Mi vecina me la empina (y a su hijo también)

Cómo mi vecina me la pone dura y me la acabo follando, ante la presencia complaciente de su hijo.

(CONTINUACIÓN DE “CÓMO FOLLARSE A LA VECINA Y EL HIJO MIRANDO”)

María está muy callada. Ella que siempre suele estar muy alegre y habladora, esa tarde no está para fiestas, permaneciendo muy seria y preocupada. El motivo es que el vecino de abajo la ha violado repetidamente esa misma tarde. Se le cayó a María una de sus braguitas cuando estaba tendiendo la ropa húmeda en la cuerda y bajó a la casa del vecino a recuperarla y ya, que estaba abajo, poder hablar durante un buen rato con la vecina. Pero al bajar no se la encuentra, sino a su marido que la viola repetidamente y toma fotos de ella haciéndolo. Finalmente el vecino la obliga a salir de la vivienda completamente desnuda y la amenaza para que vuelva al día siguiente también desnuda, sino quiere ser violada delante de su hijo y sus fotos divulgadas por todo el barrio.

Pero no solamente está callada María, sino también Mario, su hijo, que ha presenciado todo desde un ventanuco de las escaleras y sin poder hacer nada por impedirlo, sino incluso disfrutando de las escenas y pajeándose mientras las contemplaba. En descargo de Mario hay que decir que, mientras se masturbaba, no sabía que era a su madre a la que se estaban follando.

María piensa que nadie, ni siquiera su hijo, se ha enterado de lo sucedido y Mario, avergonzado, prefiere que continúe sin enterarse para lo que intenta no coincidir con ella.

El marido vuelve esa noche tarde a casa, agotado y aburrido del trabajo, y, como es normal en él, sin percatarse lo más mínimo del estado de su familia. ¡Bastante tiene con que le cuadren los dichosos balances!

Aquella noche el único que duerme perfectamente es el marido, ya que madre e hijo en lo único que piensan es:

  • ¿Qué es lo que haré?  ¿Qué ocurrirá mañana?

El nuevo día amanece muy caluroso y soleado, como suele ser lo normal en el mes de agosto.

El marido ha regresado al trabajo y el hijo, por no encontrarse con su madre, también se ha marchado, quedándose María sola en casa, sin atreverse a salir y encontrarse con posibles vecinos de miradas inquisidoras y lenguas viperinas.

Todavía no sabe qué es lo que hará. Lo que no quiere es un escándalo, que alguien se entere y ella, avergonzada, tenga que justificarse y explicar detalladamente todo lo sucedido. Prefiere que todo se olvide, como si no hubiera ocurrido nada.

Mientras realiza las labores de la casa, no para de pensar qué es lo que hará. Baraja varias alternativas pero ninguna le convence, quizá es que no hay solución.

Por ninguno de los patios se escucha a alguien. No debe haber nadie en todo el edificio y, si lo hay, permanece en silencio, quizá intentando pasar desapercibido para poder disfrutar escuchando y quizá viendo cómo se benefician a María.

El vecino de abajo debe estar en el trabajo y se suele escuchar la televisión encendida a partir de las 4 o 4:30 de la tarde. De su mujer no sabe nada, no debe estar en la casa y ha dejado a su lujurioso marido solo y con la polla bien tiesa.

A mediodía, el hijo, cansado de vagabundear por la calle sin nada qué hacer, vuelve a casa a comer.

Ha estado toda la mañana sin dejar de pensar en lo que sucedió ayer y lo que puede suceder esta tarde. Duda si realmente puede evitar que se follen a su madre sin provocar un escándalo, y si realmente desea que no vuelva a ocurrir. La tarde anterior disfrutó viendo a su madre desnuda y cómo se la follaban, aunque no quiere que la provoquen dolor, y la tarde anterior debió sentir mucho cuando la sodomizaron.

Llama al ascensor y, mientras lo espera, perdido en sus pensamientos, no escucha cómo entra alguien en silencio en el portal. Al abrir la puerta del aparato para entrar, se da cuenta que es el vecino que ayer violó a su madre el que va a subir con él.

Le saca la cabeza y es mucho más ancho y fuerte que Mario. Sin duda, no tiene nada que hacer en un enfrentamiento físico con el vecino, pero nunca se lo ha planteado, sería un auténtico suicidio. Además más que respeto, le infunde terror, algo oscuramente maligno tiene ese hombre.

