Mi Tío, Mi transformador.

Un chico heterosexual joven e inexperto es descubierto en su travestismo, y dulcemente chantajeado para realizar actos sexuales con otro hombre, usando el vestido mas bonito que ha visto en su vida.

Mi “tío”, mi transformador.

Esta historia es 100% real. Bueno, 100%... real. O no. ¿Qué más da?

Para poner un poco en antecedentes, he de contar mi historia previa a estos sucesos que terminaron marcando mi vida posterior. Tengo 17 años, me llamo José y estudio en una ciudad cercana a la mía, donde no tengo ni amigos ni conocidos. Tan sólo mi “Tío” Ángel. Y lo entrecomillo porque no hay parentesco. Es un viejo amigo de mis padres, que toda su vida ha estado ahí. Muchos de vosotros tendréis a alguien así en vuestra vida y vuestra infancia. Pero imagino que a la mayoría no les hizo lo mismo que a mí.

Desde muy pequeño, he tenido la necesidad de usar prendas femeninas a escondidas. A muchas les sonará. Mis padres me pillaron unas cuantas veces y siempre el mismo drama. Que si el niño es maricón, que si esto no es normal… En fin, lo de siempre.

El caso es que llegado el momento de irme a estudiar fuera, mis padres no estaban del todo felices con la idea de dejarme sin supervisión, y como el tío Ángel vivía en esa ciudad, le pidieron que “me echara un ojo encima” de cuando en cuando.

Así mis visitas a su casa para almorzar o cenar fueron frecuentes. Me gustaba el tío Ángel. No, no en ese sentido, yo no soy homosexual. Era un hombre maduro, de 46 años, soltero empedernido, inteligente, divertido, bien formado… Un partidazo para cualquier chica.

Fue en una de esas visitas que me comentó, un poco avergonzado, que quería pedirme un favor. Le había comprado, según me dijo, un vestido carísimo a su nueva novia, para estrenarlo en la boda a la que iban a asistir. Y eso era cierto, En esa época en el entorno de mis padres hubo una boda bastante sonada. Por lo que no vi nada extraño en su comentario. Sí lo vi en el favor, que ya que los dos teníamos más o menos la misma talla, su chica y yo, que me lo probase por si había que descambiarlo. Si todo hubiese quedado así, no hubiese pasado nada, el problema es que me lo preguntó con el vestido en la mano. El traje largo, dorado, de raso más bonito que había visto en mi vida. Era un espectáculo de satén, oro y plumas. Nada más verlo me quedé muerto, creo que me ruboricé y todo. Era precioso, perfecto, ideal… Me enamoré de ése vestido al primer vistazo. No sé si se dio cuenta ahí, o ya lo sabía de antes por mis padres o, no sé. El caso es que me costó la misma vida parecer creíble mientras me negaba. El tacto por dios, que suavidad, que lujo.

Tuve que ceder, no pude evitarlo. Pero intenté parecer fastidiado y herido en mi hombría mientras le hacía prometer que me las pagaría. Una vez el vestido puesto, que me quedaba como un guante, apareció con los tacones. Unos preciosos zapatos de 13 cm de tacón, a juego con el vestido. Un poco de plataforma, charol dorado y adornos en pluma. Y claro,  ya con el vestido negarse era una tontería. De mi número, exacto. Parecían, fíjate que coincidencia, comprados para mí.

Mi problema fue, que por muy bien que representase el papel de machote haciendo un favor, no caí en esconder lo bien que me desenvolvía con unos tacones. Ahí fue cuando definitivamente me cazó.

Y su pregunta, al cabo de un instante, fue demoledora. ¿Tú… Tú sueles vestirte a menudo de mujer? Me soltó de golpe y sin anestesia.

