Mi tía Viviana me seduce a mis 15, (1)

Aquí les narro cómo de manera impensada, Manuel es seducido por su tía, hermana de su mamá, quién le hace pasar un fin de semana increíble, disfrutando enormemente del sexo.

Mi tía Viviana me seduce a mis 15, (1)

Resumen

Aquí les narro cómo de manera impensada, Manuel es seducido por su tía, hermana de su mamá, quién le hace pasar un fin de semana increíble, disfrutando enormemente del sexo.

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Me llamo Manuel; tenía apenas 15 años cuando sucedió lo que ahora les cuento. Yo era un muchacho delgado, 1.72 m, moreno, normal, estudiante del primer año del bachillerato (prepa).

Viviana, Vivi, era la mamá de Carlitos, mi primo carnal y mejor amigo que había yo tenido. Vivi, además, es hermana de mi mamá; aunque no son gemelas, parecieran serlo, pues son casi idénticas, aunque Vivi es dos años mayor que Carmen, mi madre. Carlos es hijo de Vivi y es solamente cuatro días mayor que yo. Carlos y yo, además de primos, siempre vivimos muy cerca, siempre fuimos amigos y siempre fuimos a las mismas escuelas, desde el kínder hasta ahora, que llegamos a prepa.

Recuerdo como, al principio, cuando éramos niños Vivi no me llamaba la atención como mujer, siempre había sido mi tía y siempre la había yo visto como tal, como la hermana de mi mamá y la mamá de Carlitos, aunque no dejaba de reconocer que era igual o casi igual a mi madre. Sin embargo, al llegar a la secundaria comenzamos a verlas de manera…, diferente, tanto a ella como a mi mamá: ¡como mujeres!; se nos empezaron a hacer  poco a poco casi obsesión; digo que se

nos

fue porque era la musa inspiradora de todas las chaquetas (pajas): mías, de Carlitos y de los compañeros de la secundaria.

La mayor diferencia entre Vivi y Carmen era su carácter: Carmen, mi madre, era muy retraída, seria, conservadora; Vivi era explosiva, dinámica, alegre, platicadora. En su parte física eran muy parecidas, casi dos gotas de agua. No son altas: miden como 1.60 m (yo mido 1.72 m), morenas claras, de pelo muy negro, con unos senos medianos, ni grandes ni chicos, piernonas, con unas nalgas muy paraditas. No son flacas, aunque tampoco son gordas,  son algo así como “llenitas”.

Otra diferencia es que, si uno las observa con detalle a la cara, Carmen, mi madre, aunque es menor que Vivi, tiene facciones más duras que la Vivi. Las dos tienen ojos muy grandes, negros, aunque los de Vivi son mucho más expresivos que los de mi mamá. Las dos son de cara redonda, chatitas, pero Vivi tiene una preciosa cara de niña, a pesar de su edad, aparentando bastante menos años de los 37 años que realmente tenía en la época que voy a relatar en seguida. Yo tenía apenas 15 años, iba a cumplir apenas los 16.

En esa ocasión, eran los quince años de la hermana de Alicia, una de las compañeras de la secundaria, que también estaba en la prepa, conmigo, que era de Apizaco, a dos horas de México. Yo estaba ahí solo; nadie más de la escuela había venido a los quince, solamente mi tía Vivi, aunque yo no lo sabía de antemano. Carlos no había venido; ya no estudiaba conmigo, ya no había continuado a la prepa; su papá lo había sacado de estudiar y se lo había llevado a trabajar con él, a que lo ayudara en un camión de mudanzas que él tenía, su papá.

Eso hizo que después de la misa – en donde nos miramos, de lejos, con mucho gusto – nos  sentáramos los dos,  juntos, en la misma mesa, y comenzáramos a platicar.  Fue así que me enteré de porqué Carlitos ya no había seguido estudiando. Fue así que me enteré también de que ya estaba muy poco en la casa. Fue así que me enteré además de que ya casi se estaban separando en su matrimonio, pues el marido tenía otra señora, y Carlos la llevaba bien con esa señora, y en muchas ocasiones se quedaban a dormir en casa de esa señora.

Conforme Viviana me platicaba todo eso, yo no dejaba de admirarla, casi extasiado, a su cara, y sus ojos; tenía unos labios carnosos, pulposos, muy atractivos para ser besados, y conforme platicábamos, se me antojaba terriblemente el besarla en la boca.

