Mi vecina Candela (2: La pasión)

Cogí su mano y le chupé un dedo, que luego acerqué a mi rajita para que la tocara a su antojo. Candela me tocaba deliciosamente por debajo del short, primero introducía su dedo con profundidad, haciéndome gemir de placer, para después sacarlo y restregar mis jugos mediante movimientos circulares por mi clítoris, que iba a estallar de un momento a otro.

Mi vecina Candela. 2ª parte. El deseo.

-Lucía, no sufras, este chico no sabe querer a nadie. Lo único que le importa es lo que puede sacar de los demás, y normalmente solo espera tener sexo, como casi todos los hombres.

-Pero Candela, yo eso lo entiendo y lo respeto. No tenemos 15 años para andar con remilgos. A mi no me hubiera importado en absoluto mantener una historia puramente sexual con él. Lo que me duele es el engaño, que me haya tomado el pelo de esa forma-

-Esa es la gran diferencia con las mujeres y los hombres. Nosotras somos más naturales. Sabemos disfrutar perfectamente del sexo, sin tabúes, y además respetar a nuestros compañeros, incluso implicarnos afectivamente con ellos si se da el caso, ¿no crees?-

-Si, estoy de acuerdo. A veces pienso que todo sería mucho más fácil si me gustaran las mujeres-

Candela me miraba sin inmutarse, pero no apartaba sus ojos de mis facciones. Por un momento pensé que me estaba leyendo la mente. Y es que desde que había llegado a mi casa yo me encontraba extrañamente inquieta teniendo a mi bella vecina tan cerca.

-Sé que me miras desde tu ventana, Lucía. Se que te atraigo, se te nota. Pero tranquila, no pasa nada. Nuestro vecino me avisaba cuando ibais a estar juntos para que me asomara a veros haciendo el amor. Así que estamos en paz, j aja j a ja.

Su risa era maliciosa, pero de una dulzura y una naturalidad que no dejaban de encandilarme, a pesar de la turbación del momento.

-Yo...- Realmente no sabía que responder. A esas alturas me había olvidado totalmente de mi decepción amorosa, y de todos los hombres del universo. Solo podía pensar en Candela, en su voz, en su profunda mirada que me desarmaba, en su piel canela que desprendía un perfume como a crema para después del sol.

Candela continuó con sus confesiones.

«Pablo me dijo que eras muy sensual, muy apasionada, pero demasiado sentimental como para separar el sexo del amor. Así que, aunque le propuse que fuéramos los tres amantes, él me dijo que no quería arriesgarse a perderte, que te quería para él, y se alejó de mi para disfrutarte, dejándome sola y desconsolada.

Luego empezó a avisarme de cuando quedaba contigo, en un juego un poco sádico.

Al principio me enfadaba, me moría de celos de que ya no quisiera jugar también conmigo. Pero la satisfacción de observar vuestros encuentros era para mi mayor que el dolor por los celos.

En seguida empecé a notar cómo me mirabas alguna tarde desde tu cuarto. Yo me hacía la desentendida, pero Pablo me había contado de tus fantasías sexuales con mujeres, y desde entonces no podía dejar de pensar en tí, día y noche. Me pasaba las tardes esperando que llegaras para asomarme a la ventana y que salieras a mirarme».

Me estaba poniendo tan nerviosa que, como si no hubiera escuchado nada, me levanté para ir a la cocina a traer algo de beber. Candela se levantó detrás de mí, y a la altura del pasillo me paró desde atrás y me dio la vuelta delicadamente.

-Yo nunca le he contado nada a Pablo de que me gusten las mujeres, Candela. Si te miraba es porque me gusta mirarte, nada más- Le expliqué avergonzada y muerta de miedo ante la situación. Pero mis ojos, que por momentos bizqueaban de las ganas de besarla, me delataron, y Candela se acercó más todavía.

Estuvimos un rato rozándonos la piel del rostro. Mejilla contra mejilla, casi sin tocarnos, empezamos a olernos el cuello, rozarnos las pestañas, siempre como a punto de besarnos. Estaba tan deseosa de acercarla de una vez que se me escapó un gemido casi imperceptible que Candela apagó besándome en los labios con pasión.

De repente estábamos juntando nuestras lenguas y nuestros labios, suspirando de pasión como dos desesperadas. Mientras, nuestros cuerpos iban pegándose instintivamente, como buscando aliviar las palpitaciones de nuestros sexos, que se abrían ardiendo a la nueva experiencia.

