Mi vecinita

Es la historia de un chico que un día tuvo suerte...

Mi vecinita

Capítulo 1

Nunca me he considerado un hombre con suerte. Cuando he tenido que buscar aparcamiento, nunca he encontrado un hueco cerca de mi casa. Siempre que me he puesto en una cola en el supermercado o en otro sitio, he escogido la más lenta. Cuando he comprado alguna oferta en las rebajas, al día siguiente encuentro otra mejor… En fin,  me he sentido más un gafe que un hombre afortunado. Bueno, en realidad, me he sentido un gafe hasta ahora. Para ser más precisos, hasta el mes pasado. Cuando de repente me convertí en el hombre más afortunado del mundo.

En realidad, si pienso en el asunto mi suerte comenzó mucho antes. Cuando me mudé a lo que hoy es mi casa. No es que mi casa tenga nada especial, es un piso normal y corriente. Lo único especial que tiene el local es que un piso más abajo, vive Coral, la hija de mis vecinos. Conocí a Coral al poco tiempo de mudarme, hará ya más de dos años. Era una jovencita muy recatada y tímida, por lo menos eso me parecía a mí. Sus padres son unos burgueses bastante adinerados y muy, muy conservadores. Se podría decir que eran tan beatos y santurrones que se pasaban. Y claro, su hija no iba a ser menos. Lo más llamativo de su indumentaria eran las trabas del pelo. Algunos días las llevaba de color y, si estaba muy rebelde, rojas.

Como os podéis imaginar, nadie en el barrio podía decir nada reprobable de dicha familia. Y mucho menos de su niña, la niña más casta y pura de todo el vecindario. Más que nada porque era cierto. Apenas si salía de casa sola, si salía a divertirse, siempre iba con varias amigas que la recogían en su casa. Siempre llegaba temprano a casa, no más tarde de las once de la noche, los días de mucha juerga. Que yo sepa no tenía novio. Y si la veías con un chico podías apostar las pelotas a que era pariente suyo. Y así era la cosa.

Como la mayoría de los vecinos, yo la conocía de vista y de saludarnos cuando coincidíamos en el ascensor. Buenos días, buenas tardes… y poco más. Si pensáis que me había fijado en ella nada más verla, os equivocáis. Como he dicho antes llevaba una indumentaria que… que sería provocativa en el siglo XVII porque en este… hasta las abuelas llamaban más la atención que ella. ¿Que por qué hablo de ella? Porque hace dos meses fui el hombre con más potra del mundo, ya que contra todo pronóstico, hice mía a Coral. Un verdadero bombón.

No empecéis ahora explico lo de cómo sé que Coral es un bombón si parecía más insulsa que bodegón. No es que no reconozca que para hacer un bodegón se tiene que saber pintar, lo que pasa es que cuando veo alguno en algún museo o en cualquier libro. No me llaman la atención. Están bien pero apenas le presto atención. Así era como yo veía a Coral, tenía una cara agradable y unos ojos hermosos y si alguna vez la veías sonreír, cuando no estaba cerca ninguno de sus padres… Como decía, si alguna rara vez la veías sonreír, podrías considerarla una chica maja, pero de ahí a fijarte en ella. Pues no.

El caso es que hace dos meses, ya sabéis a principios de Junio. Los padres de Coral tuvieron que salir de viaje por unos días, pero Coral se quedó en casa porque tenía que estudiar. Fueron unos días de bastante calor y casi todos los vecinos teníamos nuestras ventanas abiertas. Yo andaba por casa, ya sabéis haciendo mis cosas, cuando sin quererlo algo me llamó la atención. No es que sea un cotillo pero tampoco estaba acostumbrado a oír música en el patio de luces proveniente del piso de Coral.  Como es natural me asomé y lo que vi me dejó embobado.

Allí estaba mi recatadita y santurrona vecinita despelotándose junto a otra chica. Debía de ser alguna de sus amigas, lo cierto es que jamás me había fijado en ninguna de ellas pues tenían un modo de vestir y comportarse similar al de Coral. Por eso, ver cómo esas puritanas jovencitas se desnudaban la una a la otra era algo totalmente extraordinario. Automáticamente, mi pequeño amigo dio síntomas de vida. Esto era mucho mejor que una peli porno y además en directo. Como os dije tardé en reaccionar, pero por fortuna lo hice a tiempo. Ya os he dicho que desde entonces soy un hombre con suerte.

