¡Mi tío se ha pasado por la piedra a mi madre!

Parecía una persona seria y comedida hasta que la prejubilación despertó a la fiera tantos años reprimida.

Aquella mañana sonó el telefonillo de la vivienda donde Rosa vivía con su marido.

La mujer, que estaba en la cocina preparando la comida, se apresuró a secarse las manos para ir deprisa a la entrada de la casa para contestar la llamada.

Esperaba a su hijo que la había dicho que vendría a comer ya que hoy trabajaba cerca de la casa de sus padres, por lo que se acercó suponiendo que era él.

  • ¿Siiií? ¿Quién es?

Preguntó esperando escuchar a su hijo, pero otra voz de hombre la respondió al otro lado del aparato.

  • ¡Abre, que soy Antonio!
  • ¿Antonio? ¿qué Antonio?

Preguntó extrañada la mujer sin saber quién era y a qué Antonio se refería.

  • ¡Tu cuñado! ¿Quién va a ser? ¡Tu cuñado Antonio! ¡Abre, coño!

Respondió irritado, apremiando que le abriera el portal que debía estar cerrado.

  • ¿Antonio?

Seguía extrañada sin ubicar a su cuñado allí, ya que tenían muy poco trato con él y ni recordaba cuando fue la última vez que le vio. Además eso de “coño” la desagradaba.

  • Sí, claro, Antonio, tu cuñado, o ¿es que tienes algún otro cuñado que se llame Antonio? ¡Venga, coño, abre!

Dudaba qué hacer al resultarla extraña la llamada, pero la voz parecía la de su cuñado, aunque su tono la resultaba algo extraño y más aún utilizar la palabra “coño”, no solo una sino además varias veces.

  • ¿A qué esperas? ¡Abre, coño, que no tengo todo el día!

La volvió a apremiar la voz y pensando que quizá había sucedido algo malo, pulsó el botón para abrir la puerta del portal al tiempo que le escuchaba decir:

  • ¡Abre o te juro que te bajo las bragas y te doy unos azotes en ese pedazo de culo que tienes que no olvidaras en toda tu puta vida!

Se quedó asustada por lo que acababa de escuchar, sin atreverse a decir ni una sola palabra, pero ya había abierto la puerta del portal.

Sin moverse de al lado de la puerta, pensó en Antonio con inquietud.

Era el marido de la hermana de su marido. Tendría unos sesenta años, posiblemente ya los hubiera cumplido ya que era unos cinco años mayor que Rosa. Aunque le había escuchado decir alguna palabrota las pocas veces que habían coincidido con él, le había parecido una persona correcta, sin más. Pensó que seguramente estaría alterado por algún hecho que había sucedido. Sí, sería eso, algo había sucedido, y el corazón de Rosa empezó a latir con más fuerza ante la posible mala noticia que iba a recibir. ¿Le habría pasado algo a su marido o a su hijo?

Esperó angustiada que llegara el ascensor a su piso. La temblaban hasta las piernas por el desosiego que tenía. Cuando le escuchó llegar, abrió la puerta, saliendo al descansillo y se encontró de frente con su cuñado.

  • ¡Coño, cuñada, qué rápido has abierto!

Exclamó el hombre, sonriendo al tiempo que se la comía con los ojos, fijando su lúbrica miranda en las tetas de Rosa, a pesar de lo pálida que estaba por el susto que tenía.

Venía Antonio con la cara colorada como un tomate, despeinado y con la ropa arrugada y descolocada. Apestaba a alcohol y era evidente que estaba ebrio.

Se quedó inmóvil la mujer viendo el aspecto deplorable que traía su cuñado y dudó qué hacer, pero aun así persistió en la idea de que traía una mala noticia y por eso venía en ese estado.

  • ¡Entra, entra, por favor!

Le invitó a entrar al tiempo que le abría la puerta de par en par para que pasara. No quería que los vecinos escucharan las malas noticias que podía traer. ¡Eran tan cotillas que la noticia correría como la espuma por el barrio!

  • ¡No, no, tú primero, cuñada!

