseando mi lengua por toda su superficie. Acto seguido, continué descendiendo por su torso, admirando sus abdominales y, al fin, alcanzando su pubis.

-Ojos cerrados -le recordé, al darme cuenta de que me estaba mirando.

-Perdón. Es que esto es la ostia…

-Por eso. Cuando empiece de verdad, puedes mirarme.

Accedió y volvió a cerrar los ojos. Entonces, sujeté el elástico de su pantalón y, lentamente, fui quitándoselo, lanzándolo al suelo finalmente. Su calzoncillo de color rojo aprisionaba aquel pedazo de carne con fuerza. Podía intuir su silueta, la cual parecía bastante grande.

-Joder. ¿Guardas aquí un puto bate de béisbol?

-Más bien una anaconda -contestó, riendo-. Cuidado, que a veces escupe veneno.

Entendí su referencia y, manteniendo la intriga todo lo posible, le quité con calma el calzoncillo. Su rabo rebotó de golpe contra su abdomen. 18cm de una gruesa carne se encontraban ante mí. Con una ligera curvatura hacia abajo, realmente aquello parecía una serpiente intimidando a su presa. Y algo de su veneno asomaba por su gorda cabeza. Al igual que yo, parece que Raúl se depilaba de vez en cuando, a pesar de que tenía más pelos que yo. Para rematar, sus dos cojones eran gordos como pelotas de golf y colgaban como dos bolsas.

-¿Te gusta? -preguntó entonces él, mirándome a la cara.

Le devolví la mirada.

-Por supuesto. Ahora, voy a intentar hacerte disfrutar.

Mantuve mi mirada sobre sus ojos y, sacando la lengua, le di un lametón que recorrió todo su tronco, culminando en aquel maravilloso glande mojado. Absorbí el líquido transparente y lo saboreé. Para mi sorpresa, no me disgustó del todo. Seguidamente, mis labios se abrieron ampliamente y fui haciendo descender mi cabeza mientras aquel falo entraba cada vez más en mi boca. Cuando noté su glande chocar con mi campanilla, cerré mis labios, rodeando así su cipote. Mi lengua apenas tenía hueco en mi boca con aquel monstruo en ella, por lo que torpemente la fui deslizando por todo el pedazo de carne.

-Oh… -comenzó a gemir Raúl.

Mi lengua se movía sin rumbo fijo, pero trataba de lamer cada rincón de aquel rabo. Mientras lo hacía, olisqueé el aroma procedente del pubis de mi vecino y amigo. Olía bien. Tremendamente bien, de hecho. Aspiré aquel olor a fondo cuando, en un intento por follarme la boca, Raúl presionó mi cabeza contra su abdomen.

Fueron varios segundos en los que pude sentir perfectamente cómo su glande chocaba con mi garganta. Inesperadamente, había conseguido tragármela entera.

-Joder, vaya boca tienes -me dijo mi vecino-. Podrías haber avisado.

-Calla, cabrón -contesté-. Que casi me ahogas.

Acto seguido, quise devolverle lo de antes. De modo que, pillándole desprevenido, le hice flexionar las piernas sobre mis hombros, dejando su ano al descubierto.

-Bro, no -avisó.

-Tranquilo. Solo quería verlo.

Pasé mi dedo corazón izquierdo por aquel rosado culito cubierto finamente por algunos pelos. Me percaté del suspiro de Raúl cuando mi dedo rozó su abertura.

-Tú te haces el chulo, pero en realidad estás deseando una buena polla.

-No te flipes y sigue con lo que estabas haciendo.

Realmente iba a obedecerle, pero no quise ser tan sumiso.

-Terminemos mejor con un 69. Porque tú también estás a punto de correrte, ¿no?

-Sí -respondió-. Yo encima.

Asentí. No me importaba que él se pusiera encima. De hecho, me parecía bien, ya que así yo solo me tendría que dejar hacer. Al cambiar de posición, eché un vistazo a la puerta desde la cama, solo por si acaso. Estaba algo más abierta de lo que yo la había dejado, pero al tener la ventana abierta, era normal.

-¿Quieres que baje a mirar si mi hermano sigue con la Play? -me preguntó, al ver mi cara de preocupación.

Yo no quería cortar el momento, así que le dije que no hacía falta. Me tumbé boca arriba y, con cuidado, Raúl se situó sobre mí. Se aseguró de que su rabo quedara a la altura de mi boca y, cuando me vio abrir la boca, dirigió la suya a mi polla.

Cuando sentí su lengua recorrer mi falo, pensé que estaba en la gloria. Comiéndole la polla a un amigo mientras este me la comía a mí. Realmente era lo último que me esperaba. Pero ya no había manera de echarse atrás.

Raúl agarró con firmeza mi rabo y empezó a chuparlo con ansia. También me masajeaba los huevos mientras me la comía y, en una de esas bajadas, intentó metérsela hasta el fondo. Pero mis 20cm fueron demasiado para él, de modo que se quedó a unos pocos centímetros de lograrlo.

Para compensar su esfuerzo, decidí intentarlo yo también. Y, tal y como había sucedido antes, lo conseguí. Sus huevos habían acabado apoyados sobre mis ojos y pude oler de nuevo aquel aroma tan exquisito. No sé cuánto tiempo estuve así, con toda aquella polla en mi boca. Solo sé que, en algún momento, mis manos decidieron abrir sus nalgas e introducir, sin avisar, un dedo en aquel maravilloso ojete.

-¡Ahh! -gritó Raúl, tratando de no hacer ruido.

No obstante, y a pesar de su primer grito, realmente no hizo nada por sacarlo de ahí. Por lo que, con cuidado, moví mi dedo en círculos, masajeando así su culito. Aquello le gustó demasiado, ya que apenas un minuto después, se sacó mi polla de la boca para avisar.

-Me corro. Bro, bro, que me corro -insistió al ver que yo no paraba de chupar.

Continué mamando hasta que Raúl avisó una última vez.

-¡Tú! ¡Que ya sale! -dijo, intentando susurrar.

Aparté mi boca, pero con mi mano derecha empecé a masturbarlo mientras mi mano izquierda permanecía sobre su trasero, con el dedo aún metido y moviéndose en círculos.

-¡Hhhmm! Ohh… -gimió mi vecino.

No los conté, pero probablemente soltó cinco o seis chorros que fueron a parar, inevitablemente a su cama y a mi perfil derecho.

No tardé en seguir a mi amigo. Este había vuelto a meterse mi polla en la boca y, por el morbo del momento, apenas aguanté. Solo que a mí se me olvidó avisar.

El primer trallazo salió disparado dentro de su boca. Después, la apartó y los otros seis volaron como si de un cañón se tratara hasta la espalda de mi amigo, cayendo algunos en su sábana.

-Joder, tío, podrías haber avisado -replicó.

Sin embargo, le vi relamerse los labios.

Entonces, fruto del silencio causado por el fin del sexo, escuchamos unos pasos bajando las escaleras. Y la puerta, antes entornada, ahora permanecía abierta de par en par.

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¿Qué os ha parecido? Es algo que no había hecho nunca, pero creo que me ha quedado bien. ¿Tenéis ganas de ver a quien les ha pillado en acción? Porque yo ya estoy deseando escribirlo, jajaja. En fin, espero no tardar mucho en traer la siguiente parte. ¡Un saludo!