Mi vecina Elisa
... la calé hondo, se la metí hasta las tripas, y empecé con un bombeo frenético que me puso a mil, sobre todo al oir aquellos gemidos en mi oído, junto a sus uñas clavadas en mi espalda, hicieron que regara su cueva con mi espeso y abundante semen, de una forma torrencial.
Mi vecina Elisa es sin duda una de las personas más importantes de mi vida.
Cuando yo era niño fue como mi segunda madre, ella me cuidaba cuando se ausentaba mi madre, y además de ello en mi feliz infancia me pasé cientos y cientos de horas en su casa jugando con su hijo, que pese a ser un par de años menor que yo, era mi mejor amigo, quizá por la cercanía de nuestras casas, eran mis vecinos de abajo, y siempre fue con los que más relación tuvimos toda mi familia.
Elisa es la "culpable" de mi fetichismo por las zapatillas de casa en particular, y por las azotainas en general. Todo empezó un día en que su hijo se cagó encima por no dejar de jugar conmigo, su madre se enfadó tanto, que tras echarle una monumental bronca, le quitó la ropa, le limpió el culo de mierda con una esponja y tras esto se descalzó la zapatilla y le dio una tunda que no voy a olvidar mientras viva.
Debía ser invierno, porque la zapatilla era de invierno la recuerdo azulada con motivos florales decorativos y con un poco de pelusilla alrededor del empeine.
A partir de ahí todas las zapatillas que tuvo mi vecina, fueron mis modelos ideales, es cierto que fueron zapatillas normales, de esas de felpa, la mayoría cerradas, y todas con suela de goma, compacta y flexible a la vez, unas veces la suela era negra, otras gris, y alguna otra amarilla, que son mis favoritas...hablamos de finales de los 70 y de todos los 80
Elisa siempre fue una mujer guapa, con una figura sugerente y unos bonitos ojos verdes, pero ya os digo yo que a mí lo que a me ponía cardiaco eran sus zapatillas, tan era así que cada vez que me enteraba de que mi vecino había cobrado intentaba sonsacarle como le había pegado, con qué, y cuantos le habían caído, siempre preguntaba con cierto disimulo, pero cada vez con más excitación.
He de decir en honor a la verdad que Elisa no era de las que más pegaba de aquel bloque donde vivíamos, pero aquello hacía que cada zurra fuera especial, recuerdo un día que nos habían dado las vacaciones de Navidad y mi amigo suspendió una, y aquello junto a una mala contestación a su madre, hizo que cobrara de lo lindo, y su madre lo castigara sin salir a la calle hasta nuevo aviso.
-¿Sabes que le he tenido que pegar a tu amigo? Me dijo mi vecina para avergonzar un poco a su hijo.
- ¿Que ha pasado? Dije yo con el corazón que se me salía por la boca.
-Pues que el muy sinvergüenza además de traerme una suspensa me ha contestado enfrente de la maestra, allí le he dado un guantazo y cuando hemos llegado a casa, le he dado una de zapatilla que lo he puesto verde... y ahora va a estar castigado hasta el año que viene, por golfo, y ya le dicho que la próxima vez lo breo vivo, veremos a ver sino cata la goma de butano, ya me tiene harta…( la goma de butano eran palabras mayores, la contestación con la maestra de por medio, había cabreado y mucho a mi vecina).
Yo no sabía dónde meterme para esconder mi erección, y aún más cuando ya a solas con mi amigo le pude sacar algún detalle más, que él me contó de mala gana, como que su madre esta vez le pegó con la zapatilla no solo en el culo, sino también algún zapatillazos en la cara de lo cabreada que estaba, y varios en la espalda, aunque lógicamente el culo se llevó la palma.
La de aquel día era una zapatilla de cuadros marrones, había dos tonos de marrón claro y oscuro, y la suela era de goma amarilla, que me ponía muchísimo quizá algún psicoanalista algún día me dirá por qué.
Aquel día como muchos otros jugamos estando acostados en el suelo, a mí me gustaba jugar así, porque me quedaba embobado viéndola coser a máquina, sus pies en los pedales de la máquina me volvían loco, y también todas las otras diferentes posturas que adoptaba cuando no le daba a aquellos pedales, solía poner la zapatilla derecha de punta, y descansaba su pie izquierdo encima de esta, yo veía la limpia suela amarilla, y me la imaginaba estallando en mi culo.