El hombre le mira y él baja los ojos sin poder evitarlo, hasta que el vecino le dice con su voz seca y profunda, hablando muy lentamente, recreándose en cada sílaba, mirándole fijamente y  sonriendo cruelmente:

  • No se si te lo ha contado tu madre, chaval, pero ayer, mientras tú dormías la siesta, ella estaba muy solita y aburrida en vuestra casa y bajo a la mía con la excusa de que había perdido las bragas. Puedo asegurarte que no fue lo único que perdió. Me la follé por el coño y por el culo hasta que me quedé totalmente seco.

Y se pone a reír sarcásticamente, sin dejar de mirarle. Es evidente que, sabiendo que es físicamente mucho más fuerte y agresivo, le está provocando.

Si reacciona le dará una buena paliza y, al llegar a su casa, su madre verá lo que le ha sucedido a su hijo, y lo que puede sucederla a ella y a su familia si no se deja follar.

Si el chaval no reacciona, lo dejará como un auténtico cobarde, como un pelele con la autoestima por los suelos y será muy fácil utilizarle para follarse a su madre.

El vecino siempre gana. ¿No se equivoca?

Mario, acobardado, no se atreve a reaccionar, ni le mira, sabe lo que busca el vecino y no quiere que le pegue y le vea su madre sangrando asustado.

Las carcajadas atronan por las escaleras, hasta que el ascensor hace su primera parada, y el vecino, saliendo, retiene la puerta y le dice, sonriendo:

  • ¡Vaya tetas, vaya culo y vaya coño que tiene tu madre, chaval! ¡Qué buena está la putita y cómo folla, chaval, cómo folla!

Se detiene mirándole y continúa.

  • ¡Estoy por subirme contigo a tu casa y follármela ahora mismo! ¿Qué te parece? ¿Quieres que lo haga ahora, eh, quieres? Seguro que te corres viéndolo, ¿eh?, seguro.

Hace una pausa esperando una reacción que no llega de Mario, y continúa:

  • Si no fuera porque me espera un buen filetón en casa, subía contigo y me la follaba ahora mismo. Pero no hay problema, hoy repetimos. En poco más de una hora se pasará otra vez por mi casa y la daré la misma medicina que la di ayer: una buena dosis de jarabe de rabo ¡por todo el coño!

Le pega una bofetada al chaval y, riéndose, cierra la puerta del ascensor y le dice:

  • ¡Que tengas una feliz siesta, vecinito! Yo también estaré en la cama, pero con tu madre, ¡ follándomela!

Mientras el ascensor sube un piso, se escuchan las carcajadas del vecino y  el chico se pone a temblar de miedo, de pies a cabeza, y a punto está de mearse encima.

Aguanta unos minutos delante de la puerta de su casa, sin atreverse a entrar hasta que se le pasen los temblores.

Ya, en casa, aparentando tranquilidad, madre e hijo comen en silencio delante de la televisión, haciendo cómo si la estuvieran viendo.

María le pregunta a su hijo si va a dormir la siesta, a lo que Mario, sin atreverse a mirarla, responde rápidamente con  un “Claro, cómo siempre”, como si no sucediera nada anormal. Le arde la cara pero espera que ella no se de cuenta.

Continúan en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos, hasta que María lo rompe anunciando tímidamente y en voz baja:

  • Salgo a la calle cuando te eches la siesta.

Ha hablado tan bajo que su hijo no la ha entendido, por lo que tiene que repetirlo en voz algo más alta, hablando muy rápido, pero sin mirarse entre ellos.

  • Mientras te echas la siesta, voy a dar una vuelta por la calle. Tengo que comprar algo., No sé si estaré en casa antes de que te despiertes.

Mario bien sabe a qué va a salir su madre, a que se la folle el hijo puta del vecino. Está bloqueado, no sabe qué hacer pero en el fondo le excita sexualmente muchísimo ver a su madre desnuda y follando, aunque sea con el diabólico vecino.

Cuando ella se levanta para limpiar la mesa, Mario la responde, como para tranquilizarla:

  • Duermo muy profundamente, seguro que no me entero ni cuando entras ni cuando sales.

Y la ayuda a llevar los platos a la cocina, despidiéndose a continuación con un beso en la mejilla para irse a su dormitorio, dejando a su madre sola con su problema, y se tumba en la cama, atento a cualquier ruido que se escuche.

María muy nerviosa, no sabe qué hacer, solo mira el reloj de la pared, los minutos pasan rápido. Tiene unas enormes ganas de orinar y va al baño varias veces a hacerlo.

