Mi tía virginia -6-

Me besaron una una, se besaron entre ellas, me besaron madre y hija al mismo tiempo. A veces, las tres lenguas se encontraron mientras me pajeaban a dos manos.

La taberna del Luis el Pirata, al que llamaban así porque estuviera dos años embarcado y hiciera dinero como si estuviera 20 años, era una supertaberna. Tenía dos huecos, en uno había un  gran mostrador y tres estanterías.  La de arriba tenía  botellas de anís del Mono, las Cadenas... Jerez Santa Catalina, Sansón... Coñac Veterano, Soberano, Terry... Sidra el gaitero. Cavas. y otras. En la segunda estantería estaba el arroz, la harina, la pasta... en la de abajo estaba el pan de mollete y el de barra. Detrás del mostrador estaba señora Cándida, esposa del Pirata, una mujer de unos sesenta años que no sabía leer ni escribir pero que al cobrar y dar el cambio nunca se equivocara ni en una chica. El otro hueco estaba lleno de mesas y sillas donde los hombres jugaban la partida a las cartas. Al fondo había un futbolín. Eran las doce del mediodía. Carlos y yo estábamos sentados a una mesa jugando a la escoba. ¿Extraño, verdad? El maricón al que odiaba y yo jugando a las cartas como amigos, peró así es la vida. El que algo quiere algo le cuesta, y yo quería a Julia, Julia quería a su hermano, y me vino en el lote. A eso de las dos de la tarde, perjudicados, y yendo para casa, me dijo Carlos.

-¿Por qué me odíabas, Quique?

-¿Quieres la verdad?

-Eso ante todo

-No me gustan los maricones.

-Ni a mi me gusta ser marica, pero soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.

-¿Y eso cómo se come?

-Con trabajo y regado con muchas lágrimas.

-¡Coño! Al final me vas a acabar dando pena.

-Esa es la segunda cosa que más duele, saber que en vez de amor provocas pena.

-¿Y cuál es la primera?

-Dar asco.

-Con la tajada que llevas no sé que vas a dar al llegar a casa cuando te vean, pero pena o asco no va a ser.

-No hay nadie en casa. Mi madre y mi hermana van en el monte con las ovejas. Los animales no saben que es domimgo.

-Cierto.

-¿Y tú que vas a dar cuándo llegues a casa?

-No lo había pensado.

-Ven a mi casa. Tengo un pollo asado que no voy a ser capaz de comer yo solo.

-¿Tienes vino?

-Hay un garrafón de vino tinto.

-¿A quién se lo compraste?

-A Alpidio

-Ese tiene buen vino.

Fuimos a su casa. El pollo estaba en el horno de la cocina de hierro, que estaba aún con brasas y lo mantenía caliente. Mientras teníamos una conversación intranscendente. Carlos, sacó el pollo, lo puso en una fuente y después encima de la mesa. Con el garrafón llenó una jarra de dos litros de vino tinto. Puso dos tazas de barro encima de la mesa y nos sentamos a comer. Comiendo un muslo con las manos, y con la boca llena de aceite, me dijo Carlos:

-Tú siempre me gustaste, Quique.

Llené una taza de vino tinto y me lo mandé de una sentada. Ya estaba mamado y aquel trago hizo que el vino empezara a hablar por mí.

-Oye, Carlos. ¿Qué se siente cuando te dan por culo?

Me mintió.

-No sé. Nunca me dierom.

-¿Das tú?

-Más quisiera.

-Había que preguntarle a tu hermana.

-¡¿Follaste analmente a mi hermana?!

-Hombre, antes de que se lo follara ella con un pepino...

Después de comer...  No recuerdo como empezó el lío, pero me encontré con los labios de Carlos besando los míos. Eran tan dulces como los de su hermana. Debió ser la novedad, el sentir como temblaban las manos de Carlos desabrochando mi camisa, el ver a un hombre agacharse y chupar mi polla... fuera lo que fuese, me dejé. No cruzamos una palabra, Carlos, allí, en la cocina, de pie, con el culo al aire, dándome la espalda, con la mano llena de aceite del pollo asado, me cogió la polla, y la llevó a su ojete. Lo enculé. No era el primero. La polla entró sin dificultad.  Carlos mientras lo enculaba se pajeó y al rato eyaculaba en el piso de la cocina. Yo me corrí dentro de su culo. Apenas acabara de correrme, y oí la voz de Juana:

-¡Lo qué me faltaba por ver!

El estar borracho no me sirvió de nada. Juana me mandó a donde me había encontrado. ¡A la mieeeeeeerda!

Ya en Septiembre, en visperas de la fiesta de San Miguel, que era la fiesta del pueblo, me dijo Carlos:

-Mi hermana quiere hablar contigo.

-¿Dónde está?

-En la Carballeira.

Fui a la Carballeira y la encontré sentada a la sombra de las grandes rocas. No estaba sola, estaba con mi tía Virginia, y no estaban sentadas, estaban echadas y desnudas sobre la hierba. Mi tía Virginia estaba besando a Juana en la boca. Me había follado a la madre, me había follado a la hija y me habia follado al hijo, que ya tiene su aquel, pero aquello que estaba viendo era tan morboso que me sobrepasaba. Juana, al verme, me dijo:

-Ven que queremos jugar contigo.

-¿Ya lo sabes?

-Sí, eras tú el que se follaba a mi madre.

-¿Y no te importa?

-Ya no somos novios. ¿Quieres follar o no?

Fui junto a ellas. Se sentaron, me senté y me desnudaron. Me besaron, una a una, se besaban entre ellas, me besaron madre y hija al mismo tiempo. A veces, las tres lenguas se encontraban mientras me pajeaban a dos manos. Después hicieron que me echara boca arriba y me la mamaron las dos. Cuando una chupaba la cabeza, la otra lamía y chupaba mis huevos, y v¡ceversa. Lamían de abajo arriba, chupaban la cabeza, chupaban la polla entera, chupaban, chupaban y volvían a chupar. Luego, Juana, me puso el chocho en la boca y mi tia Virginia me montó. Se tocaban las tetas y se besaban. Los jilgueros y los verderones seguían con sus duelos de trinos. No había peligro de que nos decubrieran. Sin correse, mi tía Virginia ocupó el lugar de su hija y mi prima me cabalgó. Poco después, Juana, me dijo:

-Quiero correrme. Fóllame rápido, duro y profundo.

Se estiró sobre mí. La clavé rápido, duro y hasta el fondo. Juana, mirando para su madre, le dijo:

-¡¡¡Correte conmigo, mamá!!!

Mi tía Virginia viendo a su hija correrse gimiendo y estremeciéndose, aceleró sus movimientos de pelvis. Su coño, empapado, volaba sobre mi lengua, pero no logró corerse.

Cuando Juana acabó, mi tía estaba tan caliente que le dijo:

-¡Sal de ahí, sal de ahí que necesito esa polla dentro de mí!

Mi prima descabalgó. Subió mi tía y me folló a una velocidad que mareaba. Yo, al ver su cara de salida, sus tetas subiendo y bajando, y sintiendo su flujo mojar mis cojones, a los 10 segundos ya me había corrido dentro (no le importó), pero ella tampoco tardó mucho más, a los 15 o 20 segundos, dijo:

-¡Oooooooooh!

Se derrumbó sobre mi pecho y se corrió, estremeciéndose y comiéndome la boca.

Callaron los pájaros. Tocaba vestirse.

Al rato sentimos a un niño gritar: "¡Tres marinos a la mar!" Otro le respondió: "¡Otros tres a navegar!"

El lunes me llegó una carta. Tenía que ir a hacer el Servicio Militar.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.