Yo ya no era virgen; ya había tenido relaciones sexuales con una criada (sirvienta, doméstica) y con dos prostitutas…, desde hacía ya casi un año, por lo que, como casi nunca tenía yo dinero (“estudiambre”), siempre recurría a la masturbación.

Pasó el vals, la partida del pastel, la cena y comenzó el baile, y nosotros seguíamos platicando, aunque hubo varios hombres que intentaron sacar a la Vivi.

Vivi – siempre la había llamado por su nombre y siempre le había hablado de “tú” – había estado bebiendo de forma abundante. Yo no bebí nada, pues no lo acostumbraba.

Cuando la música se hizo más lenta, la Vivi me invitó a que fuéramos a bailar y así lo hicimos. La música era lenta y ella me pegó su cuerpo a mi cuerpo y su mejilla a la mía. ¡De inmediato se me puso erecto mi pene! (si es que no estaba erecto desde antes).

Para disimularlo, me despegaba de ella y le decía cualquier cosa que se me ocurría, pero invariablemente, mientras no le platicaba yo nada, la Vivi se me acercaba y me pegaba su cuerpo: ¡me ponía a mil!.

Cuando pegaba su cara a mi cara, no podía dejar de pensar en besarla: ¡era mi sueño más preciado!: ¡si tan solo se me pudiera realizar…!.

Cuando se me pegaba a mi cuerpo, sentía que se me paraba la verga, y tenía que echar las nalgas p’atrás, para que no me sintiera mi “fierro”, además de que no estaba seguro de resistirme a besar aquella boca, que tanto deseaba, sin embargo, sentía que la Vivi se me pegaba y se me pegaba, me empujaba su vientre, como buscando mi “fierro”, y a mí me daba muchísima pena que me lo fuera a sentir, así, tan erecto, pues era mi tía, la hermana de mi mamá y la mamá de Carlitos.

Como era un poco más baja de estatura que yo, la Viví, en una de esas, se me colgó de mi cuello y me atrajo hacia ella. Sentí cómo me pegaba sus tetas a mi pecho y cómo me empujaba su vientre a mi pene. Yo no sabía qué hacer con la mano que me quedaba libre y fue ella la que me las acomodó, mis dos manos, alrededor de su cintura, pero de esa manera nuestros cuerpos quedaban pegados, casi “ensamblados” y yo…, ¡no podía resistirlo!, mi pene no dejaba de pararse, de erectarse, de alborotarse, sin poderme contener, tanto así que, en una de esas que ella me pegó su mejilla, sentí que me vine, en seco, en mis bóxers, ¡no lo pude evitar!.

Le pedí que me disculpara; le dije que tenía que ir al baño, y le eché la carrera p’al baño, a tratar de limpiar mis calzones, a limpiarme mi pene y a terminar mi eyaculación. ¡Era de verdad una hembra mi tía…, tan sabrosa, tan rica, tan “buena”.

Mientras estaba en el gabinete del baño, alcance a escuchar a dos tipos que platicaban de “una vieja muy buena, con unas nalgas muy ricas y unas piernotas…, ¡de concurso!”:

% ¡Sí…, la de negro…, está que se cai de buena…!.

No pude más que pensar en que fuera la Vivi, de la que estaban hablando.

Cuando regresé a la pista de baile, la vi que estaba bailando con un hombre, un militar. Estaban pegados, pero ella no le había echado las manos al cuello, seguían aun bailando “normal”.

Lo mismo que yo, el hombre se le pegaba y despegaba, cada que le decía alguna frase, y se pegaba de nuevo, después de decirlo.

Un tanto triste y decepcionado, me fui a sentar a la mesa y desde ahí la observaba. La Viví llevaba un vestido negro, pegado, entallado a su cuerpo. Era recto y le daba apenas a medio muslo, dejando así ver las piernotas…, ¡de concurso!”, de las que hablaban los tipos del baño.

El vestido ese no tenía tirantes y dejaba desnudos sus hombros, su espalda, y la parte superior del frente, hasta adonde empezaban sus senos. ¡Se le entallaba perfectamente a su cuerpo!, mostrando bien su cintura y sus pantaletas. Por debajo se le detenía a medio muslo. ¡No llevaba medias y sí unos tacones negros, muy altos y puntiagudos!. ¡Era todo un cromo ti tía!.

