Mi vecina discreta…(¡Qué poco discreta!) (3ª)

Ella, con las piernas abiertas, dejaba ver a través de la transparencia de sus “brasileñas” ese delicioso sexo: los labios de su vagina (¡que abultados!, ¡que colorcito rosado claro!) estaban perfectamente marcados

Ella, con las piernas abiertas, dejaba ver a través de la transparencia de sus “brasileñas” ese delicioso sexo: los labios de su vagina (¡que abultados!, ¡que colorcito rosado claro!) estaban perfectamente marcados  por la humedad combinada con la delicadeza del tejido. Sus pezones, redonditos pero bien empitonados luchaban por dejarse ver en su camiseta. Le agradecí su “apertura” para ayudarme a revitalizar mi rutinaria actividad sexual con mi mujer (no sé si mejor, pero más agradable que pagar una pasta a un psicoanalista con apariencia de "freaky", que está muy implicado en tu caso mientras te deja la factura a pagar a la secretaría). Fui recogiendo mi ropa sin perder de vista los movimientos de ella y su delicado, sensual y morboso cuerpo; como se agachaba y se le veía desde atrás todo el bulto de su coño adherido íntimamente a sus bragas (¡Carajo, la etiqueta de la prenda era de La Perla –como mínimo más de 60$ por pieza, ¡por una braguita!); como al mismo tiempo, su camiseta caía hacia abajo y aparecían entre sombras el perfil de sus senos; que redondito era su culito (sin mencionar poder ver de cerca, a menos de dos palmos, el contraste de las partes de sus nalgas morenas y el blanco provocado por su bikini) y el olor de su sexo caliente y sudado.

“Ramiro, eres un caballero adorable, ¡Envidio a tu mujer!, ¡Ojala los tíos que conozco y he conocido, tuviesen la combinación tan equilibrada de caballerosidad, porte y templanza” dijo con cariño.

“Clara, agradezco tus comentarios y me gustaría tener veinte años menos”, le respondí a Clara... ¿Qué coño estoy haciendo? Como siga por aquí ya me veo “encamado” con la hija de mis vecinos y a ver dónde me lleva todo esto.

Ella sonrió levemente, bajo la cabeza como azorada y la volvió a levantar a la vez que con su mano derecha apartaba su cabellera hacia un lado, mientras sus ojos brillaban y sus labios de un rojo más intenso (congestionados por la excitación, pensé)…Si al deseo se le pudiera dar forma de mujer concreta, ella sería el modelo a considerar. Mientras eso sucedía, lo sucedido me estaba poniendo como un preso tras años de encierro entre hombres…Mi lado más “animal” saldría a la luz: le hubiera agarrado por la cintura, le daría la vuelta y apartando su ropa interior se la hubiera metido la polla (en esos momentos, los eufemismos pene, miembro, falo no eran los que la cabeza pedía elegir) hasta el fondo de su cueva sin miramientos; empujando con rabia y agarrando con mis manos sus senos…

Con mucho esfuerzo de autocontrol, dije:

”Bueno Clara, me he de ir. Gracias por tu compañía. Ha sido un placer muy sorprendente y agradable poder conocerte mejor”…y descubrir tu cuerpo de ensueño (eso, está claro me lo callé). Finalmente, “maté” la noche con una clásica/políticamente correcta frase: “Mañana cojo el coche a primera hora para llegar a comer con la familia y debería dormir algo”.

