Mi vecina -3-
Surgen avances entre Mónica y Julián aunque la situación se vuelve todavía más extraña.
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La vida sigue y mi rutina diaria incorporó a mi vecina en ella. Estudiaba segundo año de empresariales. Tenía veintidós años, trece menos que yo. Estaba alquilada y renovaba el alquiler cada año si aprobaba todo, era la condición que le habían puesto para dejarle estudiar fuera. Cuando me enteré de todo esto imaginé que como estudiante, pasaría gran parte del tiempo fuera de casa, en fiestas algunas veces, estudiando en la biblioteca otras, con amigos entre una y otra actividad y follando lo más posible como hice yo cuando tenía su edad. Sé que la vida nocturna de Vetusta es más que satisfactoria para cualquier estudiante que quiera descontrolarse un poco. Pero me llevé un chasco. Iba y venía de la universidad únicamente para asistir a clase. Raro era el día que no me la cruzaba en la escalera al mediodía cuando volvía de alguna biblioteca o de pasear y siempre que nos cruzábamos, daba igual que hubiese gente delante, me abrazaba con fuerza. Los besos eran algo más escasos pero cuando lo hacía comenzaban a prolongarse en el tiempo y en intensidad, hasta el punto de dejarme casi sin respiración.
Tenía que haberle pasado algo y aunque todos mis instintos decían que me aprovechase de la situación intuí que no era lo correcto. Al principio aprovechaba para palpar sus curvas acariciando suavemente los cachetes de sus posaderas, tanteando una posible negativa. No se producía nunca y a pesar de tener el paso franco decidí no aprovecharme. Nuestras edades nos alejaban y desarrollé un cariño más paternal que otra cosa. No volví a encontrarla con aquella mujer madura a la que sí habría asaltado con largos colmillos de lobo adulto.
Pasaron un par de meses, la última semana sus abrazos se volvieron más cortos, menos cariñosos. Subió un sábado a comer. En los fines de semana era algo habitual que ella comiese en mi casa o yo lo hiciese en la suya porque habíamos establecido una relación como de familia lejana aunque estábamos en periodo de descubrimiento uno del otro. Ese día tenía mala cara, de disgustada. No me abrazó al entrar pero no le di importancia porque era completamente imprevisible. Nunca se marchaba sin hacerlo pero no podías prever cuándo iba a saltarte encima. Comimos apenas sin hablar. Ya había vivido un ambiente parecido cuando Amparo, mi ex, cogía algún berrinche real o imaginario y se enfurruñaba. Después del "qué pasa" solía surgir el "tú sabrás" y no quería recorrer ese camino con Mónica porque en primer lugar ni siquiera éramos pareja.
No dije nada, me limité a comentar un par de tópicos sobre noticias del periódico y a dejar que discurriera el tiempo. Terminamos de comer. Ella solía retirarse a estudiar y yo después de reposar la comida, escribía un rato si me encontraba de humor. Se marchó a su piso sin abrazarme. Eso sí era extraño.
Me pasó como en los viejos tiempos, cuando me descentraba si discutía con mi ex. No conseguía hilvanar las ideas y avancé un par de líneas en dos horas. Tenía la cabeza llena de Mónica. Me decidí y bajé a hacerle una visita.
Pasa – Me dijo sin gran entusiasmo. Entré alarmado. Había llorado.
¿Estás bien?
Si – Se frotó los ojos con los puños de una sudadera que llevaba para estar en casa. Le quedaba grande, cubriendo un poco más debajo de la cintura. Tenía la mentalidad de una niña y estaba enfadada pero no lo decía, así no había forma de solucionar las cosas. Me enfadé.
Ya vale – Le dije – Si estás mal estás mal. Somos amigos. Puedes contarme cualquier cosa.
¡La culpa es tuya! - Explotó
¿Mía?
Sí. ¿Porqué me abrazas mal?
Me quedé sin saber cómo reaccionar. Así que la culpa era mía. ¿Abrazar mal? ¿Qué cojones se suponía que significaba eso? Me reprimí mucho para no alzar la voz.
- Explícame porqué te abrazo mal.
Ella, echando fuego por los ojos, no me respondió. Se limitó a acercarse de un salto que por poco me tira al suelo y abrazarme apretando con fuerza, casi dejándome sin respiración. Respondí el abrazo cerrando mis brazos sobre ella, como hice el primer día, sintiendo con mis manos su cintura, pero con cuidado de no tocar ninguna zona indecente por más ganas que tuviese. Noté piel por debajo de la sudadera. No llevaba camisa ni notaba ningún sujetador que cruzase la espalda. Comencé a excitarme pero volví a contenerme. Muchos dirían que soy gilipollas aunque yo me empeñaba en que era un caballero.
Llevábamos diez segundos abrazados cuando se zafó y me miró casi con odio.
¿Lo ves?
No veo nada, no sé de qué hablas
Me abrazas mal
¿Cómo se supone que tengo que hacerlo?
Volvió a acercarse y me abrazó de nuevo. Una vez pasé mis manos a su alrededor las cogió y sin el menor pudor me las puso en su culo. Así descubrí que tampoco tenía bragas. Pude palpar un culo respingón y muy apetecible. Comencé a excitarme más de lo recomendable. Retiré mis manos como un verdadero gilipollas. Ahí estaba una mujer pidiendo guerra y yo evitando propasarme, sin tener ningún motivo para echarme atrás.
