Mi tía y yo, y el instinto
Los dos virgenes y los dos deseando acariciarnos, besarnos y follarnos
Esta historia es real, aunque mucha gente pueda pensar que es la imaginación de unos enfermos mentales.
Me crie en el seno de una familia muy humilde en la que nunca me faltó un plato de comida, pero nunca tuve ni siquiera un balón para jugar. Los juegos me los inventaba y para jugar jugaba con los demás niños en la calle, frente a casa y siempre bajo la vista materna.
A los quince años era un chico normal, con un buen cuerpo y aparentaba algunos años más, pero me delataba mi faz de crio. Era una persona bastante tímida e inseguro, intentando no molestar, bajo un control matriarcal férreo. En casa todas eran mujeres menos yo. Vivía mi tía con nosotros. Ella era la más pequeña de sus hermanas. Comenzó a trabajar muy joven y nunca le conocí ni novio ni siquiera pretendiente. No salía nunca de fiesta ni tenía amigas con las que salir. A sus 29 sólo vivía para trabajar y dormir. Es bajita y bien proporcionada pero no agraciada de cara. Se despertaba muy temprano a eso de las cuatro de la mañana e iba a trabajar a una ciudad que está a siete kilómetros de casa, retornaba sobre las tres de la tarde y se iba directamente a la cama después de comer y ducharse.
Eran los inicios de los años ochenta del siglo pasado. Rara vez no había nadie en casa. Yo solía entrar en la habitación de mi tía, porque entre nosotros siempre hubo algo de complicidad y cuando ella dormía o se hacia la dormida (esto lo supe después). Le solía quitar algún cigarrillo a escondidas. Yo era consciente que ella lo sabía y que se hacía la tonta.
Yo no le prestaba importancia a que muchas veces estuviera en bragas con su camisón, durmiendo. Siempre en verano se paseaba en bragas y camisón por casa, al igual que mi hermana. Yo era un crío y además no tenía contacto con hombres que perturbaran mi mente en cuestiones sexuales, ellas en camisón transparente ni me prestaban atención ni yo a ellas, porque era realmente un crío y porque yo lo veía normal que andaran así por casa. De hecho, mi tía cuando no podía llamar a una mujer de las que estaban en casa, solía llamarme a mí para que le lavara la espalda. Se sentaba en la bañera, en un asiento que esta tenía esta, y en ese momento me llamaba. Yo entraba, le lavaba la espalda y me iba a ver la tele, con la seguridad todos de que no se había producido ningún acto perturbador del libre desarrollo de la personalidad de un niño y era verdad. Para mí era totalmente normal y una de mis obligaciones caseras, como hacer la cama, doblar mi ropa sucia, ponerla en la cesta de lavar o cualquier otra labor de las de casa que me solían tocar en colaboración con las demás.
En una época siempre que entraba en su habitación se encontraba acostada, durmiendo, despatarrada, con las bragas puesta, el camisón levantado por encima de su homgligo, su mano dentro de sus bragas. Yo era tan niño y tan ingenuo que no me daba cuenta de nada. No me daba cuenta que se había masturbado quedando tan agotada que se dejaba dormir así. Yo me masturbaba ya, pero no la veía como mujer sino como tía, algo intocable.
Un día entré y ella estaba igual. Pero al quitarle un cigarrillo de su cajetilla que estaba en su bolso. Una cesta de mimbre que se pusieron de moda, encontré una revista del tamaño de un libro pequeño. Era una revista porno. En aquella época comenzó el famoso destape en España y todos los kioskos estaban llenos de la misma. Aún recuerdo algunos de sus nombres de aquellas revistas como la famosa Lib.
En ese momento que tomaba el libro se despertó y me preguntó que hacía. Le dije que nada. Ella me sonrió y me dijo que sabía que le quitaba cigarrillos, que no se lo iba a decir a nadie. Y al ver la revista en mi mano, me comentó: ¡Qué no te la vea nadie! Y me la das a mí. Si alguien te pregunta, la encontraste en la calle. ¿Vale…?
