Mi vecinita 9
Rafa nos cuenta cómo se lo pasó con su sorprendente y no tan inocente vecinita...
Capítulo 9
Estaba tan eufórico, que hasta me ofrecí a cocinar, algo que como amo no tendría porqué realizar. Pero como os he dicho, me sentía bien, muy bien por haberla ayudado y quería que esa agradable sensación se prolongara aún más. Además estoy acostumbrado a hacerme las comidas ya que vivo solo, de modo que no me daba pereza. Ahora que lo pienso más detenidamente quizás sintiese el impulso de mostrarle otras de mis dotes, no solo entendía de números, también sabía cocinar… ¿Quería impresionarla? No, lo más seguro es que tratara de acallar el sentimiento de culpa y remordimiento por el modo en que conseguí los favores de Coral. El caso es que, si tengo que ser sincero, no lo sé; no sé qué me impulsó a guisar en aquella ocasión, simplemente lo hice. Y me gustó, disfruté haciendo algo para ella aunque fuese algo tan insignificante como un plato de comida casera.
Una vez lista la comida, preparé la mesa. Mientras lo hacía, me vino a la memoria, lo bien que nos lo habíamos pasado el día anterior. Si hoy pudiera repetirse aquel mágico momento… Eso me recordó que al final entre unas cosas y otras, Coral no se había tomado la dichosa pastilla anticonceptiva. Menos mal que me acordé. Decidido a evitar errores mayores, me resolví a abordar el tema nada más comenzásemos el almuerzo. Por nada del mundo quería dejarla embarazada. No me malinterpretéis. No quería arruinarle la vida. Sabía que un embarazo sería un auténtico mazazo en su vida. Tenía un brillante porvenir y no deseaba estropeárselo. Yo… yo solo quería disfrutar de ella, sin hacerla daño. Sin hacerle mucho más daño, me había comportado como un cerdo y la había coaccionado para que yaciera conmigo. Si eso no era hacerle daño… No me gustaba aquella línea de pensamiento. Me hacía sentirme culpable, sí me remordía la conciencia. Pero no tenía remedio, de nada valía quejarse. Me concentré en lo que hacía, eso me libró de mi mala conciencia de momento.
Cuando lo tuve todo listo, me acerqué a la salita donde estudiaba mi linda esclavita. Estaba radiante, sentada de espaldas a mi, no se dio cuenta de mi llegada. Las armoniosas curvas de su espalda me hipnotizaron. La suave caída del sedoso cabello sobre sus hombros, el delicioso talle, la sugerente redondez de su culito… Simplemente me quedé allí embobado observándola. Podría estarme así mirándola extasiado durante horas, pero el hambre me acuciaba, así que la llamé a comer. Me pareció que se azoraba. Al principio no supe el porqué de su sonrojo, aunque la razón se me hizo evidente un poco después. Cuando se levantó de su silla, pude comprobar la humedad que había depositada en la toallita que puse sobre el asiento. Menos mal que se me ocurrió ponerlo. Estuve tentado de hacer algún comentario. Pero no quería herirla y mucho menos al saber que pronto tendría que abordar el asunto de la pastilla, de modo que decidí ignorar la manchita de flujo y hacer como si no la hubiese visto. Ella se percató de que yo la había descubierto, el ligero rubor se hizo más intenso, pero tampoco dijo nada.
Nos sentamos uno frente al otro como hiciéramos el día anterior, pero ninguno nos decidíamos a romper el silencio. Por fin, decidí tomar el toro por los cuernos y abordar el espinoso asunto de la pastilla anticonceptiva. Por fortuna, Coral se mostró mucho más comprensiva. Sabía que era la mejor opción. Después de lo sucedido, o se tomaba la pastilla o se arriesgaba a quedarse embarazada. Recelaba un poco, era normal, pero logré convencerla mostrándole el prospecto. Para evitar nuevos despistes, se la tomó en aquel mismo instante. Después de aquello, la tensión desapareció. Comenzamos a hablar de temas intrascendentes como la comida. ¡Le gustaron mis guisos! Aunque no eran nada del otro mundo, la verdad. Comenzamos a hablar de las pruebas de selectividad, de lo que pensaba estudiar y la puntuación que necesitaba. Al parecer necesitaba una nota muy alta para poder acceder a la carrera de derecho que era lo que quería estudiar. Ella no paraba de agradecerme la ayudita prestada con las matemáticas. Yo le resté importancia, y la elogié por su rápida comprensión. Ella comenzó entonces a inquirir acerca de mí, cómo había sido mi infancia, mi relación con mis padres, mi modo de ganarme la vida… Se interesó mucho por él, sabía que era ingeniero informático y no paraba de hacerme preguntas con mi carrera, las posibilidades laborales... Aquello me extrañó, quería estudiar derecho y lo cierto es que no hay mucha relación entre la informática y las leyes… Intrigado le pregunté por qué se interesaba tanto por una ingeniería cuando iba a estudiar leyes. La respuesta me dejó de piedra. Ella deseaba estudiar ingeniería informática pero su padre estaba empecinado en que estudiara derecho y que eso es lo que debía hacer. Por más que traté de animarla para que hablara con su padre seriamente del tema, no conseguí nada. Sólo una amarga sonrisa cuando le dije que le hiciera ver que ya era mayor de edad… Realmente estaba subyugada a la voluntad de sus padres. Tendría que hacer algo por ella, pero el qué… El tiempo pasó volando, era tan agradable charlar con ella… cuando nos quisimos dar cuenta, ya eran más de las cuatro.
