Mi vecina Clara

Siempre he deseado a mi vecina Clara. Un fin de semana pasó algo que llevaba mucho tiempo deseando...

Clara era una chica sencilla que vivía en los límites de un pequeño pueblo colindante a Barcelona. Era rubia, con el cabello ondulado y largo que le llegaba hasta la cintura. Sus ojos eran color miel, y su sonrisa era embriagadora. Siempre me había gustado, y cuando los dos éramos más jóvenes, siempre había imaginado que después de la escuela o del instituto, le pediría que fuese mi novia.

Éramos vecinos, aunque desgraciadamente, unos completos desconocidos el uno para el otro. La había visto crecer entre mimos y regalos de sus padres, y para mí, que había crecido sin ningún capricho, me hacía desearla a ella y a todo lo que la rodeaba. Nunca había podido cruzar una palabra con ella, por timidez y porque todos los demás niños iban detrás de ella. Evidente. Además de guapa, era carismática y muy simpática. Aún así, no tenía más que bondad, no era la típica chica que ninguneaba a los que parecía que estaban por debajo de ella. Y eso hacía que me gustara más.

Poco a poco, nos hicimos mayores; ella fue a una facultad diferente de la mía, y ya sólo la veía en ocasiones cuando volvía de la ciudad donde estudiaba, ya que estudiaba en Madrid, y no volvía todos los fines de semana a casa. Me contentaba con mirarla a través de la ventana cuando estudiaba, o cuando leía.

Un año después de terminar la universidad, aproximadamente, me encontraba en Barcelona por trabajo. Me había instalado en un pequeño piso al acabar de estudiar porque me habían cogido para trabajar al acabar de estudiar. Ese fin de semana iba a volver a mi pequeño pueblo para visitar a mis padres y ver cómo iba todo. Como de costumbre, al coger el coche, me acordé de Clara, y de su pelo y su sonrisa. Pero también pensé en cómo había ido cambiado durante todos esos años. Se había vuelto más mayor, más madura; pero sobre todo, había cambiado en su forma física. Ya no me gustaba sólo porque era simpática, guapa y sonriente. Ahora, sus curvas me hacían desear hasta el último poro de su cuerpo. Tenía unos labios carnosos que adoraban sus perfecto pecho, redondo, jugoso. Su cinturita de avispa y las camisetas que se ponía hacían que sobresaliera, pues era grande, y en más de una ocasión me imaginaba cómo debían ser sus tetas debajo de aquellas camisetas tan ajustadas. A todo esto, debía añadir que sus largas piernas torneadas y siempre tostadas al color del sol me volvían loco.

Llegué a la casa de mis padres por la tarde, a eso de las siete y media, y me encontré con que no había nadie en casa. Así que lo primero que hice fue deshacer las maletas, ponerme cómodo y salir al pequeño jardín que rodeaba la casa. Estaba cercado por una valla blanca no muy alta que dejaba ver los patios de los vecinos,  y lleno de flores que mi madre cuidaba con toda su dedicación. Me senté en una hamaca próxima, y me puse a leer el libro que había traído conmigo. Un suspiro me alertó de que en el jardín de al lado había alguien. Mi corazón se aceleró cuando la vi. Seguía igual de guapa que siempre, pero tomando el sol en un pequeño bikini y medio dormida, se veía espectacular. Empecé a notar que mi pene empezaba a ponerse dura al mirar a Clara y a sus bamboleantes tetas que parecían a punto de estallar bajo ese pequeño trozo de tela. Empecé a sudar y a tocarme por encima de los pantalones que llevaba. No podía evitarlo, viéndola como estaba, era toda una provocación. Su pelo, encima de sus hombros; el sudor, cayéndole por el canalillo hasta casi llegar a su coño… Era demasiado. Así que con cuidado me saqué el pene del pantalón y empecé a masturbarme.

Me daba tanto placer hacerlo mirándola a ella… Muchas veces lo había hecho pensando en ella, pero ahora la tenía delante para imaginarme que empezaba a besarla, a acariciar esa piel sudorosa, esas tetas redondas y duras, ese coño que seguro que estaría mojado… No pude aguantar más y exploté. Un chorro de semen  salió manchando mi pantalón. De pronto, me asusté, porque oí que alguien llegaba a casa, mis padres. Me levanté rápidamente y me limpié como pude con el libro que había traído. En ese momento mis padres salieron al jardín.