Hasta tal punto llegó mi obsesión que ansiaba quedarme sólo en la casa de Elisa para poder darme unos azotes con aquellos objetos de deseo que se habían convertido para mí sus zapatillas. Un día que hacía calor Elisa apareció con unas maravillosas zapatillas granates puestas en chancla, y sin medias, aquello me dejó absolutamente maravillado, pese a ser de felpa, se veían livianas, y ligeras, y me dejó fascinado el ruido que hacía Elisa al andar con ellas puestas en chancla.
Yo ya era un preadolescente y tenía pensado de pelármela en cuanto tuviera la oportunidad de estar a solas, recuerdo que los incipientes pelos de mis partes se me enredaron con mi erección y el dolor fue considerable.
En aquel momento mi vecina anunció que se iba a la tienda, y que nos quedábamos solos un rato. Mi cabeza empezó a maquinar y pronto encontró una solución para mis propósitos, convencí a mi amigo para que jugáramos al escondite, “como en los viejos tiempos” le dije, y él aunque no muy convencido accedió.
Cuando me quedé sólo en la galería que había junto a la cocina pude ver en un rincón las zapatillas de mi vecina, estaban aún calientes, y las olí como si estuviera a punto de ahogarme, aún tenían el talón desdoblado de haberlas llevado ella pisadas, tras olerlas me autoazoté con ellas, me di con ganas y bufffffff como picaba aquello, sabía que me podía pillar mi amigo, pero me arriesgué y me di unos cuantos azotes más, no sé si oyó algo o no, pero nunca me dijo nada.
Meses más tarde también nos quedamos solos mi amigo y yo, pero esta vez yo en teoría estaba ayudándole a estudiar, con la excusa de que me cagaba( para tener más tiempo) le dije que iba al baño, pero me fui a la galería, a buscar mis tesoros, y allí encontré mi última joya, unas zapatillas azul marino absolutamente maravillosas, con un forro interior rojo, eran muy elegantes, de felpa y de la misma suela de goma que solía llevar ella.
Me quité mis zapatos y me las calcé en chancla como a mí me gustaba que las llevara Elisa, aunque poquísimas veces se prodigaba de esta manera, después de darme varios paseos por la galería, y oír aquel mágico ruido, las olí, y me volvió a fascinar aquella fragancia, y ya por último me autoazoté igual que la anterior vez, me puse con el culo en pompa y agarrándola bien desde atrás me propiné unos buenos trallazos, que despertaron aún más a mi ya excitado pajarito. Fue entonces cuando oí un ruido, y rápidamente dejé la zapatilla en su sitio y me dispuse a volver a calcarme mis deportivos.
-¿Qué haces, pasa algo? Dijo una sorprendida Elisa.
Entonces le di la más estúpida respuesta que he dado en mi vida.
-Nada… aquí… voy a explicarle a tu hijo una cosa.
La respuesta fue incoherente, inconexa, la dije rojo como un tomate, y sin ningún sentido, pero no le di opción a mucho más, y me fui a la habitación de mi vecino donde me afané por explicarle todo lo que quiso saber para al menos disimular un poco, y que pasara aquel trago.
Hasta aquí mi infancia y pubertad.
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Varias décadas más tarde un día que fui a comer a casa de mis padres, me dijo mi madre, oye baja a casa de Elisa que me ha dicho que te necesita para algo de una estantería.
Yo lo hice encantado, mantuvimos siempre un contacto más o menos cercano, pero yo viví en el extranjero y aquello lógicamente me distanció, en aquel momento yo tenía casi 40 años y mi vecina poco más de 60, pero seguía igual de elegante que siempre, igual de pulcra en la ropa, en el peinado, en su casa, y por supuesto en sus zapatillas, cada vez que la veía mis ojos se me iban para sus pies, y nunca me defraudaba.
