Mi tía viciosa, mi querida abusadora 02...

Les sigo contando sobre mi tía Mariola en orden cronológico, desde aquel verano de 1.972, aunque saltaré de vez en cuando tanto hacia atrás “flash-back”, como hacia el futuro “flash-forward”, relatándoles recuerdos según me vaya acordando de ellos y vengan a colación.

En este principio de 2.021, casi 50 años después de aquellos primeros acontecimientos sexuales de mi vida..., mi tía Mariola sigue en mi mente y sigue excitándome, incluso hoy, más que entonces.

Aquellos recuerdos morbosos han ganado solera como los buenos vinos.

En aquellos cuatro veranos inolvidables, más las vacaciones de Navidad y Semana Santa,  seguramente, nos follamos, primero ella a mí, luego yo a ella, y ambos recíprocamente,  cálculo que aproximadamente unas dos mil veces.

De aquellos dos mil polvos además de cientos y cientos de guarrerías sexuales de todo tipo, guarradas adicionales que siguen en mi mente, excitándome año tras año, solo les contaré lo más significativo.

En el primer capítulo anterior, de esta gran serie, les he proporcionado un resumen de las primeras experiencias de aquel primer día de verano y es mi propósito recordar poco a poco cada uno de los más intensos momentos de aquellos cuatro años especiales, hasta que apareció en mi vida, Maribel, la madre de mis hijos.

Nadie jamás supo nada de lo acontecido en aquella casa familiar de dos pisos de Salobre a las afueras de la localidad, salvo los dos protagonistas. Mi tía Mariola falleció el pasado Diciembre por causa del Covid y ello me ha hecho rememorar todo lo acontecido entre aquellas cuatro paredes salobreñas.

A partir de estos relatos ustedes estarán al corriente de aquellos momentos sexuales de alta intensidad y de alguna manera, al compartirlos con todos ustedes, mis recuerdos jamás quedaran en el olvido el día en que falte. Espero que alguno de ustedes pueda conservarlos muchos años más.

Como no podía ser de otro modo, en este capítulo les hablaré de aquella primera ducha, de los instantes previos y de los posteriores de aquel excepcional día de aquel mes de junio de 1.972.

Llevaba varios años sin ver a mi tía. Mis padres me dijeron que tendría que pasar el verano con ella, como saben por el tema de trabajo.

No me pareció mal. Recordaba a mi tía como una mujer agradable, muy simpática, cariñosa, unos años mayor que mi madre,  y algo más alta.

Comimos juntos los cuatro y mis padres se despidieron.

Mi tía Mariola me enseño toda la casa, mi dormitorio, los animales y nos pusimos a preparar la cena.

Me acuerdo que recolectamos las ultimas habas de la temporada en aquel pequeño huerto que tenía en el patio trasero de la casa, que junto a los huevos de las gallinas conformarían un pequeño revuelto. Desde entonces me encanta ese plato.

Mientras cortaba las habas en pequeños trocitos, me preguntaba:

-          Héctor, como vas con las chicas. ¿Tienes novia?

-          No tía.

Ya les advertía que no era un chico de muchas palabras por entonces.

Antes de acostarnos me dijo que nos ducharíamos.

Ella entró primero en el baño. Recordando los detalles, pienso que desde el primer momento urdió un plan para seducirme y abusar de mí.

¡Bendito y maravilloso abuso!

No cerró el baño con cerrojo. Tampoco debería de tener mucha costumbre de hacerlo, al vivir siempre sola, al menos desde que era viuda.

Al rato me llamó:

-          Héctor, pasa y ayúdame a enjabonarme.

-          Si tía.

Mi madre me había dicho que hiciese caso a todo lo que la ti me dijese. Quien iba a temer algo malo de ella. ¿Verdad?

Entré al baño sin malicia, con absoluta naturalidad. Como les anticipaba en el capítulo anterior, allí estaba mi tía, allí en la ducha desnuda, ofreciéndome la esponja, aunque de espaldas.

-          Restriega bien mi espalda cariño, que no me alcanzo bien.

Había apagado el agua y estaba totalmente enjabonada. Lo vi razonable y no desconfié de nada.

Tímidamente le restregué la espalda.

-          Más fuerte cariño, necesito que me quites las pieles muertas. Dale con la parte más áspera.

-          Si tía.

Dio un paso más en su plan.

-          Desnúdate,  dúchate conmigo, así ahorramos agua. No te dé vergüenza, somos familia. Después te frotaré yo a ti.

