Mi Tarde de Amor, Semen, Sudor y Gemidos.. y Semen

Una pareja de jóvenes reinventan el viejo juego del placer carnal y alcanzan nuevas alturas orgásmicas... Cogen como locos, en una palabra...

*Para mayores de 18 años

** Æ Mi Tarde de Amor, Semen, Sudor y Gemidos… y Semen © An afternoon of Love, Semen, Sweat and Moans… and Semen

MI TARDE DE AMOR, SEMEN, SUDOR Y GEMIDOS… Y SEMEN por Lisbeth (KarlaLisbeth22) karlapetite22@hotmail.com

Era una linda tarde de domingo, ideal para pasarla con alguien muy especial. Eso era lo que yo hacía, disfrutar ese hermoso día con el amor de mi vida. Sin embargo, a diferencia de la gente que afuera se paseaba y divertía bajo los rayos del sol primaveral, la diversión que yo experimentaba era de otra clase, la clase de diversión más propia de un dormitorio. Yo estaba en mi casa con Jorge, mi novio. Pero no se equivoquen con nosotros, la verdad es que no le dábamos excesiva importancia al dormitorio. Qué va. Nada qué ver. Lejos de eso. También nos gustaba hacerlo en la sala, el baño, el jardín, la azotea, etc

No, en serio, al igual que todas las parejas del mundo, sabíamos apreciar otras actividades, como escuchar musica, hacer el amor, platicar sobre nosotros, hacer el amor, ver la tele, hacer el amor, besarnos, acariciarnos y meternos mano, hacer el amor

Pero lo que más nos gustaba era tener sexo, por si no han captado el concepto. Para Jorge y yo hacer el amor era muy especial, ya que teníamos muy pocas oportunidades de estar solos. Por ello, teníamos que aprovechar cualquier oportunidad que se nos presentara, como ahora, cuando teníamos todita la casa para nosotros. Mis padres, junto con mi hermana mayor y mi hermanito, habían ido a un balneario en el interior del país y regresarían hasta la noche. Tiempo más que suficiente para lo que Jorge tenía en mente, el muy cochino.

Mi novio vino a verme a eso de las 3:00 y, de inmediato, nos dedicamos a lo que los novios hacen, especialmente cuando están solos. Después de una media hora de besuqueos y alguna que otra metidita de mano… no, no… es al revés: después de una media hora de metidas de mano y uno que otro besuqueo, las cosas se pusieron color de hormiga. Los dos estábamos que ardíamos; no que yo no hubiera estado caliente antes de que Jorgito viniera, pero con certeza, estar junto a él me provocaba realizar una que otra travesura.

En la sala, sentados en un sofá, o mejor dicho, acostados en un sofá, estábamos tan inmersos en nuestra pasión juvenil que Jorge casi me coge allí mismo. Naturalmente, a pesar de lo mucho que quería sentir y tener a mi chavo dentro, muy dentro de mí, no podía dejar que me cogiera en la sala de mi bendita casa, para eso había cuartos.

Sí, si lo peor sucedía, es decir, si mi familia regresaba inesperadamente, quería tener algunas cartas que jugar. Dentro de mi habitación podía esconder a Romeo (sí, así se llamaba, Jorge Romeo) y pretender que en la casa no había nadie más que yo. Más tarde, mi amorcito podía salir por donde Dios lo ayudara, si el perro lo mordía era su culpa.

¡Dios guarde si mi familia me viera teniendo sexo con Jorge! Sólo de pensar que mi papi pudiera encontrarme en una situación tan troncometida, digo, comprometida, me llenaba de angustias sin fin. Primero, mi papi mataría al Jorge y luego me enviaría a un reformatorio o a un convento, después de sacarme el diablo a patadas, por supuesto. O quién sabe, tal vez obligaría a Jorge a casarse conmigo. ¡Eso sería tan lindo! Era improbable, sin embargo; a pesar de que amaba con locura a mi novio, no estaba pensando para nada en el matrimonio. Claro que me encantaría casarme con él, pero, digamos, dentro de unos 5 años. Entonces tendría 22 y él 25. En esos momentos, era impensable.

De todos modos, yo quería ahorrarle a mi papi, y a los demás, la sorpresa y el disgusto de verme mientras Jorge me la metía hasta (o por) la garganta; o que me vieran corriendo con mis encantos al aire mientras huía hacia mi habitación.

