Mi vecinita 5

Nuestro protagonista se cobra su pieza...

Capítulo 5

Coral estaba frente a mí desnuda y completamente abierta. Más entregada, no podía estar. Me quedé un momento embobado, admirando su extraordinaria y todavía, virginal belleza. Rehusaba mirarme, su linda cabecita miraba hacia otro lado, aunque ahora no tenía cerrados los ojos. Su rostro permanecía sonrojado; y su pecho subía y bajaba al compás de su agitada respiración. Parecía evidente de que se encontraba bastante excitada. ¿Estaría disfrutando de todo aquello? Tenía que asegurarme y comprobarlo.

Me recosté a su lado y volví a besarla y acariciarla. Aquello no debió desagradarle pues la oí gemir suavemente en respuesta a cada una de mis atenciones. No solo no me rechazaba, sino que me facilitaba el acceso a ella. No me cabía duda, ella tal vez lo negara; pero era evidente de que lo estaba disfrutando. Y mucho. Aquello me elevó la moral. Lo que estaba haciendo, lo estaba haciendo bien. No debía cambiar de táctica.

Así que con esta confirmación subliminal por parte de mi chica ya no tenía ninguna reticencia a continuar con mis propósitos. La obligué a mirarme y la besé en la boca de nuevo. Como en las veces anteriores, me correspondió activamente. Mientras nuestras lenguas danzaban unidas en deliciosa armonía, mi mano se deslizó impúdica a su cálida entrepierna. Como me esperaba, estaba realmente empapada, más que empapada encharcada. Su coñito se estaba preparando para acoger al miembro viril que la llevaría al éxtasis. De hecho, mi hembra estaba tan caliente y su coñito tan mojado que el orgasmo estaba a escasos instantes. Un par de nuevas caricias y…

Justo antes de que se corriera, dejé de estimularla. Vi cómo le contraía el gesto presa de la frustración más absoluta. Sin embargo no se quejó. Quizás es que asumía por fin su condición de esclava y sabía que no debía quejarse. Pero yo no lo creía así. Lo más probable es que ella estuviese negándose a admitir el deseo que la embargaba. Sí debían quedarle algunos restos de orgullo y autoestima. Esto haría mucho más interesante el juego que me proponía llevar a cabo. Sí, el juego sería mucho más divertido si ella seguía negándose a admitir lo que sentía. Cambié de posición y me coloqué frente a ella entre sus piernas. No pude evitar sonreír anticipándome a lo que vendría.

Coral seguía evitando mi mirada, pero de nuevo se le escapó un quedo jadeo cuando la rocé, en esta ocasión con mi pene. Me había acomodado entre sus piernas, mientras mi glande recorría su vulva arriba y abajo, sin prisas. Aquello la exasperaba, bufaba y gemía esperando el orgasmo. Pero este no llegaba. Mis movimientos eran tan lentos que no la permitían alcanzarlo. Y al mismo tiempo, me permitían mantenerla completamente excitaba. Siempre al borde del deseado y gozoso clímax, pero sin jamás alcanzarlo. Por mi parte yo, no dejaba de estudiar todos y cada uno de los pequeños gestos de mi nueva esclava, debía de asegurarme que ella seguía al borde del abismo. Me preguntaba durante cuánto tiempo podría yo mantener la paciencia y cuánto tiempo podría aguantar ella. Sin duda debía de estar preguntándose a qué estaba esperando, por qué no la penetraba ya de una vez. Claro que ella tendría que hacer algo para averiguarlo, porque yo no se lo iba a decir.

Coral se movía y contorsionaba cada vez con mayor insistencia. Jadeaba, gemía, chillaba, se echaba hacia atrás, se estiraba tratando de alcanzar mi pene, sus manos crispadas asían con fuerza de las sábanas... Ya no podría aguantar mucho más. Sus ojos ya no me rehuían, me miraban ansiosos, suplicantes casi. Pero yo seguía con mi plan. Pronto, mucho antes de lo que ella quisiera, me lo tendría que preguntar…

Finalmente, lo hizo. Cuando ya no podía aguantar más, me preguntó.

-                     ¿Qué quiere uuff?... ¿Por qué no me… ahh… folla?

-                     ¿Cómo dices esclava?

-                     Por favor, ahhmo… ¿Quéé… quiereehh?

-                     ¿Que qué quiero, esclava?

-                     Síííhh… Yahh… me tiene… por… uuff… por qué no me folla…

-                     Estoy esperando esclava.

-                     ¿Esperando?... oh… ¿Esperando a qué?... Mi amo… uf…

-                     Tienes que pedírmelo esclava… No te follaré hasta que no me lo pidas… hasta que no me lo pidas como es debido, esclava.

El gesto que hizo mi esclava me resulta imposible de describir. En su rostro se mezclaban la angustia, el deseo y la vergüenza. No me había equivocado en mis apreciaciones. Coral hacía tiempo que se había resignado a su destino, pero tener que entregarse activamente, seguramente no había entrado en sus planes. Aquello le debía suponer un nuevo reto, una nueva humillación. ¿Durante cuánto tiempo prevalecería su orgullo y amor propio sobre su propia lascivia y lujuria?