-          Si tía.

Me desnudé. Ella no me miró. Entré en la bañera. Era enorme. Conectó el agua y como si tal cosa me echaba agua por todo mi cuerpo.

Cerré los ojos. Apenas vi el bulto desnudo de su cuerpo lleno prácticamente de espuma. Me ofreció el jabón de sosa que ella misma hacia y me prestó la esponja.

Ya que estábamos ambos en las mismas condiciones, volvió a pedirme que le frotase de nuevo la espalda. Se volvió de nuevo.

-          Que bien lo haces, Héctor. Sigue restregando el resto de mi cuerpo.

Se volvió nuevamente, abrió los brazos presentándome su maduro cuerpo desnudo con bastantes rastros de espuma.

Tímidamente le restregaba los brazos, sus axilas con pelo, la parte superior de su torso sin tocar sus enormes y ostentosas tetas, su vientre, sus muslos y sus piernas. El coño apenas pude verlo por culpa de los restos del jabón allí acumulado entre su mata evidente de pelo.

-          Mis pechos, Héctor, por favor. No te de corte cariño. ¿Habrás visto a tu madre alguna vez desnuda?

-          Si tía.

Recordé que hacía años había visto desnuda a mi madre. Era diferente a mi tía, unos pechos más pequeños, menos cintura y más bajita. Mi madre tenía un buen cuerpo, pero no lo recordaba con lujuria y deseo como disimuladamente miraba aquel cuerpo de mi tía.

Mis manos algo temblorosas empezaban a frotar aquellos enormes melones.

Frótame abajo.

Debí de hacerlo demasiado mal, pues me dijo:

-          Espera, te enseñaré.

Cogió la esponja y empezó a frotarme todo mi cuerpo. Lo hacía de una forma muy especial. Frotaba fuerte pero no como mi madre lo hacía, según recordaba años atrás, cuando ella me bañaba.

Los ojos de mi tía me miraban algo rara, auscultándome la mirada, para ver que decía, u observar mis gestos, seguramente.

Cuando llegó a mi polla, pareció cambiar el ritmo. Me pasó la esponja despacio, muy despacio, como queriendo recrearse en toda mi superficie sexual. Me restregó mi pubis que iniciaba sus vestigios vellosos.

-              Mira Héctor, como se te pone tu pilila...

Mi cara era del color de sus uñas de los pies. Cuanto más grande se me ponía la polla, más ardor rojo en mis mejillas.

-              Tranquilo, Héctor. A mí se me ponen también los pezones duros. Mira.

Me puso sus enormes tetas cerca de mi cara.

Aquellos melones eran el doble de los de mi madre.

Los enormes y endurecidos pezones sobresalían.

-          Tócalos.

-          Si tía.

Creo que hubiese deseado que se los comiese entonces, pero debió de darle miedo escénico pedírmelo en aquel momento. Así lo pensaría años después.

Mi dedo índice indagó aquella superficie dura y enorme. Primero su pezón izquierdo y luego lel derecho.

Jamás había tocado algo así.

Estaban duros y rugosos.

Creí que mi tía daba  como un suspiro. Lo rechacé al instante. Debía de haberme equivocado.

Hubiese deseado comerle las tetas, y lamer aquellos enormes pezones. Recordaba el gusto que me daba mamar la leche de las tetas de mi madre. Creo recordar que era bastante mayor cuando tomé por última vez aquella bendición. Yo diría que ya andaba, pues corría hacia mi madre, pidiéndote...”teta”.

Algo dentro de mí, me forzaba a saltar como un resorte hacia aquellas tetas a mamarlas, pero del mismo modo, la vergüenza y el temor a hacer algo inapropiado, me hacía retrotraerme de aquel impulso instintivo.

Pareció notar que algo iba mal, volvió a la esponja, volvió  a mis partes.

Con su mano izquierda cogió mi polla despierta..., bastante despierta, bajó restregando la esponja por mis huevecitos, que notaba endurecidos.

-          Abre bien las piernas, Héctor.

Repasó mi perineo, mi ano. Después mis jamoncitos tiernos y adolescentes.

-          Qué culito más chulo.

Mi polla revivida en su mano, comenzó a revivir esplendorosamente con mucho más brio.

Para mi edad no tenía una polla pequeña.

Creció y creció.

-          Jo, Héctor, que grande la tienes.

Echó el prepucio hacia atrás, dejando mi glande al descubierto.

