Mi único amigo me transformó en su mujer (2)

La segunda parte de mi historia cuenta mis primeros pasos durante aquél crucero que inicié como chico y finalicé como mujer y adicta al sexo.

Como contaba al final de la primera parte, todo el revuelo que se organizó por mí entre Raúl, Álvaro y Raschid (o Antonio, que le llamábamos en broma) quedó como enterrado, pero no olvidado. Yo desde luego nunca lo olvidaré. Y creo que los demás chicos tampoco, aunque por otro motivo: la historia de la pistola, claro.

No sé cómo será en otros lugares, pero aquí, y en aquélla época, los chicos de un colegio fino no llevaban armas al colegio. Una navaja, como mucho. O el tan celebrado y polivalente bate de béisbol. Pero una pistola, no. Yo, por supuesto ni siquiera había visto una que no fuera en las películas.

Se habló mucho acerca de eso, siempre en voz baja , nunca en público. Al final, yo creo que por hastío, la mayoría decidió que "el morito" se la había pegado a los héroes del equipo de fútbol con una pistola de juguete y fueron el hazmerreir del colegio por una buena temporada.

Sin embargo, ya nadie se atrevía a molestar a Raschid. Los chicos se dieron cuenta de que no sabían realmente nada de él, observaron pequeñas particularidades que le rodeaban, como la puerta de su habitación, distinta a las demás (ahora, sabiendo lo que sé, supongo que estaría blindada) y la cerradura (él tenía dos). Por no hablar de los tipos que le llevaban y le traían en coche cuando visitaba la ciudad. Aunque éramos inseparables, nunca me invitaba a ir con él en esas ocasiones.

Creo desde entonces que Raschid no estaba marginado por la mayoría de los chicos del colegio, como ellos pensaban. Era él quien les marginaba por considerarlos inferiores suyos.

A mí toda esta agitación silenciosa me encantaba, me excitaba, no puedo negarlo. La gente nos miraba pasar y murmuraba a nuestras espaldas, hablaban de nosotros. No es que a mí me dejaran del todo en paz, cuando no estaba con Raschid algunos me piropeaban cuando pasaba por el pasillo. Me decían guapa y bomboncito, o me llamaban Sandra, pero siempre cuando yo no les veía, no se atrevían a dar la cara. Como nunca pasaron de ahí, a mí no me importaba.

Fue una época casi mágica. No obstante, algo dentro de mí parecía como si echara de menos, no sé, ¿cómo lo explicaría? una sensación de descubrimiento, algo que apenas comencé a sentir cuando era una chica drogada a merced de cinco muchachotes lascivos.

Todavía conservaba en el fondo del armario las braguitas y sostenes que me había regalado Álvaro y un par de noches me puse un conjunto para dormir. En ambas ocasiones amanecí mojado. Me preocupé.

Pero el tiempo había pasado y yo ya tenía preocupaciones más urgentes en mi cabecita. Efectivamente, se aproximaba el final del curso y con él las vacaciones de verano. No sé si he comentado ya que tanto Raschid como yo, y también alguno de los otros llevábamos todo el año en el colegio, no nos fuimos a casa en vacaciones de Navidad ni Semana Santa. En mi caso era porque desde la muerte de mi madre mi padre viajaba mucho, mostrando bastante desapego hacia mí y mis tres hermanas. Ahora, durante el verano, ellas marchaban a Burdeos a una especie de escuela francesa y yo no veía otra opción que pasar el verano a solas con mi padre. La sola idea me aterraba, no era capaz de enfrentar el rechazo que era evidente que sentía hacia mí. Todo en mí le molestaba: mi forma de caminar, el modo en que muevo las manos al hablar... hasta mi voz, que no acababa de hacerse recia.

Así que la perspectiva de las vacaciones de verano no me hacía saltar de gozo precisamente. Y entonces me llegó la propuesta que cambió mi vida. Aunque supongo que mi vida hubiera cambiado de todas maneras, dadas las sensaciones que comenzaba a experimentar ya en aquella época.

Era una tarde que volvíamos de nadar. A pesar de mi pavor instintivo hacia todos los deportes, él me había convencido para que comenzara a practicar la natación.