Salí de la habitación, me fui a la mía haciendo que estudiaba en mi escritorio, debajo de un libro estaban la revista y yo miraba las fotos. Las fotos eran impresionantes para mi mentalidad y edad. Mujeres muy hermosas desnudas, hombres con unas pollas impresionantes comparada con la mía eran gigantescas. Todos follando, corridas en las tetas en las caras. Por mi cuerpo subió un calor, mi polla estaba a punto de explotar. Al terminar de verla, sin leer su contenido, solo mirando las fotos estaba un poco turbado por aquellas imágenes, rápidamente se la devolví a su bolso, mientras ella seguía durmiendo o se hacia la dormida…
Un día en la madrugada me desperté mientras ella estaba en el cuarto de aseo. Se aseaba para ir a trabajar. Este estaba frente a mi habitación. Se había dejado la puerta abierta. Estaba de espaldas a mi puerta con un camisón azul celeste transparente puesto, sin las bragas puestas, con un pie en el suelo y el otro levantado, inclinada hacia delante, intentando agarrar un barreño de plástico que estaba dentro de la bañera. En ese momento su camisón se había desplazado sobre sus nalgas, dejando la mitad de ellas a la vista, y la total pelumbrera de su coño entre los muslos y los labios de su coño medio abiertos, totalmente rosados o rojos en los cuales se observaba un pelo negro azabache muy espeso por los lados (entre su coño y las piernas). Lo llamativo es que ella es de pelo castaño y el pelo de su coño era espeso, grueso y negro azabache.
Sin hacer ruido me fui de nuevo a la cama, con la imagen impregnada en mi memoria. No lo podía olvidar… Me comencé a acariciar la polla con tanta fuerza que me rompí el “frenillo” del glande que une el pellejo de piel que cubre el glande con el mismo. Comenzó a brotar sangre. Para parar la hemorragia tomé el pañuelo que estaba en mi mesilla y envolví mi glande, pero en segundo el pañuelo quedó empapado y la sangre brotaba de él. Me dejé dormir así, pensando cómo explicaría esa sangre en casa. Al despertarme envolví el pañuelo en papel higiénico y lo tiré en el cubo de la basura.
Aquella pequeña cicatriz se cerró en unos días y el susto terminó ahí. Desde ese momento con mi mano podía desplazar la piel que cubría el glande hacia atrás y se sujetaba al final de la glande sola. Antes de esto, sólo podía retirarla hasta la mitad del glande, si intentaba tirar un poco más hacia atrás la piel me dolía. Al tiempo me di cuenta que era bueno lo que me había ocurrido y desapareció mi miedo.
Un día estaba masturbándome en la cama, acostado, pensando que estaba solo en la casa y oí la puerta de la habitación de mí tía, pero no sabía si era mi tía o si era mi hermana. Rezaba para que fuera la primera, porque mi hermana era mala y aprovecharía cualquier situación para destrozarme o dejarme en ridículo. Oí como entraba en el baño y de ahí comencé a calmarme.
Un día de verano mi tía me llamó desde el balcón. Estaba sentada en una butaca, las cortinas del balcón estaban pasadas para impedir la entrada del sol. Era un verano muy caluroso y en casa no había nadie, salvo nosotros dos. Me comentó que había estado en un gallinero y que le picaba la cabeza a pesar de haberse lavado bien. Yo estaba vestido como siempre, unas zapatillas de deporte, mi pantalón corto y una camiseta. Me preguntó si podía mirarle el cabello por zonas para ver si tenía algún piojo, de verlo quitárselo y si veía, aunque fuera uno sólo tenía que ir a la farmacia a comprar un champú especial y traérselo.
Comencé a mirarle el cabello, girando alrededor de su cuerpo y buscando piojos, sin que viera nada. Pero el calor de su espalada, sobre mi cuerpo quedaba a la altura de mi cintura. Sin poder evitarlo mi polla se puso dura, sin poder evitarlo, por instinto mi cuerpo se fue apretando a su espalda. Yo tenía mucho miedo, estaba aterrado por si decía algo, a que se lo dijera a mamá, pero ella no decía nada. Cuando di la vuelta a la butaca en la que estaba sentada, mi polla quedaba a la altura de su cabeza, y el deseo de instinto porque era eso y el miedo en mi mente luchaban, pero mi polla erecta como un hierro bajo mi pantalón frotaba su cara y se la restregaba más fuerte y más fuerte. Ella no decía nada, pero en un momento que le dije que no encontraba ningún piojo, me dijo que dejara de buscar. Yo no podía hacerlo así que le comenté que había visto algo, mientras mi polla rozaba su espalda, mi cuerpo sentía su calor. Giraba alrededor de su cuerpo y en un momento, sentí un calor delicioso que nunca había experimentado. No sabía lo que era. Era un calor en mi polla, sobre el pantalón corto, producido por sus labios y un beso de sus labios abiertos que abarcaba todo el perímetro de mi polla. ¡Me asusté! Y sin decir palabra me fui al baño, mientras ella dijo en voz tímida: ¡Te vas!
