Mi vecina, mi obsesión

Es increíble el placer que te puede hacer sentir una persona sin ella saberlo.

El primer día en la playa con mis amigos del pueblo fue cuando realmente reflexioné sobre la moraleja de aquella historia. No sabría como definirla exactamente pero radicaba, sobretodo, en el placer que te puede hacer sentir una persona sin ella saberlo.

-Oye Fran, espabila, estás atontado- Me sorprendió un amigo desde la toalla de al lado.

-Sí, la verdad es que un poco. Es que dormí fatal -. Estaba como en otro mundo, como si todavía no hubiera llegado al pueblo. Mientras mis amigos no dejaban de reír y cuchichear. Les miré con cara de cansancio y les pedí un respiro para echar una siesta.

En ese momento ellos siguieron a lo suyo, aunque afortunadamente en un tono más bajo. Se dedicaron a lo de siempre, es decir, a contemplar a todas las chicas de la playa. Pero esta vez yo no. Me giré sobre mí mismo dándoles la espalda, cerré los ojos y así, tumbado boca abajo, empecé a recordar.

Decidí remontarme hasta el principio de todo. Al principio de esa historia fantástica que me llevó a dicho pensamiento:

Era mi último año de universidad, en el que compartía piso con un amigo. Al principio esperaba pasarlo en grande pero pronto caímos en la monotonía y aburrimiento de un piso de estudiantes de tan sólo dos inquilinos.

Afortunadamente estaba mi novia Carla para hacerme compañía, pues pasaba bastante tiempo en mi piso. Nuestra relación era buena y bastante consolidada ya que llevábamos dos años juntos y eso entre universitarios es mucho tiempo.

Corría el mes de noviembre o diciembre cuando estábamos Carla y yo en el salón de mi casa dispuestos a marcharnos a una cafetería.

-Espera que voy a coger las llaves- Le dije mientras me acercaba a mi dormitorio.

Tan pronto entré por la puerta unos ruidos me sobresaltaron. Eran unos gritos bastante fuertes. No tardé más de tres segundos en identificarlos como los inconfundibles gemidos de una mujer. Los sonidos provenían claramente del otro lado de la pared. -¡Vaya! parece que alguien en el 4ºB se lo está pasando en grande – Pensé para mis adentros. Es más, parecía que justo había llegado en el clímax del acto porque los muelles crujían, o más bien hacían ese ruido de muelle de cama que todos conocemos, a una velocidad endiablada. No sabía si eran movimientos de cadera de la chica o embestidas del chico pero fuese quien fuese estaba echando el resto.

Pronto desperté de mi letargo, cogí las llaves con indiferencia y abandoné la casa dejando tras de mí unos gemidos ensordecedores.

No le di mayor importancia y a pesar de llevar más o menos dos meses en aquel edificio no conocía quién vivía en el piso de al lado.

Recuerdo ahora con incredulidad como olvidé al instante aquel acontecimiento y proseguí con mi vida como si nada hubiera pasado.

Los días fueron pasando con más pena que gloria hasta una noche del ya seguro mes de diciembre. Estaba durmiendo plácidamente. Realmente como un tronco, cuando algo me despertó. Fue de esas veces que sabes que algo te ha despertado porque te encuentras tan dormido que sabes que tú solo no pudiste haber sido. Mi novia se había quedado a dormir aquella noche y estaba a mi lado, un poco alejada ya que la cama era muy grande. No podría jurarlo pero parecía dormida. Pronto descubrí el motivo de mi despertar, unos muelles me lo confesaron. -¡Otra vez! – pensé. Recordando de nuevo aquellos ruidos que habían permanecido completamente ofuscados en mi memoria. Sólo se oían muelles, con un ritmo lento y desordenado. Abrí lo que pude un ojo. Lo que pude o lo que mis legañas me permitieron, para mirar el despertador de la mesilla: 4:15 de la madrugada. -¡Mierda! Bueno, al menos espero que paren pronto- pensé. Nada más lejos de la realidad, a medida que avanzaba mi ansia por quedarme dormido aumentaba la frecuencia del crujir de la cama de mi vecina. De mi novia ni idea, por momentos pensaba que era imposible que no se hubiera despertado pero al no moverse ni un ápice me hacía dudar. El chirrido de la cama se hizo constante y apresurado cuando volvía a escuchar aquellos jadeos entrecortados. El tiempo pasaba pero no quise volver a mirar el reloj para no agobiarme, pues al día siguiente tenía que levantarme temprano para ir a clase y quería dormir. Necesitaba dormir. No tengo ni idea del tiempo que duró aquello pero me pareció una eternidad. Y no se como fui capaz, pero aprovechando un breve silencio me quedé dormido y eso es todo lo que recuerdo de aquella fría noche de diciembre.

