Mi sumisa madre
De como tuve relaciones con mi recatada, una jamona y preciosa madurita.
Dolores es una señora de 51 años, con una cara redondita y guapísima, de ojos grandes marrones, pelo negro y una piel limpia y blanca. Es una señora algo entrada en carnes con una perfilada cintura, pecho muy generoso y buenas caderas, de las que te romperías el cuello volviendo la vista atrás cuando la encuentras por la calle. Dolores siempre tiene una eterna y dulce sonrisa en su cara, unos dientes blancos perfectamente alineados con sus labios. Hasta las pequeñas arrugas que el paso de los años no perdona le confieren un aire atractivo de señora madura que haría volverte loco en sus brazos.
Dolores es una mujer que no usa vestidos caros pero luce todo lo que se pone. Supongo que es tan sumamente atractiva que cualquier cosa le sienta bien. Esos vestidos donde se remarcan sus tetazas y caderas brillan como si de la reina del carnaval se tratara. Con los taconazos corrige no ser alta. Es tan señoraza que no entiendo cómo se casó con mi padre, un pedazo de animal sin cultura alguna. Dolores es mi madre, y supongo que la madre que todos quisieran tener.
Desde que los ardores sexuales llegaron a mi vida, me he masturbado alguna vez pensando en mi madre en cualquier situación. Con los años he intentado pillarla desnuda pero ha sido siempre misión imposible por ser una mujer extremadamente recatada y tímida. Es una mujerón de primera división viviendo una vida sencilla en el seno de una familia normal, educada, discreta y vergonzosa como nadie. Mi madre se puede ruborizar con la misma rapidez que podrías excitarte viéndola en paños menores, y eso la haría más atractiva si cabe.
Solo una vez, a mis diecisiete años, cuando menos lo esperé y llegando temprano a casa por la suspensión de una clase de filosofía, empujé la puerta del baño entornada para hacer pipí y el corazón se me salió por la boca en décimas de segundo. Ahí estaba ella, de espaldas, con la cortina de la ducha abierta, sorda por el ruido del agua golpeando la tina, y donde por un breve espacio de tiempo contemplé a semejante jamona desnuda. Una espalda limpia, bonita, enjabonada y que descendía hasta unas caderas muy bien proporcionadas para su edad y terminando en un pedazo de culo precioso, perfecto, sin celulitis, que ella se enjabonaba precisamente en ese momento accediendo con su mano al lugar donde yo tantas veces soñando me había vaciado despertando mis pasiones. Obvia decir que no se percató de mi presencia y que tras salir disparado del baño a mi habitación. Su imagen se me quedó grabada en el cerebro como una película de 35mm, me masturbé hasta de pie y me corrí como un loco incluso antes de que ella hubiera terminado de cerrar el grifo.
También, en algunas ocasiones y poniendo el oído en la pared, oía a mi padre, como en la oscuridad de su habitación y a puerta cerrada le soltaba estopa con un leve chirriar del colchón. Imperceptible mi madre, imposible de callar mi padre.
- “joder, Lola que polvazo tienes”, “madre mía estás cada día más buena”, “esas tetazas son mi perdición Dolores”, “que maciza estás cielo”, “dios santo, te voy a llenar el coño de leche”, y muchas más barbaridades de ese tipo.
A veces se le hacía imperceptibles los comentarios, supongo que porque se introducía en la boca los descomunales pechazos de su esposa. Y ahí cumplía yo otra vez, pelándomela como un mono salido y pensando lo bien que luciría tremendo mujerón sobre de mí, viendo botar ante mí semejante mujer hasta descargarme todo sin cerrar los ojos, sin parar de contemplar esa divina obra de la naturaleza. La imaginaba sumisa, aguantando todas las embestidas posibles, pues esa era la percepción que tenía de ella por su forma de ser, sus silencios y las palabrotas de mi padre. Así que en mis pensamientos, la trajinaba a mi manera y ella solo hacía consentir mis depravados actos y recibir pollazos uno tras otro.