¡Y un pimiento me iba a quedar con mi pollón (como llamarlo en mi estado, con  la dureza e hinchazón de mi entrepierna) sin darle gusto, ¡aunque fuera en soledad! Solo entrar en casa y sin encender las luces, me acerqué a mis observatorios en el pasillo y busque como nerviosismo su silueta…Si, si!, ahí estaba: fumando ya sin la camiseta, en el sillón y con las piernas abiertas; su mano ya estaba acariciando su pubis por encima de la tela de una forma más decidida y claramente encaminada al orgasmo; se estiró su íntima prenda desde el borde elástico de ésta y se adentró y encajó en su mojada raja; los labios vaginales, con un color más intenso brillaban debido a su flujo abundante, ligeramente viscoso y muy traslucido. Cerraba los ojos, mientras se mordía los labios. Yo me masturbaba muy excitado, con rudeza y rapidez. No sabía cuánto duraría la “película” y quería sentir mi estallido lo antes posible. Rápido fui al baño, tomé el aceite para niños que utilizaba mi mujer para nuestros “juegos” ( en ese momento algo lejanos en el tiempo) y vertí el aceite sobre mi capullo mientras estiraba hacia arriba la piel para que no vertiese fuera; abrí la ventana del baño y tuve una visión en primer plano de cómo se retorcía de gusto mi vecina mientras mi polla caliente, dura era frotada con rabia sobre el tronco y mi glande directamente (hacía mucho tiempo que descubrí la extrema y potente sensación de frotar la cabeza de mi pene al masturbarme con la piel completamente retirada de la punta). Su cigarrillo acabó en el suelo. La pasión dominaba cada poro de su piel y en cada rincón de su cuerpo. Necesitaba sus manos para darse el máximo placer: dos de sus dedos se deslizaban, haciendo círculos y movimientos de entrada y salida, dentro de su vagina mientras el dedo corazón de la otra mano frotaba con más delicadeza su clítoris.

Abrió la boca dejando caer su cabeza hacia atrás. Se oyó un gemido contenido pero de una duración muy larga y cerró con firmeza sus piernas atrapando sus manos en su sexo. Sus convulsiones fueron cesando, su respiración se iba recuperando, pero pequeños temblores agitaban aún sus piernas. Se llevó a la boca los dedos que se habían enterrado en su cueva y los sorbió con pasión…Me corrí unos segundos más tarde: el aceite de niños y mi semen se mezclaban en mi mano e iban cayendo al suelo. Sequé mi mano, la polla, el suelo y la pared del baño. Mi glande estaba muy rojo y sensible. ¡Qué corrida! La liberación de endorfinas (esas hormonas de placer que produce nuestro propio cuerpo) me sumió en una nube y luego en un sueño de lo más profundo.

“Hola Ramiro” me dijo mi suegro al bajarme del coche aparcado frente a la quintana familiar (mi suegro era un tío curioso –se forró con la chatarra en los ochenta y noventa del siglo pasado-). “Ha debido ser duro despedir a un amigo tan joven y de forma tan súbita”, remató. Mientras le daba un abrazo solo pensaba en cómo me afectaría con mi mujer lo vivido gracias a Clara.

Cuando crucé la puerta de la casa mi mujer, vino decidida a mí encuentro con paso tranquilo. Me abrazó con fuerza y cariño y me besó en la mejilla suavemente a la vez que me susurraba “Ya está corazón; ya pasó; llora si quieres, los niños están con mi madre en la piscina del jardín, abajo; y mi padre se va a acabar el primer plato”. Me sentía fatal: La ternura de mi mujer y la realidad de lo vivido; si bien no hubo “interacción sexual” directa, estaba claro que la pasión sexual había vuelto a mis “cabezas” (la de arriba y la de abajo) gracias a Clara y no a mi mujer. Las viandas y bebidas de la comida fueron una tabla de salvación para poder distraerme de mis recientes recuerdos con la vecina: una ensalada de bogavante con un toque de aceite perfumado con albahaca acompañada de un vino blanco Albariño frio pero no helado (fermentado en barrica de roble –que afrutado y que cuerpo-); mi suegra había preparado unos tortos de maíz con picadillo, queso y cebolla caramelizada; mi suegro se levantó y se fue a buscar un tinto del Bierzo (que agradable punto de fermentación)…La explicación tiene todo el sentido del mundo para mí: soy un hedonista (amante de los placeres y su disfrute) convencido y dosificado. La comida y el acompañamiento de vinos me hicieron olvidarme de otros pensamientos y preocupaciones. Por lo demás el atardecer discurrió con tranquilidad: busque mi camisa blanca de lino sin cuello y un único botó en medio del torso; y un pantalón de algodón que se cerraba con un lazo; y mis viejas sandalias de cuero. Me estiré en la tumbona y compartí un ron de Trinidad Tobago que le habían regalado al chatarrero de mi suegro con él.