Vuelve a pensar en las alternativas. Lo que no quiere es un escándalo, que todo el mundo se entere y la señalen como una puta o como una víctima, además de los problemas que podría acarrearla con su marido e hijo, con la policía, con todos.

Si no va a la casa de vecino, éste puede subir a su piso y golpear violentamente la puerta, gritando para que ella le abra y así despertaría a su hijo y toda la casa se enteraría del problema.

Si va a la casa, el vecino seguramente la volvería a violar, pero al menos no armaría un escándalo y quizá no se enterara nadie.

Toma la determinación de bajar a la casa del vecino y hablar muy seriamente con él para que la deje en paz y ella le prometería no denunciarle a la policía. Piensa que posiblemente esté también Pilar, la mujer del vecino y con la que se suele llevar tan bien, y que, con toda seguridad, entenderá la situación y se pondrá de parte de ella. No hay duda, eso es lo que hará: hablar muy seria con el vecino y todo arreglado.

A pesar de sus planes, cierra todas las ventanas de la casa, menos las del dormitorio en el que duerme su hijo para que, si las cosas no transcurren cómo ella desea, no pueda escuchar nada su hijo.

Sin desnudarse, como la solicitaba el día anterior el vecino, sale de su casa, cerrando la puerta a sus espaldas. Camina unos pasos por el pasillo, pero a cada paso que da la vuelven a entrar dudas. Duda, se lo piensa mejor, volviendo sobre sus pasos, para dejar las llaves de la casa bajo el felpudo, por si las cosas no salen todo lo bien que ella quisiera.

Desciende por las escaleras y cuando ve delante la puerta de la vivienda del vecino, se le aflojan las piernas y retrocede aterrada, sujetándose a las paredes.

Recuerda nítidamente las amenazas del vecino, como si lo tuviera ahora mismo delante:

  • Y si no estás aquí mañana, subiré yo mismo a buscarte y te follaré delante de tu propio hijo. Y repartiré las fotos que te he tomado hoy mientras te follaba por todo el vecindario y las subiré a  internet para que todos vean lo puta que eres.

Y luego continúo amenazándola:

  • ¡Venga, vete y mañana aquí, desnuda y lista para ser follada!

¡Desnuda, desnuda! ¡Quiere que vaya desnuda! ¡completamente desnuda!

Teme que el vecino se vuelva aún más violento y la haga mucho daño, la torture y la viole cruelmente, y que todo el mundo se entere.

El edificio está prácticamente vacío. Piensa que casi seguro nadie subirá a los dos pisos superiores donde vive su familia y la del vecino, por lo que sube caminando por las escaleras y en la entreplanta rápidamente se desabotona y quita el vestido, se suelta y quita el sostén y se baja las bragas, quitándoselas también.  Envuelve las bragas y el sostén en el vestido, haciendo un bulto y lo coloca en el suelo, arrimado a la pared, colocando sus sandalias debajo. Piensa que muy probablemente nadie lo encontrará y ella podrá vestirse de nuevo cuando vuelva a su casa.

Pero se equivoca, una vecina la espía a través de la mirilla de la puerta de su vivienda, y observa cómo se desnuda totalmente. Es la misma que el día anterior la observó de la misma manera cuando salía desnuda del piso del vecino después de ser violada.

Totalmente desnuda, María desciende nuevamente por las escaleras, despacio, sin hacer ruido, tapándose con un brazo los pezones y con la mano del otro brazo el sexo, y pasa por delante de la puerta donde la vecina la espía.

Aterrada, intentando tener la mente en blanco, camino despacio hacia la puerta del vecino. Por un momento piensa en huir, en escapar, luego en un instante le cruza la mente la idea de hablar enérgicamente con el vecino y convencerle que la deje en paz. Lo que tiene es un miedo atroz.

Temblorosa, estira el brazo para tocar el timbre de la puerta, pero no atina con él. Hace varios intentos hasta que finalmente logra pulsarlo levemente y el único timbrazo que emite la parece ensordecedor, haciendo que dé asustada un brinco.

No escucha nada dentro del piso, y, mientas espera, mira alrededor por si hay alguna persona próxima que la pueda pillar así: completamente desnuda y solicitando los servicios de un hombre, como si fuera una auténtica prostituta.

Aliviada en parte de que no abran la puerta, supone que posiblemente el vecino no esté. Duda si irse o volver a tocar el timbre. Lo hace tímidamente y, nada más oírse nuevamente un único toque, se escucha cómo se abre una puerta en la casa del vecino.

Paralizada de terror, con la cara desencajada y las pupilas dilatadas, escucha cómo alguien levanta la mirilla de la puerta y mira a través de ella, exclamando:

  • ¡Ostías!