Muerto me quedé, rojo perdido, balbuceando y nervioso a más no poder. Antes de acertar a decir lada en los diez segundos más largos de la historia, él sonrío y me dijo que no pasaba nada, que estaba bien, que conmigo estaba a salvo mi secreto. Me cogió del brazo y me llevó al sofá para tranquilizarme y me ofreció una copa. Yo estaba muerto de vergüenza allí. Paralizado y  rojo como un tomate. Sin decir ni pío. Él me ponía la copa, otra para él. Seguro y confiado, como si realmente no fuese para tanto. Acepté su bebida y dejándome llevar por su tranquilidad y aplomo le comencé a hablar de mi situación. El atendía cortésmente y después de volver a tranquilizarme, me preguntó si, ya que estaba y teníamos tiempo, era viernes y no había planes para ninguno, quería vestirme allí. Dejarle ver a mi otra mitad. Apelando a nuestra confianza y cariño mutuo, me sugirió que confiase en él mejor que en su mejor amigo. No sé si sería la copa, la situación, o el vestido que no paraba de mirar y acariciar encima de mi piel que acabé por ceder a su idea. Me iba a vestir de mujer, con ese precioso vestido para una persona que conocía toda mi vida. En cierto modo, era tranquilizador y desahogaba la idea.

Dúchate y aféitate todo. Cara y cuerpo. En el baño encontrarás cosas de mi chica que podrás usar. Talcos, desodorante y demás.

En la ducha las dudas volvían y los miedos. Todas las consecuencias de semejante idea. Pero el vestido… oh! El vestido. Y ya, el secreto estaba fuera, él lo sabía, no tenía nada que perder.

Duchado y depilado salí al dormitorio donde estaba de nuevo el vestido sobre la cama y, oh sorpresa, un conjunto de lencería de raso blanco y rosa. Sostén, braguitas, liguero y medias blancas. Y un corsé ceñidor de raso blanco. Al preguntar que qué era todo eso, su respuesta fue, si vas a hacer algo, hazlo bien princesa. Eso me ofendió. Vale que tenía un problema de travestismo ocasional concreto, pero era un chico, y no un marica. Pero el vestido…

Decidí que no podía dejar pasar ese conjunto y claro que me lo puse. Era distinto estar depilado, todo tan suave, mucho más intenso al tacto, más liviano ligero y femenino. Antes de ponerme el vestido, me pidió volver al baño, donde me abrió un cajón del mueble con la colección de productos de maquillaje más completa que había visto nunca. Tres veces más que mi madre, mi hermana y mi tía juntas. Totalmente asombrado le pregunte por ello, pero según él, todo eran cosas de su chica. Siempre se me dio bien maquillarme. Y la práctica que tenía hizo el resto. Todos esos vídeos de youtube y bueno, mi talento, me han hecho ser muy convincente a la hora de maquillarme. Y claro, nunca había tenido tanto producto ni tan bueno a mi alcance. Me esmeré a tope. Base, polvos, colorete brillante, eyeliner supermarcado, sombras en tres tonos rematadas en el interior del ojo y el punto de luz con un dorado muy muy brillante. Me gusta la purpurina, ¿qué pasa? Dos lunares falsos en el pómulo y labios perfilados, dejando para el final el último toque, el pintalabios que siempre aplico después de estar vestida.

Estaba tan metido en la situación, que cuando llegó con una preciosa peluca rubia de media melena ondulada, y un set de uñas postizas doradas metalizadas, ni me paré a pensar el ello. Me ayudó a ponérmelas, sin pensar sobretodo en cómo cojones me iba a quitar luego esas uñas, que decía en la caja que eran para dos semanas. La peluca me la colocó y me ayudó a peinarla. Sus manos, tanto con las uñas como con la peluca entraron en contacto con mi piel, en manos, hombros y espalda. Ligeramente, nada intenso, nada obsceno. Y… Caricia? O roce casual? Si bien me incomodó un poco, yo quería mi droga. Y él me la estaba dando. El vestido, que distinto sentirlo así. Depilado, maquillado, pelo largo. Los collares y los pendientes a juego con los anillos fueron el remate. Me acercó un bolso-clutch también a juego con el traje y el chal que lo completaba, y un tocado de plumas que sujetó a la peluca. Me puso todo el conjunto que su chica debía llevar a la boda. Y tres golpes de perfume Obsession para rematar. Me acompaño al salón y volvió a preparar un par de copas.

