Mi vecinita 7
Finaliza el primer día de Rafa como dueño de Coral.
Capítulo 7
Cómo vuela el tiempo cuando uno está a gusto. Lo que yo pensé que fueron unos breves instantes de descanso abrazado a mi dulce esclava; fue en realidad casi media hora de apacible reposo. Media hora en la que estuve disfrutando de la deliciosa suavidad y tersura del espléndido cuerpo de Coral. Seguía dentro de ella y aunque mi erección había dejado de ser, me sentía muy a gustito entre las cálidas paredes de su acogedora cuevita. De vez en cuando, sus húmedas paredes me masajeaban suave y placenteramente. Ciertamente, el tiempo voló. No se podía estar más a gusto.
Ambos estábamos relajados, satisfechos y… hambrientos. Llevábamos jugando muy entretenidos desde media mañana; sin darnos cuenta, había llegado la hora de comer. De modo que aunque no me hubiera importado seguir jugando con mi tierna esclavita, ahora tenía otra necesidad más acuciante. Me incorporé pensando en preparar algo de comer, cuando recordé que podía hacer algo mucho mejor…
- ¿Tienes hambre, esclava?
- Sí… bastante… esto… Amo…
- Pues date una ducha rápida, ponte un delantal y cocínanos algo sabroso y rápido con lo que hay en la nevera. ¿Sabes cocinar, verdad esclava?
- Sí… sí sé cocinar… señor… Ahora voy… señor…
El tono de las últimas palabras no me acabó de gustar. Pero ¿qué podía esperar? La acababa de de forzar para que se entregara a mí y se convirtiera en mi esclava. No la había seducido, ni siquiera convencido; simplemente la había obligado con la amenaza del chantaje. Era una esclava, y las esclavas no te sirven por más razón que la fuerza. Claro que tendría que hacer algo con el tono empleado. Una esclava además de obedecer, debe mostrar el debido respeto a sus amos. Pero ya tendría tiempo de atender este asunto. Ahora lo que quería era tomarme una duchita y comer… luego, vendría el postre…
El postre, sí era un delicioso postre el que me aguardaba. Coral era una chica fantástica. A pesar de no sentirme orgulloso por lo que acababa de hacer, lo cierto es que tampoco me arrepentía del todo. Era demasiada hembra como para ignorarla o desperdiciarla. Me justifiqué pensando que no la habría podido conseguir de ningún otro modo. Que el chantaje era la única manera en la que me podía haber acercado a ella. Sí tal vez le podría haber dado las fotos y ganar su gratitud. Pero con la gratitud poco más habría podido conseguir de ella…
Pasé mi mano distraídamente sobre las sábanas, noté algo húmedo. Sin duda restos de nuestros fluidos. Miré y era sangre. Los restos de la virginidad tomada bajo coacción. Inmediatamente me volví a empalmar pensando en lo mucho que había disfrutado con aquella chiquilla, ahora toda una mujer. Eso me recordó que aún estaba en el baño, duchándose…
Quise acercarme lo más sigilosamente posible. Sí, es cierto, quería espiarla. Pero fui tan torpe que me tropecé con uno de los trípodes que había colocado formando un buen escándalo. Adiós al factor sorpresa. Cambié de planes, me dediqué a revisar las cámaras y comprobar si lo habían grabado todo. La verdad es que todo me estaba saliendo a la perfección y las diferentes cámaras lo habían registrado todo desde sus diferentes ángulos. Tendría bastante material para editar y guardar. Material de muy buena calidad.
Os preguntaréis que para qué quería todo aquello si le había prometido no divulgarlo ni darlo a conocer de ningún modo. Lo cierto es que tenía varios motivos. Por un lado, me permitía reforzar mi chantaje al disponer de más y mejores pruebas en su contra. Por otro, me serviría para aliviarme en caso de emergencia y no poder disfrutar de la presencia física de mi esclava. Finalmente, pensé con amargura, me serviría de recuerdo cuando finalizado el contrato, ella se separara definitivamente de mí.
Os habréis dado cuenta de que últimamente me refiero a ella como mi esclava y rara vez menciono su nombre Coral. No lo hago por considerarme superior a ella, ni por humillarla. Ahora ella no está presente. Lo hago porque me duele usar su nombre. Si pienso en ella como Coral, me veo obligado a reconocerla como persona que tiene sentimientos. Y saberme culpable de violentarla, humillarla y chantajearla, entre otras cosas, no me hace sentirme bien precisamente. En cambio, si me refiero a ella como mi esclava, deja de ser persona. Se convierte en algo de mi propiedad, no es un objeto, pero sí es algo mío. Algo a lo que tengo el derecho de usar y disfrutar a mi antojo. Es algo retorcido y perverso, pero funciona. Ya sé que eso solo me hace mucho más vil de lo que ya soy pero prefiero no pensar demasiado en ello… Después de todo, ya no hay vuelta atrás. Ojalá la hubiera.
Que me distraigo. Por donde iba… ah ya recuerdo. Había estado entreteniéndome revisando las cámaras habida cuenta del desastroso intento como Voyeur. Como Coral seguía demorándose en el baño, decidí acercarme para ver lo que estaba haciendo. Mi mente calenturienta, ya se la estaba imaginando masturbándose como una loca, disfrutando de un sensual y relajante baño de burbujas. No estaría mal unirme a su fiestecita aunque se retrase el almuerzo, pensé mientras sentía a mi amiguito endurecerse. Lo que vi en cambio, me hizo darme cuenta y descubrir lo cabrón que fui… y que soy. Coral estaba envuelta en un mar de lágrimas mal disimuladas por la abundante agua de la ducha. Su bello y hermoso rostro se notaba crispado y tremendamente atormentado. Pero lo que de verdad me llamó la atención fue la frenética actividad en su entrepierna. Coral se frotaba insistentemente y con salvaje vehemencia, no se enjabonaba, se restregaba. Usaba la esponja como una lija o una lima. Quería arrancarse la verdadera suciedad que le humillaba el alma. Una mancha que no se le iría por más que se raspase, ni aunque se restregara hasta hacerse sangre. Entonces me sentí el ser más abominable dela Tierra, y sentí verdadera vergüenza. No pude soportar verla, no podría mirarla a la cara. Me aparté de la puerta y me escondí detrás de la pared, afortunadamente ella no me había visto. Asustado por la magnitud de mi agravio, regresé a la alcoba. Nervioso me puse un albornoz, me daba palo presentarme delante de ella en bolas. En un arrebato de decencia, decidí pedirle disculpas, tratar de arreglarlo todo. Me había acostado con ella, lo habíamos disfrutado y… y ahí acabaría todo. Quizás… quizás así… Alcancé la puerta del baño aún confuso por este ataque de remordimientos. Entré, y me encontré con ella recién acababa de secarse.
Nuestras sorprendidas miradas se cruzaron durante unos instantes. Instantes en los que luché por vencer mi temor y mi vergüenza y suplicarle el inmerecido perdón. Instantes en los que me perdí admirando la triste hermosura de los ojazos castaños de Coral. Eran tan puros, tan limpios… y yo los había manchado. Las palabras atrancadas en mi garganta, comenzaron a salir en forma de balbuceos incoherentes. Pero antes de que pudiesen tomar forma, Coral dijo algo que no fui capaz de comprender, y se escabulló dejando la toalla que la envolvía. El mágico instante se había esfumado, la breve oportunidad que dispuse para disculparme había pasado. Al poco la oí revolver en la cocina, sin duda buscando los utensilios e ingredientes con que preparar algo de comer. Al mismo tiempo, regresó mi determinación de disfrutarla de nuevo. La visión de su bello cuerpo desnudo alejándose hacia la cocina me hizo desearla de nuevo. No debía echarme atrás, no podía echarme atrás. La suerte estaba echada, sólo se podía hacer una cosa. Cumplir con el plan previsto… y disfrutar de él mientras pudiera…
Nervioso abrí el grifo de la ducha, el agua caliente me reconfortaba. Pero decidí abrir el grifo del agua fría dada mi creciente erección. Pensar en el desnudo cuerpo que tenía a escasos metros de mí no me ayudaba a controlarme. De modo que recurrí al viejo truco del agua fría para calmar y bajar mis pasiones. Funcionó, y al poco terminé de enjabonarme y salir de la ducha. Después de secarme y ponerme el albornoz, me dirigí hacia la cocina para ver qué tal le iba a mi esclava.
