Mi vecina Jeromita

Un pase con la pelota en casa antes del partido, un regate, otro mas, y al final un cristal roto. Jamás nadie pensó que a su edad pudiera pasarle algo así.

MI VECINA JEROMITA

Como cada niño grande nos encantaba jugar con la pelota, y como cada niño grande cualquier momento era idóneo para hacerlo, aunque este fuera el salón de una casa, y el espacio fuera tan reducido que la probabilidad de romper un cristal con ella fuera bastante grande. Estábamos pasándonosla con mucho cuidado, calentando ya para el partido con los amigos, le hice un regate,  luego le hice otro, al que siguió uno mas y al final el cristal de la puerta que daba acceso a la terraza salto en mil pedazos. Los dos nos quedamos mirándonos y en ese himpas de tiempo la madre de mi vecino, pues estábamos jugando en su casa apareció tras nosotros con las manos en jarra y una cara de sorpresa y cabreo al mismo tiempo monumental.

-Ahora si que la habéis liado pero bien, bien. Pues nada tú ya sabes lo que te espera, - dijo mirando a su hijo y señalándolo con el dedo. - y ahora en cuanto recoja esto iré a hablar con tu madre para que se entere de lo bien que os habéis portado. Venga cada uno a un rincón y en silencio.

Jeromita, que así se llamaba mi vecina se fue a la cocina y regreso a los pocos segundos con una escoba y un recogedor. Armando y yo nos mirábamos en silencio, yo desconcertado y mi amigo mordiéndose los labios sabiendo lo que se le venía encima y que yo aun desconocía. Mis ojos se fijaron en su madre, que medio agachada recogía los cristales mas grandes con las manos. Me fije en su falda negra a la altura de las rodillas, e inevitablemente en su redondeado culo, prieto y firme, me fije en sus voluminosos pechos bajo su suéter azul claro, e imagine el canalillo que se la vería y en el que hasta ese momento nunca me había fijado, y finalmente me fije en sus zapatillas rojas, cerradas pero que ella siempre llevaba en chanclas, y fue justo en ese momento cuando comprendí lo que le esperaba a mi vecino. El también las miraba y supe que a pesar de tener ambos dieciocho años recién cumplidos, su madre aun le zurraba en el trasero con ella.

Jamás me había fijado en ella de esta forma, pero comencé inevitablemente  a sentir cierta atracción sexual hacia ella. Miraba a mi amigo y a ella alternativamente, pero mis ojos se quedaban fijos en mi vecina durante unos segundos más. Me estaba excitando por momentos con cada movimiento de mi vecina, no eran exactamente movimientos provocativos, pero la verdad es que mi imaginación comenzaba a ser desbordante. Al cabo de un buen rato mi vecina termino de recoger todos los cristales del suelo, por mas minúsculos que estos fueran, y antes de desaparecer recogedor y cepillo en mano, se giro hacia mí y me dijo.

-¡Voy a hablar con tu madre, no te creas que te vas a ir de rositas bonito!

Nos quedamos ambos solos en el salón tras escuchar cómo se abría primero la puerta de la calle de la casa donde nos hallábamos, luego la de al lado que era la mía, y como esta se cerraba de nuevo. Fue entonces cuando le pregunte a mi vecino.

-¿Por qué tienes esa cara de pasmado? Ya nos ha echado la bronca, no es para tanto.

-Tu no conoces a mi madre, ¿verdad? Su casa, sus normas, las aceptas o te vas, y como comprenderás sin trabajo, y sin nada, no se a donde iría. Además, no sé para que hablas, te ha mandado al rincón como a un niño pequeño, y mira donde estas, – me contesto.

-¿Pero qué dices?, no sé cuáles son sus normas pero tenemos dieciocho años tío, ¿que te va a hacer? Y lo del rincón, tú te has ido al rincón y yo te he imitado, pero de ahí a mas – le volví a preguntar.

-¿Que me ha a hacer? Pues de momento probar la zapatilla seguro, y sí, tengo dieciocho años, pero eso no me va a librar de ella, de la zapatilla claro está. Y no tengo ninguna idea de cómo salvarme de ella, por cierto. De hecho la conozco y sé que ha ido a ver a tu madre para pedirla permiso para darte a ti con ella también. Que se lo conceda o no, ya depende de tu madre.

Me quede pensando en esas palabras, ¿sería capaz de pedirla permiso para calentarme el trasero como a un niño pequeño?  ¿Accedería mi madre a que lo hiciera cuando ella llevaba ya dos años al menos sin hacerlo de ninguna de las maneras?  ¿Se lo permitiría yo hacerlo? Abstraído en todos estos pensamientos volví a oír el ruido de puertas abrirse y cerrarse, esta vez a la inversa que la vez anterior. En unos segundos volvimos a tener a mi vecina frente a nosotros con las manos puestas sobre sus caderas, con una rodilla inclinada y un movimiento inexplicable de su pie que hacia rebotar la parte interna de su tacón contra aquella zapatilla roja que llevaba siempre en chanclas. No sé porque, pero siempre las llevaba así, ahora me acordaba perfectamente.