Yo ya había estado la semana anterior en su casa, era la primera vez que nos veíamos en 10 años, y nos pusimos al corriente, le pregunté por su hijo, que lógicamente seguía siendo mi amigo, y sentí mucho la muerte de su marido, fue muy entrañable aquel encuentro la verdad, así que cuando fui a la semana siguiente ya no hubo ni los besos ni los abrazos apretados que tanto me habían gustado a mi llegada, aquel primer día que nos vimos me dio un abrazo que me pareció muy muy erótico y yo mismo me dije, que era un malpensado y un degenerado.
Pero en vez de besos y abrazos si que hubo algo que me gustó casi más, me recibió con un atuendo elegante y doméstico al mismo tiempo, pero con la particularidad de que llevaba una de sus zapatillas en chancla, con el talón pisado, mientras que la otra la llevaba perfectamente calzada, además la que llevaba en chancla era la derecha, aquello me recordó una ocasión que después de zurrar a su hijo , se dejó la zapatilla derecha en chancla un rato después de la zurra como amenazando con quitársela en cualquier momento.
Llevaba unas zapatillas granates, aunque luego supe que técnicamente su color es Borgoña, muy muy parecidas a las que me calcé y me azoté con ellas aquel día que casi me pilla, eran lisas sin adornos, sin apenas cuña, una suela compacta fuerte, y flexible, pensé que deberían hacer el culo añicos en unas buenas manos.
Me ofreció una cerveza que decliné amablemente, pero al insistir me la tomé con ella.
-Una para los dos, que no se nos suba a la cabeza.
También me sacó unas aceitunas y unas almendras, se sentó frente a mí, y al cruzar la pierna derecha sobre la izquierda empezó a bailotear la zapatilla que llevaba en chancla, casi me atraganto con una almendra.
-¡A ver si te me vas a ahogar ahora! Dijo medio en broma, medio abroncándome.
También me preguntó si no estaba con ninguna chica después de mi separación, y me lo preguntó de una forma que me pareció sugerente, pero es posible que yo me imaginara cosas que no eran.
Tras el aperitivo nos dispusimos a montar la estantería, yo no era muy manitas, pero estaba encantado en aquella casa, y adoraba a mi vecina del alma, así que lo iba a intentar todo.
Montarla no fue problema, lo que resultó más difícil fue acoplar unas luces que había que colocar en varias estanterías, me subí a una pequeña escalera, pero a la hora de meter el foco no me cabía la mano, entonces me dijo Elisa.
-A mí me da miedo, pero sujétame a la escalera y yo lo hago.
-No mujer, que yo puedo ya verás…
Pero no había manera, la mano no me cabía de ninguna manera
Finalmente se subió ella con mucho miedo y me dijo
-Sujétame fuerte, eh, que me da pánico.
-No te preocupes vecina, que estando yo aquí no te caes.
-Espera voy a ponerme bien la zapatilla que me voy a matar. Entonces se la calzó ayudándose con su dedo índice calzándosela bien en un santiamén.
Y sin más se dispuso a subir aquellos peldaños mientras yo empezaba a turbarme
-Agárrame por Dios.
-Que siiiiiiiiiiii, no te preocupes mujer.
Se subió al penúltimo escalón y sus pies quedaron a centímetros de mi cara, con bajar un pelín mi cabeza podría haber besado aquellas zapatillas, y ¡voto a Bríos! que a punto estuve de hacerlo, de besarlas, olerlas, lamerlas, pero en lugar de eso me conformé con sujetarla por las pantorrillas todo lo fuerte que puede para que se tranquilizara.
Cuando estuvo poniendo el tercer y último foco, ya tenía los pies un poco más abajo de mi barriga, pero me exigió igualmente que la sujetara igual de fuerte, pero claro ahora ya la sujetaba por su cintura, y ella me seguía diciendo:
-No se ocurra soltarme todavía, eh?
En ese momento se giró y quiso la casualidad que su zapatilla izquierda rozara mi abultado pene, y como llevaba un fino chándal negro, el roce fue más que evidente para cualquiera de los dos, el contacto era claro y diáfano.
Yo sólo pude tragar saliva y aguantar la posición, pero no me moví un ápice, de hecho el endurecimiento y crecimiento de mi polla no hacía sino presionar su pie, es decir que tanto ella como yo, sabíamos lo que estaba pasando, y me encantó que no sólo no movió su pie de aquel escalón, sino que removió sus dedos dentro de la zapatilla, y me preguntó
-¿Te siguen gustando Daniel?
