Mi vecinita 15
Rafa sigue echo un lío. Quiere disculparse pero en vez de hacerlo se le ocurre una nueva forma de disfrutar con su chica. Una vez más las cosas no se desarrollan como tenía planeado...
Capítulo15
Estaba decidido a pedirle perdón a Coral y sin embargo no podía olvidarme de lo bien que me lo había pasado con ella. No me podía olvidar de lo dulces que eran sus besos, ni lo tierno de sus abrazos, ni su generosa entrega. No podía olvidar la suavidad de su piel, la tersura de sus pechos, lo apretado y caliente de su lindo coñito. No podía olvidarme de ella y dejarla marchar. En realidad la última vez que nos habíamos visto, ella había sido el desencadenante de todo el folleteo. Yo la había asido de la mano y ella había comenzado a besarme y a abrazarme como una loca desesperada. Yo sólo me había dejado llevar…
Estaba hecho un lío. Una parte de mí la admiraba, más que eso, la deseaba y amaba; otra en cambio me odiaba y maldecía por haber sido tan taimado, ruin y avieso con ella. Había abusado de ella, la había chantajeado para conseguir sus favores. Más que eso, la había esclavizado, le había obligado a que me firmara un contrato por el cual ella se comprometía a ser mi esclava sexual por un año. Y por si fuera poco, la había grabado teniendo coito conmigo asegurándome así de disponer más material para poder chantajearla, y ahora que me hacía una ligera idea del daño que le había causado, me odiaba por haberlo hecho. Pero nada de eso tenía ya arreglo, y lo cierto es que últimamente todos nuestros encuentros habían resultado maravillosos, tremendamente satisfactorios y placenteros. No sólo por mi parte, también por la de ella. Estaba seguro de ello, lo había sentido al besarla, al tenerla entre mis brazos, lo había visto en sus ojos.
Enfebrecido por mis propias calenturas y sueños, me convencí de que lo mejor sería un último encuentro amoroso tras el cual le pediría perdón y la dejaría marchar. Una estúpida falacia con la que me engañaba a mí mismo. Como os he comentado, lo que ocupaba todo mi pensamiento era el recuerdo de nuestro recientísimo encuentro en el bar. Aquello me dio una idea, quizás pudiera hacer igual de emocionante nuestro siguiente encuentro. Estaba convencido de que Coral sería capaz de encontrar el modo de vernos. Ya lo había conseguido en más de una ocasión. Coral era una chica sorprendente en más de un sentido. Su habilidad, agilidad de reflejos y astucia le habían permitido salir airosa en más de una ocasión. Ahora sólo tendría que encontrar otro lugar lo suficientemente público que nos permitiera revivir aquel electrizante encuentro. Claro que no estaba loco, realmente no estaba dispuesto a que nadie nos viera. Pero sí podría hacer que Coral sí lo viviera así. Sin duda, este sería el polvo más emocionante de su vida.
Resulta que no tuve que ir muy lejos para encontrar el lugar adecuado. La habitación del hotel tenía un balcón acristalado con unas excelentes vistas de la playa. Sólo tenía que asegurarme de la dificultad de ser descubiertos. Coloqué una toalla bastante llamativa en la barandilla acristalada, después comprobé si desde la calle era visible o no. Fui incapaz de descubrir la toalla desde las inmediaciones del hotel, tuve que adentrarme bastantes metros en la playa para ver claramente la toalla en la fachada. Pero estaba tan lejos que nadie podría identificarnos. Además tendría que fijarse específicamente en el hotel para vernos. Concluí que sería prácticamente imposible descubrirnos. El arquitecto que había diseñado el edificio había conseguido sin querer crear unos espacios abiertos totalmente íntimos. O tal vez no lo había hecho sin querer, en cuyo caso había demostrado una enorme pericia. La sensación era de exposición al público pero la realidad era todo lo contrario. Mi plan ya estaba trazado. Después me dediqué a disfrutar de la playa y a relajarme esperando la llegada del día siguiente. Lo de relajarme es un decir porque en toda la noche fui incapaz de olvidarla.