Al imaginarme esos probables escenarios, no me quedaba otra que detener los avances, sobadas y metidas de mano de mi novio y pedirle que lo hiciéramos como era debido. Tuve que forzarlo, de hecho. Jorge, como todo machondo (es decir macho y cachondo, pero lo escribí así para ahorrar palabras), se sentía inclinado a cogerme en cualquier lugar. No, no me refiero a cogerme por cualquiera de mis orificios naturales; lo que quiero decir es que le daba por cogerme en doquiera estuviéramos. De hecho, lo habíamos hecho en algunos lugares no muy aconsejables, esa vez en la casita del perro viene a la mente, pero ¿quién de ustedes no ha hecho eso?

El caso es que era yo quien tenía que detener la escenita, porque si por él fuera con gusto me cogería en el campanario de la iglesia… Ummm, de veras que ahí no lo habíamos hecho… Lo cierto es que a él no le importaban mucho las consecuencias que sufriríamos si nos atrapaban; ni modo, como el muy fresco no tenía tanto que perder como yo. Mi papi unicamente lo mataría, mientras yo tendría que acarrear la verguenza y la ignominia toda la vida, o hasta que me encontrara un nuevo novio.

Así que, noble y valiente como era, le dije al Jorge que calmara un poco sus instintos primitivos animalescos y que subiéramos a mi cuarto. Luego de que accedió, tuve que subirme la tanguita rosa que llevaba esa tarde; el cochino de mi novio me la había bajado hasta los muslos. Oh, bueno… me la subí de las rodillas… … ¡Está bien, me la puse de nuevo! ¿Qué más da una pulgada de más o de menos? Lo cierto es que bien pude haber omitido ese paso, el de ponerme de nuevo la tanguita, pero ya saben, ¡ver eso excita tanto a los hombres!; además no podía arriesgarme a dejarla tirada por allí. Luego me abroché el brassiere, ah, no, para facilitarle las cosas a mi novio, esa vez no llevaba puesto sostén; en fin, me arreglé la minifalda rosa y la blusita blanca que tenía media puestas y, de la mano del Jorge, subimos las escaleras hacia nuestro nidito de amor. Media hora más tarde, llegamos allí. ¡Al Jorge cochino le dio por experimentar con el pasamanos de las gradas!

Bueno, después de entrar a mi habitación y de cerrar la puerta con llave, me la tragué. No, no la llave, otra cosa. Cuando ya tenía a mi hombre donde quería, nos arrojamos a la cama, nos desnudamos mutua y lentamente y nos besamos y acariciamos todo lo que se podía besar y acariciar y algunas cosillas que no tanto. Ambos estábamos urgidos de sexo candente. Yo tenia tanta hambre de sexo que ya le estaba viendo cara de pene al lindo de mi novio. Por la forma en que me miraba, parecía que él también me estaba viendo cara de algo. ¿No es lindo estar enamorados?

¡Ah! ¡Qué bello era mi bebé! A pesar de las innumerables veces que lo había visto desnudo, igual se me cortó el aliento cuando lo vi exhibiendo todas sus miserias… (¡no, no! Ese era otro novio)… Me quedé sin respiración, digo, cuando vi al Jorge desnudo, exhibiendo sus glorias, mientras se me caía la baba sólo de admirarlo. Me fue imposible ocultar mi entusiasmo cuando vi su pene grueso, largo y ancho y tanto me enloquecí que lo halé hacia mí, a Jorge… y lo besé profundamente, al pene… y me sentí tan feliz de que ambos fueran míos, ese enorme y erecto pene y ese enorme y erecto pene… ¡Jorge! ¡Jorge! ¡Quiero decir ese enorme y erecto pene y Jorge, mi papi chulo!

Sin embargo, a pesar de lo feliz que me sentía porque ese pene era mío, sólo mío y nada más que mío, para que mi amorcito lindo no dijera que sólo me interesaba su miembro viril (y no veo cómo podría haber pensado eso), también lo besaba en otras áreas de su hermoso cuerpo, pero por alguna extraña y desconocida razón, mi boca siempre regresaba en cosa de segundos a ese jugoso, chorreante y sabroso salidulce pene. Por ejemplo, Jorge me pedía que también lo besara en las tetillas -no era tan sensible como yo en esa área, pero le encantaba que le pasara la lengua por allí-, mas no podía hacerlo más que por breves momentos; ese su pene divino era como un imán carnoso que atraía poderosamente mis labios humedos, mi lengua juguetona y mi boca sensual… O quién sabe, tal vez era que simple y llanamente me gustaba mamar verga.

