Mi vecinita 16
Rafa consigue llevar a cabo su plan para Coral tal y como lo había planeado. Pero sigue sin poder declararle sus verdaderos sentimientos. Por otra parte de repente surge una situación inesperada.
Capítulo16
Lunes, jodido lunes, tienes que regresar al trabajo después del descanso del fin de semana. Cuando abres los ojos, no tienes las más mínimas ganas de trabajar. Aún recuerdas lo bien que te lo has pasado de fiesta con tus amigos o descansando en casa sin hacer gran cosa. Si además da la casualidad, como es mi caso, de que has estado en la playa. La sensación de agobio se multiplica. Aunque si he de ser sincero no era el ambiente playero el que me ponía nostálgico y de mal humor ese lunes. Era el recuerdo de las dulces horas pasadas con mi vecinita Coral. Las gratas sensaciones que venían a mi memoria cuando repasaba los momentos vividos con ella, multiplicaban el desasosiego que sentía por tener que ir al trabajo. Y no es que no me gustara mi trabajo, que me gusta y mucho. Pocas personas pueden decir que trabajan en algo que les gusta como es mi caso. Pero me lo pasé tan bien en la playa con mi chica que para mí todo lo demás había perdido su interés. Sólo me interesaba una cosa, volver lo antes posible con ella.
Existen más razones por las que tenerles inquina a los jodidos lunes. Los jefes suelen tener tras los fines de semana nuevas ideas que poner en práctica. Ideas brillantes que sólo a ellos se le ocurren y que la mayoría de las veces demuestran ser soberanas estupideces. Ideas luminosas que siempre significan más papeles, más trabajo y peores resultados. Afortunadamente, estos lunes especialmente “radiantes” no suelen ser muy abundantes. La mayoría de los jefes tienen la sensatez de no cambiar lo que ya funciona. Pero si uno se haya inmerso en un proyecto especialmente importante y tienes la fortuna de estar bajo la supervisión de una jefa trepa más incompetente e ignorante que tú. Entonces la posibilidad de encontrarte con uno de esos lunes con nuevas ideas brillantes y exitosas es del cien por cien. Es más lo más probable es que te encuentres con dos o tres de estos lunes en el primer mes de comenzar a trabajar en el proyecto. Aquel jodido lunes tuvo la virtud de ser especialmente “luminoso y radiante”.
Os podéis imaginar lo bien que nos lo pasamos tratando de entender y asimilar las preclaras ideas de nuestra jefa. Fue la primera vez de mi vida laboral, que estuve mirando el reloj cada media hora esperando que llegara el momento del cierre. Decir que fue un infierno es quedarse demasiado corto. Y lo peor es que se adivinaba que todo aquello sólo era el principio. Nos acordamos de todo el árbol genealógico familiar de nuestra “queridísima” Ángela. Creo que le añadimos tres o cuatro parientes que no tenía. Resulta que para quedar ella bien delante de los representantes de la empresa que nos contrataba, había decidido reorganizarlo todo. La cosa no estaba nada mal, nosotros hacíamos lo más complicado, cálculos, planos y demás y ella, no haciendo ni el huevo, quedaba como una experta y capaz ingeniera. Algo previsible, pero es que no contenta con eso nos estaba obligando a rehacerlo todo basándonos en un plano que había visto no sé dónde y que le venía de perlas al proyecto. Si la cosa salía bien, ella se llevaría los honores. Pero si la cosa se torcía, como todos esperábamos; entonces ya sabíamos de quién sería la culpa, nuestra por no saber entender sus excelentes instrucciones. ¡La madre que la parió!
Llegué a casa más cabreado que un chino. Y con trabajo para parar un tren. Trabajo que ya estaba hecho y que ahora tendríamos que repetir. A las tantas de la noche, cansado de hacer el primo me fui a la cama. Necesitaba dormir y olvidarme de toda aquella mierda, con perdón. Lo cierto es que apenas lo conseguí. Me desperté cansado del poco dormir. Durante la noche había tenido pesadilla tras pesadilla dándole vueltas a las nuevas instrucciones y los nuevos planos. Y cuando llegué a la oficina más de lo mismo. Si no quieres sopa, toma tres tazas… El martes fue aún peor que el lunes. De hecho, la semana no mejoró hasta el miércoles por la tarde.