Al día siguiente, después de desayunar me llegó el ansiado mensaje de mi vecinita. Vendría a verme en breves instantes. Decidí esperarla en el recibidor del hotel y no subir a la habitación. Estaba tan nervioso que no la podía esperar sentado. Los diez minutos que tardó en llegar, estuve paseando por todo el recibidor. En cuanto traspasó el umbral, me fui derecho a recibirla. Sin perder tiempo, la conduje hasta mi habitación. Estaba impaciente y apenas era capaz de contenerme. Por eso en cuanto cerramos la puerta de la suite, le ordené a Coral que se quitara la ropa. Estaba imponente, cada día me parecía más guapa. Me pasaría horas viéndola así, nunca me cansaría de verla desnuda. A decir verdad y para ser más exactos, nunca me cansaría de verla ya estuviera desnuda o vestida.
Lo primero que hice fue enseñarle “nuestro nidito de amor”. No era presunción, la idea era conducirla lo más rápidamente posible a la terraza. Estaba ansioso por ver cómo se lo tomaba Coral. Al principio se pondría nerviosa y tendría algo de miedo como es lógico. Pero estaba seguro que después ese temor se transformaría en puro fuego. Sólo de pensar en ello ya me estaba poniendo como una moto. No me entretuve demasiado en enseñarle las bondades de la habitación. No era un mal cuarto, al contrario, disponía de muchas comodidades que la hacían muy confortable. Pero, como os he dicho, no estaba interesado en promocionar el hotel ni en presumir de poder adquisitivo. En cuanto pude, le enseñé la terracita…
- ¿Te gusta nuestro nidito de amor, esclava?
- Sí, Amo. Es una habitación muy linda y coqueta.
- A mí también me gusta. Lo mejor de todo son sus vistas. Ven conmigo para poder admirarlas…
No me equivoqué al adivinar sus pensamientos. El rostro de Coral reflejaba fielmente su estado emocional: los ojos como platos, las pupilas dilatadas y sus mejillas sonrosadas más rojas que el carmín. Temblaba como una hoja era evidente que jamás había esperado que la invitara a asomarse por el balcón. A pesar de todo, se acercó a mí con paso vacilante. Me quedé extasiado mientras contemplaba admirado cómo aquella chica sencilla y tímida lograba dominar el nerviosismo y la vergüenza que la atenazaban. Sin dejar de mirarme a los ojos se fue acercando paso a paso a la puerta de la terraza. Se detuvo en la jamba, esperando que la eximiera de seguir más allá.
No me amilané, no era el momento de cambiar de idea. Tampoco hubiera podido hacerlo. El corazón me latía a mil por hora, las manos me ardían, se me secó la boca, mi amiguito se despertaba… Estaba enfebrecido por el valor, coraje y valentía de mi chica. Su miedo me excitaba de un modo enfermizo, verla luchar contra él despertaba mis más bajos instintos. Aquella imagen despertaba en mí todo un elenco de imperiosas sensaciones imposibles de controlar. Dominio, placer, deseo, lujuria… se agolpaban en mi mente, luchaban por adueñarse de mi voluntad. Una tras otra se sucedían ininterrumpidamente llenándome de desconcierto y apoderándose de mí. No había vuelta a atrás, yo estaba rendido ante la morbosa visión de mi esclavita. Coral luchaba por dominar su vergüenza y miedo; y al hacerlo, paradójicamente, ella se había adueñado de mí. Debía continuar con el plan previsto, no podía renunciar a él...
Quiso cubrirse con las manos, no se lo permití. La tensión crecía incontenible en el acongojado rostro de mi esclava en sincronía con mi libido. ¿Lograría controlar el llanto? ¿Vencería el terco orgullo a la escandalosa vergüenza? ¿Quién cedería antes, el miedo o el recato? Observaba extasiado cómo mi esclava se enfrentaba a la terrible disyuntiva. Hipnotizado, no podía apartar mis ojos de ella. No quería perderme ni un solo detalle: La primera lágrima rápidamente enjuagada con disimulo, pronto una segunda y una tercera que ya fue imposible de disimular, el pie traspasando el umbral indeciso, la temblorosa mano resistiéndose a soltar el quicio de la puerta… Apenas si daba abasto con tantos detalles que apreciar y retener. La llevé sin demora hacia el balcón, estaba convencido de que nadie nos podría ver pero ella no lo sabía. Era evidente de que no lo sabía. Tenía que aprovechar el momento antes de que lo descubriese. El morbo de aquella situación era impagable. La invité a admirar el paisaje. Quería saber hasta dónde era capaz de llegar, qué más humillaciones podría aguantar, cuánto tiempo aguantaría antes de suplicarme.