Ese día no pasó nada más, salvo que me masturbé en el baño con tanta fuerza que mi leche espesa salió muy rápido y no descendía con el grifo abierto por el lavabo, pegada al sumidero del mismo, hasta que mi mano, mis dedos despego el semen y bajo por el sumidero.
Al día siguiente, quedamos solos otra vez en casa. Supongo que tuvo que ser un fin de semana cuando ocurrió aquello, porque siempre estaba trabajando o durmiendo. Ella se sentó en el sillón de la sala, en el individual. Nunca lo hacía y se cubrió con una manta muy fina. Sus piernas estaban sobre el sillón, no se veían pisar el suelo sus pies y ella me llamó. Me dijo que me quedara de pie frente a ella. Lo hice. Le pregunté por qué y no me decía nada. Cuando me intentaba ir, me decía que no me moviera. Yo no lo sabía. Ella se estaba masturbando bajo aquella manta pensando en mí.
Al rato comenzó en la tele una película, de aquellas que daban al medio día. Ella se acostó en un rincón del sillón grande y me senté junto a ella. La manta delgada nos cubría a los dos. Sin darme cuenta y por impulsos, mi polla estaba erecta otra vez. A esa edad tenía erecciones constantes sin poderlo evitar. Saqué mi polla por debajo de la pernera del pantalón corto y tomé el pie de mí tía, colocándolo sobre la polla. Estaba otra vez asustado y mis impulsos e instintos eran más fuertes que mi voluntad y miedo. Ella no dijo nada, pero yo sabía que notaba el calor de mi polla. Mi mano fue subiendo poco a poco acariciando su muslo, sin prisas, con miedo, con un deseo que no sabía dónde me llevaba ni por qué sentía aquellos impulsos. Ella se dejaba hacer. Mi mano estaba ya tocando el inicio de su braga. Yo la tocaba intentando que no se diera cuenta, y pensando que ella no se daba cuenta, con un miedo terrible a que se quejara o dijera algo a mamá. En ese momento en el cual mi mano estaba rozando el elástico de su braga por debajo de su ombligo y no sabía qué hacer, ella abrió sus piernas para ofrecerme mejor que mi mano entrara bajo su braga y la masturbara. Pero yo no lo sabía, simplemente reaccioné a su movimiento retirando mi mano…
En ese momento, un ligero desplazamiento de su pie, que estaba encima de mi pene desnudo, me dio a entender que no iba a decir nada. Lo movió dos veces lateral mente sobre mi polla. Volví a recorrer con suavidad su muslo con mi mano, hasta llegar de nuevo al inicio de sus bragas, colocando mi mano encima de su pubis y mis dedos desplazándose dentro de su braga, tocando su vello púbico hacia su coño. Yo no sabía ni qué era el clítoris. En ese momento el sonido del coche que aparcaba fuera de casa rompió ese tiempo. La familia retornaba. Rápidamente los dos nos incorporamos y seguimos viendo la tele, como si nada hubiese ocurrido.
Al día siguiente volvimos a quedarnos solos. Desde el momento que la familia salió por la puerta de casa, ella se metió en la ducha y me llamó a los pocos minutos para que le lavara la espalda. Al entrar en el baño, ella no estaba sentada. Estaba de pie, de espalda a mí, mirando los azulejos y con el agua cayendo sobre su cabeza. Su cuerpo era precioso. Nunca me había dado cuenta de lo hermosa que era. Me dijo que le lavara la espalda por dónde ella no llegaba y así lo hice. Tomé el jabón líquido y comencé a lavarle la espalda con la esponja y mis manos. Pero…, poco a poco mis manos lavaron sus muslos exteriores, hasta los interiores acariciando con miedo su coño y lavándolo. Era precioso, rojo y estaba sus labios muy hinchados. Mis manos bordearon sus pechos con mucha timidez y poco a poco toqué sus pezones (Que ingenuo era. Ella deseando que la tocara y que la follara y yo pensando aún que podía decir algo). Al rato me dijo que la dejara y que para aprovechar y no limpiar el baño dos veces que me bañara yo, que ella me lavaría la espalda. Salió del baño y cerró la ventana de la terraza para que el sonido no saliera a la calle. Retornó al baño, con la toalla enrollada en su cabello y desnuda al igual que había salido de la ducha. Yo estaba asustado, me estaba quitando la camisa y aún tenía miedo, inseguridad…. Me quité las zapatillas deportivas, y el pantalón corto. Bajo mi slip estaba mi polla erecta y sobresalía mi glande por la parte superior de mi slip. Ella se agacho, se puso de rodillas ante mí y retiró mi slip, descendiendo por mis piernas. Mi polla la miraba desafiantes erecta, dura. En ese momento ella la beso y se incorporó. Me dijo que entrara en la bañera. Rápidamente me comenzó a lavar, acarició mi polla con su mano y la lavó, sin masturbarme. Fue la ducha más rápida de mi vida. Me estaba secando yo con una toalla y ella con otra, de pie ante ella, fuera de la bañera, cuando volvió a agacharse. Mi polla en todo momento estuvo erecta y la sensación de un calor terrible recorría mi cuerpo, pero ese calor ahora se volvió muy agradable, muy placentero, cuando sus labios besaron mi polla. Me miró y me hizo prometer que este sería un secreto entre los dos. Yo lo prometí.
