Mi tía Claudia

Ella me inicia y es la promesa de los días que seguirán.

Mi tía estaba montada sobre mi, echado boca abajo sobre la cama. Sentía como restregaba su concha contra mi culo, que parecía querer abrirse más allá de lo posible para recibir mejor su caricia.

Sus manos rodeaban mi cuerpo y de pronto, sus dedos rozaron en sutil caricia mis pezones. Sentí una corriente eléctrica recorriendo mi cuerpo y ella, al darse cuenta, intensificó sus caricias en mi pecho.

¿Le gusta a mi putita que le haga sentir sus tetitas?

─¡

Claudia, Claudia, cielo mío, sigue por favor!

─¡

Mi sobrinito es toda una revelación! ¡Me está resultando toda una yegua! ¡Y qué hermosa yegua!

Seguía con sus movimientos sobre mi, pero ahora su cuerpo hacía lugar a sus dedos que buscaban el ojo de mi culo. Yo empinaba el cuerpo para ayudarla separando mis nalgas todo lo que podía. Cuando su dedo mayor entró todo en mi culo, creo que hasta gemí de placer, pero luego, cuando le siguieron tres dedos más, ¡pensé que podría desmayarme del deleite!. Mi cuerpo se movía más allá de mi voluntad para vibrar con el mayor goce posible de aquella penetración. Los dedos abandonaron el calor de mis entrañas, para ser reemplazados por un consolador que ahora se abría camino a pesar de mis espasmos de dolor.

La mano izquierda de mi tía seguía con su caricia en mis tetillas, en las que mis pezones evidenciaban una dureza por mi desconocida ¡pero sencillamente maravillosa!, y su mano derecha manipulaba con habilidad y la crueldad necesaria el largo y grueso consolador, ya metido hasta la mitad en mi agujero. Realizaba un feroz movimiento de vaivén y en cada empuje hacia adentro se hundía un poco más dentro mío.

Ella intentó tomar mi pequeña verga iniciando la masturbación, pero yo aparté su mano de allí y la traje de nuevo a mi pecho. ¡Sentía claramente que podría eyacular solamente con la excitación sobre los pezones!. Ella lo entendió e intensificó su caricia. El consolador estaba en su totalidad dentro mío y ella había retirado la mano y lo empujaba y dejaba salir apenas un poco, solamente con los movimientos de su concha.

Toda mi leche entonces se derramó sobre la sábana, pero antes que la tela la absorbiera, su mano se empapó en el semen y luego se metió en mi boca. Mi lengua saboreó mi propio semen, gesto que terminó por producir el orgasmo de Claudia, al compás de sus gritos insultando y amando a su puta, a su hembra, a mi, a su sobrino Martín, que en ese instante, a sus trece años, conocía los primeros atisbos de una sexualidad maravillosa, presentida siempre pero inesperada hasta ese instante de su revelación.

En los momentos siguientes, reponiéndonos de tanto fuego, ella se incorporó y caminó hasta su placard, luciendo una vez más para mi su maravilloso cuerpo, coronado por la melena rojiza que se derramaba sobre su espalda. En un instante estuvo de nuevo junto a mi:

Déjame ponerte este corpiño. Quiero verte luciéndolo.

La dejé hacer y en tanto me lo abrochaba en la espalda me di cuenta como de nuevo la erección de mi pito, respondía al estímulo. La finísima tela de microtul realzaba mis pezones erguidos otra vez; una mínima exclamación mía, casi un quejido, le indicaba a Claudia el sendero de mi excitación.

No te pongo la bombacha, porque me darás de nuevo tu culito, ¿verdad yeguita?

─¡

Sí, si tía, quiero que sea tuyo, tuyo, ahora, siempre, cuando tu lo desees! ¡Quiero que seas mi dueña!

─¡

Lo seré, mi pequeña!, ¡Vaya si lo seré!

Con estas palabras tomó mi pelo y guió mi cabeza hasta sus piernas abiertas, que la esperaban para aprisionarla, mientras yo me embelesaba hurgando con mi lengua entre los labios palpitantes que me atraían hipnóticamente despertando el imposible deseo de hundir mi cara entre ellos, hundirla muy adentro, dejarme tragar por esa cueva incitante. La chupé, lamí y besé con desatada e incontrolable pasión. Claudia me apretaba con sus piernas y sus manos jugaban con sus pechos, mostrándome, cada vez que apartaba mi cara y la miraba, como su lengua se deslizaba por esos grandes pezones que eran mi adoración y mi envidia. Con mi boca y mis dedos, la conduje al orgasmo y apenas acallados sus gritos de placer, desplazó su cuerpo otra vez sobre el mío y de nuevo el gigantesco falo, hábil y sádicamente aferrado por sus manos, entraba y salía de mi culo abierto como negra flor, cogiéndome hasta el éxtasis.

Cuando acabé, no me lo sacó. Tomó un largo pañuelo de gasa y lo ató de manera tal que impedía que el consolador saliera. Se dedicó entonces a estrujarme los pezones a través de la tela del corpiño, a morderlos y besarlos, haciendo caso omiso de mis quejas de dolor proferidas inevitablemente, al mismo tiempo que le rogaba que no se detuviera.

No lo hizo, por supuesto y con eso, apenas sus labios se cerraron sobre mi pija, su boca se inundó de mi leche, que ella rápidamente, pegando su boca a la mía, me hizo compartir.

La tarde se prolongó indefinidamente mientras Claudia desmanteló su placard haciéndome probar su ropa. Le encantó hacerme modelar para ella con una minifalda ajustadísima y tacos altos. Aún en mi torpeza por ser la primera vez que estaba subido sobre esos tacos, me aplaudió y me alentó hasta que logré caminar con cierta armónica normalidad. Llegó el turno entonces de un precioso vestidito, casi haciendo de sedosa piel para mi cuerpo y mucho más tarde, vestido apenas con un baby doll blanco, me entregué por última vez aquel día para ser furiosamente cogido hasta el delirio.

Me despedí luego para irme. No me importó, antes bien, me excitó cuando me dijo que le contaría a mis padres sobre lo que había pasado conmigo, y me estremecí de placer cuando me anunció que cuando regresara, sería su marido quien me haría definitivamente la puta que había aparecido aquel día.