Coral seguía anegada en llanto, pero no se retiraba. ¡Impresionante! ¿Qué la hacía obedecer, el miedo, el coraje, el orgullo, la rabia…? Tenía que hallar la respuesta. Tenía que saber la fuente de mi poder. Tenía que averiguarlo para poder evocar y reproducir, más adelante, este adictivo e intensísimo placer. Ya no podía contenerme por más tiempo. Me dolía la polla de tanto luchar contra el encierro de los pantalones. Tenía que sentirla, tenía que sentir las delicadas manos de mi esclava, sus jugosos labios, su lengua de contorsionista... Le di la vuelta para tenerla de frente. Ya debía de saber lo que quería de ella, pero o no lo supo o yo fui demasiado impaciente. El caso es que la invité a ponerse de rodillas. Me bajé los pantalones y ya no hizo falta nada más. La humedad y el calor de su boca me inundaron por completo. Estuve a punto de correrme allí mismo con su primer envite.
Logré contenerme a duras penas. No quería acabar tan pronto con la diversión. Por fortuna, el estado de nervios de Coral vino en mi ayuda. En otras circunstancias, aquella chiquilla me habría dejado seco a los cinco segundos. Pero estaba tan nerviosa que apenas acertaba a hacer nada en condiciones. Sus besos y caricias se contrarrestaban carentes de intención y propósito. Sus lametones eran mecánicos y sin sentido. La descoordinación y anarquía presidían aquella pésima mamada. No se lo reproché, a fin de cuentas gracias a ello había conseguido retener mi orgasmo. La dejé hacer unos minutos, Coral se estaba calmando. Empezaba a serenarse y por lo tanto, a mejorar la calidad de su mamada. Estuve tentado de dejarla hacer y gozar de la excelencia de sus atenciones al tiempo que me extasiaba contemplando una encantadora postal veraniega. Fui más perverso, me giré para que ambos nos quedáramos de perfil a la calle. Como había previsto, aquel cambio no le gustó en absoluto. Los nervios volvieron a atenazarla impidiéndole hacer una mamada en condiciones. Averiguar el motivo de su nerviosismo era evidente. No dejaba de mirar de reojo a la calle. Tenía miedo a ser descubierta follando en público. Su miedo me excitó aún más. Estaba a punto de estallar. Era una situación demasiado morbosa para sostenerla por más tiempo. Tenía que hacer algo si quería disfrutar de ella por más tiempo.
Sin perder tiempo, hice que se incorporara mirando a la calle, la abrí bien de piernas y le comí el conejo con todas mis ganas. Estaba tan ansioso que fui directo al grano. No podía haber obrado de otro modo. Simplemente me dejaba llevar por mi instinto y sabía que debía lubricar bien aquel conejo si quería follármelo en condiciones. Tenía prisa, estaba a punto de estallar y mi polla no podría aguantar decepciones y demoras por mucho más tiempo. Me amorré a ella y la sorbí viva. Nadie me habría podido apartar de aquel coño mientras egoístamente me lo comía. Lo chupaba, lamía y relamía con avidez desmesurada. No tardó en humedecerse; no porque Coral se calentara, sino por la abundancia de mi saliva. No me pareció bastante y seguí aplicándome a la dulce tarea un poco más. Coral gimió, ¿estaría por fin calentándose? No lo podía asegurar, pero me pareció oírla murmurar por lo bajo. Las señales eran claras, había llegado el momento del cambio de tercio y entrar a matar…
Apresuradamente busqué en los bolsillos del pantalón un preservativo. A punto estuve de romperlo de lo nervioso que estaba… ya estaba listo. Se la enchufé de un golpe y sin anestesia. Desde luego, no estaba para mimitos ni tratos románticos. Tenía que follármela y lo hice sin contemplaciones. Ciego, obcecado, la embestía con la fuerza de un miura. Empujaba con todas mis ganas, como si me faltara tiempo. Enfebrecido y loco de pasión, la bombeaba enfurecido sin que nada más me importara. A punto estuve de tirarla por la baranda a base de golpes de riñón. Bueno, quizás exagere un poco pero lo cierto es que la estuve dando con toda el alma.