Inmediatamente se abre la puerta, y ¡no es el vecino! ¡es otro hombre!

Se queda paralizada, sin saber qué hacer, mientras el hombre que la acaba de abrir la puerta la mira, sorprendido, directamente las tetas y la entrepierna.

Al ver al hombre, babeando y sonriendo de oreja a oreja, el rostro de María adquiere un color rojo intenso y reacciona, exclamando:

  • ¡Perdón!

Y se gira rápido, corriendo por el pasillo para escapar, y oye a sus espaldas:

  • Pero ¿dónde vas así, culo gordo?

Escucha cómo el hombre corre detrás de ella persiguiéndola y sube corriendo y chillando histérica por las escaleras con él detrás.

Ve el bulto de su ropa en el suelo. Quiere cogerlo, pero no se atreve y sigue subiendo. Recuerda que el día anterior se inclinó a coger su ropa y la sodomizaron, provocándola un dolor terrible.

Siente cómo la dan un fuerte azote en uno de los glúteos, pero continúa subiendo a todo tren.

Llega a su piso y corre por el pasillo hacia la puerta de su casa. El hombre se ha rezagado y a ella le da tiempo, ahora sí, a inclinarse, apartando el felpudo de la puerta y recogiendo las llaves de la casa.

Latiéndola el corazón a mil, oye frenética los pasos rápidos del hombre acercándose. Mete la llave en el bombín de la puerta y, girándola, logra abrirla, entrando dentro de la casa, pero, cuando va a cerrarla, el hombre se interpone violentamente, empujando con fuerza la puerta e indirectamente a María, forzando su entrada a la casa.

María, al no poder contener al hombre, se gira, metiéndose rauda en la primera habitación que encuentra, su propio dormitorio, pero el hombre entra inmediatamente detrás de ella, más fuerte y más rápido, cerrando de un portazo la puerta de la calle a sus espaldas.

La empuja y ella gatea con celeridad sobre su propia cama de matrimonio ante la lujuriosa mirada del hombre que se dirige directamente a su culo y a su vulva. Quiere huir por el otro lado de la cama, pero él se interpone delante, impidiéndolo.

Sin más salida, María se deja caer, sentándose angustiada sobre la almohada de la cama, colocando su espalda sobre la cabecera de la cama, y cubriéndose las tetas y el sexo con sus manos y con sus propias piernas dobladas.

Jadeando por el esfuerzo y transpirando copiosamente, María, desesperada y sin saber qué hacer, ahora contempla al hombre que la persigue.

¡Lo conoce! ¡Es Flash, el hijo del vecino que la violó el día anterior! No debe tener ni veinte años, pero tiene ya la constitución de un hombre, aunque no es tan alto como su padre ni tan robusto.

El joven la mira ansioso, también sudando y resoplando, y, sin quitarla ni un momento la vista de encima, se despoja en un instante de la camiseta y del pantalón que lleva.

Sonriendo lascivamente, la dice, recuperando el aliento:

  • Llevo años deseando este momento, años viendo cómo te abres de piernas cada vez que vas a ver a mi madre, años viéndote el coño cuando subes por las escaleras.

María, terriblemente asustada pero el fondo muy excitada sexualmente, evoca lo que el joven está exponiendo como si lo estuviera viviendo en ese preciso momento.

Recuerda cuando bajaba a ver a Pilar, la madre de Flash, y, charlando animadamente sentadas en el sofá, le veía aparecer una y otra vez frente a ellas, mirando casi siempre bajo la propia minifalda de María, deleitándose en sus muslos torneados, intentando ver o imaginar lo que escondía bajo sus bragas. Veía cómo el paquete del pantalón del joven aumentaba de tamaño cada vez que pasaba. Incluso más de una vez fue sin bragas a la casa de la vecina, solamente para provocar al joven, y bien que se abrió de piernas para que Flash pudiera disfrutar del lujurioso panorama que ofrecía su sexo. Incluso una vez el joven no pudo contenerse y se corrió mientras observaba.

También se acuerda de aquella vez que, estando el ascensor estropeado, subía caminando por las escaleras del edificio y el joven la seguía a poco escalones detrás suyo, agachado mirándola bajo la minifalda, y ella, como si no lo supiera, contoneaba provocativamente el culito, levantándose incluso la faldita por detrás.

O aquella vez que sabía que el joven estaba en el piso de abajo y contemplaba a través del hueco del ascensor, por debajo de la minifalda de ella, y María, disimulando, se entretenía hablando con los vecinos, incluso alargaba artificialmente la conversación para calentarle.