No debía de irle mal a tenor del delicioso aroma que me llegaba. En aquel momento, el hambre volvía a ser el instinto básico más importante en mi vida. Lo fue sin discusión hasta que llegué a la cocina y vi a mi esclava atareada preparando los platos. Se había puesto el delantal que la cubría por delante, pero en cuanto se daba la vuelta me mostraba un panorama imposible de olvidar. Menos mal que estaba terminando. El acuciante pinchazo del hambre me hizo mantener la compostura y la determinación de comer.
Coral había preparado la mesa de un modo sencillo y práctico. Prácticamente igual a como lo hago yo todos los días, con la salvedad de haberla preparado para dos personas. Me gustó el modo en que lo había dispuesto todo y me gustaron aún más los sencillos pero sabrosos guisos que había preparado en el escaso tiempo del que dispuso. Realmente, sabía guisar, sabía guisar muy bien. No es que yo no me sepa defender con los fogones. La vida de soltero te obliga a saber manejarlos. Pero el toque que le había dado a la ensalada y a los filetes a la plancha delataba la pericia de alguien acostumbrado a cocinar. Seguramente más tarde, tendría que pedirle algunas recetas.
- Guisas muy bien, esclava. La ensalada y los filetes están muy, muy buenos.
- Gracias, mi madre siempre ha insistido en que aprendiéramos a cocinar y mi padre siempre dice que soy la que mejor cocina de la casa…
Lo más seguro es que el halago la pillara por sorpresa. El rostro se le iluminó, una sincera y espontánea sonrisa manifestó la alegría por el cumplido. Sin duda se sentía orgullosa por sus habilidades culinarias. En un genuino arrebato de sinceridad se olvidó de todo lo que le había hecho y me habló de ella, de sus sentimientos, proyectos, deseos y temores. No fui capaz de interrumpirla, bueno, lo cierto es que no quise interrumpirla. Coral me gustaba y me estaba abriendo su corazón… Decidí considerar aquella comida como un tiempo muerto. No estaba con mi esclava, sino con mi bellísima vecinita. Fue un almuerzo realmente delicioso y agradable. Como hacía mucho que no disfrutaba. Sin embargo, todo lo bueno se acaba. Cuando llegaron los postres, algo cambió. Después de tomar el café, la sombra de nuestro acuerdo volvió a flotar en el ambiente. Aquel fugaz ambiente de amistad había pasado. Una triste visión de lo que podía haber sido.
La culpa de aquello la tuve yo. Había sido demasiado previsor, y junto a las tazas preparadas para servir el café, Coral encontró una pastilla. Como no podía ser de otro modo, al instante preguntó llevada de su curiosidad. En cuanto lo hizo, se me ensombreció el alma. Bien sabía que la respuesta no le agradaría. Era una pastilla para evitar el embarazo, en cuanto habláramos del tema, el cálido ambiente se iría al garete. Como así fue…
Sin embargo, yo era la parte beneficiada de aquel acuerdo de esclavitud. Así que me sentí obligado a disfrutar de las ventajas que me ofrecía. Entre las suculentas cláusulas aceptadas por ella, estaba la de poder follármela en cuanto quisiera. Quizás fuese esta sensación de superioridad, de tener la sartén por el mango el caso es que ahora que lo pienso, creo que podría haber sido más considerado y amable con ella. Sí ya sé que un verdadero amo dominante no tiene estas dudas ni se replantea estas cosas. Pero yo nunca había pensado en convertirme en un amo. De hecho, nunca me había comportado tan autoritariamente en mi vida. Siempre he pensado que hombres y mujeres tienen los mismos derechos y deberes, que las cargas y responsabilidades se deben compartir. Que aunque existen diferencias, lo sabio es aprovecharlas para complementar las carencias del otro. En fin que jamás había considerado que el sexo masculino fuese superior o el femenino inferior. Simplemente me estaba aprovechando de una estupenda oportunidad que me había surgido. Meterme en el papel de macho dominante me estaba costando mucho más de lo que había pensado. Y cada vez estaba menos seguro de lo que estaba haciendo. Como se suele decir: “ten cuidado con lo que deseas que a veces, se hace realidad”. La cosa fue más o menos así…
- ¿Y esta pastillita? ¿No me dirás que necesitas un reconstituyente vitamínico?
Me pilló tan de sorpresa que no supe reaccionar a tiempo ni bien. La cara que puse debió de ser un poema pues en seguida vi aparecer la preocupación en el alegre rostro de Coral. Sin tiempo para decidir, me salió el discurso que me había preparado por tanto tiempo. Discurso que se ceñía muy bien al papel de dominante pero que como os acabo de explicar, ahora no estoy muy seguro de que fuese el más adecuado.
- La pastilla… la pastilla no es para mí, es para ti. Es una píldora anticonceptiva de las que se aseguran que no te quedas embarazada. La compré para evitarte problemas en la farmacia. Pero… pero a partir de ahora deberás ser tú la que se encargue de comprarlas. Me refiero a las normales, no a las del día después como esta. Porque como has comprobado, no pienso usar el condón cuando folle contigo…
- ¡No pienso tomármela! ¡Eres un cabronazo! ¡No puedes…
Evidentemente, Coral no se lo tomó muy bien. No se había hecho a la idea de ser una esclava, como yo no me había hecho a la de ser un amo. Pero en su caso, la situación era mucho peor. Yo era dueño de mi destino, ella no. Yo sabía más o menos lo que quería, ella se había visto obligada y no sabía en qué iría a parar todo aquello. El caso es que una vez que comencé mi discurso dominante, me metí en el papel. Para su desgracia, en vez de ponerme en su lugar, que es lo que en otras circunstancias hubiese hecho; consideré su indignada respuesta como un auténtico caso de rebelión de un esclavo contra su amo. Como su Amo no podía tener ni compasión ni piedad. Se estaba insurbordinando, debía atajar aquel conato de rebelión en aquel mismo instante. No podía mostrar consideración alguna. Así que antes de dijera nada más, le tiré del pelo y la obligué a ponerse de rodillas. Así es como debería estar siempre, pensé. No era yo. Yo jamás me había comportado así. Más bien era como si hubiera sido abducido por otra personalidad, la personalidad de un maníaco autoritario. Como si estuviese viviendo a través de los ojos de otra persona, me vi descargando una ira que no sabía que tenía sobre mi aturdida esclava. Los argumentos que tantas veces repasara mientras planeaba mi chantaje, ahora se me venían a la mente de un modo automático. Pero aunque me reconocía el autor de los mismos, ahora al repetirlos no me parecían míos.
- ¡Escúchame bien, putita desvergonzada! Eres mi esclava y PUEDO hacer que te la tomes. ¿Así es cómo me agradeces el que me preocupe por ti? ¿Es que quieres coger un bombo y que todo el mundo se entere de lo puta que has sido? Te recuerdo que si te has vendido es para poder tapar tu conducta desvergonzada. ¿Qué crees que te pasaría si tu papaíto y tu mamaíta se enteran de que has estado follando sin parar hasta quedarte preñada? Dime…
- Yo… yo… por favor… no se lo diga…
- Háblame con respeto zorra. Por favor qué… ESCLAVA… y mírame cuando te hablo.
- Por… por favor amo… no… no se lo diga a mis padres…
- No se lo diré mientras cumplas con tu palabra… ¿vas a cumplir?
- Sí… sí… sí mi amo… cumpliré… cumpliré con todo, señor.
- ¿De veras? Dime lo que eres…
- Soy tu esclava.
La había doblegado una vez más. Estaba henchido de orgullo. Me sentía eufórico por haber controlado la situación tan rápidamente. Era una situación realmente rara, yo que jamás me había considerado un hombre autoritario, estaba disfrutando enormemente al controlar, subyugar y sojuzgar a aquella joven. No me lo podía creer, y sin embargo era cierto. Me estaba comportando como un verdadero cabrón, lo reconocía. Y por si fuera poco, lo estaba disfrutando. Eso era lo peor, me estaba comportando de un modo que iba contra mis propios principios y lo estaba disfrutando. ¿Qué clase de hombre era? ¿Acaso siempre había vivido una mentira? ¿Me había estado engañando a mí mismo acerca de mi manera de ser? En aquel momento estas y otras preguntas comenzaron a asaltarme. Dudas acerca de mi identidad moral. Pero a pesar de la enorme inquietud que despertaban en mi persona las deseché en aquel momento. Las ignoré por completo. Tenía otros asuntos urgentes que me interesaba atender en primer lugar.