Coral se aferraba con fuerza a la barandilla procurando mantener la compostura. La brisa le hacía ondear el cabello, pero eran mis empujones los que hacían que su cabeza se balanceara adelante y atrás. Me así de sus caderas para envestirla con más fuerza. Ahora que más lo deseaba, el orgasmo parecía rehuirme como si se hubiese ofendido por haberlo retrasado antes. Estaba a punto de desfallecer pero no podía parar. Tenía que acabar, tenía que acabar, tenía que… ya, ya, yaaaaa... Sííí… Me vine dentro de ella vaciándome entero. A punto estuve de desfallecer y caer redondo al suelo. Menos mal que estaba bien sujeto a sus caderas y pude mantener el equilibrio; porque las piernas me fallaron. Fue un polvo bestial, apoteósico, grandioso. Y entonces justo cuando estaba asimilando la magnitud de mi orgasmo, fui consciente de que algo iba mal.
No es que algo fuera mal, es que no podía ir peor. Yo había disfrutado de un polvazo magnífico, pero no había sido lo mismo para Coral quien no paraba de llorar histérica. Ahora entendía sus murmullos, estaba suplicándome por lo que más quisiera que la llevara a dentro. La había vuelto a fastidiar a base de bien. ¿Cómo había podido estar tan ciego? Rápidamente hice lo que me pedía. Ya era tarde, pero aún podía tratar de reparar el daño. Era evidente que Coral no se había dado cuenta de lo enormemente difícil que era ser descubiertos desde la calle. Era prácticamente imposible, pero ella no lo sabía.
La llevé a la cama y la tumbé sobre ella. Tiesa como una tabla, temblando de miedo y sin dejar de llorar; Coral se abstraía del mundo citando un mantra ininteligible. Debía de sufrir un severo ataque de ansiedad. No sabía qué hacer con ella para calmarla un poco. Me acosté a su lado y me abracé a ella, procurando ser lo más dulce y delicado posible. Estaba asustado, Coral seguía llorando ajena a todo cuanto le hacía y decía. Trataba de explicarle que no tenía motivos para creer que había sido descubierta, que nadie podría ver desde la calle, desde fuera lo que sucedía en las terrazas. Lo intenté todo, besarla por todo el cuerpo, mesarle los cabellos, acariciarla suavemente la espalda, el vientre, las piernas, los pechos…Nada la calmaba, creo que lo que realmente la tranquilizó fue su propio cansancio. Se quedó adormilada un ratito. Momento que yo aproveché para seguir hablándole bajito al oído. Ahora sí parecía escuchar mis palabras. Su rostro se serenó y eso me tranquilizó. La crisis había pasado.
- Tranquila mi niña… no te preocupes, nadie nos ha podido ver… ya me había asegurado de ello antes de sacarte… ayer mismo lo estuve comprobando… sólo era una pequeña broma… me he pasado, lo siento… No quería asustarte así, perdóname… ¿No sabes que a mí tampoco me interesa que se descubra lo nuestro? ¿Es que me crees tan loco como para arruinarte? ¿No te dije que mi intención no es hacerte ningún daño?
- Me has dado un susto de muerte…No vuelvas a hacerlo, por favor…
Reconozco que lo que ella me pedía no era nada inapropiado ni exagerado. Muy al contrario, era lo mínimo que debía hacer por ella. Coral se merecía eso y mucho más. Me había pasado con ella y no poco. Me había dejado llevar por mi lujuria olvidándome de ella por completo. Algo imperdonable, ni siquiera en una relación consensuada amo-esclava había cabida a mi comportamiento. Un amo siempre tiene buen cuidado de su esclava. Debe conocer sus límites y no traspasarlos. Debe pensar por los dos y asegurarse de su bienestar. Yo no había hecho nada de eso. Lo mejor de todo era que ella había aceptado mis disculpas y creído mis explicaciones. A pesar de haberla fallado, seguía confiando en mí. No debía perder jamás esa confianza…
Entonces sucedió algo totalmente inesperado. Me sonrió. Era una sonrisa nerviosa, algo forzada, pero completamente sincera. Una linda sonrisa que me desarmó por completo. Jamás hubiera esperado semejante prueba de afecto de su parte después de cómo la había tratado. No sólo aquel día, desde siempre. Ya en nuestra primera cita había dado prueba de mi gran egoísmo, cuando la chantajeé. Y ahora me correspondía con una afectuosa y cariñosa sonrisa… yo simplemente le devolví el cumplido besándola lo mejor que supe.