Llevaba algo más de una hora en casa cuando me sonó el móvil, un mensaje. No quería leerlo, seguramente sería Ángela con alguna nueva estupidez o exigencia estrafalaria. Pero no podía ignorarlo, así que cuando descubrí que era Coral la que me escribía me llevé la mayor alegría de la semana hasta el momento. Más que un mensaje, Coral me mandaba un testamento. Me explicaba un plan que había urdido para poder vernos el viernes, pero sólo el viernes. Quería mi visto bueno para el mismo. Lo cierto es que yo no estaba para pensar en demasiadas cosas alejadas del dichoso proyecto. Y tampoco me sentía capaz de exigirle nada más. Lo cierto es que ya no quería ser su amo, la quería como novia. Le dí el visto bueno, cierto que sólo podría disfrutar de un ratito de intimidad con ella. Ni el sábado ni el domingo parecían factibles a tenor de lo que me decía. Pero más valía un día que nada. Además si me lo organizaba bien, podría sacarle mucho más partido…
Pensé que sería una buena idea llevarme las cámaras y grabar nuestro encuentro. Así siempre que quisiera podría disfrutar del recuerdo de aquel día. Y para demostrarle mis buenas intenciones con ella, prepararía algo que le gustase de veras. Sólo tendría que pensar un poco en ello y el jueves prepararlo todo. Sí, la semana mejoraba y mucho, pero tenía que planificarlo todo muy bien para que terminara como debía. Ese miércoles, tampoco pude dormir mucho pero cuando sonó el despertador, me desperté de mejor humor. Me levanté tan contento que el trabajo en la oficina se me pasó volando. Claro que lo que hice fue pasar olímpicamente de las nuevas instrucciones de Ángela y hacerlo todo a mi manera. Cuando llegó la hora de acostarse, ya tenía todo preparado y listo. El viernes sería el mejor día de la semana.
Llegué al hotel a eso de las doce. Un poco más tarde de lo que en principio había previsto. Antes de salir tuve que hacer las compras que Coral me había encargado. La idea era aprovechar el tiempo en el que ella, supuestamente, estaría haciendo la compra de la semana. No estaba muy convencido, pero si eso era lo que ella necesitaba, yo estaba más que dispuesto a hacerlo. Había reservado la misma habitación que habíamos usado la semana anterior. De este modo sería todo más fácil. Dejé las maletas y la compra de Coral. Bueno, algunos productos los guardé en la nevera de la habitación para que no se estropearan demasiado. Después salí a pasear por la playa. Estuve buscando a mi chica por donde me había dicho que solían estar. Creo que la vi de lejos pero no estoy seguro. No quise acercarme más para no comprometerla. Según me había comentado su prima estaba con la mosca detrás de la oreja. No quería incomodarla o perjudicarla de ningún modo delante de su familia. Así que pensé que lo mejor sería alejarse y disfrutar del paisaje. La verdad es que apenas si pude hacerlo. Estaba tan nervioso que me resultaba imposible relajarme. Era peor que estar esperando antes de la primera cita. ¡Tenía miedo! Miedo de molestarla con el juego que tenía pensado. Miedo de haberme equivocado con la compra. Miedo de hacer algo que me hiciera perder su cariño.
Comí en el restaurante del hotel. Lo cierto es que el menú era bastante bueno. Bien guisado, sabroso y no demasiado caro. Pero apenas si lo disfruté. Más que comer engullí rápidamente lo poco que fui capaz de tomar. Tenía prisa, prisa por encontrarme con mi chica y estar con ella. No quería desperdiciar ni un solo segundo, saqué las cámaras y las coloqué. Después me aseguré de tener a mano los juguetitos que tenía pensado usar con ella. Luego me senté a esperar. Traté de entretenerme viendo la televisión, pero no conseguía prestarle la suficiente atención. Cada cinco minutos o así me miraba el reloj para saber la hora. Era temprano pero aún así me pareció que Coral se retrasaba demasiado. Volví a comprobar el estado de las cámaras, la colocación de los juguetitos, hasta el listado de la compra que había hecho. Tres o cuatro veces más volví a comprobarlo todo antes de que por fin alguien llamara a la puerta.
Me lancé como un loco hacia la entrada. ¿Por qué estaba tan nervioso? Lo más seguro es que se tratara de mi vecinita. ¿Qué otra persona llamaría a la puerta? Respiré hondo antes de abrir. Si Coral me veía en aquel estado de nervios, echaría a perder mi reputación delante de ella. Debía mantener la calma y mostrarme seguro delante de ella. Si no, el juego que tenía pensado se iría al garete antes de que siquiera diera comienzo. Logré serenarme lo suficiente, y pude abrir la puerta. En efecto se trataba de Coral. Le dejé el paso libre de inmediato, estaba deseoso de comenzar y acabar con mis nervios…
Lo primero que hizo Coral, fue preguntarme por la compra. Era normal, era clave para que su plan tuviera éxito. Felizmente todo estaba en orden y podríamos proseguir nuestro encuentro con total tranquilidad. Los planes de Coral se desarrollarían sin problemas. Ahora veríamos, si los míos tendrían la misma suerte. Uno podría pensar que después de tanta espera, y tan meticulosas y exhaustivas comprobaciones, todo estaba bajo control. Pues no. Resulta que me había dejado la mitad de las maletas sin desempaquetar. Y allí estaban en medio de todo estorbando. Me maldije por mi desastroso descuido. ¿Cómo se me podría haber pasado por alto? ¡Dos horas viendo las maletas a medio abrir y sin ser capaz de ordenar el cuarto!