Llegó un momento en que llegué a odiar a mi padre por pura envidia que le tenía. Oír como la follaba y lo que le decía ya no era un morbo del que disfrutar con la polla en la mano, se convirtió en un suplicio, en algo que me hacía sufrir más que excitarme. Había que revertir esa situación.
Un día, nuevamente envuelto en mis calenturas con mi madre, tuve la ocurrente idea de comprar un aparatito espía, que simulando ser un reloj de mesita, y que regalé a mi madre. El éxito fue inmediato, pude grabar a mi madre desnuda en más de una ocasión.
Al descargar las diversas grabaciones en mi ordenador y descartando aquellas que fueron infructuosas, a oscuras, las que se salía de plano, en una comprobé que mi madre era tan bella desnuda como vestida, que los piropazos de mi padre eran justificados, que era una verdadera diosa sexualmente atractiva a sus cincuenta años. Lucía una ropa interior bonita, ajustada hasta el punto que parecía estallar. Un sujetador reforzado para aguantar a duras penas todo ese pecho.
Tal era mi obsesión que en ocasiones soñaba que la violaba, que le follaba fuerte por el culo y su chochazo y que ella sumisa accedía. Mi cabeza se embotaba día tras día, la frecuencia de mis masturbaciones aumentaba con la visión de los vídeos. Se embotaba tanto que estoy seguro que mi madre sabía perfectamente que me excitaba. Varias veces me había pillado bajando la mirada a su escote o a su culazo vibrando mientras lavaba los platos en la cocina.
Y llegó el momento en que todo cambió, y otra vez por la casualidad, el azar o quién sabe si el destino, pues una mañana de sábado estábamos solos en casa mi madre y yo. Ella estaba duchándose y yo en mi habitación con mis cosas. Al ir a beber agua a la cocina, pasé por la puerta del baño y oí lamentarse a mi madre, estaba llorando. Llamé a la puerta.
- “mamá, estás bien”
- “sí, mi niño, muy bien”
- “te estoy oyendo llorar, ¿qué te pasa?. Déjame pasar”
- “espera”
Casi sin demora la puerta se abrió y allí estaba mi madre, que acababa de darse una ducha y llevaba el pelo aún mojado y recogido en una toalla y albornoz hasta las rodillas de un blanco inmaculado, como ella. El albornoz apenas podía abarcar sus tetazas contenidas aún por ese cinturón que las mantenía a raya, y que presionaban por salirse fuera, buscando su posición natural
- mamá, estás llorando, ¿qué te pasa?, ¿qué ha pasado?, ¿por qué estás así?
- “tu padre mi niño, que se ha enfadado conmigo. Anoche me dijo que era una sosa aburrida, y me lo dijo de unas maneras muy feas”.
Instintivamente no puede evitar abrazar a mi madre, pegarla a mí un buen rato, intentar consolarla. Agaché la cabeza y pude oler su cuerpo a piel limpia recién duchada. La rodeé con mis brazos y sentí la presión que ese pecho ejercía contra mí. La erección fue inmediata. Mi madre tuvo que notarla pues solo llevaba la parte de abajo en un chándal amplio y no llevaba puesto unos calzones.
Seguimos los dos en silencio, ella aún sollozando y yo pasando mis manos por su espalda, consolándola. En un momento no pude evitar darle besos en el cuello y decirle que no se preocupara por eso, que era una mujer excepcional que muchos quisieran tenerla entre sus brazos y que seguramente ninguno diría que es una sosa. Que era una mujer de bandera.
Nos separamos lo justo para verla sonreír dulcemente. Me quedé mirándola, la acaricié levemente la cara, los brazos, el pelo que se escapaba de su toalla. Puse mis manos en su cintura y la atraje despacio hacia mí, y emulando a mi padre le dije:
- “joder Lola, estás cada día más buena”. Y sonrió con esa sonrisa tan perfecta, otra vez bajando la cabeza.
Puse mi mano en su barbilla y le subí la cara para que me mirara. Estaba en silencio y ruborizada. Era la sumisa de mis sueños, de mis pajas. Mi madre dejó de hablar. Muy despacio solté el nudo de su albornoz y ella hizo ademán de impedirlo.
