Mi tía viciosa, mi querida abusadora, 01...

Como algunos de ustedes, mi sexualidad empezó con una de mis tías, y quiero contársela con todo lujo de detalles...

Se llamaba Mariola. Era viuda y muy guapa. Una madurita morena de 43 años, que vivía sola con sus gatitos, gallinas  y periquitos en aquella pequeña localidad de la provincia de Albacete, Salobre.

Me llamo Héctor. Era enclenque y tímido. Sabia de casualidad lo que era una polla.

Mis padres me dejaron con ella un verano en la casa del pueblo, para poder trabajar primero en la fruta y luego vendimiando.

Con mi viciosa e incansable tía Mariola, aprendí todo lo inimaginable. Ella me hizo hombre cuando apenas mi vello púbico empezaba a vislumbrarse.

He de hablarles de ella en varios episodios, pero quiero que sean en micro relatos de rápida y fácil lectura.

-          Héctor, ayúdame a enjabonarme.

-          Si tía.

Así empezó.

Mi inocencia era absoluta.

Abuso de mí, pero no me importó.

Me llamo. Entré al baño, allí estaba mi tía en la ducha desnuda ofreciéndome la esponja.

-          Restriega bien mi espalda cariño, que no alcanzo.

No podía dejar de mirar aquel culo precioso que la espuma recorría con sus lascivos chorreones, que bajaban luego por sus preciosas y largas piernas, terminando en aquellos pies siempre con las uñas pintadas de rojo precioso.

Al rato se volvió.

-          Que bien lo haces, Héctor. Sigue restregando el resto de mi cuerpo. Desnúdate, no te de vergüenza. Después yo te frotare a ti.

No sabía dónde meterme.

En mi turno, aquella bendita esponja se regodeo especialmente en mi polla in crescendo...

-          Mira Héctor, como se te pone tu pilila...

Mi cara era del color de sus uñas de los pies.

-          Tranquilo, Héctor. A mí se me ponen también los pezones duros. Mira.

Me puso sus enormes tetas delante de mi cara para que lo comprobase.

Esa misma noche me dijo que me acostase con ella, que le daba miedo dormir sola.

Allí empezó todo.

Aquel verano me desnudó con la excusa del calor.

Aquella mágica noche de aprendizaje, empezó a besarme y acariciarme tiernamente.

Aquella noche calurosa, empezó a comerme mi tierna polla.

Aquella noche novedosa, me hizo la primera mamada de cientos de mamadas maravillosas.

Aquella noche, descubrí una generosa amante viciosa, lujuriosa e incansable en mi tía Mariola.

-          ¿Te gusta lo que te hago, Héctor?

-          Si, tía.

En mi descubrimiento sexual, de aquella noche de novato, no sabía a qué atender, si al gusto que me daba aquella boca caliente mientras me succionaba despacio mi polla juvenil, o en ver aquellas voluptuosas tetas enormes con aquellos pezones enormes y duros que frotaba una y otra vez sobre mis muslos.

No me corrí de inmediato, porque me había hecho una paja aquella noche después de cenar, recordando la escena de la ducha.

Aquella primera noche me hizo tres mamadas.

Aquella primera noche apenas dormí.

Aquel poblado y rizado coño de pelo negro estaba esperándome..., aunque lo dejaría para la noche siguiente.

Jamás había pensado  en comer un coño. Mi mente ingenua solo había pensado en mujeres desnudas. Aquellas mujeres desnudas de Interviú, aquella revista que mi padre escondía todos los meses encima del armario.

Una colección de revistas que mi padre guardaba celosamente ordenadas por años en el desván, conforme los años pasaban.

Cuando supe de su existencia y donde estaba la llave que abría aquel tesoro, cada vez que mis padres viajaban, o me dejaban solo,  me daba homenajes a la altura de aquellas mujeres, empezando por Marisol. ¿Se acuerdan? Ya les contaré.

Volvamos a aquella segunda noche del recién estrenado verano.

Mi tía Mariola, además de volver a comer la polla, varias veces hasta devorar mi leche fresca y caliente, me hizo muchas más cosas...

Mi tía Mariola puso mi mano en su coño, para que le acariciase sus labios apenas imperceptibles dentro de aquel matón de pelo.

Mi tía Mariola metió mi dedo en su coño, y lo utilizó como si de un consolador se tratase.

Incluso, mi tía Mariola puso su peluda almeja en mi boca aquella segunda noche, haciéndome descubrir las bondades de aquel sabor caliente, ácido y gratificante.

Días después, cuando apenas había pasado una semana del enjabonamiento, mi tía Mariola me estaba empezando a follar, sin prisa, pero sin pausa.

A partir de entonces, todas las noches, todas las mañanas al despertar e inevitablemente todas las siestas mi tía Mariola abusaba de mí.

¡Bendito abuso!

Cuando mis padres volvieron a recogerme en septiembre para empezar el instituto, ella me hizo prometerle que no diría nada a nadie y que en navidad me reclamaría.

Aquel primer verano no llegué a quedarme en los huesos, ya que entre los cientos de polvos y polvos, que me echaba mi tía Mariola, no dejaba de alimentarme sin parar y además, darme todos los días batidos con huevos crudos y vino Santa Catalina, que incluso me ponía un poco piripi.

Desde aquel verano de 1.972 fui un objeto sexual irrenunciable para mi tía Mariola.

Amigos, a partir de ahora les daré detalles precisos y concretos de los maravillosos momentos que mi tía me proporcionó hasta que mi inquietud juvenil y una novia también inquieta y muy sexual,  Maribel, me hicieron renunciar a mi maestra, para engrosar el mundo de los padres jóvenes que han de casarse antes de ir a la mili.

Mi tía Mariola, durante aquellos cuatro veranos que pase con ella, me hizo sacarle y me saco, miles de orgasmos que aún recuerdo con morbosa gratitud y que quiero recrear junto a todos ustedes.

PEPOTECR.