Por fortuna, Coral no se extrañó por mi descuido. Se limitó a sonreírme mientras se quitaba la ropa, como era preceptivo, y yo procuraba guardar mis cosas en los armarios. Parecía muy contenta y estaba tan interesada como yo en comenzar el juego. En cuanto se hubo desnudado del todo comenzó a ayudarme con las maletas. Por desgracia, descubrió la bolsita negra donde guardaba los juguetes que tenía pensado usar con ella. ¡Casi lo hecho todo a perder! ¡Por los pelos! Conseguí arrebatarle la bolsa justo antes de que la abriera. Después estuvimos jugando al gato y al ratón con la dichosa bolsa. Ella procuraba descubrir su contenido aprovechando un posible descuido mío y yo la vigilaba constantemente velando por que no lo consiguiera. Lo cierto es que se convirtió en un juego bastante divertido durante el que perdí todos mis miedos y logré tranquilizarme. Creo que a Coral, también disfrutó del improvisado juego. Había despertado su curiosidad y mi vehemente defensa del secreto de la bolsa negra, la divertía. Finalmente, todo estuvo en orden. El verdadero juego podría dar comienzo…
Lo primero que hice, fue colocar a Coral en la posición correcta delante de las cámaras. La senté en medio de la cama y cámara en mano comencé a grabarla.
- Dile a la cámara quién eres…
- Hola, me llamo Coral y soy mayor de edad. Todo lo que voy a hacer a continuación, lo hago conscientemente y por propia voluntad. He decidido ser la esclava de mi amo Don Rafael y le voy a obedecer en todo. Esta grabación es prueba de ello.
Era la misma declaración que hiciera en nuestro primer encuentro. Cuando la chantajeé con revelarle a sus padres su escarceo lésbico frente a las ventanas de mi casa. Conservaba el escrito que la obligara a leer entonces y decidí aprovecharlo. En esta ocasión, Coral se mostró mucho más fuerte y segura. Había asumido su rol en sus encuentros conmigo y ya no mostraba reticencia alguna. Me sentí orgulloso de aquel logro y al mismo tiempo sentí una profunda punzada al recordar el ruin modo con el que la había conocido. Esperaba que lo que tenía pensado para ella la hiciera olvidar la amargura de nuestro primer encuentro.
- Sabes Coral, has sido una buena esclava hasta ahora. De modo que te voy a recompensar. En esta sesión, sólo has de preocuparte por disfrutar…
- Gracias, mi Amo. Es un honor servirle y que me tenga en tan alta estima.
No puedo decir que la respuesta de Coral me disgustara. En realidad, era una respuesta perfecta para una esclava que servía a su amo. Sin embargo, no acabó de gustarme del todo. Me hubiera gustado una respuesta más personal, más íntima. Una respuesta que sin embargo, no me merecía. Lo reconozco, era la respuesta adecuada y perfecta para un amo. Pero yo no quería ser sólo el amo de Coral. Quería ser su novio, y para un novio, la respuesta de mi chica no dejaba de ser fría, formal y distante. Pero eso era lo que yo había buscado, lo que yo mismo había provocado con mi conducta. La había forzado, la había chantajeado, la había inducido a ser mi esclava. La había obligado bajo amenazas a que se entregara a mí. ¿Qué podía esperar de ella? ¿Cariño, amor? No los merecía, y sin embargo; eso es lo que ahora yo demandaba de ella.
No podía reprocharle nada. Así que me esforcé por mostrarme complacido con su respuesta. Después de todo, era nuestro juego y no podíamos abandonarlo. Quizás si hoy lo jugaba bien, si todo salía como tenía previsto, tal vez pudiera arrancarle una expresión de sincero afecto. Con un poco de suerte hasta consiguiera un poco de gratitud por haberla hecho disfrutar de nuestro encuentro. Una mirada, una sonrisa, una expresión... cualquier cosa que me permitiera aliviar mi conciencia. Ese era mi único consuelo y mi verdadero propósito al reunirme con ella. Ya era demasiado tarde para pedirle perdón. No me atrevía a pedírselo. Tampoco quería renunciar a ella, no tan pronto. La única salida era aquella, que Coral disfrutara tanto con nuestros encuentros que se llegara a olvidar de las artes de las que me había valido para concertarlos. Una débil esperanza que me daba las suficientes fuerzas para dominar mis ansias… y mis miedos.