Sus labios besaban mi polla por el exterior, mientras su mano la acariciaba, hasta el momento más plácido que había sentido cuando mi polla entro en su boca y me la comenzó a chupar. Fue la sensación más placentera que había sentido, diferente a masturbarme y sólo superado por esos segundos en los cuales me corría. De repente, paró. Me dijo ven. Y la seguí desnudo a su cuarto. Ella se había quitado la toalla de su cabello y la puso sobre la cama, bajo sus nalgas. Se acostó boca arriba, abrió sus piernas y me dijo que me acostara sobre ella. Lo hice casi por impulso, por naturaleza, y con la ayuda de su mano mi polla rozaba sus labios, en su coño y se abría camino hacia su interior. Mientras ella me guiaba y decía despacito que si no duele.
Mi polla estaba dentro de ella. Había dado varios grititos de daño, pero yo no sabía qué hacer y me movía dentro de ella. En menos de unos minutos mi leche estaba a punto de salir, de llenar su coño. Y me había dicho que cuando eso fuera a pasar que la sacara, que no me corriera dentro y que le echara la leche sobre su cuerpo, sobre su barriga. No quería sacarla, pero lo hice, cuando en realidad deseaba correrme dentro de ella. Casi un segundo o dos antes de correrme la saqué y la cogí con mi mano, incorporándome de rodillas en la cama. Mi chigo de leche salió disparado, parte de ella cayó sobre la toalla y su barriga, en su cara y en su cabello. Pero yo me asusté. Mi mano estaba llena de sangre y mi polla también. No veía la herida. Ella me calmó y me dijo que las chicas cuando no habían estado nunca con un hombre, la primera vez sangraban así y que esa sangre era de ella. Que era virgen y la había desvirgado. La realidad es que nos desvirgamos los dos a la vez, pero eso tampoco lo sabía yo en aquel momento.
Cuando se nos fue la calentura, segundos después ambos teníamos miedo de lo que habíamos hecho, además la toalla tenía sangre. Rápidamente se vistió y metió la toalla, junto con las demás en la lavadora y la puso en marcha. Yo me fui a la ducha a lavarme para retirar esa sangre de mi polla e intentar calmarme un poco.
A las dos horas llegaron a casa la familia. Habíamos prometido no hacerlo más y que nunca ninguno de los dos diríamos algo de aquello. Pensábamos que al entrar la familia que se darían cuenta, que por algún tipo de misterio lo sabrían. Estábamos aterrados. Pero no ocurrió nada.
Al día siguiente nos quedamos solos porque todos fueron para la casa de la abuela y ella no iba por su dolor de cabeza. Yo no solía ir a casa de la abuela porque me aburría en aquella casa de campo y aprovechando que mi tía estaba mala, podía quedarme en casa. Mi madre le había preparado una infusión a mí tía. Estaba acostada desde hacía unas horas. Cuando la familia marchó, inmediatamente ella se levantó, me llamó y entré en su habitación pensando que querría algo, pero estaba de pie, desnuda frente a mí. Me cogió de la mano y me beso en los labios. Me quitó la camiseta, el pantalón y el slip, quedando los dos desnudos frente a frente, y acaricio mis huevos, mi polla con su mano. Se volvía a echar en la cama como la otra vez y me dijo que la follara igual. En ese momento, las dudas del miedo, y la promesa de no volverlo hacer más se disiparon. Me acosté sobre ella y sentí como mi polla entraba en su coño ardiente, que abrasaba mi polla, moviendo mis caderas, entrando y saliendo mi polla de su coño. Ella me sujetaba por la cintura, con sus piernas totalmente abiertas. Esta vez no aguanté mucho más que la primera vez y mi leche la llenó por dentro. En el momento que ella me decía que no me corriera dentro sino como la otra vez, ya era tarde y mi polla dura seguía follándola, después de correrme dentro de ella.