Iba maquillada con un lápiz labial rojo, intenso, que le tornaba más insinuante su boca y sus labios; llevaba rímel en sus pestañas y algo de sombra sobre sus parpados, que le engrandecían aun más sus ojos, ya grandes y hermosos.

Cuando terminó aquella pieza, voltió a mirarme a la mesa y se despidió de ese hombre, que vino a dejarla a la mesa, sin saludarme, nada más mirándome con ojos muy retadores.

La Vivi se sentó al lado mío y de inmediato me dijo:

  • ¡Abrázame y bésame…!.

Yo no entendí qué pasaba, pero la obedecí. Le pasé un brazo por encima de sus hombros y acercando mi cara la besé en la mejilla, como siempre lo hacía, pero ella, tomándome de la cara me dijo:

  • ¡bésame en la boca, Manolo!,

Y se puso a besarme en la boca. ¡Creo que me vine de nuevo de sentir sus labios sobre de mis labios y su lengua recorriendo mis labios, mi boca, mi lengua, sin darme tregua para respirar!, hasta que por fin me soltó, tan sólo para decirme:

  • ¡Es que ese hombre estaba “queriendo conmigo”, y no me soltaba, por eso le dije que tú eras mi “macho”…!, ¿me entiendes…?.

Pero ese hombre se encontraba ahí cerca, mirándonos con pasión hacia ella y con odio hacia mí, por lo que la Vivi me dijo:

  • ¡Vámonos a bailar otro rato!,

y tomándome de la mano, me condujo a la pista de baile de nuevo. La música seguía tocando tranquilas, románticas y nos abrazamos muy fuerte. La Vivi volvió a echarme sus manos a mi nuca y volvió a embarrarme su cuerpo a mi cuerpo, por lo que nuevamente mi pene se puso tremendo, pero ahora no reculé, me quedé donde estaba y la Viví lo sintió de inmediato, mi fierro:

  • ¡Manolo…!, ¿te estoy haciendo ese efecto…?; ¿lo tienes parado…, por mí…?.

Quise despegarme de ese abrazo, pero la Vivi no me dejó:

  • ¡No te despegues…, que nos sigue mirando el tipo ese…!. ¡Es más…, bésame apasionadamente en la boca…, como si fuera tu novia, Manolo…!,

y fue ella misma quién comenzó a besarme en la boca, jalándome de la nuca, con fuerza, hacia ella. ¡No dejamos de besarnos mientras duró aquella música tan cachonda que estaban tocando en la pista!, hasta que se terminó, y con ello la fiesta.

Todo el mundo comenzó a despedirse, a tomar sus cosas, a retirarse de la fiesta, y nosotros también. La Viví tomó un chal que llevaba y se lo puso en sus hombros, para cubrirse del “fresco” de la noche. Yo andaba de saco y corbata, así que…, de inmediato nos salimos, pero…, íbamos abrazados, aunque ya no volví a mirar a ese tipo. Nos salimos abrazados de aquella fiesta. Yo le llevaba mi brazo derecho por encima de sus hombros y ella me pasaba su brazo izquierdo por mi cintura, y así nos salimos de ahí.

Viviana y yo estábamos en el mismo hotel, pues Alicia nos había reservado a los dos que fuimos de México en el mismo hotel donde había sido la fiesta.

  • ¿Me acompañas?,

me dijo la Vivi, melosamente. Me dijo el número de su cuarto: ¡estábamos uno al lado del otro!.

Llegamos hasta su cuarto y ella me dio su llave para que le abriera. Le abrí la cerradura y abrí la puerta, abriéndola muy ampliamente para que ella pasara, pero ella no pasaba; me jaló con ella y me metió a su cuarto. Cerró la puerta del cuarto y fue a sentarse a la cama, aventando su chal en uno de los sillones del cuarto. Yo tenía la cabeza echa nudo. La miraba, sentada en la cama, con el vestido negro que llevaba y que, al sentarse se le había subido hasta arriba, hasta las ingles, enseñando sus muslos y sus calzones, unos rojos, de los cuales nada más alcanzaba a mirarle un pequeño triangulito a la mitad de sus piernas.