No podía entretenerme más. Debía comenzar con el jueguecito que tenía preparado. Lo primero que tenía que hacer era vendarle los ojos a mi chica. No se lo esperaba, pero no puso objeción alguna. Lo único que debía hacer mi chica era relajarse y gozar. La tumbé sobre la cama mientras me iba a por los juguetes. Estaba nervioso, después de tantos planes y tantos encuentros, resulta que me temblaban las manos. Tenía que serenarme. Me quedé de pie mirándola mientras intentaba controlar los latidos de mi corazón. ¡Era tan guapa! Se la veía tan hermosa… Me quedé de pie frente a ella mirándola, pero ahora lo hacía con otros ojos. Ya no deseaba serenar mi espíritu, si ahora la miraba, lo hacía por puro placer. No podía apartar mis ojos de semejante hermosura.
Completamente estirado el cuerpo de Coral yacía en medio de la cama. Las piernas ligeramente separadas permitían un ligero atisbo al más íntimo tesoro de Coral. Sus sonrosados labios me llamaban incitándome a comérmelos. Claro que había otros encantos que llamaban la atención. Las manos, por ejemplo, estaban a sus costados y revelaban sin querer el estado de nerviosismo de mi chica. Aunque aparentaba estar tranquila y relajada, lo cierto es que debía de estar algo nerviosa. Coral asía las sábanas con más fuerza de la necesaria. Desde luego no estaba tan relajada como quería aparentar. Sonreí satisfecho, aquello le convenía a mis planes. Me fijé entonces en su lindo busto coronado por unos más que erizados y durísimos pezones. Sus redondos y turgentes pechitos subían y bajaban al ritmo de la respiración. Una respiración más agitada de lo normal a tenor de la elevada frecuencia con que se elevaban aquellas torres temblonas. El hipnótico vaivén me abstrajo de todo cuanto me rodeaba más de lo debido. Se la veía tan hermosa…
Coral suspiró sacándome del trance en el que me hallaba. Tenía mucho que hacer y no había dado ni el primer paso. Por suerte, la involuntaria demora me favoreció. Mi vecinita se mostraba mucho más atenta a cuanto la rodeaba. Sin duda trataba de adivinar qué estaba haciendo. Como había previsto, no saber lo que le esperaba la excitaba. Sí, no cabía duda, mi esclavita estaba mucho más excitada de lo que le hubiera gustado. La boca entreabierta demandaba expectante un beso. Me acerqué para observar más íntimamente los carnosos labios ligeramente humedecidos por la deliciosa lengua de mi esclava.
“Mi esclava”… cómo me herían ahora esas palabras. Me robaban la ilusión y al mismo tiempo me enervaban de un modo que difícilmente puedo explicar. Coral era mía, completamente mía, yo era su dueño y ella completamente entregada satisfaría todos mis caprichos y deseo. Ese poder, esa autoridad seguían cautivándome y abochornándome al mismo tiempo. A pesar de que esas malditas emociones me habían llevado a aquella horrible situación, no podía resistirme al influjo que ejercían sobre mí. No lo entendía pero así era, tenía que aceptarlo…
Desperté del trance en el que me había sumido la hermosura de mi chica, había pasado demasiado tiempo contemplándola. Abrí la bolsa negra con más torpeza de la deseada y extraje de ella mi primer juguete, una pluma de ave. Con extremo cuidado me acerqué a mi entregada esclava, no quería proporcionarle ninguna pista antes de tiempo. Comencé a acariciarla con la pluma lo más suavemente que pude. Al principio con un leve y fugaz roce apenas perceptible aquí y allá sin buscar ninguna parte de su anatomía en concreto. Buscaba más la sorpresa que el placer del tacto, más que nada quería despertar su curiosidad. Para hacerle las cosas un poco más difícil, la acariciaba tanto por el cálamo o cañón, como por las barbas o parte laminar de la pluma. Quería desconcertarla para que no le resultara tan sencillo identificarla. Aún temiendo pecar de inmodestia, creo que lo conseguí. Sin embargo, no tardé en cambiar de opinión y comencé a centrarme en otras partes de su anatomía mucho más sensibles e interesantes. Ya hacía tiempo que había logrado despertar su curiosidad, ahora que había llamado su atención, había llegado el momento de despertar su libido.
No tardé en comprobar los efectos de mis atenciones. Mi pluma se humedecía cada vez más cuando rozaba el coñito de mi vecinita. Así que decidí utilizar otro de los artilugios que tenía guardados en mi bolsa negra. No lo pensé mucho y saqué el primer objeto que me vino a mano. Resultó ser una espuela. Al principio el punzante roce de la rueda dentada pareció asustarla un poco. Pero el miedo no tardó en convertirse en curiosidad y morbo. Las suaves caricias de las púas le arañaban la piel sin incomodarla. Quería excitarla, no torturarla. Mi niñita iba calentándose cada vez más, de vez en cuando se le escapaba un pequeño jadeo apenas audible. Cuando los pinchos de la rueda comenzaron a pasearse por sus firmes muslos, mi chica separó sus piernas un poquito más. Mi chica se entregaba a mí facilitándome el camino hacia su mojado coñito. Sonreí para mis adentros, aún me quedaban muchos juguetes con los que jugar antes de empezar con ella en serio.