La encanta provocar al muchacho y se lo imagina siempre pajeándose compulsivamente, sabe que lo hace, de la misma forma que ella también se masturba en la soledad de su casa. Siempre lo provoca cuando hay alguien más delante para que se corte y no abuse de ella o la viole, pero esta vez está sola frente a él, sola y completamente desnuda e indefensa frente a un macho supersalido que desea con todas sus fuerzas follársela.

También el calzón de Flash cae al suelo, y la mirada de María se dirige asombrada al imponente cipote del joven, que erecto apunta al techo. Ahora es él el que se sube a cuatro patas sobre la cama y María chilla como una gatita en celo, cuando contempla aterrada cómo el joven se acerca gateando lentamente hacia ella, como un enorme gato que sabe que su presa no puede escapar, que nada va a impedir que la monte.

Levanta su pierna derecha y coloca su pie sobre la cara de Flash, pero éste toma su tobillo y tira de él hacia afuera, entrando entre sus piernas, ante los chillidos histéricos de ella que intenta golpearle el rostro con sus puñitos, pero el joven los atrapa, sujetándola por las muñecas y colocándolas por la fuerza sobre la cama, por encima de la cabeza de María.

La mujer se mueve desesperada, forcejeando para intentar librarse, pero el joven, sujetando con una sola mano, la izquierda, las dos muñecas de ella, la abofetea violentamente con la mano libre, haciendo que se quede quieta.

Colocado de rodillas en la cama, la observa detenidamente desde arriba, gozando de la visión de sus pechos, y utiliza la mano libre para sobarla reiteradamente las tetas, sin dejar de mirarla burlón a los ojos.

Se produce otro intento frenético de ella que intenta colocar una de sus piernas entre ambos, pero él lo impide, tumbándose bocarriba sobre la mujer, impidiendo que se mueva, y la besa enardecido los labios, metiendo su lengua entre los labios de María, forzando a que abra la boca y penetrarla con su apéndice.

Aparta la cara, chillando, pero él la sujeta fuertemente por la mandíbula, abriéndola la boca e impidiéndola que la vuelva a cerrar. La introduce a continuación la lengua en su boca, forcejeando lengua con lengua, violándola hasta que María se rinde y permite que el joven la penetre a su antojo, hasta la garganta, todos sus húmedos rincones, recorriendo todo su interior, y saliendo de la boca, juguetee con sus labios carnosos, lamiéndolos, mordisqueándolos, saboreándolos.

Mientras tanto se restriega entre las piernas abiertas de ella, frotando reiteradamente su verga erecta por toda la vulva de María, hasta que encuentra la entrada a su vagina y la penetra, la penetra hasta el fondo, hasta que los cojones de él chocan con el perineo de ella.

A pesar de que la están comiendo los labios y la boca, logra emitir un sonoro jadeo al sentirse penetrada, y él, sin dejar de comerla los labios, mueve sus caderas arriba y abajo, lentamente, penetrándola, follándola, despacio, poco a poco.

María suspira, jadea, gime de placer y el joven empieza a aumentar el ritmo, dejando de comerla los labios y la boca, más rápido, adentro-afuera-adentro-afuera-adentro. Se escuchan los cojones del joven chocando una y otra vez contra el perineo de ella. Ahora ella ya chilla, chilla de placer, y Flash, sin poder ya contenerse, eyacula dentro de su vagina, deteniendo sus embestidas y resoplando.

Permanecen un rato sin moverse, con la verga de él dentro del chocho de ella, hasta que la desmonta y se tumba bocarriba sobre la cama al lado de ella.

Mario, el hijo de María, que quiso salir de la casa poco después de que saliera su madre, estaba ya en la puerta para salir cuando escuchó que ella venía corriendo y chillando por el pasillo, y, al abrir María la puerta, tuvo él que ocultarse tan rápido como pudo en la primera habitación que encontró, que no era otra que el dormitorio de sus padres, y allí, escondido entre las gruesas cortinas de la ventana, pudo escuchar y observar cómo violaban a su madre, sin atreverse ni querer hacer nada por impedirlo, mientras una fuerte erección mantenía a su miembro en tensión

Suenan unos golpes en la puerta de la calle, están llamando con los nudillos. Flash se levanta ágil de la cama, totalmente desnudo y con la polla morcillona goteando esperma, y se acerca a la puerta de la calle, mirando por la mirilla. La abre y es su padre que, sonriéndole, le dice:

  • ¡Ya te dije que tenía un regalo especial para ti, un regalo que llevabas tiempo esperando! Lo estarás disfrutando, ¿no?
  • Por supuesto. ¡Venga, pasa!