Coral había cedido, era el momento de aprovechar la victoria y asegurarme el dominio sobre mi víctima. Yo era el Amo, y ningún amo tolera la insubordinación y la rebeldía. Mi esclava debía aprender a respetarme y obedecerme siempre. Nunca más debía cuestionar y mucho menos desobedecer ninguna orden mía. Debía enseñarle a obedecer, debía enseñarle que la desobediencia sería siempre severamente castigada.
- ¿Y qué hacen las buenas esclavas?
- Obedecen… obedecen a sus amos, señor.
- Bien… ¿Y qué les pasa a las esclavas rebeldes y desobedientes?
- No… no lo sé señor…
- ¿No lo sabes? Creo que sí lo sabes pero te haces la tonta… De todos modos, te lo voy a decir. Son castigadas. ¿Quieres que te castigue esclava?
- Noo… no mi señor. ¡Prometiste no hacerlo!…
- ¿Cómo has dicho?
- Perdón mi amo… usted prometió no… no hacerme daño… señor.
- Sí te dije que no te haría daño si tú cumplías con el trato y me servías como esclava. Dime ¿Te has portado bien esclava?
- No mi amo…
- Más alto, no te he oído… esclava.
- No, mi amo. No me he portado bien señor.
- ¿Mereces que te castigue, esclava?
- Sí… sí… mi Amo… Por favor… compréndalo… por favor mi amo…
- No quiero oír tus excusas. Ahora escucha bien. Porque te voy a decir cuáles son tus obligaciones. Después decidiré tu castigo. ¿De acuerdo?
- Sí… sí… mi amo…
En menudo follón me había metido, yo solo. Ahora tenía que castigar a mi esclava y no sabía cómo hacerlo. Le había prometido no hacerla daño y aunque de acuerdo con mi razonamiento estaba legitimado, no tenía pensado cómo administrar el correspondiente castigo. Por definición, el castigo debe causar el suficiente dolor como para disuadir la conducta incorrecta. De modo que si iba a castigarla, debía hacerle daño. Y ahí estaba el problema, en administrar la medida justa de dolor que me permitiera corregir y castigar su rebeldía y al mismo tiempo, ser lo suficientemente benigno como para no faltar a la promesa de no hacerla daño. Además, no tenía ningún instrumento que me ayudara. En las páginas y webs especializadas, se hablaba y comentaba sobre el correcto uso de fustas, varas, látigos y otros instrumentos. Pero yo no disponía de ninguno, como os he comentado no me había planteado la necesidad de tener que disciplinar a mi esclava. Un gran fallo por mi parte claro. De modo que para ganar tiempo y poder encontrar una salida airosa que me permitiera mantener mi estatus delante de mi esclava me fui a buscar el pequeño decálogo que había preparado con las normas de comportamiento iniciales que debía cumplir mi esclava.
En cierto modo, el haber tenido todo pensado y requete-pensado me vino muy bien. Si no hubiese sido por aquel decálogo, lo más probable es que hubiera flaqueado en mi determinación de esclavizar a Coral. Estaba descubriendo un sin fin de nuevas sensaciones y emociones, y no estaba muy seguro de que me agradaran todas. No quisiera convertirme en un sádico, y sin embargo, ver a mi esclava suplicando me dio tal sensación de dominio y poder que me resultaba imposible no repetirla. Sí, quería seguir disfrutando de mi dominio sobre Coral, de aquella autoridad impuesta a la fuerza; era una sensación realmente arrolladora y adictiva. Una vez experimentada, deseabas volver a sentirla una y otra vez. Y este descubrimiento, me estaba asustando. Temía perder el control y transformarme en un monstruo. Ahora comprendía al personaje creado por Robert Louis Stevenson. Ahora comprendía al doctor Jekyll. Lo malo es que también comprendía al señor Hyde…
Afortunadamente, como os digo, al disponer de un pequeño guión de lo que tenía pensado hacer con Coral; me pude serenar y tranquilizar. El guión me dio una base sobre la que trabajar, y también me proporcionó unos límites que no debería traspasar y que me protegerían de hacer algo que después podría lamentar. Esto me dio la suficiente calma y seguridad para seguir adelante. Después de tanto tiempo pensando y planificando mi futuro con Coral como mi esclava, no era cuestión de echarme para atrás. Acababa de empezar una nueva aventura, mi aventura como amo dominante, no iba a abandonar a las primeras de cambio. Ese nunca ha sido mi modo de ser, me cuesta lanzarme a cualquier empresa nueva o desconocida, pero una vez metido en ella, tengo que acabarla. Por lo menos ese es uno de los rasgos de mi personalidad que más me enorgullecen. El de terminar lo que empiezo, no iba a ser este el primer fracaso…
Una vez recuperada la confianza, mientras me dirigía a la alcoba para recoger el decálogo de normas, me concentré en el reto que tenía ante mí. Debía encontrar un castigo suave pero contundente. Un castigo justo, ni demasiado condescendiente ni demasiado severo. Si la disciplina era demasiado suave corría el riesgo de envalentonarla y que volviese a cuestionar mi autoridad. Si me pasaba de duro y le hacía demasiado daño… Bueno, no me gustaba la idea. Si me pasaba, simplemente la cagaría por completo. Sería mejor quedarse corto que pasarse. Para ganar algo de tiempo, volví a encender las cámaras. Sabía que si la grababa, se sentiría mucho más humillada. Entonces me dí cuenta. Yo era novato en estas lides, pero mi esclava también. Ya le resultaba bastante vergonzoso rebajarse a satisfacer mis caprichos sexuales. No necesitaba un castigo demasiado rebuscado, no en esta primera ocasión al menos. De modo que decidí darle unos simples azotitos en el culo. Seguro que si la trataba como a una niña pequeña se sentiría más abochornada por ello que por el dolor físico en sí. Y si quedaba constancia de ello, el efecto se multiplicaría. Sí eso es lo que haría con ella, con una docena de azotes debería bastar…
Cuando regresé, la encontré en la misma postura en que la dejé, lo que me agradó de veras, aprende rápido, pensé. Estaba de rodillas, tratando de disimular unas incipientes lágrimas o tal vez fueran las últimas de un desconsolado llanto. Aunque quise pasarlas por alto no pude, volvieron a mí los remordimientos y la euforia del poder. Sin embargo, esta vez me resultó más fácil rehacerme, y seguir en plan dominante. El enfado por la reciente rebelión que ahora debía castigar influyó bastante. Al menos esa es la excusa que se me vino a la mente mientras ahogaba las tímidas recriminaciones que me surgieron al ver a la pobre muchacha.
Seguía llevando el delantal, de modo que lo primero que hice fue ordenarle que se levantara y se lo quitase. Obedeció al punto. La rápida respuesta me dio nuevas alas. Mi esclava temía al castigo, temía desobedecerme y enfadarme más; en definitiva, me temía a mí… Desde el punto de vista de un amo extorsionador, aquello era más que suficiente. El miedo a la extorsión y al castigo era lo que motivaba el comportamiento de mi esclava. Sin embargo, aquello no acabó de satisfacerme, no era el miedo la emoción que yo deseaba despertar en mi esclava. Claro que entonces, lo que yo buscaba no era una esclava…
Decidí olvidarme de aquellos pensamientos que me distraían y debilitaban mi resolución de disfrutar de mi Coral y centrarme en lo que tenía pensado. Primero el dictado de las normas, carraspeé y me aclaré la voz, en un estúpido intento de mostrar mayor seguridad. Después con deliberada ampulosidad, separando bien las palabras y destacando las palabras que le resultaran más humillantes, comencé mi lectura:
- Escucha bien esclava, pues estas normas serán las que te indiquen cómo te debes comportar en esta casa. Como verás, habrá normas que podrán consensuarse, pero otras son inamovibles. Espero que sepas distinguir cuáles son unas y otras sin necesidad de que yo te lo diga. En cualquier caso, si tienes dudas puedes alzar el brazo para hablar. Ya entenderás la razón de esto.