No sé exactamente qué pasó con aquel beso. Ni siquiera ahora soy capaz de encontrar una explicación racional. El caso es que en cuanto se rozaron nuestros labios, Coral pareció despertar. De pronto era yo el besado en vez del que besaba. Me envolvió con sus brazos impidiéndome apartarme de ella. Me atenazaba con ellos para que continuara besándola. Fue un prolongado y cálido beso que pasó sin querer de la ternura a la pasión. Acabamos comiéndonos la boca como si se nos fuera a acabar el mundo. Y eso no era todo, sus pezones se me clavaron de lo duros que se pusieron. Parecían auténtico pedernal. Decir que se le humedeció la entrepierna es quedarse demasiado corto. En un abrir y cerrar de ojos, aquella muchacha había pasado de la gélida frigidez, al tórrido calor de la más salida de las ninfómanas.
No me dejé dominar por la sorpresa de tan súbita transformación. Yo mismo estaba pasando del remordimiento y el miedo a la pasión y la dicha. No es que me sintiera aliviado, es que estaba eufórico por el cambio radical que se había operado en Coral. Aquella ninfa ahora se abría a mí hambrienta de sexo. Retozaba y se restregaba contra mí incitándome a tomarla. Y claro, uno no es de piedra, me empalmé de inmediato. Sin embargo, no estaba dispuesto a terminar tan pronto. Una idea se me vino a la mente y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Me levanté en busca de lo que necesitaba. Coral intentó retenerme, pero fui más rápido que ella. Sus ojos brillaban ebrios de deseo y su fallida maniobra me confirmó su calentura. Se ruborizó al instante, sus mejillas se encendieron mientras apartaba de mí su mirada. Estaba preciosa. Tanto que casi consiguió que volviese a ella abandonando mi idea.
Pero ya estaba de pie y de todos modos tenía que acercarme para recoger unos condones. Decidí proseguir con mi improvisado plan. Me acerqué a la nevera y saqué unos cubitos. No eran muy grandes, pero no tenía otros así que me tenían que servir. Regresé al lecho con todo lo que necesitaba.
- Lo que te pasa, mi niña, es que tienes exceso de calor. Vamos a tener que bajar esa fiebre…
Ya sé que la frase es muy manida pero tampoco estaba yo para entretenerme con florituras literarias. Por de pronto, tenía que decidir dónde pondríamos el primer cubito… Decidí comenzar por una zona inocente, sin connotaciones eróticas, la frente. Primero le dejé caer unas gotitas, después posé el frío hielo directamente sobre su enfebrecida piel. El contraste de temperaturas aceleraba la fusión del agua pero Coral no reaccionaba, se dejaba hacer. La frente, los pómulos, la cuenca de los ojos… el frío hielo siguió refrescándola sin conseguir de mi chica respuesta alguna. Sólo cuando las gélidas paredes rozaron los labios de mi chica, conseguí arrancarle a Coral su primera respuesta. Sus labios besaron el hielo con la sensualidad y entrega de una dulce amante. El pobre cubito no pudo soportar recibiendo tan tórrido y acabó derritiéndose.
Rápidamente acerqué un segundo hielito a la anhelante boquita de mi caliente vecinita que recibió el mismo recibimiento que su antecesor. La golosa boquita, lo lamía y saboreaba como si de un delicioso manjar se tratara. Una vez más nuestro sufrido tempanito no pudo soportar el fogoso y efusivo beso. Se escurrió entre mis dedos convertido en agua. Aquel sencillo e inofensivo juego había despertado la libido de mi ardiente esclavita, que seguía lamiendo las yemas de mis dedos mientras sorbía de ellos las últimas gotas de agua. Era una gata en celo, ronroneaba, gemía, se retorcía y se estiraba llena de sensualidad. Presa de la enfebrecida lujuria, me enseñaba voluptuosa todas las maravillas que se escondían en su bien formado cuerpo. Una hipnótico baile de curvas y contracurvas con el único y específico propósito de invitarme a procrear. Apunto estuve de sucumbir ante su lasciva danza. Coral se sabía hermosa. Leía la pasión en mis ojos, mi deseo por poseerla; y trataba de usarlos en mi contra.