Aun no se por qué pero aquella noche no llegué a excitarme lo más mínimo. Incluso al día siguiente le comenté a algunos compañeros de clase lo sucedido y todos nos reímos un rato.

-¿Te pondrías como un toro? - Me preguntó Chema totalmente ensimismado con la historia.

-Pues no -. Lo cierto es que ni se me había pasado por la cabeza.

-Bah, no me lo creo, seguro que despertaste a Carla y le diste por todos los lados- Empezó a gritar como un energúmeno.

Me extrañaba no haber coincidido con ella o al menos si la había visto nunca me había fijado en que puerta de las cuatro de cada piso entraba. Sabía que vivían dos chicas, al menos eso me había contado Jaime, mi compañero de piso, al contarle mis escuchas.

Después de aquel día me olvidé de nuevo completamente del asunto y me dediqué al cien por cien a preparar un examen que tenía a mediados de diciembre. Pasaba la mayor parte de mi tiempo en la biblioteca y así fueron pasando los días hasta la víspera del examen. Aquel día fui a comer fuera, como de costumbre. Al volver a casa me tomé un café y como Jaime no iba a estar en toda la tarde decidí quedarme a estudiar en casa hasta quién sabe que hora de la noche, ya que nadie me podría molestar.

Me senté en el escritorio de mi habitación muy temprano, al menos para lo que en mí es habitual, miré el reloj y eran las 15:49. Cuando llevaba más o menos diez minutos estudiando escuché un crujido.

-¡No puede ser! Esto no me puede estar pasando – pensaba. -¡Hoy no joder, que mañana tengo examen!

Otro crujido. Otro. Otro y unas risas al otro lado de la pared.

Rogaba con todas mis fuerzas que mi vecina no empezase una nueva sesión de sexo con su novio, amante o lo que fuese. Ingenuo de mí. A los pocos segundos las risas cesaron y volví a escuchar el crujir desordenado de los muelles de su cama. Un pequeño chasquido, después uno más pronunciado, después otro. Imaginaba que se estaban moviendo, besándose, revolcándose, no sé, en tal caso supuse que estarían con preliminares.

-¿Y ahora que hago? – pensé. Tenía dos opciones: intentar estudiar como pudiera en mi dormitorio o irme al salón a estudiar. Como tenía todos los apuntes, libros y demás cosas desperdigados por toda la habitación decidí quedarme e intentar abstraerme. Confiaba en que la presión del examen me echase una mano.

Más crujidos en su cama, ahora de una manera un tanto más continuada aunque no demasiado. Supuse que iban a empezar a follar en cualquier momento y yo con las manos tapándome los oídos. Así, con esos sonidos, estuvieron un rato en el que yo para nada era capaz de concentrarme.

Un largo gemido de la chica me sobresaltó y me quedé inmóvil. Inconscientemente me saqué las manos de las orejas e intenté escuchar con más precisión. Otro gemido, aun más largo. Y fue en ese momento. Sí, creo que fue ahí donde para mí el hecho de escuchar a mi vecina alcanzó una dimensión completamente diferente. Se había acabado mi desinterés. Mi pasotismo. Ahora quería escucharla. Aunque creo que todavía no era consciente de que la quería escuchar porque me excitaba. Simplemente contuve la respiración para escuchar absolutamente todo de la habitación de al lado. Todo lo que no fuera el ruido que hacían era silencio sepulcral en el todo el edificio.

Otro gemido. Más largo. Más pronunciado. Supuse que la estaba empezando a penetrar.

Ahí realmente me di cuenta que me estaba excitando un poco, sin embargo intenté tranquilizarme.

-Está bien, está bien, me tiro en cama un rato y cuando acaben sigo estudiando como si nada – Me dije en voz baja.

Así pues sigilosamente me tumbé sobre la cama, la cual estaba pegada a la pared, a escuchar a mi vecina.

De nuevo muelles. Los oía como si fueran los de mi propia cama. Al escuchar sólo eso me bajó un poco mi pequeña erección y me calmé, pero a los pocos segundos volví a escuchar ese sonido que me mató. Un gemido, un quejido dulce. Como si fuera de agradecimiento. Parecía que daba las gracias por ser penetrada. En ese momento ya no pude más y mis manos se despojaron rápidamente de mis pantalones. Mi miembro se había puesto como una piedra con sólo escuchar esa voz. Me pegué aun más si cabe a la pared que parecía de papel. Más crujir en su cama y poco a poco mayor frecuencia en sus jadeos. No llegaba a pronunciar ninguna palabra pero el placer era evidente. Yo incomprensiblemente me estaba excitando como nunca y pronto descubrí por qué.

