mi tio Kepa (visto po Ainhoa,su sobrina)
Mi sobrina Ainhoa me encarga haceros llegar su versión de los hechos narrados con anterioridad.
MI TIO KEPA
( VISTO POR AINHOA, SU SOBRINA)
Venzo mi natural vergüenza al describir unos hechos que, con su proverbial modestia y concisión, ha descrito mi tío Kepa al que, como ya sabéis, me une algo mucho más profundo que un simple amor "tío-sobrina".
No puedo yo, remontarme tan lejos en el tiempo como hace él, pero si recuerdo con delectación, aquellos primeros orgasmos sobre las rodillas de Kepa que el soportaba con una media sonrisa cómplice, aguantando el excesivo peso que tenía (y tengo) para mi edad pues aunque el no quiere reconocerlo nunca y me ve como la más perfecta de las mujeres, soy lo que se dice "una rubita tetoncita y culona pero resultona.
Lo que había comenzado como un inocente juego se convirtió en una fuente de inmenso placer, yo no sabía el porqué, pero aquellas descargas que recorrían mi cuerpo me las provocaba solo él; el bulto que surgía bajo su bragueta me intrigaba y me gustaba porque intuía que estaba relacionado conmigo y la meditada decisión de meterme en su cama fue consecuencia de la necesidad de conocer esa cosa que crecía de manera tan inesperada.
Aquella madrugada me desperté con mi mano acariciando inconscientemente mi vulva, alcancé un suave orgasmo con solo pasar el dedo por encima de mi clítoris y me excité pensando en mi tío. Muchos días amanecía con mi mente obsesionada por el, de modo que, armándome de valor salté de mi cama y corrí a su habitación metiéndome bajo sus calidas sábanas.
El contacto con su cuerpo desnudo me gustó y me asustó porque sentí la necesidad de que fuese solo para mí y sabía que las convenciones y la hipocresía social lo evitarían.
Desplacé mi mano hasta su entrepierna (creyéndole dormido) y como por arte de magia, aquella informe masa de carne comenzó a hincharse, a calentarse y a formar un duro y palpitante cilindro.
No se cuanto tiempo permanecí en aquella posición, me gustaba el sentir mi cuerpo pegado al suyo y me encantaba aquella cosa que había notado crecer ante el solo contacto de mi mano. No me atreví a jugar con mi clítoris allí mismo y volví corriendo a desfogarme a mi cama.
Había sido una experiencia maravillosa y estaba convencida de que aquello solo era una mínima parte del placer que podía obtener de Kepa.
La vida en el caserío era monótona y mi tío empezó a bajar al pueblo los fines de semana hasta que conoció a una neska de un caserío cercano y empezó a salir con ella. Yo me moría de celos, de modo que mi jueguecito de meterme en su cama requirió de más destreza por mi parte.
Ya en la escuela hablaba yo de sexo con mis amigas y pronto aprendí todo lo que podía saber sobre masturbación y una madrugada de verano corrí totalmente desnuda hasta su cama. Pegué mis pechos, pequeños pero duros, a su espalda y noté como el se estremecía; mi mano fue recorriendo, lentamente, su cuerpo hasta llegar a su precioso pene que ya estaba duro a reventar.
Lo acaricié, sin demasiada presión, subiendo y bajando mi mano desde los rugosos testículos hasta la punta del glande, solo un leve roce que aumentaba o disminuía en función a sus contracciones. No tardó mucho Kepa en sufrir un violento espasmo, acompañado de un profundo gemido mientras de su verga salían chorros y chorros de ardiente semen que empaparon mi "inocente mano" y, aunque el no lo recuerde, aquella mano empapada con sus fluidos, condujo la suya a mi palpitante y húmeda vulva deseosa de un trato reciproco.
Sus manos son bastas y encallecidas por el trabajo en el campo pero, con que delicadeza supieron obtener de mi tierno cuerpo los más profundos gemidos de placer.
Mi cuerpo se retorcía mientras el con una mano en mi sexo y la otra acariciando mis pechos, clavaba su miembro, otra vez duro como una peña, en mis nalgas.
No se cuantas veces más vacié sus testículos con mis manos que aunque inexpertas parecían producirle tanto placer y otras tantas el me condujo al paraíso mojando sus dedos en mis jugos. Cuando comenzaron a oírse ruidos en el caserío, regresé a mi cama sin poder evitar nuevos tocamientos al recordar todo lo sucedido hacía tan solo unos instantes.
Supongo que debido al estado en que quedaron las sabanas de Kepa y a todo el ruido que hicimos, mi madre y mi abuela debieron atar cabos y me prohibieron terminantemente repetir las dulces visitas a la cama de mi tío.
