Mi trabajo es pajearlos... (04)

Apareció un cliente muy erótico con la exigencia de que lo hiciera correr sin pajearlo con las manos. Esas cosas me ponen muy cachonda. Así que le dí el gusto, pobre. Quedó como para llevarlo al cementerio...

Mi trabajo es pajearlos... (04)

Por Mujer Dominante 4

Mujerdominante4@hotmail.com

Anteayer vino un cliente de esos que una no olvida. Marcos, se llama. Amante del erotismo refinado, como se presentó él mismo.

Comenzó diciéndome que la sola visión de mis encantos –melones, culazo, trompa carnosa- eran capaces de llevarlo al orgasmo, por lo cual necesitaba un tratamiento más bien sutil, nada de manos pajeando. Por un momento me sentí decepcionada, ya que a los candidatos así los despacho en dos o tres minutos, de modo que la tarifa me rinde. Pero me insistió en que no me preocupara por la tarifa, que él pagaría todos los turnos que hicieran falta para llevarlo al orgasmo sin pajearlo con las manos. La idea me interesó, claro. Y, por supuesto, me moví coquetamente mientras hablábamos. Las negras opulentas, como yo, no estamos acostumbradas a los clientes sutiles. Por lo general vienen a que los apretemos un poco y se nos corren, soltando la leche, y a otro cliente. Por eso, a un cliente como Marcos, lo identifico con algo muy erótico, casi con el enamoramiento. Y puedo dar lo mejor de mí en un caso así.

Así que con mi voz más tierna le pedí que me dejara desvestirlo. Cosa que hice procurando que tuviera una buena vista de mis tetones por mi gran escote. Me pareció que eso lo mareaba un poco, pero es lógico... considerando su forma, tamaño y el perfume que emanan. A veces hasta yo me mareo con ellos. Pero es porque yo soy muy puta, claro.

Me demoré a propósito en irle quitando sus ropas, aprovechando para darle suaves rozones, y hablarle con voz dulce y tierna. Para cuando llegué a los pantalones pude apreciar una erección muy halagadora. Así que le bajé los pantalones muy, pero muy, lentamente, manteniéndolos muy pegados a su cuerpo, para ir recorriendo con ellos su erección en dirección norte-sur. Y aunque no se la agarré mantuve mis manos muy cerca de ambos lados, de modo que sintiera el calor que emanan. Cuando levanté los ojos para controlar como iba, tenía los suyos humedecidos. Claro que yo me estaba tardando en el proceso sus buenos diez minutos, lo que es capaz de enervar a cualquiera...

Así que cuando terminé de sacarle los pantalones, el lugar donde la cabeza de su polla presionaba contra el calzoncillo, estaba claramente húmedo. Y la presión era tanta que una no entendía como no rompía la tela.

Cuando lo hice recostarse sobre la camilla, su pene emergía de la bragueta del calzoncillo como un mástil enhiesto. Hermosa tranca, la del hombre. Toda carne rosada, con un leve tono marrón. Y le quedaba muy bien con todo el pastizal de negro ensortijado en la base. Tendría entre treinta y cuarenta, sin una cana.

Como me estaba humedeciendo con la situación me tendí a su lado, ya que en la camilla entran dos tranquilamente. Cuando trepé un muslote sobre los suyos, el pobre gimió. Claro, mis muslos son muy mórbidos y mi piel es demasiado sensual, pero bueno, así me gano la vida. Pero por un momento, al ver cimbrar su polla en el aire, temí que el final llegara demasiado rápido. Pero bueno, si ocurría eso pasaría al siguiente cliente. Pero me hubiera quedado caliente con el hombre.

Por fortuna Marcos no se corrió, aunque era evidente que estaba cargando leche con cada uno de mis avances. Cuando acabara sería como un surtidor. Pero yo procuraría hacerlo durar.

En ese plan me mantuve enrulándole los pelos del pecho mientras masajeaba lentamente su muslo con el mío. Y me salió muy natural decirle cosas tiernas con la voz baja. O era decirle cosas bajas con voz tierna. Bueno, como sea daba resultado. Porque la respiración le venía más seguidita.

"¿Te molesta si me toco la conchita? Porque estar así, con vos, me está calentando, Marcos..."

