Mi vecina - 4 -
Julián y Mónica establecen con el tiempo algo parecido a una relación
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Dormí bien, pero muy confundido. Tuve un sueño que no conseguía recordar, probablemente erótico porque me levanté sexualmente excitado. No conseguía sacarme de la cabeza la escena que tuvimos el día anterior Mónica y yo. Hacía tanto tiempo que no me había despertado erecto que estaba realmente extrañado. Mi ex mujer había conseguido castrarme en el peor lugar posible, en la cabeza. Solo cuando vine aquí, ya fuese por la ciudad o por mi vecina había recuperado esa parte de mi vida. Tenía que agradecérselo a Mónica. Todo había sido consentido y espontáneo pero no lograba quitarme la sensación de que me estaba aprovechando de ella. Después de darle muchas vueltas me di cuenta de que me faltaban datos, dejaría que la situación llevase su curso y evolucionara sin forzarla a nada. Ante todo no quería perder su amistad porque se había convertido en muy poco tiempo en alguien muy preciado para mí, parte de mi nueva vida. Verla todos los días me alegraba y no podía mentirme. Me gustaba sentir sus besos y sus abrazos, eran esa parte del día que esperaba con ganas.
Y además... bueno, la felación había sido increíble. Parecía una profesional de las caras. No soy un habitual pero algunas veces estuve con prostitutas y solo dos consiguieron acelerarme del modo que lo hizo Mónica con una felación.
Se acercaba la hora de comer. No soy un gran cocinero pero traté de esmerarme porque quería agasajar a Mónica. Preparé una ensalada con muchas cosas. Suelo hacerla juntando todo lo que pillo que no se haya puesto malo, terminó siendo algo parecido a una ensalada césar, con trocitos de pollo, lechuga, tomate, cebolla, atún, algunas aceitunas, tomates cherry (a pesar de que llevaba algo de tomate normal) e incluso un pequeño kiwi en trocitos muy pequeños que añadí antes de que se pusiese malo. Suele quedar mejor con salsa tipo mayonesa pero no me fiaba de mis capacidades culinarias para hacerla así que tendríamos que aliñar con aceite y vinagre. Estaba cocinando lubina a la plancha de segundo cuando sonó el timbre de la puerta. Me apresuré a abrir, era Mónica. Abrí y volví corriendo a la cocina para que no se quemase el pescado.
Hubo una pequeña confusión porque ella quería abrazarme nada más entrar y pensó que la rehuía. Verme apresurado, vigilando el pescado, la apaciguó rápidamente. Cuando saqué el pescado y lo puse en una fuente se me echó encima. Aquello, realmente, no parecía ya un abrazo. Apreté sus posaderas sin cargo de conciencia y me abandoné al beso. No hice ningún avance pero no me corté un pelo. Cuando paramos a respirar los dos jadeábamos de excitación. Vi en Mónica que aquello no había terminado, me dio la espalda y cogiendo mis brazos se envolvió en ellos apretando descaradamente su trasero sobre mi erección. No se limitó a ello, puso mi mano izquierda en su pecho y el derecho... lo usó para acariciarse la entrepierna. Jadeaba mientras me usaba para pajearse. Llevaba unos leggings que dejaban sentir todo y de echo comenzaron a empaparse cuando escuché el primer gemido. Metió mi mano por debajo de la tela, no llevaba bragas y sentí por primera vez su suave coñito. Se masturbó a dos manos, entre la mía y la suya. En ello estábamos conjuntando sus gemidos con los roces de su trasero en mi erección que me llevaban al cielo, cuando giró su rostro todo lo que pudo hacia mí. Estaba pidiendo claramente que le comiese la boca y no me reprimí metiendo mi lengua en su boca batallando con la suya por el dominio y control del espacio. Me estaba volviendo loco. Con osadía busqué el interior de su vagina e introduje mi dedo medio en su cavidad sedosa engarfiando y rozando, rozando... se corrió llenándome los dedos de humedad.
- ¡Qué ricoooo! - dijo relajándose de golpe. Se estiró como una gata y dio un par de saltitos - Gracias. ¿Qué hay de comer?
Estaba literalmente más caliente que el palo de un churrero. Intuí que si la hubiese llevado al cuarto para follármela hasta cansarme no se opondría. Pero esa sensación de estar aprovechándome me avasalló y preferí quedarme con el dolor de huevos.
Distribuí la comida en los platos mientras ella iba al baño, imagino que para limpiarse aunque fuese un poco. Tardó en volver, ya había puesto toda la mesa y estaba todo listo cuando lo hizo. Traía unos pantalones cortos de deporte míos.
- Póntelos - Me dijo con una sonrisa – Esos vaqueros no son lo más cómodo para estar en casa
Estaba algo enfadado por haberme dejado a medias y ahora me venía con esas, había mirado en mi cuarto, entre mi ropa y tenía la desfachatez de decirme qué me tenía que poner. Como un niño cabreado, en vez de irme a mi cuarto, me cambié allí mismo, bajando a propósito los calzoncillos junto con los pantalones. Si tenía que estar cómodo se estaba mucho mejor sin ropa interior.
- ¡Qué bonita! - Dijo como si estuviese viendo una puesta de sol, mirando descaradamente mi polla. Además la tenía bien erecta por la situación que habíamos vivido hace un momento.