Se hizo un silencio.

Unos segundos más tarde el saltar de un muelle. No sabía que pasaba. – ¿Se habrá corrido ya el muy capullo? – Me pregunté. Pero después escuché otro chasquido. Otro. Otro. Empezaban otra vez. Supuse que habían cambiado de postura. Desde luego eran todo elucubraciones. La frecuencia del sonido de su cama aumentaba así como la velocidad de mi mano que sufría un sobresalto con cada uno de sus pequeños grititos. Entonces me di cuenta del por qué de mi sobreexcitación, y es que había visto a gente follar en las películas, por supuesto que había visto unas cuantas películas porno, pero esta vez, esta chica, lo estaba sintiendo de verdad. Mi vecina lo estaba gozando como nadie. Mi excitación sólo era comparable al hecho de que yo mismo me la estuviera follando, a que la causa de esos gloriosos gemidos fuera yo. Pero sobretodo superaba la excitación que yo alcanzaba al hacerlo con mi novia. Estaba consintiendo que se la follaran. Lo debía estar deseando todo el día hasta que su amante por fin llegó y decidió follársela. No había trampa ni cartón. Ni la mejor actriz del mundo podría fingir esos gemidos tan agradecidos. Eran jadeos entrecortados, todos diferentes. Como si cada centímetro de la polla de aquel chico le provocase una sensación diferente.

No sabía su postura, no tenía ni idea. No me importaba. El ritmo aumentaba lentamente. Su ritmo. El mío. Su excitación. La mía

Al rato llegó lo que aguardaba con impaciencia y es que prácticamente sólo se oía el ruido de los muelles, sin ningún silencio en medio, lo cual me hacía adivinar que el movimiento de sus cuerpos era acelerado y que no tardaría en escucharla gritar y así fue. Tuve que dejar de tocarme para no explotar cuando mi vecina empezó a gemir como una loca o, más bien como un animal. Sus gemidos hacían que mi corazón se acelerase, que explotase. Los muelles. Los gemidos. Volví a tocarme cuando un "oh si" dicho a la velocidad de la luz terminó de matarme.

Mi éxtasis fue incomparable con ninguna otra paja de mi vida. Me quedé aturdido. Ellos seguían aunque a menor ritmo y como en una nube me fui al cuarto de baño a limpiarme.

-Bueno, ha estado bien.- Resoplé- Ahora te pones a estudiar de una puta vez y si esos cabrones siguen te vas al salón y punto- Me dije a mí mismo.

Cuando volví al dormitorio me quedé completamente inmóvil un instante. Lo suficiente para escuchar un sonido maravilloso: el silencio. Me alegré, pues así podría estudiar tranquilo. Me senté y miré el reloj: 16:27. -¡Joder qué tarde!- Y agobiado pude a sumergirme en mis libros. Me esperaba una tarde horrible.

Al cabo de un rato los oí reírse. Me daba igual, podían hablar y reír lo que quisieran, no me importaba yo estaba a lo mío.

Un poco más tarde volví a escuchar el chasquido del ya inconfundible sonido de su cama. –No puede ser, se estarán levantando de la cama-. Me quedé completamente en silencio para comprobar si mi teoría era cierta. No lo era. El sonido de su cama se volvió a hacer rítmico.- ¡Es imposible! – Miré el reloj: 16:35. No me lo podía creer pero era evidente que habían vuelto al tajo.

Me desesperé, me agobié, me cabreé, me excité. No daba crédito y cuando estaba recogiendo todo para llevarlo al salón escuché de nuevo un gemido: "ahhhhh". Recuerdo perfectamente ese sonido. Creo que se quedará en mi memoria para siempre. Lo decía de una manera que me volvía loco. Lo gritaba tímidamente cada poco tiempo, a veces más largo y a veces más corto. A veces lo intercalaba con algún "oh" pero no muy a menudo. Pero cada gemido, cada jadeo, todos eran diferentes, todos eran una nueva sensación en mi vecina. Tras un grito largo solía venir un grito contenido, un "umm" delicioso, pero poco le duraba, pues a los pocos segundos no podía más y daba otro buen grito y así sucesivamente. Me excitaba ella y me excitaba en cierta manera él, en 5 minutos se la estaba follando otra vez. De nuevo el sonido de su ensordecedora cama me hizo esperar impaciente un aumento en la frecuencia y volumen de los ya alaridos de mi vecina. Cuando me di cuenta su cama gritaba, ella gritaba y yo me masturbaba casi por instinto logrando sin querer otro orgasmo increíble.

