Mi vecina Francesa 2

Había desvirgado placenteramente a mi vecinita francesa, quedándome con su calzoncito rosado como señal de triunfo

Había sido un día genial, tenía en mis manos mi trofeo, su calzoncito rosado dejado quizás intencionalmente por Solange, quién a su escasa edad había gozado siendo desvirgada por mi agradecido pene.

No salía aún de mi asombro, me había tirado a esa ricura de nenita y lo que es mejor, la había desvirgado. Es verdad que formé un plan para comérmela, pero lo más probable es que ella haya ideado un plan más rápido para poder ser desvirgada por su vecino solitario.

Pasaron los días y no pude aguantarme y decidí hacerle una visita a mi vecinita francesa, cerciorándome previamente que sus padres salieran de su casa.

Hola, dijo Solange al abrir su puerta y me dio un beso apasionado. Te estuve esperando con ansias, pensé que te había parecido horrible lo de la otra vez por eso ya no me buscabas, me dijo con voz pícara y una mirada de niña traviesa.

En ese momento se encontraba vestida con un coqueto short celeste y un top que únicamente tapaba sus hermosas tetas.

He tenido mucho trabajo y esperaba el momento oportuno para devolverte la visita, ¿me has extrañado? le dije presuroso.

Muchísimo, me dijo volviéndome a estampar un beso y prácticamente trepándose encima mío, envolviendo sus piernas a mi cintura.

Me dio realmente un poco de temor al verla así, dado que presumí que se podía estar enamorando, pero más pudo el hecho de sentir sus suaves y contorneadas piernas, que me dejé llevar.

Así como estábamos, la llevé hacia delante, siendo ella quien me indicaba donde era su cuarto. Al entrar, pude ver un cuarto angelical, paredes rosadas, sus suaves y aterciopeladas sábanas del mismo color, con sus muñequitos de peluche que adornaban su cama.

Aquello me excitó aún más, así que la puse boca arriba, abrazándola y entrelazándonos en un beso largo y apasionado, mientras nos desnudábamos poco a poco.

Aún me duele mi chuchita, fue muy grande lo que me metiste la otra vez, me dijo nuevamente con esa voz pícara que me encantaba.

No te preocupes, si te duele no te voy a hacer nada hoy, dije jugándome una carta.

Noooooooooo, quiero sentirte, no me dejes así por favor, me dijo con voz suplicante.

Entonces voy a tener que metértela por otro sitio, dado que por delante te duele, le dije ya tirando las cartas sobre la mesa.

Por otro sitio????? Pero por donde, si por allí dolió, por donde más podrá meterse sin que me cause más dolor, me respondió está vez si con cara de inocente, como no sabiendo realmente lo que le esperaba.

Ten confianza en mí, que no te va a doler y te va a hacer gozar mucho más que la primera vez, solamente voltéate y ponte boca abajo, le dije mientras la cogía y lentamente la volteaba, mientras ella se dejaba llevar por mis brazos.

Al tenerla boca abajo, me levanté un poquito para apreciarla en todo su esplendor. Qué belleza, unas nalguitas levantaditas y respingonas, esa espaldita finita y rosadita, que hacia arriba finalizaba en un precioso y resplandeciente cabello rubio.

Bueno, no había que mirar mucho sino actuar, y actuar rápido antes que se desanime, así que empecé a acariciarla lentamente, con la yema de mis dedos recorriendo toda su espalda, por la columna vertebral, lo que hizo que de inmediato  su piel se erice totalmente, lanzando un suspiro que me indicó

que debía dar un paso más.

Así, con la yema de mi dedo bajando por su columna, llegué a sus nalguitas, ingresé lentamente mi dedo a ese oscuro canal, con miedo que se aparte ante el intruso.

Pero no encontraba reacción, la nena se estaba dejando llevar, así que separé

con mis manos sus nalguitas y por fin pude apreciar su precioso anito, ese agujerito oscurito y delicado que se avizora al final del camino. Sin dar tiempo

a reacción, metí mi lengua raudamente entre sus nalgas, haciendo que Solange dé un respingo.

Pensé entre mí que se apartaría, pero lejos de eso lanzó otro gemido, y sus nalguitas que se apretaron apenas metí mi lengua, nuevamente se destensionaron dejándome ingresar más aún.

Pasé mi lengua desde arriba hasta abajo, mientras con mi dedo acariciaba lo poco que podía alcanzar de su coñito.

  • Ahhhh, ahhhh, noo, mmmmmm, gemía nuevamente, mientras sus piernecitas revoloteaban como queriendo patear algo.