- ¡Una rueda dentada!
La espontánea y sincera respuesta de Coral logró arrancarme una sonrisa. Había hablado sin pensar, pero lejos de molestarme me divertía. Coral estaba participando del juego.
- Con que lo has adivinado… Excelente, esclavita. En efecto es una pequeña espuelita. ¿Te gusta cómo la manejo?
- Sí… sí, mi señor, me está poniendo muy caliente…
- ¿Y sabes qué era lo anterior?
- Una pluma… mi Amo. Y también me gustó mucho cómo la usó conmigo, mi señor…
- ¿Te gusta este juego?
- Sí… siga por favor… Mi Amo, no se detenga ahora. Estoy muy caliente…
- Eres una esclavita muy buena, dulce y fogosa. Espero que continúes así.
¡Cómo me estaba poniendo aquella niña! Encontraba siempre el modo de calentarme más. ¡Y cómo lo hacía! Su voz era fuego, puro fuego; podría incendiar un bosque con ella. La besé. No podía hacer otra cosa. Tenía que expresarle todo cuanto que sentía. Nuestros labios se fundieron al tiempo que se abrazaban nuestras lenguas. Aquel beso me elevó más allá del cielo. Estaba en el paraíso y no me había dado cuenta. Si me hubiese muerto en aquel instante no me habría importado. Pero tenía otras cosas en mente.
Metí la mano en la cubitera y saqué un cubito de ella. Coral no tardó en identificarlo. El frío cubito contrastaba con el fuego de su piel, despertando en ella mil sensaciones distintas. En vez enfriarla, las gélidas caricias avivaron las llamas de su lujuria así que me tomé mi tiempo. Las prisas no sólo eran innecesarias, eran contraproducentes. Cuanto más concienzudo fuese con mis juegos, obtendría más y mejores resultados. Así que dediqué bastante tiempo a “enfriarla” con mis hielitos. Mi caliente vecinita no tardó en corresponderme con sus primeros gemiditos. Auténtica música para mis oídos.
Aunque sus jadeos me invitaban cada vez con mayor insistencia a que la tomara cuanto antes, hice oídos sordos a sus llamados. Claro que había llegado el momento de cambiar una vez más de táctica. Esta vez decidí disfrutar del suave tacto de su piel. Comencé a acariciarla con mis manos. Primero rozándola sutilmente con la yema de mis dedos, después usando mis uñas, finalmente masajeándola en toda regla. Coral no tardó mucho en descubrir con qué la acariciaba. Una vez más su picarona sonrisa me revelaba sus sentimientos. Para hacer la experiencia mucho más placentera y agradable, decidí usar unos aceites aromáticos que había comprado en un sex-shop. Resultaron ser tan buenos como me lo habían prometido. Los quedos gemiditos iníciales de mi chica habían pasado a ser jadeos declarados. Coral no dejaba de moverse y contonearse con toda la lujuria y lascivia de la que era capaz. Sus manos se aferraban a las sábanas como si le fuera la vida en ello. Se me ofrecía con total descaro, cada vez me resultaba más difícil contenerme y continuar con el plan previsto.
Afortunadamente, tenía las cosas claras, tenía un plan bien definido y no quería salirme de él. La única concesión que le hice ante su declarada insistencia fue la de darle unos pocos lametones en su linda almejita. Coral procuraba contenerse, pero cada vez le resultaba más difícil hacerlo. Cada vez estaba más cerca del orgasmo, pero aún no había llegado el momento. Tenía más juguetes guardados en mi bolsa negra y no pensaba dejarme ninguno sin usar antes de que la permitiera correrse por primera vez.
Me había traído la polla de látex que ya empleara para grabarla a solas. Lo cierto es que desde que viera la ardiente actuación de mi chica con aquella polla artificial, me sentía celoso. Sí, en cierto modo, necesitaba averiguar si realmente me prefería a mí por delante de aquel objeto. Creedme, si hubierais visto el dichoso video y la cara de vicio y placer de Coral mientras cabalgaba con el dichoso trasto; comprenderíais al instante la razón de mis celos. El caso es que ahora era yo el que manejaba el dichoso consolador y estaba resuelto a salir de dudas. La aparición de la nueva herramienta pareció desconcertarla un poco. Al menos al principio, durante un minuto o dos pareció devanarse los sesos tratando de averiguar con qué coño la estaba acariciando ahora. Le estuve paseando el consolador por todo el cuerpo sin dejarlo quieto ni un momento. Hasta que no lo puse en su boca para que lo besara con sus carnosos labios no fue capaz de identificarlo.
- Ya sabes lo que es, ¿verdad zorrita?
- Sí, señor. Una polla de plástico.
