Mi tía la tetona, el mamón y los zapatillazos...
En este relato sabrán de mis gustos por mamar leche materna y la sorprendente historia de mi primo Javier, al que llamaba Trin, como diminutivo de Quichitrin que a base de zapatillazos se crío
Ya les he dicho que mi madre tenía cuatro hermanas más.
Mi madre Asunción a la que todo el mundo llamaba Asun, era la mayor de las cuatro y Alejandra la más pequeña de sus hermanas, a la que siempre llamaron Dita, a la que prácticamente crío ella sola por la enfermedad de su madre, mi abuela Paulina, la mujer de mi abuelo Remigio, del que ya he referido que tenía una polla enorme. Salí a él. El mamón también.
Vaya nombrecitos los de mis abuelos. Las cosas de entonces de poner el nombre de los fallecidos. Paulina lo fue en honor de otras dos Paulinas previas, muertas prematuramente y el empeño de unos padres de tener una hija llamada Paulina. Algo similar ocurriría con el abuelo Remigio aunque el obviaba siempre el tema.
Vayamos con la tía Dita para ponerles mis amables lectores en antecedentes.
Contaban mi madre y mi abuelo que Dita lloraba y lloraba sin parar desde que nació y que a consecuencia de eso le salieron sus enormes tetas. Tonterías de entonces. Lo cierto y verdad, es que mi tía Dita, siempre la recuerdo visualizando esas enormes tetas que todo el mundo miraba, y que por las que muchos babeaban. Yo también.
Por cierto aún sigue viva y con unas tetas que le llegan a las caderas. Parecen dos michelines verticales.
¡Un beso tía! Sigo añorando tu coño y comer tus tetazas.
Al ser la más pequeña fue muy consentida, vino por sorpresa y en el parto, mi abuela quedo ya tocada de la cabeza, seguramente del esfuerzo de apretar, pues salió casi criada. Mi madre se ocupó de ella desde el primer momento. Dita la quería como a una madre. No solo fue la madrina de boda de mis padres, sino también mi madrina de bautismo, incluso de mi primera boda. Bueno, eso es otra historia.
Siendo bastante joven se le acercó un pastor de cabras, Leonardo, al que llamábamos Leo, y con él se quedó. Trabajaba en una finca ganadera casi a 100 kilómetros de casa y allí comenzaron su vida matrimonial.
Volvería muy pronto mi tía Dita con mi madre al sentarle mal el embarazo de mi primo Javier, su único hijo. Leo y Dita, no llegaron a separarse nunca pero jamás volvieron a convivir juntos de manera estable hasta que el tío Leo no se jubiló por enfermedad, y solo para cuidarle hasta su muerte. Mi tío Leo se follo muchas cabras, algún día les contare las increíbles anécdotas que me conto días previos a su muerte.
Volvamos a la tía Dita.
Recuerdo aquellas imágenes de mi niñez con mi tía en casa embarazada, su barriga creciendo por momentos y sus tetas al mismo ritmo. Siempre pegada a mi madre. Al fin nacería Javier, que nació bien hermoso y con una buena polla, aunque también como su madre nació muy llorón, pero que muy llorón. Llorón permanentemente. Solo callaba cuando mamaba.
Recuerdo que todo el mundo la miraba por sus enormes tetas. Aunque jamás se avergonzó. Las tetas de mi tía, no dejaron de crecer nunca. Seria por las miles mamadas del mamón.
La barriga de mi tía Dita se redujo, pero sus tetas no. Tuvo mi madre, que fue una gran modista, que fabricarle un sujetador a medida pues no lograron encontrar de su medida en corsetería alguna, ni tan siquiera en la más famosa de Madrid, la Corsetería Lupe en la calle Hortaleza, que visitaría años después en honor de mi tía, y del nombre de Lupe, que siempre pensé que sería una dependienta con muchas tetas. Todo lo contrario, ninguna de las dependientas tenían senos grandes y he de decir que siempre eran muy atentas conmigo al comprar lencería para mis amantes, mientras viví en Madrid. Algún día les contaré lo del “huevo frito”.
En nuestra casa materna, que era de los abuelos maternos, siempre hubo tan solo tres dormitorios, el de mis abuelos, el que fue de las dos mayores de mis tías y el de las tres pequeñas. Al casarse mis padres hicieron dos habitaciones anexas, una para ellos y otra para mí, que ya venía en camino. Luego al irse casando algunas de mis tías fueron heredando las habitaciones mis hermanos que iban llegando casi de seguido.