-¿Cómo? Dije colorado porque presumía lo que se avecinaba, y nunca mejor dicho lo de avecinar, además el hecho de que me llamara por mi nombre de esa manera me turbó sobremanera.
-Digo si te siguen gustando mis zapatillas, como cuando eras crío.
No sólo me quedé sin palabras, sino que creo que me quedé sin sangre en el cuerpo, me quedé mudo, y de pronto me subió un calor, un bochorno de abajo arriba hasta la cabeza que no sabía muy bien en qué iba a terminar.
Entonces Elisa movió ligeramente la zapatilla que estaba en contacto con mi aparato, y rozándola con vigor, ella misma se contestó.
-Parece que sí, parece que todavía te gustan.
-Lo siento Elisa, yo...
-No no lo sientas, si quieres que hablemos de eso, pásate por aquí después de comer y lo hablamos.
Entonces se bajó de la escalera, yo no la terminé de soltar hasta que estuvo en suelo firme.
-Muchas gracias por la ayuda.
Se acercó y me besó en la mejilla pero con los labios abiertos, estaba sedienta de placer, y a mí se me puso la polla con una erección grotesca, era una verdadera tienda de campaña lo que hacía con mi chándal, ella lógicamente lo vio y me dijo.
-¿Esto es por mí… o por mi zapatilla?
-Esto es...
-Da lo mismo, después de comer pásate por aquí, y tomamos café.
-Vale, perfecto, me paso.
-No tiene por qué enterarse nadie.
-Tranquila, no se enterarán.
-Y bájate eso anda, que pareces un mono.
Se refería a mi erección, pero con aquella conversación poco se me iba a bajar.
Mientras comía en casa de mis padres lógicamente no podía pensar en otra cosa.
¿Cómo sabía lo de mis gustos? ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Lo sabría también mi madre? No creo, me moriría directamente de vergüenza.
Durante la comida estuvimos hablando de banalidades, y armé una excusa para tener que irme pronto, sólo necesitaba irme con discreción para que nadie me viera entrar otra vez en casa de mi vecina.
Así lo hice, llamé a su puerta y en menos de tres segundos me abrió sigilosamente de la misma forma que volvió a cerrar.
-Has comido rápido, ¿eh?
-Pues sí, pero si te digo la verdad no me entraba la comida en el estómago.
-Y eso… ¿por qué?
-Pues yo creo que por la conversación que hemos tenido antes de irme
-Ven, quiero que veas una cosa.
Nos fuimos por la cocina hasta la galería donde tenía la lavadora, algo parecido a una despensa, y una especie de trastero donde guardaba el calzado, allí había unos pocos pares de zapatillas de las que me gustaban, entre ellas unas de verano, otras más viejas de cuadros azules, y alguna que me recordaba levemente a mi juventud.
-¿Te gustan verdad?
Tragué saliva, y no supe que decir.
-Aquel día te vi.
-Que... ¿que día?
-No hace falta que sigas disimulando, te vi cómo te la ponías, como la olías, y como te pegabas con ella. ¿Te crees que soy tonta?
-No que va, ni mucho menos, la verdad es que no sé qué me pasó.
-¿Tú sabes lo que tendría que haber hecho aquel día?
-No. Dije con un hilo de voz, pero ansiando su respuesta.
-Tendría que haber cogido una zapatilla y haberte dado una buena paliza a ver si se te quitaban las ganas de tonterías... ¿Qué te parece?
-Pu... pues que tienes razón.
-Pues que sepas que estoy a tiempo, y ahora vete al salón que voy a hacer el café.
Salí hacia el salón con una mezcla de desasosiego y excitación en el cuerpo, allí me senté y hojee una revista, creo que nunca he estado tan poco interesado en lo que estaba leyendo.
Pronto apareció con una preciosa bandeja, unas tazas de café y una cafetera de porcelana finísima, todo ello acompañado de un rico bizcocho hecho por ella misma que estaba realmente delicioso.
Me gustó que se sentara junto a mí en el sofá, y me dispuse a echar los cafés, pero no me dejó, yo era su invitado.
