Mi vecinita 11

Rafa nos cuenta cómo le fue a la semana siguiente. ¿Una semana perfecta?

Capítulo 11

El lunes llegó como llegan todos los lunes, sin avisar. En lo mejor del sueño, te despiertas con los amargos acordes del fastidioso despertador. Me levanté como un autómata, preparé el desayuno, me duché y me vestí. Salí de casa, con el tiempo justo para llegar al trabajo. La rutina volvía a hacerse dueña de mi vida. El delicioso fin de semana, pronto quedó engullido por la vorágine laboral. Lo vivido durante el fin de semana con mi vecina Coral, me parecía más un sueño que algo real. Sin embargo, no podía dudar de ello. Tenía abundantes pruebas de ello. Cientos de fotografías y más de tres horas de grabación daban fe de lo bien que me lo había pasado con aquella chica con dieciocho añitos recién cumplidos.

Hasta mis compañeros se dieron cuenta del irresistible optimismo con que afrontaba aquel lunes. Afortunadamente, atribuyeron mi buen humor a otras circunstancias. Lo cierto es que el ambiente general en la empresa era de un optimismo desbordante. Corrían rumores de que estábamos en negociaciones para realizar un gran proyecto con una empresa importante. Si conseguíamos el contrato, tendríamos garantizado el futuro de la empresa, y nuestro trabajo, durante varios años. Como ya sabéis, soy ingeniero informático y aunque el trabajo no nos faltaba; estábamos muy ilusionados por conseguir ese proyecto y poder afrontar nuevos desafíos. Cambiar un poco la rutina que teníamos. Para colmo, al hacernos con el proyecto podríamos ver incrementados nuestros ingresos y conseguir algo de reputación en nuestro mundillo.

Aquel lunes nos enteramos de los detalles del asunto. Teníamos el contrato para desarrollar la tecnología informática que permitiera manejar una innovadora planta de energía solar. De modo que nuestro jefe nos pidió que fuéramos esbozando ideas para llevar a cabo dicho proyecto. Por supuesto, continuaríamos con nuestras actividades cotidianas; pero si conseguíamos presentar un buen diseño, se nos asignaría la realización del mismo. Ni que decir tiene, que todos celebramos esta excelente noticia. La semana comenzaba del mejor modo posible. Al finalizar el día, nos fuimos todos a celebrarlo a un bar cercano donde ya nos conocían. No podría esperar mejores perspectivas. Hasta estuve tonteando un buen rato con una de las compañeras del departamento de al lado, que hasta entonces ni me había hecho caso. No nos entretuvimos mucho, al día siguiente volveríamos al curro, pero nos lo pasamos muy bien.

Lo cierto es que entre unas cosas y otras, en todo el día ni me acordé de Coral, ni del fin de semana. No me acordé de ella hasta llegué a casa, encendí el ordenador y vi los archivos a medio editar. Claro que en cuanto comencé a trabajar con ellos me puse como un burro. Si os creéis que volví a matarme a pajas como hiciera el sábado, estáis muy equivocados. A pesar de la tremenda calentura que me despertaban aquellas imágenes, estaba resuelto a terminar la edición lo antes posible. Tenía que buscar información técnica para presentar mi proyecto para la planta y no quería entretenerme demasiado. En más de una ocasión tuve que salir e ir al baño y lavarme la cara con agua fría. Lo cierto es que la pantalla echaba fuego con aquella niña delante. Sin embargo, logré mi propósito y pude almacenar todos los vídeos y fotografías tanto en una carpeta especial de mi ordenador como en un disco duro externo que uso siempre como copia de seguridad. En más de una ocasión me he salvado del desastre al disponer de buenas copias de seguridad. Una vez finalicé con esto, me fui a cenar, se había hecho algo tarde pero al menos tenía algo hecho. Al día siguiente podría dedicarme al proyecto por completo.

Sin embargo, no podía correr el riesgo de olvidarme otra vez de mi deliciosa vecinita. De modo que me puse un recordatorio todos los días en mi móvil. De este modo, el trabajo no volvería a distraerme por completo como me había pasado hoy. Después de ver la tele un rato me fui a la cama contento por haber disfrutado del mejor lunes de mi vida desde que había empezado a trabajar.

El martes fue un día normal de trabajo aunque como es normal, el único tema de conversación en todos los departamentos era el nuevo proyecto. En realidad, era “el proyecto” porque no se hablaba de ningún otro. Era tal el interés, que era raro no ver un corrillo en alguno de los departamentos a cualquier hora del día. Pero lo realmente sorprendente fue la visita de las chicas del departamento de al lado. A pesar de estar tan cerca geográficamente, estábamos a años-luz en cuestiones sociales y laborales. Apenas si nos dirigíamos la palabra, unos escuetos saludos y poco más. Bueno, si exceptuamos los pinchitos del lunes. Hasta ese día no nos habíamos relacionado fuera de las oficinas. La razón era evidente, estaban tan interesados como nosotros por el dichoso proyecto. No es que nos llevásemos mal, entendedme, apenas si teníamos puntos en común. Nosotros trabajábamos en un entorno industrial, realizando proyectos informáticos para fábricas y ellos se movían más en el entorno de Internet, publicidad, marketing y cosas así. De modo que pocas razones había para mantener un contacto fuera del encontrarnos casualmente caminando por el mismo pasillo.

