Mi vecinita 3

Nuestro protagonista consigue imponer sus deseos sobre la desfortunada, desamparada y desesperada Coral.

Capítulo 3

A pesar de la angustia y las lágrimas, el rostro de Coral seguía siendo tremendamente hermoso. Enmarcado en aquella preciosa melenita azabache, su rostro desprendía la elegante armonía del canon griego. En el óvalo de su cara, sus ojos, sus pómulos, su nariz, su boca, se distribuían en perfecto y simétrico equilibrio. Aquellos redondos y luminosos ojos azules, dominaban su faz imposibles de olvidar, a pesar de hallarse inmersos en lágrimas. Su fina nariz, ligeramente respingona, se alzaba grácilmente sobre sus ahora sonrosados pómulos. Aquella graciosa nariz, se asomaba tímidamente sobre unos finos y carnosos labios, que indudablemente estaban hechos para besar. El conjunto sin embargo era mucho más hermoso y bello que cada una de sus partes por separado.

Como os podéis imaginar, no era el agraciado y bello rostro de Coral lo que atrapaba mi atención. Mis ojos se perdían mientras recorrían febriles las lascivas curvas que componían su esbelta y bien formada figura. Desde su grácil y estilizado cuello hasta sus finos y delicados pies, mi vista se deleitaba en los innumerables recovecos de su encantadora silueta. Realmente, no sabía a dónde mirar, tan pronto me extasiaba admirando las bien torneadas y estilizadas piernas, como me detenía embobado disfrutando de sus jugosos pechos.

Claro que lo que realmente me tenía embelesado, lo que realmente me tenía ensimismado era el incipiente triángulo lampiño que se formaba entre sus piernas. No podía apartar mi mirada de la hermosa visión que me ofrecía su entrepierna. Al finalizar su plano vientre, la suave depresión terminaba bruscamente entre sus ingles. Allí, bajo el monte de Venus, justo en el suelo pélvico, un par de sonrosadas protuberancias señalaban la cerrada entrada a la cueva de las maravillas. Eran los finos, delgados y sensibles labios mayores, los guardianes del núbil coñito de Coral. Mi mente calenturienta no me permitía apartar la mirada de tan tentadora entrada.

Sin duda debí quedarme bastante tiempo embobado admirando tan generoso despliegue de juvenil belleza. Esta vez, en cambio, no la descubrí mirándome con aquella media sonrisa dibujada en su rostro. Sus ojos vidriosos miraban al infinito como si su dueña pudiera evadirse así de mi salita y escapar a su inminente destino. Decidí llevarla a mi alcoba y ponerla delante de las cámaras que tenía preparadas. Cuanto antes se diera cuenta de lo irreversible de su decisión mejor para mí.

En cuanto entró en la habitación y vio lo que tenía allí montado, quiso protestar. Claro que yo la paré en seco. Le recordé que me había prometido obediencia absoluta y quería tener un documento gráfico que así lo constatase. Por supuesto, aquellas grabaciones seguirían siendo totalmente privadas y nadie más salvo ella y yo disfrutaríamos de ellas. Pude apreciar su angustia al verse cada vez más y más acorralada. Pero no tenía otra opción así que resignándose se dispuso a hacer su declaración delante de las cámaras.

En un precioso primer plano Coral comenzó su pequeño discursito que había preparado para la ocasión.

-                     Hola, me llamo Coral y soy mayor de edad. Todo lo que voy a hacer a continuación, lo hago conscientemente y por propia voluntad. He decidido ser la esclava de mi amo Don Rafael y le voy a obedecer en todo. Esta grabación es prueba de ello.

Conforme iba recitando la declaración, fui quitando el zoom a la cámara para que se pudiera apreciar la belleza de su cuerpo desnudo. Lo cierto es que me quedó una toma realmente buena. Estaba eufórico a la par que excitado, mis sueños se estaban haciendo realidad.

Nada más terminar, me acerqué a ella y la hice que se acomodara de pie entre mis piernas. Las cámaras seguían grabando desde ángulos diferentes. No sabía cómo iba a quedar la cosa pero no podía hacerlo de otro modo, tenía que confiar en mis cálculos anteriores. Por algo me había pasado la noche en vela preparándolo todo. Coral seguía como abstraída, ya no lloraba pero su mirada seguía ausente. Sin duda trataba de evadirse de todo aquello y yo decidí dejarla tranquila un poco. Quería examinarla más de cerca.