En primer lugar, en esta casa siempre estarás así, desnuda, como tu madre te trajo al mundo. Ya te diré cuándo te puedes poner algo y qué te puedes poner.
En segundo lugar, en casa, no puedes hablar a menos que me dirija a ti expresamente.
Tampoco debes mirarme a los ojos, una esclava tan viciosa como tú solo desea una cosa, la polla de su amo y ahí es donde siempre dirige su mirada. Sólo podrás mirarme a la cara cuando tengas mi polla dentro, ya sea en la boca, en el coño, o en cualquier otro lugar.
Ya me has demostrado lo viciosilla que eres y lo mucho que te gusta el nabo. Por eso cada vez que te vayas a correr, debes avisarme y pedirme permiso. A ver si conseguimos controlar el exceso de fogosidad.
En quinto lugar, te explicaré las tres posturas básicas en las que debes estar, a menos que se te indique otra cosa. De pie con las piernas separadas y las manos en la espalda. (Como buena chica, Coral se apresuró a adquirir la pose explicada, me vi obligado a agradecerle el gesto.) Eso es, muy bien. También puedes estar de rodillas, con las piernas separadas y las manos en la nuca. (Una vez más Coral se apresuró a posar tal y como se le había explicado.) Pareces una esclava aplicada, enhorabuena, sigue así. La tercera postura es de rodillas, con las manos estiradas sobre tu cabeza apoyada en el suelo. Así, muy bien, con el culito bien alto. (A pesar de lo humillada que debía sentirse, Coral volvió a tomar la postura con rapidez. Sin duda quería congraciarse mi perdón.)
Estas son las normas básicas que has de cumplir en casa. Y como bien has deducido son innegociables. Ahora vamos a tratar con otros aspectos que pueden estar sujetos a negociación.
El primero es el cumplimiento de tu servidumbre. Dadas tus circunstancias no puedes servirme todos los días. ¿Podrías servirme tres días a la semana?
- Tres… tres días es… es mucho… mis padres me… me descubrirían se darían cuenta… (La voz de Coral había adoptado un tono chillón y agudo. Reflejaba perfectamente el miedo que se adivinaba en su rostro.)
- Se darían cuenta…
- Se darían cuenta, mi amo… (Coral estaba visiblemente nerviosa. Era evidente que no estaba intentando engañarme. Así que decidí obrar con cautela.)
- Bien… ¿entonces cuantos?
Y así comenzó un largo regateo donde yo trataba de obtener el mayor tiempo posible, y mi esclava trataba de asegurarse un acuerdo que no la comprometiera. Al final, conseguí asegurarme un servicio semanal con algunos días extras según vinieran circunstancias favorables como las de ahora. Lo cierto es que si queríamos mantener el secreto, algo a lo que yo me había comprometido, no podría aspirar a mucho más. Con lo que sabía de los padres de Coral, reconocía que a mi esclava le iba a resultar bastante complicado encontrar excusas que le permitieran servirme sin levantar sospechas. Eso nos llevó al siguiente dilema, el modo en que nos comunicaríamos. Decidimos que lo mejor sería contactar a través de mensajes en el móvil. Yo le mandaría un mensaje o una llamada perdida y ella me contestaba cuando pudiese antes de que acabara el día. Así pues era Coral la que al fin y a la postre determinaría nuestros encuentros. Claro que yo me encargaría de asegurarme muy bien de que no escaqueaba más de la cuenta.
Una vez acordados los pormenores de nuestro modo de comunicarnos y la frecuencia de nuestros encuentros, le llegó el turno al tema de los anticonceptivos. Yo había pensado que ella se encargarse de tomar su píldora. Como mucho, estaba dispuesto a ir a la farmacia a comprárselas para que su reputación en el barrio continuara inmaculada, que era lo que queríamos, claro. Pero resulta que según me dijo Coral, sus padres le miraban en sus cosas de vez en cuando y si la pillaban con esas pastillitas, todo se vendría abajo. Tampoco podríamos usar las pastillas del día después como la que tenía preparada no solo por lo difícil que es conseguirlas, sino porque su uso en exceso sería contraproducente. Así pues todo apuntaba al uso del preservativo, algo que en principio no quería. Quedamos en que yo buscaría una solución al respecto.
El siguiente punto a tratar sería el comportamiento de mi esclava hacia mí fuera de casa. Estaba claro que si me llamaba Amo o Señor en público, eso cantaría demasiado y se desvelaría el pastel. Al final, quedamos en que me podría tratar con la familiaridad con que me trataba hasta ahora, pero con la condición de que siempre que nos viéramos debía saludarme. Estuviese con quien estuviese. Yo le prometí que no forzaría las ocasiones ni me comportaría de ningún modo que pudiera resultar sospechoso.
Una vez consensuados todos los puntos, llegó el momento del postergado castigo. Lo cierto es que para ese momento, yo había perdido todo mi enfado. Durante las largas negociaciones, Coral había demostrado ser una chica sincera y legal. Estaba dispuesta a cumplir con lo pactado y de ella fueron alguna de las mejores sugerencias para resolver nuestros problemas logísticos. Pero no podía pasar por alto, el tremendo gesto de rebeldía que había mostrado. Así que, a mi pesar, no tuve más remedio que abordar el tema.
El cambio de tercio, como os podéis imaginar no fue bien recibido. Una vez más el bello rostro de mi esclava volvía a mostrar claros signos de preocupación. Decidí aprovecharme de ello para ganar el tiempo y la confianza que aún me faltaban.
- ¿Por qué esa cara esclava?
- Me… me va a hacer daño… mi amo. Usted…
- Yo ¿qué, Esclava?
- Nada… nada mi amo…
Se estaba reprimiendo, era evidente. Iba a decirme algo pero se había contenido. Sin duda tenía miedo de empeorar la situación con algún comentario fuera de tono. La tensión en su rostro y en sus manos crispadas así lo indicaba. Era tentador seguir presionándola, pero no lo juzgué oportuno. Si tensas demasiado, la cuerda se rompe y… además Coral no se lo merecía. Bastante estaba aguantando ya la muchacha. Decidí recordarle mis razones para aquello. Seguro que no las compartiría del todo, pero quizás las aceptara y acatara.
- Te recuerdo los términos de nuestro acuerdo. Si cumples con lo pactado, yo cumpliré mi parte. No te pegaré ni haré ningún daño si no me desobedeces. Dime, ¿crees que rebelarte contra mí es un comportamiento propio de una esclava? Contesta, esclava…
- No… pero yo… no amo. Por favor amo perdóneme…
- Te perdono, esclava pero no puedo pasar por alto tu insubordinación. Lo siento, pero debo corregir tu mala conducta. No obstante, como muestra de buena voluntad y en consideración, seré indulgente y reduciré la pena. Dime ¿cuántos azotes crees que mereces, seis, doce o veinticuatro?
- No… no sé… por favor amo…
Sentí que la estaba llevando al límite al pedirle aquello. Si elegía un número demasiado bajo podría enfadarme. Si por el contrario era muy alto podría valerme de su respuesta para castigarla en demasía. Si era un término medio, quizás lo juzgase mal por cualquier escusa. Ciertamente, era un juego cruel el que ahora tenía con ella. El atribulado rostro de Coral así me lo indicaba. Las lágrimas volvían a descender por sus hermosas mejillas. Para abreviar su sufrimiento, decidí apremiarla…
- ¡Dí un número!…
- ¡Veinticuatro! … Por favor no me pegue… Amo…
Coral respondió con rabia, pero logró contenerse y canalizar su furia de algún modo hacia una más que acertada súplica. Deseé abrazarla y besarla y decir que se lo perdonaba todo. No era de mi agrado ser tan… tan desconsiderado. Sin embargo, al mismo tiempo, sentí una enorme erección. No recordaba haberla sentido endurecerse tan rápidamente en tan poco tiempo. Afortunadamente, el albornoz tapó mi involuntaria reacción. De otro modo, Coral lo hubiera malinterpretado seguro. ¿Es que era realmente un sádico y lo estaba descubriendo ahora? Decidí ignorar el bochornoso descubrimiento para meditar en él más tarde. Ahora tenía cosas más urgentes a las que atender.