Y era una lástima, porque las chicas del departamento de al lado, estaban de muy buen ver. Debido a la actividad de ambos departamentos, en el nuestro, apenas si contábamos con una ingeniera. Muy maja pero prácticamente inaccesible, se iba a casar a finales de año. Mientras que en departamento de al lado, había cuatro auténticos bellezones y un par de compañeros, que todos en nuestro departamento, suponíamos enrollados con alguna de ellas.

Como os iba diciendo, el caso es que esta nueva circunstancia, propició enormemente el buen royo entre ambas secciones. Sobre todo a nosotros nos vino muy bien poder disfrutar de “mejores vistas” durante nuestra jornada laboral aunque fuese de un modo esporádico. Esto hizo que el tema de conversación entre nosotros, pasara de las dificultades técnicas del proyecto, a lo buenas y majas que eran las chicas del departamento de al lado. Sobre todo, a lo buenas que estaban, porque me faltaría tiempo si ahora os contara cómo vestían y sobre todo, cómo lucían el tipazo que Dios les había dado. Así, sin siquiera proponérnoslo, al finalizar la jornada, nos fuimos todos juntos al mismo bar donde nos reunimos el lunes. Lo cierto es que nos lo pasamos de puta madre. Aunque una vez más, nos fuimos pronto a casa. Al día siguiente, tendríamos que volver a la oficina. El trabajo seguía mandando.

Al llegar a casa, estaba eufórico. Jamás en mi vida había tenido tanta suerte. Primero mi vecinita, y ahora los bellezones del departamento de al lado. Sin embargo, estaba resuelto a hacerme con el proyecto; de modo que sin perder tiempo, comencé a buscar ideas e información en Internet. Pronto me encontré con una ingente cantidad de información de la que pude sacar tres o cuatro ideas significativas. Puliéndolas un poco y adaptándolas a los requisitos técnicos que nos habían comunicado podría elaborar una presentación y lo que es mejor, un proyecto realmente consistente. Cuando terminé de apuntar la última de las ideas, me di cuenta de que se me había hecho tarde. Cené frugalmente y me fui a la cama. Estaba cansado y a la vez eufórico. En mi mente comenzaban a bullir nuevas ideas y formas de afrontar el desafío empresarial en que nos habíamos envuelto. El sueño apenas si conseguía abrirse paso entre el continuo ir y venir de ideas. Sin embargo, tras un par de vueltas y revueltas en la cama, el negro telón cayó sobre mi consciencia.

La inconfundible melodía del pertinaz despertador me sorprendió en lo mejor del sueño. Me levanté desorientado, sin estar seguro de vivir dentro del agradable sueño que había tenido. No recordaba exactamente lo que había soñado, pero tenía la sensación de que había sido muy bueno. Poco a poco, me fui percatando de la realidad del nuevo día. Y contra lo que suele ser habitual, el día pintaba tan bien como el sueño, si no mejor. El móvil acababa de recordarme que hoy Coral terminaba con sus exámenes. Las excelentes perspectivas con mi vecinita, trajeron a mi memoria, las agradables veladas con las “vecinitas del curro”. Y esto a su vez, me hizo acordarme de las buenas ideas que encontré para elaborar el proyecto. Ahora las recordaba mucho más nítidas y hasta aseguraría que casi plenamente formadas. Animado por tan buenas perspectivas, el trayecto al trabajo se transformó en un agradable paseo.

El día continuó tan bien como había empezado. Alrededor de las doce, le envié un mensaje a Coral interesándome por sus exámenes. Lo cierto es que durante la mañana no se me fue de la cabeza y eso que tenía abundantes distracciones. Las compañeras del departamento de al lado, seguían más que cariñosas y el trabajo también me mantuvo más que ocupado. Al finalizar el día, regresé a casa sin entretenerme a tomar nada. Tenía que plasmar por escrito las buenas ideas que bullían en mi mente. Así que, sintiéndolo mucho, dejé a mis compañeros tomándose unas cervezas en el bar de siempre y me puse a trabajar. Aunque las ideas eran buenas, plasmarlas por escrito no me resultó tan fácil. Tuve que realizar bastantes cálculos para reajustar las ideas a las especificaciones técnicas que nos habían dado. No obstante, pude terminar la mayor parte. Guardé todo por duplicado y me fui a la cama, satisfecho con mi trabajo.

El jueves fue un calco del miércoles. Un agradabilísimo día de trabajo, la excelente relación con las compañeras tuvo mucho que ver en ello; el necesario e imprescindible mensajito para mi vecinita, no fuera que me olvidase; y un rápido regreso a casa para terminar el proyecto que presentaría a mis jefes. Aunque me costó trabajo, puedo deciros que lo conseguí terminar aquel mismo día. Prácticamente lo había hecho todo en tres días, todo un récord. Y lo mejor de todo es que llegaba el fin de semana, el viernes estaba a la vuelta de la esquina. Satisfecho conmigo mismo, me fui a la cama para disfrutar de un merecidísimo descanso.

El viernes llegó cargado de optimismo y buen rollo. No sólo era víspera de fin de semana, era el colofón a la mejor semana laboral que recordaba. Todo me salía a pedir de boca. Nunca me había sentido tan afortunado, tanto a nivel laboral como sentimental. Sí, porque mientras me preparaba el desayuno y repasaba mentalmente los diferentes encargos que tendría que atender en la oficina; me di cuenta de lo simpatiquísimas que habían estado nuestras compañeras del departamento de al lado. En especial Ángela que siempre había encontrado el modo de hablar conmigo a solas. Era evidente de que estaba algo más que interesada por el bien de la empresa o la marcha de nuestro departamento. Esto sí que es una buena racha, pensé lleno de ufano optimismo. Hace un mes apenas si tenías esperanza de enrollarte con alguna chica. Y ahora, tenía una en el bote y otra que casi. Con tan buenas perspectivas, salí de casa sin poder borrar de mi rostro la sonrisa bobalicona que daba fe de mi estado de ánimo.