¡De inmediato, con tan solo voltear a mirarla, a penas de reojo, mi verga se me puso más dura de lo que ya la traía!. ¡La miraba buenísima!, ¡la deseaba!, ¡no podía pensar en nada más que en cogérmela!.

  • ¡Ven…!,

me dijo la Vivi, señalando la cama, a un lado de ella.

Me senté en esa cama, aunque dejando algo de espacio entre ella y yo, todo apenado, sin saber qué decir, ni menos qué hacer.

  • ¡No te vayas…, ando toda “chipil”, quiero que me “consientan” un rato…!,

¡Quédate un rato conmigo…, me gusta que me hagan “piojito”!,

me dijo, colgándose de mi brazo, pegándome su cabeza en mi hombro. Nos quedamos así, sin pronunciar ni media palabra por espacio de un tiempo que se me hizo muy largo y muy corto a la vez. ¡El sentir su cabeza en mi hombro me excitaba tremendamente!.

Luego de unos instantes se separó un poco de mí, apagó la luz central y prendió la pequeña, la del buró; se sentó – recostó en esa cama, con la cabeza apoyada en la cabecera. Recogió las piernas sobre su vientre enseñándome sus calzones, unos rojos,  y poniéndose en posición fetal, me pidió que me acomodara a un lado de ella:

  • ¡Hazme piojito…!,

volvió a repetirme.

Me senté al lado de ella, con mi espalda recargada en la cabecera, acariciándole el pelo. Ella se dejaba acariciar y me recargó su cabeza en mi pecho. ¡Lo sentía yo muy cachondo, muy rico, sabroso!.

La comencé a acariciar: su cabello, sus orejas, su cuello, sus hombros y…, tras unos instantes así, sin pensar, llevado por ese romanticismo, acerqué mis labios y le besé suavemente su cabeza, por encima de sus cabellos.

Ella no dijo ni hizo nada y yo volví a besarla sobre de sus cabellos. Unos segundos más tarde, noté cómo ella me abrazó por mi pecho y me pegó más su cabeza a mi hombro. ¡Yo tenía una tremenda erección!; estaba tremendamente caliente por la situación que se había presentado.

  • ¿Ya has tenido relaciones sexuales?,

me preguntó la Vivi, así, a boca de jarro.

Sentí que me ponía yo tremendamente colorado, y agachando mi cabeza hacia ella, le dije que sí:

= ¡Una vez…!,

le dije, mintiendo.

  • ¿Y tú crees que sean necesarias…, que deban de tenerse relaciones sexuales…?.

Estaba yo como idiota, sin saber adónde me llevaba con esa plática, ni qué debía yo responder, por lo que, de manera automática le dije que:

= ¡Sí…, creo que son necesarias…, es como comer y beber…!.

Y de inmediato ella me contestó:

  • ¡Es que llevo ya casi dos meses sin tener relaciones sexuales con Luis, mi esposo, mi ex marido…, tu tío…!,

me dijo, levantando su carita hacia a mí, clavándome su mirada de niña en mis ojos, como si se estuviera quejando conmigo.

¡Ya no pude evitarlo: esos labios eran como un imán para mí!. Agaché tantito mi cara y mis labios se posaron sobre de los suyos, y nos dimos “un pico” en la boca. Fue apenas un rozón de los labios, pero sentí que mi pene me desbordaba y creo que me vine nuevamente sobre de mis calzones, debajo de mis pantalones.

  • ¡Son muy necesarias las relaciones sexuales…!,

me dijo la Vivi, después que separara mis labios de los de ella.

Nos quedamos en silencio los dos, abrazados; yo sentado en la cama, recargado en la cabecera, ella recostada en la cama, apoyando su cabeza en mi pecho y mi hombro, abrazándome por el pecho.

  • ¿Te gusto…?,

me preguntó, mirándome hacia mis ojos, con esa mirada tan bonita que tiene. Yo no supe qué responderle, y ella volvió a repetirme de nuevo:

  • ¿Te gusto…?.

= ¡Sí…, siempre me has gustado…, desde que éramos niños…, siempre has sido el modelo de mujer para mí…!,

le respondí, escondiendo mi mirada de la de ella, por lo cual la Vivi, estirando su manita a mi rostro, me acarició y estirando su cuello me invitó a que la besara de nuevo, cosa que hice, de manera muy suave.