La poca consciencia que me quedaba me advirtió del peligro de ser descubierto espiándolas. Con lo que se acabaría la diversión. Así que me eché un poco para atrás y cerré las cortinas. De modo que podía seguir espiándolas pero mucho más discretamente. Además en un extraño momento de lucidez decidí coger mi cámara de fotos y tomar algunas fotos con las que recrearme después. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces puede uno disfrutar del espectáculo ofrecido por dos  tiernas jovencitas dándose el lote?  Gratis ninguna.

Sin pensármelo dos veces, salí disparado hacia mi alcoba y revolví Roma con Santiago buscando la dichosa cámara de fotos. Me pareció una eternidad pues, como siempre pasa en estos casos, no estaba donde yo creía. Finalmente la hallé y cosa extraña tenía batería y la memoria casi vacía. Ahora que caigo, dos o tres días antes la había estado preparando para tomar fotos durante las vacaciones…

Que me distraigo. Cuando llegué de nuevo a mi otero descubrí aliviado que sólo me había perdido los preliminares de la actuación. Claro que me llevé un pequeño susto hasta que las localicé de nuevo. La amiga se había sentado en un sillón completamente abierta de piernas y le enseñaba desvergonzadamente todo el potorro. Por cierto que tenía un felpudo totalmente descuidado y salvaje. No tardé en descubrir lo que estaban haciendo. Mi Coral comenzó a aplicarle espuma de afeitar a su amiga y no tardó en aplicar la hoja de afeitar. Antes de que terminara me dio tiempo a sacar un par de instantáneas bastante buenas. En realidad saqué muchas más fotos pero todas tenían alguna pega.

Sin embargo, esto me dio la práctica necesaria para mejorar mi técnica fotográfica y sacarle mayor partido a mi máquina. Una vez depilado el chochito de la amiga, le tocó el turno al de Coral. Cambiaron de sitio, y ahora pude apreciar por primera vez el felpudito de mi vecinita. Como el de su amiga, estaba salvaje y descuidado; sin duda, necesitaban el afeitado más que la mujer barbuda. Esta vez, hasta pude obtener un plano bastante interesante del coñito de Coral utilizando el zoom de la cámara. Chicos, si podéis permitíroslo compraos cosas de calidad. Al final os sale más rentable.

Lo normal, es que la cosa acabase ahí. Pero como os dije, tuve muchísima suerte. Al parecer, la amiguita de Coral era muchísimo más lanzada y ahora estaba más cachonda que una moto. Mientras depilaba a mi Coral, noté algunos movimientos extraños. Al cabo de un rato comprendí lo que estaba haciendo. La estaba magreando a base de bien metiéndole un dedito por el sonrosado agujerito. Coral, o  no se daba cuenta o estaba tan a gusto que la dejaba hacer. Hasta me pareció que se acomodaba un poco para dejarle mayor margen de maniobra a su amiga…

El caso es que tras el afeitado, a la amiga no se le ocurrió otra cosa que apretarle un buen morreo en los labios. Pero no en los de la boca, en los labios del coño. ¡Y vaya morreo! Debió de estar sus buenos cinco minutos, enchufada al chumino de su amiga. Mientras Coral, se dejó hacer. Al principio, pareció que se quejaba un poco pero al rato echó la cabeza hacia atrás y comenzó a tocarse las tetitas. Sin duda, la muy guarra lo estaba disfrutando.

Y qué os voy a decir. Vestidas, las dos chicas apenas llamaban la atención. Pero en pelota picada, aquellas jovenzuelas eran un auténtico primor. Lo cierto es que estaban de muy buen ver. Delgaditas y muy bien formadas, con las carnes prietas y jugosas. No tenían unos pechos demasiado grandes pero se veían firmes y turgentes. Vamos, una auténtica delicia. Con deciros que apenas si podía tomar ya alguna foto. Mi mano se deslizaba incontenible hacia el bulto de mis pantalones y con una mano temblorosa apenas si podía sostener la cámara en condiciones.