Nada más llegar, se confirmaron mis excelentes pronósticos. Me encontré con Ángela que al parecer tenía un asuntillo que tratar conmigo. El asuntillo al final fue la confirmación para irnos a tomar unas cañas al final de la jornada. Quería asegurarse de que no me escaqueara como había hecho los dos días anteriores. Sin duda algo se traía entre manos y, o mucho me equivocaba o quería enrollarse conmigo. No sé qué es lo que había visto en mí pero no estaba dispuesto a estropearlo. Ni mucho menos, Ángela era una mujer de las de rompe y rasga. Más de una vez nos habíamos quedado todos mirándola mientras se paseaba por los pasillos de la empresa. Que ahora se fijara en mí era como si me hubiese tocado el gordo de la lotería. Por supuesto, nada más entrar a mi departamento, me encontré con los crápulas de mis compañeros esperándome con sonrisitas socarronas. Al instante me ví rodeado, todos trataban de sonsacarme el contenido de nuestra breve conversación en el pasillo. Al parecer, según me enteré más tarde, Ángela y yo éramos el centro de todos los cotilleos en el trabajo. En cierto modo me sentí halagado. Era la primera vez que encontraba en el candelero. Aunque el casi permanente acoso por parte de mis compañeros pudiera parecer molesto, lo cierto es que no lo hacían con mala intención. Todos habíamos comentado nuestras aventurillas en el departamento, ya iba siendo hora que yo pudiera presumir de una.

La mañana transcurrió sin más novedades que destacar. Alrededor de las doce, le envié un nuevo mensaje a mi vecinita Coral. Estaba un poco mosca con ella porque no me había respondido a ninguno. Si intentaba darme esquinazo haciéndose la despistada, lo llevaba claro. No pensaba dejarla marchar así como así. La obligaría a cumplir con su contrato, una muchacha tan linda como ella no se podía desaprovechar. Pero por otra parte, mis buenas perspectivas con Ángela me hacían dudar. ¿Podría mantener una relación con dos chicas a la vez? Difícilmente, no estaba acostumbrado a llevar una como para intentarlo con dos a la vez. Además estaba el hecho de que mi relación con Coral no tenía realmente futuro. No podía tenerlo, lo cierto es que la estaba chantajeando, al cabo de un año debía cumplir con mi palabra y dejarla libre. Por otra parte, no puedo negar que Ángela me gustaba. Cierto es que apenas si la conocía pero el trato que habíamos tenido durante esta semana, me invitaba a hacerlo. Llevaba viviendo solo bastantes años y la posibilidad de compartir mi vida con otra persona, en este caso Ángela, me atraía bastante. Creo que me estaba ilusionando, no digo que enamorando porque sería demasiado pronto. Pero he de reconocer que me atraía la posibilidad no sólo de enrollarme con Ángela sino de intentar algo más serio.

Lo cierto es que estos pensamientos me perturbaban bastante. Por un lado, sentía como si estuviera traicionando a Coral. No había razón para pensar así, mi relación con ella estaba basada en un chantaje; no tenía ningún fundamento ni futuro; y no había ido mucho más allá del mero aspecto físico. Habíamos compartido unos polvos geniales, pero poco más. Y aún así, aquella chiquilla seguía despertando en mí unos sentimientos que iban más allá del mero deseo. Me había aprovechado de ella, y me sentía verdaderamente mal por ello. El remordimiento no me dejaba. De vez en cuando, sentía una punzada amarga que me revolvía por dentro. Me sentía culpable, como si hubiera disfrutado de un manjar destinado a otro. Pero al mismo tiempo, al haberla tratado tan de cerca, y no me refiero al sexo… al haberla tratado tan de cerca, como iba diciendo, había despertado en mí algo más profundo. La necesidad de compensarla por el mal que le había causado, y la esperanza de conocerla tal como es. Por lo poco que habíamos hablado, tenía la sensación de que la verdadera Coral estaba encerrada en un mar de convencionalismos y buenos modales. Me había propuesto ayudarla a liberarse de todo aquello que la mantenía reprimida y retraída; y que pudiera encontrar su felicidad por sí misma. Así pensaba purgar mi falta, pero había algo más. Me gustaba estar con ella. Me sentía a gusto charlando con ella sobre cualquier tema. Disfrutaba compartiendo ideas, haciendo planes para el futuro o simplemente, mirándola.

-                     Venga Rafa apaga. ¿O es que piensas hacer horas extras un viernes?

Tan distraído estaba con estos temas que ni me dí cuenta de que había llegado la hora de salir. Nuestra jornada laboral había terminado y todos estaban recogiendo.  No me hice de rogar, cerré todo y me dispuse a salir con el resto de mis compañeros. Habíamos quedado para celebrar la excelente semana y no era cuestión de retrasarse. Además, Ángela me estaba esperando en el umbral de la puerta.

