Mi trabajo es pajearlos... (01)

Soy una negra con una piel brillante cubriendo mis opulencias que enloquecen a los hombres. Así que les cobro por dejarlos manosearme mientras los pajeo, no tardo mucho en liquidarlos... Y cuando me pongo un poco cachonda soy temible...

Mi trabajo es pajearlos... (01)

Por Mujer Dominante 4

Mujerdominante4@hotmail.com

Una vez que lo tuve recostado en la camilla de masajes, llevé mi mano a su pitín. Él había ido para eso y yo no soy de perder el tiempo. Metí mi manita debajo de la manta y le agarré el pitín. Lo tenía chiquito y tierno como un pajarito, y estaba tibiecito. Pero el calor de mi mano haría lo suyo. Mientras le manoseaba implacablemente el muñequito, mantenía sus ojos entretenidos con la visión de mis enormes globos; que es por ellos que me eligen. Y por mis pezones tan gordos y grandes como se ven en la foto. Y mis melones tan redondos y pesados. No había podido quitarles los ojos de encima desde antes que los sacara afuera. A todos les pasa eso. Quedan hipnotizados por mis tetazas, que son mi arma de seducción principal. Mis relucientes melones negros, bueh, marrón oscuro. Y la suavidad de mi piel y el calor de mis manos.

Con eso los voy demoliendo, y luego derritiendo. "¿Cómo te llamas?" le pregunté mientras sentía como iba creciendo su pitín bajo mis dedos activos. "Ga-gabriel..." musitó con su boca que ya se había ido abriendo por el placer. Sus ojos redondos y morenos, estaban mojados por la visión de mis melones. Y con mis manitos le seguía trabajando el pito, que ya había superado ampliamente la categoría de pitito. Así que ahora se lo rodeaba con la palma, mientras con el pulgar y el índice le masajeaba la cabeza. Tan bien lo hago, que ya había comenzado a ponerse bizco. Esa parte la disfruto mucho y me gustaría que durara más. Pero mi manita es implacable y los voy manoseando inexorablemente. Lo que tiene algo de diabólico también, porque disfruto mucho tenerlos a mi merced, mientras van perdiendo el control de si mismos, y mi mano los va llevando más allá del punto de no retorno. Este chico ya casi lo había alcanzado, y cuando vi que su visión se desenfocaba le aplasté la cara con un melón, introduciéndole el pezón en la boca, y aceleré los movimientos de mi mano. Fue cuestión de menos de un minuto sentir su semen entre mis dedos, y como se estremecía con un estertor, bajo mi gordo pezón. Lo tuve por la nuca contra mi tetón hasta que dejó de correrse. Y luego le dejé caer la cabeza en la camilla. Otro muñeco abajo. Bueno, negocios son negocios. Lo ayudé a pararse y con pequeños empujoncitos lo llevé hasta la puerta, "Gracias Gabriel, espero verte pronto" me sonrió embobado, y sacando la cara afuera llamé "¡el siguientee...!"

El siguiente era un rubio grandote, de no más de veintitrés años-"¡Qué rápido!" comentó al entrar, "¡apenas veinte minutos desde que entró hasta que salió! ¡A mi no vas a poder despacharme tan pronto, nena!" dijo en tono pedante. Lo tomé como un desafío. No sabía con quien se estaba metiendo, el muy pedantón. Así que le fui sobando el nabo mientras lo llevaba a la camilla de masajes. Ya lo traía semi-erecto, "mejor" pensé, mientras se lo seguía amasando. Una vez sobre la camilla le acerqué una de mis tetazas, "¿no querés jugar un poquitito?" El chico tendió una de sus manazas, que a todas luces no podría cubrir mi melón, pero hizo todo lo posible por estrujármelo. Bien, tenía su atención distraída, así que mi manito comenzó a hacer estragos sobre su poronga desplegada. "¿Cómo te llamás?" le pregunté con la más sensual de mis voces. "Ri... car... do..." respondió con una sonrisa fatua, como quién cree estar al mando de una situación, sin advertir que la respiración se le estaba acelerando. Yo le sonreí ampliamente, con mi linda trompa, y continué pajeándolo tiernamente, aunque con movimientos poco a poco más rápidos. Su vigorosa poronga respondía con el entusiasmo propio de la edad, segregando jugos lubricantes. Cuando vi que sus ojos se iban desenfocando, aceleré los movimientos de mi mano. Y poniendo mi cara muy cerca de la suya le dije "¡me admiran los hombres resistentes, Ricardo...!" El sonrió estúpidamente, con la visión turbia, y ahí reemplacé mi cara por mi tetón que aplasté contra la suya. Su poronga respondió como se veía venir, dando saltos y soltando enormes chorros de semen, que aproveché para bañar mis manos en él, ya que dicen que es bueno para la piel. Con el tetón le mantenía la cabeza aplastada contra la almohada hasta que dejó de salir semen.