Le dice su hijo, dejándole que pase a la vivienda y allí, sobre la cama, encuentra a la vecina, bocarriba, desnuda y despatarrada, recién follada, sin moverse y sin abrir los ojos, solo respirando agitadamente.

  • Ya veo que te has pasado por la piedra a la vecinita calientapollas, a la musa calentorra que inspira tus más sabrosas pajas.

Disfruta observándola y la dice:

  • Ahora me toca mí, vecina. Ábrete bien de piernas que te la voy a meter.

Y se quita también la camiseta, el pantalón y el calzón que lleva, quedándose también en pelotas, mostrando un cacho pollazo enorme, grueso y surcado de prominentes venas azules.

Se acerca a la cama, la sujeta por las piernas y tira de ella hasta colocar el culo de María al borde de la cama, la levanta las piernas, colocándolas sobre su pecho, y restriega su cipote duro y tieso por toda la vulva de ella, por todos sus labios, por el clítoris, una y otra vez, arriba y abajo, hasta que poco a poco la ve penetrando en la vagina, un poco al principio, sacándolo, volviéndolo a meter, cada vez más profundo, más rápido, con más fuerza, como con rabia.

Mientras se la folla se escucha el inconfundible redoble de sus pelotas colisionando con el perineo de la mujer, y en cada penetración exclama furioso:

  • ¡Esta por mostrarnos las bragas en el sofá de mi casa!
  • ¡Esta por verte las bragas cuando subes por las escaleras!
  • ¡Esta por mostrarnos el coño cuando te bajas del coche!
  • ¡Esta por enseñarnos las tetas cuando hablas con mi mujer!
  • ¡Esta por escucharte chillar como una zorra cuando te folla tu marido!
  • ¡Esta por huir de mí en el portal cuando te arranqué las bragas!
  • ¡Esta por la vecina impidió que te violara en el ascensor!
  • ¡Esta por la vez que no pude violarte en tu casa!

Las embestidas de él son cada vez más potentes, moviendo la cama, haciendo que choque con la pared, con los muebles, que chirríen los muelles de la cama.

Las enormes tetas de María se bambolean desordenadas por las fuertes acometidas al ritmo de sus gemidos, de sus chillidos de placer.

Mario, escondido tras las gruesas cortinas, no se pierde detalle de cómo se follan a su madre, pero su polla crece y crece sin control, saliendo de su pantalón y levantando los cortinajes.

En ese momento Flash, sudando por el calor que hay en el dormitorio, se acerca a la ventana para abrirla y, al ver la polla de Mario saliendo de la cortina, la atrapa veloz y tira de ella, sacando a Mario de su escondite, chillando de sorpresa y dolor.

El vecino se detiene en su folleteo, y, sin sacar la polla de la vagina de María, exclama alegremente sorprendido:

  • Pero, ¿a quién tenemos aquí? ¡No es otro que el hijo cobarde, cornudo y consentidor!

Y mirando la verga de Mario, exclama:

  • Y ¡además disfrutando de sus cuernos y con ganas de follarse a su querida mamita!

María abre los ojos, mirando, entre resignada y sorprendida, a su hijo, sin creérselo, y, al verle, chilla desesperada, tapándose con sus manos la cara:

  • ¡Nooooo, por Dios, nooooo!

El vecino desmonta a la mujer, apartándose, y, cogiendo a Mario por el brazo, lo coloca entre las piernas abiertas de su madre y le ordena, empujándole hacia ella:

  • ¡Venga, acábalo tú! ¡Fóllate a tu querida mamaita!

Mario se acobarda, se resiste, por lo que el vecino le vuelve a empujar, haciéndole caer encima de su madre, colocando su rostro y su boca sobre una de las tetas de ella.

¡Están calientes, sudorosas y blanditas! ¡Listas para darles un buen bocado!

Pero Mario no se atreve, simplemente da un buen lametón a una de ellas, como si fuera accidental, como si nadie pudiera darse cuenta.

El vecino en ese momento baja por detrás a Mario el pantalón corto y el calzón, quitándoselo por los pies, y, tirando de sus tobillos, le restriega una y otra vez sobre el cuerpo desnudo de su madre, que, con las manos en alto, no se atreve a tocar a su hijo. No así Mario que aprovecha para sobar las tetas a María y frotar su verga cada vez más dura y erecta sobre el vientre y entrepierna de ella.