Hablamos de si ya estaba más tranquilo. Cómo me sentía y demás. Era una situación mágica. Un amigo con el que poder ser esa otra parte de mi mismo sin juzgarme ni ofenderme. Simplemente dos colegas. Ya más tranquilo, más relajado fui comportándome más femenino. Cosa que él sugirió que potenciase, que estaba segura allí con él. Que delicia poder andar a taconazos sin miedo a los vecinos cuando me dirigí al espejo del salón a pintarme los labios de un color cobre oscuro, muy brillante. Así me comentó, que si quería, podía ir a su casa a vestirme siempre que quisiera. Que no había problema. ¿Y su chica?... ¿Y el vestido, no es divino?...

Me dijo que lo entendía y lo comprendía, que tenía varios amigos homosexuales que también tenían esa necesidad. Curiosamente, yo estaba usando un traje de raso dorado y pintándome los labios color cobre mientras respondía “pero qué dices, que yo no soy maricón”… Y eso si sonó despectivo, a la par de irónico. El se puso más serio, y a la par notaba media sonrisa malévola en su rostro. De vuelta al sofá, con mi copa en la mano me preguntó si tenía algo en contra de los maricones. Yo le dije que no claro, que era muy tolerante. Que cada uno podía hacer con su culo lo que quisiera. Mamar pollas es gratis, que se hinchen… No sonó tan gracioso como pensaba.

Entonces comenzó a mezclar una trampa con amabilidad y reproche. Se encendió un cigarrillo y me preguntó si quería otro. Si bien lo he probado con amigos y demás no me consideraba fumador. Pero acepté al insistir en su oferta. En tu bolso encontrarás los tuyos. Yo procedí a abrir mi bolso y saqué un paquete de cigarrillos que no conocía. Virginia Slims. Largos, muy largos, de color blanco y fuerte olor mentolado. Con ese vestido son los que te pegan, me dijo. Eran suaves y sabrosos, muy mentolados. Volvió a su interrogatorio, ofendido por mis comentarios. ¿Y que pasa si algún conocido tuyo es maricón? ¿Le vas a dar de lado? No claro que no, porque dices eso? Coge el mando a distancia y dale al play. Puse el televisor donde aparecieron dos cachas de gimnasio besándose, y dando de mamar a un jovencito muy delgado. Yo me quedé de piedra. ¿Y que pasa si yo soy maricón, como tu dices? Blanco. De piedra. Muerto de vergüenza con mis labios color cobre abiertos de par en par y mi cigarrillo súper larguísimo en la mano totalmente amanerada.

¿Sabes que te digo? Qué sí, que lo soy. Y pensaba que tú me entenderías. Y me apoyarías. Yo no sabía que decir. Madre mía. Que situación. Lo siguiente fue lo que me dejó de piedra.

¿Y sabes qué más? Tú también lo eres. Y si no lo eres, te voy a hacer yo.

Ahí la situación se puso tensa, Ofendidos los dos, nerviosos, me levanté asustado para irme cuando me soltó de golpe y porrazo si pensaba salir a la calle con esa pinta de maricona. No, con mi ropa. Tu ropa no sabes donde está. Y no vas a volver al baño. Te vas a sentar aquí y me vas a escuchar. Estamos perdiendo la cabeza cariño, terminó. Con la peli porno supergay puesta, con su copa en la mano me señaló un escondite de la estantería donde había una webcam wifi grabándolo todo. Lo editaré para que parezca que te colaste en mi casa a vestirte de mujer. Mis padres, mis amigos, toda mi escuela lo sabrían.