Sentí que algo húmedo, caliente y suave comenzaba a recorrerme los labios. ¡Era su lengua!, que andaba recorriendo mis labios.

Saqué yo mi lengua y comenzamos a darnos lengua los dos, hasta que ella, levantándose un poco, me volvió a besar en los labios y comenzó a introducirme su lengua en mi boca, recorriéndola con intensidad, hasta que:

  • ¿Qué piensas de las señoras que tienen relaciones sexuales fuera de su matrimonio…?.

Me preguntó la Vivi, en ese momento.

No supe qué contestarle. Busqué de nuevo su boca y volví a besarla en los labios, deteniéndole esta vez su carita con mi mano izquierda, mientras con la derecha la seguía abrazando yo de sus hombros, jalándola contra mí.

Ella llevaba un escote muy grande, por delante y detrás. Yo le acariciaba su brazo, desnudo, mientras la besaba en la boca, hasta que luego de un rato muy largo, nos separamos, y entonces:

  • ¿Sabes que te estás besando con una señora que pudiera ser tu mamá…?,

me preguntó la Vivi, en ese momento.

No supe qué contestarle. Busqué de nuevo su boca y volví a besarla en los labios, al tiempo que, con mi mano izquierda, le acariciaba discretamente su seno izquierdo, por encima de su vestido, mientras con la derecha la seguía abrazando yo de sus hombros, jalándola contra mí.

Viviana no dijo nada, tan sólo respondía al beso que le plantaba en su boca, aunque también sentí que su mano derecha me jalaba de por la nuca, hacia ella. ¡Sentí que me correspondía!, y me puse muy emocionado y por demás excitado.

Sin poder contenerme, y abusando de su complacencia, sin dejar de besarla en la boca, comencé a acariciarle un poco menos discretamente su chichi, y ella no protestó, tan sólo emitió un pequeño gemido

  • ¡gggmmm…!,

y nos seguimos besando en la boca.

Me animé a introducirle mi mano por debajo del escote de su vestido y sentí cómo ella vibraba de la emoción, cómo se le ponía su carne “chinita”, y enardecido por su condescendencia, comencé a acariciarle su seno, derecho, desnudo, pues no llevaba brasier.

  • ¡Manolo…!, ¿sabes que estás jugando con fuego…?.

Esa pregunta me hizo detenerme un instante, mismo que aproveché para mirarla a la cara:

  • ¡Tú no sabes que yo soy una mujer muy ardiente…, y que hace dos meses que no tengo sexo con mi marido!,

volvió a repetirme.

Yo tampoco supe ni qué decir; volví a besarla en la boca, y ella me respondió, jalándome de la nuca hacia ella y sintiendo que me jalaba con fuerza hacia su cara y su boca.

Volvimos a besarnos, ahora con mucha pasión. Yo volví a acariciarle su pezón, muy erecto.

  • ¡Me estás excitando muy fuerte, Manolo…, ando muy necesitada de sexo, Manolo…, hace dos meses que no tengo sexo con mi marido!,

me repitió, tomando mi cabeza en sus manos, separándola de su cara y mirándome fijamente a los ojos. Su mirada había dejado de parecerme de niña, dejó de parecerme infantil y tenía una mirada…, como de invitación, como de complacencia, como de seducción, no lo se:

  • ¡Manolo…!, ¿no te parezco muy vieja…?.

La vi, sin poder contestarle, y ella le continuó:

  • ¿te parezco bonita…, te gusto…?.

Yo le miraba su boca, sus dientes, su lengua, ¡sus ojos…!, me tenían fascinados sus ojos, tan entornados e invitadores:

  • ¿te gusto Manolo…?,

me volvió a preguntar.

  • ¿te atreverías a hacerme el amor Manolito…?.

Yo la miraba como hipnotizado, como idiotizado, sin poder responderle ni media palabra, tan solo le contemplaba su cara, su boca, sus ojos, y ella volvió a repetirme de nuevo:

  • ¡compréndeme Manolito…, hace dos meses que no tengo sexo con mi marido!,

Y entonces se levantó de la cama y se desabrochó su vestido, que tenía un cierre por la parte de atrás. ¡No llevaba brasier!, y de inmediato comenzó a mostrarme sus chichis, sus senos, con sus pezones tremendamente parados, erectos, retadores, invitando a que los mamara.