No se molestó, tan sólo un suave gemido. Este muchacho era una bomba de tiempo. Y yo el detonador, pobre. Así que continué torturándolo con mi mano en su pecho, en su estómago... y mi muslo con su caricia insidiosa y mi respiración caliente, cerquita suyo.

Cuando me pareció que ya tenía suficiente de eso, pasé a la siguiente etapa.

"Mi amor, ¿no me dejarías besártela un poquito...?" La pija le cimbró en el aire. Tomé eso como un sí. E invirtiendo mi posición me puse de modo de poder alcanzar su polla con mi boca, y mis muslos en dirección a su cabeza, recostados a su lado, uno de ellos levantado, apoyado sobre el talón, para que el olor de mi concha le alcanzara mejor.

Antes de rodearle la cabeza con mi boca, se la olí un poco, y le di un par de lamiditas, como para probar el gustito. Y llevé la manita a mi entrepierna para acariciarme la conchita suavemente con mis deditos. Quería que él tuviera una vista estimulante.

Cuando le rodeé la cabeza con mi muy cálida y húmeda cavidad bucal, se le tensaron los músculos del bajo vientre. Así que fui más despacito para no precipitarlo demasiado pronto, y me felicitaba por haber llegado a tiempo a cubrir su glande con mi boca, así no iba a desperdiciar nada de su acabada.

Con mis labios atrapé la piel que cubría el glande, y se la llevé hacia abajo, dejándolo descubierto y a merced de mi lengua y mi succión. Eso no puede considerarse paja, pienso yo. Paja es cuando una mueve el prepucio arriba y abajo, una y otra vez. Y aunque la boca no es una mano, prefería respetar su deseo de que no lo pajeara, y me mantuve tan sólo presionándole el glande con mis labios, y dándole fuertes lamiditas mientras se lo succionaba. Bueno, que el tipo estaba en el séptimo cielo. Y yo ya andaba por el octavo.

Con la lengua comencé a recorrerle el nabo de cabeza a raíz y de raiz a cabeza, en un continuo beso caliente y húmedo. Pero para que no comenzara a echar chorros y se acabara la diversión, también le daba muchos besos secos, con mi carnosa trompita, y le besaba las bolas, que se le agitaban bastante, hay que reconocerlo.

A estas alturas la excitación ya debía estarle doliendo, pobre Marcos. Así que comencé a darle más fuerte a las friegas con mi mano en mi concha, porque yo quería acabar con él, que ya estaba casi casi casi. Los olores de mi concha acrecentados por el aumento de mis fricciones, debían estar invadiendo sus fosas nasales, llegándole hasta el cerebro. Y las pierna comenzaron a temblarle.

Y de pronto sentí la inminencia de su llegada. Inexorablemente su naturaleza viril avanzaba hacia su expresión a chorros desesperados. Así que volví con mi boca rápidamente a envolverle la cabeza, y condimenté mi espera dándole muchas lamiditas en la rajita. El pre-cum cundía que era un gusto. E inmediatamente comenzaron los chorros. Tenía razón, era mucho más que un surtidor. Y por supuesto yo me estaba corriendo, así que succioné y chupé como una novia enamorada, como una poseída, tragándome todo el semen que me largaba. El pobre acabó lanzando gritos entrecortados. Pero seguramente, los que esperaban afuera no pensaron que estuviera sufriendo.

Le continué sorbiendo el miembro hasta mucho después de concluir sus emisiones, mientras se iba ablandando en el cálido hueco que mi boca le brindaba.

Quedó como desvanecido, despatarrado sobre la camilla. Y yo quedé como arrobada, mamándolo. Pero después de un ratito me levanté. Tenía que seguir trabajando. Ya que me había atrasado como tres turnos. Le cobré cuatro, porque a mi me gusta abusar de los hombres. Y se fue caminando como en Babia, pero volverá, de eso no tengo duda.

En la sala de espera los clientes se habían ido amontonando, pero no se irían, aguantarían cualquier incomodidad por llegar hasta mis manos. Lo que sí tendría que despacharlos más pronto, para desagotar la sala de espera, y a ellos, de paso. Pero liquidarlos rápido también es una forma de abuso que me enloquece.