No teníamos mucho tiempo, los padres de Coral no tardarían en llamarla por teléfono. Yo estaba dispuesto a dejarla marchar. Había conseguido lo que quería y después de mi maratoniana y estúpida sesión nocturna no deseaba nada más. Pero a Coral debió parecerle mi actitud muy extraña…
- ¿No… no vamos a hacer nada hoy?
La pregunta me pilló totalmente descolocado. Si he de ser sincero, al principio, no sabía a qué se refería. Claro que no tardé en reaccionar, no me fue difícil. Apenas si apartaba la mirada del suelo con la cabeza gacha, lo que no me impidió percibir el intenso rubor de sus mejillas. Aquella chiquilla era realmente encantadora. La mirada dirigida hacia el suelo, el rubor en sus mejillas, eran señales más que significativas... Estaba encelada, caliente y entregada, una hermosa joven dispuesta a satisfacerme sexualmente. Sin embargo, no me apetecía follármela, claro que eso no significaba que no pudiera hacer otras cosas con ella. Tomé una rápida decisión, volví a meterme en el papel de amo…
- ¿Cómo dices esclava?
Mi manera de responderle, debió sorprenderla. Vaciló un poco antes de contestarme, pero cuando lo hizo, me dejó satisfecho… Ella también se metía en su papel…
- Perdone mi Amo… ¿No… no desea… no desea los servicios de… de su esclava?
- Aprendes rápido, esclavita. Eso está bien, me gusta. Ya que lo mencionas, puedes bañarme. ¿Te apetece?
Ya sé lo que me vais a decir. Un Amo, nunca le preguntaría a un esclavo que si le apetece hacer algo. Pero era mi segundo día como Amo de Coral y me faltaba experiencia. Cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde. Afortunadamente, Coral estaba mucho más metida en su papel y supo reaccionar de un modo realmente exquisito.
- Yo… yo siempre estoy dispuesta a satisfacer los deseos de mi Amo y Señor.
Aquella respuesta no solo me satisfizo plenamente, me halagó. Ciertamente no podría haber esperado una respuesta mejor de una esclava bien entrenada. Me sentí como un auténtico amo dominante, experto en controlar a cualquier hembra que se le pusiera por delante. Ya sé que no es así, pero en aquel instante, me llené de orgullo. Coral estaba asumiendo su papel mucho mejor de lo que cabría esperarse. Y eso satisfacía todas y cada una de las fantasías que había tenido acerca de la dominación. Coral era un sueño hecho realidad, si sabía manejar mis cartas, podría llevar a cabo todo cuanto siempre había ansiado. Mi respuesta fue instintiva, llevé mi mano a su mentón y la obligué a que me mirara. A continuación, la besé en la boca. Sus carnosos y deliciosos labios se unieron a los míos, ansiosos. Nuestras lenguas se enzarzaron en una sensual pelea por saborearse. Fue un beso febril, apasionado y… tierno. Una tímida sonrisa le iluminó el rostro, ella sabía que me había gustado su modo de actuar. Y yo, le correspondí con otra similar.
De modo que allá fuimos, al baño sin tener una idea clara de lo que deseaba hacer con ella. Pensé en llevarme las cámaras, pero era demasiado engorro y estaba el peligro latente de que se mojaran. Decidí que algunas cosas se podrían quedar en la intimidad de nuestros recuerdos, y aquella iba a ser la primera. Coral me seguía, dócil sin decir nada, sin hacer ruido con sus pies descalzos... Pero yo sabía que estaba allí, detrás de mí, y al pensar en ello un dulce cosquilleo me erizó los pelos de la nuca. De repente, me noté el pulso acelerado, ¡estaba nervioso!