Supe contenerme, sabía que cuanto más la calentara, el orgasmo que alcanzaría sería mayor. Así que recurrí una vez más a los no siempre bien valorados cubitos. Sujetándolo con la palma, lo paseé bien por la generosa anatomía de Coral. Su vientre y pechos pronto se vieron humedecidos y refrescados. Como eran tan pequeños, tuve que utilizar dos para lograr aplacar la intensa calentura de mi ardiente esclavita. Pero cosa rara, en vez de enfriarse, Coral parecía calentarse más y más. Ya no ronroneaba, jadeaba; no se retorcía mimosa, se ofrecía descarada; no se restregaba contra mi cuerpo, se frotaba ansiosa buscando mi polla. Tenía que contenerla de algún modo por lo decidí emplear ahora los dichosos cubitos en sus bien torneadas piernas. No me fue fácil, Coral me atraía con la fuerza de un imán. No paraba de girarse y moverse con la lascivia propia de una diosa. Y por si fuera poco, tener ante mis narices su delicioso coñito abriéndose de par en par; no me ayudaba en absoluto. Aquello terminó como tenía que acabar. Más pronto que tarde, el cubito acabó sobre su coñito juguetón…
- Cariño, por favor, no puedo más fóllame…
Aquella súplica sí que me dejó a cuadros. ¿Había entendido yo bien, me había llamado cariño? Sí, lo había hecho. Sus palabras me inflamaron como jamás me hubiera imaginado. No era pasión, era alegría. Después de todo cuanto la había hecho pasar. A pesar de mi chantaje, resulta que Coral me… ¡me amaba! ¡Yo le gustaba! ¡Aquel delicioso ángel que se estaba apoderando de mi corazón se sentía atraído hacia mí! Aquellas palabras me transportaron de inmediato al más puro paraíso. Lo que hice a continuación, no lo pensé; actué de un modo automático.
El dichoso cubito se perdió para siempre en las calientes paredes del coñito de Coral, arrancándole un suspiro que incendió el aire de la estancia. Yo por mi parte, acerté a calzarme uno de los condones que tenía más a mano y me coloqué sobre ella. Quise mantenerme así un ratito, fuera de ella, con mi polla en su entrada sin llegar a penetrarla, pero no pude. Sentirla debajo de mí, mirarle a los ojos y perder el control; fue todo uno. Su rostro era puro fuego, la viva imagen del deseo. La pasión, la lujuria y el sexo encarnados en su cuerpo de ninfa. La penetré de inmediato, hasta el fondo; despacito, con suavidad, sin prisas… No eran necesarias brusquedades ni violencia. Mi chica estaba completamente entregada. Me recibió generosa, cálida y ardiente. Su delicioso coñito me estrechó con fuerza, abrazándome bien fuerte. Y sin embargo, nada me impidió el paso. Al contrario, me deslicé dentro de ella con total facilidad. Me deseaba allí bien dentro, y me facilitó el paso. ¡Dios! ¡Se sentía tan rico! Gemí de puro éxtasis en cuanto sentí que la tenía completamente enterrada entre sus piernas. Se la había clavado entera de un certera y profunda estocada…
Si yo estaba extasiado de puro placer, lo de Coral era ya la gloria más absoluta. Gemía y chillaba a pleno pulmón. Su cuerpo se agitaba descontrolado. ¡Qué digo agitaba, se convulsionaba! Parecía sufrir un ataque epiléptico. Toda ella temblaba sin ton ni son. Tan pronto se echaba para atrás como trataba de incorporarse. Se asía de las sábanas y las retorcía furiosa. Negaba con la cabeza y mordía la almohada. ¡Todo ello casi al mismo tiempo! Su coñito me apretaba y estrujaba la polla como si quisiera exprimirme. No más bien parecía ordeñarme. Quería extraerme toda la leche de mis pelotas. Afortunadamente, acababa de comenzar y a pesar de la eficacia de sus terroríficas contracciones vaginales conseguí contenerme. Aunque si he de ser sincero, conseguí contenerme por muy poco. Aquella chica era un volcán en erupción. Completamente desinhibida y desatada, llevada por la fuerza de su tremendo orgasmo me estaba llevando a lo gloria sin ella proponérselo. Debía hallar el modo de volver a repetirlo. Era fantástico.