Respondió el hombre, y, cuando ella se giró obediente, entrando en la vivienda, su mirada se clavó en el culo macizo y respingón de la mujer.

Fue incluso Antonio el que cerró la puerta de la vivienda y Rosa, temiendo las malas noticias, se encaminó despacio y en silencio al salón, sin mirar hacia atrás, a punto de llorar y resignada a su suerte, mientras su corazón corría desbocado, sin darse cuenta como el hombre echaba el cerrojo a la puerta de entrada, antes de seguirla sin dejar de mirarla lascivo el culo.

Entrando al salón, la mujer se detuvo y se giró expectante hacia su cuñado, esperando que la diera las malas noticias, y éste, deteniéndose también, la preguntó:

  • ¿Estás sola?
  • Sí.

Respondió una acojonada Rosa, afirmando también con la cabeza.

  • Pero ¿no hay nadie más en casa?

Reiteró Antonio la pregunta para asegurarse.

  • No, no. Estoy sola.

Respondió lívida la mujer, esperando que la diera la mala noticia, pero, como su cuñado no decía nada, solo sonreía de forma extraña, se atrevió a preguntarle aterrada:

  • ¿Qué … qué ocurre?
  • ¿Qué qué ocurre? Pues que me acaban de prejubilar y … ¡que estás muy buena!

Mirándola sonriendo las tetas, respondió Antonio, lo que dejó a Rosa perpleja, sin entender lo que la acababa de decir, por lo que preguntó sin pensárselo.

  • ¿Co … cómo?
  • Sí, sí, como lo oyes. Que la empresa me ha prejubilado y, como pasaba por aquí, me he dicho “Y ¿por qué no celebrarlo con la maciza de mi cuñada?”
  • Pero … entonces, ¿no le pasado nada a Dioni o … a mi hijo?

Seguía Rosa obcecada con la idea de que le había pasado algo malo a su familia.

  • Ni idea, pero a partir de hoy tu esposo lucirá una hermosa cornamenta.

Escuchando a su cuñado se le quitó a Rosa un gran peso de encima. No venía Antonio a darla una mala noticia, aunque la situación tomaba ahora un cariz bastante distinto.

  • ¿Qué… qué dices? Estás … ¿has bebido?

Preguntó angustiada ante las nuevas circunstancias.

  • ¿Bebido? ¡Jajajajajaja! No tanto como para que no se me levante al ver lo requetebuena que estás.

Respondió el hombre riéndose y, al ver como su cuñada, asustada, reculaba, intentando alejarse de él, se echó hacia delante, cogiéndola con una mano la falda y reteniéndola, ante el asombro de ella.

Levantándola la falda por delante la vio entusiasmado las finas bragas blancas que la cubrían, pero, Rosa se sujetó la falda para cubrirse e intentó bajársela, al tiempo que chillaba y le decía histérica:

  • Pero .. ¿qué … qué haces? ¿Estás loco?
  • Loco por echarte unos buenos polvos, cuñada.
  • Estás loco. Mi hijo está a punto de venir.
  • No nos molestara. He echado el cerrojo a la puerta de entrada.

Respondió el hombre, riéndose, al tiempo que, tirando de la falda hacia arriba, intentaba levantársela nuevamente y verla las bragas.

  • ¡Ay, ay, quita, quita, loco, loco!

Chillaba la mujer escandalizada sujetando su falda para que no se la levantara y se giraba intentando ocultar su entrepierna, pero Antonio, acercándose, la tocó el culo, sobándoselo e incluso dándola un fuerte pellizco en una nalga.

Chillando, mezcla de dolor, vergüenza y morbo, se revolvía la mujer intentando evitar que siguiera sobándola y pellizcándola los glúteos.

En uno de los giros, al darle la espalda, se le rasgó el vestido, soltándose varios botones que cayeron desparramados por el suelo.

Al observar Antonio cómo se le rasgaba el vestido, enseñándole las bragas que marcaban el culo macizo y respingón de Rosa, se excitó todavía más y, agarrando la falda con las dos manos, tiró con fuerza de ella, desgarrándoselo.