El vecino no para de gritarle entusiasmado, mientras se ríe:

  • ¡Follátela, venga, follatela!

También Flash se ríe, burlón, resonando sus carcajadas por toda la habitación.

Mario, cada vez más cachondo y salido, encuentra en sus pasadas con la polla la entrada a la vagina de María, y, al estar seguro que la ha encontrado, la mete el rabo, sujetándose con fuerza a la cama para que el vecino no continúe moviéndole.

La madre, al sentirse penetrada, resopla fuertemente, motivando al vecino para dejar de tirar del chaval, que, al verse libre, empieza a mover rápido el culo y las caderas, arriba y abajo, arriba y abajo, follándose a su madre.

El vecino, en compañía de Flash, observa con interés como el hijo se folla a su madre, exclamado:

  • ¡Joder con el nene cornudo, cómo se tira a su dulce mamaíta! ¡Otro que también la tenía ganas!

Su madre le abraza, cerrando los ojos, mientras Mario se la folla con movimientos rápidos, penetrándola siempre hasta el fondo,

No tarda el hijo ni un minuto en tener un orgasmo, deteniéndose para disfrutarlo, permaneciendo madre e hijo abrazados y con los ojos cerrados durante varios segundos.

Pero el vecino quiere más, y levantando por la cintura al hijo, lo coloca a cuatro patas encima de su madre, y haciendo presión con su polla erecta en el culo del chico, se la va metiendo poco a poco.

Mario al sentir que quieren penetrarlo por detrás, se agita, sin creérselo, se queja, pero el vecino, sin piedad, va poco a poco introduciéndole la polla por el ano, desvirgándoselo, y rasgando carne y piel a su paso.

El chaval chilla en voz baja, lloriquea, pero no se atreve a enfrentarse al hombre que le está sodomizando.

Una vez dentro, el vecino, sujetándole por las caderas, empieza a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, cada vez más rápido, con más energía, dilatando cada vez más el ano del chico, que encima de su madre no deja de sollozar y chillar por los grandes dolores que le están produciendo.

María solo mira el rostro a su hijo, mientras las lágrimas y la saliva de éste, duchan su cara y sus pechos.

Llorando también, le acaricia dulcemente el rostro, esperando que termine la tortura a la que le están sometiendo.

La sangre  del muchacho se desliza por los muslos y las piernas de él, machando también a su madre y la cama.

Parece interminable, pero al fin acaba y el vecino le desmonta, sacando una polla empapada de un esperma denso y amarillo, y de una sangre muy roja y fluida.

Mario se desploma sobre su madre, ya solo gime dolorido, y se voltea lentamente, colocándose encogido de lado sobre la cama, tapándose con sus manos el orificio violado.

El vecino, sin dejar de mirarlo, le dice a su hijo:

  • Ahora tú, ¿a la madre o al hijo?, decide a quien quieres follarte ahora.

María se incorpora de la cama, suplicando:

  • ¡A mí, por favor, a mí! Te lo suplico, fóllame a mí, ¡a mí, a mí!

Tanto el vecino como Flash se ríen y el primero exclama entre risotadas:

  • ¡Joder, con la dulce mamaíta! Nos suplica que nos la follemos, ¡será puta! ¡la muy guarra!

María se pone de rodillas delante de Flash y, cogiéndole el cipote, comienza a lamérselo con deleite, como si fuera el más dulce helado que pudiera comerse.

El joven la sujeta la cabeza, mientras ella no para de lamerle y acariciarle también con las manos la verga y los cojones.

El vecino contempla como María le come el rabo a su hijo y, mirando a Mario, le agarra de un brazo, levantándole de la cama, y le ordena:

  • ¡Venga, chaval, tú, arriba! Imita a tu madre, chaval, y límpiame el sable.

Obliga a Mario a ponerse también de rodillas delante de él y, ofreciéndole la polla todavía manchada de sangre y esperma, le fuerza a que se la meta en la boca, comenzando éste, después de un momento de asco e indecisión, a mamársela como si fuera un biberón.

También el vecino sujeta la cabeza a Mario para que se la coma y no se escape, mientras le anima:

  • ¡Venga, venga, no seas tímido, chaval, que quede limpia y brillante, que pueda reflejarme en ella!

Así en el dormitorio, madre e hijo completamente desnudos y de rodillas, le comen la polla al vecino y a su hijo.