Qué os puedo decir, que la cosa acabó como tenía que acabar. Comenzamos con unas cervecitas, tapas y raciones. A eso de la media tarde, nos tomamos unos cafés y algunas copitas. Cuando comenzó a anochecer, volvimos a las cervezas y las raciones para llenar algo el estómago. Luego nos fuimos a bailar y tomar unos cubatas. A las tantas de la noche regresé a casa, no llegué solo, Ángela me acompañaba. A decir verdad, no nos separamos durante toda la tarde. Al principio, más o menos disimuladamente; pero al final, nos enrollamos en toda regla sin cortarnos un pelo. Durante el baile, Ángela se pegaba a mí tanto que parecíamos siameses. Y claro está, tanto roce, junto con el calor de la sala y el alcohol, me puso más salido que el rabo de un cazo. Jamás me hubiera imaginado que Ángela fuera tan lanzada. Apenas si pude reaccionar, lo más que hice fue seguirle el royo procurando no desentonar ni estropear el asunto. Ella sabía muy bien lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo. Nunca había estado con una chica así, estaba un poco desconcertado, normalmente era yo el que llevaba la iniciativa. Pero con Ángela, lo más que lograba era reaccionar a tiempo. Aunque si he de ser sincero, no me desagradaba la idea de dejarme llevar. Todo tiene sus ventajas y yo estaba encantado observando la arrolladora personalidad e inventiva de mi compañera.

En cuanto traspasamos el umbral de la puerta, nos enzarzamos en un virulento combate cuerpo a cuerpo. Comenzamos a abrazarnos y besuquearnos sin darnos respiro ni pedir cuartel. Nos lanzamos sin pensarlo a una vorágine desesperada. Nos sobamos, nos restregamos y palpamos sin pudor alguno dando rienda suelta a nuestros más bajos impulsos. Nuestra libido desatada nos arrastraba a los dos por el pasillo mientras torpemente nos desnudábamos el uno al otro. El ansia que nos devoraba, no nos permitía deshacernos de nuestras escasas prendas que no dejaban de enredarse en nuestros excitados cuerpos. Manos, brazos, piernas, se cruzaban y entrecruzaban en total desorden mientras nos desprendíamos poco a poco de nuestras prendas sin separar nuestros cuerpos. No nos hacían falta palabras, los dos sabíamos lo que queríamos.

Poco a poco, fuimos llegando a mi alcoba, dejando detrás nuestro un caótico reguero de prendas arrugadas. Pero, ¿quién se preocupa por el estado de la ropa cuando tiene ante sí a una hembra de bandera dispuesto a devorarte? Nos relajamos un poco en cuanto llegamos a la habitación. Estábamos casi desnudos, a ella le quedaban sus braguitas y a mí los calzoncillos. Que estábamos como motos no hace falta contarlo. Nuestros cuerpos jadeaban presa de la excitación y el cansancio del primer asalto. Teníamos la carne de gallina y nuestros pezones erizados y duros se nos clavaban al abrazarnos. Bueno, a decir verdad, yo tenía erizado y duro algo más. Mi polla pugnaba por librarse de la cubierta de tela que trataba inútilmente de contenerla. Ella la debió notar restregarse y rozarse contra su vientre y muslos mientras nos fuimos desnudando por el pasillo. Ahora la tenía bien apretada contra su vientre y pubis, pero al parecer no la desagradaba sentirla tan potente y airosa. Ángela no dejaba de mover sus caderas y su culo restregándose contra mí como si pretendiera clavársela en aquel mismo instante. Nos miramos, y ella me devolvió una sonrisa pícara llena de lascivia. Después nos besamos apasionadamente, más bien nos devoramos con nuestras lenguas. Fue un beso largo, febril y nervioso. Como si fuese el último de nuestras vidas.

Nada más terminar de besarnos, decidí tomar la iniciativa. Sin miramiento alguno, la empujé contra la cama y sin darle tiempo a reaccionar me abalancé sobre ella. Aprisionándola con mi cuerpo, comencé a besarla mientras mis manos se entretenían acariciando sus generosos pechos. Ángela tenía unas tetas bastante más grandes que las de mi vecinita. Sobarlas y acariciarlas era toda una delicia, comencé a lamerlas besarlas y, de vez en cuando, morderlas ligeramente con verdadera fruición. Ahora era yo el que llevaba la voz cantante y marcaba el ritmo. Sin dejarle mucho margen de maniobra, la obligué a disfrutar de mis atenciones. Al principio intentó liberarse y seguir llevando el mando, pero pronto cambió de opinión y me dejó hacer. Era evidente de que disfrutaba con mi modo de hacer las cosas. Tras haberme asegurado la momentánea docilidad de mi amante, decidí acercarme a zonas más comprometidas.

Sin dejar de besarla, mi boca la fue explorando a conciencia. Desde su pecho hasta su vientre no hubo recoveco sin visitar o explorar a conciencia. Al llegar a su bajo vientre, Ángela se estremeció nerviosa.  Esperaba expectante la inminente visita de mis atentos labios. Enfebrecido como estaba, sentí la tentación de abalanzarme sobre ella y follármela sin compasión. Sin embargo, logré sobreponerme y en vez de eso, me entretuve admirando la perfección de sus interminables piernas. No le gustó, quiso levantarse pero se lo impedí. “Ahora mando yo”, le dije en un tono que no dejaba lugar a dudas. Debí ser lo bastante persuasivo pues no volvió a intentar tomar el mando hasta bastante más tarde.

Para asegurarme la obediencia, tomé un par de pañuelos y le até las muñecas. También le vendé los ojos. Aquello le sorprendió, pero al mismo tiempo, logré percibir un intenso brillo en su mirada. Sin duda aplaudía mi iniciativa. Estaba claro, que mi compañera era una auténtica amante del sexo salvaje. Si eso era lo que quería, lo iba a tener.