- “¿qué estás haciendo?”, me dijo poniendo sus manos sobre las mías. “¿pero a dónde vas cielo?
- “A ningún sitio mami. Me quedo aquí. De aquí no me voy a mover”. Le respondí.
- “Sí pero…” respondió. “Cállate” le dije levantando un poco la voz. Imponiéndome.
Mi juego había comenzado y su rol era la sumisión y el silencio. Era donde se sentía más cómoda. Era a lo que estaba acostumbrada. Así que le aparté las manos muy despacio, y calló, ya no digo más. Seguí deshaciendo ese doble nudo hasta soltarlo. Mi madre cerró la boca y volvía a bajar la cabeza. Algo me decía que era mía.
Apoyada en el lavabo abrí el albornoz y contemplé la octava maravilla del mundo. De su cuerpo blanco y limpio, se desprendía un leve aroma a frescor que me hacia excitar. Sus dos pechazos se bambolearon hasta acomodarse. Tenía unas tetas grandes, con unos pezones rositas maravillosos y bien marcados, dignas de una señora madura que de joven podría a ver sido Miss de lo que hubiera querido. Bajando la cabeza contemplé unos pelos rizados escasos y proporcionados que escondían un tesoro aún por descubrir.
Agarré esas tetas despacio y empecé a amasarlas con suavidad. Mis manos las aplastaban con suavidad y facilidad. Sentía el frescor de su cuerpo. Un ligero aroma a jabón subía hasta mi nariz. Ella seguía con la cabeza agachada, en su silencio. Bajé la mano hacia su pequeño felpudo y lo toqué con suavidad buscando su chochazo. Mi madre puso su mano sobre la mía pero sin apartarla, dio un ligero respingo y salió un suave gemido.
“mamá, te quiero”. Eres la mujer más maravillosa del mundo.
“mi niño”, acertó a decir.
Y allí estaba yo, disfrutando nervioso todo lo deseado tanto tiempo. Con mi dedo corazón introduciéndose levemente en el coño de mi madre mientras con la otra mano intentaba levantar una tetaza y chupar sus pezones como si no hubiera más mundo que ese. Mi madre callaba. Consentía.
Dolores seguía apoyada en el lavabo, con su albornoz puesto pero abierto. Bajé con una mano mi pantalón de chándal y mi polla saltó como un resorte, como nunca antes la había visto. Emanaba un flujo que me la tenía perfectamente lubricada, así que ante la pasividad de mi madre, me agaché lo suficiente para poner el nabo en la entrada de la cueva de mamá. Ella involuntaria o voluntariamente hizo el gesto de abrir sus piernas y facilitar la penetración. Y así fue.
De un golpe introduje media polla en el coño de mamá. Soltó un suspiro contenido y siguió callando. Ella sabía que en estas situaciones su función era callar y recibir. Su piel se había erizado, sus pezones endurecido y callaba. Había aceptado su rol de sumisión y yo iba a ejercer el mío. Follarla hasta no poder más. Mi madre ladeaba la cabeza, entreabría los labios. Estaba más atractiva que nunca.
Empecé a bombear el chocho de mamá hasta las pelotas. Ella me clavaba sus pintadas y cuidadas uñas en la espalda. Era su manera de contrarrestar mis embestidas. Su pecho se restregaba contra el mío notando sus pezones duros rozándome la piel. La oía jadear flojito mientras mi polla apuñalaba sus entrañas con suma facilidad.
Mientras la seguía penetrando una y otra vez, separé mi pecho de ella para repasarla con la vista. La sujeté por la cintura, viendo como sus ubres se bamboleaban hacia los lados, adentro y afuera, al compás en cada embestida mía. Su ligera barriguita me obligaba a arquear mi cuerpo más atrás a fin de mirar abajo y creerme que realmente me la estaba viendo. Contemplar semejante belleza con sus ojos cerrados y boca gimiendo mientras la empotraba contra el lavado era un placer indescriptible.