-Tu madre me ha dado permiso para imponerte el mismo castigo que a tu amiguito, - dijo señalando con la cabeza hacia su hijo – De modo que os dejo solitos unos segundos para que decidáis con que zapatilla queréis cobrar cada uno. La izquierda o la derecha. Ahora me lo contáis.

Jeromita salió del salón dejándonos solos, ambos nos miramos y con una sonrisa nerviosa le dije a mi amigo.

-¿Cuál duele menos?

-Te va a dar igual, esta noche dormimos boca abajo y sin arroparnos. ¿Ahora ya no me dices nada gallito?

No sé porque pero no me atreví a contradecirla, cierto es que se me había bajado toda la lívido, pero de todas formas había algo que me hacia desear seguir adelante, pero aun no sabía el que. No tardo más de uno o dos minutos cuando mi vecina apareció de nuevo en el salón, pidiéndonos que cada uno de nosotros se colocase en un extremo del salón, quedando así el uno frente al otro, y  ella en el medio.

-Dime, ¿qué zapatilla has elegido cariño?- dijo hablándole a su hijo.

-La izquierda, qué más da, si va a dolerme lo mismo. – contesto este.

-Pues sí, la verdad es que te va doler y de lo lindo, porque te la has ganado a pulso. Venga, ven aquí, así tu amigo ve de primera mano lo que luego le va a pasar a él, y le adelanto que la puerta está cerrada, por si tiene la idea de salir corriendo a esconderse bajo las faldas de su mama. Vamos siéntate en ese sillón y en silencio.

Me indico con el dedo el sillón en el que debía sentarme y contemplar el castigo que mi amigo iba a recibir, y que era el prolegómeno del que después iba a recibir yo. Trague saliva, lo hice y vi como mi vecina se sentaba en el sillón de enfrente, levantándose un poco la falda para facilitar los movimientos, supuse. La verdad es que verla los muslos me hizo de nuevo excitarme. Mi amigo se acerco a su madre y sin decir nada se acomodo sobre su regazo, acoplándose al gusto de su madre, que lo movió hasta dejarlo en la posición que ella quería. Su mano derecha acaricio su trasero durante un rato, y de pronto comenzó a azotarlo con la mano con tal fuerza que mi amigo gimió aun con los pantalones como protección. Algo me dijo en mi interior que acabaríamos con ellos quitados. Durante un par de minutos lo estuvo azotando con la mano en ambas nalgas, y pasados estos le ordeno levantarse para mandarle bajárselos hasta dejar sus nalgas como vinieron al mundo, ósea desnudas. Jeromita se levanto, doblo su rodilla izquierda  y se quito la zapatilla. Lo hizo como a cámara lenta, despacio, mirando a los ojos de su hijo, como deleitándose al hacerlo. Fue en ese momento cuando supe que la fiesta iba a comenzar. Mi amigo volvía a acomodarse sobre el regazo de su madre, que nuevamente se había subido la falda antes de sentarse en el sillón. Y cuando tuvo a su hijo en posición, le empezó a tatuar la suela de la zapatilla en el trasero. Primero en una nalga, luego en la otra, el dibujo de la suela era totalmente perceptible en sus cachas. Trague saliva de nuevo, lo que mis ojos estaban viendo era lo que luego iba a catar, y los gemidos, quejidos y suplicas de mi amigo no eran muy aragüeños, por lo que aquello debía de ser un calvario que nos serviría para estar más moderados en nuestros juegos durante una temporada.

Acabo su castigo y nada más levantarse se llevo las manos al trasero para frotárselo con ganas. La indicación de su madre le llevo hasta un rincón para quedarse de cara a la pared y en silencio. Jeromita tiro la zapatilla al suelo haciendo resonar la suela de esta contra él, y se la calzo con estilo. La verdad es que aquella mujer tenía un polvazo de la ostia, pensé. Luego se levanto del sillón en que estaba sentada y se acerco hasta el mío para haciéndome levantar, ocupar ella mi lugar.

-A ti te ha tocado la derecha jovencito, verás  como de esta no te olvidas nunca. Vas a soñar hasta con ella.