Coral no cesaba de moverse, se retorcía y contoneaba sin cesar. Negaba insistentemente con la cabeza, se mordía los labios y a veces las manos tratando de ahogar sus jadeos más fuertes. Se erguía echándose hacia adelante, se arqueaba hacia atrás. Asía las sábanas con fuerza y tiraba de ellas. Su pubis danzaba sin parar tratando en vano de alcanzar mi polla. Conforme sus más primitivos instintos se adueñaban de ella, se agitaba cada vez con más desbocada violencia. Cuanto más tiempo le era negado su anhelado orgasmo, mayor era el frenesí que se apoderaba de ella. Coral me estaba ofreciendo un maravilloso espectáculo. Lástima de que estaba a punto de acabar.

-                     Noohh… No… no puedo maaás… Fóllame yaaah…

-                     ¿Cómo has dicho… esclava?

-                     Perdonehh… Mi amo… Poor… por favor… miiihh amo. Fólleme… aaahhh…

-                     Está bien… ya que me lo pides así… Te complaceré. ¿Te parece bien esclava?

-                     Síííí…

Aquello era música para mis oídos. Todos mis deseos se habían cumplido. Coral había claudicado completamente. Sólo me quedaba disfrutar de los loores de la victoria y de los encantos de mi hembra. Sin perder más tiempo, me coloqué en posición. Mi pene, empezó a presionar en la cálida entrada. Para facilitar la entrada, le separé los tiernos labios mayores con mis dedos. Acomodé el glande entre aquellos sedosos pliegues. Mientras buscaba la entrada a la cueva de las maravillas, el capullo estaba completamente embadurnado con los copiosos fluidos que manaban de ella. Mi chica estaba perfectamente lubricada, y yo que quería lubricarme bien para facilitar la penetración al máximo, estaba casi listo.

Cuando terminé de embadurnarme la polla, me decidí a atacar. Empujé suavemente y el glande se introdujo entre los sonrosados labios menores. Empezó así a recorrer el húmedo, cálido y estrecho camino que lo llevaría a la matriz.

La miré a la cara, se la veía nerviosa. Pero también apasionada, la dominaba la lujuria y el deseo; necesitaba correrse y no podía aguantar más. Coral me devolvió la mirada, con ella me suplicó que no me demorara, que la tomara cuanto antes. Dirigí mi atención de nuevo a lo que ocurría en su entrepierna. El glande se había escondido en la entrada de la vagina. Respiró hondo preparándose para mi siguiente acometida. Empujé despacio, pero noté que algo dificultaba el avance. Debía de ser su virgo, el último vestigio de su niñez. Ella debió notarlo porque un pequeño gemido se le escapó cuando la cabeza de mi polla chocó con él. La miré de nuevo y traté de tranquilizarla. La besé y le acaricié el rostro suavemente; mientras, le prometía que todo iría bien y que ella lo disfrutaría.

Nos fundimos en un cálido beso, fue un beso largo y ansioso. Cuando terminamos, me eché hacia atrás, la sonreí y empujé con fuerza, casi con violencia. Quería penetrarla hasta el fondo, de una sola estocada para que la ruptura de su himen resultase lo menos dolorosa posible.

La fina y delicada tela, no consiguió resistir el poderoso embate de mi ariete. Se rasgó en un instante, y Coral lo constató con un pequeño y fugaz quejido. Una vez vencida la tímida resistencia, mi polla se deslizó suavemente hasta alcanzar el cérvix. Su recién estrenada vagina se abrazaba a mi pene estrechándolo con fuerza.  Me sentía en la gloria. Finalmente, Coral era mía.

La musculosa vagina me atenazaba firmemente. Como si de una vigorosa mano se tratara, aquella vagina me retenía dentro de sí. Más que eso,  succionaba y tiraba de mí. Sus músculos se contraían descontroladamente, masajeándome sin parar. No era difícil saber la razón. En realidad todo el cuerpo de Coral se debatía en incontables espasmos, mientras se deshacía en un prolongado y gutural gemido.

Mi hembra estaba disfrutando de un segundo orgasmo. Me abracé a ella, mientras esperaba a que se recuperase del mismo. Poco a poco su cuerpo volvía a la normalidad, mientras yo la iba acariciando y dando pequeños besitos por su cara, cuello y pechos.

-                     ¿Ya? –Preguntó un poco asombrada.

-                     Sí, cariño, ya eres toda una mujer. Has dejado de ser doncella. ¿Te ha dolido?

-                     No. – Respondió con candidez.-  Apenas si he sentido un pequeño tirón dentro de mí.

-                     Te dije que no te haría daño.

-                     Yo… yo creía… creía que la primera vez dolía mucho.

-                     Sólo si no tienes cuidado. Si se hace bien, la mayoría de las veces no es más que una molestia. A partir de ahora, todo será placentero…

-                     Pero… pero ya no soy virgen.

-                     Pues claro… Mira.