Nos metimos en la bañera, la hice colocarse delante de mí dándome su espalda. Ella me obedeció contrariada, sin duda no era eso lo que se esperaba. Me aseguré de que el agua estuviese tibia y comencé a enjabonarle la espalda con pausados y suaves movimientos. Usé su esponja con la mano derecha, pero la izquierda no permanecía quieta. Seguía la estela de su hermana, unas veces rozando otras amasando la tersa y resbaladiza superficie. El tacto de la delicadísima piel de mi esclava me hipnotizaba. Podría pasarme horas y horas simplemente acariciándola. Comencé por los omóplatos, haciendo breves incursiones en la nuca, para luego descender por las dorsales hasta llegar al lugar donde la espalda pierde su casto nombre. Después subí por su costado derecho, evitando rozar demasiado la base de su pecho, hasta llegar a la axila. Debí de hacerle cosquillas pues se encogió un poco pero me dejó hacer. Continué con su hombro y su brazo correspondiente para seguir con el correspondiente izquierdo. Nuevamente las cosquillas, tendría que jugar con ella otro día a hacerle cosquillas… Pasé rápidamente a sus bien torneadas y larguísimas piernas. Sí me dejé lo mejor para el final. Me entretuve bastante con ellas, sobre todo en sus muslos. Cuando me acercaba a su cara interna, la sentía estremecerse. Para estas alturas, mi chica estaba totalmente entregada, si no lo estaba ya antes. Separaba sus piernas poco a poco para que la esponja pudiera acceder sin ningún problema a la parte superior del muslo. Pero yo evitaba acercarme demasiado a sus ingles, el tibio calorcillo que desprendía su entrepierna me tentaba pero estaba decidido. Lo dejaría para el final.
Como estaba cerca de su culito, decidí ser un poco travieso. Dediqué unos instantes a sus firmes y redonditas nalgas. Aquello me supuso una pequeña victoria, le arranqué el primer jadeo. Fue un gemidito quedo, que trató malamente de disimular y que me dio nuevos y renovados ánimos. En mi mente comenzaron a bullir nuevas y descalabradas ideas a cada cual más depravada. Por supuesto, rehuí todo acercamiento al impresionante desfiladero que mediaba entre sus glúteos, hacerlo me hubiera significado a anticiparme. Me incorporé y pasé a enjabonarla las caderas y el vientre. Primero su parte baja, rozando la el pubis. Después el ombligo y el estómago. Imagino que a estas alturas, ya sabréis lo que vendría a continuación… y ella también se lo imaginaba. Respiraba agitadamente, y ahora que la tenía tan cerca, vi cómo se mordía los labios. Trataba de controlarse y reprimir sus jadeos.
- ¿Estás disfrutando del baño esclava?
- Sí… sí… mi Amo… mucho…
- ¿Estás caliente?
- Sí… Señor… estoy muy caliente…
- Pues no te cortes zorrita… quiero ver lo puta que eres. Así que no te reprimas. Quiero oírte gemir y jadear como la puta que eres. ¿Entendido?
- Sí… Sí… mi Amo… ahhh…
Comencé a morderle, lamer y besar el lóbulo de la oreja. Al tiempo que mis manos comenzaron a enjabonar sus tiernos pechitos. Primero pasé la esponja por su seno para después describir un amplio semicírculo que abarcó ambas mamas. Mi mano izquierda buscó su pecho izquierdo. ¡Ostias! Casi me traspasa la palma con su pezón. ¡Qué duros los tenía, no parecían de carne! Coral que ya no tenía motivos para reprimirse, correspondía a cada caricia con un nuevo jadeo. Unos más intensos que otros, pero todos rebosantes de placer. No sé cuánto tiempo estuve enjabonando, acariciando y amasando aquellas rotundas y bamboleantes masas de carne. No me cansaba de sentir su turgencia, de apreciar su tersura y sensibilidad. A veces, los apretaba como si quisiera exprimirlos, otras en cambio me limitaba a sopesarlos. Los recorría una y otra vez desde la redondez de su base hasta su puntiaguda cúspide. Era delicioso contrastar la bamboleante suavidad de la mama con la pétrea consistencia de sus pezones. Mientras tanto, yo no dejaba de besarle y morderle su deliciosa nuca; y ella no paraba de gemir. Eran ya pequeños aullidos, grititos intensos y descontrolados que anunciaban un próximo orgasmo. Había llegado el momento de enjabonar su entrepierna…
Os juro que no la toqué. Simplemente apoyé la esponja en su pubis y Coral se vino con la fuerza de un huracán. Las piernas le temblaron, y tuve que sostenerla para que no se cayera. Su cuerpo se agitaba convulso, mientras un prolongado alarido terminó por rubricar la consecución de su clímax. Esperé paciente a que se recuperara y pudiera mantenerse en pie por sí misma. Una vez lo hizo, comencé el correspondiente asalto a su cálida entrepierna. Casi se me funden los dedos de lo caliente que estaba. Aquella grieta era puro fuego, un auténtico volcán de fisura encerrado en el cuerpo de una diosa.