Poco a poco Coral se fue calmando. Ningún cuerpo humano podría resistir semejante intensidad orgásmica por tanto tiempo. Se relajó tanto que creí que se había quedado completamente dormida. Y sin embargo, su dulce y delicioso coñito seguía constriñendo firmemente mi polla. Seguía sintiéndome muy a gusto tan calentito y apretadito dentro de ella. No podía mantenerme quieto por más tiempo. Tenía que moverme, hacer algo, así que comencé a besarla y a decirle todo tipo de palabras cariñosas y bonitas. Coral, había dejado de ser para mí, mi caliente esclavita, tampoco era un ligue, ni siquiera una íntima amante. Era mi novia, la amaba; sí, la amaba no podía negarlo. Ahora lo sabía fuera de toda duda. Cada vez que estaba con ella, todo lo demás desaparecía, no importaba, era irrelevante. Y la deseaba, de eso no cabía la menor duda. Cada vez que pensaba en ella se me ponía más dura que el cemento armado. Pero eso no era todo, también deseaba hacerla feliz. Me interesaba por ella, sus problemas me preocupaban, y no permanecía impasible, intentaba ayudarla. Pero nada de esto tendría valor si ella no me correspondiese. Y eso era lo mejor de todo. ¡Ella me correspondía! ¡También me amaba! Todo eso, y más, le decía mientras la besaba y ella se recuperaba de su más que bien merecido orgasmo.
No estaba seguro de que ella me escuchase, pero no me importaba. Quería decírselo de todos modos. Confesarle mi amor e interés por ella me hacía enormemente feliz. Ya había perdido la cuenta de las palabras, los besos y las caricias que le había dado cuando Coral dio signos de que recuperaba la consciencia. Ahora que sabía que me escuchaba redoblé mis esfuerzos. Por encima de todo, quería complacerla, hacerla feliz. Comencé a moverme muy despacito dentro de ella. Estaba follándomela a cámara lenta, pero tanto a ella como a mí nos estaba gustando. Sus piernas se cerraron sobre mi espalda como si temieran que quisiera alejarme de ella. Después, me estrechó entre sus brazos y comenzó a devolverme los besitos en el cuello y el pecho. De vez en cuando, lograba arrancarle un pequeño jadeo que era música para mis oídos. Sin embargo aquello no alteró mi lentísimo bombeo. Lo estaba pasando tan bien que quería prolongarlo todo lo posible. Claro que una cosa es decirlo, y otra muy distinta llevarlo a cabo. Aquel ritmo se fue convirtiendo poco a poco en una auténtica tortura. Incrementaba mi deseo, me daba placer, pero no me permitía alcanzar el orgasmo.
La miré a los ojos y entonces comprendí que ella sentía lo mismo que yo. Estábamos más calientes que un mono. Había llegado el momento de cambiar. Nos fundimos en un delicioso beso. Un beso que acabó de encenderme. Incapaz de contenerme por más tiempo comencé a bombearla con todas mis fuerzas. Lejos de molestarla, aquello le gustó aún más. Coral comenzó a chillar, gemir y jadear con todas sus fuerzas animándome para que siguiera follándomela con todas mis ganas. Aquello ya era demasiado. Espoleado por sus arengas me lancé sobre ella como un poseso. De repente, mucho antes de lo que hubiera pensado; el cuerpo de Coral se tensó como una tabla, sus ojos se pusieron en blanco y un gutural e ininteligible sonido de escapó de su garganta. Se estaba corriendo una vez más. Mejor dicho, estaba comenzando a correrse porque al instante comenzó a zarandearse y convulsionarse descontrolada como hiciera antes. Esta vez sí que fui incapaz de contenerme, ni siquiera un poquito.