Una indicación suya y sin darme cuenta estaba sobre sus piernas, con el culo en pompa, bien posicionado y a la espera de que comenzase mi castigo. Note como su mano me acariciaba el trasero, nunca antes lo había hecho, y no sé porque me excite, y por un momento me sonroje al pensar que si me empalmaba ella lo iba a sentir de primera mano. Y de primera mano sentí yo la suya, que dejándome de acariciar el culo, comenzó a palmeármelo cada vez con mayor intensidad. Al principio solo sonaban los azotes, pero al cabo de unos cuantos mi trasero comenzó a sentirlos más intensos, con mayor escozor. Si dolía ahora, ¿cómo dolería la zapatilla?

Al cabo de un rato me hizo levantar, y ante mi pasividad me dijo.

-Quiero ver cómo te bajas esos pantalones y lo que lleves por debajo de ellos, si es que llevas algo. Y si tengo que hacerlo yo, será peor para tus nalgas.

No supe que hacer, de modo que ni corta ni perezosa alargo sus manos y me desabrocho los pantalones, bajándomelos de golpe junto con mi ropa interior. No se ni como lo hizo, pero en un abrir y cerrar de ojos la vi como se levantaba delante de mí, y sin dejar de mirarme doblo su rodilla derecha, se quito la zapatilla y cogiéndola con fuerza me la enseño, diciéndome.

-Veras como esta obra milagros en tu trasero cariño.

Se subió la falda, se sentó, me agarro de una muñeca, estiro de mi para dejarme caer sobre su regazo, me acomodo y zas, zas. Dos zapatillazos, uno en cada nalga, que me hicieron aullar de dolor.

-¿Pica?, te voy a dejar el trasero como a tu amigo, míraselo, que aun lo tiene caliente.

Mire a mi amigo que seguía de cara a la pared, y contemple su culo rojo como un tomate en toda su inmensidad. Al mismo tiempo, me movía de un lado al otro sintiendo las caricias de la zapatilla de mi vecina, me estaba dando con fuerza, me estaba dejando el trasero pero que bien, bien caliente. Debí de moverme demasiado, pues el dolor comenzaba a ser insoportable, y en momento dado su pierna derecha subió por encima de las mías, aprisionándome entre las suyas, por eso se subía la falda, para poder hacer aquello, sabedora de la medicina que estaba repartiendo, y lo dolorosa que era. Comenzó de nuevo a zurrarme de lo lindo, yo gemía, lloraba, aullaba, resoplaba, y su zapatilla seguía cayendo sobre mi desprotegido e inofensivo trasero.

Después de una eternidad, la zapatilla dejo de hacer su cometido, me hizo levantarme y contemplar como tiraba la zapatilla al suelo, para insertar su pie en ella con una facilidad glamurosa. Si, definitivamente, tenía el culo súper dolorido, pero estaba cachondo, cachondo a más no poder, mi vecina me estaba poniendo cardiaco, a pesar de sacarme más de veinte años de edad, a pesar de sus anchuras, a pesar de todo.

-Recuerdas que te tuve que bajar los pantalones, ¿no? Pues pon una mano en cada reposabrazos, e inclínate, que para ti esto no ha terminado.

Resople como un niño pequeño, pero obedecí a la primera, seguro estaba que ahora probaría la otra zapatilla. Mi vecina se ausento, para volver al minuto con un cinturón bastante grueso. Las orbitas de mis ojos debieron querer salirse de estos, y ser bastante palpable porque mi vecina nada mas verme se acerco a mi oído y acariciándome el trasero me dijo.

-Ni se te ocurra moverte cachorro, veras como te bajo de sopetón esa hinchazón que tienes, y si no es con esto conozco otros métodos más placenteros tanto para ti, como para mi claro. Pero antes vas a probar este cinturón, y si sigues empalmado al final mando a tu amigo a un recado y te hago un buen servicio.

Me di cuenta que estaba empalmado como nunca antes lo había estado. No sabía si tras escuchar aquella declaración, o si ya de antes al estar recibiendo mi merecido castigo. Sentí vergüenza, ¿Qué pensaría mi amigo de mi?, aunque no podía verme al estar de cara a la pared.  Me acorde de la zapatilla, me la imagine con ella en la mano, me imagine el movimiento de su brazo arriba y abajo dándome con ella en el culo, y pegado a ese pensamiento sentí un escozor intenso, junto con un silbido atronador que era el primero de los correazos que me tenia reservados. Mi cuerpo se doblo, pero no perdió del todo la posición, y así fueron cayendo uno tras otro los correazos que me había ganado por desacato a su autoridad. Picaban y dolían de lo lindo, era como estar en el infierno, pero en mi pensamiento solo estaba su culo prieto, sus pechos balaceándose al vaivén del movimiento de su brazo. Madre mía como la iba a taladrar, si me dejaba claro esta.