De nuevo al baño, desde donde aun los oía, y de nuevo me dije a mí mismo mirándome al espejo, que me tenía que poner a estudiar inmediatamente. Fui al dormitorio intentando hacer caso omiso a sus quejidos que me pedían que me quedara a escucharla. Recogí lo que pude y me fui al salón. -¡Joder, no puede ser!- Aun los podía oír así que cerré la puerta del dormitorio y la del salón. Miré el reloj: 17:02.

Tenía sus gemidos en la cabeza. A veces no sabía si es que la estaba oyendo o si me lo estaba imaginando. Desgraciadamente para mi concentración a menudo era evidente que la estaba oyendo.

Después de dos pajas como esas estaba medio sedado y como a veces aun la oía me puse a dar vueltas al salón diciendo los temas en voz alta, como un loco. Así estuve un rato largo, por momentos escuchándola de fondo. Cuando ya llevaba un rato concentrado, me detuve, no escuché nada, así que fui a mi habitación y un glorioso silencio me alegró, eran las 6 de la tarde. –Ahora si que ya está- me dije. Así que abandoné el incómodo salón y volví al tajo en mi querido escritorio. Seguí estudiando. Los oía hablar a veces y me sobresaltaba pero no oía muelles. – Tranquilo, si no hay muelles no hay polvo- me decía para relajarme.

No mucho más tarde, hacia las 18:30 volví a escuchar unos crujidos delatores. Sólo diré que no pude volver a evitar la tentación de tirarme en cama a escucharles. Estuvieron follando hasta las nueve.

Ahora desde la playa aun no entiendo como aprobé aquel examen.

Al día siguiente ya vivía completamente obsesionado con aquella mujer. -¿Quién será? ¿Estará buena? ¿Qué edad tendrá?-

Desgraciadamente ese mismo día, el día del examen, nos daban las vacaciones de navidad y tuve que volver al pueblo. Me pasé todas las noches de aquellas navidades escuchando las voces de aquella chica. Resonaban en mi cabeza con tan sólo quedarme en silencio. No pensaba en otra cosa que en ella, tenía que verla. Tenía que ponerle cara a aquella voz.

Por fin llegó el gran día, el lunes de la vuelta al piso. Ese día fui un hombre pegado a una mirilla. Desde mi puerta se podía ver un pasillo estrecho de unos tres o cuatro metros, al fondo un viejo cuadro y a la derecha su puerta. No tardó mucho en salir una chica, rubita, más bien rellenita, bastante guapa. Salía de casa con un chico. -¿Será ella?- No lo era. Se quedaron un rato esperando al ascensor, yo desde la mirilla ya no podía verlos pero su voz se delató. No era ella. Reconocería su voz y su risa entre un millón.

-¡Hola! ¿Ya os vais?-

¡Esa sí! Había escuchado el ruido de la puerta del ascensor abriéndose y la chica que pronunciaba las palabras…era ella. Seguro, era ella. Se pusieron a hablar sin que nadie entrara en mi campo de visión. -¡Dios mío!- Estaba temblando. Era una sensación extraña. Por fin la iba a ver. – Que se vayan ya, que se vayan ya- pronunciaba en voz baja.

Cuando por fin llegó el momento, se despidieron y una melena rizada pasó por delante de mí. Sólo nos separaba un mísero metro y aquel trozo de madera vieja. Giró a su izquierda hacia su puerta, que le costó abrir, lo cual me dio unos valiosos segundos para contemplarla. Era de estatura media o un poco alta, de pelo castaño, ligeramente largo. Cuando caminaba hacia su casa pude ver un pequeño trasero bien embutido en unos pantalones color rosa que formaba parte de un traje con una chaqueta del mismo color y una blusa blanca. Al meter su llave pude verle mejor la cara y para mi júbilo era una verdadera belleza. Era muy esbelta, un tanto delgada. Un poco pija para mí gusto pero había que reconocer que la ropa le sentaba bastante bien convirtiéndola una mujer deseable. Con mucho estilo - ¡Esa es la zorrita de los gemidos! ¡Y cómo está la cabrona!- Era lo que me faltaba para acabar de obsesionarme. Sería algo mayor que yo. Si yo tenía 23 ella podría estar rondando los 27 o 28 años. Cuando entró en su casa me aparté y me apoyé de espaldas en mi puerta. Estaba tremendamente excitado. Me excitaba verla. Me excitaba oírla. Me excitaba escucharla follar. ¡Cómo sería juntar todas esas cosas!