Ella me gritó: ¡Te corriste! Asustado la miré y me miró. Se puso histérica y al rato me dijo que ya el daño estaba hecho, que no me preocupara y me dio un beso en los labios. Seguimos follando los dos hasta que me volví a correr, pero esta vez ella me dijo que me corriera dentro, porque ya estaba preñada de la primera corrida de antes. Así que me corrí dentro de ella de nuevo. Los dos éramos unos ingenuos. Ella asimilaba que ya estaba preñada por la primera corrida… No sabíamos nada del sexo.
A partir de ese momento cada vez que nos quedábamos solos terminábamos follando en su cama y corriéndome dentro de ella. Un día me dijo que no estaba preñada y que no debía correrme más dentro de ella. Hasta que el médico le recetara unas pastillas.
Para que la familia no se diera cuenta, siempre nos sentábamos alejados e intentábamos no hablar entre nosotros de nada, y hablar lo menos posible entre nosotros.
En esa época se puso de moda en la zona en la que vivíamos el “videoclub por cable”. Y todos los fines de semana por la noche pasaban después de las once, algunas películas porno. La familia se iba un mes para un apartamento al sur con unos familiares que habían alquilado dos apartamentos. Yo como había suspendido algunas asignaturas en el instituto estaba arrestado, pero si podía ir a entrenar con el equipo en el que jugaba. Mi tía tenía que ir todos los días a trabajar menos los fines de semana, así que después de entrenar, estudiar, ella llegaba de trabajar.
Y ella me dijo que teníamos que aprender a “follar” los dos. Siempre follabamos igual, así que íbamos a hacer todas las posturas que aparecían en la revista porno que ella me dejó ver una vez. Realmente eran tres posturas nada más, porque la moral española de la época en su destape tampoco iba mucho más allá en las revistas. Acordamos que veríamos la película del” videoclub” y todo lo que pasara en ella lo haríamos.
Yo me acosté boca arriba y ella se montó sobre mí, clavándose mi polla hasta los huevos, y cabalgándome. Era placentero y fue la primera vez que la oí gemir de placer. Estaba a punto de correrme en ella y se lo dije. Me dijo: “échame tu leche dentro” -Fueron sus palabras textuales-. Estoy tomando pastillas. El chorro de mi leche regó todo su interior, mientras ella gemía más y más, hasta que se desplomó sobre mi pecho. Mi polla estaba dentro de ella y aún estaba dura.
Se puso a cuatro patas sobre la cama, y me dijo que se la metiera de nuevo. Así lo hice, viendo como mi polla entraba y salía de ella. Y nos corrimos los dos.
Nunca nos habíamos acariciado después de follar el primer día, ni siquiera un beso, salvo el primero que me dio antes de follar la segunda vez. Pero todo cambió cuando vimos la película ese viernes por la noche.
A partir de ese día antes de follar ella me la chupaba y yo le comía el coño, aprendiendo los dos a tocarnos y darnos placer. Ella quería ver como mi leche salía de mi polla, pero le daba asco que me corriera en su boca. Yo le estaba comiendo el coño y sentía como se contorsionaba y gemía, inundándome la boca un líquido. Di un pequeño salto y me incorporé, limpiándomelo con la mano. Fue en ese momento, cuando ella se incorporó y me besó, sentí su lengua en mi boca acariciando mi lengua y saboreando los dos su corrida. Me tiró sobre la cama y comenzó a chuparme la polla. Yo estaba a punto de correrme, pero quería aguantar un poco más sin correrme. De repente, toda mi leche entró en su boca, tuvo una arcada y me miró unos segundos, con cara de sorpresa y de susto a la vez. Se echó a reír. Me dijo: Sabe buena. Mmmmm¡ Se echó sobre mí y nos besamos con lengua, compartiendo mi corrida.