Un lio de camas y un sobrevolar de zapatillas en aquellas siestas del verano en la que nadie quería dormir. A veces tanto mi tía como mi madre se empleaban con los niños.
Los más pequeños lloraban y a base de llanto dormían extenuados por cansancio. Así lo recordamos los mayores, que sabíamos que había que callar para no cobrar.
El sonido del zapatazo en el culo está asociado en mi mente a muchas cosas. Al temor a recibirlo y al mismo tiempo desear recibirlo. Ha sido un fetiche para mí, pero mucho más para mi primo Javier.
Les contaré.
Javier, al que llamaré desde este momento Trin para visualizarlo bien, saco la polla de su abuelo y la de su primo, el relatante, como ya les anticipaba. Lloraba y lloraba a todas horas de pequeño, y mi tía para callarlo le metía las tetas en la boca. Se callaba mientras comía, pero cuando estaba lleno comenzaba a llorar de nuevo. Hasta que mi tía no descubrió que pegándole en el culo con la zapatilla, no se callaba, no descansamos nadie de la familia.
Al final, mi tía Dita echaba la siesta sola con su hijo para evitar confundir a los otros niños. Los demás cobraban si no callaban, mientras que mi primo no callaba sino cobraba, siempre deseando cobrar. Mi primo Trin el mamón no solo disfrutaba cobrando zapatillazos en el culo, sino con rarezas zapatillescas como verán.
Ya de mayor me contaría muchos detalles de entonces, que no podía ver por razón de mi edad. No solo se excitaba con las zapatillas, en sí, sino con toda la parafernalia alrededor de las mismas, sacarlas del pie, los movimientos del cuerpo, el giro brusco de las tetas cayendo hacia abajo, calzarlas nuevamente cuando las tetas dan un respingo hacia arriba, al lavarlas con delicadeza, al ponerles las pinzas al secarlas, su olor e incluso su sonido al contactar con la carne. Ese zass, que siempre implicaba una erección refleja en la pollaza de mi primo.
Una rareza la del mamón como otra cualquiera.
Ya cuando estudie psicología me daría cuenta de todo, de cómo Trin tenía un pequeño trauma infantil sin importancia que se le aplacaría con los años. Es un simple acto reflejo. Aún sigue teniendo el fetiche de las zapatillas. Las adora. Adora su tacto diferenciado entre el paño y la suela. Del mismo modo adora el olor diferenciado entre ambas texturas, la diferencia de temperatura, incluso las gratas sensaciones del cosquilleo en su rostro y otras partes de su cuerpo, de esas zapatillas cuando tienen ribetes y adornos a modo de pelusilla o rebordes estéticos.
Aunque a quien más le encantaban las zapatillas, era a la polla de mi primo.
Cuando muchos años después, le atendí gratuitamente en mi consultorio de asesoramiento para parejas, que brevemente puse en Málaga por circunstancias que ahora no vienen al caso, pudimos hablar libremente de sus problemas sexuales con su segunda mujer, hablamos mucho de ello los dos solos, y a veces los tres. Después de varias sesiones recordamos los viejos tiempos y resolvimos definitivamente nuestras diferencias. Entiendo que me considerase un enemigo, pues a ambos nos gustaban las mismas tetas. Jamás sabrá que además me follé a su madre muchas veces después de la mayoría de edad. No quiero que recaiga.
Intentaba discutir conmigo. Pito no lo entiendes, si lo entiendo Trin. Al llamarle yo Trin el me llamaba Pito, por lo de Pepito. Cosas de primos.
Elena su mujer, no concebía que mi primo Trin solo pudiera conseguir la erección consciente jugueteando con una zapatilla en su polla. Inconscientemente soñando la alcanzaba muchas veces, incluso correrse como yo soñando, él con las zapatillas, yo con cualquier coño…, pero conscientemente Trin solo se empalmaba sintiendo una zapatilla cerca de su polla. Hasta que no se lo expliqué razonadamente a Elena, no se resolvieron sus problemas conyugales. Desde entonces son un feliz matrimonio, claro está, que tienen una muy buena provisión de zapatillas de todas las formas y colores en un mueble especial de su dormitorio.