-¿Y ahora qué? – pensé -¿Me intento acercar a ella? ¿Me olvido? ¿Me limito a escucharla cuando pueda? Pero es que realmente ¿que le iba a decir? "Hola soy el vecino de al lado y… ¿me he quedado sin azúcar?" Desde luego ella era una mujer que parecía completamente fuera de mi alcance. –Bueno, al menos intentaré coincidir con ella lo que pueda en el ascensor y después ya veremos - Fue mi conclusión.

Continué pendiente de la puerta durante esa tarde pero ni ella salía de casa ni su amante entraba. Mi obsesión era tal que al día siguiente me levanté tempranísimo para verla salir de su casa. No podía más. Me sentía como un auténtico enfermo. Un psicópata. Pero al escuchar esos gemidos en mi cabeza el mundo entero desaparecía.

Así pues esa mañana me levanté y me dediqué a esperar el sonido de su puerta. Afortunadamente mi cutre piso de estudiante no tenía vestíbulo y la puerta daba directamente al salón lo que me permitía entretenerme viendo la televisión. Como a las 8 de la mañana escuché que se habría su puerta. Salté como un resorte del sofá a la mirilla y la volví a ver: Preciosa. Enfundada en un traje de pantalón y chaqueta color crema y una blusa azul celeste de seda pasó por delante de mis narices sin que ella sospechara nada. Completamente despreocupada de mi presencia.

Durante unos días estudié todos sus movimientos desde mi puesto de control. A que hora entraba, salía…Desgraciadamente no vi ni rastro de sexo masculino que se acercara a su puerta. Al segundo o tercer día decidí salir de casa por la tarde a la misma hora que ella. Esperé en el ascensor a que cerrara su puerta. Cuando la vi venir casi se me sale el corazón por la boca cuando un "gracias" me hizo subir mi temperatura diez grados. ¡Dios mío la tenía a 20 centímetros! Podía tocarla, podía olerla. -Si ella supiera lo que se. Si supiera como la oí gemir, gritar, follar…- Unos pechos medianos vencían con solvencia las leyes de la gravedad. Su perfume fresco y caro me hacía excitarme. Su pinta de ejecutiva me mataba. Sus finas y largas piernas. Su pelo…Y todo eso en lo que tarda un ascensor en llegar del cuarto al bajo. Me dijo "ciao" abandonando el ascensor dejándome ver un culo que se presumía tan duro como mi entrepierna.

Yo ya no tenía vida e iba veinte veces al día de la mirilla a mi pared y de la pared a la mirilla. La oía hablar con su compañera, sabía cuando iba al baño, cuando ordenaba su habitación, cuando abría la puerta de su armario, cuando hablaba por teléfono, es decir todo, absolutamente todo. Es increíble como puede agudizar uno el oído si le va la vida en ello. Me desesperaba, me desesperaba que su novio no viniera. Mi novia a veces se quería quedar a dormir y yo le ponía excusas porque realmente esperaba escucharla esa noche y quería estar solo. Recuerdo que el viernes de esa semana, después de cenar, vino Carla para quedarse a dormir. Ya no tenía más excusas y teniendo en cuenta que no la había oído desde antes de navidad pensé que mi vecina no tendría visita esa noche. Lo malo era que yo llevaba toda la semana excitadísimo, y como Jaime no salía de casa en todo el día y mi novia con él en la habitación de al lado no me dejaba hacer nada

Cuando ya estábamos Carla y yo en cama hice un intento sin demasiada fe de hacer algo pero me paró los pies en seguida dándome la respuesta de siempre. Resignado me levanté y me fui a la nevera a por una botella de agua. Cuando me acercaba escuché el ruido del ascensor. Me acerqué sigiloso a la mirilla y vi pasar a un hombre trajeado hacia la puerta de mi vecina. -¿Sería él su amante?- Tendría unos treinta y tantos años y era muy corpulento. Timbró y yo me quedé inmóvil. La puerta de mi vecina se abrió, se dijeron algo y para mi deleite salió a darle un buen beso. Alargó sus brazos hacia su cuello para besarle. Le dio un morreo de escándalo. La muy puta sólo llevaba una blusa azul oscuro con las mangas remangadas y unas medias negras que al estirarse para darle el beso pude ver completas hasta la mitad del muslo. Tuve una erección increíble. Allí en el salón, a oscuras y con el pijama puesto. Entraron en casa. Estaba claro que iban a follar esa noche. Por un lado estaba encantado, pues llevaba casi un mes esperando ese momento pero por otro con Carla en cama no podría hacer nada. Pensaría que era un degenerado, ¿lo era?