En fin, luego de lo que pareció una dulce eternidad, su miembro terminó todo lleno de mi pintura labial y saliva, mientras mi boca saboreaba ávidamente sus muestras gratis de leche masculina. Ya no se la seguí chupando porque mi papi lindo estaba a punto de venirse y yo, egoísta tal vez y caliente hasta la madre, quería a mi hombre profundamente adentro de mí. Y más que nada, quería que acabara dentro de mí. Así que, muy a mi pesar, tuve que dejar por unos momentos de adorar ese falo divino. En el sexo, como en la guerra, a veces hay que saberse retirar y hasta presentar la retaguardia. Esto es por si ACASO hubiera una loquita leyendo este relato.

Y ya que nos ponemos filosóficos, podría decir con certeza que mi experiencia en hacer el amor, con Jorge por supuesto, era abundante. A pesar de que había experimentado un par de aventurillas antes de conocerlo, él era en realidad mi primer hombre, y, con seguridad, sería el ultimo y el unico. Ese era mi anhelo. Quedarme con él para toda la vida y hacer el amor con él todos los días. Déjenme contarles que después de un mes de ser noviecitos, ya no nos interesaba sólo andar de la mano y besarnos en los callejones. Así que de mutuo acuerdo nos convertimos en jóvenes sexualmente activos, demasiado activos diría yo.

Ahora teníamos 4 meses de practicar sexo regularmente;. 4 ó 5 días a la semana, si bien habíamos tenido nuestras buenas rachas, cuando lo habíamos hecho diariamente, la mayor parte de veces en mi casa o en la suya o en el auto de su papá, cuando se lo prestaba, ya que en realidad no podíamos ir a un motel con frecuencia. A pesar de que, como he mencionado, éramos adeptos a echarnos un rapidín en donde nos agarrara la urgencia, lo mejor era hacerlo como lo mandan los cánones sagrados del sexo. Lo repito, soñaba con casarme con mi Amado (así se llamaba, Jorge Romeo Amado) y tener la libertad y la comodidad de coger cuando nos viniera en gana, todos los días, todas las noches, como seguramente deben hacerlo todas las parejas casadas o que viven juntos. (Sí, ¡ya vas!).

Mi amor por Jorge era verdadero y realmente quería que mi familia lo conociera. Anhelaba que nuestro noviazgo tuviera una base formal. Pero viendo cómo mi novio no tenía un buen trabajo, que sólo lo conocía desde hacía unos pocos meses y que yo era todavía muy joven, sería difícil para papi y mami aceptarlo como mi novio oficial. Por otro lado, si fuéramos novios formales tendríamos que ser más cuidadosos. Algunas veces pensaba que era mejor tener a Jorge a escondidas, porque podíamos hacer nuestras porquerías, digo, nuestras travesuras, sin tanto problema. Pero, oh dilema, a la vez quería que fuera parte de nuestra familia. No sabía qué hacer, pero mientras tanto, nos disfrutábamos el uno al otro lo más que podíamos. Y no estoy hablando sólo de la animal tendencia de los humanos a unir sus órganos sexuales en asqueroso ayuntamiento carnal. No. A veces, nos masturbábamos.

Lo que me lleva a esa primaveral tarde de domingo. Ah, domingo en Guatemala. Cómo me gusta este país al que por razones del incierto e insondable destino vine a dar… las nalgas me duelen de tanto escribir, pero, ni modo, debo proseguir con mi relato. Decía que el destino me trajo a vivir a este hermoso país, sí, aquí nací… pero me aparto del tema… ¿en qué andaba?

Ah, sí, decía que ese domingo todo apuntaba a ser un día de amor y aventura. Yo había estado caliente todo el bendito día y un poco antes de que mi novio chulo viniera a verme había tenido que cambiarme el calzoncito, ya que mis humedades y fluidos sexuales tan calientes y abundantes lo habían desintegrado casi. No me masturbé ni me rendí a mi calentura porque no tenía sentido. Tenía un hombre que se ocupaba de mis necesidades y además esa fiebre sexual sólo se me quitaba con una buena y real cogida. Pero igual, no sé cómo soporté esa excitación por horas. No sé cómo la soportaba en ese momento, cuando nuestros cuerpos desnudos ardían de pasión. Sin embargo, a pesar de nuestra calentura, aun faltaba un poco de tiempo para nuestra inefable explosión resolutoria orgásmica y climáxica, o como dicen en mi pueblo, “¡a la gran puta, ya acabé!”.

Así que, ahora, mi amorcito dio inicio a una dulce rutina de calentamiento. Para entonces, no necesitaba tanto mi buena calentadita, pero igual, le agradecí por su amoroso interés en mí. La verdad es que lo quería ya dentro de mi cuerpo, por y en donde fuera, pero también podía gozar de sus caricias, besos, nalgadas, metiditas de mano, mamadas, caricias, latigazos, bofetadas…(¡ay, no, esa es otra historia!)... en fin, todo lo concerniente al coito, decía, acciones esas que aumentaban mi deseo salvaje y me preparaban para Le Grand Finale. ¿Ja, cómo les quedó el ojo con mi alemán?