La falda negra pese a llegar por debajo de la rodilla, al estar sentada en el sofá, se le subió por encima de esta, por lo que me rozó con su sugerente media.
-Prueba un poco mi bizcocho, a ver cómo me ha salido.
Yo al aprobar el bizcocho casi me ahogo pero por la situación tan morbosa que intuía iba a presentárseme.
Nos tomamos el café hablando de alguna fruslería, y cuando ya no sabíamos que decir, mi maravillosa vecina Elisa hizo algo maravilloso; juntó sus dos pies en el suelo, y puso su pie derecho de puntillas de modo que salió solo el pie, era su forma más elegante de descalzarse. La vi desde que era un crío descalzarse de muchas formas, pero esta era mi favorita, me encantaba cuando lo hacía estando ella de pie, la mayoría de las veces no llegaba a quitarse la zapatilla, aquel gesto funcionaba como amenaza o cómo advertencia, mi amigo Juan Luis, su hijo, sólo con ver aquello sabía que tenía que dejar de hacer lo que estaba haciendo, sino, la posibilidad de que le calentaran el culo era muy alta, nunca vi una amenaza más elegante y más sutil.
Se agachó ligeramente, y tras adelantar ligeramente la zapatilla, la recogió y se dio levemente con ella en sus muslos, yo ya sabía lo que tenía que hacer, pero por si acaso me dijo.
-Ahora vamos a aclarar unas cuantas cosas tú y yo,¡¡¡ ponte aquí anda!!!
-Ya voy. Me dispuse a tenderme sobre su regazo, pero me dijo antes.
-Bájate ese pantalón que ya no eres ningún crío.
Me lo bajé avergonzadísimo por la erección indisimulable que tenía y me coloqué atravesado sobre sus piernas, ella me recolocó poniéndome los pies encima del sofá, tras haberme dicho que también me quitara mis deportivos.
No lo podía creer, estaba sobre el regazo de mi vecina de toda la vida, la mujer con la que más pajas me había hecho en mi vida, la mejor amiga de mi madre, y a punto de recibir una buena zurra con la zapatilla que era algo que me volvía loco, algo por lo que siempre suspiré, pero creo que son los chinos los que dijeron, ten cuidado con lo que deseas, que se puede cumplir.
El primer zapatillazo llegó sin esperarlo y sin aviso previo, y a este le siguieron unos cuantos más, fueron duros y sonoros, mis finos calzoncillos apenas eran protección para aquella suela amarilla de goma que se adaptaba a mis nalgas a las mil maravillas, pese al picor y al dolor inicial mi erección no bajaba una libra, el roce de mi herramienta con su muslo enfundado en una media era placentero yo creo que para ambas partes, pero ella, haciéndose la ofendida me dijo
-¿Te parece bonito esto Daniel? Dímelo, te parece bonito que te pongas como un burro mientras te estoy dando la tunda que te estoy dando?
-Ay , no lo sé, pero me gusta Elisa, me gusta mucho.
Aquello me salió del alma, y así se lo solté, entonces ella, creo que jugando un poco, volvió a ofenderse de una forma un tanto falsa y artificial y reanudó la somanta
-PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSSSSS PLASSSSSSSSS golfo más que golfo, a tu madre se lo voy a decir, Toma toma toma, te voy a dar una que no la vas a cocer, sinvergüenza, te gusta no? pues toma toma toma toma.
-Ay siiiiiiiiii auuuuuuuuuuuuuuuu mmmmmmmmmmmmmmmmmmm siiiiiiiiiiiiiiiii
El salón se llenó de ruido de azotes, de ayes , y de gemidos de placer, míos, pero también de mi vecina, que con el roce de mi picha entre sus muslo se estaba volviendo loca, yo la oía dar unos gemidos que no eran muy normales, hasta que me dijo con una voz severa y ronca.
-Levanta!!!!
Me levanté como alma que lleva el diablo, y ella detrás de mí, mi erección seguía en todo su apogeo, entonces me dijo.