Seguía caliente ¿estaba enfermo? Disfrutar de unas escenas como las que me ofreció Clara (por única vez en mi vida) y todavía tenía mi cabeza más sexo…el recuerdo de su sexo siendo masturbado de una forma tan íntima, natural y apasionada me venía una y otra vez a la cabeza. Ya era de noche y mi mujer y yo estábamos solos en la piscina. Mi mujer se llamaba Desiré (su madre nació en Venezuela de padre libanés y madre holandesa); mi suegro estuvo encantado de que la niña tuviera un nombre diferente a los clásicos de la zona. Por fin disfrutaba de su merecida tranquilidad: sin niños (ya dormían) y mis suegros (en el salón que daba al otro lado del jardín con la tele encendida pero dormidos ambos a tenor de sus ronquidos). Se levantó de la tumbona y dejo caer al suelo su traje ibicenco sin haberse quitado las sandalias con tacón. Había luna llena y la luz perfilo su cuerpo de espaldas a mí. ¡Mi madre! dije en voz baja, ese modelo de bragas me suenan (las de Clara eran iguales). Donde se habían quedado esas bragotas blancas sin un detalle sexy. Ostras, la jodida dieta que estaba haciendo había vuelto a delinear esas curvas acusadas: el culo había perdido flacidez; ni rastro de la doble cintura; los brazos más firmes y lineales. Me sorprendió su coño al agacharse para desabrocharse su calzado: bien depilado. Las coincidencias con Clara me llamaron la atención: el mismo modelo y marca de ropa interior, sexo depilado rematado con una delgada línea de pelo púbico como la vecina, no utilizar sostenes por casa (hasta ese día ni pensarlo, no quería que los años y la gravedad hiciesen caer sus grandes pechos)…Semanas más tarde las coincidencias fueron encajando y definiendo un argumento con sentido (ya hablaremos de ello otro día).

Me quedé en shock. No me dio ni tiempo a darme cuenta que tal como se había zambullido, salió de la piscina y se puso el traje blanco de lino sobre su piel mojada. Cuando vino hacia mí, sus pechos grandes pero altos pegados a su traje marcando todo su volumen, redondez y pezones muy oscuros (¡Tela! tras dos hijos musité); mientras otro detalle me iba calentado más: la tela a la altura de sus caderas se pegaba a sus “brasileñas”.

“Vamos arriba que ya es tarde” me dijo. Ni respondí. Le seguí embobado y empalmado de nuevo. No daba crédito, ¿qué le pasaba al universo femenino?, ¿sería el verano?, ¿qué le pasaba a mi hermano pequeño? Cuando llegamos al dormitorio, Desiré se fue a la terraza, a recoger las toallas de la piscina. Fui detrás como un perro en celo; la abracé y por detrás y la llevé hacia la barandilla de obra de la terraza.

No dijo nada pero note que la situación le placía ya que agarró con sus dos manos las muñecas de mis brazos que la rodeaban. Ladeo para atrás su cabeza. Sus ojos grises mirándome con deseo, su pelo negro, muy denso y corto dejaba su nuca y cuello al descubierto. En que momento se había cambiado de perfume; me resultaba conocido pero no vinculado a su piel. Abrí mi boca y la puse sobre el lóbulo de su oreja derecha: humedecí mis labios, deslice mi lengua por su oreja. Noté como su respiración se hacía más profunda y larga. Me subió las manos a sus pechos y las soltó para que yo hiciera mi parte mientras ella agarraba su vestido y lo enrollaba en su cintura. ¡Joder! Que calor emanaba su piel; como contoneaba sus caderas rozándose contra mi paquete. Mi mano derecha dejó por un momento de jugar, pellizcar suavemente su pezón y se fue a mi pantalón para deshacer el nudo del pantalón que cayó inmediatamente al suelo. Ni sé como conseguí quitarme mis calzoncillos bóxer.

