Mi tío Manolo

Mi tío vino a vivir a mi casa y a dormir conmigo.

Cuando tenía trece años, un tío mío Manolo, un joven de veintitantos años, vino a vivir a mi casa. Éramos una familia numerosa y no teníamos muchos dormitorios: mi tío, dormiría en mi dormitorio.

Mi tío era un hombre fuerte: había entrenado mucho años para boxeador, pero no llegó a ser profesional por resistencias familiares.

Desde el punto de vista familiar era la oveja negra: bebía, no le gustaba trabajar, gastaba más dinero del que tenía. Pero mi madre pensaba que por ser su hermana mayor lo metería en vereda.

Pronto hicimos buenas migas mi tío y yo. Por la noche cuando nos acostábamos él me contaba historias o chistes y yo le contaba cosas de adolescente.

Generalmente dormíamos en calzoncillos y a mí me gustaba abrazarme a él los días de invierno cuando hacía mucho frío. Le hacía caricias por el pecho que tenía cubierto de vello, le pasaba las manos por los bíceps que a él le gustaba mostrarmelos duros como un balón de reglamento y le pasaba la pierna por encima de la suya. Todo esto era normal, pero de alguna forma había un código entre los dos para no propasarnos.

Yo, por aquella época, empezaba a hacerme pajas. Quizás ya me las hacía antes, pero en esa edad, recuerdo, estaba todo el día con la minga en la mano.

Una noche mi tío llegó pasao de vino y se acostó antes que yo. Cuando entré en el dormitorio me lo encontré sobre la cama, totalmente desnudo y con las piernas abiertas.

Yo me acosté junto a él, apagué la luz y me abracé a su cuerpo como de costumbre. Su respiración era muy profunda, no roncaba pero una especie de jadeo me advertía de que estaba profundamente dormido. Bajé las manos y fui acariciándole el vientre, notaba los pelillos cubriéndole el ombligo, seguí hacia abajo y coloqué la mano sobre su pelo púbico. Yo estaba muy nervioso, esperaba que de repente se despertara y me diera un grito, pero no pasaba nada. Con mucho cuidado le coloqué la mano sobre la polla. Tenía una verga grande, para mí, en aquella edad, me parecía inmensa. Dejé la mano quieta. Me apetecía tocarle las tetillas, pero sólo estaba actuando con una mano. Le pasé la mano por la polla y llegué al prepucio. No estaba empalmado, pero la tenía gorda. Le metí la palma de la mano entre el muslo y los huevos y se los toqué. Él se giró hacia mi lado y me cubrió el cuerpo con su gran pierna. Me quedé atrapado entre su muslo y sus brazo. Casi me ahogaba, pero me apreté mucho porque su olor me gustaba: olía a tabaco y a vino agrio. Le planté la cara contra el pecho y le abracé por la cintura. Ahora mi polla tiesa estaba afincada contra su barriga. Yo quería sentir su polla de nuevo. Alargué el muslo e introduje mi pierna entre las suyas. Él separó las piernas y las abrió como una tijera. No dijo nada, pero me tomó en sus brazos y me colocó sobré él como si fuera mi colchón.

Susurré:

-Tío, duermes

Noté su polla empinada meterse entre mis muslos que él abrió un poco para dejarle sitio. Luego se la cogió con las manos y la empezó a sobar contra mis glúteos. Yo estaba empalmádísimo y me movía de arriba abajo para frotarme bien mi verga contra su barriga peluda. Me acercó la cara y me metió la lengua en la boca. Dejé que me chupara y su gusto a tabaco, colonia barata y vino tinto me excitaban. Le quería morder, pero no me atrevía.

Me tomó las manos y me hizo agarrarle la polla que estaba llena de un líquido que yo ya conocía por mis propias pajas. Se la agarré con las dos manos y comencé a hacerle una paja como las que yo me hacía, pero él me dijo que mejor se la chupara. Como era tan grandota y yo aún un crío le daba unos chupetazos como si fuera un polo de hielo. Nos paramos un momento porque oímos ruidos fuera, pero era el viento. Me colocó en posición sesenta y nueve y me chupó la mía. Me daba besos en el culo y me metía la lengua por el agujero. Como pueden pensar no aguanté mucho rato y me corrí en su boca. Él me dijo que como había bebido que tardaría más, pero yo seguí con aquel pollón en mi boca, pasándole la lengua y jugando con los huevos.

-Por favor, méteme un dedo en el culo –me dijo.

Yo le busqué el agujero y le metí, primero el dedo índice, luego me chupé bien otro dedo y le metí los dos. Mi tío se movía como si tuviera electricidad. Me metíó también un dedo en mi agujero y noté un gran dolor, pero luego me parecía lo más rico del mundo. Empujé para que llegara bien dentro de mí y me corrí de nuevo cuando noté su leche entrar a bocajarro en mi boca. Luego nos dormimos. Yo con la cabeza sobre su pollón, que no se le aflojaba y él haciéndome caricias en el culo.

Este fue el principio de mi vida amorosa, porque me enamoré locamente de aquel hombre de espaladas anchas, culoncillo y brazos de acero, un poco borrachín, pero que cuando llegaba bebido a casa me brindaba una gran fiesta.