-Tira delante de mí, que te voy a bajar yo a tí esos humos PLASSSSSSSSSSSSSS
Un nuevo zapatillazo me volvió a caer, entonces ella me fue guiando hasta su habitación, yo andaba como los pingüinos, con el pantalón del chándal por los tobillos, afortunadamente su habitación estaba cerca del salón, así que tres o cuatro zapatillazos más tarde, estábamos en su alcoba, una vez allí, dejó caer su zapatilla al suelo, se la calzó en chancla, nos miramos un segundo y se abalanzó hacia mí.
La recibí con los brazos abiertos literalmente, y nos besamos como dos adolescentes, metiéndonos la lengua, devorándonos, lamiéndonos, comiéndonos vivos, horas más tarde me dijo que nunca en su vida había besado y mordido como lo había hecho conmigo.
Le amasé el fantástico culo a aquella sesentona, y el par de poderosos pechos, me parecieron esponjosos y deliciosos, y caímos de bruces a su cama.
Una vez encima de ella en la cama, mordí una maravillosa blusa de encaje que llevaba color crema, obviamente lo que mordí fueron sus tetas, y me encantó la cara de placer que puso, como echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos suplicándome que siguiera.
-Sigue Daniel, sigue por Dios. Me dijo mientras me manoseaba con su mano en mi cara y en mi cabeza
Le empecé a desabotonar aquella blusa, y ella terminó de hacerlo en un santiamén, y casi a la vez se desabrochó también el sujetador sacándoselo de un tirón, entonces aparecieron ante mi dos voluminosas tetazas con unos enorme pezones morados que devoré nada más verlos, me encantó con la rapidez con la que se le endurecieron al contacto con mi boca, se convirtieron en dos garbanzos duros y sabrosos.
Mis besos iban de sus tetas a su boca, ella me buscaba con avidez, con pasión, parecíamos dos animales en celo.
-Ay si, sigue por Dios, sigue cariño mío, lo necesito, sigue ,ay mmm sí, espera que…
Entonces como una leona, se desabrochó la falda, y de un tirón se bajó unas bragas de encaje que apenas me dio tiempo a vislumbrar, no me dio tiempo a hacer mi especialidad que no es otra que bajar las bragas con los dientes, algo que vuelve locas a la mayoría de las mujeres que me han abierto sus piernas de par en par.
-Métemela anda, métemela, que no sabes la falta que tengo.
Entonces sin dejar de besarla, y ya más seguro de mí mismo, le dije.
-Un momento, déjame que te haga disfrutar, tú te mereces, esto y mucho más... y sin más empecé a pasar mi lengua por su cuello, me volví a recrear en su pechos , alternando mordiscos con chupetones, cuando iba por su barriga, ya no podía aguantar, y gritó.
-Daniel por Dios, no, eso no.
-¿Es que no te gusta?
-No es que no me guste, es que me da vergüenza, déjalo
-De eso nada, te voy a hacer disfrutar como nunca, esto no te lo han hecho nunca ¿verdad?
-Nunca, es la primera que estoy con alguien que no sea mi marido, y él nunca llegó a esto.
-Pues relájate y disfruta, déjate llevar.
Entonces me amorré a su coño sabroso, olía a una fragancia indeterminada, y pronto me abrí paso con mi lengua a través de sus pelos hasta su raja, allí encontré almíbar, aquella raja producía néctar de los dioses, se estremeció como una anguila al sentir mi lengua chapoteando en aquel estanque.
Cerró sus piernas para atraparme, daba la sensación de que mi vecina quería que me quedara allí para siempre, aquello me animó a seguir con más ahínco, hasta que encontré su clítoris, lo succioné, lo chupé y finalmente lo hice tintinear con mi lengua. El grito que dio Elisa fue violento, casi tanto como su movimiento de pelvis, después vino el torrente, inundó mi boca, su corrida era espesa, caliente y abundante, me tragué bastante, pero no toda, así que me entretuve en limpiar todo aquello, pero antes de que terminara, me llamó hacia arriba.
-Ven anda
-¿Te ha gustado?
-En toda mi vida había disfrutado tanto, ven aquí conmigo anda.
