Mi tía Marta
Como un joven de 25 años cumple sus fantasias sexuales con su tía de 55 años.
Me llamo Javier y tengo 25 años. Mido 1,85 metros, soy de constitución delgada, pelo moreno y ojos castaños. La historia que les quiero contar es real y me ocurrió este verano. Vivo en una pequeña localidad española con mis padres y hermanos. Mi tía, Marta, vive en mi misma ciudad, en compañía de su marido e hijos. Tiene 55 años, es bajita, pero de muy buen ver para sus años. Se conserva francamente bien y resulta bastante atractiva. Aunque algo baja para mi gusto, sin embargo tiene unas redondeces que desde pequeño me han vuelto loco. En resumen, tiene un culo y unos pechos impactantes, aunque nunca se me había pasado por la imaginación que podría ocurrir con ella lo que me sucedió.
Mi tía vive en un bonito chalet con piscina y muchos días, después de mi trabajo, voy a visitarles para bañarme un rato y tomar el sol con mis tíos y primos. Un viernes del pasado mes de agosto fui por allí como tantas otras veces, pero se dieron dos circunstancias curiosas: por un lado, mi tía estaba sola (todos habían salido y tardarían en regresar) y, por otro lado, debido a las prisas se me olvidó el bañador.
Al llegar ella estaba en la piscina con su bikini tomando el sol saludándome muy efusivamente y, como siempre, me invitó a tomar una coca cola. Cuando decidí cambiarme para bañarme me di cuenta que había olvidado el traje de baño.
¡Que desastre!, le comenté, he olvidado mi bañador en casa .
Bueno, dijo ella, creo que el bañador de tu tío o de tus primos te va a servir de poco porque tenéis varias tallas de diferencia. Pero no te apures, no hay nadie en casa y te he visto desnudo cientos de veces cuando eras pequeño, así que si te parece puedes bañarte desnudo y prometo no mirar.
Su propuesta me dejo helado. No esperaba una cosa así y no sabía qué hacer. Ella me echó una mirada pícara y tras unos instantes de vacilación decidí desnudarme.
Esta bien tía, pero prométeme que te volverás mientras me desnudo.
Tu mandas, dijo ella, mientras se giraba en su tumbona con una sonrisa burlona en sus labios.
La situación había empezado a excitarme y mi polla estaba semierecta. Así que inmediatamente me lancé al agua para disimular mi estado. Al oír el chapuzón ella se giró nuevamente y miró hacia donde yo estaba.
Vamos tía, me habías prometido no mirar.
No Javier, te he prometido no mirar mientras te desnudabas pero nada más, dijo ella, con una risa que apenas podía contener. Además, añadió, no tienes por qué avergonzarte. Tienes un cuerpo magnifico.
Mientras decía esto, se dirigía hacia la piscina lentamente.
No te importará que me de un baño contigo, verdad?.
Claro que no tía, dije yo, notando como la situación se iba calentando por momentos.
Pero no sería justo bañarme así, comentó. Creó que lo más adecuado es que me quede como tu estás, totalmente desnudito.
Se puso en el borde de la piscina y se quitó el sujetador. Seguidamente, de forma lenta y sexy, comenzó a quitarse las bragas del bikini y en unos segundos quedó completamente desnuda. No me lo podía creer, por fin veía a la mujer que tantas veces había deseado desnuda frente a mí. No podía apartar mi vista de sus tetas y de su velludo triángulo.
Se dirigió hacia mí nadando y con una mano se aferró a mi cuello y con la otra agarró mi verga, comenzando a masturbarme con un ritmo lenta y agradable.
Vaya, vaya, qué tenemos aquí, dijo risueñamente, mientras seguía dándole a mi manubrio. Nunca había tenido entre mis manos una herramienta de este tamaño.
No sigas tía, por favor, que estoy a punto de correrme.
De eso nada, que yo también quiero disfrutar de la fiesta. Quiero que me la metas hasta dentro.
Dicho y hecho. Con una agilidad felina se enganchó con ambas manos a mi cuello y me rodeó con sus piernas mi cintura, poniendo su raja frente a mi polla. No tuvo que repetírmelo dos veces. De un solo empujón se la metí hasta dentro, con un lento mete saca, que fui acelerando al mirar su cara de placer. En unos pocos minutos ambos nos vinimos al mismo tiempo, llegando a un orgasmo como pocas veces lo había sentido.
Acto seguido salimos del agua y nos tendimos sobre el césped. Pero inmediatamente se volvió y se engulló mi rabo entero. En unos segundos volvió a estar en pie de guerra y allí mismo, sobre la propia hierba, se la hinqué a cuatro patas. Sus gritos de placer me asustaron por si los pudieran oír los vecinos, pero nadie asomó la cabeza por allí, por lo que aceleré el ritmo al mismo tiempo que con mi mano acariciaba su clítoris. Tuvo un doble orgasmo bestial y yo, al oír aquellos gritos de placer, descargué nuevamente en el interior de su vagina una enorme cantidad de espesa leche.
La hora siguiente la pasamos besándonos y cuando terminamos me dijo que su culito también tenía el mismo derecho que su chocho. Así que, cogidos de la mano, nos dirigimos a su dormitorio. Pero eso será objeto de mi próxima historia.