Mi vecina Pat
El inicio de una relación vecinal
Mi vecina Pat
Hace poco y por un cambio en mi situación laboral, me vi envuelto en la necesidad de cambio de domicilio.
Siempre he estado a expensas de mi trabajo, siempre he tenido la movilidad como arma fundamental en mi trabajo.
Después de mucho buscar encontramos, mi pareja y yo, un sitio idílico. Un pueblecito alejado de la capital para algunos, no para mí. Los 25 Km de distancia con la urbe me eran irrelevantes ya que, en 20 minutos yo podía estar ya en mi oficina.
Lo que nos aportaba el lugar era espléndido. Unos paisajes maravillosos, un pueblo tranquilo, una urbanización de chalets adosados con muchos jardines, parques infantiles y, sobre todo, tranquilidad.
A mi pareja y a mí nos gustan las buenas relaciones y desde nuestra llegada intentamos conocer a los vecinos. Unos más simpáticos que otros, unos más abiertos que otros pero lo normal ante la llegada de gente nueva en un grupo que se conocían desde hace más de 5 años.
Justo los vecinos nuestros eran una pareja joven. Francisco y Patricia, Paco y Pat como quieren que los llamemos.
Paco es una persona jovial y dada, una persona con la que no hay problemas para entablar una conversación aunque nunca sabes si habla en serio o está bromeando. Joven y de aspecto algo abandonado, siempre en chándal o ropa deportiva.
Pat es una joven (no más de 30 años) muy moderna en su imagen. Delgada y con buen cuerpo, pelo muy corto y rubia con mechas oscuras, algo muy moderno. Su atlética figura era debido a que es una amante del deporte y de la práctica del jogging.
Poco a poco los meses pasaron y nuestros contactos ocasionales se limitaban a los encuentros en zonas comunes, a nuestras estancias en los jardines o saludos de entrada o salida de las casas. La llegada del buen tiempo nos permitió hacer un poco más de vida social y empecé a encontrarme con Pat en la estación de servicio, en el supermercado o en el bar donde pasaba muy de vez en cuando a tomarme un café.
Poco a poco los saludos eran más afectuosos.
He de reconocer a Pat me atrajo desde el día uno. Ver su cuerpo con las mallas con las que salía a hacer deporte, sus prietas nalgas…...y también he de reconocer que más de una vez me sorprendí fantaseando con mi vecina Pat.
Todo esto sumaba para que, en cada ocasional encuentro, yo intentara cada vez ser más simpático y romper barreras.
Una tarde y después de una dura jornada de trabajo, decidí dar un paseo antes de regresar a casa. Me fui a un pueblo cercano, zona universitaria a caminar, ver escaparates y distraerme un poco.
Como los hados y celestinos se unieron aquella tarde de inicios de verano, mi corazón dio un vuelco cuando, en un escaparate cercano, vi la parte de atrás de la silueta del cuerpo de Pat, era ella, sin duda. Su peinado atrevido y su cuerpo ceñido en unos vaqueros muy ajustados que realzaban aquellas nalgas por mí soñadas, botines, blusa y gafas de sol.
Un comentario ridículo sobre la minifalda que tenía en maniquí, su rápido giro de cabeza, miradas de sorpresa, risas y los típicos ya besos de saludos.
En unos segundos le descubrí el porqué de mi presencia allí y para mi sorpresa, no distaba mucho de sus motivos. Hablando nos pusimos a caminar y compartimos el paseo, los comentarios de los escaparates y risas varias.
Dado el calor que hacía la invité a tomar algo y aceptó. Dentro de una pequeña taberna nos sentamos a compartir unas cervezas. Inicialmente era una pero, lo deliciosas que estaban, lo relajados que estábamos en la compañía mutua y la magia del momento hicieron que fueran unas cuatro cervezas. Esto nos dio tiempo a mucha charla, a descubrirnos nuestros gustos, nuestras aficiones y a darme cuenta que la atracción que yo sentía era compartida. No es banalidad, es simplemente el resultado de la suma de sus muchos comentarios (a partir de la tercera cerveza)
Me reconoció lo bien que se sentía y varias veces cuando yo hablé de mí mismo diciendo lo desastre que era y lo viejo que me sentía a su lado, ella respondía que de viejo nada, que allí era ella la envidia por estar acompañada de un caballero tan interesante como yo. La situación era la ideal.
Cuando quisimos mirar el reloj ya era tarde, tuvimos que salir disparados y al ver que ella pensaba tomar el autobús hasta nuestra urbanización, me ofrecí a llevarla (necesitaba continuar el contacto)
Cuando bajábamos al parquin me atreví a pasar mi mano por su cintura para guiarla hasta el vehículo, al sentir que se relajaba y no había rechazo en ella, me sentí más cómodo e intuía que la suerte estaba escrita.
De camino a nuestras casas nuestra charla se tornó más personal sin abandonar la picaresca. Llegando casi a nuestra calle me dijo, “mejor déjame aquí, seguiré caminando. Así tendremos que dar menos explicaciones los dos”
Me pareció justo y paré, nos miramos y el beso cordial de despedida en las mejillas que se avecinaba resultó fallido ya que, accidentalmente en el giro de cabeza de ambos, nuestros labios se encontraron para depositar el beso. Inicialmente casto y tímido pero al no abortar ninguno de los dos, mi lengua intentó buscar la suya y, la encontró.