- Está bien, por ser valiente y reconocer la gravedad de tus actos. Como te he prometido, te daré doce azotitos en tus nalgas. Te prometo que no serán muy fuertes. ¿De acuerdo?
Coral asintió con la cabeza pero yo quería una respuesta más clara. De modo que volví a insistirle. He de reconocer que la sensación de poder y dominio que experimentaba, me hacía sentir cada vez más eufórico. Ciertamente, me estaba resultando muy placentero mostrar mi dominio sobre aquella joven. Me sentía borracho de poder. Saber que no importara lo que le pidiera a mi esclava, ella lo haría tanto si le agradaba como si no; era una sensación estimulante, energizante, vigorizante… un sentir excesivo, un placer adictivo. ¿Debía tener cuidado con él? Sin duda.
- ¿De acuerdo?
- Sí… sí mi Amo…
- Bien, vamos a la habitación. Allí recibirás tu castigo, delante de las cámaras. Por cierto, como muestra de tu arrepentimiento, mostrarás la debida gratitud por los azotes recibidos. Recuerda que es para tu bien, ya que corregirán tu conducta inapropiada.
- Sí mi Amo. Por su puesto, mi Amo.
La dócil respuesta de mi esclava me complació. Ciertamente eso es lo que la estaba exigiendo; en teoría, no tendría por qué sorprenderme pero lo cierto es que estaba asombrado. Estaba consiguiendo todo aquello que me había propuesto. Todas las cosas con las que había fantaseado, con las que había soñado, se estaban haciendo realidad. Todas, sin dejar ni una. Los relatos de dominación que siempre había considerado mera fantasía exagerada, ahora cobraban vida y se hacían reales, se volvían ciertos, eran verídicos. Tenía que admitirlo, sin entrar en explicaciones acerca de cómo lo había conseguido, yo era un Amo y tenía una esclava. Y por lo tanto debía comportarme como tal. Ese era el juego al que ambos habíamos decidido jugar. Y ahora lo que tocaba era un castigo.
Llegamos a la habitación, pero antes de comenzar los azotes, decidí que mi esclava explicara ante las cámaras lo que iba a pasar. De este modo quedaría todo debidamente grabado y registrado. Además sabía que al hacerlo, la obligaría a humillarse aún más. Le tenía que escribir el texto correspondiente así que para comprobar la docilidad de mi eslava la hice permanecer en la posición uno enfrente de la cámara mientras le escribía la nota que debía leer. Me demoré más de lo debido, pero a pesar de ello, Coral no se movió de su postura. Claro que había elegido una postura muy cómoda para ella, otro día debería probar con algo más difícil…
Que me desvío del tema. Le dí la nota a Coral para que la leyera. Al contrario de lo que esperaba, se limitó a mirarme triste y resignada al tiempo que asentía sumisa. Digo que no lo esperaba, porque esperaba ver en ella algún signo de inconformismo, de ira o de rebeldía. Pero en vez de eso, Coral se mostró paciente y calmada; como si hubiera aceptado su destino. Claro que en su sometimiento, había cierto reproche. Me hacía responsable de todas las humillaciones a las que la sometía. Cuanto más la deshonrara a ella, más me degradaba yo como persona; cuanto más la vejara, mayor ignominia para mí. Sí seguramente tendría razón, pero en aquel preciso momento, era yo el que decidía. Que pensara lo que quisiera, yo era el Amo. El abyecto amo que la mortificaba con nuevas y continuas afrentas, pero el Amo al fin y al cabo. El dueño de la situación. Si eso nos rebajaba a los dos, que así fuese, yo por mi parte pensaba disfrutarlo al máximo.
Coral se dispuso para leer la sentencia de su castigo…
- Me llamo Coral, y he accedido libremente a ser la esclava de mi Amo Don Rafael. Pero soy una esclava desobediente y rebelde. Por ello voy a ser castigada como me corresponde. El castigo, que será administrado por mi Amo, consistirá en doce azotes sobre mis nalgas. Esta grabación servirá para demostrar la bondad y benignidad de mi Amo que corrige así mis muchas faltas.
Ya sé, el texto no me salió demasiado bien, pero ¿qué esperabais para algo que se me acababa de ocurrir? Las improvisaciones no siempre te salen bien. Claro que cumplía con su función, así que todos contentos. Bueno, todos contentos no. Porque, aunque Coral hacía todos los esfuerzos posibles por disimular su vergüenza, no lo consiguió del todo. Así que el texto, aunque no tan bueno como lo hubiésemos deseado, sí que era efectivo. Después de leer su sentencia, entré yo en el plano de la cámara y me senté en la cama. Coral se acercó a mí y siguió con la siguiente escena que le había preparado.
- Su esclava está dispuesta para recibir el correctivo que se merece por su improcedente comportamiento. Señor.
- ¿Por qué vas a ser castigada esclava?
- Por… por haber insultado y desobedecido a mi Amo. Señor.
- ¿Cuál es el castigo que te corresponde por tamaña afrenta a tu Amo y Señor?
- Veinticuatro azotes, Señor.
- Pero te serán administrados doce. ¿Por qué?
- Mi… mi Amo en su generosa bondad, ha decidido ser misericordioso y perdonarme la mitad por ser esta mi primera ofensa. Señor.
- ¿Cómo te sientes esclava?
- Muy agradecida Señor. Agradecida por la misericordia y… piedad mostrada. Pero sobre todo agradecida por ser debidamente corregida. Señor.
- Muy bien, esclava. Ponte sobre mis rodillas.
Coral acató la orden sin dudarlo. Sin embargo, no pudo evitar emitir un leve gemido de resignación. Estaba muy nerviosa y temblaba ligeramente. Al sentirla sobre mis rodillas, mi amiguito exteriorizó su alegría enderezándose aún más. Si por él hubiera sido, la habría atravesado allí mismo. No obstante, llevado por su insistencia, no pude reprimirme y un par de detitos traviesos comenzaron a hurgar entre los tiernos labios de la entrepierna de mi esclava. Aquello debió sorprenderla pues se le escapó otro quedo jadeo. Claro que más sorprendido me quedé yo cuando comprobé que su coñito estaba mucho más húmedo de lo que cabría esperar. ¿Disfrutaba realmente de todo aquello o era una reacción involuntaria de su bello y hermoso cuerpo?
No quise averiguar la respuesta, lo cierto es que yo estaba tan nervioso como mi esclava. Me notaba ansioso, deseando comenzar con el castigo y disfrutar de los azotes. Claro que al mismo tiempo, el temor a pasarme y hacerla demasiado daño me reprimía y azuzaba mis peores temores. Deseaba acabar cuanto antes con todo aquello así que me decidí a azotarla de una vez. Así que amasé nervioso las jugosas y expuestas nalgas y sin más miramientos le lancé la primera palmada. Plas. Fue eso una palmada. Estaba tan atenazado por los nervios que apenas si le imprimí fuerza a mi mano. Coral por supuesto apenas se inmutó. Sólo al cabo de unos segundos reaccionó ante la ridícula nalgada.
- ¿Uno?... Gracias. Mi amo…
Tan atenazado estaba que no se me ocurrió contradecirla. Lo cierto es que podría infligirle un castigo simbólico pero no eran esas mis intenciones. Aturdido por mi propia ineptitud y cobardía le lancé un segundo azote no más fuerte que el anterior en la otra nalga. Plas.
- Ddos… Gracias. Amo…
- ¿Te duelen? Esclava…
- No mi amo, son muy suaves. Señor.
- Has sido sincera, lo tendré en cuenta. Estos han sido de prueba para tantear el terreno. Pero los siguientes no serán igual de benévolos.
