Mi vecinita 10

Rafa nos explica lo vivido por él en la bañera...

Capítulo 10

Coral en cambio no me pidió nada. Con un gesto teatral bastante bien logrado, asió la esponja y comenzó a verter sobre ella el gel mientras me miraba con unos ojos llenos de vicio y una sonrisa picarona en el rostro. No me hacía falta nada más para comprender sus intenciones. Sin yo proponérselo, estaba dispuesta a corresponder a mis atenciones dedicándome el mismo trato que yo le había dado a ella. No puedo decir que la idea no me sedujera, al contrario, me agradó sobremanera esta espontánea gratitud que ahora mostraba mi vecinita. A pesar del chantaje y del vil contrato de sumisión temporal al que la había forzado, de algún modo había logrado hacerle bien. Eso me reconfortaba, en cierta manera me servía para acallar mi conciencia. “No es que la hubiera forzado, al menos no del todo. Simplemente la había ayudado a descubrir su sexualidad”.

Ni yo mismo me creía mis mentiras. Pero algo de verdad debía de haber en ellas cuando Coral actuaba de aquel modo. Yo no le había pedido nada aquel día. Bueno, sí que se mantuviese totalmente desnuda mientras estuviera en mi casa. Pero más allá de eso, me había comportado de un modo bastante caballeroso. Es más había sido ella la que me había sugerido la idea de practicar sexo antes de marcharse. Y después de haberla dejado más que satisfecha, sin decirle nada, ella tomaba de nuevo la iniciativa para ahora complacerme.

O por lo menos intentarlo. Porque no lo tenía nada fácil. Después de nuestro primer encuentro, me dediqué como un gilipollas a pelármela durante toda la noche mientras revisaba las múltiples fotos y grabaciones de nuestra primera sesión. En consecuencia, ahora estaba completamente machacado. Y pese a tener a una hembra de campeonato totalmente encelada y dispuesta a satisfacer todos mis deseos; no podía hacer nada con ella. Ya no me dolía la polla como durante la mañana pero mi amiguita no estaba dispuesta para ningún tipo de servicio durante el resto del día. Bastantes servicios me había prestado durante la noche… Al menos eso es lo que creía, que mi polla estaría fuera de servicio durante el resto de la jornada. Coral sin embargo demostró ser una chica mucho más habilidosa y aplicada de lo que uno pudiera esperar de una neófita en el sexo. Logró demostrarme que yo estaba equivocado, muy equivocado.

Comenzó titubeante, bastante nerviosa y lo cierto es que si no le dije nada fue por no desanimarla. No es que lo hiciera mal, al contrario, se defendía bastante bien. Pero estando yo como estaba, necesitaría mucha mayor habilidad de la que estaba demostrando. Pero de pronto todo cambió. Fue algo totalmente fortuito, sin planificar que ella supo aprovechar bien. En un momento dado se tropezó y no tuvo más remedio que abrazarse a mí para no caer. Aquello fue justo lo que ella necesitó para inspirarse y lo que yo precisé para, inesperadamente, encenderme. De repente, sentí la cálida caricia de su cuerpo sobre mi espalda. Su aterciopelada piel se pegó a la mía…

No sé realmente lo que fue, no lo puedo explicar, algo estalló dentro de mí. Mis más primitivos instintos se despertaron sobresaltados con aquel roce. Un libidinoso latigazo me recorrió la espalda, el corazón se me aceleró a tope. Un repentino escalofrío me sacudió inflamando todo mi ser. Un trallazo que no por inesperado carecía de potencia. Un violento zurriagazo que fue a terminar en mi adormecida polla. La violenta sacudida, tuvo la virtud de encabritarla y hacerla saltar como un resorte. De repente, mi fláccido miembro retornaba a la vida. Llegué a pensar, llevado por mi pertinaz pesimismo, que se trataba de un fugaz espejismo. Que mi cansado miembro, no sería capaz de recuperarse del todo. El temor a un datilazo se hizo presente…