Me preguntó si le gustaba su cuerpo y le dije que sí. Me preguntó si había follado con alguna chica sin ser ella. Le dije la verdad. Nunca he follado, sólo me había masturbado pensando en ella y le conté como me rompí el frenillo masturbándome pensando en su cuerpo. Me preguntó de todo, mientras me besaba cada rincón de mi piel, si me gustaba alguna chica, si mis amigos hablaban de sexo, si decían algo de ella. Y que nunca dijera yo nada. Me confesó que nunca había estado con un hombre y lo deseaba, pero no se atrevía por el qué dirán y paso entre nosotros lo que pasó.
Me confesó que ella también se había masturbado pensando en mí, cuando comenzó a leer las revistas pornográficas que se había olvidado el hijo del dueño donde trabajaba. Que a veces se paseaba en camisón con bragas y sujetador y que sabía que yo la miraba a escondidas, pero eso no era cierto yo no la miraba ni me percataba que era una mujer. Ella después se masturbaba pensando cómo me había masturbado yo pensando en ella. Y que las veces que entraba en el cuarto de baño de repente, era para ver si me pillaba masturbándome y ver mi polla. Y me comentó que todo esto comenzó cuando un día salió de su habitación para ir al baño y estaba yo acostado masturbándome con la puerta abierta. Se quedó unos segundos mirando y luego entró ruborizada al baño. A partir de ese momento se comenzó a masturbar porque tenía la imagen de mi polla en su cerebro. Por eso aquel día cuando sintió mi polla rozando su espalda, y su cara, mientras miraba yo si ella tenía piojos, llegó un momento que no aguantaba más y que tenía todas las bragas enchumbadas y su coño totalmente mojado y abierto, por mi culpa. Y el beso en mi polla es porque no aguantó más y fue el instinto y pensar que yo sabía que ella quería que la follase, pero yo me había ido. Si en aquel momento me bajo los pantalones me la hubiese chupado hasta que me corriera.
Del frigorífico trajo una pequeña delgada zanahoria, que había lavado y me pidió que le comiera de nuevo el coño, mientras le metía con mucho cuidado la zanahoria por el culo, poco a poco. No era fácil, pero lo hice con todo el cuidado del mundo, sin embargo, la zanahoria entró con mucha facilidad. Ella se contorsionaba y me gritó, fóllame, méteme tu polla hasta los huevos -fueron sus palabras. Me subí sobre ella y le metí mi polla en su coño, hasta que me corrí. Ella quedó despatarrada, con la zanahoria en su culo. Y me dijo que había sido muy placentero que se había corrido varias veces. Entonces hizo fuerza para expulsar la zanahoria, mientras yo también le ayudaba a sacarla.
Sin saber por qué lo hice, le di un mordisco a la zanahoria y me comí un trozo. Me quedé pensando en lo que había hecho sin darme cuenta. Ella me miró con asco y me dijo: ¡Guarro¡
Me quedé pensando un segundo por qué había mordido la zanahoria, casi sin darme cuenta y le contesté. También te daba asco mi lechita y ahora te la comes siempre… Me miró, se sonrió y tomó mi mano, dándole un mordisco a la zanahoria y comiéndola también. En ese momento nos besamos con lengua, los dos. Se incorporó, tomó un bote de crema Nivea para las manos y me untó mi polla, me dijo que cogiera un poco en mi dedo y se la metiera en el culo, despacito. Así lo hice. Me dijo que le metiera mi polla, por el culo, muy despacito y con mucho cuidado. Si ella me dijese ¡Alto!, es porque le dolía y tenía yo que sacar mi polla. Estábamos de acuerdo. Me preguntó a qué esperaba y le dije a que se pusiera a cuatro patas. Me dijo que no, que, en vez de meterla en el coño, le follara el culo así, mirándonos los dos. Porque se había dado cuenta que le daba placer mirar mis gestos, sobre todos cuando me corría.
Lo que pasó fue raro ante tanta petición de cuidado y delicadeza. Mi polla entró en su culo con la misma facilidad que entró en su coño. La tomé por las nalgas y la levanté un poco, y mi polla entraba y salía de ella, en su cara hubo gestos de dolor, pero no me decía nada, hasta que un grito fuerte me asustó. Y me miró ansiosa: sigue, sigue, no pares, no pares, aunque grite, aunque te diga alto. La follé con tanta fuerza, que la sujetaba con mis manos para que no se escapara, mientras gritaba y se revolcaba en la cama en una forma brutal, intentando escapar de mi polla, de lado a lado de la cama se movía su cuerpo. Y me gritaba córrete, córrete ya por favor…. Saqué mi polla de su culo, sin haberme corrido y me puse sobre ella, sobre su cara tocándome una paja para correrme. Ella dijo mmmmmmmmmm, dame mi lechita y se incorporó un poco metiendo mi polla dentro de su boca, casi unos segundos antes de correrme. Acto seguido me empujo de encima de ella y nos besamos compartiendo mil sabores de su culo, de mi lechita, de nuestros cuerpos.