Pero bueno, Jorge besó todo mi esbelto cuerpo, pero en especial se concentró en mi pecho. Mi busto no era el más hermoso y voluptuoso del mundo, pero viendo cómo mi nene lo disfrutaba, qué diablos importaba… Jorge me acariciaba los pechitos y los besaba… me chupaba los pezoncitos endurecidos, me los pellizcaba, me los mordisqueaba… parecía un bebé hambriento el condenado, viendo cómo me mamaba mis encantos y, en fin, hizo con mi bustito cualquier cantidad de cosas. Incluso pasó su enorme y bien parada pija sobre mis limoncitos. Estos no eran, con mucho, suficientemente grandes como para hacerle una “paja rusa” (masturbación con las tetas, para ustedes que no han viajado a Rusia), pero a juzgar por el placer que mi novio experimentaba, para él yo no era sino Catalina la Grande, y recuerden que no le decían La Grande sólo por lo putona que era.

La verdad es que disfruté tanto esos aperitivos sexuales que casi me olvido de que faltaba el plato principal: Torta a la Penné. Casi, digo. Pero igual, cuando puso la cabezota de su exagerado miembro sobre mis endurecidos pezoncitos, casi me vengo, involuntariamente, por supuesto. Todavía quería a ese machote en mi interior. Además, otras partes de mi cuerpecito exigían su toque masculino, así que mi macho tuvo que atenderlas, tal vez contra su voluntad. Indudablemente, las tetas eran el fetiche de Jorge. Pero como todo buen amante, podía y sabía desempeñarse bien en otras áreas. No, si la globalización no es del todo mala.

Y bueno, él regresaba de vez en cuando a mi pecho, pero se dedicó más al resto de mí. Mi Romeo Amado no dejó parte de mí sin besar y lenguetear y, especialmente, pasó un buen rato metido entre mis piernas. Eso era parte integral de nuestros encuentros sexuales: el sexo oral. Nunca habíamos dejado de practicárnoslo. A él le encantaba mamarme y a mí me encantaba que le encantara. Yo esperaba un 69 de un momento a otro, mientras su lengua experta me enloquecía; pensé que iba a acabar en ese momento, a pesar de lo mucho que quería su vergota en mi interior. Pero después de tanto sexo, ambos nos conocíamos bien. Jorge sabía cuándo detenerse; así lo hizo, un nanosegundo antes de mi orgasmo. ¡Ah, qué dulce tormento ese el de aguantar el final! De posponer La Petite Morte, como dicen en… ¿en dónde era? Ah, sí, en Francia. La Pequeña Muerte… así le dicen al orgasmo los muy necrófilos. ¿Ya les dije cómo le dicen al orgasmo en mi pueblo?

El caso es que yo ya no podía más; nuestros jugos, fluidos, humedades, efluvios, humores, sudores y otras lindezas habían hecho de mi cama una laguna en la que ambos nadábamos y buceábamos. Mi negrito sabroso continuó con sus besos y toqueteos en todo mi cuerpo y después de que me sobó las piernas todo lo que quiso, me dio vuelta, de manera que se pudiera ocupar de la parte posterior de mi terso y ardiente cuerpecito. Un poco más y el Jorge me deja sin nalgas, de tanto mordisco que me propinó; alternando entre sobadas y nalgadas, me daba besos prohibidos en mi ano coquetón, lo que casi hizo que me viniera. Como si mis nalgas fueran una versión más grande de mis pechitos, Jorge puso toda su experiencia, deseo y amor en ellas.

Fue mi turno de amarlo, entonces, principalmente porque yo estaba que me venía ya y tenía que controlarme. Y si bien me podría haber dejado coger justo en ese momento, decidí que a mi macho lo quería más lujurioso de lo que ya estaba, si eso era posible. Esta vez realmente se la mamé y aunque no lo crean y parezca sacado de otra historia, su vergota exuberante me llegó hasta el corazón, porque éste me empezó a doler… oh… gracias a Dios descubrí que era una de sus rodillas la que me hacía presión allí.