Sin embargo, aquel acto reflejo pareció darle renovados bríos a mi resuelta esclava. Ahora tenía la evidencia de que sus denodadas atenciones surtían verdadero efecto. Y esta certeza, le proporcionó una seguridad y picardía que jamás hubiese imaginado. El modo en que me enjabonaba cambió. Ahora, su cuerpo se pegaba al mío multiplicando el efecto de sus caricias. De pronto, fui consciente de lo que estaba pasando. Estaba disfrutando de la generosa entrega de mi vecinita. Sí, tenía a una hembra, verdaderamente joven y hermosa, resuelta a darme placer a toda costa. Una hembra que había encontrado el modo de ponerme los pelos de punta. Sí de repente comencé a disfrutar y desear con vehemencia las atenciones de mi vecinita.

Ahora experimentaba, padecía y sufría en mis carnes, nunca mejor dicho, las mil y una artimañas que la naturaleza le otorga a toda mujer hermosa. Notaba la tersura y suavidad de su piel frotándose contra la mía, la turgencia de sus pechos restregándose contra mi espalda, la dureza de sus pezones que se me clavaban y me arañaban. Y por si esto fuera poco, tenía que soportar las gráciles evoluciones de sus suaves manos con sus afiladas uñas recorriéndome el pecho y el vientre. Por no hablar del fuego que habitaba entre sus muslos y que al restregarse, me quemaba los míos. Ante las certeras y continuadas caricias de Coral, mi “amigo” decidió olvidarse de todo el cansancio del día anterior. Espoleado por aquella repentina fiebre, el apocado miembro estaba dispuesto a levantarse y recordar tiempos mejores en los que el vigor y la gallardía que derrochaba, lo hacían sentirse orgulloso. Así pues, para regocijo de mi compañera y asombro mío, una incipiente erección comenzó a hacerse evidente.

Por si fuera poco, mi inexperta vecinita, demostraba una soltura y habilidad sorprendentes. Sobre su bisoñez en el coito con el sexo masculino, no tenía dudas. Después de todo había sido yo el que la había desflorado. En cambio, sobre su experiencia con las de su propio sexo, no podía estar tan seguro. A fin de cuentas, la había sorprendido dándose el lote con una amiguita enfrente de mi ventana. Gracias a lo cual, ahora podía disponer de ella casi a mi antojo. Debía ser pues su experiencia con las de su mismo sexo lo que le proporcionaba esta diabólica habilidad de la que estaba haciendo gala. Aquella niña, estaba poniéndome a mil a pesar de mi falta de disposición inicial. Y parecía disfrutar haciéndolo.

Una vez conseguido el primer objetivo de despertar al indolente miembro viril, parecía resuelta a ponerlo en forma. Con una mirada llena de lascivia me sonrió al tiempo que se arrodillaba enfrente de mí. Aquella sola mirada ya servía para animar a mi pequeño vástago. Pero además venía acompañada con unas más que acertadas caricias de sus sedosas manos. Aparentemente, se limitaba a enjabonarme las piernas, pero lo que en realidad estaba haciendo era algo muy distinto. Cada vez que sus manos se acercaban al interior de mis muslos, todo mi ser hervía. El corazón se me saltaba del pecho, y un nuevo torrente de sangre se acumulaba en mi polla otorgándole un vigor impensable tan solo unos minutos antes.

Y ahí estaba yo, tratando de contener un río con el poder de mi mente. Aquella niña, estaba logrando sacarme de mis casillas. Cada vez me resultaba más difícil olvidarme de ella y dominar la creciente excitación que despertaba con sus libidinosas caricias. Si cerraba los ojos, la veía en las mil y una poses lascivas con las que la había grabado. Si por el contrario, los abría; contemplaba su rostro azorado, sonriéndome socarrona, dirigiéndome una mirada llena de concupiscencia. Hiciera lo que hiciera, todo me conducía a lo mismo. Aquella hembra encelada me estaba invitando a yacer con ella. Y el único impedimento para consumar tan deseado acto, mi cansancio, estaba sucumbiendo ante las sapientísimas manos de Coral.