Completamente en shock, bloqueado sin saber que decir o hacer, muerto de miedo y a punto de romper a llorar vinieron los ruegos y las súplicas. Todos los por favor del mundo no tuvieron efecto, hasta el “haré todo lo que me pidas”…

Haré todo lo que me pidas no fue mi mejor frase, allí de pie en traje de gala, subido en mis tacones de vértigo frente al hombre que me vistió de mujer y ahora me amenazaba con exponerme. Me tomo de los hombros y me volvió al espejo, para hablarme suavemente y decirme lo bonita que estaba. Eso es verdad. Estaba maravillosa. Era una bomba dorada de plumas, brillantina y maquillaje. Parecía más una showgirl que una chica en una boda. Mi imagen me enamoraba y me bloqueaba. Sus manos acariciaban mis hombros y mi culo. Rechazo. Apartarle con la mano y volver al sofá a encender otro cigarrillo largo y beber de mi copa. Intenté razonar con él, explicarle que no era gay, que lo admiraba igual y lo respetaba mucho más, que su secreto conmigo estaba a salvo también y lo dejásemos ahí. Que nunca más me vestiría con él para no confundirle y listo. Y mi mejor sonrisa y golpe de pestañas…

¿Me dejarás hacer todo lo que quiera? Recuerda el vídeo que he grabado. Tú solo harás lo que quieras hacer, no te forzaré a hacer nada de lo que no quieras. Pero tú me dejarás hacer todo lo que quiera. Ese fue su acuerdo. Su oferta para no delatarme y exponerme.  Y ya no podía negarme.  Asentí pensando en las consecuencias de mi negativa y acobardado y muerto de miedo accedí a su trato. El intentaría volverme marica y yo no me resistiría.

Él se sentó a mi lado y me puso la mano en un muslo, y la otra en la espalda. Mi secreto va a ser tu secreto a partir de hoy. Hoy te voy a hacer maricona, como yo. Acariciando mi muslo y rodilla, con el tono más suave del mundo y cierto retintín de reproche y castigo al decir “maricona” lo más cercano a un tío que nunca tuve me decía que me iba a volver homosexual.

Más sollozos. No llores reina que se te va a correr el rimel. El era gay, pero no amanerado, no tenía pluma. La estaba forzando para humillarme y reírse de mí por mis comentarios.

Pero era tranquilizador al mismo tiempo. Me puso otra copa, bebí fuerte, su mano en mi muslo y mi espalda. Mira la peli y relájate. Pero no puede ser, que no lo soy, por favor. Shhhh! Mira la peli.

Con mi copa en la mano, el vestido más hermoso del mundo y pintada como una stripper de las vegas, fumaba mi cigarrillo largo y veía en la pantalla de 51 pulgadas un hombretón y un travesti chupándole la polla dulcemente. Su mano fue de mi muslo a mi pecho, y la de su espalda se tornó firme para apresarme cuando intenté escapar de nuevo. Sentado en el sofá, mi pecho plano envuelto en plumas y raso estaba siendo acariciado por otro hombre. Bebí otro sorbo, fumé otra calada y mi pezón derecho sufrió un pellizco. No dolió. Gemí, mierda. Gemí. Me había dado placer.

En la tele el travesti chupaba loca de placer la polla del hombre. Mi pezón y pecho estaban siendo torturados por placer y caricias. Fumé otra calada, y pedí por favor que me dejase.

Shhhh! Relájate, mira como disfrutan esos “maricones”. Cerré los ojos, ofendido, abrumado. Mi pezón acariciado, Mi espalda acariciada. Se puso enfrente de mí, le vi enorme, fuerte y masculino. Mis manos estaban decoradas con anillos y uñas metalizadas. Se desnudó quedando en boxers con un paquete enorme junto a mi cara. Se sentó otra vez y se pegó más a mí.

Mira como disfrutan. Ahora el hombre la estaba penetrando. Cuando la polla en el televisor rompió la entrada del travesti mi entrepierna fue agarrada fuertemente, soltando un gritito ahogado y femenino. Relajó su mano y comenzó a masajear mi entrepierna. Me estaba excitando y entré en erección. Te gusta, lo noto. Déjate, asúmelo.

Mi no, por favor salió medio ahogado por un asomo de gemido. Toma, píntate los labios otra vez, que quiero verlo. Sin saber porqué, lo hice. Pintarme los labios junto a un hombre medio desnudo que sobaba mi entrepierna y mi espalda. Y me gustaba. Era placer lo que sentía.