  • ¿Te gusto Manolito…?,

Me preguntó la Viviana, con los senos por fuera de su vestido, y yo tan sólo movía la cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo a aquella pregunta que me formuló; y sin esperar otro poco, pasando sus manos por detrás de su espalda, terminó de quitarse el vestido y se quedó solamente con sus pantaletas, de color rojo, caladas, bonitas – y sus zapatillas, de tacón alto, negras. ¡Parecía un figurín, una mujer de revista, del play boy o de otras, para caballeros.

No llevaba medias y sus pantaletas eran de aquellas clásicas, hasta la cintura, aunque  muy coquetonas, pues estaban todas llenas de encaje y además…, ¡se transparentaban toditas!. ¡De inmediato pude verle su mata de pelos!, y sentí que mi pene se me erectaba de nuevo, ¡a toda su magnitud!.

= ¡Vi…vi…a…na…!,

le dije, colmado de la emoción. ¡Mi sueño más preciado me estaba alcanzando, se me estaba volviendo real…!.

  • ¡Desnúdate tú también, Manolito…!.

No bien había terminado ella su frase cuando ya me encontraba desnudo, con el pene de fuera, tremendamente parado, levantado hacia el techo del cuarto:

  • ¡Manolo…, que vergota tan linda tienes, chiquito…!,

me dijo, procediendo a recostarse sobre de aquella cama, en donde yo la alcancé, de inmediato, y ella me tomó de mi pene, pidiéndome al mismo tiempo:

  • ¡Manolo…, júrame que nada de esto será revelado por tu boca…, a ninguna persona, a ninguno de tus conocidos…, y mucho menos a tu mamá,

a mi hermana o a mi hijo…!.

Yo tan sólo moví la cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo a aquella petición, tan sagrada que me formulaba la Vivi, y de inmediato me lancé sobre de ella, quién se sonrió:

  • ¡Despacio Manolo…, que no voy a irme…, tenemos toda la noche para nosotros dos…, solos…!.

Y pasando sus manos por detrás de su espalda, se desabrochó su brasier.

Aparecieron sus senos, algo blanquizcos, con unas areolas, obscuras, alrededor de sus pezones, tremendamente parados, que de inmediato comencé yo a besarlos, a mordisquearlos, a chuparlos muy fuertemente, ¡a mamarlos…!.

  • ¡Manolo…, chiquito…, cariño…, mi niño querido…!. ¡Ya eres un hombre, mi muchachito querido…, cómo has crecido, criatura…!. ¿Te gusto Manolo…?.

No le contestaba yo nada, tan sólo me pasaba de una chichi a la otra, mamándole sus pezones con pasión y casi desesperación. Ella solamente podía balbucear:

  • ¡Manolo…, Manolito…, chiquito…, Manolooo…!,

y sentí que desfalleció por debajo de mí. Se quedó desguanzada, inerte, con la respiración agitada, hasta que poco a poco comenzó a acariciarme mi nuca:

  • ¡Manolo…, me acabas de sacar un orgasmo…, tan sólo con mamarme mis chichis…!.

Y se hizo un momentáneo silencio, pero ella prosiguió con sus frases:

  • ¡Manolo…, júrame nuevamente que me vas a guardar el secreto…, que nunca lo sepa mi hermana ni mi hijo…, júramelo…, por favor…!.

Y en ese momento yo supe que se me estaba entregando, que podía hacerla mía, que se ponía a mi disposición y a mi antojo, y entonces…, comencé a deslizarle mi mano por encima de su panocha, rozando sus pantaletas, muy suaves.

Sentía yo sus pelitos, ensortijados, debajo de esas pantaletas y…, le bajé mi mano hasta su panochita ¡y la sentí muy mojada!. No se qué cosa me dio, pero se la apreté yo con fuerza, su vulva, su sexo y ella tan sólo gritó:

  • ¡Manolooo…!,

Y sentí que se vino en mi mano, ¡de nuevo!; ¡un chorro de líquidos me mojó!.

Me eché hacia atrás. ¡Quería mirarla, contemplarla casi desnuda, con sólo aquellas pantaletas rojas, semi – transparentes cubriéndole apenas su sexo!.

  • ¡Estás rete buena, mi Vivi…, me cai…!,

Alcancé yo a decirle, sin poder contenerme de la emoción de mirarla. ¡Mi sueño de los últimos tres años estaba más cerca que nunca de volverse una realidad!.