Casi como con un latigazo nos separamos, nos miramos y se bajó del coche. Yo continué hasta entrar en casa y quedarme escuchando su llegada, su saludo a Paco (su marido) y los juegos con su hija.
Esa noche con mi pareja hice el amor como hacía tiempo que no lo hacíamos. En mis manos estaba su cuerpo pero en mi mente el cuerpo de Pat.
A partir de ese momento ya buscábamos los dos los encuentros fortuitos, y era notable que ambos los provocábamos. Nuestras charlas “casuales” no comentaban lo del beso compartido, pero estaban salpicadas de intenciones y picardía.
Todo esto siguió así hasta una tarde que sonó el timbre de casa. Mi pareja abrió y era Pat para pedirle prestadas unas herramientas. Paco estaba unos días fuera y tenía una avería en la caldera.
Como la situación era muy agradable con los vecinos, mi pareja me dijo si podía ir y ayudarla a lo que dije inmediatamente que sí.
Camino de su casa mi mente no dejaba de fraguar todo tipo de situaciones pero, al entrar, me encuentro con que está acompañada de su madre y de su hija. Mi gozo en un pozo.
Tras varias manipulaciones en la caldera me doy cuenta que lo único que tenía era una pérdida de presión. Abrir la llave y conseguir que subiera esta hasta el punto óptimo. Todo arreglado.
Su madre dio las gracias hasta la saciedad. Yo no dejaba de maldecir mi suerte, Pat paseándose delante de mí con sus mallas deportivas. Para suicidarse.
En esto que la señora dice “subo a bañar a la niña” y se aleja de nosotros a la planta superior con la cría en brazos dejándonos a Pat y a mí en la cocina.
Según escuchamos saltar la caldera, signo inequívoco de que la señora estaba bañando a la niña, nos miramos y la tomé de la cintura para atraer su cuerpo y pegarlo al mío. Pat se dejó hacer sin ofrecer resistencia. Nuestras bocas se buscaron y nuestras lenguas luchaban con ansiedad.
Mis manos apretaban sus nalgas con fuerza, eran mías por fin y no quería dejarla escapar. Pat sólo se dejaba hacer, gemía y resoplaba cuando mordía su cuello. La ansiedad y las prisas eran notables en ambos. Mis manos recorriendo su cuerpo para bajarle las mallas mientras la arrinconaba contra la encimera de la cocina.
Aparté su tanga y empecé a lamer su clítoris mientras ella ahogaba sus jadeos. El sonido de la ducha era audible así como los comentarios de su madre y los de la niña que se tomaba el baño como un juego.
Pat, la madre de la niña, en mis manos y apretando mi cabeza contra su sexo mientras no dejaba de mover las caderas.
Me incorporé para besarla, para que se deleitara con su propio sabor. El sabor de una mujer espléndida, joven, caliente y deseosa en mis manos. Mi lengua en su boca, mis dedos penetrando su empapado sexo cuando ahogó su orgasmo mordiéndome los labios.
Desde arriba un grito de su madre “voy a lavarle el pelo a la niña, lo tiene muy grasiento”
Esto me da un poco más de tiempo. La tomo de las caderas para girarla. Sus manos apoyadas en la encimera mientras las mías separan sus nalgas. Paso la punta de mi pene por su sexo humedeciéndolo mientras veo los movimientos de su cuerpo buscando la penetración. Lentamente se la meto, no tenemos tiempo, no podemos perder tiempo.
Su madre sigue con el baño de la niña. Empiezo las embestidas en el cuerpo de Pat mientras ella arquea su espalda, mientras se agita su cuerpo, mientras tiembla con otro orgasmo.
Inmediatamente la saco de su coño y apunto su esfínter anal. Se contrae y me delata la poca experiencia en este tema. Intuyo que Paco lo ha disfrutado poco. Yo, a partir de ahora, lo disfrutaré cuando quiera y ella lo deseará. La meto mientras veo cómo ahoga el grito mordiendo el paño de la cocina. Una vez conseguida la dilatación, con furia y deseo, la embisto una y otra vez.
La madre está secando a la niña, casi han terminado.
Retomo las embestidas en el ano de Pat y una de mis manos baja a su sexo, frotando el clítoris con fuerza. Su orgasmo coincide con el mío, sus agitaciones con mi eyaculación en sus entrañas.
La niña llamando su madre, a Pat. Nosotros recuperándonos de lo sentido, del orgasmo, del sexo salvaje practicado a escondidas.
Rápidamente recomponemos nuestras vestimentas justo para ver a la nena bajar las escaleras, duchada y buscando los brazos de su madre. Nuestras respiraciones aún agitadas, el olor a sexo en el ambiente.
Salgo de la casa de Pat, nos despedimos mientras me da las gracias, nuestras miradas se cruzan y yo le susurro “eres mía y quiero más”
A lo que ella me dice “yo también”.