La verdad es que le demostré que ninguna putita en 100 Km. a la redonda podría ser tan mamona como yo; sorry niñas por quitarles un potencial cliente. Y bueno, al fin hicimos el 69 que tanto anhelábamos; tanto gocé estar encima de él chupándosela que creí íbamos a terminar de esa manera, dejando la cogida para más tarde. Al igual que él, yo estaba tan caliente que si me hubieran puesto dos huevos en las nalgas, huevos de gallina, se entiende, los hubiera freído de inmediato. Pero, de algun modo nos las arreglamos de nuevo para sobrevivir a tanta calentura y finalmente nos dispusimos a hacer de nuestros sudorosos y ardientes cuerpos uno solo. Ambos sabíamos que la cogida iba a ser breve, tan calientes estábamos. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, dicen los ancianos. ¡Viejos pícaros!

Mi hombre me la metió en mi posición favorita: yo sobre mi espalda, mis piernas altas y bien abiertas sobre sus hombros, mis rodillas llegándome al pecho, mis manos sobre sus hermosas nalgas de macho, tirándolo hacia mí… Mi futuro marido me la dejó ir con toda la gana del caso y si bien debido a lo profundo de la penetración sentí algun dolor, el placer fue increíble. La verdad es que a pesar de tanta masturbación, metida de mano y cogida, mi canalito del amor no había perdido su elasticidad y, de hecho, era tan apretadito como el de una virgen. Bueno, casi. Honestamente, no me importaba si coger tanto con mi novio me aflojaba. De hecho quería eso, coger, no que me aflojara… sí, coger toda mi vida con él; Jorge era tan grande que siempre iba a ser virgen para él.

Cuando mi papi lindo dejaba libre mis labios, quién me aguantaba con mis gemidos y grititos de placer. Y sí, el acto fue rápido, como supuse. Nadie en el mundo hubiera aguantado más del minuto que los dos aguantamos. El Rico, sí así se llamaba, Jorge Romeo Amado Rico, bonito nombre, ¿no?, se vino primero, llenándome con lo que parecía un galón de semen caliente, o tal vez haya sido sólo un vaso de su leche, pero yo sentía que en mi interior sus chisguetazos nunca terminaban.

Yo abracé a mi bebé, mientras con mis piernas y pies lo halaba instintivamente hacia mí; casi lloré de felicidad al ver cuánto placer le podía dar a un hombre. No importaba si no habíamos tenido un orgasmo simultáneo, ya que al final lo que contaba era que los dos finalizáramos plenamente satisfechos. A mí lo que interesaba era su placer de macho, y vaya si no gozó conmigo. Ver a un hombre dentro de ti y verlo casi llorar del gusto al momento de su eyaculación es una experiencia unica. ¡Ay, cómo sentía su dura hombría bombeando su semilla dentro de mí! Como dije, si bien yo no acabé junto con él, sentí claramente unos toquecitos divinos en mi sexo y gemí y jadeé junto con él… hice, en suma, lo unico que podía hacer: compartir su placer y hacer mío su gozo, porque al final éramos un solo cuerpo, una sola carne, una sola lujuria

Después de que sacó su pija chorreada de mí, mi Amado amante se dedicó a la mano de obra del acto sexual. Diestro en esas lides, o sea que utilizaba mayormente su derecha, me trabajó manualmente por unos momentos, para luego finalizar el trabajito con su lengua. Yo me arqueé hacia arriba cuando sentí llegar mi clímax, levantando con mi cuerpo la cabeza de mi mamador, él agarrándome las nalgas como si se aferrara a la vida misma, mientras lágrimas de puro placer me brotaban de los ojos, no que me iban a brotar de algun otro lado. Al fin tuve mi tan esperado orgasmo, no me importaba en absoluto cómo lo había logrado, si con la lengua, la mano o la cabeza de Jorge. La cabeza de su pene, quiero decir. No creo que su cabeza peluda pudiera caberme… Ummm… ¿o sí?

Y bueno, luego de mi venida tuve que quitarme al chico de encima, pues continuaba mamándome la cosita y ahora que yo había terminado, me lastimaba un poquitín. El se colocó sobre mí entonces y aunque no eramos capaces de más sexo en ese momento, le abrí mis piernas y las coloqué sobre su cintura, su flácido miembro haciéndome cosquillitas en el sexo, los dos besándonos y repitiéndonos las mismas lindas palabras: “te amo…”.

Estas dulces expresiones de amor eran muy importantes para mí, puesto que quería sentir que mi novio realmente me amaba; me gustaba darle placer, por supuesto, pero también quería que me apreciara como persona; si quisiera un animal para tener sexo, ya me habría comprado un gorila, créanme. Pero el lindo de mi chavo entendía nuestras diferencias y, como siempre, me brindó mi dosis post coital de romance.