Placer e impotencia. Se puso de pie y me puso a mí. Yo podía negarme según el trato, pero no podía realmente. Me abrazó y me acarició del muslo al culo y la espalda. Besó mi cuello y yo sollozaba y gemía. Confundido totalmente. Él tenía razón. Me estaba volviendo homosexual. Mis manos estaban fijas en mis costados. Me negaba. No, ni hablar. Abusará de mí pero no seré lo que él quiere… simplemente, le dejaré usarme aunque me encante…  Ya no sabía ni que pensaba.

Después de acariciar mi cuerpo por completo, de restregar su cuerpo contra el mío y dejarme sentir su enorme polla aprisionada en sus calzones contra mi vestido y mis braguitas, se bajó los calzones y liberó su enorme pollón delante de mí. Lo que vi fugazmente era enorme, y cerré los ojos y miré a otro lado.

Su cara en mi oreja mordisqueaba mi lóbulo y me susurraba, mírala, no te niegues. Y sus manos levantaban mi vestido y bajaban mis braguitas de raso dejando salir mi polla en erección… si podía llamarse así.

Al mirar abajo y verlas juntas la mía era casi la mitad que la suya. Verlas así fue lo más humillante de toda la noche, el momento definitorio, cuando los sollozos pasaron a lágrimas. No muchas, solo un par. Agarrar mi polla y unirla a la suya en un masaje completamente homosexual fue el mayor placer recibido hasta la fecha.

Por supuesto, para rematar la faena, aún era virgen. Las lágrimas pasaron a gemidos, gemidos intensos, Temblor, placer, mis manos agarraron sus hombros y se abrazaron. No… alcancé a susurrar, sin saber si llegó a ser ni tan siquiera audible. ¿Te gusta verdad mariconcita? Gemidos ¿Te encanta mi polla verdad maricón? Gemidos intensos ¿Dime que te gusta vamos, dime que ya te he vuelto maricón? Gemidos. No lo voy a decir. Gemidos. Placer.

Corrida.

Fuertemente abrazado a él mi polla empezó a disparar chorros de semen como nunca. El placer más intenso me recorría mientras gemía a gritos de placer. Mi semen usado de lubricante hacía la doble masturbación más fluida y suave, más intensa. Gemidos, Placer… Vergüenza.

Como siempre después de pajearme vestido de mujer mi lado masculino volvió con fuerza, avergonzándome y arrepintiéndome y jurando y perjurando que no lo volvería a hacer. En esta ocasión, también fue así. Él sabía que ocurría y me sujetaba fuerte mientras sollozaba e intentaba escapar.

Estate quieto que tenemos que afianzar tu homosexualidad reina. Humillado y violentado intenté zafarme para ser puesto fácilmente de cara al espejo. La misma imagen de diosa femenina envuelta en raso, plumas y maquillaje me fue devuelta. Mi pelo rubio adornado con plumas y mi perfecto maquillaje apenas corrido por dos lagrimitas. Salvo mi pollita aún goteando semen en mi entrepierna y un hombretón desnudo agarrándome por detrás.

No te niegues, no te resistas, hay que asegurarse de que lo eres. Ya ni siquiera lo decía, pero yo lo pensaba. Maricón, marica, loca, homosexual… todo eso resonaba en mi cabeza… pero no sonaba mal.

Sus manos húmedas de mi semen se introdujeron en mis braguitas, por mi culo, y un dedo lubricado rompió la entrada de golpe y hasta el fondo. Grité y salté, intenté escapar pero era su prisionero.

No, No , No, No… Shhhh! Asúmelo. Su dedo se movía en mi culo. Placer. Placer, Gemidos. No, No, No…

Deja de moverte, verás como te gusta. Su dedo se movía adelante y atrás, en círculos. Me relajé. Placer, Gemidos. Silencio. Gemidos.

Y ahora te voy a follar como la puta maricona que eres zorra.