Como había hecho antes, paseé la esponja con cautela por la sensibilísima superficie, temía rozarla y despertar al monstruo antes de tiempo. Al acercarme a las ingles, volvió a gemir, un pequeño quejido de falsa protesta. Fue como si me dijera: “No quiero que juegues en mi patio particular”. Pero al mismo tiempo, separaba un poco más sus hermosas piernas para facilitarme el acceso a su área restringida. Volví a morderle suavemente en la nuca, había descubierto que cada vez que lo hacía, Coral se quedaba inmovilizada completamente quieta. Lo más que hacía entonces era gemir y ronronear como una gatita en celo. ¡Y me gustaba! Me gustaba darle placer, quería proporcionarle todo el placer del que fuese capaz durante el mayor tiempo posible. Bueno, era eso y que al morderla, lograba dominar los nervios que me embargaban. Mis manos temblaban ansiosas por acariciar los más íntimos tesoros de mi entregada esclava… y no quería estropear aquel mágico momento.
Paseaba mi mano por su rasurado pubis, frotando la esponja en pequeños círculos que paulatinamente se iban acercando al final del monte de Venus. Cuando estaba a punto de sobrepasarlo y caer al abismo encerrado en los labios mayores, me desviaba hacia alguna de sus ingles. Mientras, mi otra mano seguía entretenida amasando las irresistibles tetitas, jugando caprichosa con sus irreductibles y puntiagudos pezoncitos. El juego se prolongó hasta que los jadeos de mi esclava adquirieron un inconfundible tono de frustración, súplica y enfado. Pasé pues a enjabonar a conciencia el área restringida, sin olvidarme de su lindo traserito. Coral parecía sorprenderse por la inusitada atención que ahora le dedicaba a su ano pero estaba en mis manos, presa de su propia lujuria. Creo que lo hizo sin darse cuenta, el caso es que se echó un poco hacia delante y con sus manos se separó ambos cachetes. Era una imagen arrebatadora. Tan arrebatadora, que logró que mi exhausto amiguito hiciera un primer amago de erección. En otras circunstancias, estaría doliéndome la polla de lo dura que la tendría, pero ahora… bueno, ahora también me dolía pero de puro agotamiento.
Me arrodillé para tener una mejor visión de la zona a trabajar. Mis dedos se deslizaban ahora ya sin esponja por entre los sedosos y resbaladizos pliegues. El cálido volcán los llamaba, pero yo seguía resistiéndome a explorar los interiores de aquella gruta. A veces separaba un poquito los carnosos labios y recorría la superficie de los hermanos menores, provocando en Coral un incontenible torrente de incompresibles jadeos. Un par de veces, las rodillas parecieron fallarle, y me vi obligado a sujetarla. Al tiempo que exploraba las maravillas de su coñito, otros deditos, tal vez más intrépidos se adentraban en las oscuridades de su puerta trasera. El caso es que me resultaba imposible diferenciar entre las exclamaciones debidas a mis atenciones a un lado o al otro. Por fin me decidí a adentrarme en la ardiente vagina. Pero cometí el “error” de rozar “sin querer” su erecto botoncito de placer. Apenas si llegué a tocarlo, lo juro… pero nada más hacerlo, el mundo se me vino encima. El mundo no pero Coral sí…
Fue increíble, no pensé que pudiese estar tan caliente. Nada más acariciar su clítoris, las paredes vaginales se cerraron sobre mis dos dedos exploradores al tiempo que un impetuoso torrente bañaba mi mano. Al tiempo, las piernas dejaron de sujetarla con lo que mi sufrida esclava se me caía encima. Tenía que sujetarla de algún modo, de manera que mi mano izquierda que en ese momento hurgaba con su culito, se apresuró a empujarla para evitar la caída. Con tan mala suerte que mi pulgar se le clavó en el ojete cuan largo era. Esta inesperada intromisión volvió a arrancarle nuevas convulsiones y estridentes jadeos. Coral se estaba viniendo, pero se me estaba viniendo de verdad, como no me andase con ojo se iba a caer encima mío. Era evidente de que ya no podía mantenerse en pie así que me limité a controlar la caída. Quedó sentada delante de mí derrotada por su intenso orgasmo. Claro que yo no estaba dispuesto a dejarla tranquila…