Luego de esos deliciosos momentos, me levanté para ir al baño y asearme. Sabía que a mi novio le encantaba esta parte. Mi desnudez y mi movimiento de nalgas cuando me dirigía hacía allá lo enloquecían. Así que, haciendo un show de eso, le regalé su postre visual. Sabiendo que me miraba atentamente, luego de abrir la puerta de mi cuarto me quedé por unos momentos allí, de espaldas, en el umbral, ya saben, haciéndome una colita de caballo en el pelo, estirándome, inclinándome y otras cosillas más que de seguro disfrutaba, como todo hombre que se precie de serlo.

Regresé al rato con papel de baño para limpiar a mi hombre, y como se imaginarán ese trabajito lo terminé con mi boquita. A eso se le llama “limpieza oral”, por si no lo saben. Luego, con la excusa de chequear y arreglar mi maquillaje, me acerqué a un espejo y, de espaldas, dejé que observara todos mis encantos; mientras me cepillaba el cabello y volteando ocasionalmente a verlo, platicaba con mi amor, logrando que viera lo que recién había saboreado y prometiéndole más para dentro de un rato. De regreso en la cama, me acurruqué a su lado, descansando mi cabeza sobre su pecho peludo y musculoso, su brazo izquierdo sobre mí, mis dedos tamborileando y jugando con sus pectorales… cómo admiraba su cuerpo lleno de musculos y vellos, y esperaba que él hiciera lo mismo con mi terso y delicado cuerpecito. Era ya momento del segundo capítulo de nuestro encuentro íntimo

Como siempre, las ganas de coger las tuve yo antes que él. Habíamos estado en silencio la mayor parte del tiempo, sólo disfrutando nuestra cercanía física y espiritual. Después de un rato fue sólo física, desde luego. Yo ya estaba a punto, pero era evidente que mi pareja necesitaba algunos minutos más. Yo podría haber acelerado el proceso y lo hice, de hecho. Sabía que él necesitaba un poco de estimulación visual, así como manual. Empecé, entonces, a besarlo y a tocarle el pene y los huevos. Eran caricias suaves, destinadas sólo a despertar ese poderoso miembro viril que aun en estado de descanso era impresionante. Luego, me monté a horcajadas en mi macho, sobre su pecho fuerte, y extendiendo mis manos hacía atrás, tocaba todo su equipo varonil. Mientras le coqueteaba con mi cuerpo desnudo, le puse mi sexo cerca de su boca y esto hizo el truco. Mi papi chulo me tocaba los pechitos e incorporándose un poco me los comenzó a mamar, a la vez que acariciaba con urgencia el resto de mí, principalmente el culito, al que le dio unas cuantas fuertes nalgadas que me dolieron, pero que me excitaron hasta la madre, o hasta la abuela, ya que la excitación que experimenté fue doble.

Ahora que su erección era completa, le ayudé a que me la metiera; esa era su posición favorita: yo sobre él, cabalgándolo por las llanuras de la pasión y la concupiscencia. Mientras él me tocaba y chupaba los pechos, y/o me pellizcaba y sobaba las nalgas, yo lo montaba con un ritmo frenético que amenazaba con desquebrajar la cama. ¡Oh, cuánto gozamos con esa cogida! Al fin, luego de una buena seguidilla de mis musculos interiores apretando, succionando y masajeando su vergota, mi amorcito se vino rápido; su semen goteaba de mis interiores y se derramaba sobre su pene, el que parecía una vela chorreada, mientras yo gritaba junto con él, a pesar de que me a mí me faltaba terminar. Pero bueno, hay que solidarizarse con el prójimo.

Luego de que su rictus de placer se convirtió en una sonrisa de satisfacción, me bajé del burro, perdón, de mi macho y me puse en sus manos, literalmente. ¡Cómo disfruté sus habilidades manuales! La verdad es que me fascinaba que mi novio me cogiera, por donde fuera, cómo no, pero a veces me enloquecía acabar gracias a sus dedos o lenguas (es que parecía tener dos). De hecho, mis orgasmos se habían producido tanto gracias a su vergota como a otros auxiliares; en la variedad está el gusto, recuerden. Y bueno, después de un minuto de toqueteo, me corrí. Sí, me corrí más a su lado para que pudiera masturbarme mejor. Cuando llegué al punto de no retorno, puse mi mano sobre la suya, para hacer un poco más de presión. Los dos colaboramos para que yo acabara deliciosa y abundantemente. Me abracé al Jorge y, en mi locura orgásmica, que si más y lo ahorco. Ji, ji… eso si hubiera sido Le Grande Morte… De todos modos, era divertido. Yo reaccionaba primero y siempre me venía de ultimo.