Me fui a la cocina rápidamente y cuando se me paso la erección me fui a cama con Carla que ya dormitaba. Me alegré ya que de escucharlos prefería que ella estuviera dormida. Se me haría muy incómodo con ella despierta. Así pues apagué la luz e intenté dormir a sabiendas que no podría. Al rato, cuando mi novia iba por el séptimo sueño, escuché sus voces. En ese momento temblé de excitación. Siguieron un ritual que ya conocía: primero sus risas, después el crujir de los muelles de su cama y después como no sus gemidos. Cuando la cama más chirriaba me la imaginaba a cuatro patas recibiendo las embestidas de aquel hombre de negocios. Me imaginaba como le tiraba de su melena hacia atrás mientras se la follaba. Me imaginaba su cara de placer con cada penetración hasta el fondo, hasta sus entrañas. Podía ver su cara descompuesta del placer cuando gemía. Veía su boca pronunciando "ahh" en su versión corta y "ahhhhhhh" en su versión más desvergonzada. Mi polla se había puesto como una piedra mientras maldecía la suerte de aquel animal. Me estaban demostrando la existencia de algo nuevo. Mi relación sexual con Carla que hasta aquel momento me parecía normal en esa noche descubrí que era pésima. No era cuestión de belleza ya que Carla sin ser mi vecina tampoco era nada fea. No sabía que era pero el placer de mi vecina, el polvazo que le echaba su amante nada tenía que ver por lo conocido por mí hasta la fecha. Aquella noche fue simultáneamente la mejor y la peor noche de mi vida. A punto estuve de masturbarme pero el riesgo a ser descubierto era demasiado grande - estuvieron follando durante horas con escasos minutos de descanso. No pegué casi ojo pues me despertaba cuando sus cuerpos volvían a unirse. Me despertaban en cada polvo y me despejaban más con cada grito. Me los imaginé en todas las posturas y quien sabe si no lo hicieron en casi todas. Aun me parece oírla.

A la mañana siguiente me desperté aturdido, aun más obsesionado. Más excitado. Mi compañero de piso se fue e hice el amor con mi novia a mediodía. Sus gemidos no me excitaban ni la mitad que los de mi vecina y el polvo lo habría calificado como bueno si no hubiera descubierto otra realidad.

Carla esa noche de sábado quedó con unas amigas para salir y yo decidí quedarme en casa. Por un lado porque mis amigos no tenían ningún plan muy apetecible y por otro obviamente por mi obsesión con mi vecina.

Había pasado parte del día fuera de casa por lo que no sabía si habían follado o no pero esperaba que les quedaran fuerzas para regalarme algunos de esos sonidos maravillosos. Como a las diez de la noche ambos salieron de casa. Él iba de traje y me pareció más corpulento que el día anterior y ella llevaba un pantalón negro y una blusa negra con rayas blancas, con los puños y los cuellos también blancos, unos zapatos negros y un collar de perlas deslumbrante. Estaba realmente radiante. Estaban muy elegantes y antes de entrar en el ascensor comentaron algo de una cena de lo que supuse sería una cena de empresa o algo semejante. Se marcharon y yo decepcionado y desechando la posibilidad de escucharles esa noche me tiré plácidamente en el sofá a ver cualquier película que pusieran por la televisión.

No sabía si estaba ya despierto o dormido cuando escuché el sonido del ascensor en mi piso. Me levanté lentamente hacia la mirilla y vi a mi vecina y a su amante visiblemente ebrios pasando por delante de mí. Eso me hizo despejarme de repente. Ella andaba delante con las llaves en la mano y el agarrado tras ella dándole besos en el cuello. Apenas avanzaban. Adivinaba sus enormes manos acariciándole los pechos por encima de su fina blusa mientras ella se dejaba hacer, aunque se la veía con prisa por entrar en casa. Tenía prisa por entrar, por tirarse en su cama a lo que ya estaba escrito, a que se la follaran. Yo me estaba volviendo loco y cuando por fin llegaron a la puerta ella intentó meter la llave. A él se le veía con la corbata colgándole del bolsillo y bastante borracho mientras que ella parecía estar bastante más entera. Cuando metió la llave yo podía ver como el detrás de ella colaba sus manos por dentro de su blusa. Los veía claramente a ambos de perfil y como ella al sentirle echó la cabeza hacia atrás apoyándola en su pecho.