Me puse los pantalones de deporte y nos pusimos a comer. Era evidente que para ella el momento de tensión sexual se había terminado. Tenía que acostumbrarme, pensé, a escenas como esta, imprevisibles.
Pero era imposible hacerlo. Mónica es imprevisible y la sola palabra implica que siempre te va a coger de sorpresa. Por lo menos aprendes a no sorprenderte o a aceptar las sorpresas. Esa capacidad, me di cuenta, era parte del encanto de Mónica. Se le cayó un tenedor al suelo, ya prácticamente habíamos terminado de comer. Se agachó a recogerlo, pero nunca vi que se levantase para volver a sentarse.
De repente una mano me bajó los pantalones de deporte. Ahí comprendí porqué quería que me los pusiese. Con mis vaqueros no me hubiera podido sorprender igual. Sentí su boca en mi glande. Mirando hacia abajo pude verla sonriendo mientras me sujetaba la polla.
¿Te apetece? - Era igual que el día anterior
Sí – respondí sinceramente deseoso
Pues voy a tomar el postre
Comenzó la felación, era increíble. Cogió mi mano y me la colocó en su nuca.
- Márcame el ritmo, cariño – Me dijo sonriendo.
Me quedé de piedra. Hay mujeres que te lo permiten hacer pero, ¿qué mujer te pone tu mano en su cabeza? Se me fundieron los plomos. Sentía cómo se adaptaba al ritmo que le transmitía.
Me bajó un poco más los pantalones, haciendo que me sentase un poco más en el borde de la silla y con una mano me acarició los huevos mientras su boca me presionaba la polla realizando succión unas veces, dando mordisquitos que me ponían los pelos de punta otras hasta vencerme completamente. Entonces hizo que me levantase, me puso las manos sujetando su cabeza, me engulló hasta tocar con la nariz la raiz de mis huevos. Me sacó de ella un solo momento para decirme algo que me dejó completamente roto.
- Fóllame la boca
Volvió a tragarme entero. ¿Qué mujer te dice eso? ¿En qué mundo, en qué dimensión encuentras una mujer que te deje hacer eso sin ser una película porno? Como no reaccionaba volvió a sacarme de su boca
- Venga y hazlo fuerte
No lo creía. Lo hice, comencé a oscilar mi cadera, viendo mi polla entrar y salir de su boca, poco a poco al principio y más rápido después. Alucinaba, me sentía un actor porno. Si nos hubiesen rodado habríamos podido sacar un buen dinero por la grabación. Me sentía crecer y crecer... cabalgaba hacia mi orgasmo.
Me corro – Le avisé para retirarme pero ella me sujetó con fuerza y no me dejó hacerlo. Exploté en su boca, como un animal. ¡Qué locura! Me relajé un poco aturdido y me volví a sentar en la silla. Si ya se me habían fundido antes los fusibles, lo que vi después me voló completamente la cabeza. Mónica mostraba lo que todavía quedaba de mi corrida en su boca y se lo tragó. Lo hizo para que yo lo viese, era evidente.
Estás muy rico, repetiré algún otro día.
Y volvimos a la normalidad. Pasamos un rato más tomando un café y viendo algo en la tele hasta que se tuvo que ir a estudiar y yo aproveché para escribir algo. Mi novela avanzaba a buen ritmo. Venir a Vetusta había sido una buena idea desde ese punto de vista pero más que Vetusta, deduje, lo mejor era Mónica. Me sentía de nuevo un chaval.
El tiempo pasaba. No llegamos nunca a follar, parecía que aquello era un límite del que ninguno habló pero que teníamos en cuenta. Siempre dejaba que empezase ella pero, tal como me había prometido hacer, no iba a detenerme ni a buscar excusas. Poco a poco me di cuenta de que me estaba enamorando y aunque viviesemos en casas diferentes conocíamos la del otro mejor que muchos novios. Casi se podía decir que éramos pareja. Transcurrieron un par de meses en los que fui bastante feliz. Volví a encontrarme con algunos amigos de mis tiempos de estudiante, ahora ya mayores, casados o solteros. Curiosamente a ninguno les hablé de Mónica aunque ella nunca me lo había prohibido. La guardaba para mi como si fuese un dragon guardando el tesoro en su cubil. Sabía que mañana podía decirme que había encontrado un novio y terminar toda aquella relación que teníamos. Quería disfrutar de todo aquello lo más que pudiese. Alguna vez me la llevé a bares o a comer pero ella prefería que lo hiciésemos en nuestros pisos.
Era martes, llamaron a la puerta. Pensé que sería Mónica, aunque a esa hora solía estar en la universidad. Abrí despreocupado, con pantalones de deporte y una camisa fina de estar en casa. Había cambiado de forma de vestir porque a ella no le gustaba desabrochar los cinturones de los vaqueros. Casi salté para abrazar a la persona que estaba en la puerta pero no era Mónica.
Ante mí, con gesto hosco, los brazos cruzados y una mueca que hablaba de tormenta estaba la mujer que había acompañado a Mónica aquel día que bajé al restaurante.
- Eres Julián, ¿verdad? - Me espetó a boca de jarro. No parecía un buen principio para conocer a alguien. No pude evitar admirar sus tetas, que querían saltar del escote. Estaba buenísima.