Después de un breve descanso y de mi rutina coqueta de ir al baño y de regresar a limpiarlo, nos quedamos abrazados mientras la tarde empezaba a caer. En tanto la penumbra nos envolvía en su manto de intimidad y quietud, nos jurábamos amor para siempre o hasta la muerte, lo que sucediera primero. Luego de un rato, una media hora tal vez, yo ya tenía ganas de entrar en acción, a pesar de que estar en sus brazos era delicioso. Ahora quizá necesitábamos un poco más de preliminares, lo que no estaba tan mal. Así lo hicimos: jugando con nuestros cuerpos y sexos, reinventando las viejas caricias y recorriendo con entusiasmo renovado los mismos antiguos caminos. Al fin se le paró totalmente y a mí se me mojó de nuevo la cosita y fue entonces hora de que mi hombre me diera de nuevo mis vitaminas. Esta vez lo hicimos al estilo tradicional, él sobre mí, yo estrechándolo entre mis brazos, mis piernas ya en sus nalgas, ya en su cintura. Luego de que me la metió toda, danzamos el baile íntimo de la penetración, hasta que ambos nos dejamos ir. Esta vez terminamos con unos segundos de diferencia. Con su pene dentro de mí, chorreando su escasa eyaculación, me quedé allí debajo de él diciéndole que era el mejor amante del mundo. Para mí, y eso es lo importante, lo era.

Y bueno, ni que fuéramos animales, así que nos dispusimos a dejarlo allí; pero mientras descansábamos en la oscuridad, oí sonar el teléfono; tuve que correr con mis encantos desnudos para ir a responder; era mi mami, ¡si hubiera sabido que yo no tenía encima nada más que mis aretes mientras hablábamos! Después de un par de chismes me informó que apenas estaban preparándose para salir, así que llegarían en un par de horas. Con esas noticias regresé con mi amorcito y nos quedamos por un buen rato así, acostados y desnudos, en silencio y en la oscuridad, felices de amar y ser amados. Dichoso él, era amado por partida doble.

Mi satisfacción era total, al igual que Jorge, así que no estaba pensando para nada en otra revolcadita, pero ese admirable cuerpo masculino desnudo a mi lado me hizo cambiar de opinión. ¿Qué tal uno para el camino? Así se lo propuse al macho a mi lado y éste estuvo de acuerdo en que nos echáramos el del estribo. Sin embargo, a veces la materia es mucho más fuerte que la mente. A pesar de nuestras ganas, casi nada sucedió. Mi novio sólo tenia una media erección, mientras que la sequedad en mis partes íntimas era evidente. Como sus caricias allí me causaban algun dolor, me humedeció con su saliva y así estuvo un poco mejor. Aun así, mi futuro marido no la tenía tan parada así que nos aplicamos ambos a endurecerla. La verdad es que deberíamos haber esperado, pero como yo no quería sorpresitas con la llegada de mis parientes, empezamos de inmediato nuestro ultimo encuentro.

Sobre nuestros costados, frente a frente, mi pierna derecha sobre él, juntamos nuestros sexos. No hubo penetración, ya que fue más frotación que otra cosa, pero ni modo, hay que ver cómo se saca la tarea. Con una mano agarré la cabeza de su miembro y me la pasé sobre mi punto caliente, que para entonces mostraba una agradablemente dolorosa irritación. La verdad es que no me importaba si su hombría estaba parada o media parada o no, el caso es que funcionó bastante bien, aunque era diferente a tener a mi hombre dentro de mí. Igual me vine, segundos después de que las ultimas gotitas de su semen cayeran sobre mis partes íntimas. Mi novio se colocó encima de mí por unos momentos, mientras yo pensaba en cuán feliz yo sería así, si pudiera tenerlo así, y abrazarlo así y sentirlo así, todo el tiempo así, así y así (¡oh, estas teclas que se traban!…).

Luego de un rato, tuve que ir al baño, a asearme y a hacer pipí. Jorge también necesitaba orinar así que fuimos juntos. Por supuesto, éramos íntimos -no nos importaba orinar juntos; siempre que podíamos lo hacíamos, de hecho. Mientras vaciaba mi vejiga y me reía con risitas tontas, mi amorcito Rico se inclinó a besarme. ¡Díganme si no me amaba! Cuando se enderezó, su pene manchado con semen ya seco me quedó a la altura de mi rostro, así que hice lo más natural, devolverle el beso que su dueño me había propinado. Luego de secarme allí abajo y de ponerme de pie fue su turno de hacer pipí. Como no quería que mi macho se cansara más, yo fui quien le agarré la verga para que orinara, mientras nuestros fluidos renales se entremezclaban en el toilet, como un reflejo de nuestras almas unidas. Bueno, nuestras almas no eran exactamente como orina, pero ustedes entienden. Por ultimo, le lavé el pene con agua, jabón y shampoo y se lo sequé delicadamente. ¿Hacen eso por ustedes, amigos lectores?