Cuando ya iban a abrir la puerta y yo estaba a punto de irme corriendo al dormitorio para escucharles el chico la empujó contra el marco de la puerta produciendo en ella un leve suspiro. Las llaves cayeron al suelo y yo no podía creer estar teniendo tanta suerte. Les perdí de vista un segundo que fue lo que tardé en quitarme los pantalones.

-Espera, espera un poco cariño que ya entramos- gemía mi vecina con los ojos cerrados mientras su novio le acariciaba fuertemente el culo por encima del pantalón. Él rozaba su trasero con su pelvis y ella suspiraba con la cara pegada a la pared, mirando hacia mí si no tuviera los ojos cerrados. –Llévame dentro y fóllame - le suplicaba entre gemidos. Yo tenía la polla apuntando hacia el cielo como la debía tener aquel cabrón pero ni él ni yo le habíamos dado todavía uso.

Deseaba con todas mis fuerzas que no volvieran en sí, que no se calmasen, recogieran las llaves y entrasen. Escucharla estaba claro que iba a escucharla esa noche pero verla follar… ¿Cómo sería verla follar? Las piernas me temblaban y mi cuerpo me hacía tragar saliva cada poco pues contenía la respiración por la excitación sin saberlo.

De golpe él la giró brutalmente, la besó en la boca y la pegó contra la pared empujándola con el brazo. Ella tenía toda la espalda pegada a la pared y la cabeza echada hacia atrás dejando ver a través de su blusa unos erguidos pechos que debían estar a punto de explotar. El chico no tardó en empezar a sobarle las tetas, en acariciárselas, en estrujárselas. La blusa se le iba saliendo de dentro del pantalón mientras ella le desafiaba:

-¿Me vas a follar aquí cabrón? ¿Es lo que vas a hacer? ¿Follarme aquí contra esta pared?

A punto estuve de correrme al escuchar eso. Me fallaban las piernas. El pulso estaba a lo máximo que podía dar mi cuerpo. Mi corazón a punto de explotar.

El chico le abrió la blusa brutalmente quizás llegando a romperla cuando ella gritó por el susto. Por la excitación. Su sujetador negro de encaje desapareció de mi vista al segundo siguiente dejando ver unos preciosos y tersos pechos blancos. Con unos pequeños pezones rosados que pedían a gritos ser devorados. No pude evitar agarrarme la polla aunque sin apenas masturbarme pues una leve sacudida me dejaría fuera de combate. Su amante se quedó mirándoselas totalmente atontado, como si nunca se las hubiera visto, mientras ella le rogaba, le suplicaba. –Cómemelas, por favor, cómemelas aquí mismo -. Él despertó de su efímero letargo y se lanzó a besárselas y a mordérselas como un poseso. Con sus besos suspiraba. Con sus mordiscos gemía. Gemía de manera diferente a como cuando follaban pero era música para mis oídos igualmente.

Él chico se apartó, la besó de nuevo en la boca y le dijo: -¿Quieres que te folle aquí? ¿Es lo que quieres?

-Sí, es lo que quiero. Por favor fóllame ya. Por lo que más quieras, no puedo más- dijo más bien jadeando mientras sus manos se lanzaban habilidosas a los pantalones de su amante. No tardó medio segundo en bajárselos hasta los tobillos y cuando le quiso agarrar la polla él no se lo permitió, girándola de nuevo y poniéndola contra la pared. –Arráncale esos pantalones de niña pija y fóllatela- pensaba yo tiritando de excitación. Como si me hubiera oído medio le quitó medio le arrancó sus pantalones y bragas, quedando ante él y ante mí una auténtica puta vestida con una blusa abierta medio rota, unas medias negras y unos zapatos de tacón. Parecía una auténtica puta y su cara de vicio pegada a la pared así lo demostraba.

Él se colocó tras ella. En ese momento el mundo se paró. Ella separó las piernas y cerró los ojos con fuerza. El chico la tenía como una piedra y apuntaba a aquel culo en pompa desafiante. La espera se hizo interminable. Mi vecina dio un giro con su cabeza sacudiéndose su melena rizada y volteando la cabeza hacia él. Le miró con deseo. No necesitaba decir nada pues un – fóllame- salía de su ojos. En ese momento aquel gigantón se la metió. Primero hasta la mitad, como si nada. – ¿Ves como me tienes cabrón? – Le dijo gimiendo. Él alargó su mano izquierda enroscándola en su pelo y en ese momento… En ese momento una fuerte embestida hizo que mi vecina se pusiera de puntillas y gimiera como ya había oído antes. La movió unos centímetros pegándola aun más a la pared. A cada embestida sus tetas y su collar de perlas se pegaban contra el delgado muro y ella empezó a gemir. Cuando la escuché me dio un mareo y un sudor frío invadió mi cuerpo haciendo que me desprendiera también de mi camiseta.