Con las piernas entreabiertas para poder estar encima de mí; tenía acceso franco a los tesoros más íntimos de Coral. Mis manos se posaron suavemente sobre sus muslos y comenzaron a explorarlos detenidamente. Primero por fuera, luego por dentro. Luego me acerqué a sus rodillas para subir despacio por la cara interna de sus piernas hasta llegar al borde de sus ingles. Estas dulces manipulaciones tuvieron su fruto. Sin poder evitarlo, mi esclava comenzó a exteriorizar su creciente vergüenza. Algunos quejidos y sollozos se le escapaban de vez en cuando. Un par de veces, la vi enjuagarse alguna que otra lágrima. Pero yo debía proseguir con mi exploración inicial…

No me olvidé de sus glúteos y mis traviesos deditos volvieron a provocarle nuevos quejidos, esta vez más de sorpresa que de vergüenza. Sin duda todo aquello la estaba turbando de un modo totalmente nuevo para ella. Sin embargo, más que nerviosa por experimentar nuevas sensaciones y experiencias; se la notaba tensa, angustiada. En otras circunstancias, Coral lo estaría disfrutando plenamente. En vez de lágrimas una amplia sonrisa luciría en su rostro. En vez de temerme, me amaría. Pero no podía tener eso, no estaba con una novia enamorada, estaba con una esclava coaccionada. No podía esperar recibir amor de una extorsión. Debía de asumir las consecuencias de mis decisiones, no lo podía tener todo. Sin embargo, al verla así tan impotente e indefensa, me resolví a hacer que la experiencia le fuese lo menos traumática y desagradable posible.

Tiernamente, la atraje hacia mí y la besé en el vientre. Al hacerlo, su dulce y suave aroma de mujer me embriagó por completo. Olía a gel y colonia, pero tras esos prosaicos aromas, un nuevo matiz pugnaba por salir. La fragante presencia de Coral, su propia e inconfundible esencia. Un perfume que esperaba olfatear y disfrutar muchas veces, aunque desgraciadamente, no lo podría disfrutar siempre...

Rápidamente deseché estos pensamientos negativos y me centré en lo que estaba haciendo. Debía disfrutar de ella ahora y debía hacerla disfrutar. Así que seguí acariciándola y besándola suavemente, sin brusquedades de ningún tipo. La hice recostarse sobre la cama. Así estaba mucho más cómoda y podía seguir besándola por todo su cuerpo. No seguía ningún orden o patrón determinado, simplemente seguí mi instinto procurando captar sus emociones. De su vientre me fui a su cuello, de su cuello a sus pechos, después a su nuca para volver a su cuello.

Mis atenciones, debían surtir su efecto, pues poco a poco, la notaba más relajada. Tenía los ojos cerrados, quizás quisiera evadirse de allí, o tal vez quería percibir más intensamente las incesantes caricias que le proporcionaba. De su apetitosa boca entreabierta dejaba escapar de vez en cuando pequeños suspiros. Tenía que asegurarme así que la besé en la boca. Mis labios se posaron sobre los suyos y mi lengua se introdujo tímidamente en ella. Para mi sorpresa, sus labios se abrazaron a los míos y su lengua comenzó a bailar junto a la mía. No había duda, comenzaba a disfrutarlo.

No sé cuánto tiempo seguí besándola. Pero espoleado por esta pequeña victoria, me atreví a ser más osado en mis atenciones. Si antes apenas le había acariciado y besado los pechos, ahora no dejaba de sobarlos. Me concentré en sus pezones que se pusieron duros como piedras. Los lamía y succionaba con deseo. Y con cada roce de mi juguetona lengüecita, desataba la libido de mi esclava que comenzaba ya a respirar entrecortadamente.

Era hora de intentar algo nuevo. Así que una de mis manos comenzó a descender por su vientre hasta llegar a sus caderas.  No tardó en acariciar el interior de los muslos de la cada vez más caliente muchacha. Subiendo por ellos, mis dedos llegaron a su objetivo, los sonrosados y delicados labios. Como sospechaba, estaban húmedos. Mi chica lo estaba disfrutando. En cuanto los rocé un poderoso gemido se escapó de la garganta de Coral. Avergonzada quizás, por esta abierta expresión de su placer, se tapó la cara con la almohada.