Entre los tirones del hombre y el afán de escapar de la mujer, se le quedó el vestido en las manos de Antonio, dejando a Rosa en bragas y sujetador.

  • ¡Aaahhh!

Exclamó la mujer al sentirse desnuda, y, deteniéndose, se cubrió con un brazo sus tetas y, con la mano del otro brazo, la entrepierna.

Su rostro adquirió en un instante un color encarnado por la vergüenza, aunque el hombre no reparó en su cara, sino en sus erguidos y grandes pechos, apenas cubiertos por un pequeño sujetador blanco, y en su voluptuoso cuerpo, casi desnudo si no fuera por la diminuta ropa interior que todavía llevaba.

Babeando de gusto, dejó caer el destrozado vestido al suelo, y se abalanzó tambaleándose sobre la conmocionada mujer que, al ver cómo se la echaba torpemente encima, logró esquivarlo, perdiendo sus zapatillas en el camino, y, chillando, echó a correr.

Intentó escapar por el pasillo camino de las habitaciones, pero el hombre reaccionó con una inusual rapidez debido a su estado y la cerró el paso, por lo que Rosa tuvo que recular y refugiarse detrás de la mesa redonda que había en el salón.

Situada ella tras el mueble y él, al otro lado de la mesa, frente a la mujer, se detuvieron, intentando intuir hacia donde se dirigía uno y otro, ella para escapar y él para atraparla.

Respirando agitados tanto uno como otro, la mirada de Antonio se dirigía lúbrico a los grandes senos de ella, que, al habérsele bajado las copas del sujetador y estar ahora situadas bajo los voluptuosos pechos, los mostraba en todo su esplendor con sus duros y empitonados pezones emergiendo de unas areolas casi negras, que apuntaban al lascivo y sudoroso rostro de Antonio. Bailaban los pechos de Rosa en cada movimiento, en cada amago que daba, endureciendo e irguiendo cada vez más el cipote del hombre.

Sin decir ni una palabra, tanto cazador como presa, analizaban el siguiente paso a dar.

Una extraña sonrisa se dibujaba en el rostro tanto del hombre como de la mujer.

Rosa, después de tanto tiempo sin mantener relaciones sexuales con su marido, había mantenido su sexualidad dormida y ahora el ansía de su cuñado por gozar de su cuerpo, despertaba nuevamente el deseo en ella, el deseo de ser poseída, de sentir el placer de ser follada, de tener un fuerte orgasmo provocado por un miembro erecto moviéndose dentro de su vagina. Sin embargo, su educación puritana frenaba sus deseos. Lo que más miedo la daba era el escándalo, pero tampoco quería ser infiel a su marido, que la noticia de que se la habían follado corriera de boca en boca, que se enterara también su hijo, su familia, marcándola como si fuera una prostituta viciosa o una ninfómana.

Antonio, después de tanto tiempo deseando follarse a la macizorra de su cuñada, se había decidido hoy por fin a dar ese paso, animado por unas buenas dosis de alcohol y el gozo de una prejubilación tanto tiempo codiciada.

Aunque deseaba ser follada, se sintió la mujer en la obligación de hacer como si quisiera evitarlo, por lo que empezó a decir, casi chillando, temblando de deseo:

  • ¡Por dios, Antonio, has perdido la cabeza! ¡Qué va a decir tu mujer, mi marido! Además está al llegar mi hijo y …

Sin dejar que continuara, Antonio se movió, amagando hacia un lado, corrió hacia el otro, agarrando por detrás a una asustada Rosa que no reaccionó a tiempo y no se alejó lo suficiente. La cogió por detrás por las tetas, una mano en cada teta, provocando que chillara, mezcla más de excitación sexual que de miedo.

La arrastró hacia el sofá, pese a la resistencia de ella, que perdió el sostén en el envite. Quería tumbarla bocarriba sobre el mueble, pero la fuerte resistencia de ella se lo impedía, logrando eso sí, sentarse en el sofá, colocándola, tras un forcejeo, bocabajo sobre sus rodillas con el culo en pompa.

Sujetándola con una mano para que no escapara, empezó a azotarla fuertemente con la otra mano en las nalgas, provocando que en cada azote la mujer emitiera un agudo chillido y pateara en el aire.