Cuando le saqué el tetón vi la expresión alucinada en sus ojos vidriosos, y la sonrisa de éxtasis que todavía continuaba. Acerqué mi cara nuevamente a la suya, y con una sonrisa desenfadada le dije "cuatro minutos, pichón". Y lo ayudé a levantarse. Con paso tambaleante se dejó conducir a la puerta, yo siempre les cobro antes, porque sé que después no coordinan bien y no quiero perder tiempo. Como iban las cosas iba a hacer una buena recaudación en ese turno. Afuera había una parva de hombres esperándome sentados. "¡El siguienteee...!" dije, sacando la cabeza.

Los dos siguientes fueron algo de rutina, aproximadamente diez minutos cada uno, y no tuve que esforzarme mucho, aunque a estas alturas estaba bastante húmeda, ya sabes donde.

Pero el cuarto, apenas entró y me pagó, vi que me iba a dar trabajo. Debía tener al menos sesenta y cinco años, el pelo cano, y un aspecto bastante bichoco. Vamos, que un poco deteriorado. Pero una es un servicio a la comunidad, así que lo llevé con gentileza hasta la camilla, y de paso fui rozándolo con mis melones. No lo hice recostar enseguida, sino que parándome frente a él le metí mano suavemente en su tranca inerte todavía. Como era bastante más bajo que yo, cuando lo abracé su rostro quedó entre mis negras tetazas. Sentí como aspiraba mis fragancias, y calmadamente le seguí animando el bulto, que gracias a Dios, estaba respondiendo.

"¿Cuál es tu nombre, nene...?" le pregunté con ternura, mientras mi mano aplicaba aún más ternura con caricias un poco más fuertes, a medida que veía que la respuesta de su miembro lo iba requiriendo.

Dada la diferencia de estaturas, no me costó meterle un melón en la boca. Alberto, tal era su nombre, comenzó a besarlo con su boca chupona, que era un gusto. Así que con mi mano vi que ya era hora de sacar su reliquia fuera del mausoleo de sus pantalones. Era bastante grandota la reliquia, y ya estaba muy cerca de la erección total, aunque apuntando más bien para debajo de la horizontal. Pero estaba buena, para mí, así que se la seguí agasajando con mi mano, mientras con la otra mano le acomodaba la cabeza, llevándolo de un pezón al otro. El más que maduro chupaba gozosamente, como un bebé que extrañara a su mami, que ya había vuelto. La picha se le había puesto bastante poderosa y yo me encargaría de que siguiera así hasta tenerla chorreando leche, así que con mis caricias no sólo no dejé que se le bajara, sino que se la fui enardeciendo cada vez más. El hombre gemía. Una tiene su oficio.

Cuando se acostó en la camilla, su nabo estaba casi a noventa grados, como seguramente no le ocurría desde hacía años. Así que comencé a ultimarlo lentamente. Había gastado veinte minutos en llegar a este punto y todavía tendría un rato hasta hacerlo derramar. De modo que decidida a empeñarme a fondo, me tendí a su lado y mientras le iba pajeando, le di un gran beso, con mi boca sensual y trompuda. El viejo se quedó de una pieza cuando le medí mi lengua en la boca, se ve que no estaba acostumbrado. Pero le gustó, y su polla seguía dura como una roca, así que se la seguí pajeando con apretones más intensos. El viejo gemía bajo mi boca, y sentí algunos estremecimientos precursores en su bajo vientre. Así que le puse el pezón para que chupara y le aplasté el rostro con mi tetón, para acentuar su placer. Todo esto me había calentado bastante. Así que en un impulso me monté sobre su enhiesta poronga, y bastaron unas pocas enterronas para que me corriera. Y los apretones y estremecimientos de mi concha lo hicieron correr a él también. Estuvo bueno.