¡Qué bruto…, qué buena que estaba!. Mi atracción por ella tenía un componente muy fuerte de morbosidad: el que fuera mi tía, la hermana de mi mamá y la mamá de mi primo, de Carlos, de mi compañero de escuela y de masturbadas, pero tenía que reconocer que la Vivi tenía un cuerpo de verdad muy deseable, el que habíamos deseado por tres años todos los compañeros de la secundaria, incluyendo a su hijo, a Carlitos.

Bajé la vista hasta aquellas piernas que tanto había yo soñado. Después le miré su ombliguito y luego subí yo la vista hasta encontrar sus chichitas, que ahora me parecían rete lindas. Sus pezones estaban completamente parados. Eran sin ninguna duda la cosa más deseable que había vivido hasta ahora:

  • ¡Manolo…!,

me gritó, suplicante, la Vivi, luego de un rato de contemplación:

  • ¡Manolo…, ya cógeme…, ya métemela, muchachito…, me tienes tremendamente caliente, Manolo…!.

Me arrodillé frente a ella, a la mitad de sus piernas, abiertas, y comencé a bajarle esas pantaletas. Aparecieron sus pelos, ¡que se me hicieron divinos!, y procedí para abajo, recorriendo sus muslos, sus rodillas, sus piernas, sus tobillos, hasta sacárselas por debajo de sus piecitos.

¡Ahora estaba desnuda completamente, ante mí…!. ¡Mi sueño de mirarla desnuda se me había convertido en una realidad!, muy tangible, y me puse a mirarle su cuerpo, desnudo, tan solo con sus zapatillas de tacón alto, que le daban un toque de distinción y de erotismo.

Estaba yo en mi tarea de contemplación cuando una voz afiebrada me suplicó:

  • ¡Manolito…, ya cógeme…, por favor…!.

¡Nunca…, ni en mis sueños más eróticos lo pude yo imaginar, a la Vivi, la hermana de mi mamá y mamá de Carlitos pidiéndome que le metiera mi verga…!:

  • ¡Manolito…, chiquito…, ya cógeme…, por favor…!.

No lo dudé nada más y de inmediato me coloqué entre sus piernas. Le miré su panocha, ¡muy linda!; se la acaricié. Bajé por sus labios exteriores, recorriéndolos hasta el final. Después pasé mis dedos por su rajadita. Sentí que estaba tremendamente mojada. Introduje mis dedos en ella y se abrió con facilidad:

  • ¡Aaaaggghhh…!.

Los abrí un poco y…, a partir de ese momento, sus gemidos se hicieron constantes. ¡Me encantaba ver cómo disfrutaba la Vivi!.

No se porqué pero…, aunque yo pensaba en ella como símbolo sexual, nunca pensaba que ella pudiera tener sexo con nadie, ni siquiera con el hombre que fuera su esposo, el papá de Carlitos, pero…, la tenia recostada debajo de mí, la tenía toda entregada, la tenía suspirando, disfrutando de ella, haciendo realidad mis sueños de los últimos tres años.

Me puse encima de ella, y en ese momento vi cómo la Vivi respiraba agitada; ¡ella sabía lo que iba a pasar!, se preparaba para ser penetrada:

  • ¡Manolito…, ya mételo…, por favor…!.

¡Estaba por cogerme a mi tía Viviana, la hermana casi gemela de mi mamá, la mamá de Carlitos, mi primo, mi compañero de escuela y de toda mi vida!.

Me llegó un ligero remordimiento: ¡me sentía bien cabrón!, y eso me gustaba más todavía, el cogerme a mi tía, a la hermana de mi mamá, a la mamá de Carlitos, a la señora con cuyo recuerdo nos masturbábamos todos los compañeros de la secundaria.

Le coloqué mi verga en la entrada de su rajadita; ¡la sentí bien caliente y mojada!. No pude aguantarme y se la dejé ir toda entera, de golpe, hasta adentro, ¡con muchísima fuerza!, descargándole todo el peso de mi cuerpo y toda mi energía contra de ella.

  • ¡Aaaaggghhh…, aaaggghhh…!.

Gritó la Vivi, soltando dos enormes gemidos, los más fuertes que había soltado hasta ese momento. ¡Estaba adentro del vientre de la Vivi…, mi tía, la hermana de mi mamá, la mamá de Carlitos!, ¡qué rico…!. ¡Cuanto lo había yo deseado!, desde hacía ya tres años…!.