Mis conocimientos teóricos sobre el sexo se incrementaban al mismo y vertiginoso ritmo que mi deseo sexual y mi atracción por el que yo llamaba "mi hombre". Un día, en la escuela, una amiga nos contó como su novio le había llevado a la cima del placer con la lengua entrando y saliendo de su cueva; determiné inmediatamente la necesidad de sentir yo también ese placer y tras habilitar un camastro en la buhardilla del caserío, cité a Kepa una tarde en aquel nuevo nido de amor.
Cuando él subió, ya mis húmedas bragas yacían en un rincón y no me anduve por las ramas, estaba demasiado caliente para perder el tiempo. Le tumbé sobre el camastro y me puse de rodillas, sobre el, levantándome la falda y acercando mi vulva a sus labios sin decir una palabra.
Interpretó mis deseos a la perfección y no tardó en producirme el primer y violento orgasmo con su lengua que se movía, ora con rapidez, ora lentamente, por todos los rincones de mi coño. Aquel placer era lo más grande que había sentido jamás, pero yo intuía que todavía no había alcanzado el cenit y cuando le pedía a Kepa que me penetrara con su vergón, el se negaba aduciendo entupidas razones morales.
Una tarde empujó mi cabeza hacía la cabeza de su pene y me obligó a chupársela. Yo, que al principio me resistía, acabé siendo una experta en aquella operación y aunque sigue repugnándome el sabor del semen, no me disgusta que lo derrame en mi boca.
La llegada de Izaskun fue, para mi, un autentico drama pues temí perder a Kepa para siempre. De entrada me negué a asistir a la boda aduciendo pueriles razones y cuando ella se instaló en el caserío, la traté con el mayor de los desprecios, con absoluta grosería hasta que descubrí que no era enemiga para mi; su comportamiento en la cama era de lo más mojigato, se negaba a seguir los juegos que a Kepa más gustaban y no se la mamaba. Durante varias noches les espié cuando se iban a la cama pero pronto hube de dejar esta insana actividad pues mi excitación por lo que había visto y oído era tal que me mantenía la noche en vela, masturbándome y llorando de rabia.
Yo, en contrapartida había empezado a salir con Joseba, un chico del instituto que me venia detrás con insistencia. Pronto empezamos a besarnos y tocarnos pero cuando vi su pene casi me muero de risa pues, sin tenerlo pequeño, no se puede comparar al de mi querido tío. El chico ponía voluntad pero su habilidad con la lengua o con las manos estaba a años luz de la de mi maestro, conseguía buenos orgasmos pero me faltaba algo
Cuando pretendió hacer el amor, mi carcajada fue franca: "eso" es solo para él. No se cuando lo querrá, pero es para él (pensé mientras me subía las bragas de manera muy digna).
El día que cumplí los dieciocho era la fecha que yo me había fijado para perder mi himen ya que la virginidad moral la había perdido hacía muchos años.
Hubo fiesta, baile, risas y excitación en mi vulva que se humedecía solo con imaginarme mi mejor regalo de cumpleaños.
Cuando ya la fiesta decaía, me acerqué a Kepa con disimulo y le cité en nuestra buhardilla con un murmullo en el oído y un rápido y profundo lametón en la oreja.
Por primera vez en mi vida me había depilado el vello púbico y aunque me corté con la cuchilla en varias ocasiones y tenia una incomoda sensación de desnudez, el resultado era espectacular pues el calvo pubis dejaba al descubierto toda mi carnosa y fresca vulva.
Cuando él llegó, ya le esperaba desnuda y al levantar la sábana y mostrarle mi regalo sus ojos brillaron lujuriosamente.
Hoy no tienes excusa-le dije- ya soy mayor de edad y quiero que me hagas tuya, ¡ya!.
Se arrancó-literalmente-la ropa y al quedarse desnudo, ya su magnifica asta arbolaba la reluciente y tensa bellota de su capullo y yo sentí un gran arrobo al comprobar cuan sensible eran él y sus partes, a mis encantos.
Toda la delicadeza que había empleado conmigo durante aquellos años, desapareció como por ensalmo. No se entretuvo en lubricarme (aunque yo ya estaba hecha agua) y de un empellón introdujo su fantástico instrumento en mi palpitante vagina.
Quizá fue lo mejor, porque no sentí el desgarro y si el tremendo placer de sentir dentro de mi aquel anhelado objeto de mi deseo. Una explosión en los sentidos, un flotar en el vacío, no se, no puedo explicarlo porque fue infinitamente superior a mis más descabelladas ilusiones.
Follamos, si, follamos durante horas, lo hicimos de todas las maneras imaginables y en cada una de ellas arrancó de mí las mejores notas de una armónica sinfonía del placer que ampliamos y mejoramos en cada encuentro.
No podrá ser nunca mi esposo pero, desde luego, será mi hombre para siempre.