Quise llevar su sumisión al mundo de las palabras que aún desconocía en ella. Así que le hablaba y provocaba mientras la follaba y agarraba sus tetazas.
- “joder mamá, mi Lola, que tetazas tienes, que buena que estás. Estás para comerte”. “Qué coño más acogedor tienes mami. Te deseo. No sabes cuánto”. Decía entrecortadamente mientras chupeteaba sus pezones alternativamente.
Continué provocando las palabras de mi madre.
- “Mamá. ¿qué te estoy echando?, ¿Ees esto lo que querías?. Dime que me deseas. Dímelo. Dime que te encanta que te folle”.
Mi madre callaba como si nada oyese. Sus gemidos aumentaban en una controlada intensidad, por lo que posiblemente mis palabras guarras la excitaban muchísimo. Mi padre la tenía acostumbrada a ese tipo de lenguaje. Todo formaban parte de su ritual sexual. Así que las intensifiqué más, también porque yo también era presa absoluta de la excitación.
- “Lola, te quiero. Tienes las mejores tetas del mundo. Dime que te folle, dímelo. Como no me digas nada voy a hacer contigo todo lo que quiera. Me vuelves loco”.
- “Sí”, solo acertó a decirme.
Seguía en sus silencios, así que saqué la polla del coño de mi madre y quitándole el albornoz de los hombros lo dejé caer al suelo. Quedó totalmente desnuda ante mis ojos. Su cuerpo bonito y rollizo podría correr a un hombre con solo contemplarlo. La abracé por la cintura. Me pequé a ella, allí en pie, besándole el cuello, chupándola, el aroma fresco, limpio y a jabón que desprendía era música celestial. Mi polla seguía erecta pegada a su barriguita. Le dí la vuelta en el lavabo mirando hacia el espejo, contemplando ese orondo trasero y una espalda tan perfecta como un lienzo antes de pintar.
Mirando al espejo, ví el cuerpo más orondo y curvoso del mundo, con unas tetazas que no paraban de moverse ante los continuos toqueteos de mis manos. No dudé un segundo en agacharme para agarrar los dos cachetes de su trasero, donde se me hundían los dedos al apretarlos. Los aparté para contemplar ese ojete tan perfecto del que emanaba humedad y calor. Mis lengüetazos repasaban su culo lamiéndolo arriba y abajo hasta memorizar todos y cada uno de sus pliegues.
Me incorporé agarrando sus dos tetazas por detrás como pude, pues se me derramaban de las manos, sin poderlas abarcar en plenitud, notando su peso, manoseándolas. Y allí estaba todo dispuesto su cuerpo y su culazo, tan lindo y tan sumiso. Tanto que no me lo pensé dos veces cuando busqué su agujerito trasero con mi glande moviéndolo arriba y abajo para acomodarlo. Me sorprendí enormemente cuando mi madre arqueó la espalda buscado mi pene. Mis lenguetazos habían hecho efecto, la habían excitado aún más y habían señalado la deriva que iba a tomar pronto. Era la señal inequívoca de que me quería dentro de su culo.
Tras acomodarme ligeramente, empecé a introducirle suavemente el pene en su ojete, entrando sin dificultad. Posiblemente su excitación y la certeza de que mi padre habría explorado esa gruta muchas veces con anterioridad. Lo engulló sin problemas. Mi padre debió sucumbir como yo a sus encantos y posiblemente sus por culadas se contarían por cientos.
Me puse burro perdido cuando tenía un poquito de mi polla dentro de su culo, de modo que la empecé a acometer despacito varias veces hasta que finalmente tapé todo su agujero con todo lo que tenía. Todo cedió lo que tenía que ceder. Después de cubrirla toda, continué con un mete-saca ligero, después frenético y finalmente sin piedad, agarrando sus tetazas para que no se bambolearan como locas. Estaba follándole el culo a mi madre de una manera brutal, del glande al pubis, una y otra vez. A ese ritmo no podría tardar mucho más en venirme dentro de su culo, de mi Lola.