Esto no está bien.
No te gusto
Me gustas demasiado
Pues demuéstralo. Solo quiero un poco de cariño.
Es que si empiezo no me voy a poder contener y siento que te haría daño si nos acostamos
Me parece que estás muy confundido.
Sí, me desconciertas mucho.
Yo tengo muy claro lo que quiero
Me besó de nuevo. Con urgencia. Con pasión al principio, pegando su cuerpo al mío. No me atrevía a dejar de acariciarle el trasero. Parecía mentira, yo con miedo de no acariciar a una gata en celo que se me ofrecía lasciva. A la mierda, todo tenía límites. El instinto se me apoderó, apreté con ganas aquella redondez respingona y llevé su cadera en dirección a la mía. La sudadera, al ella estirarse para besarme, había dejado de cubrir su monte de venus. Ella frotaba lúbricamente su entrepierna contra la mía.
Notó el bulto que crecía por momentos entre mis piernas y dio un paso hacia atrás, sonriendo con picardía. Se puso en cuclillas y me miraba desafiante mientras bajaba la cremallera de mi pantalón, sin quitarme el cinturón. Hurgó con maestría bajo el calzoncillo y sacó mi miembro con dificultad debido a su tamaño.
- Es muy bonito – me dijo al verlo. Escupió en la mano para que resbalase y comenzó a masturbarme lentamente al principio.
Me di por vencido. Éramos dos adultos sin compromisos, no hacíamos daño a nadie. No aguantaba más, mi deseo hervía a punto de estallar. Que hiciese lo que quisiese.
¿Te apetece? - Me preguntó. Con la mano izquierda seguía sujetándome el rabo pero lo la derecha hizo el inconfundible movimiento de vaivén con el puño cerrado y la boca abierta. Mi polla se hinchó más todavía.
Sí – Dije con voz temblorosa. Era increíble el morbo que me daba Mónica. Una vez decidí que no iba a resistirme lo que quería era comenzar cuanto antes.
Cambió de mano. Con la derecha orientó mi balano como si fuese un helado y lo envolvió en una dulce y húmeda tortura mientras avanzaba sin detenerse, lenta pero sin pausa hasta alcanzar la base de mi estaca. Crecí dentro de su boca poco a poco. Pensaba que iba a retirarse cuando creciese pero con facilidad fue relajando la boca, encontrando de algún modo la forma de que mi polla llegase cada vez más y más dentro. Sentí su campanilla y el amago de una arcada que reprimió relajando la garganta para permitir que mi glande alcanzase zonas más profundas. Pensé que se retiraría después de la proeza pero no lo hizo. Los segundos pasaban y noté que su garganta me estrujaba. Hacía como que tragaba y apretaba mi polla deliciosamente, una vez cada dos o tres segundos. ¿Cuánto llevábamos así? Babeaba y un par de gotas de saliva resbalaron desde sus labios hasta llegar a la barbilla. Escuché un ruido como de chapoteo. Era su mano izquierda que se perdía en su vulva.
Al final me aparté yo con miedo de que se hiciese daño por no poder respirar. Mal hecho. Me miró con odio y me sujetó de vuelta, metiendo mi glande dentro de su boca y acariciando el resto poco a poco al principio para subir luego la velocidad mientras me taladraba con los ojos. La intención era clarísima. Quería que eyaculase en su boca.
Con un sonido de succión – plop –
desatascó la boca dejándome a punto de caramelo. Con una sonrisa increíblemente lasciva la abrió todo lo que pudo y sacudiendo mi polla me hizo acabar copiosamente, apuntando a su garganta.
Se me fundieron los plomos. Nunca una mujer me había hecho acabar tan rápido. Cuando empecé a expulsar semen volvió a amorrarse tratando de tragar todo lo que pudo. Le fue imposible. Llevaba demasiado tiempo en dique seco y nunca he sido gran fan de la masturbación lo que considerando los calentones que me metía había hecho que acumulase una gran cantidad.
Lo más sorprendente fue ver que no pasaron cinco segundos desde mi eyaculación cuando se corrió viva. Se dice que no es fácil notar cuándo le pasa a una mujer. No a menos que sea una tan escandalosa como Mónica que parecía una estación de bomberos además de que vi que se derrumbaba mientras le temblaban las piernas.
Se recuperó rápidamente. Todo había pasado en el salón, al lado de la puerta de entrada del piso. El suelo estaba salpicado de restos de semen, al igual que su sudadera y su mejilla derecha. Me miró.
¿Qué le vi? Sí, lo noté. Por primera vez tenía una sonrisa genuina, amplia y sincera de ¿felicidad?
- Todo arreglado – Me dijo en cuanto se recuperó – Ya no estoy enfadada.
Antes de que pudiese reaccionar me había subido de nuevo la bragueta, conducido al pasillo y cerrado la puerta en las narices. Me despidió cariñosa metiendome la lengua hasta las amígdalas, prometiendo que al día siguiente pasaría a comer y a "abrazarme" puesto que era domingo y solo tenía que estudiar. A la hora de la comida dispondría de algo de tiempo libre.
¿Qué cojones había pasado? Ella estaba loca y lo peor es que me estaba volviendo loco a mí.