Cuando estúpidamente comenzaba a creer que me estaba haciendo dueño de la situación; Coral demostró una vez más su insólita maestría. Ciertamente, debía de tenido muchas horas de vuelo con sus amiguitas lesbianas. Si no, no se explica cómo pudo encontrar el modo de masajearme la próstata como lo hizo. La muy guarra me había levantado el ariete sin despeinarse. Con solo rozar mi orto, había logrado que mi miembro se empalmara casi del todo. Y no solo eso, ahora no paraba de jugar con mi ano y con mi polla, como si de un fascinante descubrimiento se tratara. Os juro que si no hubiera estado tan cansado, me habría corrido en aquel mismo instante.

La situación, sin embargo, era bien distinta. Aunque Coral estaba demostrando ser una auténtica maestra, dotes no le faltaban; mi polla seguía resistiéndose a alcanzar una erección completa. Aún así, no había que restar méritos a lo que mi avispada vecinita había logrado, ciertamente era mucho más de lo que yo había esperado. No obstante, todas estas dificultades, retos e inconvenientes a los que sin saberlo se enfrentaba mi chica; no hacían sino incentivarla y motivarla. Ahora que estaba tan cerca de su objetivo, la firme determinación de Coral se había hecho mucho más fuerte si cabe. Pude apreciar en sus ojos un cierto brillo de triunfo, diría que hasta de orgullo. Era  evidente que estaba poniendo todo su empeño en hacerme disfrutar. Tanta entrega y devoción de su parte me desconcertaba. Más que nada porque no hacía ni veinticuatro horas en que yo, aprovechándome de un vil chantaje, la había obligado a perder su virginidad conmigo. Y ahora, sin necesidad de coaccionarla, no solo se me entregaba; sino que parecía obcecada en hacer todo lo posible para darme placer. No alcanzaba a comprender el verdadero motivo de este sorprendente cambio. Claro que en aquellos momentos, tampoco estaba yo para pensamientos demasiado profundos. Bueno, no estaba yo para pensar. La sangre se me estaba acumulando en la otra cabeza, la de pensamiento único, ya me entendéis.

Así que allí estaba yo, intentando dominar lo que ya era a todas luces, un caballo desbocado. Cuando a la inocente niña le dio por agarrarme el instrumento y comenzar a pajearlo como una auténtica profesional… ¡Joder con la novata! Me estaba poniendo más salido que el rabo de un cazo. Al tiempo que me masajeaba los cojones, recorría mi ya decente rabo de arriba abajo. No es que esa acción en sí misma tenga algo de especial. Lo que lo hacía algo único era la cara de la niña mientras lo hacía. Estaba en trance, absorta, abstraída de todo cuanto la rodeaba. Para ella solo existía mi polla, a la que trataba con beatífica veneración. La mimaba con sus manos como si se tratara de una reliquia sagrada. La iba recorriendo con delicadeza, sin oprimirla, despacito, disfrutando de su tersura y calibrando su longitud, grosor y turgencia. Al llegar a mi capullo, lo envolvía con su mano al tiempo que le imprimía a la misma un movimiento giratorio que me hacía ver las estrellas. Cada vez que lo hacía un sentido y profundo gemido se escapaba de mi alma. Verdaderamente, aquella novata tenía un talento como pajillera. Lo suyo era un auténtico don que ahora disfrutaba con verdadero deleite.

Me tenía en sus manos, nunca mejor dicho. Aquella chiquilla me estaba llevando al cielo a su modo. Y lo único que podía hacer yo era seguirla dócilmente por donde ella me llevara. Cuando ella quiso, porque no puedo recordar cuánto tiempo me estuvo torturando con aquello, me aclaró el jabón con la ducha. Con sorprendente naturalidad, como si estuviera haciéndolo toda la vida; se aseguró de que el agua estuviese a una temperatura óptima para después pasar la regadera por mi verga. Una vez aclarada, volvió a cobijarla en sus manos, parecía gustarle la consistencia, longitud y grosor que ahora lucía. Lo cierto es que para aquel entonces, le faltaba muy poquito para alcanzar su máximo esplendor, de hecho me dolía de lo dura que se me estaba poniendo. Y entonces, lo hizo. Se la metió en la boca.