- “Ay mamá, que placer. Dime que te gusta. ¿Te estoy dando bien por el culo cielo?. Me encantas. Toma, toma. ¿Quieres que pare de metértela en el culo?. Dímelo.
- “sigue cielo sigue”. Fueron sus palabras en un tono suave. Estaba fuera de sí a su manera. Mi madre estaba perdiendo la razón al recibir por detrás.
- “Dime que te folle el culo más mami, dímelo”. Le decía ya encarnizado.
- “hazlo cariño. Sigue”. Soltaba en voz bajita.
Mordía y chupaba su espalda mientras le endiñaba fuerte por el culo, que ya no ofrecía resistencia alguna. Era como un cuchillo caliente entrando en la mantequilla. Mi madre tenía el culo totalmente a mi merced, abierto, resignado a aguantar todo lo que estaba por venir. Los golpes de mi pubis en su culazo le generaban un movimiento en sus glúteos muy excitantes. Se hacían realidad mis sueños.
-“ay dios mamá, me estoy corriendo en tu culo”. Empecé a decir con los ojos ya en blanco.
Y así fue como mi polla tensa como un garrote empezó a convulsionar chorrazos de esperma dentro del ojete de mi madre. Mis manos apretaban fuertemente sus tetazas, dejándola las señales de los dedos marcadas, pero siguió sin quejarse. Que le den por el culo mientras le estrujan las tetas era el pan de cada día en su vida sexual. Cuatro o cinco rociadas dentro del culo de mamá mezclados con una pérdida de la noción del tiempo me llevaron al éxtasis total. Me flojearon las piernas. Tras vaciarme bien y unos segundos con multitud de besos en el cuello de mamá, se salió sola la polla de su culo, y al ratito un hilo de semen empezó a bajar por su pierna. Mi madre jadeaba también descontrolada.
-“vente a la cama”. Le dije mientras con su culo empapado la asía de la mano y la llevaba a su habitación.
Echándola encima de la cama abrió de inmediato las piernas para volver a recibirme, me subí encima de ella y mi polla respondió como si nada hubiera pasado anteriormente, así que la penetré nuevamente mientras la abrazaba y le besaba la boca, el cuello y las tetazas. Tenía debajo una preciosa hembra madura, de cuerpo voluptuoso, perfecto y curvoso. Las tetas se abrieron acomodándose por efecto de la gravedad y de la presión de mi cuerpo sobre ella. La follé con rudeza durante bastante rato dejando caer todo mi peso sobre ella, hasta llegar a un punto que sintiéndola jadear más fuerte de lo acostumbrado, tuvo de repente varias convulsiones, un muy intenso orgasmo de breves latigazos. Se mordió la mano mientras se corría eternamente como una loca y yo seguía y seguía bombeando su coño rítmicamente con mi boca introducida en su cuello y soportando encima sus espasmos. No tarde en irme nuevamente dentro de ella, quedándome allí boca abajo, con la polla aún dentro de su coño, respirando agitadamente mientras el olor a sexo limpio inundaba su habitación.
Terminada aquella sesión y pasado el tiempo, cada vez que mi padre salía a sus quehaceres, no perdía el tiempo, y sabedor de la sumisión de mi madre le ordenaba que me siguiera, se desnudara y la follaba por todos sitios como si no existiera un mañana, sin preámbulos. Le follaba el coño sobre la encimera mientras preparaba la comida, acudía a su cama a echarme sobre ella antes de que se levantara, la asaltaba en la ducha para culearla bien o la obligaba a comerme la polla mientras veía la televisión En lo que le hiciera se aplicaba en silencio y sumisión. Todas mis acometidas se recibían sin protestas y en silencio, como a ella le gustaba.
Tras algunas semanas de haber perdido toda la vergüenza y dándole duro casi a diario, soy consciente de que nunca más tendré una mujerón tan bien hecho como mi madre. Madura, bella, con un lujurioso cuerpazo de los que ponen loco. El listón estaba demasiado alto. Pero no importaba… es que tampoco deseaba más mujer que a ella.