-¡Hijo! ¡Qué pronto has llegado!-Dijo mi madre con una sonrisa.- No te esperábamos hasta esta noche.

Nos abrazamos los tres y hablamos sobre cómo me iba el trabajo, la vida…todo. De pronto, mi madre dirigió la vista hacia donde estaba Clara.

-¡Clarita, hija, ¿qué tal estás!?

Me giré para mirarla una vez más, y me di cuenta de que ella nos miraba desde la tumbona desde donde estaba, como si llevara tiempo despierta, y se dirigió hacia nosotros con una sonrisa y sus tetas moviéndose. Eso me alertó. ¿Me había visto masturbándome con ella?

-Hola, Julia.-Saludó a mi madre.

-¿Has venido este fin de semana?

-Sí, es que echaba de menos a mis padres, pero resulta que se han ido de viaje y ni me habían avisado.-Dijo riéndose.

-¡Dios mío!-La secundó mi madre.- Bueno, de todas maneras, si mañana estás aburrida, puedes salir con Jaime; es que mañana por la noche tenemos una boda en Barcelona, y no volveremos hasta el domingo.

Clara me miró, como si fuese la primera vez en su vida. Me sonrojé pero le aguanté la mirada.

-¿Este es Jaime?-Dijo sorprendida.-No lo recordaba así, ha crecido mucho.

-Como todos hija,-Se rió mi madre.- todos os hacéis mayores.

-Pues bien, Jaime, mañana a las diez pásate por mi casa y así tomamos algo, si quieres.-Se ofreció Clara con una sonrisa.

-Claro.-Medio tartamudeé.

El resto de la noche, incluso cuando ya estaba en mi cama supuestamente durmiendo, no podía pensar en otra cosa que no fuese que en menos de 24 horas iba a estar con la chica que más me calentaba en el mundo y con la que me había hecho la mayoría de pajas de mi vida.

Al día siguiente, sábado, no fue muy diferente. De hecho, estaba mucho más nervioso que el día anterior. Mis padres se fueron después de comer, pronto, y yo me fui directamente a la ducha. Me di un largo baño y me lavé de arriba abajo. A pesar de que estaba haciendo todos esos preparativos, no estaba seguro de que fuese a pasar algo.  Que me hubiese invitado a su casa podía haber sido causa de la insistencia de mi madre, por no quedar mal. Pero yo también tenía un problema, y se llamaba Laura. Una morena pechos pequeños y sonrisa traviesa con la que llevaba saliendo un año y poco. Ni siquiera se la había presentado a mis padres, y no estaba muy seguro de si la quería; pero teníamos un sexo estupendo. Era un as en la cama y muy guarra. Me hacía todo lo que le pedía, y no tenía quejas. Pero si se me presentaba Clara a tiro, no iba a decirle que no.

A las 10 en punto salí de mi casa perfectamente arreglado. Llamé a su puerta y me abrió enseguida y me invitó a pasar al salón. Estaba radiante: el pelo rubio recogido le caía como una cascada por la espalda, sus labios relucían y llevaba un vestido palabra de honor ajustado y de un color blanco impoluto que le llegaba hasta los muslos.

Cenamos muy a gusto, mientras yo no hacía más que fijarme en sus ojos, sus labios y su canalillo. Era una chica divertidísima, con millones de anécdotas. Después de cenar, nos sentamos en el sofá del salón para ver la televisión y hablar más calmadamente con la botella de vino que había traído yo por consejo de mi madre. Cuanto más avanzada la noche, menos vino quedaba y más calor hacía. Yo me había remangado las mangas de la camisa, y ella iba subiéndose el vestido cada vez más. Cuando se acabó el vino, Clara me propuso beber unos combinados, y no pude negarme. Cada vez estaba menos nervioso, y tenía más ganas de que pasase algo entre Clara y yo.

Cuando Clara volvió con las botellas, pegó un traspié debido a la embriaguez, y acabó encima de mí, dejando sus tetas delante de mí, mientras se reía por su desliz. Me empecé a poner cachondo. Tenía a Clara sentada encima de mi, su culo tocando mi polla, y sus tetas acariciando mi cara. No pude evitarlo, y enseguida estaba completamente empalmado. Ella debió notarlo, porque se quedó mirándome expectante, y sonrió picaronamente.