La habitación apestaba a sudor, mezclado con semen y sus líquidos. No nos dábamos cuenta de nada, pero eran casi las seis de la mañana…
Yo me fui a dormir a mi habitación y ella estaba durmiendo en la suya. Por la mañana desde que me desperté fui a donde ella estaba y aun durmiendo le abrí las piernas e intenté follarla. Se despertó me dio los buenos días, y follamos varias veces. Nos fuimos a la cocina a desayunar, no nos habíamos duchado. El olor en la casa era impresionante. Olía macho y hembra en celo y sudores.
Cogió un trozo de plátano, pelado y se lo puso en su coño, diciéndome: Cómetelo. Y me lo comí. Fuimos a salón con una cesta de fruta y cuando ella se agachó para ponerla sobre la mesita me puse sobre su espalda y la obligué a agacharse a cuatro patas. Le dije que la iba a montar como los perros en la calle. Le salió una risita y unos ladridos: guau, guau…
Puse mi polla en su coño y la follé, me corrí como un perro, y ella al terminar yo se giró a cuatro patas, comenzó a hacer como si fuera una perra con la lengua fuera y a lamerme la polla. Después puso su muslo sobre el sillón y su pierna en el suelo diciéndome. El perro macho también lame a la perra después. Me puse como pude a comerle el coño, pero en aquella posición era difícil, mi lengua también se desplazó por su agujero del culo y le metí un dedo. Dio un respigo y dijo guau, guau.
Nos fuimos riéndonos a su cama otra vez. Me pidió que la besara por todo su cuerpo y ella me iría diciendo dónde le gustaba más, para después yo la besara y acariciara por esos lugares mientras follabamos y ella haría después lo mismo.
Eran cerca de las tres de la tarde cuando nos dimos cuenta que ni habíamos cenado, desayunado casi y era la hora de comer. Fuimos a la cocina y comimos. Y volvimos a la habitación. Ya la habitación tenía un olor que tiraba para atrás al entrar, hasta nosotros nos dimos cuenta del pestazo que había. Pero seguimos follando y aprendiendo el uno del otro y juntos.
A la mañana siguiente, se despertó temprano. A mí me despertó el ruido de la ducha y sus prisas corriendo de un lado a otro. Se había vestido para salir. Iba a médico, no aguantaba la picazón interna de su coño. Pidió un taxi y se fue. A las tres o cuatro horas volvió. Y me dijo que me sentara junto a ella. Me explicó que tenía unos picores terribles en su coño y que nunca más podría follarla por el culo y luego metérsela en el coño, porque las bacterías le producirían dolores y picores, como ahora. Me explicó que era como una sensación de ganas de orinar y que no podía orinar, que le escocía mucho en ese momento. El médico le había recetado una pomada para el coño y unas pastillas. Ya no podíamos follar… Pero no fue cierto, sí pudimos follar esa noche. Por su culo. Y todo comenzó dándonos mimos y abrazos. Yo no podía tocarle la zona del púbis ni su coño, pero ella no se estaba quieta, masturbándome, lamiéndome la polla. Hasta que la giré y la puse a cuatro patas, mientras ella gritaba no, no me la metas. Y le dije: ¿por el culo, tampoco…? Por el culo sí me contestó. a la vez que se dejaba caer sobre la cabeza en la almohada y con sus manos sea abría las nalgas ofreciéndome su culo y diciéndome: despacito, vale…
Puse mi polla en la entrada de su culo y comencé a bombear, dándome cuenta que no habíamos puesto crema y que la presión de su culo me hacía daño, tirando de mi piel hacia atrás. Se lo dije y con una mano alcanzó el tarro de crema Nivea y me lo dio. Unté su culo y mi polla. Gritó al sentirlo que estaba fría. Pero ya no oía yo nada, ahora deseaba algo que iba a hacer, follarla por el culo de nuevo y ver como se revolcaba y gritaba con la otra vez, mientras mis manos la aferraban con fuerza. Ella me había confesado que era diferente, pero placentero y que quería escaparse de mi polla a la vez que no lo deseaba, sintiendo que no podía y que eso la excitaba mucho. Y yo no le había confesado que verla así me excitaba mucho y me hacía sentir que era fuerte y la dominaba. La follé como si la estuviera violando y me corrí dentro de ella. Y la folle varias veces más esa noche, hasta que no aguantaba las ganas de ir al baño y me decía que se cagaba toda. Por último, mi polla entraba en su culo sin necesidad de crema Nivea.