Obviamente dije que no, me revolví y resistí. Pero la bebida, la fuerte corrida y el estrés emocional me tenían débil e impotente. Eso resonaba en mi cabeza, impotente, maricón.  Mientras mis ojos me veían a mi mismo en el espejo del salón, tumbado en el suelo, con las piernas abiertas y el vestido levantado y mi Tío Ángel hundiendo su polla en mi culo despacio y suavemente, casi sin esfuerzo. Mi cabeza resonaba con impotente, maricona, puta, zorra, maricon. Su polla entraba poco a poco en mí mientras mi boca susurraba No, No, No, No…

La expresión triste y de llanto, sin lágrimas ningunas, dieron paso poco a poco a expresión de relax, hasta que mi imagen devuelta del espejo me excitaba más y más. Y la polla que rompía mi culo y acariciaba las paredes de mi ano suavemente, cambiándome, volviéndome, enviaba oleadas de placer por todo mi cuerpo. Mis manitas tocaban el suelo buscando la mejor postura, la más placentera. Totalmente cubierta por un hombre con su polla enterrada en mi culo no podía negarlo más. Su ultima “maricona” fue devuelta con un Sí. Esto le animó y me agarró la cintura situándome a cuatro patas, cubriéndome como una yegua en celo y follando mi culo fuerte, a golpes cada vez más profundos, sus pelotas golpeaban mis cachetes y cada golpe era devuelto por un gemido chillón. Su mano volvió a mi polla y la empezó a masturbar fuertemente mientras me follaba hasta que no pude evitar correrme  de nuevo en su mano, mucho más intensamente esta vez.

Detenidos tras las convulsiones orgásmicas, su polla dentro de mi culo era un invasor agradable y placentero, su mano ordeñaba mi pollita y mis ojos se cerraban de vergüenza y arrepentimiento.

Me dejó sentada en el suelo. Mirando hacia abajo con los ojos cerrados. Sollozando. No le vi ponerse de pie frente a mi ni quitarse el condón con el que me había follado. Solo sentí una cosa suave, húmeda y caliente rozar mis labios y mis maquilladísimas mejillas. Abrí los ojos y miré. Su polla rozando mis labios cremosos y mi cara. Le miré. Él asintió. Conviértete, Asúmelo. Vuélvete… Dijo. Marica, Putita. Nenaza. Maricona travesti sonaba en mi cabeza mientras tímidamente recogía sus huevos con mi manita y besaba la punta de su glande que dejé entrar en mi pintadísima boca para mamar mi primera polla por voluntad propia. Caliente, suave, sabrosa, dulce, agria… Mamando, estoy mamando una polla. Me gusta. Gemido. Mamada. Mírame, le miré con su polla en mi boca. Tócate. Disfrútalo zorrita. Mamada. Mamada. Placer. Gemido. Masturbación. Mamada. Placer. Masturbación.

Su polla pulsaba, crecía, se endurecía, él gemía. Yo mamaba. Me corrí por tercera vez con su polla en la boca, húmeda y caliente. Su polla dejó mi boca vacía mientras me corría y volvió a acariciar mis labios y mi cara cuando un chorro de semen caliente y viscoso comenzó a recorrer mi cara y labios. Su glande pegado a mi mejilla dejaba escapar líquido precioso y viscoso, caliente y sabroso que recorría mis mejillas, mis labios y entraba en mi boca.

Abrí los ojos y el mundo se detuvo. Le miré, me miré en el espejo y vi a otra persona. No era ya el chico que entró a mediodía. Era una reina. Reinona si queréis. Pero distinta. Y segura dentro de su Fanta de masculinidad.

No volví a hablar en toda la noche. Me recogió del suelo y desvistió. Me llevó a la ducha y me lavó. Me secó y me perfumó y me puso una bata de raso y unas mulés bajotas con plumas. Me llevó al sofá y me ofreció uno de mis cigarrillos. Me besó en los labios y se lo devolví dejándole besarme.

Las uñas, las uñas no se despegaron en una semana. Una semana de ropitas, maquillajes, tacones, placer, gemidos, su polla, la polla de su novio…

Ya os hacéis una idea.

Besos.