Demostrando un gran sentido práctico y gastando una buena dosis de autodominio, logré centrarme en mi reportaje y dejar las diversiones para más tarde. Qué dos buenas instantáneas logré entonces. De las mejores de mi colección.

Bueno, como os contaba, apenas se habían despegado los labios la una de la otra. Cuando mi Coral volvió a asir la cabeza de su amiga y la obligó a seguir restregándose con su entrepierna. Ahora no cabía ninguna duda, lo estaba disfrutando a base de bien. Poco tardaron en cambiar de posición y tumbándose las dos en el sofá dieron comienzo a un delicioso sesenta y nueve. Si no hubiera sido por la música que tenían puesta más de uno habría disfrutado del concierto de gemidos para coño y orquesta interpretado por aquellas dos fieras. Se las veía completamente azoradas apartadas del mundanal ruido disfrutando cabalmente la una de la otra.

Vaya lote que se dieron las dos. Ni en las mejores producciones pornográficas, se disfruta de un espectáculo lésbico como aquel. Cualquiera que las viera, se pondría a mil con ellas; pues estaban más salidas que el rabo de un cazo. Sin duda la temperatura  de su habitación debería haber subido al menos cinco grados más. Notaba yo el aumento de temperatura en la mía… No os puedo decir las fotos que saqué, llené la memoria de la cámara y eso que era de 4 Megas… Bueno, también es cierto que al final saqué un par de videos. El caso es que cuando terminaron ellas, comencé yo. Me pajeé como un mono durante el resto de la mañana recordando una y otra vez lo que acababa de ver. Ni siquiera presté atención cuando comenzaron a vestirse… Resumiendo fue una mañana gloriosa de las mejores que había tenido nunca.

Al día siguiente, todo volvió a la rutina de siempre. Solo que yo no podía dejar de pensar en lo que había visto. Los padres de Coral seguían fuera pero en su piso volvían a estar puestas las cortinas y tampoco parecía que sucediese nada especial. De modo que me regodeé viendo las fotos que había sacado. Algunas eran especialmente morbosas y no tuve más remedio que pajearme con ellas. Ciertamente, tenía mucho material para recordarlas como se merecían.

Sin embargo algo había cambiado significativamente. Cuando por casualidad, me encontraba con mi vecinita en los pasillos del edificio o andando por el barrio, automáticamente se me ponía dura. De hecho cada vez que la veía, aunque iba tan recatada y modosita como siempre, no podía evitar recordarla desnuda en los brazos de su amiga. Y como la veía todos los días, ya fuese en la pantalla de mi ordenador o fuera de casa, no dejaba de pensar en ella.

Había muchas cosas que no me cuadraban. Coral siempre había sido un ejemplo de castidad y estaba claro que los padres de Carol así lo creían y así lo querían. Por otra parte, estaba claro que lo que Carol quería y sentía era completamente diferente. Pero que por razones obvias no se atrevía a hablar de ello con sus padres a pesar de haber alcanzado recientemente la mayoría de edad. Al año siguiente estudiaría en la universidad creo que empresariales, no estoy seguro pero en la universidad. Lo del otro día sin duda fue una aventurilla de la que estaba cada vez más seguro no querría que se descubriera.

Así que estuve dándole vueltas al asunto hasta que finalmente me decidí a probar suerte. Al fin y al cabo no tenía nada que perder. Como sabía que sus padres seguían fuera. Dejé en su buzón una foto especialmente picante con una nota al dorso que decía: “Os han visto”. Y esperé acontecimientos. Al día siguiente, toda la casa estaba cerrada a cal y canto. No solo las cortinas, también las persianas estaban bajadas. Y yo sabía que estaba en casa así que mi conjetura era cierta. Estaba asustada, tenía miedo a que la descubrieran, mejor dicho a que contaran su secretito.

Sin duda era mi momento de suerte, así que me decidía a aprovecharlo. Al día siguiente dejé otra foto con otra nota. “Te han descubierto. Si no deseas que se sepa, abre tus ventanas y hablaremos.” Nada más dejar la nota estuve esperando ansioso la respuesta de mi víctima. Pues estaba claro que me había convertido en un vil chantajista. Aquella noche antes de acostarme pude comprobar como Carol accedía a mi demanda. Las ventanas de su casa estaban todas abiertas de par en par…