Las cosas del fetichismo.
La última vez que nos vimos en Málaga, ellos viven en Torremolinos desde que se casaron, me confesó, que hubiese deseado comerme la polla muchas veces. Eso tiene arreglo Trin, le dije mientras me la sacaba.
Mientras me la comía, pensé que se lo debía, al fin y al cabo su madre fue muy especial para mí y yo para ella. Dos pájaros de un tiro. El disfrutó y yo también, aunque mientras disfrutaba con su comida de polla, pensaba en su madre y en sus enormes tetas, cuando era más joven. Quedamos en repetir, aunque quería que su esposa Elena mirase la próxima vez. Sin problema Trin, le contesté.
Me encanta comer el coño a una mujer mientras alguien me folla o se come mi polla, sea quien sea. Elena tenía un coño súper especial, conmigo descubrió que era capaz de hacer squirting. Mis adoradas glándulas de Skene, que pocos saben activar adecuadamente. Pasamos muchas veladas, juntos los tres, mi primo el mamón, mamando mi polla y yo haciendo de todo con su increíble esposa Elena.
También alguna vez a solas con ella, para darle un necesario respiro con las zapatillas. Espero que mi primo no lea el relato.
Pero volvamos al tema del día, la leche materna.
Quienes la han probado de mayor, saben lo buena y dulce que esta.
Su increíble sabor. Además de su poder nutricional.
Mi primo mamó hasta muy mayor, yo aún sigo mamando leche cuando puedo. Sera uno de mis fetiches.
A veces tuvo Trin que compartir la leche conmigo, de ahí, su problema infantil con éste que les relata. En aquellos tiempos infantiles no había malicia en mi miraba, aunque al cambiar eso, mi tía me restringió el suministro de leche para siempre de sus tetas.
Jamás he dicho que no a hacer el amor con una mujer lactante, o embarazada. Eso es una delicia. Próximamente hablaremos de embarazos. Volvamos a la tía Dita.
Los problemas de mi tía con mi tío Leo, eran sexuales. A mi tío el sexo con cabras le era más simple, fácil y gratificante que tener que dar explicaciones ni tener que hacerle guarrerías “deliciosas” a mi tía como comerle el coño que le encantaba y jamás pudo conseguirlo con su marido al que amaba a su manera, aunque no la satisfacía plenamente. Mi tía pasó mucha hambre de hombre y solo pude satisfacerle el coño a su gusto, cuando tuve la edad legal suficiente. Entonces me reencontré con ella.
Cuando empezamos nuestros encuentros sexuales al ser mayor de edad, mi tía era muy convencional, ya no podía extraer el delicioso néctar de sus enormes tetas, aunque guardaba un buen recuerdo de su aroma y sabor, nada es perfecto, aun cuando como no podía ser de otro modo habría otras amamantadoras, ya les contaré.
A mi tía, solo le pedí un favor durante los años que nos entretuvimos el uno al otro, y la otra al uno. Que no se quisiese poner encima de mí, pues con sus enormes tetas me asfixiaría y no quería morir así, prefería morir comiendo coño.
Se reía al decirle eso, mostrando esa boca grande, que jamás consintió en comer polla. Cada cual tiene sus manías.
Fui el primero en comerle el coño, algo que le entusiasmaba. El problema eran sus gritos de placer. Mi problema era, que teníamos que engañar a mi madre para poder disfrutar. Tuvimos que estrujarnos la cabeza mi tía y yo para engañar a mi madre como leerán próximamente para poder revolcarnos mucho y bueno y que la tetona pudiese gritar de placer.
Al recordar los zapatillazos, y recordar las nalgas enrojecidas, que pone a mucha gente, a mi también a veces, al notar el calor de las nalgas enrojecidas, especialmente al besarlas después, he recordado los masajes “Gua Sha”, una técnica curativa que aprendí en un curso de medicina tradicional china hace muchos años, masaje que he dado a muchas mujeres, pues a la vez de ayudarlas a las celulitis, las pone muy cachondas, y a nosotros al darlo también. Han de probarlo ustedes con sus amantes.
Este relato quiero dedicárselo a un nuevo pero ya entrañable amigo, a Slipper al que me unen muchas cosas ya.
Hasta el próximo relato, anticipándoles que será sobre una auténtica y controvertida ninfómana, una de mis mejores amigas…