-          Hay que limpiar bien todos los rincones para que la suciedad no se quede y pueda infectarnos, Héctor.

-          Si tía.

Mi polla no dejaba de crecer gracias a aquellos masajes de la esponja y gracias a que la mano de mi tía, no dejaba de tocar arriba y abajo mi despertada polla.

-          ¿Te tocas ya, Héctor?

-          No tía.

Mentí a mi tía. Por entonces, la masturbación era algo pecaminoso, algo muy reprimida en los adolescentes.

En el colegio de curas en donde estudiaba, se decía que quien se tocase se volvía enfermo y además era pecado.

Pecado o no, hacia muchos meses que había descubierto que me daba un gustito enorme tocarme mi polla por las noches.

Era hijo solo y nadie me había dicho nada.

Trasteaba con mi polla, me la enroscaba con mis calzoncillos, con mi camiseta y le daba vueltas y vueltas.

Un día por fin, mi pene “lloro”.

Me había asustado inicialmente, pero como me dio mucho placer, no pensé nada malo. Días después mi madre, muy organizada, me dijo que me dejaba un pequeño paño debajo de la almohada para cuando lo necesitase. Entendí aquello a la perfección. No quería que mis restos quedasen desperdigados por la ropa o sabanas.

Mi tía seguía lavándome muy bien toda mi intimidad. Creo que se asustó un poco,  al pensar dar allí mismo el siguiente paso en mi abuso y cambió de tercio.

-          Ahora tu a mí.

Se abrió de piernas. Me pasó la esponja. Me llevó la mano a su enorme y grandiosa mata de pelo y le froté rápidamente.

-          Más despacio, Héctor. Recuerda, todos los rincones...

La esponja era delgada y podía notar sus recovecos y escondrijos. Notaba el cambio de su pubis velloso, amplio y rizado al llegar a lo que era realmente su coño, los labios rugosos y serpenteados e incluso notaba la enorme oquedad intermedia.

Apreciaba como la esponja pasaba por aquel cambio de superficie.

-          Mas, Héctor, mas..., pasa más veces. Límpiame bien por dentro. Acuérdate de la suciedad.

Le pasaba y repasaba por aquella deslizante apertura, incluso deslizante de más, como si estuviese babeando. De reojo, miré como cerraba los ojos y lanzaba un gemido ahogado.

Inocente de mí, le pregunté:

-          Perdona tía. ¿Te he hecho mucho daño?

-          No, Héctor. Al contrario...

En aquel momento no lo entendí, semanas después, sí.

Creyó mi tía..., así lo pensaría mucho después al reflexionar sobre aquello..., qué, para ser la primera experiencia, había sido suficiente y decidió dar por concluida la ducha.

Me aclaró con agua el jabón restante. Se aclaró ella misma. Cerró el grifo. Cogió la toalla y me secó. Ella misma también se secó. Para darme confianza, seguramente..., me dijo:

-          Sécame la espalada, Héctor, que no llego.

La sequé.

Salimos del baño.

-          Ya estamos listos para dormir, Héctor. Ponte el pijama y vemos un poco la tele. ¿Vale?

-          Vale.

En mi dormitorio no pude reprimirme, y tuve que hacerme una paja con los ojos cerrados recordando aquellas escenas pasadas en la bañera.

Para no manchar nada, escancié mi semen en la cuenca de mi mano izquierda y aunque algo cayó al suelo, después de ir al baño a limpiarme, cogí papel y limpie los restos del suelo con bastante cuidado.

No pude reprimirme y metí la lengua en mi mano antes de dejar que el chorro del grifo del lavabo arrastrase las consecuencias directas de la ducha.

Cada vez me gustaba más el sabor de mis fluidos calientes, viscosos y espesos.

Mi tía, como que se impacientaba...

-          Vamos, Héctor, que empieza el programa.

-          Voy.

Nos sentamos en el sofá y vimos uno de los programas más famosos de aquellos momentos: Un, dos tres..., responda otra vez, que presentaba Kiko Ledgard. ¿Se acuerdan?

Lo habían estrenado en abril de aquel mismo año y era todo un éxito.

Terminaba tardísimo.

Mi tía había estado inquieta todo el programa. No me había tocado.

Cuando terminó me dijo:

-          Vamos, Héctor, a la cama.

Cuando caminaba hacia mi dormitorio, mi tía me preguntaba:

-          ¿Querrías dormir conmigo? Por las noches, desde que murió tu tío, me siento muy mal.

-          Vale tía.

Continuará...

PEPOTECR.