Además de la atracción física hacia la Vivi, mi tía, la hermana de mi mamá, la mamá de Carlitos, la morbosidad que me daba el penetrar en su cuerpo, el estar dentro de ella, ¡como siempre lo había yo soñado!.

= “¡Me estoy cogiendo a la Vivi…, a mi tía, a la hermana de mi mamá, la mamá de Carlitos…!”,

¡no dejaba de pensar en todo eso!, que tanto morbo me producía.

¡No sé que me hacía disfrutar más, si el acto en sí o lo morboso de la situación!. Sin embargo…, estaba yo tan caliente que…, me vine de manera inmediata, en cuanto sentí su calor y sus membranas abrazarme mi pene, de inmediato me vine, en el interior de la Vivi.

= ¡Aaaahhh…, me vengo…, me vengo…, me vengooo…!,

y me vine completamente, en el interior de la Vivi.

Nos quedamos estáticos: yo encima de ella, y ella abrazando mi cuerpo, con sus brazos y piernas, sin dejarme escapar:

  • ¡Manolito…!,

Me dijo, luego de un rato de habernos quedado ya quietos:

  • ¡Me llenaste de semen, chiquito…, me aventaste los litros, mi cielo…!.

Me quedé yo callado; me quedé pensativo: ¿la habría yo embarazado…?, ¿le habría hecho yo un niño?. No supe ni qué comentarle, pero ella, leyendo mi pensamiento:

  • ¡Me encanta que se vengan adentro de mí…, que me avienten sus mecos…, me gustan mucho los mecos…!,

me dijo, y con ello me tranquilizó.

Poco a poco sentí que mi pene estaba perdiendo erección, pero…, cuando quise zafarme, sentí como si una mano agarrara mi pene y no lo dejara salir:

  • ¡Siempre me gustaste muchísimo…!,

Me dijo la Vivi, de manera increíble; ¡no podía yo dar crédito a esa revelación!:

  • ¡Desde chiquillo siempre fuiste muy pizpireto y muy aventado…!, te gustaba mucho mirarme las piernas…, te sorprendí varias veces, y me encantaba mirarte

cómo te  ponías todo rojo porque te había sorprendido…!.

¡No podía yo creerlo…, también yo le gustaba a la Vivi…!, y esto me calentó rete duro: sentí que mi pene se inflamaba de nuevo y:

  • ¡Muévete fuerte Manolo…, dámelos nuevamente, Manolo…!.

Y mientras la penetraba, no dejaba de mirarle a los ojos: tenía una cara de niña, pero de niña golosa, con cara de haber hecho una travesura, con un inmenso gesto de placer en su cara:

  • ¡Cógeme fuerte Manolo…, más fuerte, Manolo…, con fuerza…!.

Comencé a bombearla con fuerza, desde muy afuera hasta muy adentro, chocando mi pubis contra su pubis, oyendo rechinar a la cama, oyendo gimotear a la Vivi:

  • ¡Aaaaggghhh…, agh…, agh…, agh…!.

Jalaba aire con su boca entreabierta y jadeante, que pedía ser comida a mil besos, y yo no me resistía a ello, y dejaba que mi lengua saboreara aquel delicioso sabor.

Ella me abrazaba con fuerza y eso me ponía muy caliente; el sentir que se estaba entregando a mí, completamente me enardecía y me ponía como loco.

No pude ya más contenerme, ni siquiera se me vino a la mente el tratar de contenerme; sentí que me llegaba la eyaculación y me dejé ir, con fuerza, bombeándola muy al fondo, tratando de que me saliera completamente mi leche, que la eyaculara todita, que le inundara yo sus entrañas, que le dejara mi sello, y si salía embarazada…, pues al fin y al cabo ella era ya una señora…, y me gustaría un chingo dejar embarazada, a la Vivi…, ¡me gustaría muchísimo hacerle una niña…!.

Todo esto lo pensaba en el momento que eyaculaba adentro de ella, en su matriz, en sus entrañas, que por tres años había yo deseado, de manera febril y…, nos quedamos dormidos, así, como estábamos: yo arriba de ella, con mi verga en su vientre y mi cuerpo por encima del de ella.

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