Lo desmonté y pude ver como su miembro, todavía muy agrandado, seguía chorreando. Se lo guardé en el pantalón, porque sentí que ese hombre necesitaba una madre, y lo fui llevando suavemente hacia la puerta. "Espero verte pronto, Alberto" le dije cálidamente, dándole un lindo beso en su boca. Lo mío es un apostolado. Había gastado como cuarenta minutos en este breve romance con el otoñal, y debía recuperar el tiempo perdido. "¡El siguiente...!" llamé.

Era un jovencito gordito. Una suerte, son los más rápidos. Así que entre "pitín" y "lechecita" se tardó sólo tres minutos. El record de ese día. Mientras lo acompañaba a la puerta, el chico trataba de entender qué le había ocurrido. Fueron los tres minutos más caros de su vida. "La próxima vez tenés uno gratis", le dije compasiva. Pero negocios son negocios y una debe seguir.

Con el otro tuve aún más suerte, Un mocetón atlético, de unos veinte años. Todo polla parada desde que entró. Así que, todavía de pie, lo dejé a cargo de mis melones, y yo me ocupé de sus cojones. Me los chupó, me los amasó, y se volvió loco con ellos. Y yo casi me corro, pero no me dio tiempo. Mi laboriosa y entusiasmada manita le dio tales apretones y ordeñadas que inesperadamente se corrió en los pantalones. "Bueno, mi vida" dije dándole un beso en la boca, mientras sentía en mi palma su viscosa emisión, "vení otro día, que te hago precio, nene". Porque una debe cuidar al cliente, pienso yo. Dos minutos y medio, y ni siquiera llegó a la camilla. A este cliente había que cuidarlo.

"¡El siguienteeee...!"

Bueno, siguieron varios fácilmente olvidables, de rutina. Tetonas, frotones en la cara, amasamiento de picha, aplastamiento de cara, corrida. Igual me quedé algo cachonda. Y eso lo iba a pagar el siguiente.

Pero estaba haciendo plata. "¡El siguienteee...!"

Era un negrito menudo y musculoso, que miraba con ojos desaforados mis opulencias. Nicky, de nombre. Decidí que me abusaría de Nicky como para dejarle un recuerdo imborrable.

Lo tendí en la camilla. Y luego de la habitual rutina con mis tetonas, me levanté la falda y le senté el culo en la cara. Nunca uso braguitas en el trabajo, por lo que pudiera ocurrir. A todo esto no le había tocado el nabo, que ya se le había puesto a mil, con los jueguitos.

Cuando le puse el culo en la cara, bajé mi faldita, cubriéndole completamente la cabeza, como si estuviera dentro de una carpa. Y me entretuve mirándole el miembro, que temblaba en el aire. El hecho de que el chico fuera de una contextura menor que la mía, me calentaba mucho. Y tenerlo allí, bajo las opulencias de mi culo, y totalmente indefenso, aumentaba mi calentura. Así que, dándole sus momentos para respirar, le fui refregando todo mi gran culo por la cara. Lo sentía gemir. Y yo también comencé a gemir. Cuando el entusiasmo me llevó al paroxismo, comencé a rebotar mi culo contra su cara, cogiéndosela con mis eróticos glúteos. El chico debía estar en la gloria. Y su nabo temblaba en el aire al compás de su excitación, cada vez más grande. Los golpes de mi culo contra su cara llevaban el ritmo de una cogida. Y su lengua entraba en mi ojete en cada bajada de mi posterior. Cuando sentí que estaba por volcarme, aceleré mis movimientos, y cubriendo con mi caliente boca el glande del chico le hice una paja con la boca, mientras esperaba su orgasmo. Fue copioso, muy copioso, y yo le hice eco con el mío, rebotándole cada vez más fuerte, hasta el final en que dejé mi culo aplastándole su linda carita por un momento interminable, que fue cuando comenzó a echarme sus chorros de leche. Los tragué lo mejor que pude. Y poco a poco fui liberando la enorme presión de mi culo contra su cara, producida por mi acabada. Sentí sus bocanadas desesperadas, en cuanto tuvo aire para respirar. Pero yo me había tragado ya toda su leche.

"¡Espero que vuelvas muy seguido, Aldebarán!" dije al despedirlo, todavía turulato, en la puerta. No tenía ninguna duda de que lo iba a hacer. Había creado un adicto.

Pero el trabajo es el trabajo, y una debe seguir. Esto es un apostolado...

"¡El siguienteee...!"

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