Cierto que sólo fue la puntita, el capullo nada más. Pero fue sentir el calor de su boca, la opresión de sus labios, el decidido roce de su flexible y versátil lengua y mi cuerpo se convulsionó con tal violencia que casi me caigo. Me fallaron las piernas, y eso que no llegué al orgasmo. Aunque le faltó bien poco. En otras circunstancias, estoy seguro, le habría llenado el estómago de mi leche y aún seguiría echándole más al depósito. Así de caliente me tenía. En cambio, lo que hice fue meterle tal empellón que sin proponérmelo se la metí casi entera. Le llegué a la campanilla y le provoqué arcadas. La pobre no se lo esperaba y se la tuvo que sacar para recuperar el resuello.

Sin embargo, no se quejó, ni hizo comentario alguno. Se limitó a mirarme un poco enfadada eso sí, pero al ver mi rostro, cambió su expresión. Me tenía a su merced y estaba siendo consciente de ello. La lasciva y pícara sonrisa que me dedicó, jamás la olvidaré. Coral no era ya la inocente jovencita que me entregara su preciada y delicada flor el día de antes. No, mi vecina era ya un auténtico putón, una verdadera meretriz curtida en todas las artes amatorias habidas y por haber. ¡Dónde había aprendido todo aquello! En un solo día no podía haber sido. O era muy lista y aplicada o mi Coral escondía mucho más de lo que había apreciado a simple vista. Era evidente que mi vecina, había dejado de ser una niña, era toda una mujer. Y qué mujer…

En vez de volver a meterse mi durísimo bálano en su deliciosa boca, lo asió. Comprobó que había alcanzado su máximo tamaño y dureza, cosa que pareció agradarle sobre manera. Me dirigió otra de sus libidinosas miradas, capaz de derretir el ártico. Y con un descaro digno de la mejor de las estrellas porno, sacó toda la lengua, la apoyó en la base y me dio un lametón, largo, intenso y húmedo. Su lengua se paseó por mi miembro apretándose contra él como si quisiese derretirlo y tragarlo igual que un helado. Y para colmo, cuando terminó; me sonrió satisfecha del mismo modo que hubiera hecho con el más sabroso de los helados.

No necesitaba preguntarme si me gustaban sus lametones. Cada vez que su lengua se paseaba sobre mi verga, arrancaba nuevos suspiros y jadeos de lo más profundo de mi garganta. No era capaz ni de sujetarle la cabeza para tratar de controlar su excelente mamada. Tan pronto se prodigaba con su lúbrica lengua lamiéndome a fondo, como se enfundaba mi mandoble hasta la empuñadura. Bueno, es cierto que aún le quedaba un poco para llegar a besar la base del todo; pero lo cierto es que en aquel momento ese pequeño detalle, no me importaba lo más mínimo. Creo jamás había tenido tan dura la polla, si hubiese querido, la podría haber clavado en la pared. Ya apenas podía contenerme tenía que follarla. La cogí del pelo, le iba a follar la boca. Pero en ese instante ella se incorporó y se dio la vuelta echando su cuerpo hacia delante. Con su lindo culo hacia mí, me estaba ofreciendo su tentador coñito. El panorama era espectacular. En primer plano, un sobresaliente y rotundo culito, joven carnoso y bien formado. Justo a la altura hacia la que apuntaba mi polla, los sonrosados pliegues de un jugoso conejito listo para ser devorado. Con las piernas separadas, la invitación no podía ser más clara. Tras ese soberbio primer plano, justo detrás, sus caderas un sensacional asidero. La esbelta cinturita que conducía a una espalda ligeramente arqueada llena de sugerentes tentaciones. Al fondo, en un forzado escorzo, estaba el azorado rostro de Coral. Con la boca entreabierta y la mirada llena de deseo, me decía sin palabras que la penetrase. Aquella visión, me puso el rabo más duro que una barra de acero.