Observando Antonio el deseado culo de Rosa a pocos centímetros de su rostro y totalmente accesible e indefenso, babeó de placer y sobó, apretó y azotó con un ansia desmedida. Si hubiera podido se lo hubiera comido a bocados allí mismo. Se hubiera dado un festín con el macizo culo de su sabrosa cuñada. Lo hubiera devorado. No se podía imaginar tener a su alcance una situación tan excitante y durante tanto tiempo deseada.

Agarrando el elástico de las bragas, el hombre tiró de ellas para bajárselas y, aunque inicialmente no podía al quedarse atrapadas entre sus piernas y la pelvis de la mujer, los botes de ella, más bien intencionados, liberaron la prenda, que se deslizó por los torneados y fuertes muslos de Rosa, quedándose detenidas en las rodillas que, disimulando, exclamó al sentir como la bajaban las bragas:

  • ¡Ay, ay, no, no, las bragas, no, no me bajes las bragas!

Observando el blanco y respingón culo de Rosa, Antonio no solo continuó propinándola un azote tras otro, sino que metió sus dedos entre las piernas de ella, metiéndola mano directamente en el coño, bruscamente al principio, pero enseguida dejó de azotarla, concentrándose en meterla mano, comenzando a acariciarla la entrepierna, al principio lenta y suavemente, entre sus cada vez más cogestionados y lubricados labios vaginales, acallando sus quejas cada vez más débiles y convirtiéndolas rápidamente en gemidos, gemidos de placer.

Las bragas se deslizaron de las rodillas a los tobillos de la mujer, para caer definitivamente al suelo, sin que nadie hiciera nada por evitarlo.

Se estremecía Rosa sobre las piernas de su cuñado mientras la masturbaba cada vez con más energía, hasta que, en contra de su voluntad, sintiendo cómo la llegaba un potente orgasmo, no pudo evitar emitir un par de gemidos de un tono más alto, y, estremeciéndose, se corrió como hacía tiempo que no lo hacía mientras chillaba a pleno pulmón durante varios segundos para callarse a continuación.

Dejando de masturbarla, no por ello abandonó el sobarla las nalgas, aunque enseguida la obligó a incorporarse, dejando que se tumbara desmadejada, bocarriba sobre el sofá, cubriéndose con una mano su empapado sexo.

Una vez Antonio se puso en pie, al lado del sofá, sin dejar de observar lascivo las tetas de su satisfecha cuñada, procedió a soltarse el cinturón y a bajarse pantalón y calzón.

Mientras el hombre se desnudaba de cintura para abajo, la mujer, viendo cómo lo hacía, se fijó en su verga enorme y erecta, volviendo a la realidad y cayendo en la cuenta de lo que la había hecho, la había dejado en pelotas y masturbado, y lo que quería hacerla ahora, follársela.

Una ola de vergüenza y de miedo se adueñó de ella y, levantándose lo más rápido que pudo del sofá, salió corriendo completamente desnuda por el pasillo, camino de su dormitorio, seguida a pocos pasos por un Antonio, que, vestido solo con camisa y calcetines negros, corría totalmente empalmado sin dejar de mirarla el voluptuoso culo y como lo balanceaba lascivamente.

Llegó Rosa a su dormitorio y cerró de un portazo la puerta tras ella. Intentó colocar un mueble tras la puerta para evitar que su cuñado entrara, pero era demasiado pesado para moverlo con la suficiente rapidez, por lo que Antonio llegó antes de que la bloqueara.

Empujando el hombre la puerta, se disponía a entrar, pero la mujer, al ver que su elección no había sido la adecuada, apoyó desesperada su espalda contra la puerta y, empujó con todas sus fuerzas, intentando evitarlo.

A un lado y a otro de la puerta, empujaban los dos cuñados la puerta del dormitorio, él para entrar y follársela y ella para evitar que entrara y se la follara. Él vestido solo con camisa y calcetines negros y ella completamente desnuda. Él empalmado y ella recién masturbada. Él empujando de frente a la puerta y ella de espaldas.

