Mi trabajo es pajearlos... (06)

Como me envicié con abusar de los hombres, y mi primera experiencia lesbiana con una señora blanca, a mis dieciocho años...

Mi trabajo es pajearlos... (06)

Por Mujer Dominante 4

Mujerdominante4@hotmail.com

Sandra y yo somos muy parecidas. Las dos trabajamos de putas, y las dos pensamos que a todos los hombres habría que matarlos. Pero ella, entonces, se dedica a las mujeres, en tanto que yo prefiero matarlos a pajas. Gustos son gustos.

Cuando yo veo una buena poronga chorreando semen, no sé, me conmueve. Especialmente si soy yo la responsable, la que hizo que es poronga termine chorreando su leche. Porque yo saco un placer especial de dominar a los hombres.

¡Cuantos hombres que no querían tener nada conmigo terminaron con sus porongas chorreando semen...!

Algunos quieren rechazarme porque soy negra. A pesar de mi suculenta exhuberancia. Otros se tientan, pero intentan no tener nada conmigo porque aman a sus novias o esposas. Pero ni los unos ni los otros pueden nada conmigo. Una manita hábil y caliente, rápida para encontrar donde trabajar es más de lo que la débil voluntad de los hombres puede resistir.

A veces una debe proceder de un modo subrepticio, haciendo que la caricia no parezca deliberada, sino casual, accidental. Por ejemplo, apoyándoles el culo "sin querer", o rozándolos con las caderas, o presionando un muslo contra sus miembros durante un baile, o haciendo que sientan mis tetones con cierta insistencia, por ejemplo en el subte, o bailando, que se yo, ¡hay tantas formas de lograr que una tranca se vaya parando...!

Y ahí, bueno, una ya puede meter mano, y terminar con la poca resistencia que restara.

Aunque en algunas ocasiones no he tenido necesidad de meter mano. Con el papá de Zulma, una compañera de la escuela, por ejemplo. El hombre nos había ido a buscar a un baile, y yo andaba muy cachonda por tanto roce de cuerpos. Y alguien iba a tener que pagarlo... Y me pareció que lo adecuado era que lo pagara el papá de Zulma, quien era el responsable de tener que habernos ido más temprano de la fiesta, cuando una deseaba tener algunos roces más. Claro que yo apenas tenía catorce años, y estaba bien que nos hubiera ido a buscar temprano. Pero en aquel momento no me lo parecía.

Así que me senté entre él y Zulma, en su auto, Apretándole su muslo con el mío, como para que sintiera mi calor, y frotándoselo lentamente. Ya a tan tierna edad había aprendido que el calor es algo maravilloso, hace parar cualquier verga. Y las frotaciones, ni hablemos. Así que puse mi mejor empeño, y pronto pude poner al "papi" al palo, cosa fácil de observar en su pantalón. Zulmita iba mirando por su ventanilla, silenciosa, enojada con su papá, por lo mismo que yo. Así que no se dio cuenta de nada.

Yo traía en mi falda el paquete con el gran moño rosa ganado en el concurso de baile, pues era bastante buena en eso. Y así, como a la distraída, lo corrí un poquito, como para rozarle el bulto. El hombre no se atrevió a decir nada, para evitar poner en evidencia su erección. Así que pude proceder tranquilamente, como si tuviera la víctima atada y a disposición de lo que yo quisiera hacerle. Y lo que yo quería hacerle era frotarle el miembro con el paquete. Al principio haciéndome la distraída, pero cuando ya lo tuve a mi merced, le fui dando frotones más decididos y deliberados, sin intentar ocultarle al hombre mis intenciones. Y creo que al advertir mi deliberación en lo que le estaba haciendo a su pene, el hombre se calentó más allá del punto de no retorno. Que esa casi nena, amiga de la hija, le estuviera dando frotones en la cabeza de su muy erecto miembro, usando el paquete con total deliberación, lo volvió loco. La respiración se le fue acelerando, y cuando ví que ya lo tenía listito listito, le abracé el brazo para que sentiera el volumen de mi tetón caliente –ya a esa edad estaba muy desarrollada- y con algunos frotones más con el paquete, rubricados por algunos apretones de mi tetón en su brazo, lo tuve corriéndose, procurando hacerlo silenciosamente, para que su hija no lo notara. Después le saqué el paquete, y pude ver la mancha de semen que le estaba brotando desde la cúspide de la carpita que se le había formado en el pantalón. Durante su orgasmo se descontroló un poco y casi chocamos. Yo le miré la mancha en el pantalón, como para que él supiera que la había visto, y le dediqué una encantadora sonrisa. ¡Las pajas que se habrá hecho pensando en mí, desde esa noche...!