El ejercicio hace mi cuerpo fuerte, y éso me da poder. El ejercicio hace tu cuerpo bonito, y éso te da mas poder todavía – me solía decir a menudo, acabando siempre su afirmación con grandes risotadas que a mí casi me daban algo de miedo.

En aquella época, él leía mucho a Nietzsche, y creo que se quedó un poco colgado con todos esos rollos del superhombre. Ah, sí! además aseguraba que la cultura también me daría poder. No acertó en nada. Al pasar los años, ambos conseguimos buenos cuerpos (fuerte el suyo, bonito el mío) y mucha cultura, pero ningún poder.

Pero ya me he salido del tema. Nosotros volvíamos de nadar por la tarde, hacía sol y sólo quedaban tres días para acabar el curso. Me sentía con el ánimo más bien melancólico.

Entonces, ¿qué vas a hacer en verano, amigo? ¿Piensas de verdad pasarlo con tu padre? – me preguntó al tiempo que apoyaba el brazo derecho sobre mis hombros. Al principio, tanto contacto físico me resultaba algo incómodo. A veces apoyaba la mano sobre mi muslo, siempre con suavidad, o me cogía una mano si tenía que decirme algo que él consideraba importante... yo eso lo atribuía al principio al hecho de que él venía de una cultura diferente, algo así como los rusos son ¿no? que se besan entre hombres a modo de saludo. Por otro lado, era la única persona en el mundo que me había llamado nunca "amigo", y eso siempre me conmovía.

¡Qué remedio! Le contesté. No quiero pedirle a mi padre dinero para ir contigo a Londres (él iba a pasar el verano en Inglaterra y me lo había propuesto). No tengo otro sitio a donde ir.

Él estalló en carcajadas, de ésas estruendosas que solía soltar.

Eso está muy mal, amigo. Siempre hay que tener otro sitio a dónde ir. Te has descuidado, has dejado que la vida te pueda. Ëso está muy mal.

Y se reía.

Pero por fin se puso serio. En aquella época siempre sabía darse cuenta de cuándo la broma me molestaba.

No, en serio, amigo – dijo enjugándose las lágrimas – al final no me voy a la Gran Bretaña.

¿Y eso? - Pregunté sorprendido.

Cosas de familia. Al final son mi hermana y su marido quienes van allí. Yo debo llevar su yate a casa, pero nadie lo necesita hasta fin de año, así que he pensado pasar las vacaciones de crucero por el mediterráneo y llevar el yate a casa. Papá nos traerá de vuelta a Europa a principio de curso. Tiene un avión. Si tú quieres venir, claro.

Y cómo negarse! De entrada, el yate resultó ser más un barco que un yate. Aparte de nosotros dos, llevábamos unas 20 personas entre tripulación, cocinas y servicio. Cuando Raschid hablaba de "llevar el yate" se refería a tumbarse en una hamaca en cubierta, coger el interfono ése y ordenar al capitán que pusiese rumbo a Sicilia o a Creta.

Los primeros días pasaron muy deprisa. Todas las noches atracábamos en algún puerto, habitualmente en zonas de mucho jolgorio y pasábamos la noche en tierra, bebiendo y divirtiéndonos como sólo pueden hacerlo dos chicos de 16 y 18 años. Afortunadamente, Raschid no resultó el típico ligón como yo esperaba. Lo digo porque entonces yo era muy tímido con las chicas, supongo que debido al hecho de que las miraba desde el lado equivocado. Ahora sí que tengo varias amigas, no muchas, y todas como yo. Pero entonces nos lo pasábamos muy bien los dos juntos y no necesitábamos a nadie más.

Al pasar el tiempo fuimos frenando un poco el ritmo. Cuando salíamos de marcha yo consumía grandes cantidades de alcohol, algo que nunca había hecho antes, y mi vida se empezó a convertir en un perpetuo mareo resacoso. Raschid no bebía alcohol en aquella época porque aún seguía los preceptos de su religión. Sin embargo lo compensaba fumando abundantes canutos de jachís, que debe de ser muy popular en su país. Al ir poco a poco saciándonos de diversión comenzamos a pasar cada vez más tiempo en alta mar, tumbados en las hamacas, charlando y bebiendo, pero menos.

