Mi tía Olga y sus pies
Todos los fetichistas tenemos una tía Mi tía Olga me dió mi primer orgasmo con sus pies sin quererlo.
En la anterior les conté de mi negrita baión y el juego del caballito. Prometí la de mi tía Olga. Ya se los cuento.
Para que nos conozcamos más. Les dije ya que me gustan los deditos, delgados, bien formados y largos. Esas dies perlitas rosadas son las que más me motivan. Si embargo, me gusta admirar el pie femenino completo y lo observo integral, completo, incluso los tobilos y las pantorrillas, que me gustan delgadas y bien formadas. He visto pies muy bonitos, pero con pantorrillas tipo varón, y pierden enormemente el encanto. De todas maneras, he visto mujeres poco agraciadas pero con unos pies formidables y mujeres muy bonita con pies muy feos y poc agraciados. Me gustan las mujers de pies limpios y con olor a piel, no a pies sucios. Un pie femenino, en general, no tiene olor penetrante, es más bien como manifesté antes. Olor a piel de pies, que es un aroma muy suave, casi insinuante y que incita a besar y adorar ese pie. Las uñas me gustan bien pegadas a la piel y redondeadas, como de nácar, no esas separadas, como que apuntan para arriba. Además, si no se tiene ciudado, lastiman la lengua del adorador.
Bueno, vuelvo a mi tía Olga. Mujer alta y bien formada, esas tipo valquiria, redondeadas, pero muy bien proporcionadas. Más o menos 1,80 de alto y con unos pies, que...bueno, siempre me dieron vuelta la cabeza. Calza del 40, mucho para una mujer. Pero como es toda proporcionada, los pies también lo son. Pie delgado y largo, dedos largos y bien proporcionados, casi casi perfectos. El dedito que sigue el mayor tiene su misma longitud, cosa que me atrae mucho. Y el dedito más chiquito, el que más me gusta chupar, con esa deliciosa curvita hacia abajo, al estar arqueado graciosamente, con una uñita pequeña y redondita. Ella acostumbró simpre pintarse de rojo, o nacarado o sin pintar. Pero de la forma que fuera, siempre, salvo en inviernos muy crudos, dentro de su casa siempre anduvo de ojotas con tiritas finitas y cada vez que se sentaba, puf! piernas cruzadas, pie en el aire, balanceándose graciosamente, a un ritmo cadencioso, ni lento ni rápido. Y de chiquito, allí fuí yo, ¡a caballito!. Y ella me hacía ese delicioso caballito en sus pies. A veces yo era medio cargoso, pero nunca se enojó. Yo me quedaba en su casa después que Baión se fue para casarse.
La cosa es que ya más grande, entre los 10 y los 13 años era medio como sospechoso subirme a caballito de esos pies espectaculares. Así que me conformaba con hacer los deberes en el piso, acostado panza abajo sobre una manta y con un almohadón bajo el pubis. Mientras, a ciencuenta centímetros de mis embelesados ojos, ese pie sobre el suelo me daba la impresión de estar preparado para saltar. Esas uñas a veces rojas (la más linda visión), nacaradas o sin pintar me llamaban a acercarme. Mientras que el otro delicioso pie, casi descalzo, o descalzo cuando se le caía la hawaiana, se balanceaba y me llamaba a montarlo.
Una vez no pude más, estando ella sentada como siempre, enloqueciéndome en un sillón, o sea que su pie en el aire, forzado por lo bajo del asiento y por la posición de la pierna, estaba a la altura de mi entrepierna si me paraba.
Tímidamente, y con una erección brutal para mis trece años, casi imposible de ocultar con el delgado pantalón corto que llevaba puesto, y con la cara que me ardía de la calentura, me acerqué a mi tía Olga, me monté sobre su pié y le dije:
¿Jugamos al caballito?, tía
Ay!, como cuando eras chiquito, me dijo ella riendo...
Entonces me tomó de las manos y me levantó con la punta de su pie hacia arriba, y sentí sus maravillosos deditos en la entrepierna, y su empeine contra mis testículos y mi pene hinchado. Fue el acabose, sentí como si una bomba de placer que hubiera estallado en mi cerebro, se conectara instantáneamente con mi miembro y desde allí me reventara hacia todo el cuerpo. Nunca había tenido un orgasmo ¡fue el primero de mi vida!, pero me marcó para siempre. Fue el placer más intenso que alguna vez haya sentido, fue único, irrepetible y confirmó mi sexualidad con los pies de las mujeres.
Mi tía se sorprendió tanto que me soltó las manos, se cubrió la boca con las manos, mientras todo su rostro se reía, pero no de burla, de sorpresa. Por movimiento reflejo, se tiró hacia atrás, contra el respaldo del sillón, por lo que su pierna se levantó más arriba, y su pie me dio una segunda sacudida en las entrañas, por lo que el trabajo involuntario de los pies de mi tía Olga fue completado exitosamente.
Mientras yo me ponía rojo como un tomate y sentía mojado el pantalón en la parte de adelante, ella sacó su hermoso pie de donde lo tenía, descruzó sus piernas y acercó su cara a la mía. Yo estaba austadísimo.
Ella me tomó de las manos, me dijo que no me preocupara y me dijo que lo que me había pasado era normal para un varoncito de mi edad, aunque no debía ocurrir con entre tía y sobrino.
Se acomdó en el sillón, me invitó a que me sentara en el que estaba al frente y me preguntó si podíamos hablar. Mientras tanto volvió su pie a la posición que amí tanto me gustaba. Se rió de nuevo al ver mis ojos clavados en su pie descalzo y me dijo:
La verdad es que ni necesito preguntarte si te gustan los pies de las chicas. Con la forma en que me mirás siempre a mí y a otras mujeres con los pies al aire, con las revistas de modas recortadas, (quedan todas las chicas sin pies), y lo que acaba de pasar...
Se quedó mirándome y me dijo que ese iba a ser nuestro secreto, que ella no se lo iba contar nunca a nadie, pero que no volvería a pasar nunca más entre ella y yo. Me dijo que me entendía y que iba a guardar mi secretito, incluso estaba dispuesta a que yo le preguntara cosas sobre lo que sentía sobre los pies de las chicas. No le iba a molestar que yo la mirara, pero que tratara de que nadie se diera cuenta. Y que si alguna vez me ponía de novio con una chica, que tratara de ser discreto hasta que supiera que no me iba a llevar un chasco. Que no se lo contara a nadie que no fuera de confianza, porque se iban a reír de mí. Me contó que había hombres que les gustaban otras partes del cuerpo de las mujeres, y que a mí me había tocado una que no era común. Pero si para mí era la más linda y excitante, que me quedara tranquilo, que mujeres de lindos pies sobraban en el mundo.
Cumplió su palabra, nunca más ocurrió nada. Salvo las miradas mías de siempre a sus incomparables pies, y sus ojos cómplices cuando estábamos juntos y venían de visita sus amigas, especialmente en verano...
A veces le conté de chicas de las que me gustaban sus pies, y tuve su comprensión y consejo, y hasta alguna picardía como que les pidiera jugar al caballito...
deditos