- No mi amo. Gracias. Mi amo…
El tercero y el cuarto apenas si fueron un poco más fuertes que los dos primeros. Pero el quinto y el sexto sí se pudieron considerar unos leves azotitos. No fueron muy fuertes pero sí lograron que mi esclava diera un pequeño respingo cuando los descargué sobre su sedoso culito. La tersa piel, empezó a tomar un ligerísimo tono sonrosado. Decidí que aquella sería la intensidad que aplicaría en los restantes azotes. Sin embargo, he de reconocer que sin darme demasiada cuenta fui aumentando poco a poco la fuerza de mis nalgadas. Me sentía incómodo y excitado a un tiempo. Incómodo porque no me parecía que estuviese actuando como un verdadero amo dominante. Me parecía un castigo demasiado tibio. Pero por otra parte, el delicioso cuerpo de mi esclava, el leve temblor que experimentaba con cada nalgada, el incipiente calorcillo que despedían sus cada vez más sonrosadas nalgas… bueno, el tremendamente sexy comportamiento de Coral me estaba llevando hacia la gloria. Así fue que al llegar a los dos últimos azotes, los apliqué con una fuerza e intensidad más acentuada sin llegar a proponérmelo. Mi obediente esclava los recibió con sorpresa y coraje. A pesar de que fueron mucho más dolorosos que los anteriores, apenas si se quejó. Supongo que entendió que en general el castigo no había sido para tanto.
Una vez administrado el castigo, me quedé un buen rato disfrutando de la generosa tersura de aquellas bien redondeadas nalgas. Las amasé y masajeé a discreción. Aquellos deliciosos glúteos aunaban belleza y placer. Durante todo aquel sobeteo, Coral no se movió ni mostró ningún signo de queja o incomodidad. Sin duda estaba aceptando su nueva condición. De nada le valdrían sus quejas. Haría con su cuerpo y con ella todo lo que se me antojara. Si se rebelaba lo único que conseguiría serían más humillaciones y reprimendas que serían cada vez más dolorosas. Sólo de vez en cuando dejaba escapar un leve gemidito de dolor cuando mis caricias eran demasiado rudas o alcanzaban alguna zona especialmente enrojecida. Su cada vez más acentuada sumisión me estaba calentando de un modo cada vez más evidente.
Estaba cada vez más excitado. Mi amiguito hacía tiempo que se había despertado y estaba alcanzando paulatinamente mayores dimensiones. Había llegado el momento de disfrutar de otras de las muchas prestaciones de mi chica. Deslicé mi mano en busca de la tibia fuente de calor que anidaba en su entrepierna. Para mi sorpresa la encontré húmeda. Bueno, decir húmeda es decir bastante poco. El coñito de Coral estaba totalmente encharcado. La muy zorra estaba gozando como una perra con mis atenciones. No se estaba quejando porque mis caricias fuesen demasiado rudas. Estaba a punto de correrse. Hice que se levantara y se quedase de pie mirándome. Mientras, mi mano seguía perdiéndose en su dulce cuevita que más parecía un manantial.
- ¿Te ha dolido el castigo, esclava?
- Un… un poco mi Amo…
- Un poco, no mucho.
- No, mi Amo. No ha sido muy doloroso, señor. Gracias.
- ¿Gracias?
- Por… no hacerme casi daño… señor.
- Te prometí ser indulgente. Yo creía que me dabas las gracias por haberte dado placer más que dolor. Estás totalmente empapada.
Entonces ocurrió algo extraordinario. Coral se sintió profundamente turbada, un par de lágrimas brotaron de sus hermosos ojos al tiempo que se ruborizaba intensamente. Debía de sentirse ajada y humillada, pero a la vez, tremendamente excitada. Sí estaba tan excitada que su sexo palpitaba en mi mano como un nuevo corazón. Había dado en el clavo. Por alguna razón, el pequeño dolor físico la había excitado y tener que reconocerlo delante de mí la incomodaba y la enardecía aun tiempo. ¡Cielos! Cómo me estaba poniendo aquella chiquilla. Nada más verla así descompuesta, mi ariete se alzó desafiante como nunca lo había sentido. Casi me dolió de lo duro que se puso en tan poco tiempo. Estaba reclamando una hembra que lo calmara, demandando la entrega inmediata de su hembra, exigiendo a la ardiente hembra que tenía enfrente para follarla sin compasión.
- No me has contestado, esclava.
- ¿Cómo?... Señor…
Coral se estaba mordiendo los labios. Sin duda mis jueguecitos con sus otros labios la estaban calentando mucho más de lo que desearía reconocer. Cada vez era más evidente de que estaba disfrutando enormemente de la situación. Coral estaba resultando ser una hembra mucho más caliente de lo que uno pensara. Debajo de todo aquel recato y compostura, estaba escondida una mujer ardiente. Una auténtica gata en celo deseosa de probar y disfrutar de los placeres de la carne. Y yo la había descubierto por casualidad. Era mi gran oportunidad de gozar de una joven tan caliente y dispuesta… y tan sumisa.
- No me has dicho, si el castigo te ha resultado más placentero o doloroso. Por lo que parece te ha resultado placentero…
- Sí, señor… Ha… ha resultado más placentero que… que doloroso… señor… Ah… señor…
Algo había cambiado, el rostro de Coral no mostraba vergüenza, mostraba deseo, pasión, placer.
- ¿Qué esclava?
- Si… si sigue así señor… me… me va a… me voy a correr… Aahh… Amo…
- ¿Quieres correrte esclava?
- Sííí… sí mi Amo.
Aquella respuesta le había salido del alma. Coral estaba realmente como una moto. La mirada turbia llena de deseo, el rostro azorado y la respiración agitada. Estaba claro que había dejado de ser dueña se sí misma, ahora era esclava de su propio y libidinoso deseo. Yo tampoco era mucho más dueño de la situación. Estaba trempado como un burro, ansioso de ensartar a mi fogosa hembra. De modo que decidí dejar de jugar y dedicarme a cosas más serias. Me eché hacia atrás, le ofrecía así una descarada visión de mi erectísimo miembro. La invitación era evidente, no obstante la hice más clara.
- Si quieres correrte, esclava, ya sabes lo que tienes que hacer.
- ¿Cómo?... Oh sí señor perdone…
Y acto seguido, se puso de rodillas y se enfundó de un solo golpe todo mi ariete. Acto seguido, comenzó a lamerme el miembro suavemente. Aquello me dejó descolocado porque yo deseaba follármela en aquel mismo instante. Estaba deseoso de que me cabalgara. Estaba a punto de reventar, y ahora se ponía a chupármela con total calma. Si he de deciros que me enfadé mentiría. La inesperada reacción de mi esclava, no hizo sino excitarme aún más. Aquella chiquilla sin proponérselo, me estaba llevando a la gloria por el camino más largo. Y he de reconocer que todo aquello me encantó.
De modo que la dejé hacer por un buen rato. No es que demostrara una especial habilidad, era bastante novata como es natural dada sus circunstancias. Pero el interés y la pasión que le ponía, la suavidad y ternura de sus besos y lametones, compensaban con creces sus deficiencias técnicas. A veces, dejaba de besarme justo en el momento que más lo deseaba pero al hacerlo, lo que conseguía era exactamente lo más me convenía. De modo que sin querer me estaba dando mucho más placer de lo que yo había pensado.
Lo mejor de todo, no obstante, era la lúbrica mirada que mantenía en todo momento. No se parecía en nada a la chica recatada y mojigata que había visto por tanto tiempo en nuestros breves encuentros en el ascensor. Era la misma chica sí, las facciones eran las mismas; pero era una mujer completamente distinta. Coral era presa de un extraño trance, de otro modo no podría explicarlo. Sus gestos descarados y desvergonzados, la sonrisita lujuriosa y picarona, los guiños obscenos con que me incitaba a seguir mirándola… En fin, todo cuanto hacía no parecía propio de mi candorosa vecinita, más bien era propio de una fulana experimentada.
Como os podéis hacer una idea estaba mucho más burro que antes. Y la meticulosa y exhaustiva felación, no contribuía a calmarme. Al contrario me estaba enervando cada vez más. Más que nada porque ardía en deseos de follármela. Mejor que eso, quería que ella me cabalgara. Sí que ella fuese la artífice de su propia penetración. Así nadie podría albergar ninguna duda acerca de la voluntariedad de su entrega. Por otra parte, si Coral me cabalgaba, ella misma debía de admitir su colaboración en el chantaje, lo que la quitaría fuerza moral a sus posibles reclamaciones. Así que sintiéndolo mucho, porque lo estaba disfrutando de veras, decidí que mi esclava cambiara de posición.