Paulatinamente las conversaciones se fueron espaciando, haciéndose más profundas. Hablábamos de filosofia y del sentido de la vida y de vez en cuando, en broma, él me sacaba a bailar. Los dos sólos, allí en cubierta. Hacíamos unas risas. Aquéllo recordaba cada vez más a "Retorno a Brideshead", si alguien me entiende.

Debido a su heróico consumo de jachís, Raschid pasaba mucho tiempo durmiendo al sol, y esto me dio la oportunidad de retomar mis meditaciones en el punto donde las dejé en el colegio. Recordaba el momento en que la violación era inminente y pasaba la película una y otra vez buscando qué había en todo aquello que me atraía aunque repeliéndome a la vez . Y mientras pensaba en ello, mi pequeño miembro se ponía más duro y algo más grande, y yo no sabía qué hacer.

A pesar de mis años, sólo en dos ocasiones anteriormente se me había puesto así. Ocurrió durante aquellas dos lejanas noches en el colegio, a final de curso, cuando dormí con sostén y braguitas y me desperté mojado, pero más relajado.

Normalmente Raschid no solía tardar en despertar del "sueño del dragón" (yo lo llamaba así en broma, pero sé muy bien que es al sueño de opio al que se llama así, no quiero quedar como una inculta, gracias). Despertaba y volvía a poner música y animaba la fiesta, pero a mí me comía la certeza de que él sabía en qué estaba pensando. Notaba como que el hecho de no haber hablado nunca del asunto contribuía a cavar una zanja entre nosotros. Pensaba que la brecha se iría haciendo cada vez más ancha y profunda y que acabaría por separarnos, y yo no quería que pasara tal cosa.

Decidí que teníamos que hablar aunque sea un poco sobre aquél día, pero pasó el tiempo y yo nunca veía llegado el momento.

Una noche, él se puso más ciego que de costumbre. Hoy sé más sobre la vida y estoy casi segura de que había tomado algo más que jachís, pero entonces era muy inocente y no le dí mayor importancia. Primero se puso en plan baboso, me ponía la mano en el hombro y me hablaba con su cara muy cerca de la mía, casi escupiéndome: blabrrrrab aaaaaa lafareeeee. Yo no sabía si sólo farfullaba tonterías incomprensibles o si hablaba en su lengua materna.

Como se tambaleaba, se agarró a mí, yo me caía, pesaba 30 kilos más que yo. Conseguía hacerme entender que quería que le llevara a alguna parte, pero no a dónde, y yo no podía con él, me caía.

Afortunadamente, aquélla fase pasó pronto, porque se desplomó en el sofá. Permaneció un par de largos minutos respirando pesadamente con los ojos abiertos y después los cerró y comenzó a roncar.

Pensaba que se despertaría en seguida, pero el rato pasaba y yo me aburría. Como él cada vez roncaba más agusto, me saqué una cerveza de la nevera, salí a cubierta y me senté en una hamaca. Trataba de recordar si la tenía empinada cuando Raúl empezó a penetrarme al final del intento de violación.

Supongo que estaba comenzando a atar cabos.

Contemplé mi cuerpo extendido en la hamaca. No había luna, o la tapaban las nubes, y la iluminación en cubierta era muy tenue. Me veía las piernas en la penumbra, largas, bien torneadas, sin apenas vello. El poco que tenía era suave y muy fino. Todavía no me había empezado a crecer la barba (y de hecho, jamás llegó a salirme). Yo me miraba y ensayaba posturas con las piernas, las cruzaba... Si hubiera tenido allí alguno de mis conjuntos, aunque solo fuera una braguita,... o un sostén, el de satén y encaje... Creo que en aquél momento me los hubiera puesto y habría salido así a cubierta, en la noche, para que el viento me acariciara el cuerpo casi desnudo y tal vez llegar así a calmar mi desazón. O descubrir si era éso lo que la causaba.