Yo seguía lamiendo su anito y metiendo mi dedo por su coñito, el cual ya estaba empapado de sus jugos vaginales.

Al verla ya casi descontrolada, cogí su crema de manos, que estaba a mi alcance en su mesita de noche, untando mi dedo rápidamente y disponiéndome a iniciar la acción.

Mi dedo, que parecía tener vida propia fue deslizándose por su anito lentamente, haciendo círculos minusiosamente sobre su anito. Solange solamente gemía y se retorcía de placer.

  • Ahhhhh, sigue, no pares, ahhhh....

Qué nena, no hacía atisbos de dolor alguno, solamente se oían gemidos y más gemidos, lo que me indicó que debía introducir un segundo dedo, el cual entró

con menos facilidad, pero igualmente, Solange solo gemía sin protestar.

  • Recuéstate sobre estas almohadas mi nenita, le dije con seguridad, a lo que

accedió sin decir palabra.

Al verla así, en esa rica posición, decidí que era hora de transitar por el canal más estrecho, y sin más ni más, cogí mi empalmado pene, el que previamente unté con su crema de manos, y me dispuse a desvirgar ese nuevo agujerito.

Lentamente, pero sin vacilar, mi firme pene avanzaba hacia su destino final. -

Ahhhh, con cuidado mi amor, con cuidado, decía Solange entre gemidos, me duele un poco, mientras yo empujaba poco a poco ese duro mástil que se abría paso por aquél caminito oscuro y estrecho. De verdad que es genial sentir como el esfínter de una muñequita apretaba mi pene cada vez que intentaba dar un paso más, y a la vez inmediatamente se dilataba dejándolo pasar más y más. En ese apretar y dejar pasar, mi pene se ubicó totalmente en su estrecho anillo, con mis bolas rozando sus rosadas nalguitas.

Era hora de cabalgar, la nena gemía mirándome y mordiéndose el labio inferior,

lo que me excitaba de sobremanera, así que le entregué mi dedo, el cual inmediatamente se lo introdujo en la boca chupándolo como si fuera el pene que la tarde anterior con genialidad mamó.

En ese plan, puse ambas manos en los extremos de sus nalgas, apretándolas hacia mi pene, como para sentir más su prieto esfínter rodeándomelo, y empecé a bombear. La nena de vez en cuando sacaba mi dedo de su boca y gritaba como poseída, mezcla de dolor y placer y yo, simplemente no podía creer lo que estaba sucediendo: estaba follándome por el culo a una francesita de espectacular cuerpo, en su propio cuarto, lo cual me hacía empalmarme más cada vez.

Con mi otro dedo, otra vez empecé a estimular su coñito y, por los gemidos oídos de Solange, me hacía presagiar que su dolor había desaparecido.

Yo seguía en mi bombeo, cada vez más lento, Solange se contorneaba en su segundo orgasmo del día, hasta que no pude aguantar más por lo apretado de su culo, lo que me hizo explotar en su interior, llenándola con mi semen caliente que salía a borbotones.

Caímos extenuados en su camita de sábanas rosadas, al lado de sus peluches que devolvían la imagen de nena angelical a Solange. Como agradeciendo la genial sesión, Solange se abalanzó sobre mi pene que apenas había dejado el agujero negro que lo había acogido, y se lo metío en la boquita como si fuera el último helado que probaría en su vida. Ello provocó que nuevamente mi pene recobre fuerzas, lo que aprovecho mi francesita para subirse encima mío y, olvidándose de su dolor, introducirse de un solo golpe mi pene en su coñito, empezando a brincar con una pasión endemoniada, pellizcándose los pezones y mordiéndose ese labio inferior como sabiendo que me fascinaba ello.

  • Mmmmmmm, ahhh, ahhh, gritaba Solange sin reparo alguno. La tomé de las nalgas y empecé a hacer presión, la cabalgata era genial, sus preciosos cabellos rubios rizados moviéndose al compás de su sube y baja, hasta que en un momento se quedó totalmente quieta, abriendo su boquita como queriendo gritar. Pero su grito fue interior, en silencio, con la boca abierta pero su exclamar nada, solo mirándome con cara de satisfacción.

Cayó hacia mi y, abrazados, nos quedamos dormidos, entrelazando nuestros cuerpos luego de una batalla campal llevada a cabo en su propio cuarto, yo volteo la mirada a su mesa de noche, encontrándome con una foto de Solange y su madre, en traje de baño.

Pero qué hermosura de madre que tenía esta nena, pensé...