Me alejé de ella de repente, la situación me estaba desbordando, y me dirigí deprisa a la cocina a traer té frío. Cuando regresé, Candela estaba en el sofá, más bella si cabe, y yo me volví a sentar en la butaca frente a ella.

Empezamos a hablar de lo que había pasado, y de nuestras fantasías con mujeres.

-Yo soy heterosexual, Candela. Siempre he tenido relaciones muy satisfactorias con los hombres, aunque desde que te conocí, me provocaste una sensación extraña que nunca había sentido-

-Yo también era hetero, Lucía. Pero en una fiesta en la que nos pasamos un poco, acabé haciendo un trío con mi novio y una chica, y al final lo dejamos a él para seguir nosotras por nuestra cuenta-

Me estaba poniendo super cachonda la cabrona ésta, como continuara hablando de esos temas iba a acabar corriéndome sin tocarme siquiera.

-Yo reconozco que a veces he tenido fantasías sexuales con mujeres. Pero la culpa es de los hombres. Se creen que por haber visto unas cuantas películas porno, llenas de mete-saca y felaciones, ya saben follar. Y lo único que hacen para darnos placer es frotarnos el clítoris hasta dejarnos sin sensibilidad, y así no hay forma de disfrutar. Por eso me pone tan cachonda ver a dos mujeres acariciándose, besándose, lamiéndose, buffff, eso sí que tiene que ser disfrutar.-

Mientras hablaba, me había ido reclinando en la butaca de manera que estaba totalmente a merced de Candela, con los shorts dejando notar mi rajita hinchada de lo cachonda que estaba.

Mi vecina me miraba con ganas de comerme, con un brillo de lujuria en los ojos que casi me atraviesa. Y sin avisar, de repente se abalanzó sobre mí, atrapando mis genitales con sus gruesos labios por encima de mi ropa interior. Le agarré la cabeza antes de morirme del gusto, y la aparté, agachándome para besarla de nuevo. Nos levantamos las dos y empezamos a tocarnos por todos sitios.

Cogí su mano y le chupé un dedo, que luego acerqué a mi rajita para que la tocara a su antojo. Candela me tocaba deliciosamente por debajo del short, primero introducía su dedo con profundidad, haciéndome gemir de placer, para después sacarlo y restregar mis jugos mediante movimientos circulares por mi clítoris, que iba a estallar de un momento a otro.

La aparté un poco, estaba loca por ver sus pechos. Así que bajé los tirantes de su vestido azul, y salieron dos enormes tetas morenas, con las puntas rosaditas, que me invitaron a meter la cara entre ellas, acariciando sus pezones con la punta de mis dedos, mientras con la lengua lamía toda su redondez.

Estábamos deseando rozarnos, como sea, darnos todo el placer que demandábamos. Yo ya no sabía qué hacer, estaba desesperada por sentirla cerca, su aliento, su mirada, su voz que erizaba mi piel. Asi que la senté en la butaca y me coloqué encima de ella. Como si la estuviera follando, empecé a restregarme con ella mientras nos acariciábamos los pechos, chocando nuestros pezones, que se buscaban al igual que nuestros chochitos.

Dejamos de besarnos para observar nuestras caras de placer y gemir sin ningún pudor. Yo me movía acompasadamente, haciendo círculos sobre ella, como cuando follaba con Pablo, solo que esto era mucho más morboso y placentero.

Era increíble notar como su coñito se acoplaba al mío, como atrapándolo, mientras nos retorcíamos de placer.

-Ohh, Candela, me voy a morir de placer. Déjame que te folle así, me voy a correr en dos segundos como siga. Qué buena estás, joderrr, que gustooo. Acerca tus tetas a mi cara, quiero sentirlas, chuparlas mientras noto tu chocho ardiendo dentro del mio.

Ahhhh, ahhh, que gusto, Candela. Espera, espera, no te muevas ahora, que me corro, me corrooooooo-

La cara de Candela se iluminó mientras yo estallaba en mi primer orgasmo con ella. Aún seguía teniendo espasmos de placer cuando a ella le llegó el suyo, y empezó a apretarme fuerte fuerte contra ella, mientras rozábamos nuestros pechos y me mordía los hombros para no gritar.

Continuará.