Hice que se incorporara y se quedó de pie enfrente de mí mirándome contrariada. No debía comprender la razón para el cambio y permaneció inmóvil esperando una indicación que no tardé en dársela. La así suavemente por las caderas y la acerqué a mí. Coral se dejó hacer y se quedó a horcajadas encima mío. Parecía perpleja por la situación, parecía no entender del todo mis intenciones sin embargo no opuso resistencia ni se quejó. Sencillamente, se dejó guiar y obedeció. Sólo tuve que presionar ligeramente sus caderas hacia abajo para que ella solícita continuase con el proceso. Se mostraba nerviosa, temblaba ligeramente y había cierta tensión en su rostro. Si os digo la verdad, no pude discernir si los nervios se debían a la excitación que experimentaba o a alguna otra causa. Sus ojos seguían ebrios de deseo y en ellos no pude encontrar ninguna pista que me lo aclarase. Claro que en cuanto sus labios rozaron la punta de mi cipote se me fueron todas las dudas.
Un leve temblor la sacudió entera y un intenso rubor le subió desde el busto hasta el rostro como si fuese un reguero de pólvora. Cerró sus ojos al tiempo que dejó escapar un dulce y suave gemido. No había duda, lo estaba gozando. No era miedo o vergüenza, Coral, mi Coral, se estremecía de placer...
Fue un acto reflejo, lo hice sin pensar. El caso es que al verla así tan entregada no me pude resistir a su belleza y la besé. Mis manos la sujetaron para impedir que sus caderas siguieran bajando, me acerqué a ella y la besé. Fue un beso tierno, húmedo y prolongado. Nuestras lenguas danzaban juntas como si bailaran una canción lenta. Se abrazaban y se enroscaron con dulzura. Realmente fue un beso delicioso. Cuando terminó nos miramos y nos sonreímos. No nos hicieron falta palabras, en ese momento nos entendíamos.
Dulcemente, sin brusquedades, mi cipote comenzó a recorrer toda la extensión de su rajita. Con cada caricia, mi Coral se estremecía y temblaba como una hoja. Y con cada temblor un nuevo y delicioso jadeo que yo premiaba con un nuevo beso.
Así con tan dulce juego, mi ariete fue encontrando la deliciosa entrada de su hambriento coño. Cuando lo hizo, un verdadero terremoto la sacudió entera y un pequeño chillido salió de su garganta. Estábamos llegando a terrenos más comprometidos y peligrosos, pero a su vez a los más dulces y placenteros. Una repentina calma vino tras el delicioso y correspondiente beso, mi esclava parecía atenazada por un repentino temor. Deseaba seguir disfrutando del generoso bálano que se le ofrecía pero al tiempo dudaba de su propia capacidad. Se mordía los labios, ansiosa, pero era incapaz de seguir la tarea.
Como quiera que no acababa de decidirse, y estando yo como estaba, me decidí a ayudarla. Con suavidad pero con decisión, mis manos volvieron a empujarla por sus caderas hacia abajo. Mi esclava entendió la orden pero me pareció se demoró en acatarla. Bueno, en realidad no se demoró, lo que pasó es que lo hacía tan despacio que apenas notaba progresos. Lo cierto es que cuando quise censurarla por su actitud, ya llevaba enfundada media polla. Aquella enervante lentitud me estaba sacando de mis casillas, como no tenía razón alguna para regañarla o castigarla; me veía obligado a apremiarla, cosa que no quería.
Finalmente, mi lascivia me pudo y sin poder evitarlo, le di dos fuertes sacudidas a mi sufrido miembro. Los repentinos envites, tuvieron la virtud de despertar del trance en que se hallaba mi esclava. Sorprendida por los dos enérgicos enviones, Coral abrió los ojos como platos y gimió con fuerza. Por un momento me pareció ofuscada o enfadada por la violenta intromisión pero al instante se desvaneció y fue sustituida por una sonrisa lasciva y picarona.
El breve escarceo, no cambió demasiado la situación, Coral siguió ensartándose con la misma exasperante parsimonia. Menos mal que apenas si le quedaban ya unos escasos centímetros. Aquellos fueron los centímetros más largos de mi vida. Me parecía que no se iban a acabar nunca. Pero al final lo hicieron, y ambos estallamos en un poderoso jadeo de alivio al haber alcanzado, por fin, nuestra meta. Claro que aquella era solo una meta volante, pronto nos veríamos lanzados en pos de la siguiente hasta alcanzar la definitiva y ansiada meta final.
Coral seguía demasiado tensa, demasiado quieta. De modo que comencé a animarla moviendo mis caderas. Lo hice con suavidad, pero al poco mis envestidas se volvieron más enérgicas fruto de mi propia impaciencia. Sin embargo, para entonces había logrado lo que me proponía. Había logrado caldear lo suficiente a mi esclava como para que ella actuara sola llevada de su propia lujuria. Las caderas de Coral comenzaron a moverse siguiendo el ritmo de mis envites. Al principio, apenas si percibí su movimiento, pero poco a poco, fueron ganando en amplitud y variedad. Primero fueron unos suaves vaivenes, luego unos delicados círculos, finalmente prendió la mecha y su pubis comenzó a describir toda una coreografía fantástica imposible de describir a cabalidad. El sensual baile de su vientre me hipnotizó a tal grado que por un instante, llegué a olvidarme de mi propia calentura.
Sus movimientos dejaron de ser desmadejados, descoordinados y asincrónicos para volverse en una delicia acompasada y rítmica. La razón del repentino cambio fue evidente. Coral había dejado de pensar en lo que estaba haciendo. Ahora se dejaba llevar por sus propios instintos de hembra encelada. Estaba próxima al orgasmo y sin poder evitarlo, su subconsciente se había adueñado de su voluntad. No emprendió una desbocada carrera en pos del orgasmo, guiada por la sabiduría natural más primitiva, Coral prosiguió con un cabalgar regular y calmado. No deseaba un rápido clímax, deseaba disfrutar de un prolongado y delicioso coito que la elevara suavemente a las cumbres del placer.
Yo no me limité a observar, hechizado por el momento, no quise molestarla con órdenes intempestivas o caderazos destemplados. La dejé que cerrara los ojos y se concentrara en su propio placer mientras me satisfacía con generosidad. Pero mis manos no se podían estar quietas, dejé de asirla por las caderas para recorrerla por entero. Los brazos, la espalda, los pechos fueron exhaustivamente explorados por las yemas de mis dedos. La turgencia de sus pechos contrastaba con la pétrea dureza de sus enhiestos pezones. Y no tuve más opción que morderlos con dulzura, lamerlos, chuparlos y besarlos a cabalidad. Lenta pero irremisiblemente, los movimientos de Coral fueron ganando en urgencia. Sus jadeos eran cada vez más intensos y profundos. Sus manos dejaron de abrazarme cariñosas para aferrarse crispadas a las sábanas. Estaba muy cerca ya del final, y no deseaba perturbarla. Pero debía obligarla a que me reconociera una vez más como su Amo. De modo que susurrándole al oído los más dulcemente que pude la invité a hacerlo.
- ¿Quieres correrte esclavita mía?
- Ooohhh… Sí… Sí mi Amo…
- Pídemelo, pídeme que te lleve a lo más alto del placer…
- Sííí… Ah… Por favor… Amo… lléveme a… ah… a las cumbres del… ¡Oh Dios!… del placer…
No me demoré al satisfacer a mi esclava. Rápidamente, comencé a acelerar el ritmo de mis envestidas al tiempo que Coral se unía al mío. Al poco rato Coral me cabalgaba furiosa en busca del cercano e inminente orgasmo. No jadeaba, chillaba, sus pechos no saltaban, botaban delante de mí, el ritmo de sus caderas era ya imposible de seguir. Y entonces de pronto, su sexo se apretó contra mí y se contrajo estrujando mi polla. No sé cómo logré contenerme. Su vagina se transformó en una mano que me masturbaba con enérgica violencia incitándome a llenarle las entrañas. Mientras, toda Coral se estremecía al tiempo que se deshacía en un largo jadeo que se perdía en un sin fin de palabras ininteligibles. Coral por fin había obtenido su bien merecido premio.
Sin embargo, yo no había alcanzado el mío. Logrando dominar mi desbocada libido permanecí bien quieto dentro de mi esclava mientras ésta recuperaba el resuello. No me resultó nada fácil vencer mis deseos de bombearla a todo trapo. Su cálido y bien lubricado coñito me provocaba para que lo llenara de mi apreciada leche. No obstante, a pesar de todo lo conseguí. Cuando mi esclava recuperó la consciencia y supo lo que había pasado, se dio perfecta cuenta de que aquello no había terminado aún. Ella había disfrutado de un delicioso orgasmo gracias a la generosidad de su Amo. Ahora debía mostrar la debida gratitud y asegurarse de que su señor gozaba de otro aún mayor. El erecto y durísimo falo que con tanta insistencia la traspasaba así se lo indicaba.