Estuvimos esa semana follando así, hasta que la cistitis se le fue. Por la mañana de lunes a viernes iba a estudiar y a entrenar y después a follar con mi tía, desde que ella llegaba del trabajo. Alguna vez sonaba el teléfono mientras estábamos follando y era mamá, preocupándose por si todo iba bien en casa y si me estaba comportando bien. Siempre era la misma contestación de mi amante-tía, está estudiando y aprendiendo mucho. Se está portando bien.
Le confesé a mí tía que me gustaba follarla por el culo porque me excitaba dominarla y ella me confesó que también le gustaba a ella por lo mismo. Ella me contó que el cepillo del pelo que tenía de mango corto, que sólo usaba ella, solía metéselo por el culo, para no desvirgase. Porque el virgo sería para su marido. Pero con el tiempo y después de comprender que se iba a quedar soltera, sino llegamos a follar, hubiese sido el cepillo el que la desvirgara. Entonces comprendí por qué le entraba tan fácil mi polla por el culo. Decidimos hacerlo por su coño, tapándole los ojos y atándole las manos. Y realmente la violé haciendo lo que quise con ella. Y a cada embestida, más gusto me daba mi hembra. Sí mi hembra. Porque en nuestras conversaciones me dio a entender que todas sus conocidas tenían marido y ella no, y se sentía poco mujer y deseaba tener un hombre. Pero aparecí yo y ella era mi hembra y yo su macho, así que a partir de ese momento en la cama yo la llamaría mi hembra y ella me llamaría su macho. Instantes después de utilizar esas palabras me dijo que la ponía a mil esas expresiones, mientras follabamos. Al principio a mí me costaba decírselas, pero ella me lo pedía. Descubrí con ella el juego de las palabras sucias en sus oídos y de cómo mi hembra era una hembra muy caliente, que tenía tanto fuego dentro que nadie se lo hubiese imaginado. Realmente era una gran hembra. Incluso creo llegamos a enamorarnos a tal punto que el segundo fin de semana por la mañana, cuando follabamos, me llamó macho mío, y me gritaba mientras follábamos al oído que la preñara y a partir de ahí fue una obsesión esa expresión de macho mío, préñame, méteme toda tu leche y préñame. Ahora me decía que ella era mi puta y yo su chulo, que ella era mi hembra y yo su macho, que ella era mi perra en celo y yo su macho, y que sabía que no se iba a casar, así que le gustaría que yo la preñara.
Ese mes estuvimos follando todos los días y cuando más follábamos, más queríamos follar. A los pocos meses siguientes todo el mundo comenzó a sospechar que había algo entre nosotros dos y mi tía se fue a vivir a casa de mi abuela.
Cuando mi abuela murió, pasé por su casa varios meses después a ver a mi tía a solas. Ella me confesó que no había follado desde que salió de casa. Estábamos hablando en la cocina y yo a punto de abrirme la bragueta porque ella estaba sentada en una silla y quería follarla sobre el poyo de la cocina. Pero en ese momento llegó una vecina. Yo me marché y volví a la media hora. Así lo habíamos acordado. Ese fin de semana llevé mi coche al otro pueblo cercano y volví en un taxi para que los vecinos no comentaran nada. Me estaba esperando con una bata floreada, de botones, sin las bragas ni sujetador puestos, pero eso no lo sabía yo. Me comentó que le había dicho a la vecina que se iba este fin de semana para casa de una amiga en la ciudad. Cerró la puerta y las ventanas de la casa, como si nadie estuviera dentro. No contestó al teléfono cuando sonaba. Fue un bonito reencuentro. Ella tenía 48 y yo 35 años. Desde el viernes por la noche hasta el domingo en la madrugada no hicimos otra cosa que follar. No tendríamos otra posibilidad porque la próxima semana mi prima iría a vivir también a casa de la abuela. Esa fue la penúltima vez que follamos. En la actualidad mi tía tiene 66 y yo 53 años. Después de muchos años hemos vuelto a follar juntos. Está en mi casa hoy y hemos decido los dos escribir esta preciosa historia.