Mi trabajo es pajearlos... (07)

Cuando llegué me estaban esperando 17 clientes, así que apuré la cosa lo más que pude, hasta que llegó el senegalés, con el que siempre me tomo mi tiempo. Y después volví a apurar. Al final los liquidé a todos, así que todo bien. Y me fuí a casa donde me esperaba mi pareja.

Mi trabajo es pajearlos... (07)

Por Mujer Dominante 4

Mujerdominante4@hotmail.com

Iba a ser una tarde de mucho trabajo, ya que al llegar se me habían amontonado 17 clientes. Y seguirían llegando. Tendría que disponer de cada uno en tiempo record.

Al primero que hice pasar le empecé a toquetear el pito cuando aún no había terminado de cerrar la puerta. Era un flaquito rubio, de 16 años, y su pito respondió instantáneamente a mis caricias. No habíamos dado tres pasos en dirección a la camilla "de masaje", cuando ya tenía en mi mano un nabito duro y parado, que le seguí apretando a través del pantalón. Cuando llegamos al lado de la camilla, el chico se retorcía extásico ante mis apretones. Así que cuando vi que lo tenía a mi disposición, dejé la ética de lado, y lo acabé con una seguidilla de apretones. Se sacudió espasmódicamente con la mirada perdida en el aire, y se vino en los pantalones. Se la seguí apretando hasta que se le formó una gran mancha pringosa en la tela. Le saqué el dinero del bolsillo, me cobré, y lo despaché sin que el pobre supiera muy bien qué le había pasado. Un minuto treinta y tres segundos.

Y ya tenía al segundo atravesando la puerta. Un grandote de 25 años puro semen para ordeñar. Lo guié hasta la camilla con una mano amasándole el nabo y otra tocándole el culo. Se le empinó brutalmente, y se la saqué afuera. Bruta tranca, pena no tener tiempo. Le chanté mi trompa en su boca, le metí la lengua, le puse sus manos sobre mis tetazas, y comencé a hacerle la mejor paja piel a piel que le habrían hecho en su vida. Mi mano derecha aferraba su rígido cilindro de carne, corriéndole la piel para atrás y adelante, cada vez más rápido. Cuando saqué en tetón afuera del escote y le bajé la cabeza para que me lo chupara supe, en el momento de encajarle el pezón en la boca, que a este también lo liquidaría pronto, por el modo en que se prendió. Así que mi mano aumentó su ordeñe a un ritmo vertiginoso. Y cuando sentí que se venía, le apunté la poronga hacia la pared para no mancharme la faldita con sus chorros. Pena no habérsela podido chupar, con toda esa leche que le brotó. Lo saqué con la mirada todavía vidriosa, y guardando su dinero entre mis tetones, hice pasar al tercero. En total habían pasado nueve minutos desde que había entrado el primero. Íbamos bien.

El tercero era un negrito peloduro, tipo nativo sudamericano, de 22 años, casado, pero enviciado conmigo, de modo que le he sacado cantidades industriales de leche. Qué producción tiene el chico. No sé como hará para justificar ante su esposa el dinero perdido, ni tampoco el semen que le he sacado mucho más. Pero no me interesa. Llegamos a la camilla ya con su grueso nabo afuera del pantalón y mi mano dándole apretones. El chico, cuando entra ya está al palo, es como un reflejo condicionado que tiene conmigo. "Poné los brazos hacia delante y apoyate en la camilla" le ordené. El tipo obedeció, como hace con todo lo que le digo mientras le amaso la poronga. Y en esa posición se la fui pajeando con movimientos enérgicos. El tipo se dejaba que era un gusto. Cuando vi que estaba por venirse, me introduje entre la camilla y él, e introduje su pujante tranca en mi boca. A él no le queda el glande al descubierto, así que tuve que tantearle la ranura metiéndole la lengua, y dándole de paso rotaciones entre el glande y el lado interno del prepucio. Tenía un sabor a pre-cum delicioso, y cuando comenzaron a salirle los chorros me los tragué y se lo seguí succionando, mientras le sacaba la plata del bolsillo y me cobraba. Rica leche, y abundante. El negrito se fue con rodillas temblorosas y ojos desenfocados. "Volvé pronto, que tengo que alimentarme" le dije, con una palmadita en el culo. "S-sí..., sí,... claro..." farbulló, mientras entraba el cuarto. Un chico de quince. "Te sacaste la grande" le anuncié, "porque estoy muy caliente". Y me acosté en la camilla con las piernas abiertas apoyadas sobre los talones. El chico se subió a la camilla con los pantalones enrollados abajo, y me enterró su juvenil virilidad en mi ardiente intimidad. Froté un poco mi espesa y ensortijada pelambre contra su vello púbico. Y eso fue todo. No pudo resistir el calor de mi concha, y con las nalgas apretadas y su nabo pulsando en el fondo de mi concha se descargó sin remedio. Lo mantuve apretado unos momentos contra mí, y luego nos paramos, le cobré y lo llevé hasta la puerta. Menos de media hora. Pero en la sala habían llegado tres nuevos.