El momento era perfecto, la tripulación y el servicio jamás entraban en la zona reservada a los señores si no se lo ordenaba Raschid (eran una gente, no sé como explicarlo, como muy feudal, siempre respetuosos con su señor, siempre callados, siempre distantes...) El propio Raschid se encontraba durmiendo la mona y probablemente no despertaría hasta mediodía del día siguiente.

Tenía mucho tiempo por delante, intimidad. Si en ese momento hubiera tenido la ropita interior, o incluso el vestido que me pusieron para la violación, creo que me los hubiera puesto y habría descubierto si era el vestirme como una chica lo que hacía que mi cosita se empinara de esas maneras.

Pero todo aquéllo estaba en España, con la mayoría de mis cosas.

Estiré las piernas, apoyé la espalda, bebí cerveza, suspiré.

Y entonces fue como un flash en mi cabeza, porque siempre había estado ahí, no necesitaba nada de lo que había en España. Era evidente. No sé, me sentí como si acabara de descubrir un tesoro escondido.

Y es que, como ya dije, el barco pertenecía a la hermana de Raschid. El dormitorio principal, situado entre el mío y el de él era su dormitorio (y el de su marido). Y ¿qué hay más natural que que la dueña tenga en su dormitorio algo de ropa, un camison o lo que sea?

Me empezarón a subir unos calores por todo el cuerpo y mi pene, en su insignificancia, parecía querer estallar. ¿Me atrevería?

Por supuesto que me atreví. En cuatro zancadas atravesé la cubierta, el salón y el pasillo, entré al dormitorio y cerré a mis espaldas una puerta que ya nunca más volvería a atravesar.

Encendí la luz y miré a mi alrededor. Sólo vi el armario, recuerdo que me pareció muy grande para un barco. Abrí la primera puerta con manos temblorosas y, ay cariño, ahí había de todo!

Me salté las dos puertas de la derecha tras una breve ojeada, evidentemente pertenecían al marido. Las cuatro restantes contenían todo lo que una chica puede desear. Había como unos 12 ó 14 pares entre zapatos, botas, sandalias, todos con tacones que entonces me parecieron altísimos. Me pasé casi sin mirar el cajón de braguitas y sostenes al abrirse ante mí un nuevo universo en forma de corsets, corpiños, bodys, ligueros... en aquella época nunca había visto algo así de cerca. Los acaricié y me imaginé con ellos puestos, quería probármelos todos.

Tuve que detenerme a respirar. Me senté en la cama, estaba hiperexcitado.

Traté de calmarme, de respirar despacio. Abrí con cuidado la puerta del dormitorio y comprobé que Raschid continuaba roncando. Cerré, me quité la camiseta y el bañador que llevaba puestos y quedé desnudo. Entonces, como cualquier jovencita, comencé la difícil tarea de decidir qué ponerme. Ahora suelo pensar que fue ése el instante preciso. En mi recuerdo está grabado incluso con más fuerza que mi posterior desvirgamiento, fue el momento en que atravesé la línea y me convertí en mujer.

Elegí un corset blanco, como de novia, creo que era de raso, pero no me acuerdo muy bien. Me costó mucho ponérmelo, no sabía cómo y además me quedaba muy apretado. Cuando lo conseguí, descubrí que había valido la pena. Había dejado de temblar y me sentía muy bien, muy excitada pero a la vez más calmada, como una pieza de puzzle colocada en el lugar reservado para ella desde el principio de los tiempos. El corsé me reducía la cintura y hacía mi culito más amplio y acogedor, me sentía mucho mejor que con mis ropas habituales de chico. Supongo que me encontraba sexy, pero entonces no lo sabía.

Antes de mirarme en el espejo busqué el tanga que hacía juego con el corsé porque me molestaba mucho el ver mi cosita ahí abajo tan erguida, me parecía de mal gusto. El chasquido de la goma contra mis caderas y la sensación de algo que se escurría en mi rajita hizo que un escalofrío recorriera mi espalda y que aumentara el bultito en mi entrepierna.

Había otro cajón lleno de medias y me costó un buen rato decidirme, pero al final me pudo una especie de sensación de urgencia y escogí unas blancas al azar, con encaje en la parte de arriba. Las sujeté a las cintas como pude, y luego cogí a toda prisa unas botas de charol blanco, deprisa, necesitaba verme en el espejo.

