Mi vecina (1)

El día que conocí a mi vecina pelirroja y echamos un buen polvo.

MI VECINA (1)

Una vez que ya hube acabado la carrera, me trasladé a una ciudad de provincias donde me había salido un trabajo temporal, de esos que te ofrecen tras terminar los estudios para ganar experiencia y sin que estuviera demasiado bien pagado, la verdad.

En esta ciudad, vivía en un pequeño barrio muy tranquilo, a las afueras, incluso conocía a algunos vecinos, puesto que coincidíamos en la panadería, carnicería y demás tiendas en las que vendían artículos de primera necesidad donde charlábamos de asuntos que estaban de actualidad o de otros bien distintos mientras esperábamos nuestro turno.

Y en este lugar conocí a mi vecina, que luego sabría que se llama Delia, una mujer pelirroja, terriblemente atractiva, de unos 35 años, 1,70 m. de estatura, insinuaba un par de tetas y un culo que quitaba el sentido.

Vivía en el edificio de enfrente al mío, así que en muchas ocasiones la observaba desde mi ventana y apreciaba su belleza, dándome cuenta de cuánto la deseaba. En algunas ocasiones, cuando la veía salir a la calle, iba detrás de ella viendo cómo contoneaba esas caderas anchas y hermosísimas y oyendo su taconeo, pues siempre llevaba zapatos o botas con alto tacón y muy fino que eran mi deleite.

Estaba casada con un capullo que no la valoraba lo suficiente y, además, se pasaba el día trabajando y llegaba tarde a su casa pues el lugar de su trabajo se encontraba fuera de la ciudad, en un pueblo a varios kilómetros. Por lo tanto, aquí tenemos a una vecina que está muy buena e irremediablemente insatisfecha. Delia es funcionaria, de un cuerpo especializado del Ministerio de Administraciones Públicas, pero llevaba unos meses en situación de excedencia voluntaria por interés particular.

Después de varias semanas, llegó el ansiado día en que nos conocimos. Fue en la calle, yo bajaba al supermercado para realizar unas compras que necesitaba y ella subía cargada de bolsas, pues ya había comprado en el mismo supermercado al que yo iba.

Las bolsas le pesaban mucho y las posó en el suelo con un suspiro que me indicaba su cansancio. Yo, como no podía ser de otra forma, me ofrecí, después de saludarla, para ayudarle con la carga hasta su casa. Aceptó porque me conocía de vista, igual que yo a ella.

-Eres muy amable. La verdad es que me pesaban bastante –me dijo.

Tomé el mayor número de bolsas posible para aliviarla un poco y nos dirigimos hacia su casa. Tras uno dos o tres minutos andando y charlando de temas insustanciales y banales, llegamos a la puerta, sacó las llaves y entramos. Llamó al ascensor y le pregunté a qué piso nos dirigíamos, aunque era una pregunta absurda pues lo sabía de sobra.

-Al tercero.

Pulsé el botón que estaba señalado con un 3 y noté el movimiento ascendente durante unos segundos. Entramos en su piso, que estaba decorado con mucho gusto y elegancia, el suelo era de madera con un barniz claro y brillante, las paredes estaban pintadas de un color salmón claro que combinaba perfectamente con los muebles y varios cuadros y plantas diversas también se podían encontrar por las estancias.

Posé las bolsas encima de la mesa de la cocina.

-Muchas gracias por ayudarme a pujar la compra, me has sido de gran ayuda.

-No ha sido nada, mujer. Lo he hecho encantado –le respondí.

-Me llamo Delia, que todavía no nos han presentado –dijo muy amablemente.

-Yo soy Alejandro, encantado de conocerte –contesté dándole dos besos.

Me ofreció una cerveza, a la que accedí gustoso pues lo que tenía que hacer podía esperar. Hablamos durante un tiempo y, contestando a sus preguntas, le dije que era contable de una pequeña empresa que se interesó por mí tras leer mi currículum, que llevaba unas pocas semanas en la ciudad, que era mi primer trabajo después de acabar la carrera. Iba pasando el tiempo y entramos en el terreno personal. Le expliqué, entonces, que no tenía novia, que lo habíamos dejado tras convivir en una residencia de estudiantes porque los dos seguíamos caminos muy diferentes y en ciudades muy lejanas, me preguntó sobre relaciones anteriores y le respondía cosas que no me hubiera imaginado, muchas intimidades propiedad exclusiva de mis parejas y mía.

Por otra parte, Delia también me contó varios secretos íntimos, su relación con su marido, la situación en su trabajo. En fin, que las dos horas, más o menos, que estuvimos charlando fueron muy interesantes.

Eran en torno a las 7 de la tarde cuando me despedí de ella y me encaminé hacia mi piso, en la acera de enfrente. Subí al tercero por las escaleras, pues no tenía ascensor, mientras iba pensando en la conversación que mantuvimos hace escasos minutos, analizaba lo que me dijo y, la verdad, me puse un poco cachondo. Siempre me han gustado las mujeres mayores que yo y ahora estaba intimando con una que, además, era bellísima.