Entonces me dio el beso más sensual que imaginarse puedan, fue delicioso, delicado, con ternura al principio para ir ganando en intensidad e ir convirtiéndose en lujuria al final, yo ya estaba que explotaba, ella me agarró mi cipote con su mano izquierda, y con una agilidad que para sí hubieran querido algunas adolescentes se lo metió en su boca, yo me quedé tendido bocarriba, mientras que ella se puso a 4 partas entre mis piernas haciéndome una mamada que me encantó, pero no porque fuera especialmente buena, sino por quien me la hacía, y además con lo excitado que estaba exploté en seguida, y me encantó que se lo intentara beber todo, no lo consiguió, pero casi.
Subió de nuevo a besarme con cara de satisfacción, y yo le correspondí, nos volvimos a dar un nuevo, largo y morboso morreo, con el magreo correspondiente, hasta casi ponernos a tono otra vez.
Nos dio un poco de frío por lo que abrimos la cama, y nos metimos bajo las sábanas y la colcha.
-No puedo evitarlo Daniel, me sigue dando mucha vergüenza, tú has sido como mi segundo hijo, si de esto se entera tu madre o mi Juan Luis, yo creo que me muero de vergüenza, y aunque te juro que he disfrutado como nunca en mi vida, me sigue dando reparo estar aquí contigo.
-Entiendo perfectamente lo que dices Elisa, pero yo también tengo motivos para morirme de vergüenza, así que te los voy a contar para que te sientas mejor...
Entonces empecé a contarle con todo lujo de detalles mi obsesión por sus zapatillas, aquella primera zurra de la que fui testigo y que ella apenas recordaba, las veces que me había excitado viendo, oliendo, sintiendo sus zapatillas, hasta que le dije:
-¿Qué pensaste cuando me viste aquel día en la galería con tus zapatillas puestas.
-Pues mira si quieres que te diga la verdad, pensé de todo, pensé en darte una tunda que te quitara las ganas de tonterías, pensé en decírselo a tu madre para que te calentara, y pensé en decírtelo a tí, a ver que explicaciones me dabas, pero al final me quedé tan extrañada que no hice nada.
-Me hubiera encantado que me hubieras dado una buena paliza allí mismo mmm.
Me encontraba en la gloria bendita hablando allí bajo las sábanas con mi queridísima vecina abrazándola por detrás, acariciándole un pecho con un dedo, y con mi polla apalancada sobre su culo.
-Serás golfo... me dijo en un tono de dureza que aunque fuera impostada esa dureza me fascinó.
-Y te quiero decir otra cosa, y te aseguro que es absolutamente cierto.
-Uy, miedo me das, dímelo anda.
-Me hice cientos, qué digo cientos, miles de pajas pensando en ti.
Entonces se dio la vuelta como una centella, y siguiendo con su severidad impostada y pegándose a mi cuerpo, pero ahora frente a frente, me buscó el culo y me dio dos azotes por debajo de las sábanas con su mano en mi culo que me supieron absolutamente deliciosos.
-¿Pero cómo eras tan sinvergüenza? ¡¡Ven aquí que te voy a dar yo a tí!! ¿Dónde está mi zapatilla? hizo el ademán de buscar su zapatilla en el suelo, pero yo la sujeté y la volví a besar.
-Esto para mí es un sueño Elisa, un sueño que se está cumpliendo.
El beso volvió a ser largo e intenso, hasta que me coloqué encima de ella, y me preguntó con indisimulada curiosidad.
-¿Y que hacíamos cuando te tocabas pensando en mí? ¿ te pegaba...?¿ hacíamos algo más...?
-Me pegabas con la zapatilla porque me pillabas haciendo algo malo, y después follábamos, porque yo estaba enamorado de ti. Quise halagarla diciéndole eso, la verdad era que yo me pajeaba pensando en su zapatilla y en sus zapatillazos, y la mayoría de las veces no me daba tiempo a pensar en nada más, pero le gustó lo que le dije, porque con voz muy melosa me dijo.
-Bueno ahora me puedes follar, para pegarte con la zapatilla tenemos toda la tarde. ¿No te parece? y me besó.