Las botas tenían un tacón como de 10 cm y la habitación era grande, me costó llegar al espejo.

Cuando llegué y me vi reflejada, lo primero que descubrí es que no tenía tetas y quería unas desesperadamente. No sé si me explico bien, el descubrimiento no fue ver que no las tuviera, eso ya lo sabía. Pero nunca antes me había dado cuenta de que quería tenerlas y entonces tuve esa certeza. Es un trauma que aún no he superado pero al que espero dar solución en un futuro próximo. Por lo demás, la imagen que vi reflejada en el espejo, aunque me excitó aún más, me desconcertó bastante. Porque lo que veía frente a mí era una niña crecidita jugando a ser mujer, y no la mujer rebosante de sensualidad que yo sentía que luchaba por salir de mi interior. Miré a mi alrededor y cogiendo algunas de las medias que había desparramado sobre la cama, las enrollé e introduje en las copas del corset. Luego busqué en el armario y escogí un vestidito blanco sin mangas, ceñido de cintura para arriba y de falda acampanada. Sentí un placer incomparable al cerrar la cremallera que llevaba en la espalda, aunque me costó serios esfuerzos el tramo del final. Tras algunas contorsiones lo logré, no sin imaginar el placer suplementario que supondría el que fuera un hombre quien cerrara esa cremallera. Un hombre alto y fuerte, de manos grandes. Un hombre como Raschid, tal vez.

Estaba ardiendo de excitación. Veía moverse mis pechos improvisados al compás de mi agitada respiración y eso me calentaba más todavía. Supongo que debería haberme hecho una paja, pero desde siempre he evitado en lo posible tocarme ahí, no me gusta. Y tampoco me agrada que me lo toquen, me parece de mal gusto.

Me dirigí al espejo tratando de hacerme con los tacones, y la imagen que me devolvió esta vez me gustó bastante más. Ahora ya veía a una mujer, jovencita pero bastante hermosa y adorable, virginal y candorosa. Tal vez demasiado candorosa. Me recordaba un poco a a quellas campesinas de las viejas películas de Gina Lollobrigida que vivían la vida esquivando las proposiciones deshonestas de un sinfin de sujetos de mala catadura. Al final, siempre ganaban aquella especie de carrera de obstáculos y se casaban con el único hombre honrado del pueblo, que solía ser arquitecto o ingeniero (y acostumbraba a tener dinero, además).

Bueno, supongo que era porque me faltaba el maquillaje. Eso, y un poco de picardía, también. Es que yo era muy inocente en aquella época, tenía tantas cosas que aprender...

Pero en esos momentos me paseaba sobre mis tacones con lo que yo imaginaba que era un movimiento sensual y, sobre todo, tratando de no caerme. Pensaba que aquéllo duraría siempre, que jamás me quitaría aquella ropa. Me sentía una auténtica devoradora de hombres.

Y entonces, él habló desde la puerta. Sólo cuatro palabras.

  • Guau, nena, estás preciosa

Fue como una burbuja que estallara. La devoradora de hombres se esfumó y yo me deslicé tan deprisa como pude dentro del cuarto de baño privado del dormitorio, que afortunadamente estaba más cerca que el armario. Corrí el pestillo y me apoyé contra la puerta jadeando.

¿Cuándo había despertado Raschid? ¿Cuánto había llegado a ver?

Bueno, hasta aquí la segunda parte. Me temo que me está saliendo más largo de lo que esperaba, tal vez lo reconsidere y trate de escribirlo como una novela. Viví con el que fue mi hombre unos años muy intensos que a mí me recordaban a Bonnie y Clide, o Perdita Durango y fueron muy excitantes pero tal vez me lleven demasiadas páginas. Luego, todo comenzó a estropearse rápidamente. Y todo aquel asunto de la magia sexual... Tal vez no sea capaz de reducirlo lo suficiente.

En todo caso, quiero dar las gracias a todas las personas, chicos y chicas, que han leído mi relato. Nunca había escrito nada antes y me ha hecho mucha ilusión. Gracias sobre todo a los que me han enviado sus mails.

Un besito

Carolina ( kaarolyn@mixmail.com )