Tímidamente comenzó a cabalgarme sabedora de que eso era lo que yo quería. Los nervios volvían a atenazarla. La situación volvía a repetirse, pero no era exactamente igual que antes. Coral iba ganando experiencia, estaba aprendiendo y por lo tanto mejoraban sus aptitudes y habilidades. Sus movimientos volvían a ser desacompasados y torpes, cierto; pero no tanto como antes. Se le podía apreciar cierta soltura, era una chica lista y aprendía rápido. Si tengo que ser sincero, he de reconocer que ahora se estaba moviendo la mar de bien. Aunque no tan rápido como yo quisiera. Ahora, era yo el que se mostraba ansioso, estaba demasiado excitado como para apreciar sus pequeños progresos. Necesitaba a la hembra fogosa con la que había estado cabalgando unos minutos atrás. Claro que esta vez, Coral no tardaría tanto en calentarse de nuevo, los rescoldos de la fogata anterior no se habían extinguido. Sólo era cuestión de avivar las llamas y mi hembra estaría de nuevo ascendiendo a lo más alto llevada de su propia concupiscencia. Quiso darme un beso que sin duda la ayudaría a encenderse de nuevo. Yo se lo acepté a medias. Tenía pensado un nuevo cambio de postura y no quería demorarme demasiado. Claro que la ayudaría a calentarse de nuevo pero de otra manera diferente.
Me miró contrariada al comprobar que no le aceptaba su apasionado y tierno beso. Pero se contuvo de decir algo al respecto. Eso era bueno, muy bueno en realidad. Significaba que reconocía su condición de esclava. No la hice esperar, estaba más que satisfecho con su comportamiento reciente. De modo que le dí la vuelta para que se acomodara encima de mí dándome la espalda. Mi inteligente esclava no necesitó mucho para saber lo que se esperaba de ella. Volvió a empalarse, en esta ocasión con bastante celeridad. Sin duda intuía la urgencia que crecía en mí.
Por el cambio de postura, sus movimientos volvían a ser desmañados y sin gracia. La inexperiencia de mi esclava me estaba jugando una mala pasada. Pero como os he comentado antes, tenía un plan bien pensado para compensarlo. La así firmemente de las caderas para que entendiera que no debía moverse. Sólo tenía que permanecer como estaba bien empalada con las piernas bien abiertas. En cuanto lo hizo, comencé un salvaje bombeo aprovechándome de lo excelentemente bien lubricado que tenía el coño. Mi esclava solo pudo dejarse llevar por la sorpresa y un lúbrico gritito se escapó de su garganta.
Estuve bombeándola así un ratito, el suficiente como para exhibirle mi poderío sexual sin acercarme demasiado al orgasmo. Tras la demostración de potencia y poderío, durante la cual, Coral no dejó de jadear y chillar, la exhibición de control y dominio. La mantuve bien empalada sin moverme, unos instantes. Después deslicé mi mano para acariciar su excitado botoncito de placer. Debía de estar mucho más excitado de lo que yo creía pues fue rozarlo y estremecerse. Mi esclava tembló de arriba abajo al tiempo que le fallaban las piernas y gemía con total descaro. Por supuesto, aquello solo era el principio. Mis dedos comenzaron a masajearla con insistencia obligándola a arquearse hacia atrás buscando más apoyo para su desmadejado cuerpo y deshacerse en incomprensibles jadeos.
- Aaamo… Amo, me… me… ah… me voy ah… correr… síí… si sigue… usted así… ah… Amo por favor…
Coral era mía de nuevo, si seguía así, un nuevo y poderoso orgasmo la sacudiría de nuevo. Pero había llegado mi turno, ahora era mi esclava la que debía proporcionarme placer. De manera que dejé de machacarle el clítoris y me quedé quieto. La respuesta fue inmediata y automática. Las caderas de Coral volvían a bailar al son de la pasión. Una dulce y cadenciosa danza que fue ganando en vigor y sensualidad a cada minuto. Un erótico baile que de nuevo nos llevaba a las cumbres del placer. Una sensual pieza que me fue imposible resistir y que me obligó a participar más activamente en la follada.
En esta ocasión sin embargo, fue mi esclava la que logró mantener el dominio de la situación. En cuanto sintió mis manos aferrarse a sus caderas, separándola de mí un poco para poder tener margen de maniobra para mis embestidas; se apretó a mí impidiéndome llevar a cabo mis planes. Y lo mejor de todo, es que logró hacerlo; sin dejar de bailar sobre mi polla ni perder el compás. Mis crispadas manos se aferraron entonces a los ofrecidos pechos como si temieran perderlos. Estaba enfebrecido por el placer, deseaba correrme pero mi esclava no me dejaba. Seguía obligándome a ir a su delicioso ritmo. Un ritmo que se acrecentaba y volvía frenético, acercándonos al orgasmo con acelerado paso. Más pronto que tarde, ambos nos desgañitábamos gritando a pleno pulmón mientras mi hembra cabalgaba a todo galope encima de mí llevándome, mejor dicho, llevándonos a la gloria.
Fue una verdadera erupción. Mi polla estalló dentro de ella liberando un incontenible torrente lácteo que debió llenarle las entrañas. Sí, sí, estalló. Fue una auténtica explosión como un cañonazo al que siguió un inacabable torrente que parecía no tener fin. Sentía cómo me vaciaba una y otra vez mientras mi polla no dejaba de manar como una fuente. Perdí la cuenta de las continuas e incesantes descargas. Y durante todo aquel tiempo, mi cuerpo experimentaba un dulce y apacible relax liberador. Fue un polvo para enmarcar y no olvidar. Apoteósico. Y no sólo para mí. Al poco de iniciar mi descarga, el cuerpo de Coral se convulsionaba descontrolado dando fe de su propio clímax. Una vez más mi polla fue masajeada y estrujada a conciencia por aquella hambrienta vagina ávida de semen. El nuevo e intenso masaje proporcionado por aquel delicioso coñito tuvo la virtud de prolongar e intensificar el mío. Como os he dicho fue un polvazo digno de enmarcar y poner en un museo. Cuando acabó, ambos caímos derrengados sobre el colchón. Coral seguía encima de mí con mi polla deshinchándose dentro de ella.
Permanecimos así abrazados mientras yo le acariciaba los pechos y recuperábamos el resuello. Coral era una hembra magnífica y tenía unos polvos de campeonato. Pero yo estaba deshecho y necesitaba que mi pobre pene descansara y se recuperara. Había sido un día verdaderamente maravilloso. Yo estaba más que satisfecho, así, que dí por terminada la sesión. Mañana podría disfrutar de nuevo de mi caliente y fogosa esclavita. De modo que nos duchamos y nos vestimos. Primero ella y después yo. Nos despedimos hasta el día siguiente ya que teníamos que aprovechar los pocos días que nos quedaban antes del regreso de sus padres. Fue un momento extraño, lleno de melancolía y deseo. Me costaba desprenderme de mi esclava aunque fuese por unas horas. Menos mal que tenía con qué entretenerme, tenía las fotos y los vídeos de aquella extraordinaria primera sesión. Y además, recordé, tenía que encontrar un método anticonceptivo que nos satisficiera a ambos, y fuese realmente útil y efectivo. A ninguno de los dos nos convenía un embarazo.
Ciertamente tenía mucho en lo que ocuparme, solo me quedaban unas pocas horas antes de que pudiera disfrutar de nuevo de los encantos de mi linda esclava. Estaba mirando el material grabado por una de las cámaras cuando llamaron a la puerta. Mentiría si os dijera que aquello no me molestó. Me molestó y mucho, aquella visita era de lo más inoportuna. Llegué a la puerta refunfuñando, estaba dispuesto a despedir al que fuera con cajas destempladas, sin contemplaciones…
Me quedé de piedra, en la puerta estaba Coral. Temblando como una hoja pidiéndome asustada algo absurdo que me resultaba imposible aceptar…