¿Cómo podría haberme contenido? Estaba luchando por alcanzar el orgasmo, y ahora a mis esfuerzos, se unían los suyos por dejarme seco. Su coño parecía querer succionarme la polla y dejarme seco. ¡Qué manera de ordeñarme! De no haber tenido la goma puesta, le habría reventado la matriz de tanta leche como solté de golpe. Aún estoy sorprendido por la enorme resistencia del condón. Chicos no lo penséis calidad. Calidad por encima de todo, os librará de muchos dolores de cabeza. El caso es que me vacié entero dentro de ella. Fue una sensación maravillosa, pues después de la liberadora descarga, me llegó una paz inmensa que me dejó satisfecho y feliz. Agotado, me derrumbé sobre mi chica buscando el tan necesario descanso.
No sé decir cuánto tiempo estuve fuera de juego. Cuando comencé a recuperar el sentido, Coral me estaba abrazando. Era un abrazo tierno y cariñoso. Un abrazo que quería corresponder pero antes debía hacer otra cosa. Me quité el preservativo procurando no molestarla demasiado. Afortunadamente, la polla aún conservaba bastante de su vigor y no se había derramado el contenido del mismo. Un nudito y pude despreocuparme. Ahora sí que pude centrarme en lo que de verdad merecía la pena, mi querida vecinita. Nos abrazamos el uno al otro y permanecimos así juntitos hasta que nos cansamos y decidimos ir al baño. Es decir nos quedamos como un buen cuarto de hora acariciándonos y besándonos sin llegar a decirnos nada. Nos pareció que las palabras sobraban y que si rompíamos aquel silencio estropearíamos el mágico momento en que nos encontrábamos. Nos duchamos también en silencio. Hubo cientos de miradas cómplices, sonrisas tiernas y caricias intencionadas. Pero ninguno de los dos tuvo el valor de decir nada. Nos vestimos, Coral estaba a punto de marchar y yo seguía indeciso. Tenía que decírselo, no la podía dejar así sin más…
- Coral, escucha. No quise asustarte como lo hice. Perdóname. Ahora si quieres, miras hacia nuestro balcón voy a dejar esta toalla verde, verás como apenas si llegas a verla desde la calle. Y desde más lejos como la playa, es casi imposible, por no decir imposible, reconocer a nadie. Lamento haberte asustado como lo hice.
- No te preocupes, ya pasó… Me has dado un susto de muerte, pero después me lo he pasado de miedo contigo. ¡No de miedo no! No de ese miedo, quiero decir que me lo he pasado de fábula. Me… me has hecho gozar como nunca. Jamás esperé algo así… como me lo has hecho pasar hoy… Creí que me matabas de gusto.
- Me alegra saberlo, me haces muy feliz. Sabes, cuando empezamos con esto, no imaginé que… que pudiéramos congeniar tan bien. Ya… ya sabes que esto sólo es un juego… ¿verdad? Me refiero a lo de ser mi esclava y eso… Bueno, esclavita, no olvides escribirme para quedar para la próxima semana. Espero verte aquí en la misma habitación el viernes o el sábado cuando tú me digas.
- No te preocupes, te escribiré un mensaje y quedamos.
El sentimiento de pérdida que se apoderó de mí tras la marcha de Coral fue por decirlo en pocas palabras, abrumador. El sol había perdido su luminosidad y la habitación del hotel se me antojaba ahora más triste y oscura. No habían pasado ni dos segundos y ya la echaba de menos. Cerré los ojos. Tenía que recordar los acontecimientos de los dos últimos días. Tenía que grabarlos en mi memoria para jamás olvidarlos. Pero sobre todo, tenía que reflexionar y meditar acerca de mi relación con Coral. Tenía que decidir cuál sería nuestro futuro. ¿La dejaba marchar? No, ya no podía dejarla marchar. No, cuando tenía la posibilidad de ganarme su corazón. Aquella chica me gustaba y ahora que se había abierto una posibilidad de relación formal con ella, debía de aprovecharla. Pero si no la dejaba marchar… ¿la seguiría tratando como a una esclava? ¿Seguiría amenazándola con contarle su desliz con la amiga que tenía grabado? Tenía que pensar en muchas cosas antes de encontrarme de nuevo con ella a la semana siguiente. Recogí un poco la sala antes de salir a tomar el aire fuera del hotel. Necesitaba aclarar mis ideas antes de regresar a casa y al curro.