Y yo también, claro. Esa noche se consolidó mi predilección por la dominación de los hombres. Los hombres tienen su lado más débil en el músculo que se les pone más duro....

Así que, primero hacérselo poner duro, y luego abusarme del hombre...

Ese momento, el momento en que sé que al tipo se le está empezando a parar, es un momento de éxtasis para mi, del placer perverso que precede a mi dominación. La sensación de éxito de saber que tengo un nuevo nabo, con su hombre asociado, a mi merced...

Y una vez que tenía a un macho acostumbrado a mis pajas, mi capacidad de abuso no conocía límites. Recuerdo que cuando tenía dieciséis hice un amiguito de catorce al que tenía loco a pajas. A veces lo pajeaba frotándole mi concha desnuda contra su bulto, hasta que se corría en los pantalones. Pero después tuve una idea más divertida para jugar a costa suya. Conseguí un potecito de crema para manos vacío, y lo convencí de que debía ayudarme a llenarlo con su semen. El chico sabía que se venían pajas así que no opuso resistencia. Y yo le hacía una paja y le hacía derramar su leche en el hueco del potecito. Y al retito empezaba de nuevo. Un chico a los catorce tiene una enorme capacidad de recuperación y una enorme producción de semen, así que yo lo aprovechaba a fondo. Pero no resistí la tentación de abusar de él. Así que comencé a hacerce siete u ocho pajas por día. Y cuando llenaba un potecito, lo guardaba en la heladera y conseguía otro vacío. Al mes tenía más de diez tarritos en el freezer, pero mi amigo andaba con unas ojeras que le llegaban hasta el suelo. Y para más, estaba enviciado con mis pajas, aunque estaba quedando medio bobo, pero el nabo le había crecido bastante. La mamá estaba desesperada porque al nene le iba cada vez peor en el colegio y ella no sabía qué cosa hacer.

Por suerte empecé a hacerle pajas al padre, y el chico fue mejorando, aunque ya nunca fue el mismo. Así que el papá sí se dio cuenta de lo que le había estado pasando al hijo, pero no podía decirle a la mamá. Aunque esta, sin duda advertía que algo debía de estarle pasando a su pareja, que la requeria mucho menos para tener relaciones. Pero ese no era problema mío, de modo que cuando le agarraba la tranca al viejo, se la exprimía bien exprimida. Linda tranca tenía el viejo. Por supuesto que se la chupé un montón de veces. Hasta que me rogó, me pidió de rodillas, con lágrimas en los ojos, que tuviera piedad de él. Me conmovió, pero ya que lo tenía de rodillas, hice que me chupara la concha. Al fin y al cabo me lo debía. A partir de entonces, tres de cada cuatro veces que nos encontrábamos lo tenía chupándome algo, y la cuarta lo ordeñaba bien ordeñado. Quería dejar a la mujer y casarse conmigo. Pero ahí lo dejé y comencé a voltearme a su hermano. Bueno, que salvo la mamá y el abuelo me volteé a toda la familia, y al abuelo casi casi. Estába por bajármelo cuando entró la nuera y nos miró con sospechas. Pena, porque el abuelo era negro y debía estar muy bien armado. Además tenía menos de sesenta, así que seguro que le saltaba.