Una vez me hube asegurado de la docilidad de mi hembra, por lo menos de momento, comencé a hacerla “sufrir” de verdad. Le iba a enseñar lo que les pasaba a las hembras calentonas cuando caían en mis garras. Lo curioso es que nunca me había comportado así. Hasta el momento, sólo me había mostrado tan dominante con Coral. He de reconocer que haber logrado la sumisión de mi vecina me había dado un aplomo y seguridad de los que antes carecía. No tenía ningún temor o miedo a fracasar con Ángela. Sabía perfectamente lo que podía hacer y conseguir con mi modo de hacer las cosas. Y lo que es más importante, estaba decidido a llevarlo a cabo; convencido de que al final, ella me lo agradecería. Así pues, la haría sufrir, la obligaría a suplicarme que la dejara gozar. Sí, ella misma acabaría rogándome que me la follara. La tendría implorante debajo de mí pidiéndome que hiciera con ella lo que me diera la gana con tal de que la llevara al orgasmo. Con lo caliente que estaba cualquier retraso en la consecución del orgasmo, sería para ella una autentica agonía. Sólo tenía que asegurarme de que no se enfriara y alcanzaría todas mis metas.

Establecida la táctica, me puse manos a la obra, nunca mejor dicho. Para empezar, decidí recrearme en la cara interna de sus muslos. La rozaba sutilmente con mis manos y mi boca, arrancándola suspiros cada vez más intensos. Me mantenía siempre cerca de sus braguitas pero sin llegar a tocarlas. Sentía en mis mejillas el intenso calor que manaba de su tentador sexo. Ángela se removía nerviosa, me invitaba en vano a saborearla. Estaba decidido y a pesar de la tremenda presión que sentía en mis genitales, lograría contenerme. Ya lo había conseguido antes con Coral, ahora no iba a ser diferente. Era curioso, ahora que lo pensaba, mi tierna vecinita me había dado una seguridad impensada. Debía de pensar en algún modo de agradecerle todo aquello…

A pesar de estos pensamientos que me distraían de mi verdadero trabajo, no desatendí nunca a mi sufrida Ángela. Si acaso, estas brevísimas distracciones me ayudaban a sobrecalentarla más de lo que estaba. La notaba cada vez más nerviosa, más crispada. Aún no me suplicaba pero era evidente que cada vez se le hacía más trabajoso contenerse. Sin duda, la tentación de que ella tomara el mando se incrementaba a cada instante. Ángela se contorsionaba y bufaba cada vez más intensamente, casi con desesperación; pero no tenía más remedio que dejarse llevar. Me había colocado de tal modo que podía reprimir sin apenas esfuerzo sus continuos intentos por cambiar de postura. Por fin chilló desesperada ante la imposibilidad de liberar su frustración.

-                     ¿Qué te pasa zorrita, estás malita?

-                     Aahhg… ¡Vamos hazlo ya de una vez! Cabrón…

-                     No, no, no… Así no se piden las cosas… no es de buena educación…

-                     No… no te voy a pedir una mierda…

-                     Tú misma…

Y continué con mi parsimonioso recorrido por la exuberante anatomía de mi compañera. La única concesión que estuve dispuesto a hacerle fue liberarla de la opresión de sus braguitas. Más que nada para jugar con ella. Una sonrisilla de triunfo se dibujó en su rostro cuando comencé a quitarle su última prenda. Estaba claro, Ángela estaba acostumbrada a mandar, a dirigir y no estaba dispuesta a someterse a la voluntad de otro. Lejos de intimidarme, lo que logró con su desafiante respuesta fue reafirmarme aún más en mi resolución. Estábamos enzarzados en un duelo de voluntades, ninguno de los dos estábamos dispuestos a ceder, pero yo seguía con ventaja y la iba aprovechar. Lo más seguro es que se hubiera creído que tras quitarle las bragas me la iba a tirar como un poseso, de ahí su sonrisa autosuficiente. Nada más lejos de la realidad. Primero me deleité disfrutando del fragante e inconfundible aroma que se desprendía de su prenda íntima. Después la hice a ella partícipe del mismo, paseando la empapada lencería por su desconcertado rostro. Había adivinado mi juego y ya no estaba tan segura de sí misma. Finalmente, volví a centrarme en la meticulosa exploración de su generosa anatomía.

Ahora disfrutaba de una nueva y esplendorosa visión, el tierno conejito de mi compañera. Mis dedos se enredaron disfrutando golosos de la sedosa tersura de su vello púbico. A diferencia de Coral, que estaba totalmente calva; Ángela tenía un lindo jardincito, no muy grande, con el césped bien cuidado y recortado. Era un pequeño triangulito que señalaba coqueto a su mayor tesoro. Ángela gimió nerviosa en cuanto me sintió paseando por tan bellos parajes. Sabía que no tardaría en acariciar y besar sus labios que se abrían ante mí como las alas de una mariposa. Y así lo hice, estremeciéndola de gusto. Pronto se unió mi lengua a la concienzuda exploración dactilar. Los espasmódicos tiritones de mi sufrida compañera se agudizaban a cada instante. Su pelvis no paraba de bailar alrededor de mi boca. Pero cuando presentía que su clímax estaba próximo me apartaba de ella. Esperaba un instante y volvía a recorrerla por entero empezando desde una esquina nueva. Unas veces desde sus pechos, otras desde sus pies, a la siguiente desde su boca, luego desde su axila, le daba la vuelta y continuaba por su espalda… Aquel juego nunca tenía fin.