Le costó a Antonio entrar, pero lo consiguió, arrastrando la puerta hacia dentro del dormitorio y con ella a una Rosa que, chillando, oponía todas sus fuerzas para proteger su ya mancillada virtud.

  • ¡No, nooooooooo!

Viendo que el hombre ya estaba dentro, la mujer se levantó rápido del suelo y, dando la espalda a la puerta, echó a correr hacia la ventana del dormitorio con el fin de huir por ella a la terraza de la vivienda, pero Antonio, sin perder ni un instante de observar la panorámica del hermoso culo de su cuñada, la sujetó por detrás por las caderas cuando estaba a punto de encaramarse a la ventana y, tirando de ella, la metió dentro.

Sujetándola por detrás ahora por las tetas, la logró colocar a cuatro patas sobre la cama y, tirando de su cabello hacia atrás, impidió que se marchara y se mantuviera quieta durante unos instantes, los suficientes para sujetarla firmemente por las caderas y dirigir su cipote erecto a la jugosa vulva de Rosa y penetrarla de golpe, hasta que su miembro se perdió dentro del sexo de ella.

Al sentirse penetrada, la mujer se quedó paralizada, conteniendo inicialmente la respiración sin creerse realmente lo que la estaba sucediendo, que se la estaban follando, para a continuación chillar un “¡No!” desgarrador y revolverse para sacarse la polla de dentro, pero las manos de Antonio la sujetaban fuertemente por las caderas impidiendo que se lo sacara.

Colocando una rodilla sobre la cama y la otra pierna apoyada fuertemente en el suelo, empezó el hombre a balancearse rápido y con energía, adelante y atrás, adelante y atrás, restregando su erecta verga por el interior del empapado sexo de Rosa, follándosela.

Como aun así la mujer se esforzaba por marcharse, el hombre la volvió a agarrar el cabello con una mano y, tirando, la retuvo mientras continuaba con el mete-saca-mete-saca.

Chillando más de desesperación que de dolor, sujetó la mujer la mano que tiraba de su pelo, y aguantó sin moverse hasta que, por fin, después de varias embestidas, cada vez más rápidas y violentas, Antonio, gruñendo, se corrió dentro del coño de su cuñada.

Se detuvo unos segundos para disfrutar del polvazo que la acababa de echar y, cuando la desmontó, la dio un fuerte azote en una de las nalgas y salió tambaleándose del dormitorio camino del salón donde tenía tirada su ropa en el suelo.

Rosa, dolorida y ultrajada, se incorporó lentamente de la cama y, sin atreverse a decir ni una sola palabra no fuera a ser nuevamente agredida, se dirigió completamente desnuda al cuarto de baño donde, cerrando la puerta con llave, se duchó y se limpió a conciencia mientras lloraba copiosamente avergonzada.

Antonio, una vez vestido, se encaminó a la puerta de la vivienda y, al abrirla, se encontró de frente con Juan, su sobrino e hijo de Rosa, que venía a comer.

Asombrado el joven no reconoció inicialmente a su tío, pero éste, muy efusivo, le dio un fuerte abrazo, como si no acabara de follarse a su madre.

  • ¡A mis brazos, sobrino!
  • ¡Ah, pero …!
  • No reconoces a tu tío. Soy Antonio, tu tío, pero ¿tanto he cambiado?
  • ¡Ah, Antonio … mi tío … mi tío Antonio!
  • Pues claro, sobrino, tu tío Antonio. Pero ¿cuánto tiempo sin vernos?
  • ¡Ah, sí … sí… mucho tiempo!
  • Ya me ha dicho tu madre que ya estás trabajando. Pero ¿qué tal te va?
  • ¡Ah … bien … bien!

Poco a poco fue Juan reaccionando y manteniendo un dialogo con el ahora parlanchín, irreconocible y ebrio tío Antonio, al que siempre recordaba serio y distante, pero el joven se preguntaba:

  • ¿De donde sale éste? y ¿qué hace saliendo de la casa de mis padres si solo está mi madre dentro?