De regreso en la cama, descansamos abrazados y labio con labio por un buen rato, disfrutando nuestros ultimos momentos juntos; de repente, en impulso, mi novio me metió una mano peluda entre las piernas. A pesar de la maldita sequedad de mis partes íntimas, decidimos masturbarnos mutuamente. Todo es válido en el sexo, si la pareja está de acuerdo. Nos llevó algun tiempo alcanzar el final pero esta vez lo hicimos simultáneamente. Ya para qué putas, como dijo el lorito del chiste, pero igual fue riquísimo. Nuestro ultimo ritual consistió en colocarme en la boca mi mano untada con su semen, lamer ese delicioso salidulce manjar y ya mezclado con mi saliva, pasárselo de lengua a mi amigo, compañero, amante y pareja, sellando así de nuevo nuestro pacto de amor y sexo. Luego descansamos y debimos habernos dicho que nos amábamos unas 1,387 veces. Yo creo que hubiéramos hecho el amor una vez más, no importaba cómo ni con qué ni con quién, pero ya no teníamos tiempo. ¡Cómo deseé que estuviéramos casados! Sin embargo, el sexo sin matrimonio es mil veces mejor que el matrimonio sin sexo. Saquen sus propias conclusiones.

Con mucho pesar, entonces, tuve que levantarme y vestirme. No obstante nuestro tiempo juntos, nuestra cercanía, que yo era de él y él me pertenecía, a pesar de haber tenido sexo millones de veces (quizá exagero un poco), a pesar de todo eso, decía, todavía me daba algo de verguenza ponerme mis cositas mientras él me veía desde la cama. Como decía mi abuela, nunca hay que perder el recato y si ya se perdió hay que aparentar. Pero así era yo. Luego de arreglarme el maquillaje, el cabello y las ropas, vi con indiferencia cómo Jorge se vestía; qué bueno que éramos diferentes.

Bajamos a la sala y como mi novio estaba hambriento, y además se lo había ganado, le preparé algo. Platicamos un poco, nos besamos un buen rato y lo despedí en la puerta, quedando de vernos el siguiente martes. Nos besamos otros cinco minutos, deseando ambos poder ser libres de hacer eso todos los días. Nos entristecía no saber cuándo podríamos revivir esa linda tarde de domingo. Al fin se marchó, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Todavía alcancé a ver cuando encendió un cigarrillo, antes de cruzar en una calle en dirección hacia su casa. Si bien me sentía feliz, experimenté un dolor en mi corazoncito. ¡Cuánto habría dado porque se quedara conmigo!

Entré a la casa y, de inmediato, subí a arreglar mi cuarto. Tenía suficiente tiempo pero lo hice lo más rápido que pude. Cambié las sábanas y arreglé toda la habitación. Luego tomé una ducha, rápida pero completísima. Sentía que olía a macho y no quería que mi mami detectara eso. Ya saben cómo son las madres. Luego de chequear que nada estuviera mal, me senté en la sala y fingí ver la tele, la verdad es que la unica imagen que tenía enfrente de mí era la de mi novio. Pero tenía que estar en la sala cuando mi familia viniera, o despertaría sus sospechas. 20 minutos después arribaron. Oí la voz de papá desde la calle:

-¡Hey, Carlos, ya llegamos! –dijo antes de entrar cargando a mi hermanito, quien se había dormido.

-Hola, mi amor, cómo pasaste el día, -me preguntó mamá al entrar. Yo le respondí que muy bien, muchas gracias. Luego fue el turno de mi hermana.

-Carlos, de lo que te perdiste… ¡deberías haber ido con nosotros! Había cientos de lindas chicas allá. Hasta tu podrías haber conquistado alguna. Oh, y los chicos… apenas puedo aguantarme las ganas de ir allá de nuevo… -dijo, subiendo hacia su cuarto y dejándome a solas con mamá.

-Nene, ya cenamos, ¿quieres que te prepare algo?

-No, mamá, gracias… ya comí, -le dije.

-¿Carlitos? Te miras tan apacible… tan feliz… hasta te miras radiante… ¿Tanto te gusta quedarte en casa?….

-Si supieras cuánto, mamá… -murmuré, mientras ella subía las gradas sin oírme. -Si supieras cuánto

LE FINALE

(For Mayra D.)

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