Ella porfiaba cada vez con mayor insistencia, necesitaba aliviarse y yo seguía sin dejarla. Cuando parecía que al fin la iba a dejar, cambiaba la dirección de mis atenciones. Sin embargo, yo tampoco conseguía mi objetivo, Ángela obstinadamente se negaba a suplicarme. La cuestión era cuál de los dos se cansaría antes, quién cedería primero. Afortunadamente para mí gozaba de una gran ventaja y a pesar del increíble tesón y fuerza de voluntad de mi compañera, ésta no pudo continuar resistiendo mi pertinaz “tortura”.

-                     AAAHHGGG… Basta… No puedo más… Hazme terminar…

-                     ¿Decías algo?

-                     No puedo más…

-                     Si quieres algo, solo tienes que pedirlo. ¡Vamos pídemelo! Demuéstrame lo zorra que eres…

-                     AAHHGG… Está bien… Por favor, no me dejes a medias, quiero correrme yaa… haz que me corra… por favor…

-                     No estoy muy seguro de lo que quieres. ¿Me lo quieres explicar por favor?

-                     OOOHHH… Cerdo… Está bien… Fóllame, por favor. Jódeme como a una perra, pero no me dejes así… uf …por favor.

-                     Así me gusta que seas educada. Te complaceré… pero sólo porque has sido una niña buena y me lo has pedido por favor…

¡Victoria! Había conseguido todo lo que me había propuesto. Ángela estaba suplicándome que me la follara. Y eso es lo que iba a hacer. No tenía ya ninguna razón para seguir atormentándola y yo tampoco estaba para demasiadas tonterías. Con tanto jueguecito, tenía los cojones tan duros como dos bolas de billar. Y la polla ya ni os cuento, una barra de acero no podría ser más consistente. Así que sin demorarme mucho, me incorporé, le separé las piernas, me acomodé entre ellas y de un solo envión se la clavé entera hasta las bolas. Diréis que fui un bestia, pero Ángela estaba tan cachonda que no me supuso ningún esfuerzo. Prácticamente, me escurrí dentro de ella, estaba tan empapada que mi polla se deslizó sin resistencia alguna. Y a ella no le molestó a la vista del sonoro jadeó que salió de su garganta. Bueno, jadeo por llamarlo de alguna manera. Ángela chillaba y berreaba como una loca mientras su cuerpo se convulsionaba descoordinadamente. Estaba disfrutando de un orgasmo de campeonato.

Y eso que aún no había comenzado a bombearla. Espoleado por sus incesantes espasmos comencé a cabalgarla con todas mis fuerzas. Aquella hembra era puro fuego y acababa de prender la mecha de mi pasión. Perdí el control, no pude contenerme más y me lancé a una follada salvaje. Mientras, sentía como Ángela encadenaba un orgasmo tras otro sin poder dominarse tampoco. Aquello era una locura y al mismo tiempo el mismísimo cielo. Jadeábamos a pleno pulmón sin llegar a articular palabra. Sin ser dueños de nuestros cuerpos, nuestros movimientos eran frenéticos y vigorosos casi violentos. Llevados por la intensidad de nuestra pasión, sudábamos copiosamente. Empezaba a resollar por el esfuerzo, pero no podía parar. Tenía que seguir, seguir martilleando, bombeando, ya viene, ya llega, yaaah… Pero no llegaba, la tensión en mi falo era ya indescriptible, pero el ansiado fin seguía demorándose. Mi polla siempre conseguía el modo de albergar un poco más de placer. Cuando ya creía que mis fuerzas no me podrían sostener más; mi polla por fin estalló, inundándola a ella y llevándome a mí a las cumbres del paraíso. Exhausto me derrumbé sobre el también derrotado cuerpo de mi compañera…

Nos quedamos así, yo sobre ella, unos minutos. Necesitábamos recuperar fuerzas después del polvo. En cuanto empezamos a recuperarnos, lo primero que hizo Ángela fue dejarme sobre la cama boca arriba, quitarme el condón de mi semi-fláccido pene, metérselo en la boca y comenzar a chuparlo como si le fuera la vida en ello. Se notaba que no era la primera vez que hacía algo parecido. Cuando la miraba, me parecía verla en una especie de trance mientras saboreaba y degustaba los restos de mis fluidos. Comenzó metiéndose ansiosa todo mi cipote como si temiese dejarse algo. Después una vez que se aseguró de haberse tomado hasta la última gota, prosiguió con una meticulosa y estudiada lamida de pelotas mientras me pajeaba con sus manos. Como os podéis imaginar, semejante tratamiento no me dejó indiferente; en menos que canta un gallo, mi polla se puso firme a punto de pasar revista. Pero aquello era sólo el principio.

Con una cara de vicio que difícilmente se puede explicar y menos olvidar, Ángela me comenzó a lamer el miembro mientras me masajeaba las pelotas. Alternaba en su uso la puntita de la lengua o toda la superficie de la cara superior. Cuando lo vio conveniente, comenzó a usar sus labios. Unas veces se amorraba a mi bálano transversalmente, recorriéndolo sin tragárselo. Otras en cambio, sus labios se cerraban sobre mi capullo y bajaban hasta besar la base. Cuando lo hacía me llevaba a la gloria. Mi capullo debía de llegarle hasta la mismísima boca del estómago. A diferencia de Coral, no mostró el mínimo indicio de arcada. Evidentemente estaba más que acostumbrada a este tipo de maniobras. Lo cierto es que me estaba haciendo una mamada de primera, más de una vez estuve tentado de agarrarla la cabeza y follarle la boca. Pero logré contenerme, quería ver hasta dónde era capaz de llegar. Así que recurrí a toda mi fuerza de voluntad. Una vez más me sentí agradecido al entrenamiento que me había proporcionado mi maravillosa vecinita. Aunque inexperta, la felación de Coral me resultaba un poco más placentera; su modo desmañado e inocente me excitaba más.