- Bueno, no es exactamente de plástico pero podemos dar por buena la respuesta… ¿Quieres que te folle con ella verdad? No te preocupes, lo haré pero antes tendrás que chuparla un poquito. A ver hasta dónde te cabe…
Así que comencé a darle polla para que mamara. Era todo un espectáculo verla lamer, besar y hasta saborear aquel falo de plástico. Su golosa lengua se paseaba incansable por tanto por el capullo como por el tronco artificial mostrando una elasticidad y flexibilidad asombrosas. Sus labios se firmes y cerraban herméticos sin que sus dientes llegaran a rozar el miembro sintético. Pero lo mejor era su asombrosa capacidad para engullir el enorme bálano. Sin llegar a forzarla en ningún momento logró llegar hasta la misma base. Como os podéis imaginar me quedé absorto contemplando tan lúbrico espectáculo. Me tomé mi tiempo disfrutando del mismo prolongándolo cuanto me fue posible. Si no hubiese tenido mis manos ocupadas mientras manejaba aquel chisme me habría pajeado como un mono. Algo que habría dado al traste con mi hasta el momento fantástico plan.
Fantástico a tenor de los resultados. Coral estaba cada vez más caliente, respiraba agitadamente sin dejar de gemir y jadear, se contoneaba y arqueaba ofreciéndose constantemente, y su coñito brillaba y manaba como una fuente. Había llegado el momento de darle un poco del placer que demandaba. Liberé su boca del afortunado miembro artificial para poder besarla una vez más. Su boca me recibió ansiosa presta a devorarme. Aunque se mostró algo molesta, sin duda no era un beso lo que más le interesaba. Así que sin demora me apresuré a complacerla. Puse la punta del consolador en la anhelante, ardiente, húmeda y estrecha entradita. El lúbrico gemido que se le escapó entonces a mi vecinita me la puso más dura que una barra de acero forjado. Estaba cada vez más ansioso por follármela de modo que me costó dios y ayuda contenerme y ceñirme al plan.
Siguiendo con lo que tenía pensado, me dediqué a torturar y a impacientar a mi sufrida Coral. Me impresionaba el aguante y fuerza que mostraba. Su entereza y capacidad de autodominio eran sorprendentes. Con lo caliente y salida que estaba era una verdadera incógnita: cómo lograba contener sus fogosos deseos. Así que me dediqué a pasear a nuestro afortunado amiguito por todos los recovecos y alrededores de su dulce coñito. Estuve demorándome hasta que por fin logré que mi vecina claudicara y me suplicara con sus gemidos que comenzara a follarla. Y ni aún entonces estuve dispuesto a darle todo cuanto me pedía, me limité a acariciar sus jugosos labios con la puntita del falo de látex. Claro que ya no estaba la cosa para mucho más juegos, de modo que comencé a penetrarla con el mismo con toda la parsimonia de la que fui capaz.
Se le acabaron las fuerzas a mi vecinita, ya no era capaz de contenerse. Ahora gemía y suplicaba abiertamente. Claro que cada vez que me hacía llegar su deseo a las claras, es decir hablando, yo la castigaba retirándole el consolador para comenzar a penetrarla con él desde el principio. No veáis como bufaba y suplicaba cada vez que la dejaba vacía. Me divertí bastante con este juego. Lo cierto es que llegué a dudar de que pudiera penetrarla completamente antes de que me cansara del mismo. Pero, sorprendentemente, coral logró dominar su lujuria una vez más y consiguió retener sus suplicas. Por fin se había logrado calzar el portentoso aparato artificial, el gemido de alivio que salió de su boca fue sencillamente estremecedor. Jamás hubiese pensado que un simple jadeo pudiera ser tan ardiente. Si no alcanzó el orgasmo en aquel entonces poco le faltó, os lo juro. Casi me corro yo de gusto con simplemente oírla.
Entonces cambié de juego. Le dejé la polla firmemente metida hasta el fondo sin moverla ni un milímetro. Por supuesto Coral no dejaba de contonearse y moverse sin descanso. Sus caderas eran un auténtico torbellino de curvas, recurvas y vaivenes. Sin embargo, por más que porfiara ni el bálano se le salía, ni yo la ayudaba moviéndoselo de algún modo. Hasta que finalmente se rindió del todo y comenzó a suplicarme con verdaderas ganas. Ya no quise atormentarla más, tampoco podía; mis ansias por complacerla eran tan fuertes como las suyas, así que sencillamente la besé. La besé con todas mis ganas, con toda la dulzura de la que fui capaz. Y lo mejor de todo es que ella me correspondió. Su beso fue tan ardiente y tierno que aún me estremezco al recordarlo. Como muestra de agradecimiento y gratitud comencé a darle lo que de veras quería. Mientras nos besábamos, comencé a darle placer con aquella polla artificial. Fiel a mi táctica no me apresuré en los envites con el consolador. Claro que, como podéis comprender, hubiese preferido que hubiera sido mi polla la que la penetrara y no aquella cosa. Por lo menos me quedaba el consuelo de saber que no tardaría en disfrutar de verdad de aquella fogosa y deliciosa hembra.