El quinto era el viejo que viene para que lo mee. Un descansito. Fuimos al baño, le saqué su manguera a fuera del pantalón, se sentó en el suelo apoyando la cabeza contra el inodoro, y poniéndome a horcajadas sobre su boca, comencé a mearlo, mientras él se pajeaba. De paso le froté un poco la vagina contra la cara, como para animarlo más. La polla se le puso más grande. Los últimos chorritos de pis de los hice en la cara, como a él le gusta. Pero no había conseguido acabar, así que le dije "Quedate acá, que atiendo a otro cliente y vengo a mearte más", y lo dejé pajeándose en el baño.

El sexto era el negro senegalés, que me hace perder mucho tiempo cada vez que viene, pero que no puedo desaprovecharlo. Ni a él, ni a su musculoso cuerpo de dos metros, ni a su gorda manguerota que hace juego con el cuerpo. Así que me puse en bolas, con mis enormes tetonas apuntando para arriba, y con las piernas abiertas encaminé su negra porongota entre mis muslazos, y antes de echarle los brazos al cuello y hundirle mi lengua en su trompa le dije "Vení, nene, dámela hasta el fondo..."

Y el nene me la dio hasta el fondo. Con semejante salame el senegalés me puede. Y cada vez que viene me da un baile que me quita el hambre de todo el tiempo desde su última vez. Cuando me la entierra me pongo bizca. Y así me quedo, prendida a su cuerpo mientras el negro se da el gusto con el mío. Y me llena de poronga. Y es terrible, porque no se contenta con echarme un polvo y dejarme viendo las estrellitas. ¡No! ¡Se echa tres o cuatro polvos al hilo! Y me pone a navegar por los mares astrales. Entre polvo y polvo me iba al baño a hacerle pis al viejo, y volvía tambaleándome para que el negro me siguiera dando. Y encima me paga por cada uno de los polvos que se echa en mí. Menos mal que no me paga por los que me echo yo, porque sino le costaría una fortuna. Aunque no creo que tuviera problemas para pagarla, porque juega en el seleccionado de básquet y le pagan muy bien. Yo también le pagaría muy bien si pudiera tenerlo para consumo propio. Pero él me quiere de puta nomás. Deben ser muy pocas las que le aguantan esa gorda y dura manguerota en el culo. Pero yo aprovecho y bufo como loca, como una muñeca inflada a la que usan sin piedad. En los días que siguen a cada una de sus visitas, Adrián, el hombre con el que vivo, no entiende mi desgano. Pero es que yo me la paso masturbándome recordando como le mamé la vergaza al negro, y la de leche que me dio. Y como me dejó la concha y el culo de abiertos. Creo que estoy un poco enamorada de ese muchacho. Y en las tres horas en que me estuvo garchando, fui al baño un montón de veces, y al final el viejo estaba delirando, en medio de un gran charco de pis que lo bañaba de la cabeza a los pies. Y se había hecho tres pajas. También, con los ruidos que se escuchaban desde el baño...

El negro se echó cuatro polvos, pero me pagó tres más de propina, para sacarme de encima, porque yo no quería parar de mamársela. Al final logró irse, y yo me propuse hacerles pagar a los que seguían, el estado de excitación en que me había dejado este ingrato. Lo mío es paradojal, cuanto más me garcha el negro este, más caliente me va dejando. Creo que la cabeza tiene mucho que ver en esto. Mi cabeza que se alucina con el negro. Y la cabeza de la poronga del negro, que es algo para no creer.

Con la propina aproveché para descansar quince minutos, tocándome, claro, para elevar el tono muscular.