Por mis reacciones, Ángela debió de pensar que con aquella magnífica mamada sería suficiente, pues insistió bastante en tragársela entera. Pero tras largos e infructuosos intentos, comprendió que yo era mucho más duro de lo que había calculado y decidió cambiar de tercio. Sin perder tiempo, me puso otro condón, se colocó encima de mí a horcajadas, guió mi polla hasta su encharcado coño, y sin más miramientos se empaló con ella. Después me besó metiéndome la lengua hasta la campanilla. Y sin darme un respiro comenzó a follarme moviendo sus caderas. Sabía lo que quería y emprendió un ritmo duro que alternaba entre movimientos circulares y de vaivén; para terminar con una frenética cabalgada de las que quitan el hipo. Pero no pudo conmigo.

No es que yo sea especialmente resistente, es que ella estaba muchísimo más caliente que yo. A pesar de los múltiples orgasmos de los que había gozado, Ángela estaba dispuesta para disfrutar unos cuantos más. Comenzaba a tener dificultades para mantener el ritmo frenético con que me estaba cabalgando. A veces se descompasaba o paraba brevemente para poder jadear y recuperar el resuello. Decidí pasar a la acción en una de aquellas paradas. La así por los cachetes del culo y comencé a darle duro. La reacción no se hizo esperar, comenzó a chillar como una loca mientras sus manos crispadas se asían al cabecero de la cama para no perder el equilibrio. La miré a la cara y pude comprobar que se estaba corriendo. Decidí que era el momento de cambiar de posición.

No me resultó difícil. A pesar de la tendencia dominante de mi compañera, su estado no le permitió ofrecer resistencia alguna. Aturdida y cansada tras el reciente orgasmo, lo más que logró articular fueron un par de jadeos de protesta. Cuando quiso darse cuenta, me tenía detrás de ella mientras se me ofrecía como un perrito, apoyada en el cabecero de la cama. Sin más demora procedí a ensartarla de un solo envite; lo que recibió con gusto a tenor del fuerte ronroneo con que me obsequió. Ahora era yo el que dirigía, y me encargué de demostrárselo. Empecé a bombearla sin piedad, con todas mis fuerzas. Ángela era una potranca salvaje ahora iba a conocer al vaquero que la domaría.

A veces me asía de sus caderas, otras de sus tetas; unas veces la agarraba del pelo y la hacía encabritarse; otras, me echaba sobre ella y le masajeaba el coño; pero jamás, jamás dejé de darle duro. Yo estaba como ido, obsesionado por domar a aquella hembra encelada, apenas si prestaba atención a mi propio esfuerzo. Lo cierto es que bajé un poco el salvaje ritmo inicial con que comencé a follarla pero aún así mantenía una buena marcha. Ángela seguía aguantándome y no dejaba de espolearme con sus contantes y desinhibidos gemidos. Con sus acompasados movimientos de caderas no paraba de pedirme guerra. Tras unos minutos, la situación me pareció monótona para darle algún aliciente, comencé a jugar con mis deditos en los alrededores de su ano. Como no hizo ningún comentario o gesto que me indicara que aquello no era de su agrado, proseguí con mi tarea ampliando y profundizando en el uso de mis dígitos. Cuando ya había logrado meterle los dos dedos pulgares, Ángela volvió a demostrarme lo experta que era en las artes amatorias.

-                     Vamos a qué estás esperando. Clávamela ya de una vez.

¡Me estaba pidiendo que se la metiera por el culo! Yo nunca se lo había hecho a una mujer por ahí. Siempre pensé que era algo que no las gustaba. ¡Y ahora me lo estaban pidiendo! Apenas si podía salir de mi asombro. Pero no tenía más opciones, tenía que sodomizar a aquella zorra, sí o sí. Así que sin pensármelo dos veces, le saqué la polla del coño y se la puse en la otra entrada untándola con los abundantes flujos que se le habían pegado. Repetí la acción un par de veces más y me decidí a entrar. Presioné y apenas si conseguí nada. Era evidente de que debía hacerlo con mucha más contundencia. Lo volví a intentar y pude ver cómo poco a poco mi cabeza se iba perdiendo en aquella cueva. Me resultaba mucho más difícil traspasar aquel umbral, pero al mismo tiempo lo encontraba mucho más morboso. Sentía mi polla tan dura como una barra de acero y sin embargo, la resistían y presionaban como nunca. Sin embargo, una vez vencida la resistencia de la entrada, el avance continuó imparable. Poco a poco me fui enterrando en ella hasta que no pude avanzar más.

Ángela gimió en una especie de muestra de alivio y placer. Mientras se la estaba clavando, me fijé en ella. Estaba tensa, muy quieta y su rostro a veces mostraba una mueca de incomodidad, pero no se quejó. Al contrario, si me demoraba demasiado en mi avance, me invitaba a continuar sin demora. Ahora que la tenía toda dentro de ella, su cara era una mezcla de orgullo, lujuria y felicidad. Comencé entonces a besarle el cuello al tiempo que le masajeaba el clítoris. Quería que ella se acostumbrara a mi mástil. Aunque lo cierto es que yo también necesitaba habituarme a la estrechez de su culito. Finalmente, cuando me sentí lo suficientemente seguro, comencé a bombearla despacito por su puerta de atrás.