La escena quedaba así: Desiré apoyada sobre sus antebrazos en la barandilla y desnuda de cintura para abajo con las sandalias de tacones puestas  y las braguitas como última barrera entre su sexo y el mío; mi mano derecha acariciando su sexo y vello púbico por encima y abandonándolo temporalmente para deslizar las yemas muy delicadamente por sus cadera y abdomen; el dedo corazón de mi mano izquierda dibujando círculos en espiral alrededor de sus pezones; la luz de la terraza a ras de suelo encendida resaltando su parte final de las nalgas e iluminando la curva inferior de sus pechos. Se giró, me cogió de la mano y me obligó a estirarme en la tumbona. Se bajó las braguitas delante mío con las piernas abiertas. ¡No mames!, ¡qué onda con la vieja! (recordando el léxico de un buen amigo mejicano). No le había acariciado su sexo de forma intensa pero las lágrimas de su néctar  brillaban en el inicio de sus muslos. Cuando ya me imaginaba una mamada de cine a cuatro patas con su grupa iluminada por la luna y agarrando con mis manos su cabeza para dirigirla a mi polla, me cambió el guion. Cogió el aceite solar y untó todo su culo con un vicio descarado, deliciosamente lento y exhaustivo; no acabó ahí derramó el líquido sobre el inicio de la raja de su culo; recogió el aceite con dos dedos y se untó la entrada de su ano, deslizando ligeramente dos dedos hacia su interior. Se volteó y derramó el aceite sobre la cabeza de mi polla. No salía de mi asombró. ¡Mi mujer me estaba preparando para que la penetrase por el culo!

Ya me imaginaba la imagen: ella de espaldas sentada sobre mi cintura; con su culo enfrente; y mi pene deslizándose lentamente por su ano hasta superar la parte inicial de su entrada y relajarse la presión hacia fuera de su esfínter sobre mi pene. Otra vez me equivoqué: se sentado de cara a mí. Agarró mi polla y la apoyo en la entrada de su ano dejando que el peso de su cuerpo hiciera el resto. Cuando reconocí la sensación de colarme del todo y estar atrapado dentro de su culo se dejó caer hacia atrás. Apoyó su cuerpo sobre un codo y mientras deslizaba su culo sobre mi cintura y muslos. La mano libre empezaba a acariciar sus labios vaginales de una forma muy premeditada: su dedo índice y corazón, se movían arriba y bajo por los labios exteriores de su vulva hasta tocar mis huevos; tras un rato de manoseo de su vulva por fuera y a medida que mi respiración se aceleraba, hundió un dedo en vulva hasta el fondo; no solamente se daba placer ella, sino que sentir su dedo sobre mi polla a través del  interior de su coño me puso a cien.

Exploté en su culo. Desiré frotó directamente, en círculos su clítoris con los dedos mientras notaba los chorros de leche caliente en su interior y seguía cabalgándome cada vez más aceleradamente. Cuando se vino, cayó sobre mi pecho y fui notando las contracciones de su vagina que fueron expulsando mi polla de su entrada posterior.

“Cariño, que placer más alucinante me has dado. No solo ha sido lo que sentía en mi polla, era la lujuria con que te has comportado. Con todo el respeto del mundo, no creo que muchos hombres puedan haber disfrutado nunca de una PUTA tan viciosa que es a la vez su mujer” concluí. La besé suavemente sobre su pelo sudado y la abracé.