Sin poder resistirlo, lo primero que hice cuando llegué a casa fue hacerme una paja, no podía dejar de pensar en Delia, en sus hermosos pechos cubiertos por una ceñida blusa blanca y unos pantalones, también muy ajustados, de color negro que terminaban en una estilosa campana, muy a la moda. Tan excitado estaba, que, sin darme cuenta, me situé junto a la ventana sin tomar precauciones para que no me viera nadie. Y alguien me observó.

El día siguiente, empezó como cualquier otro: fui a trabajar temprano y llegué a casa sobre las 3 de la tarde, puesto que mi horario es sólo de mañana. Después de comer, pretendía echarme la siesta cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir me llevé una gran sorpresa: ¡era mi vecina Delia!

-¿Puedo pasar? –me preguntó con una leve sonrisa que todavía no sabía lo que significaba.

-Claro, Delia, estás en tu casa.

Cerré la puerta tras ella, mientras iba por el pequeño pasillo de mi apartamento de dos habitaciones y se dirigió hacia el salón. Llevaba una minifalda bastante corta, de cuadros en los que se combinaba el gris, azul oscuro, negro. Me encantaba. Medias negras que recorrían sus largas y sensuales piernas, botas negras que le llegaban hasta casi las rodillas y con un tacón vertiginoso. Era una maravilla de mujer. Cuando se dispuso a sentarse en el sofá, se le subió todavía más la falda y, junto con que se quitaba la chaquetilla que llevaba mostrando un short con el que se intuían sus perfectas tetas, yo estaba en un ay, mi excitación estaba dando lugar a una erección muy difícil de disimular.

Delia arrancó:

-Así que eres un cochino. Ayer te ví masturbarte después de que salieras de mi casa. ¿No te parece un poco osado machacártela al lado de la ventana?

Sin saber qué decir, ni siquiera qué pensar, de mi boca no salió ni una sola sílaba. Por lo que mi atractiva vecina continuó hablando:

-Mi marido hoy se va a retrasar y ya me estaba aburriendo de estar tanto tiempo sola en casa. Y por lo que he podido observar de tí, puedes entretenerme durante algún que otro rato. ¿Es así?

-Claro, Delia, yo. Bueno, en fin. Tú dirás.

-No seas tímido y acércate a mí –continuó.

Con pasos pequeños e imprecisos, me encaminé hacia el sillón donde estaba sentada. Sin mediar más palabra, puso su mano sobre mi rodilla mientras subía suavemente acariciándome la pierna, viéndosele en los ojos un deseo irrefrenable. Yo, todavía, no sabía dónde iba a acabar todo aquello.

Llegó a la altura de la bragueta bajándola y metiendo la mano por dentro de mi slip, agarró mi verga, que ya se estaba poniendo bastante dura, y comenzó a pajearme con mucha delicadeza pero sin pausa.

-Me gusta tu polla –comentó de una forma muy viciosa.

A continuación, se la metió en su boca dando lugar a una imagen sin igual, pues mi miembro entraba y salía atravesando esos labios carnosos y sensuales pintados de rojo pasión. En estos momentos, mi excitación era plena y eso se notaba en mi verga, que ya no podía aumentar más su tamaño.

Sin resistirme más, me abalancé sobre ella buscando esa boca tan tórrida y le propiné un buen beso, de esos en los que hay mucha saliva por medio y las lenguas se entrecruzan juguetonas y deseosas. Mis manos tampoco podían parar de moverse y una se dirigía hacia su culo, acariciándolo por fuera de la falda, mientras que con la otra le sobaba las tetas y se las estrujaba con saña. Le acariciaba las piernas, me encanta el tacto de sus medias, iba subiendo poco a poco para tocarle el interior del muslo hasta que, sin más preámbulos le metí mano a su vagina, ataqué su coño, que estaba bastante húmedo a estas alturas. Así pues, le separé sus hermosas bragas blancas, de estas que no tienen costuras y que son muy sexys, y me comí su clítoris, qué rico, cómo me gustaban sus jugos vaginales. A Delia le encantaba que le comieran el coño, jadeaba y gemía como una descosida, mientras que con sus manos me empujaba la cabeza hacia su monte de venus. Yo lo recorría todo él con mi lengua, estimulaba la zona del perineo e iba subiendo por sus labios gruesos y lascivos, se los separaba y me entretenía metiéndole la lengua por su mojada vagina, le lamía el clítoris, dejaba caer saliva sobre él y luego absorbía; a mí me gustaba mucho y a mi vecina le volvía loca de placer, se retorcía en el asiento pidiendo más, no me soltaba mi cabeza y no me dejaba mirarle a los ojos, ya desorbitados, insertados en un rostro desencajado por el gusto que le propinaba.