Coral no estaba para muchos trotes, estaba a punto de correrse. La piel perlada por el sudor, la tensión en sus crispadas manos, el incesante baile de sus caderas… así me lo demostraban. Pero lo que realmente la delataba era el cambio en el tono de su voz. Apenas si podía articular nada coherente. Era más bien un ronquido sordo que se le escapaba cada vez que exhalaba el aire. Un ronquido que crecía en intensidad y timbre hasta que de repente se le quebró la voz. Entonces se echó hacia atrás arqueando la espalda y hundía su cabeza en la almohada como si intentara contener el irrefrenable impulso que la dominaba. Al tiempo me empapaba la mano con sus abundantes jugos, mi niña se estaba corriendo.
No os puedo explicar con exactitud lo que sentí entonces. Alegría, satisfacción, orgullo, lujuria, deseo, placer… toda una amalgama de sentimientos que se sucedían y contradecían al mismo tiempo. Me sentía bien, hasta podría decir que me sentía feliz por haberla complacido. Saberme el autor y responsable de su gozo y placer me proporcionaba un agradable sentimiento de satisfacción semejante al que experimenta uno por un trabajo bien hecho. Pero al mismo tiempo, el lúbrico y libidinoso espectáculo despertó mis más bajos instintos. La deseé, deseé poseerla con todas mis fuerzas. Mi polla ya de por sí erecta y dura se me endureció y tensó hasta límites que no creía posibles, llegó a dolerme incluso. Pero lo que más me frustró fue no estar dentro de ella. ¡Al mismo tiempo que me alegraba me lamentaba! Patético, ya lo sé. Pero si os he de ser sinceros, ahora que lo recuerdo, creo que el sentimiento que más arraigado estaba y más fuerza tenía era los de satisfacción y felicidad. Sí, me alegraba hacerla feliz.
El orgasmo de Coral debió ser de los que hacen época a tenor de los efectos que pude observar en ella. Por de pronto, la respiración no llegó a normalizarse del todo. Seguía respirando con bastante agitación, los jadeos y gemiditos no llegaron a desaparecer del todo. De vez en cuando percibía un ligero temblor en sus piernas, y sus manos seguían tensas sin soltar las sábanas. Traté de hacerme el valiente y seguir follándola con el consolador un ratito más; pero me fue imposible. La urgencia que sentía en mi entrepierna era ya incontenible. Así que me decidí a probar algo nuevo. Quería aguantar un poco más de tiempo sin follármela de modo que opté por una acción intermedia. Le dí a Coral mi rabo para que lo probara mientras yo me dedicaba a seguir jugando con su conejito y el consolador. Era un de sesenta y nueve con añadido.
La cosa no resultó del todo mal. Coral me recibió con gusto, los lametones y besos que les dedicó a mi herramienta así me lo demostraron. ¡Y cómo se la tragaba! Se la metía entera, hasta el fondo; como si de veras quisiera engullirla. La succionaba con tal fuerza que más que boca parecía una ordeñadora. Yo apenas si era capaz de resistir sus envites y concentrarme en la tarea que tenía delante de mí. Un par de lametones a su botoncito y unos escasos metisacas que fueron más que generosamente agradecidos por mi sobrecalentada vecinita. No deseaba terminar en su boca así que tenía que hacer ímprobos esfuerzos para conseguirlo. Apenas si fui capaz de aguantarle unos minutos antes de cambiar definitivamente de tercio y entrarla a follar. Me incorporé para cambiar de postura y ponerme el preservativo. Estaba tan ansioso por follarla que aunque apenas si tardé en ponérmelo me sentía molesto por tener que perder tiempo haciéndolo. Afortunadamente, Coral me sorprendió del mejor modo posible.
- Sí, Amo, fólleme… por favor.
- ¿Que te folle…? ¿Qué crees que he estado haciendo? ¿Es que no te gusta?
- Sí… sí que me gusta… ¡uf! Y mucho… Pero prefiero su polla dentro de mí… Señor.
- Con que prefieres mi polla ¿eh? Pues no te preocupes que te la voy a dar…
- Aaaahhh… Síííí… Gracias, señor…
Este breve intercambio de palabras fue lo mejor de todo. Significaba que Coral me deseaba. Mi chica disfrutaba enormemente conmigo y me lo hacía saber. Uno no puede recibir mejor halago de una mujer. Apenas acababa de entrar en su bien lubricada cuevita cuando me vi rodeado estrechamente por las piernas de Coral. Estaba a punto de correrme pero no quería terminar tan pronto. Me quedé un ratito en ella sin moverme mientras me acostumbraba al delicioso calor de su cuerpo y la delicada presión que ejercía su vagina. Después comencé a moverme lo más lentamente que pude. Quería prolongar nuestro placer al máximo, a pesar de que a duras penas podía controlarme. Me costaba trabajo controlar mi respiración, no podía reprimir mis gemidos que se hacían cada vez más intensos…
- Por favor… Amo, quíteme la venda.