María, muy motivada, alterna el comerle la polla a metérsela entre sus generosos pechos y, ayudado por sus manos, hacerle una cubana, hasta que Flash, aunque intenta contenerse, no lo logra y eyacula en la boca, rostro y tetas de la mujer.

Al observarlo el vecino y no conseguir los mismos resultados, aparta la cabeza a Mario de su polla, y, empujándole, le increpa:

  • ¡Venga, quita, chaval, que no vales ni para comer pollas!

Dejando de lado a Mario, se acerca a la madre y la obliga a levantarse del suelo, poniéndola a cuatro patas sobre la cama.

La arrea un buen par de azotes en el culo, y, colocando una rodilla sobre la cama, coge su cipote con una mano y lo dirige a la entrada de la vagina de ella, penetrándola poco a poco hasta el fondo. Sujetándola por las caderas, comienza a bombear cada vez más rápido y con más fuerza, azotándola una y otra vez las nalgas con sus grandes y recias manos.

Se escucha por el patio, retumbando por las paredes, formándose un atronador eco, los chillidos de placer de María, chillando a pleno pulmón, ahora sin contenerse, incluso exagerando para dejar bien satisfecho al hombre y para que se vayan lo antes posible sin molestar más a ella y, sobre todo, a su hijo.

Mario, sentado desnudo en el suelo, a pocos centímetros del culo de su madre, contempla embobado cómo los macizos y cada vez más encarnados glúteos de ella se contraen, se tensan, se bambolean  lujuriosamente en cada embestida del hombre que se la está follando. Incluso ella se balancea adelante y atrás, adelante y atrás, potenciando el polvo que la están echando.

A pesar de que le han sodomizado y ultrajado, de que se encuentran sangrando y con fuertes dolores en el ano, Mario siente cómo se le empina otra vez el miembro, cómo se le levanta, cómo se le pone duro y erecto al observar cómo se tiran a su progenitora.

Flash aparta un momento su mirada del polvo que están echando a la vecina y, al ver cómo Mario tiene de tiesa la verga exclama:

  • ¡Joder, con el niño, cómo le gusta que se follen a su madre!

Se ríe a carcajadas, pero enseguida vuelve su mirada al polvazo que está echando su padre.

Pasan los minutos y el vecino logra al fin el deseado clímax. Detiene sus acometidas y grita de placer, descargando el semen que todavía tenía dentro en el coño y sobre las nalgas de ella. Aguanta con la polla dentro durante más de un minuto, disfrutando del momento, y, al desmontarla, todavía la propina un sonoro azote en el culo.

María todavía permanece bocabajo sobre la cama, con el culo en pompa, esperando que ahora Flash se la vuelva a tirar y así intentando desviar la atención de su hijo y que no le hagan nada.

Y sí, es ahora Flash el que toma el relevo de su padre, pero, en lugar de penetrarla por el chumino, lo hace por el ano y, cómo lo tiene todavía dilatado del día anterior que se lo metió por ahí el padre, se lo introduce sin ningún tipo de problema ni resistencia.

Mario sentado en el suelo cerca del culo de su madre, ahora se masturba sin ningún pudor, contemplando cómo sodomizan a su madre.

Aunque todavía tiene la mujer el ano dolorido, se encuentra como anestesiada de los polvos que la han echado y aguanta las embestidas ahora del joven, que la desgarra todavía más el agujero.

Mientras tanto el padre, sin dejar de observar la cópula y al muchacho que se masturba compulsivamente, se viste tranquilamente, tomando nuevas fotos con su móvil tanto de la madre como del hijo de ésta.

Una vez Flash ha descargado, también se viste, permaneciendo María todavía bocabajo con el culo en pompa, con todos sus agujeros abiertos, esperando que se la vuelvan a follar, pero están todos secos por dentro, sin fluidos que eyacular.

El vecino se acerca a la entrada y coge las llaves de la vivienda de María que están colgadas en el pasillo, y las tintinea y enseña a María y a su hijo para que se den cuenta que las toma y les dice en voz alta profunda y autoritaria:

  • Mañana por la tarde os quiero a los dos llamando a la puerta de mi casa, a la misma hora que hoy. No quiero ninguna sorpresa desagradable, solo vosotros, completamente desnudos y bien abiertos de piernas.

El joven se ríe burlonamente y su padre se incorpora a las risas, saliendo los dos, padre e hijo, carcajeándose ruidosamente por la puerta dejando desnudos, sodomizados y ultrajados a la madre y al hijo.

Aquella tarde aumentó la colección de ropa de María que tiene el vecino: dos vestidos, un sostén, dos pares de sandalias y tres braguitas.