-Métemela ya, por favor. Hasta el fondo. Quiero tu polla en mi coño –dijo de forma muy elocuente.

-Te vas a enterar. Te voy a dejar el coño como un nido de babosas (esta era una frase que me encantaba) –respondí.

Dicho esto, la cogí por las piernas para situarla donde yo quería, en una postura en la que le entrara mi verga bien adentro. Y la penetré de forma brusca emitiendo ella un grito no tanto de dolor como de una mezcla entre dolor y placer, se agarraba con sus manos a mis hombros mientras tenía las rodillas bien flexionadas custodiando mi cadera. No paraba de embestirla, cada vez con una mayor cadencia, gotas de sudor empezaban a caer por mis piernas y Delia, ahí estaba, con los dientes apretados mientras que su coño seguía comiendo rabo, y un buen rabo. Noté cómo me clavaba las uñas en la espalda con fuerza y con la otra mano se agarraba con mucha fuerza a mi brazo y esto, junto con su expresión de excitación y su forma de retorcerse, me dio a entender que acababa de tener un placentero orgasmo, gemía, gritaba, jadeaba, "así, así, ay qué bien, dame más", me decía. Y yo la obedecía, no iba a hacer otra cosa. Así seguí algunos instantes más hasta que se sacó la polla de su vagina y se puso de pie con la respiración entrecortada mientras que sus cabellos pelirrojos caían desordenados sobre su cara y hombros. Se quitó el short blanco, que todavía llevaba puesto, y el sujetador, también blanco y muy sexy, y subiéndose la minifalda hasta su cintura y dejando ver por completo unas medias negras autoadherentes que me ponían a mil, se giró y se puso de rodillas sobre el sillón mostrándome bien alto su culito, listo para ser penetrado otra vez. Conduje mi falo hacia la entrada de la vagina y volví a apretar fuerte, metiéndosela de un golpe seco y contundente. Ahora mis manos se apoyaban en sus tetas desnudas, de un tamaño perfecto y que estaban todavía en su sitio; incluso más arriba. Continuaba empalándola con un buen ritmo entre sus gemidos y jadeos y mi respiración entrecortada por el esfuerzo. De vez en cuando, bajaba mi mano hasta sus botas negras, acharoladas y muy brillantes, tocándoselas y acariciándolas, lo cual me ponía como una moto, entreteniéndome con su finísimo tacón, le pasaba mi mano por toda su extensión como si estuviera masturbando a un consolador.

Seguía con mis fuertes embestidas mientras se oía el ruido de mis testículos chocar contra su cuerpo, impidiéndole el paso al deseado agujero. Llevábamos varios minutos follando y notaba que no me podía quedar mucho para terminar. Delia también se percató de ello puesto que dijo:

-¿Estás ya listo? Córrete en mi cara. Quiero saborear tu ardiente leche y lamerte la polla impregnada de semen. Vamos Alejandro, dale a esta putita lo que desea, complácela.

Le saqué la polla y, agarrándola bien fuerte por la cadera la giré hacia mí, al tiempo que apuntaba con mi verga hacia su cara.

-Toma, puta, trágate mi lefa. Y no desperdicies este valioso líquido, zorra –grité mientras se arrodillaba ante mi polla.

Finalmente, tuve un prolongado orgasmo que se tradujo en una copiosa corrida. Mi esperma salía a borbotones, yendo a parar a su cara y boca, que la abría todo lo que podía para no desperdiciar nada. Tras varios espasmos, dejó de salir semen de mi miembro y Delia se relamía, se pasaba la lengua por sus labios saboreando mi caliente leche. Me cogió por el pelo y acercó su boca a la mía, dándome un buen morreo. Todavía quedaba esperma dentro de su boca, pues no se la había tragado toda, por lo que ambos al mismo tiempo pudimos probar mi lefa, jugueteamos con nuestras lenguas manchadas del blanco líquido. Aún le quedaban restos de mi corrida en su cara, así que la iba limpiando poco a poco con mi lengua hasta que no quedó nada y nuestras bocas, nuevamente, se fundieron en otro largo beso para compartir todo hasta que nos tragamos entre los dos la mezcla del semen y la saliva de ambos.

Me pareció riquísimo.

Comenté con Delia lo bien que me lo había pasado y ella me dijo que sí, que había sido un gran polvazo y que habría que repetirlo. Se vistió y se encaminó hacia la salida, aunque previamente me propinó un tórrido beso de despedida mientras quedábamos para otro día.

-Hasta mañana –se despidió.

-Hasta entonces, Delia –contesté.

Posteriormente, hubo más encuentros sexuales y, alguno de ellos, inolvidables. Por lo tanto, estad atentos a nuevos relatos de mis aventuras con mi vecina Delia, la explosiva pelirroja.

Gracias por vuestra atención. Comentarios y sugerencias a: grosomodo2002@yahoo.es