Mi tío Roberto (1)

Una rara enfermedad nos devolvió a mi tío Roberto que mi madre y yo creíamos perdido para siempre.

Vivía con mi madre en un pequeño apartamento de la ciudad. En aquellos momentos tenía 12 años y estaba volcada con todo mi amor por ayudar y complacerla, puesto que apenas contando con seis meses de vida, un trágico mes de Junio se llevó a mi padre en un fatal accidente.

Desde entonces, mi madre solo tenía el pensamiento de que yo creciera con todos los caprichos y necesidades cubiertos. Trabajaba en el turno de noche en una clínica cercana a nuestra casa. Ese turno había sido solicitado por ella, puesto que era económicamente más rentable, y nos permitían vivir mas desahogadas.

Durante el tiempo que ella estaba en su trabajo, me cuidaba una señora que había sido una gran amiga de mi abuela y ahora nos tenía como su familia. Con vida, solo quedaba mi tío Roberto, 1 año mayor que mi madre, que según Micaela, mi cuidadora, había huido con un muchachito joven, en una bacanal homosexual, cosa que había logrado que ella odiara a mi tío con todas sus fuerzas.

En aquellos días, m madre contaba con 24 años y a pesar de tener una figura muy atrayente, acompañada con un bello rostro, enmarcado por un pelo rojizo natural, no había consentido salir con nadie desde que su marido había desaparecido de este mundo. Yo también tenía el pelo de un color similar, pero mi cuerpo no estaba todo lo desarrollado que hubiera deseado a esa edad.

Recuerdo aquellas noches de verano, cuando ella no trabajaba y por lo tanto quedaba en casa, paseando con poca ropa y exhibiendo el blanco de su piel, que dejaba a la vista hasta parte de sus venas. Yo la miraba hasta saciarme , deseando ser algún día tan bella como lo era ella.

En esos días de otro mes de junio, apareció por casa mi tío Roberto. Estaba enfermo. Un virus le permitía mover los tendones de brazos y piernas, solo lo justo. Vino suplicando que le dejáramos quedarse hasta que se hubiera recuperado y por supuesto, mi madre que tanto lo quería, y que en ningún momento había criticado o denostado su aventura, estuvo mucho más que encantada en que compartiera nuestra casa.

Micaela, presa de furia, abandonó la casa y nos dijo que cuando desapareciera esa lacra en forma de ser humano, que le avisáramos y volvería, pero que ni un minuto iba a estar bajo el mismo techo que él.

Con esta situación, mi madre arregló las cosas en el escaso espacio que disponíamos, habilitando la habitación de matrimonio con una cama adicional que ocuparía mi tío. Era un poco más baja que la nuestra, pero era la única manera de atenderlo durante la noche. Pidió excedencia de seis meses en el trabajo, que le fue concedida y con ello se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de su querido hermano.

Nada extraño pasó durante la primera semana, pero el siguiente domingo, a punto de empezar la última semana de colegio antes de las vacaciones, entré a recoger unos pantalones limpios y vi a mi madre que con todo el amor lavaba con una esponja el pene de mi tío. Casi pego un grito cuando lo vi, puesto que era cuanto menos muy grande. Estaba semi-flaccido, pero se veía enorme entre los dedos de mi madre.

Eso quedó en un segundo plano, un miércoles de la tercera semana de estancia. Mi tío había pasado por una crisis y ahora aunque se encontraba muy bien físicamente, tenía por el contrario más dificultades para caminar. Aquella madrugada, sobre las dos, le hablaba en voz muy baja para no despertarme, avisando de una necesidad biológica urgente.

Mi madre, con aquel camisón corto, que apenas le tapaba el culo, le sirvió de apoyo y lo acompañó al baño de la habitación, que para facilitar las cosas, habíamos quitado la puerta. Él se sentó en la taza y mientras hacía, desde mi posición, comprobé que su mano derecha estaba situada en la nalga izquierda de mi madre y al mismo tiempo, apoyó su cabeza en su regazo.

Estuvo unos minutos en esa posición, mientras mi madre le acariciaba el cabello, y ví que en un rápido movimiento bajo sus bragas para así tocarlas en toda su desnuda esplendidez. No daba crédito a lo que veía y apenas podía apartar un segundo la vista de su acción. Mi tío le dijo en voz baja que estaba desesperado por poseerla y ella adujo a que no tomaba ningún tipo de píldora, pero mi tío le dijo con voz temblorosa que lo que deseaba era su culo.

Se lavó ayudado por mi madre y ella le acompañó hasta su cama. Vino a comprobar que estaba dormida, cosa que fingí de maravilla y se fue a lavarse ella. Vino con un bote de crema, y tras quitarse las bragas, depositó suavemente crema en su ano, hasta que se acostó de lado ofreciendo su preciado tesoro a su hermano, que enseguida comenzó a acariciar lo que sus manos permitían.

Enseguida guió su poderoso miembro a la pequeña entrada, y empujó lentamente hasta que milímetro a milímetro desapareció por completo en las entrañas de mi madre. Si había dolor mi madre no lo demostró, simplemente aceptó el envite, gimiendo bajo para no despertarme. El miembro ahora ya salía y entraba aunque con alguna dificultad, pero al cabo de unos minutos, empezó un metisaca lo suficiente rápido para hacerla gemir y respirar entrecortadamente.

Yo estaba en mi cama inmovilizada, sin apenas parpadear, y tenía una visión espectacular de lo que ocurría en la pequeña cama de al lado. Ahora, mi tío estaba ensartado profundamente en mi madre, y sin moverla de su interior, la besaba en la boca, respirando cada uno hasta el último aliento del otro. Tras esos escarceos, la sacaba de manera lenta e interminable, hsta que quedaba justo en la salida, y volvía a meterse hasta el fondo, volviendo a las caricias y besos.

Esa operación, la repitió cada vez con menos intervalos, hasta que empezó una follada intensa, todo fuera todo dentro, que duró unos diez minutos, y que acabó con un orgasmo intenso de ambos, quedando los intestinos de mi madre inundado de su semen. Ambos quedaron exhaustos y enganchados durante un corto tiempo, hasta que mi madre, sacándose aquella serpiente, se dirigió a mi cama a ver si dormía.

Tras mi nuevo fingimiento, se dirigió al baño a lavarse, tras lo cual vino con una esponja empapada en agua, para lavar el arma que la acababa de inmolar, y se acostó a mi lado.

A la mañana siguiente, me levanté y mi madre no estaba en la habitación. Mi tío dormía placidamente.

CONTINUARÁ