Mi vecina candela (1: el encuentro)
Tenía un atractivo inusual, con fuerza. Y su mirada parecía esconder un secreto que, fijándote en sus labios carnosos, era inevitable relacionarlo con el más instintivo deseo.
Mi vecina Candela (1ª parte. El encuentro.)
Me había pasado toda la tarde llorando. No me podía creer que alguien me hubiera utilizado de nuevo, y de una forma tan ruín. Aquel chico había entrado en mi vida de una forma tranquila, sin ofrecer ni esperar nada. Pero fuimos compartiendo tantas cosas que ya no podíamos pasar el uno sin el otro.
Nos habíamos visto sin pretenderlo envueltos en una pasional historia de emociones, que por momentos nos volvía locos de tanta intensidad. Cuando estábamos juntos el tiempo se paraba, y los problemas desaparecían instantáneamente. Nos sentíamos fuertes, unidos por un halo misterioso que nos anestesiaba ante todo lo demás.
Después la cosa cambió, en realidad yo no le interesaba lo más mínimo, ni siquiera mi compañía. Había fingido rastreramente todos aquellos meses sentir algo especial, incluso estar enamorado de mí. Todo había sido una simple argucia para satisfacer sus necesidades sexuales y afectivas, sin ninguna implicación afectiva por su parte. Había sido puro egoísmo y engorde de autoestima, a costa de la mía.
Podíamos haber pactado una historia sexual muy placentera desde el principio, pero prefirió jugar conmigo, utilizarme, porque así era mucho mas divertido. Me había denigrado no solo como mujer, sino como persona. Y para mi era demasiado decepcionante pasar por tal humillación a aquellas alturas de la vida.
-Qué asco me dan los hombres-, pensaba mientras mi vecina de enfrente subía la persiana, supongo que tras despertarse de una siesta.
Asomada a la ventana, con todo el rimel corrido, los ojos hinchados y la nariz roja, mi vecina debió fijarse en mi mala cara y decidió abrir su ventana para preguntarme si me pasaba algo.
-Es solo que he tenido una mala experiencia. Ya sabes, cosas de hombres, que son unos cerdos. Pero gracias por preguntar, eres muy amable- Contesté elevando la voz para que me escuchara bien.
Jamás había hablado con esa chica desde que me mudé a este apartamento hace un año.
La había visto muchas veces asomada a su ventana observando el paisaje con la mirada perdida. Siempre me había llamado la atención su largo cabello ondulado, que brillaba en destellos dorados cuando le daba el sol de frente.
Tiene los ojos profundos, de color castaño. Sus anchas cejas le dan personalidad a su mirada, enmarcándola y acentuando su misterio.
De tez oscura y rasgos redondeados, parece una diosa egipcia, seria, meditabunda, voluptuosa.
-¿Te ha pasado algo con el vecino del cuarto?- Me preguntó maliciosamente interrumpiendo mis pensamientos sobre ella.
-Pues si, ¿como lo sabes?-
-Tenemos mucho de qué hablar, ¿me invitas a un café?-
A los diez minutos ya estaba llamando a la puerta. A mi solo me había dado tiempo a pegarme una ducha rápida, así que tuve que abrirle a medio vestir, con los shorts y una camiseta.
-Disculpa que no me haya vestido, necesitaba darme una ducha, y has llegado muy rápido-
-No pasa nada, hace mucho calor para andar con ropa-
Nos sentamos en el sofá, pero me resultaba tan incómodo tenerla a un lado que preferí sentarme frente a ella, en la butaca. Así era como si la tuviera observando de frente en la ventana, algo a lo que estaba acostumbrada, y me gustaba hacer a menudo.
-¿Como sabías que me ha pasado algo con el vecino del cuatro? ¿Lo conoces?-
-Sí, lo conozco desde hace tiempo, fuimos amantes. Solo que cuando llegaste tú a vivir aquí la cosa cambió, y dejamos de vernos-
-Vaya, no lo sabía- Confesé avergonzada.
Resulta que había dejado de verse con ella por estar conmigo. Era algo sorprendente, porque aquella muchacha era realmente una belleza. Tenía un atractivo inusual, con fuerza. Sus rasgos, redondeados pero marcados, la hacían parecer de carácter. Y su mirada parecía esconder un secreto que, fijándote en sus labios carnosos, era inevitable relacionarlo con el más instintivo deseo.
-Me llamo Candela, y sé muchas cosas de tí- Me confesó de repente.
Yo estaba alucinando, así que con la mirada le di permiso para continuar.