Tenía a mi chica rendida y a mi completa merced. Su cuerpo yacía desmadejado pegado al mío. Seguía dándome la espalda, por lo que aún gozaba de un perfecto acceso a sus zonas más sensibles. Apoyaba su espalda en mi pecho, y su cabeza descansaba en mis hombros. Así el cabezal de la ducha y comencé a regarla con él. Al principio de un modo inocente, distribuyendo el agua tibia por todo su cuerpo. Pero no tardé en darle un uso un poquito más picante, al dirigir los chorros en exclusiva a su expuesto coñito. Coral ronroneaba como una gatita mimosa, pero yo quería algo más. Abrí un poco más los grifos para que el agua saliera con más fuerza. La nueva intensidad, hacía algo más sólo mojarla. También la rozaban, frotaban y estimulaban en una zona especialmente sensible. Comencé a jugar con la regadera, unas veces apartaba el chorro hacia otras partes de su hermosa anatomía. Otras, oprimía la alcachofa para lograr unificar los chorros en uno más grueso y más intenso. A veces, cambiaba a agua fría, otras a caliente… En fin que llevé a cabo todas las barrabasadas que se me vinieron a la mente hasta que me cansé. Todas con un único propósito, no dejar en paz el tierno botoncito que tan mal se escondía en su tierno coñito. Cuando se me hubieron acabado todas las ideas de las cosas que podía hacer con la ducha, me planteé seguir con nuevos juegos…
Volví a posar mi mano sobre su lampiña entrepierna. Mis dedos no tardaron en localizar a su indefenso objetivo. Con presteza separaron los delicados labios y se abalanzaron sobre el expuesto clítoris. Un débil no se le escapó a mi agotada esclava que aún no se había recuperado de su último y gozoso clímax. “No puedo más por favor”, me dijo. Pero yo ignoré sus súplicas y seguí insistiendo. Frotaba mis dedos con decisión y después le daba pequeños azotitos, lo pinzaba suavemente… pero nunca lo dejaba tranquilo. No tardé en comprobar lo acertado de mis atenciones. El cuerpo de Coral, se tensó, y se echó hacia atrás, las manos se crisparon y un nuevo torrente de flujo se escurría entre mis dedos. Pero yo no aminoré sino que seguí con mi tarea. Una cada vez más histérica serie de “noes” comenzó a escapar de la garganta de mi suplicante y, cada vez más, asombrada esclava. Mas estaba resuelto, y continué ignorándola. Entonces, la voz se le quebró, los ojos se le pusieron en blanco y su cuerpo se arqueó de tal modo y con tanta violencia que me hubiera tirado a mí de no estar perfectamente apoyada mi espalda en la bañera. Lo había logrado, mi chica estaba disfrutando del orgasmo definitivo. Las piernas se le movían descontroladas, al igual que los brazos, respiraba agitadamente y murmuraba palabras sin sentido. Debía de estar en la gloria…
Coral cayó en una dulce duermevela, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor. Yo me dediqué a disfrutar del espectáculo que me ofrecía su maravilloso cuerpo. Volví a rociarla con el agua tibia, escurriendo perezosamente la espuma que seguía envolviéndola. Le mesaba los cabellos y le daba pequeños piquitos. Era una delicia abrazar a una hembra así. Toda ella desprendía paz, sosiego y felicidad. Y yo me contagié de ella. Los minutos que pasamos así abrazados en aquella bañera, jamás los olvidaré…
Pero si yacer abrazándome a ella ya me resultó glorioso, lo que vino a continuación lo fue aún más. Cuando se recuperó, se giró y comenzó a darme pequeños y deliciosos piquitos por todo el cuerpo. Sobre todo, el pecho, los hombros y el cuello. Después me besó larga y tiernamente en la boca. Fue un beso desinteresado, lleno de gratitud, diría que hasta cariñoso. Luego me miró a los ojos. Su mirada era una extraña mezcla de inocencia, picardía, felicidad y lascivia que me dejó desarmado. Os juro, que en aquel momento hubiese hecho cualquier cosa que me hubiera pedido, cualquiera...