No las tenía todas conmigo, tenía mucho miedo a hacerle daño. Afortunadamente, no debí hacerlo mal pues Ángela no tardó en acompañar mis movimientos acomodándose a ellos. Gemía y jadeaba despacito. Un nuevo escalofrío la recorrió entera, sin duda estaba gozando de lo lindo. No era el momento de cambiar de táctica. Le estaba gustando, aunque eso no era del todo cierto.

-                     Oye machote, que no me voy a romper… puedes darme más fuerte…

Una vez más Ángela me demostraba lo caliente que era. Querían que le dieran caña. Así que siguiendo su sugerencia, comencé a acelerar el ritmo hasta convertirlo en el furioso martilleo de un despertador. Volvíamos a sumergirnos en la desesperada vorágine del sexo desinhibido y salvaje. Era maravilloso, nunca antes me había sentido tan apretado y estrecho. Tenía que repetirlo. Y entonces me vino a la mente una idea que me enervó aún más si eso puede ser posible. Sodomizar a mi tierna vecinita tenía que ser la leche. De pronto me imaginé cabalgando a mi Coral dándole por detrás. El simple pensamiento me puso como una moto y sin saber cómo aceleré aún más el desquiciante ritmo. Lejos de importunar a mi compañera, aquello la gustó aún más. El paraíso estaba mucho más cerca, y nos acercábamos a él a pleno galope.

Ambos chillábamos y jadeábamos a pleno pulmón mientras nuestros sudorosos cuerpos nos llevaban a las cumbres del éxtasis. Un éxtasis que nos sorprendió de pronto dejándonos exhaustos, vacíos y sin fuerzas pero llenos de satisfacción, felicidad y paz. Derrumbándome sobre ella nos quedamos abrazados mientras el cansancio y el sueño se apoderaban de nosotros. Había sido el magnífico colofón a un día perfecto.

A la mañana siguiente, me desperté sobresaltado. Me acordaba del maravilloso polvo de la noche anterior, pero echaba de menos el cálido abrazo de mi compañera. La busqué a tientas pero no la encontré, de modo que abrí los ojos y comprobé que no estaba en la cama. Me levanté y la vi junto al ordenador. Ya se había duchado y se cubría con mi albornoz.

-                     Hola, estoy mirando el correo, espero que no te importe…

Apenas si fui capaz de reaccionar. De repente, me sentí desnudo y vulnerable. Ángela tenía ante ella la posibilidad de descubrir mi más oscuro secreto. El vil chantaje a mi vecinita. El corazón me latía con violencia como si me fuera a estallar dentro del pecho de un momento a otro. No recuerdo qué es lo que llegué a contestarle, aunque lo cierto es que debió de reflejarse en mi cara la preocupación que sentía. Ella también parecía nerviosa, lo más seguro es que se mosqueara por mi modo de contestarle. Pero pude comprobar que retiraba con cierta premura una memoria flash, no estaba mirando solo el correo. Pero tampoco me atrevía a preguntarle al respecto, quizás sólo fueran imaginaciones mías. Si preguntaba podía levantar la liebre y descubrirme yo solo sin querer. El caso es que el desayuno no fue todo lo satisfactorio que debía de ser y una cierta tensión se interpuso entre nosotros. De modo que nos despedimos rápidamente con una mezcla de aprensión y embarazo.

El sábado transcurrió anodino y tenso. No lograba concentrarme en nada y tampoco lograba distraerme con nada. A pesar de lo mucho que tenía que hacer, no conseguí tranquilizarme ni un momento. La idea de haber sido descubierto era sencillamente horrible, espantosa. Podría suponer mi fin en la empresa, y lo que es peor la pérdida de la amistad con varios de mis mejores amigos. Algo tenía que haber visto Ángela en mi ordenador, algo que la había puesto nerviosa cuando la descubrí… Sonó la alarma del móvil, era la hora de mandarle el mensaje de rutina a mi vecina para que concretase una cita. Actué sin pensar, mandé el mensaje que tenía preparado. ¡Cielos! ¡En qué lío me había metido! Traté de calmarme, lo más que tenía Ángela serían unos vídeos porno míos con una jovencita. Además, los vídeos estaban bastante escondidos en las carpetas de mi ordenador. ¡Pero qué idiota soy… el historial!

Miré en el historial, pero no saqué nada en claro. Ángela era también informática, podría haber borrado las huellas. Claro que por lo que vi, no me pareció que hubiese visto ningún vídeo. La tarde pasó algo más tranquila. La posibilidad de haber sido descubierto me parecía cada vez más remota. Pero la espinita siguió clavada hasta la mañana siguiente. Si el sábado fue malo, el domingo ya fue espantoso.

El domingo comenzó bien, mejor de lo esperado. Después de desayunar, recibí una llamada de Coral. Por fin me respondía después de una semana sin saber de ella apenas nada. No sólo me pedía una cita, me pedía que la recibiera en aquel mismo momento. Rápido me dirigí a la puerta. La idea de distraerme con mi vecinita me animó un poco. Sí, tenía que olvidarme de Ángela y el ordenador. Sonó el timbre y abrí la puerta. Lo que escuché a continuación me dejó helado.

-                     Me has dejado embarazada… Cabrón… cabronazo, hijo de puta…