El beso fue el prolegómeno a una cabalgada lenta y armoniosa al principio, a mí, la conversación me había vuelto a poner muy muy a tono, aquella cabalgada acompañada de besos y mordiscos en el cuello se fue acelerando poco a poco, los cuerpos se fueron acoplando uno con el otro, y como nada es perfecto, a mí se me salía la polla de su coño, ella se la volvía a meter con ansia, nos mordíamos donde no queríamos, pero supimos disfrutar de nuestras imperfecciones, hasta que en unos de esos vaivenes la calé hondo, se la metí hasta las tripas, y empecé con un bombeo frenético que me puso a mil, sobre todo al oír sus gemidos, aquellos gemidos en mi oído junto a sus uñas clavadas en mi espalda, hicieron que regara su cueva con mi espeso y abundante semen, de una forma torrencial.
Seguimos besándonos ahora ya de una manera más suave, hasta caer rendidos al colchón.
Aquel polvo, hizo que mi vecina cambiará un poco el chip, perdió un poco la vergüenza, y yo creo que además ella pensó que tratándome con severidad, tendría verga asegurada, y eso no lo iba a dejar perder.
- Ahora tú y yo nos vamos a pegar un buen baño, y me vas a contar esta tarde todas las golferías que hiciste en mi casa, y las que hiciste pensando en mí, y te aseguro que vas a tener zapatilla pero a base de bien, y pobre de tí como me eches una mentira, que te rompo la zapatilla en el culo. ¿Estamos?
Hay que ver el poder que tiene la mente, sólo con aquellas mágicas palabras y amenazas yo estaba otra vez a tono, pero mi vecina tenía otros planes para mí, nos bañamos, en su bañera donde volvimos a disfrutar cada uno del cuerpo del otro.
Me dejó un pijama y una bata de mi amigo, su hijo. Ella también se puso cómoda con su bata y sus zapatillas, fuimos a su salón, y tras sentarse en el sofá me dijo.
-Ahora vamos a ajustar cuentas tú y yo, y dio un par de pataditas para que su zapatilla color borgoña que llevaba puesta en chancla saliera de su pie, la recogió, y me dijo.
-Ven aquí anda.
Yo que había ido allí para montar una estantería, y después para tomar un café, finalmente me quedé allí todo el sábado, me puso el culo como un tomate maduro maduro, nos amamos de muchas formas, me volvía a calentar el culo, no me tuvo que insistir mucho para que me quedara a dormir con ella. En la mañana del domingo estaba decidido a irme, pero una nueva zurra con otra de sus zapatillas me hizo cambiar de opinión, fue después de aquella zurra, al ver su actitud dominante, cuando me decidí a contarle mi gusto por la sumisión, y que me gustaba un poco de Dominación, y que si le gustaba algo, no dudara en ordenármelo en vez de pedírmelo, que yo sabría satisfacerla. Me miró de forma extraña, pero no dijo nada.
El caso es que iba a irme después de comer, pero empezó a llover y ella me dijo que lloviendo no me iba a dejar ir a ningún sitio, yo le dije que me daba igual, pero sólo tuvo que hacer el gesto como de descalzarse como para que yo supiera que lloviendo no iba a irme a ningún sitio, así pues pasé la tarde hablando de mis gustos de dominación y sumisión light, todo ello aderezado con azotainas sobre todo con zapatilla, me gustaba la sensación de parecer estar secuestrado, follamos por última vez, en esta ocasión en el sofá, y cuando estábamos besándonos en la entrada despidiéndonos, le gasté una broma, y entonces como un rayo, subió la pierna, y bajando la mano, agarró una zapatilla , en esta ocasión era roja, una chinela abierta por detrás con un poquito de cuña ( probé 4 distintas aquel fin de semana), y me dijo.
-Espera que te vas a ir caliente… no quiero que cojas frío...
Y allí en la entrada de su casa me propinó la última zurra de aquel inolvidable fin de semana, cuando acabó con la tunda, me dio a besar la suela, como le había confesado horas antes que alguna vez había fantaseado.
Entonces besé aquella suela amarilla de goma, ella dejó caer la zapatilla al suelo, y yo me arrodillé y se la calcé en su pie, y volví a besar esta vez el empeine, y antes de que me levantara me dijo con voz autoritaria y sugerente a la vez.
-El sábado que viene te quiero aquí después de comer.
-Si Señora.
-A las tres me tomo el café, y me gusta caliente.
-Si Señora, no llegaré tarde.
-Más te vale.