Bueno, que era bastante putita, a mis dieciséis. Y me andaba ordeñando garchas por todos lados. Las negritas tetonas tienen mucho éxito en el mundo de los blancos. Y en el los negros, ni hablar.

Tuve una experiencia con una blanca cincuentona, que todavía me calienta cuando la recuerdo. Fue mi primera experiencia lésbica, y me gustó mucho. Creo que la puta esa me había echado el ojo. Pero cuando me invitó a charlar a su casa no sospeché nada. Pensé que era una amable señora blanca que quería platicar con una negrita de dieciséis.

Claro que cuando una tiene unas tetonas grandes y paraditas como las mías y un culito como el que yo tenía, no debe ilusionarse demasiado con la amistad interracial, a menos que involucre sexo.

No sé como salió el tema, pero recuerdo que me fue llevando a charlar sobre el cuidado vaginal y cuan importante es para una chica asegurarse de no tener enfermedades en su vagina. Y cuando me tuvo completamente involucrada en el tema, me propuso hacerme una revisión, como amiga que era. Todavía entonces yo no sospeché nada. Pero cuando me tuvo sin braguitas, con las piernas abiertas en el sofá y su cara muy cerca de mi conchita "para examinármela bien", sentí que me estaba calentando, y que si la señora amiga, iba un poco más allá de lo que era dable esperarse, por mí estaba bien. Y sentí que me mojaba un poco. Y mi "amiga" puso su mano a la entrada de mi vagina, mientras con la otra mano apoyada en mi clítoris me la "sostenía" para hacer la revisión bien hecha. A mi se me escapó un largo suspiro, y ella acentuó la presión de su dedo sobre mi clítoris. Y con la otra mano metió un dedo en mi vagina, diciendo que tenía que comprobar si no tenía hongos más adentro, y a mi se me escapó otro suspiro. Estar allí, despatarrada, con las piernas tan abiertas, y esa señora tocándome la concha, con su cara tan cerca como para olerme, me estaba derritiendo, de modo que aflojé la poca tensión que me restaba y dejé que empezara a moverme el dedo dentro de la concha, mientras me masajeaba el clítoris. Era una experta la vieja. Yo empecé a resoplar y ella fue acelerando sus caricias hasta que me corrí con su rostro tan cerca de mi concha. Entonces me enterró la cara en mi pelambre, y pude sentir su nariz en el interior de mi concha. Fue la mejor lamida de mi vida y, perdido todo disimulo, terminé aferrándole la cabeza y frotándole mi conchita en la cara. Ahí fue cuando acabó ella. Después me llevó a su cama, y dándome un beso de lengua cercano a la depravación me llevó al cielo, y estuvimos haciéndonos el amor, o lo que quiera que fuera, durante horas. Cuando salí de su casa, era otra.

Iba a verla siempre que podía, para que siguiera pervirtiéndome. Una siempre ama a la persona que la pervierte.

Así que la muy reputa me tuvo lamiéndole la concha todas las veces que quiso, y nos echamos montones del polvos, y el marido jamás sospechó nada. A veces llegaba a su casa y solo quería estarle lamiendo la concha, el culo o lo que quisiera que le lamiera. Estaba emputecida con ella. Y durante algun tiempo no quería saber nada con los hombres. Más adelante me presentó a una amiga de ella, y entre las dos terminaron de pervertirme, y yo era una ojera que caminaba. ¡Mi dios, cuántos y cuan buenos polvos me hicieron echar esas dos putas...! Claro, a mis menos de veinte yo debía resultarles un bocadito del cielo. Y bien que me chuparon toda...

Pero todo pasa y en un momento me encontré comprendiendo que ordeñar un pito produce leche y es más divertido. Pero desde entonces le perdí la impresión a tener relaciones con otra u otras mujeres. Es muy chancho y divertido. Las mujeres, una vez lanzadas, son mucho más chanchas y desenfadadas que los hombres. Y si son putas, como Sandra, ni te cuento.

No sería mala idea ir una tarde a la casa de Sandra para ayudarla con sus clientas...

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