Sin perder más tiempo, me acomodé entre sus piernas. Aspiré el fragante aroma procedente de su virginal coñito. La inconfundible esencia de una hembra en celo. Y comencé mi tarea. Mi boca comenzó a lamer y besar la sensibilizada cara interna de sus tersos muslos. Poco a poco me fui acercando a sus ingles. Conforme lo hacía, Coral fue abriéndose más y más para facilitarme el acceso a su intimidad. Estaba totalmente entregada. Pero se negaba a reconocerlo, seguía tapándose el rostro con la almohada. Cuando mis labios besaron los suyos, ni siquiera la almohada pudo ahogar el incontenible gozo que la embargaba. La febril calentura que la dominaba era ya imposible de apagar.

Pero yo no tenía ninguna prisa. Mi hembra aún tenía que calentarse más, mucho más antes de que le llegara el primer orgasmo. Las sensaciones que experimentaba no eran del todo nuevas para ella. Ya había disfrutado de una buena comida de coño cuando la pillé con su amiguita. Así que quería asegurarme de que la mía fuese inolvidable. No sería fácil, dicen que las lesbianas se lo hacen tan bien entre ellas que nadie puede superarlas. Pero yo debía conseguirlo. Por lo menos que mi comida le resultase igual de placentera. De este modo, no le importaría volverlo a repetir conmigo…

Volví a recorrer su vulva con mi lengua, atento siempre al tono de sus gemidos. A veces estos me decían “sí, sí, bien adelante, sigue así, vas bien”… Otras, en cambio, me mostraban su desesperación por no llegar a acariciarla en el lugar exacto. He de reconocer que a veces provocaba estos últimos con el fin de excitarla y enervarla más. Pero no siempre era así. Sería un auténtico desafío aprenderme las preferencias de mi esclava…

El deseo se había apoderado por completo de Coral, quien a penas era dueña de su cuerpo. Sus caderas me buscaban cada vez con mayor insistencia. Y si no me tenía asido con sus manos era porque estas se asían a la almohada con la que pretendía ocultarse. Mis dedos habían abierto ya los carnosos labios mayores, dejando expuestos a mis lametones los delicados y sensibles pliegues interiores. Me entretuve un momento admirando la hermosura que tenía ante mí. Uno no disfruta de la panorámica de un coñito virgen todos los días. De hecho, era el primer himen que veía en directo…

Coral, mi recién adquirida y caliente esclava, comenzó a impacientarse, así que no era cuestión de contrariarla. Mi traviesa lengua volvió a recorrer aquellos irresistibles parajes. La entrada a su cuevita era explorada una y otra vez por mi golosa lengua. Sin olvidarme de su cada vez más descarado clítoris; quien ya se abría paso descollando entre los labios menores. Cuando lo rozaba con la punta de mi lengua, el cuerpo de mi hembra se arqueaba y tensaba para deshacerse después, en pequeños espasmos.

Cada vez eran más sonoros e intensos los jadeos con los que mi hembra me guiaba. Cada vez eran más abundantes los jugos exudados por su anhelante vagina. El deseo crecía y aumentaba  por momentos, cada vez era más difícil dominarlo y controlarlo. La tensión sexual se acumulaba en su cuerpo, los gemidos y jadeos medio ahogados, ya no lograban liberarla. Pequeños espasmos comenzaron a sacudirla. Su respiración se hacía a cada instante más agitada, yo diría que desbocada. Coral estaba a punto de sucumbir a la pasión que la azotaba con insistente violencia. Entonces, sin previo aviso, su cuerpo se arqueó, sus manos se crisparon. Un profundo y prolongado chillido, apenas ahogado por la almohada, llenó toda la sala. Y un potente e incontenible torrente me alcanzó en la cara. Su cuerpo manaba como una fuente. Coral había alcanzado por fin su merecido orgasmo…

Yo, por mi parte, seguía aguardando el mío. Pero no tenía ninguna prisa, aún me quedaban muchas cosas más que hacer con mi esclava, antes de buscar mi propio disfrute.