Saqué mi verga para que Coral pudiese ver el rojo virginal de su desfloración. Parecía asombrada, más que eso estaba como hipnotizada. Sus ojos no se apartaban de su entrepierna y del enrojecido cipote que volvía a penetrarla. Comencé un suave, regular  y rítmico vaivén; introducía toda mi verga y la volvía a sacar del todo. Coral se estremecía con cada estocada. A pesar del recentísimo orgasmo, seguía caliente, deseosa de una nueva ración de carne. No tardé en escuchar de nuevo sus característicos jadeos.

El estrechísimo coñito de Coral se abrazaba a mi polla como si le fuera la vida en ello. Nunca me había sentido tan apretado. Las elásticas paredes femeninas se apegaban y apretujaban contra mi pene como si quisieran ahogarlo. Era una verdadera gozada disfrutar del fortísimo abrazo de su caliente y húmeda vagina. Una gozada y una putada al mismo tiempo. El constante roce con aquellas golosas paredes me impedían concentrarme como quería. Si no tenía cuidado, me iba a correr antes de tiempo. Pero Coral no descansaba ni un momento, mecía sus caderas, llevada por su propia calentura. Y cada vez que se movía, su dulce coñito me apretaba y estrujaba con inexplicable ternura. Me masajeaba sin parar, incitándome cada vez con mayor insistencia. Aquello sólo podía significar una cosa… Su sexo solo me pedía que le diera caña. Que le enseñara de una vez lo que era tener un hombre dentro.

Paulatinamente fui incrementando el ritmo de mis embestidas. Lo que sin duda fue del agrado de mi hembra, que comenzaba ya a mostrarse completamente deshinibida. Si ella se quedó embobada viéndome pistonearla; yo lo hice admirando el singular bamboleo de sus tiernas tetitas. Parecían dos temblorosos flanes en medio de un terremoto. Sin lugar a dudas, un delicioso espectáculo.

Pronto percibí la bondad de mis acciones. Las piernas de Coral me rodearon y me estrecharon por la cintura. Con sus pies me empujaba contra ella. Quería tenerme más cerca, más dentro de ella. Y yo estaba dispuesto a complacerla. Coloqué sus talones sobre mis hombros y empujé con fuerza. Un profundo y gutural chillido se escapó de mi hembra. Ahora sí que me sentía bien dentro. En esta posición, mis estocadas eran más profundas. Y por si fuera poco, notaba como su vagina me estrechaba con mucha más fuerza. Ahora sí que la estaba volviendo loca. Los jadeos y chillidos de mi hembra eran cada vez más intensos y continuos. Decía algo pero no podía entenderla. Aumenté el ritmo de mis penetraciones. Comencé a jadear. Comencé a sudar. Antes de que quisiera enterarme, una enorme tensión se acumulaba en la punta de mi verga.

Pero no era yo el único que estaba a punto de explotar. Coral también se debatía presa de un incontenible deseo. Habíamos perdido el control de nuestros sudorosos cuerpos. Respirábamos agitadamente, presas de un instinto primitivo, animal, salvaje. Cada vez nuestros jadeos eran más intensos y  nuestros gemidos más altos; nos movíamos con un frenesí desbocado sin ningún tipo de control. Esclavos de un deseo irracional, no éramos dueños de nuestras acciones. Éramos dos trenes fuera de control a punto de descarrilar. Ya nada podría detener nuestro próximo orgasmo…

Y vino así, de repente. Un violento espasmo me clavó en lo más hondo del cuerpo de mi chica. Descarga tras descarga me vacié dentro de ella. No podía moverme, no podía pensar, estaba en trance. Sólo podía dejarme llevar por las incesantes oleadas que una y otra vez, me obligaban a eyacular. Los intermitentes chorros de esperma, parecían no terminar nunca. No pude contar las veces que me vacié. Exhausto, me derrumbé encima de Coral.

Nos habíamos corrido simultáneamente, fue increíble. Permanecimos largo tiempo abrazados el uno al otro mientras recuperábamos el resuello. Lloraba, su cuerpo se estremecía levemente y oí un par de sollozos ahogados. Pero no quise decirle nada, lo más seguro es que le hiciese más daño. Me sentí mal por haberla obligado. No debí hacerlo. Era un cerdo, un canalla. En realidad, le estaba más que agradecido. Había disfrutado de uno de los mejores polvos de mi vida. Pero ¿de qué otro modo hubiera podido hacerla mía? Realmente la deseaba, y ahora que la había probado, la deseaba aún más. No quería hacerle ningún daño, y sin embargo… Abochornado por mi propia conciencia, decidí pensar en otras cosas. Volví a besarla y acariciarla lo más tiernamente que supe. ¿Intentaba así expiar mis faltas? No lo sé, solo sentía que era lo que tenía que hacer en ese mismo instante. Que era lo que ella necesitaba, algo de ternura. Aunque proviniese del hombre que la había forzado. Exhausto, me quedé traspuesto mientras disfrutaba de la fragancia de su perfume, la suavidad de su piel y la embriagadora calidez de su cuerpo juvenil…