Cuando por fin logró separarse de su tío, entró en la vivienda utilizando su llave y encontró a su madre en la cocina, colocando la mesa para que comiera rápido su hijo y pudiera volver al trabajo.

  • Me he encontrado al tío Antonio en la puerta. ¿A qué ha venido?

Preguntó Juan de sopetón escamado.

  • ¿Quién? ¿Tu tío Antonio? ¡Que se ha prejubilado y ha venido a darnos la buena noticia!

Respondió Rosa como si no diera ninguna importancia.

  • Venía borracho como una cuba.

Afirmó su hijo como si fuera una verdad incontestable.

  • Puedo asegurarte que aquí no ha bebido nada. Le he dicho que venías a comer y se ha marchado casi al momento.

Se justificó la madre poniéndose a la defensiva ante el comentario de Juan.

  • Te has librado de una buena, porque me ha dado carrete durante un montón de minutos y, si no es porque he logrado cortar, aún estaría dándome la chapa y no podría ni comer.

Comentó finalmente el hijo sentándose a comer.

Mientras comía solo en la cocina, le extrañó que su madre no se sentara con él para hablar como siempre solía hacer y más ahora que había una novedad, la de su tío. Aunque no se atrevió a preguntarla nada, la notaba inquieta, como avergonzada, con la cara encarnada, la mirada triste y el pelo alborotado, como deseando salir de la cocina, pero, como Juan había perdido mucho tiempo con su tío y tenía que comer deprisa para volver a la oficina, no pudo la mujer dejarle ni un momento.

Una vez Juan hubo comido, la dio un beso en la mejilla a modo de despedida y la dejó en la cocina limpiando y preparando la comida para su esposo.

Camino de la puerta de entrada, pasó por el salón, observando en el suelo algo que brillaba. Se agachó a recogerlo y era un botón redondo. Observó también un trapo tirado en el suelo que sobresalía un poco de debajo del sofá. Acercándose lo recogió, dándose cuenta que no era un simple trapo, sino algo más grande. Era un vestido, ¡un vestido de su madre!

Lo extendió extrañado y observó que estaba roto, rasgado de parte a parte, dividido casi en dos partes. Era como si se hubiera enganchado con algo y se le hubiera roto, o … ¡se lo hubieran arrancado a tirones!

Al recoger de debajo del sofá el vestido, también arrastró otras prendas. Se agachó y las cogió. Eran dos. Una era un sostén y otra unas bragas, ¡eran también de su madre! Las bragas estaban vueltas al revés, como si se las hubiera quitado precipitadamente, sin haberla dado tiempo a colocarlas. Además, aunque estaban limpias, era evidente que estaban usadas.

Se preguntó alarmado:

  • ¿Qué había sucedido para que estuviera la ropa de su madre escondida bajo el sofá?

Además los cojines del sofá estaban hundidos, como si se hubieran tumbado sobre ellos y luego no los hubieran ahuecado y colocado, como acostumbraba a hacer su madre.

Escuchó los pasos de Rosa acercándose por el pasillo y preguntando alarmada:

  • Pero ¿estás ahí aún, Juanito? ¿No te has ido todavía?

Agachándose rápidamente metió toda la ropa bajo el sofá, donde la había encontrado, incorporándose antes de que entrara su madre al salón.

  • Ya me voy, mamá. Estaba mirando un mensaje que me han enviado del trabajo pero ya me voy.

Y, sin mirarla siquiera para que no viera su azoramiento, se encaminó precipitadamente hacia la puerta de la vivienda, saliendo sin decir nada más.

Mientras bajaba caminando las escaleras y ya en la calle camino de su trabajo, una idea inundó su mente, una idea que enseguida se convirtió en una certeza:

  • ¡Mi tío se ha pasado por la piedra a mi madre!

La sorpresa inicial dio paso al cabreo, aunque pensándolo mejor no le pareció nada mal. Al fin y al cabo era muy posible, por no decir seguro, que su padre tuviera desatendida a su madre y ésta, antes de buscar un orgasmo fuera, que mejor que conseguirlo dentro de la misma familia, con su propio cuñado, un hombre serio y responsable.