No me lo pensé dos veces, la sujeté por las caderas y de un solo y certero golpe de riñones se la clavé entera. El cálido y estrechísimo coñito de mi vecinita apenas si tuvo tiempo para prepararse. Sin embargo, sus paredes me acogieron perfectamente, ajustándose al instante mejor que un guante. Era una delicia enterrar mi cabeza en aquel agujero tan bien preparado. Para mi sorpresa, Coral no se quejó por mi modo intempestivo de tratarla. Al contrario, mi brusca entrada debió gustarle a tenor del sonoro jadeo con que recibió mi violenta acometida. Claro está que estaba perfectamente lubricada, su dulce coñito chorreaba néctar lo mismo que un panal de miel. Supongo que para ella también debió de ser muy placentero. Mi polla se deslizó por sus angostas paredes sin ningún contratiempo ayudada por los abundantísimos jugos. Disfruté entonces, del enervante masaje que me propiciaba su apretadísima y ceñidísima vagina. Era delicioso, sensacional, mi polla difícilmente podría estar en mejor sitio. Decidí repetir la placentera maniobra cuatro o cinco veces más con idéntico resultado en todas ellas. Un enorme disfrute para ambos. Coral no paraba de jadear y mover su culito alrededor de mi rabo. Aquella hembra estaba pidiendo a gritos que se la follaran a conciencia. Que le dieran caña sin compasión y bien duro. Pues bien, la iba a complacer. Me la iba a follar tan fuerte y rápido que creería que la estaban dando con un taladro neumático.

Sin perder más tiempo comencé a follármela con verdaderas ganas. Nada de ir acelerando poco a poco, a saco desde el primer momento. De hecho, mi acometida fue tan brusca que la obligué a apoyarse en la pared desde el mismo principio. No solo porque la ayudaba a mantener el equilibrio, más que nada me impedía empotrarla contra los azulejos. Entraba y salía de ella como un poseso, olvidándome de todo, la jodía con una vehemencia propia de un berseker. Y a pesar de toda aquella furia animal expresada con tanto salvajismo; Coral no se quejaba, al contrario la disfrutaba a conciencia. Ella también parecía poseída por la misma locura apasionada que se había apoderado de mí. Se contorsionaba y retorcía siguiendo el ritmo de mis vehementes embestidas. Gritaba y chillaba a pleno pulmón pidiendo que continuara jodiéndola con el mismo ritmo frenético y desquiciado. Sí ella me jaleaba y espoleaba para que continuara con mi demencial cabalgada. No hacía falta que ella lo hiciera, pues estaba resuelto de antemano a no cejar ni descansar hasta llegar a la meta. Y así fue como ambos nos sumimos en una infernal agonía.

Sí, a pesar del irracional torbellino erótico que nos embargaba, los estábamos lejos de alcanzar el orgasmo. Ella no hacía mucho que había disfrutado de una sensacional corrida y yo aún debía rehacerme de la maratoniana sesión onanística de la pasada noche. Así pues, sometíamos a nuestros desdichados organismos a un esquizofrénico juego de imprevisibles consecuencias. Nuestros cuerpos, necesitaban un descanso que les negábamos mientras que les sometíamos a un esfuerzo que difícilmente podían soportar. Por lo tanto, aunque estábamos imbuidos en una vorágine sexual desatada, la tensión erótica necesaria para desatar el anhelado orgasmo era muy superior. Y quedaba bastante lejos. Eso era lo peor, no podíamos bajar el pistón, necesitábamos ir a toda pastilla. Y sin embargo, a pesar del tremendo disfrute que experimentábamos, el fin lo veíamos lejos en el horizonte. Fue como he dicho antes una larga agonía de placer. Una verdadera tortura en todos los sentidos. Pues el cansancio físico se iba uniendo al que ya tenían nuestros sufridos genitales. Cada vez me resultaba más difícil mantener el irracional ritmo que nos habíamos marcado. Era imposible mantenerlo por más tiempo, pero no podía detenerme. Una pasión ciega me empujaba por aquel infierno en el que la meta siempre se hallaba un paso más allá.