- ¡Ahg! ¿Qué? ¿Qué te quite la venda?
- Sí, por favor, Amo. Me gustaría verle los ojos…
- Está bien, como quieras… Ya te dije que hoy es tu día, esclavita.
He de reconocer que la petición de Coral me pilló descolocado y me molestó un poquito. No es que me enfadara, pero estaba tan concentrado en la faena que esta interrupción hizo que me irritara un poco. Claro que pensándolo bien, aquella parada nos ayudaría a prolongar nuestro disfrute. Así que hice lo que tenía que hacer, satisfacer los deseos de mi chica. La besé en el cuello y en la boca, ella me correspondió con la misma intensidad. Después le quité la venda y la miré a los ojos. La pasión y entrega que vi en ellos me dejaron extasiado. No tuve más remedio que besarla. Aquella chica me gustaba cada vez más.
Después de comernos la boca durante un buen rato, volvimos al coito. Uno pudiera pensar que tras estar un ratito sin darle al tema las cosas estarían más calmadas. Nada más lejos de la realidad. En cuanto comenzamos el baile, regresaron a nosotros las mismas urgencias de antes por alcanzar el éxtasis. Yo procuraba seguir con mi habitual ritmo lento. Pero Coral tenía otros planes, gemía con verdaderas ganas; se abrazaba a mí con fuerza, sus caderas bailaban por su cuenta… Poco después Coral chilló con fuerza, los ojos se le pusieron en blanco y su coñito me estrujó la polla con fuerza. Se estaba corriendo. Verla gozar así me volvió loco, comencé a follarla en condiciones. No podría deciros cuánto tiempo estuve dándole con todas mis ganas. Coral seguía como en trance y eso me calentaba aún más. Sólo sé que cuando menos me lo esperaba me vacié dentro de ella. Fue un delicioso estallido repentino que me dejó sin fuerzas para nada. Me clavé a ella y me dejé llevar por el intenso placer que me embargaba.
- No te vayas, sigue abrazándome…
- No puedo. Tengo que salir pronto. Si no… si no me quito el preservativo podría… ya sabes. Podría verterse un poco de semen y tendríamos riesgo de embarazo. ¿No querrás otro susto, verdad?
- No. No, claro.
- Espera, vuelvo enseguida.
Con gusto me habría quedado dentro de mi chica abrazado a ella hasta el fin de los días. Estaba tan a gusto a su lado que no me hubiese importado pasar el resto de mi vida así a su lado. Pero ya habíamos tenido un susto gordo y como no tenía intención de darle otro decidí hacer las cosas así. No tardé ni medio minuto en salir y volver a la cama con ella. La abracé de inmediato, no quería perder ni un instante. El suave tacto de su piel, el dulce aroma de su perfume, el cálido abrazo de su cuerpo… todo en ella era tan agradable y placentero que me resultaba imposible dejarla. Estuvimos un buen rato así, abrazados los dos, antes de volver a besarnos. Los besos nos volvieron retozones y pronto nos vimos envueltos en un nuevo polvo tan placentero y dulce como el que habíamos vivido.
Fue una tarde maravillosa. Jamás hubiera imaginado que las cosas entre nosotros pudieran salirnos tan bien. Nos olvidamos de todo, de todo; y disfrutamos de nuestra unión. Sólo una nube turbaba mi felicidad, la inevitable y pronta marcha de mi chica. Me abracé a ella, procuraba así aprovechar hasta el último segundo de felicidad. Pero nada puede detener el avance inexorable del tiempo, finalmente tuvimos que doblegarnos a él y aceptar la necesidad de separarnos. Tras una breve ducha nos preparamos para la despedida. Antes, Coral tenía que recoger la compra que debía servirle de tapadera; unos minutos de prórroga antes de la separación definitiva. Un último piquito y nos dijimos adiós.
Tras nuestro feliz encuentro, salí a dar una vuelta por los alrededores. Quería distraerme. Apenas habían pasado unas horas desde la marcha de Coral y ya la echaba de menos. Con suerte, me encontraría con alguna chica con la que entretenerme hasta que regresara a casa el domingo. Por desgracia, no volvería a ver a Coral hasta la semana siguiente cuando volveríamos a repetir nuestra pequeña simulación. Demasiado tiempo sin ella, no quería ni pensar en lo larga y dura que se me iba a hacer la semana. Sin embargo las cosas no sucedieron como estaba previsto. El destino caprichoso se las apañó para que recibiera noticias de mi chica mucho antes de lo previsto.