-Parece que algo está muy duro por aquí…

No pude evitarlo, y me dejé llevar. La besé en los labios, y me supo a gloria. Nos besamos los dos con todas nuestras ganas, tocando nuestras lenguas. Empecé a acariciarle la espalda intensamente, hasta que llegué a su culo rotundo. Empecé a tocarlo y a estrujarlo mientras la besaba desesperadamente. De pronto, estábamos en el suelo, ella encima de mi.

Empezó a quitarse el vestido desde abajo, mostrando el pequeño tanga que llevaba y los pelillos rubios que escapaban de la tela. Siguió, hasta que por fin, se quitó el vestido, y sus tetas aparecieron ante mi como una ilusión. Eran perfectamente redondas, prietas y grandes, como a mi me gustaban. Empecé a manosearlas enérgicamente, y luego le empecé a pellizcar los pezones. Clara gemía insistentemente mientras seguía con mis manoseos. Después empecé a besarle las tetas y a chupárselas con mi lengua alrededor del pezón. Clara estaba desatada. No me imaginaba que fuese tan entregada en la cama.

Clara me susurró que ahora era mi turno, y bajo hasta mi pantalón mientras yo me quitaba la camisa. Me desabrochó y bajó la cremallera, y luego me quitó los pantalones. Se podía apreciar lo cachondo que estaba por el bulto que se veía en los calzoncillos. Ella sonrió para sí y me los bajo, dejando mi polla erecta a su vista.

-Dios, qué grande la tienes, y cómo me pones, cabrón.

Después de decir eso, se la metió en la boca de una vez, y sentí una oleada de excitación que era sobrehumana. Se la introdujo hasta la garganta, y después se la sacó y empezó a pasarle la lengua, de arriba abajo. Después siguió lamiéndola con absoluto placer. Siguió unos minutos más así, y cuando ya no pude más, hice que se la metiera en la boca y ella aceptó, con gusto. Después empecé a marcarle el ritmo que quería que siguiera azuzándola con la mano. Mi polla entraba y salía de su boca cada vez más rápido, con gran placer.

-Te gusta así, ¿eh, guarra? Tengo unas ganas de follarte increíble zorra. ¿Qué eres?-Le pregunté, preso de mis instintos.

Sacó mi polla de su boca y me respondió, cachonda:

-Soy tu putita, y me gustaría que me la metieses hasta el fondo.

Esa respuesta inesperada me puso todavía más cachondo. La senté delante de mi y le quité el tanga bruscamente. Empecé a lamerle el coño con mi lengua. Se notaba que estaba disfrutando porque me cogía del pelo y me invitaba a seguir. Se lo lamí hasta que no pudo más y acabó teniendo un orgasmo. Pero eso no la paró. Se puso a cuatro patas y meneó el culo como una auténtica puta esperando a que mi polla le entrara en su coño preparado para la acción. Se la metí de una estocada y ella gimió de gusto como una perra. Empecé a follármela cada vez más rápido y más fuerte, hasta que no pude más y me corrí dentro de ella, sin poder evitarlo.

Sin darme descanso alguno, me hizo levantar y me di de bruces contra la pared. La cogí subiéndola hasta  mi polla porque ella no hacía más que pedirme que la follase. Empecé a follármela contra la pared de la casa de sus padres subiéndola y bajándola de mi polla hasta que no pudimos más y los dos nos corrimos entre gemidos y sudores.

Después nos dimos una ducha juntos, y nos fuimos a dormir juntos en la cama de sus padres.  No me podía creer que estuviese durmiendo junto a Clara, la chica que me gustaba desde que era un crío, y que hubiese pasado lo que acababa de pasar en el salón.

Cuando me desperté por la mañana, estaba solo en la cama. En el lado donde había dormido Clara había una notita donde había escrito un mensaje para mí:

“Buenos días, campeón. He tenido que salir por un asunto urgente de trabajo. Espero que nos volvamos a ver en otra ocasión.

PD. Tomo la píldora”.

Salí de la casa de mi vecina con la notita y con una leve sensación de superioridad. Ese mediodía, comí con mis padres, que habían llegado de Barcelona esa misma mañana. Les dije que la próxima vez que viniese les presentaría a mi novia, Laura. Se alegraron mucho por mí.

Al caer la tarde, me despedí de mis padres y me marché a Barcelona. Al llegar, rompí la nota de Clara y subí a mi casa para ver a Laura.

Estaba esperándome. Esa noche, tuvimos un sexo impresionante. No volví a saber de Clara.

Saezga.

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