Sus gemidos cada vez más profundos, cada vez más sentidos. El chico tirándola del pelo como a una puta. Su cara de zorra y su modo con su mirada y sus jadeos de pedir más y más me hacían incomprensible que el chico aguantara sin correrse. De nuevo esos gemidos, esa demostración de una nueva dimensión en el sexo. De nuevo esos quejidos largos, esos cortos. Todas las vocales salían de su boca a cada poco. Sus tacones arañando el suelo, como sus uñas la pared. De cada poco su amante alargaba su mano derecha para agarrarle unas tetas que se balanceaban cada vez a más velocidad cuando de repente:

Sus gemidos se aceleraron primero "ahhh" después "ahhhhh" y después "ahhhhhhhhhhhhh". ¡Dios mío! ¡Como se estaba corriendo la muy puta! Sus gritos invadieron el edificio en un eco atronador. Ella no había podido más y yo tampoco. Dos movimientos con mi mano provocaron en mí un orgasmo extraordinario. Él chico bajó el ritmo, llegándose a detener para que ella recuperase la compostura pues si mis piernas temblaban ella no se mantendría en pie si no fuera porque él la sostenía. En ese momento ella se salió de él dejando ver colgando de su coño unas gotas de un líquido transparente que delataban su enorme corrida. Le miró con una cara de agradecimiento infinito y se arrodilló delante de él, cambiando su semblante de placer por uno de zorra viciosa que yo no había visto en toda mi vida. Ella puso sus manos en el trasero de aquel gigante y se metió la punta de su polla con avidez. Le empezó a hacer una mamada de escándalo. Cambiando el ritmo constantemente. Primero muy rápido, después paraba, después se la lamía, después otra vez rápido. Yo ya me había excitado de nuevo mientras el chico incomprensiblemente no se corría. Simplemente apoyaba sus manos en la cabeza de mi vecina y gemía de cuando en cuando.

Desde la mirilla veía a esa preciosidad engullendo aquella polla. Aquella belleza mirando a los ojos de su amante con la suficiencia de saber estarlo haciendo bien. Disfrutaba de cada centímetro de su polla como su chico había gozado su coño anteriormente. Hubo un momento que ella aprisionó su polla con su boca hasta la mitad y el muy animal aprovechó la circunstancia para agarrarle la cabeza, encajándola contra la pared, sin permitir que ella saliera de él. Hizo unos pequeños sonidos guturales en señal de protesta pero a él no le importo pues había decidido que su polla ya no saldría más de la boca de aquella puta. Empezó a follarle la boca. Su cabeza contra la pared y sus manos en el culo de su amante. Mi mano sacudiendo de nuevo mi miembro y las manos del amante agarrando la preciosa cabeza de mi vecina. Al cabo de un momento nadie pudo más. Él se paró en seco dejando salir unos chorros que se presumían abundantes. Ella no apartaba la boca pero tampoco tragaba. Cuando vi enormes gotas blancas rebosando por la comisura de sus labios y resbalando por sus mejillas hasta su cuello mi polla de nuevo dijo basta.

Se hizo un silencio en todo el edificio. El chico se apoyó en la pared y ella debajo, sin ocupar apenas espacio, e inundada por el semen de su amante. Sus pechos y su blusa habían corrido la misma suerte que sus mejillas. Él la levantó y entraron recogiendo sus ropas.

Anduve dos pasos y me tiré desplomado en el sofá. Aun escuchaba sus gemidos en mi cabeza. Lo cierto es que los escuché toda la noche y no me dormí hasta que ellos no quisieron.

Me gustaría contar que los escuché muchas más veces, durante todo el curso. Pero lo cierto es que no los volví a escuchar más. No sé si rompieron con su relación o él estaba de paso pero a él no lo volví a ver y a ella la vi todos los días pero no como yo quisiera. Muchas veces pensé en acercarme más a ella pero nunca me atreví. Cada vez que "coincidía" en el ascensor pensaba: "Si supieras lo que me has hecho sentir. Lo que me has hecho gozar. Lo feliz que me has hecho. Lo que me has enseñado"

-Fran nos vamos al agua, ¿vienes? – De nuevo mi amigo me hacia volver al tiempo real.

-Id yendo que voy ahora- dije ocultando una erección bajo mi cuerpo. Ellos se fueron y yo me quedé pensando:

"Es increíble el placer que te puede hacer sentir una persona sin ella saberlo"