Después fui al baño, le eché otra meada al viejo, que estaba desvanecido en el quinto cielo. E hice pasar al siguiente cliente.

Era un cincuentón. Le cobré anticipado. Y luego me tiré en la camilla con las piernas levantadas y le ofrecí la concha. "Lameme, papito, chupámela un ratito". Sin sacarse siquiera la corbata, el hombre hundió su cabeza entre mis muslos y empezó a chuparme y lamerme. Yo le tomé la cabeza por la nuca, y lo ayudaba levantando el culo una y otra vez, para que me lo sintiera mientras le frotaba la concha. Lo tuve como quince minutos así, hasta que se corrió en los pantalones. Para un ejecutivo como él, ser dominado así por una negra putona, lo vuelve loco. Hice que me diera una propina, porque "ese servicio" no se lo daba a todo el mundo. Así que me lamió la concha, me pagó y se corrió. Era una especie de esclavo. Y así debía ser.

Después me fui al baño y lo meé al viejo, que ya andaba por su cuarta paja, lleno de olor a pis.

A los otros también los usé a gusto. Al recién casado adicto que tengo, le monté la cara con mi tremendo culazo, hasta que me eché un polvo que casi lo mata por falta de respiración. Pero justo ahí se corrió. Así que le cobré y me fui a mear al viejo.

El pibe de 16 volvió por su segundo polvo. Así que lo puse arriba mío, en un sesenta y nueve, a lamerme la concha. Sentía su desesperada lengua enterrada entre la fronda de mis pendejos, tratando de darle a mi clítoris. Así que yo se lo subía un poco, levantando la pelvis, para que pudiera chupármelo bien. Para mí fue bastante descansado. Y para cuando terminé de echarme el segundo polvo en su cara, sentí como su polla bañaba de leche mis tetones, que lo habían acogido en una especie de cubana invertida. Muy agradable recibir toda esa lechecita bien espesa. Lo despedí con un gran beso de mi trompota en su cara pringosa y llena de mis pendejos, y lo despaché.

Fui a mear al viejo, que había conseguido una erección de campeonato.

Después entró el almacenero del negocio de al lado. Un hombre gordito, casado, pero totalmente loco conmigo, desde la primera vez que me vió. A él le cobro un poco más. Y lo amenazo diciéndole que si él le cuanta a Adrián o a cualquiera a qué me dedico, yo le cuento a su señora que él es mi cliente. Y después juego un rato con el gordito. Hago que me chupe la concha, le amaso la picha, le muevo el culo en la cara, me divierto bastante a su costa. Y lo hago durar lo más que puedo, hasta que con unos cuantos apretones lo hago correrse.

A los siguientes los liquidé rápido con manoseos rápidos y apretones, para no tardarme tanto. Algunos no llegaron ni a la camilla. Hubo uno que, transpuesta la puerta, no pudo dar ni un paso, mientras le aplicaba mi tratamiento más vertiginoso, y se me corrió, depositando su semen en la palma de mi mano, a través de la mancha pringosa del pantalón.

A dos les dejé metérmela en me rotundo culo, para acabarlos más rápido. Dio resultado, por supuesto. Siempre lo da.

Cuando terminé de atender a las visitas, fui a buscar al viejo en el baño. Y aprovechando la buena erección que había conseguido, le hice una muy buena paja, obsequiándole con unos lindos chorros de pis mientras él acababa. Tardó un rato en recuperarse, pero se fue felíz y me dejó propina, también.

Como le digo a Adrián cuando le cuento sobre mi trabajo de masajista: "los clientes satisfechos siempre vuelven." Claro que no le entro en detalles. Ël sólo imagina que quedan satisfechos por los buenos masajes que les hago, lo que es, al menos en principio, muy cierto.

Yo creo que eso es lo que lo enamora de mí: la seriedad con que me dedico a mi trabajo. Bueno, eso y que lo tengo loco a pajeadas. Porque yo creo que una debe cuidar a su pareja.

Envíame tus comentarios, mencionando este relato a mujerdominante4@hotmail.com , Pero no me mandes relatos tuyos, ya que no tengo tiempo de leerlos, no lo tomes a mal. A eso se dedica bajosinstintos4@hotmail.com , aunque cobra, poquito pero cobra, pero es plata bien gastada.