-¡Veintidós, veintitrés, veinticuatro y veinticinco!. – dejo de contar y de golpear. – levántate y vete directo al otro rincón, y piensa en todo esto jovencito. – Obedecí, la escuchaba jadeante, pero nada más llegar al lugar indicado y sin dejar de frotarme las nalgas, me mire mi miembro y  este seguía mirando al cielo muy por encima de lo que nunca antes lo hizo.

-Y tú, súbete los pantalones y vete a la frutería a comprar. Tienes la lista en la puerta de la nevera. ¡Venga!, ¿o quieres probarla de nuevo?, aun tengo cuerda para rato.

Mi amigo, para el que iba ese mensaje, desapareció como poseído por el diablo. En menos de un minuto se subió los pantalones, cogió la lista de la compra y desapareció.

Mi vecina seguía jadeando tras el esfuerzo, y supongo que ahora a solas vendría mi recompensa. No la deje decirme que es lo que iba a pasar. Tal cual mi vecino se fue, me di la vuelta, me acerque a ella, la bese en los labios, la gire haciéndola adoptar la misma posición que yo minutos antes sobre el sillón, la subí la falda, la baje las bragas y la empale con todas mi ganas.

-Vamos cachorro, dame bien fuerte o seré yo quien te vuelva a dar con la zapatilla. Te ha gustado la experiencia, ¿eh? – me dijo girando su cabeza hacia mí,  estirando una de sus manos hasta acariciarme el culo acompasando el movimiento de mis caderas, como incitándome a seguir penetrándola desde atrás. No me lo podía creer, me estaba follando a mi vecina Jeromita, la estaba dando fuerte con mi estaca, y era ahora ella quien comenzaba a jadear, a gemir de placer. Acelere el ritmo, y mis manos buscaron sus pechos, levantándola el suéter azul y maniobrando para liberarlos de la opresión de su sujetador. Los masajee con gusto, primero uno, luego el otro, siempre con una mano en la cadera de ella para poder sujetarla y empalarla con fuerza. Solo existía su culo, sus tetas, las ganas de correrme dentro de ella. Sus pechos se balanceaban al compas de mis envestidas, sus gemidos eran más que audibles, pero no me importaba que mi madre pudiera oírlos desde casa, o lo que podría pensar su hijo si nos pillaba volviendo de la compra. Solo podía seguir taladrándola, al tiempo que de vez en cuando la soltaba alguna frase como…..

-¡Estaba necesitada de esto!, ¿verdad?

-Si. – contesto.

-Esta tan caliente como mi culo, pero vera como la enfrió el calentón.

-Cállate cabrón, y no pares, clávamela bien dentro.

Durante un buen rato la taladre con todas mis ganas, luego acompase mis movimientos, una vez más lentos, luego mas rápidos. Sus gemidos de placer eran una sinfonía para mis oídos. Veía mi miembro entrando y saliendo de su conejito caliente. Jamás antes hubiese pensado en ella como una diva del sexo, ni siquiera me lo había planteado, era la madre de mi mejor amigo, pero aquel pedazo de culo me estaba volviendo loco. Desde el momento en que me fije en el recogiendo los cristales de nuestra fechoría, había querido taladrarlo como lo estaba haciendo ahora. Apretaba mis manos sobre sus caderas, y embestía con mas fuerzas sin quitar la vista de su culo, una y otra vez.

-Tu amiguito estará a punto de llegar, ¿me vas a dar tu leche?, o ¿eres incapaz de follarme como es debito pipiolo?

¿Pipiolo?, aquello me hizo despotricar, como un poseso empecé a follarmerla con tanta fuerza que hasta me costaba retenerla entre mis manos para poder continuar envistiéndola. Al cabo de un buen rato sentí que me corría, intente retenerme pero no me dejo, me apretó contra ella, se apretó contra mí, y sin dejarme parar me corrí en su interior.

Los dos estábamos jadeando, ella se reincorporo, se bajo la falda, se coloco las tetas por dentro del sujetador, y se bajo el suéter azul. Luego me dijo acercándose a mí, y haciéndome una pequeña caricia con su mano en mi mentón.

-Si te vuelves a portar mal, ya sabes que de seguro pruebas la zapatilla, ¿entendido?

-Si la vuelvo a probar, de seguro que de nuevo me la volveré a follar. – la conteste envalentonado.

-En ese caso amor mío, te aseguro que en un par de días ya te están buscando, con o sin razón. Ahora eso sí, la próxima vez mando yo, quiero comérmela primero, y cabalgar sobre ella después, y ni una palabra a tu amigo, o se acabo.

Con ese comentario abandono el sofá, dándome la espalda y moviendo como nadie ese pedazo de culo que mis ojos no podían dejar de mirar. Uff, es lo único que pude decir.