Mi vecina -1-

Julián, treintañero y recién divorciado, acaba de mudarse a Vetusta. La historia es romántica aunque tengo intención de meter poco a poco mucho sexo y situaciones morbosas, por eso la pongo en la categoría de Hetero: General aunque en este primer capítulo no hay nada de ello.

Mi nombre no interesa, ni mi complexión o descripción física. Imaginen lo que les dé la gana. La verdad es que me da igual. Lo que importa es que estaba destrozado. Llevaba dos años de peleas por la custodia de mi hijo, tratando de hacer razonar a mi mujer que no podía perder el contacto con él. Dio todo igual. Ella no solo me había sido infiel sino que durante el proceso de divorcio se encargó de poner a mi hijo en mi contra. Ahora con diez años no quería verme más y lo peor es que se lo dijo al juez. No había nada que hacer. Perdí a mi hijo, perdí a la mujer que creí el amor de mi vida y tengo que pasar una pensión elevada porque gracias a Dios tengo una posición desahogada y puedo permitírmelo. Aún así me da mucha rabia toda la situación porque siento que he perdido los últimos veinte años de mi vida.

Todo esto me llevó a cambiarme de ciudad y si no me fui del país es porque no me apetecía aprender otro idioma o vivir en un lugar de hispanoamérica. No quería perder el contacto con mis padres ni con mis dos hermanas. A ellas también les apartaron de mi hijo y mis padres tienen un fuerte disgusto por no poder ver a su nieto.

Por todo ello me mudé a una capital de provincia de una región interior. No diré dónde porque no quiero que me localicéis. Podemos llamarla Vetusta, como en La Regenta, si es que queréis ponerle un nombre; aunque ya os digo que esto no es Oviedo. Es un lugar de historia y tranquilo, lleno de calles pequeñas y un bello casco histórico en el que se puede pasear y tapear tranquilo, algo que me gusta mucho. Decidí venir porque estudié aquí mi carrera de filología y tengo cariño a la ciudad.

Los dos primeros días en Vetusta fueron tensos y ocupados con la mudanza. Había comprado un piso relatívamente céntrico, amplio y amueblado. Me preocupaba que mis pertenencias se hubiesen dañado en el viaje o que se hubiese extraviado algo. Cuando llegó todo no recordaba tener tantas cosas. Luego hice el recuento y descubrí que Amparo, mi ya ex esposa, se había dedicado a meter todo lo que podía entre las cosas que dio a los transportistas. Quitó todo lo que no quería tener en nuestra antigua casa, donde iba a vivir con su anterior amante en vez de tirarlo a la basura. Creo sinceramente que por joderme como remate final. Menuda zorra.

Estaba roto. Mentalmente destrozado y necesitaba un tiempo. Se lo pedí a Florio, mi editor, diciendo que iba a tardar en presentar la nueva novela. No tenía ganas de nada la verdad. Pasé tres días más ordenando y apartando todo lo que quería tirar, maldiciendo una vez más la mala leche de mi ex mujer. Ojalá tenga un fuerte dolor de muelas.

El cuarto día descubrí que me había mandado sin querer una botella de vodka del viejo. Solíamos en nuestros tiempos de novios, jugar al poker pagando las derrotas con chupitos bebidos y cuando empezábamos a perder la timidez en vez de seguir bebiendo nos quitábamos la ropa. Mierda. Toda mi vida los últimos veinte años han girado en torno a ese demonio. Parece que no puedo divagar sin tropezarme con ella en mis recuerdos.

Saqué un par de hielos y rebajándolo con naranja me metí un lingotazo a palo seco. El alcohol en vez de calmarme me puso de mala leche. Quería pegarle a alguien.

Llamaron a la puerta. Estaba lo suficiente borracho para pensar que era mi ex que venía a joderme la vida una vez más. Abrí sin mirar.

  • ¿A qué vienes? - Dije sin mirar a quien llamaba. Yo apestaba a alcohol, la barba desarreglada y la camisa salida y mal abrochada. La corbata fuera del sitio. Mi aspecto, me dijo Mónica después, daba verdadera pena.

  • Yo... - Respondió la chica. Tenía la piel blanca lechosa, ojos azules y pelo muy rubio, casi blanco. Trataba de sonreir aunque la noté entre sorprendida y atemorizada – Quería conocer al vecino de arriba.

Me fijé en ella por primera vez. Parecía una niña, tal vez debía tener veinte años pero parecía que acababa de salir de la pubertad. La había intimidado y me sentí avergonzado. Me inspiró, igual que sucedía con mi hijo, un deseo de protegerla al sentirla inocente y actué sin pensar. Avancé un paso y la abracé.

Rodeé su cuerpo entero con mis brazos haciendo hueco para que se pudiese aniñar en mí. Tanto la sorprendí que no reaccionó hasta que fue demasiado tarde. La envolví como si fuese una manta. Noté que se sobresaltaba y durante un segundo trató de escapar. Yo me asusté por mi reacción y avergonzado iba a soltarla cuando de repente sentí que se relajaba y apoyaba su cabeza entre mi pecho y mi hombro, dejándose abrazar, incluso apretándose algo a mí.

Era la primera vez en mi vida que no sabía qué hacer. Ni siquiera sabía su nombre, aquello era desde cualquier punto de vista racional propasarse, pero sentí tanta calidez al tenerla en mis brazos que era incapaz. Un hielo eterno se deshizo dentro de mi. Se me fue todo el enfado y la ebriedad.

Estuvimos abrazados, no exagero, casi un minuto. Nuestras respiraciones se acompasaron y pudimos olernos el uno al otro, incluso sentir y compartir el calor de nuestros cuerpos. Estaba tan desquiciado y necesitado de cariño que para mí fue como renacer. Sentí, lo juro, algo parecido en ella y cuando nos separamos al fin nuestros ojos se clavaron en los del otro. Ella, lentamente acercó sus labios a los míos y me besó. Fue un beso de verdadero y puro amor. Lo juro. No hubo el menor rastro de lujuria por parte de ella ni yo tuve ningún pensamiento torcido.

  • Me llamo Mónica – Me dijo – Vivo abajo. Me alegra mucho haberte conocido y tal vez mañana no te moleste que venga y me pase a comer. ¿O quieres bajar a mi piso?

¿De verdad? Aquella mujer, aunque parecía una niña me quedó muy claro que tenía tentadoras curvas bajo su ropa y me estaba pidiendo volvernos a ver a pesar de lo mal que me había portado. Tartamudeé y apenas pude responder una disculpa, ofrecerle que pasase y excusarme por no tener la casa en condiciones porque todavía había cajas por todos lados. Quedamos en vernos al día siguiente. Apenas pude decirle que me llamaba Julián y poco más antes de que se fuese dejando el rastro de jazmín de su colonia. Permanecí unos segundos paralizado después de que se marchase, escuché cerrarse la puerta de su casa y me miré las manos. Antes había estado entre mis brazos, cálida, tierna, adorable. Recuperé el sentido, cerré la puerta y dejé la botella de vodka a un lado. ¿Qué acababa de pasar? No tenía ni la más mínima idea.