Estábamos sudorosos, exhaustos. Literalmente nos estábamos matando a polvos. El corazón parecía salírseme del pecho, creía que me iba a dar un ataque. De repente, me apretaron la polla, la estrujaron como si quisieran ordeñarla. Miré a Coral que se debatía temblorosa con los ojos en blanco y berreando con una voz grave impropia de ella. Se estaba corriendo. ¡Se estaba corriendo!  La sola idea me excitó. Y el ver el salvaje modo en que lo hacía me puso aún mucho más cachondo. De pronto, me sentí completamente lleno de concupiscencia, rebosante de libidinosa lascivia. Sentí una increíble presión en mi polla, creí que mi capullo iba a estallar. Sentí la imperiosa necesidad de pegarme a aquella hembra que seguía apretándome la polla como si quisiera aplastarla. Sí me empotré contra ella, la empitoné hasta el fondo, hasta llegar a la matriz. Y me vacié dentro de ella. Cierto que apenas si fueron unas gotas, pero no dejé nada en la reserva, no tenía más. Nada más hacerlo una inmensa paz se apoderó de mí, se apoderó de los dos. Agotados, exhaustos, completamente rendidos nos dejamos caer con una bobalicona sonrisa en el rostro. La sonrisa que deja una paz infinita más allá de este mundo. La sonrisa que deja el orgasmo perfecto.

Abrí la llave del agua, una cálida y reconfortante lluvia comenzó a caer sobre nosotros. Nos dejamos llevar por su dulce invitación al descanso. Así abrazados, dejamos que nuestros cuerpos se empaparan y recuperaran del tremendo esfuerzo que les habíamos exigido. Pero había algo más, mientras mi mente se desconectaba. Mientras me dejaba llevar por una tan dulce como necesitada somnolencia, una inquietante idea se fue desarrollando en mi mente. Había sido un polvo inolvidable, cierto. De los mejores que disfrutaría nunca. Pero no era eso. Era Coral, aquella chiquilla me estaba enganchando. De algún modo sentí que mi vida sería mucho más dura, mucho más triste y oscura, cuando ella se marchase. Pero no pude meditar mucho en ello, el sueño me venció.

Cuando nos hubimos recuperado, se apoderó de nosotros un tenso mutismo. Nos lavamos rápidamente, sin apenas mirarnos. Lo cierto es que en el fondo de mi corazón, me sentía profundamente avergonzado por el modo en que la había conseguido. Ahora que había probado las delicias de su genuina entrega, los placeres robados del día anterior me parecían pobres y escasos. Pero tampoco podía meditar mucho en ello ahora, teníamos que decidir el modo de comunicarnos para evitar la excesiva vigilancia paterna. Lo cierto es que por lo que me había contado Coral, sus padres no la dejaban ni a sol ni a sombra. Los primeros días de genuina libertad, los acababa de disfrutar ahora.

Al final, decidimos comunicarnos mediante mensajes en el móvil. Nunca nos llamaríamos para hablar por si sus padres sospechaban algo. De este modo, mi número de teléfono quedó anotado en su agenda como el de una chica. Yo sería una nueva amiga que conocería en la selectividad. Una vez aclarados estos asuntos, Coral se vistió sin demora, recogió sus cosas, me dio un tímido besito en la mejilla y se marchó. Me quedé un buen rato allí en la puerta, como un bobo, sin hacer nada. La cabeza me daba vueltas, atormentándome con mil ideas contradictorias. Pero, una vez más, no podía meditar en ellas. Tenía mucho que hacer. Tenía que pensar muy bien el método anticonceptivo que tendríamos que usar; un embarazo no entraba en nuestros planes. Planificar nuestro siguiente encuentro y el modo en que me dirigiría a ella en el móvil; los padres de Coral, seguían siendo un serio obstáculo. Además, tenía que terminar de editar y después guardar las imágenes del día anterior; por nada del mundo me quería quedar sin ellas, las almacenaría también en un disco duro externo. Y por si fuera poco, estaba cansado y al día siguiente, lunes, tendría que madrugar e ir al trabajo…