Mi sueño hecho realidad
Simplemente el hecho de tumbarme en esa camilla sin más indumentaria que mi tanga y una escueta toalla, aliviaba mis dolores y disparaba mi imaginación...
Mi espalda crujía ya desde el amanecer. No sé, tendré que cambiar la almohada, el colchón, la pareja o tal vez todo. Si el ínclito Freud tiene razón, debo de estar reprimidísima, porque mi cuello está tieso como un garrote. Siguiendo la línea argumental ya le podía dar a alguno tortícolis testicular, je, je, si, creo que estoy un poco "enferma". Siempre pensando en lo "único", pero ¿hay algo más?... lo sabríamos ¿no? Bueno, de momento a currar y tendré que acudir al fisio, aunque no se que es peor, porque el tipo es "divino" en todos los sentidos y termino con la espalda estupenda, pero con una "calentura" del doce. Y encima sin opciones, porque es un casto y santo varón en fin, lo llamaré, la carne es débil.
Llegué a la consulta en estado catatónico, la zona cervical, la lumbar con ciática incluida en fin un asco. "Él" me recibió como siempre, simpático, dicharachero, envolviéndome con su perfume (Oscar de la Renta, creo) y ¡joder! que bueno esta el tío.
Simplemente el hecho de tumbarme en esa camilla sin más indumentaria que mi tanga y una escueta toalla, aliviaba mis dolores y disparaba mi imaginación. Sentir el contacto de sus lubricadas manos en mi piel, hacia que mi temperatura comenzara a subir por momentos. La corrección de sus manipulaciones me ponía aún peor, porque sus dedos, firmes y pareciera que dotados de un despertador de terminaciones nerviosas, llegaban a todas las antesalas del placer sin traspasar la barrera. A cada envite al final de la espalda, la base del cuello, el contorno de los senos yo me oía murmurar, sigue pero sigue ¡cabrón! Pero ahí paraban y retornaban, generando olas de placer inconcluso que me ponían fuera de mí. Cuando se situaba en los costados era frecuente el roce de sus piernas con mis brazos, que pendían a cada lado de la camilla, al menos una vez en cada sesión, intentaba moverlos, como quién no quiere la cosa, para intentar rozar su paquete, cuando lo conseguía, ¡Dios! que estremecimiento Pero lo peor era cuando se situaba frente a mí, mis ojos que habitualmente estaban cerrados, para un mayor disfrute y concentración, se abrían como dos faros para contemplar justo a su altura, el enorme bulto, que tras el fino pantalón blanco, prometía una gran "plenitud" para cualquier oquedad y eso hacia que mis "labios" se humedecieran y mi boca también.
En ese sadomasoquista disfrute me encontraba, cuando observé algo inaudito en el espejo situado en la pared frente a mí. La puerta de la habitación contigua que se reflejaba en el, estaba un poco entreabierta y pude ver una silueta, a todas luces femenina, que nos observaba. No quise rayarme, sabía que había más de una cabina en el centro. Podía ser una compañera observando o en el peor de los casos (por lo que suponía de invasión de mi intimidad) otra clienta impaciente, ya que él siempre tenía la costumbre de, tras las manipulaciones más agresivas, ausentarse un tiempo antes de proceder con otras mas relajantes, y yo siempre pensé que atendía a más de un cliente a la vez. Dicho y hecho, me conminó a que descansara un poco y despareció en el cuarto contiguo. Pero esta vez, influenciada por mi visión anterior, observe por el espejo y vi que la puerta seguía entreabierta
Imposible no levantarme con sigilo y acercarme a mirar por la rendija. Era como si el flautista de Hamelín tocara para mí del otro lado. ¡Dios bendito! y el catecismo de pasta a pasta para que no se me escape ningún santo la escena era la hostia una morena de larga cabellera que le cubría el rostro, de prietas y redondas formas, se apoyaba doblada sobre una camilla, sus pechos generosos pero firmes descansaban sobre la sabana, sus nalgas que se adivinaban duras y sus largas piernas separadas ofrecían su sexo sin tapujos, y él, con los pantalones bajados, luciendo un culo de escándalo, la acometía con fuerza por detrás, no se podía ver el tamaño de "aquello" por que era engullido con ansia en cada envite
Aquella visión fue demasiado para mí, calentura, vértigo, taquicardia, ansiedad el miedo a ser descubierta me hizo regresar hacia mi camilla, pero lo hice tan atropelladamente que a punto estuve de caer, haciendo un gran estruendo.
Inmediatamente apareció él, anudándose aún el pantalón. ¿Qué ha ocurrido? Preguntó. Nada, le dije, me he quedado dormida y por poco me caigo de la camilla. Se dispuso a continuar con la relajación, pero después de lo visto, yo era un volcán y no estaba dispuesta a salir de allí con ese calentón, después de todo el cabronazo no era "tan casto". En cuanto puso sus manos nuevamente sobre mí, deslice de manera casi imperceptible mi mano, bajo la toalla, hacia mi entrepierna y comencé un suave masaje sobre mi sexo. Era evidente que el tipo se daría cuenta en algún momento, pero ya no podía parar. Una vez más se puso en mi costado, en el contrario al de mi mano viajera, y esta vez sin disimulos, busque el roce con su "bulto", no solo no me esquivó si no que se apretó contra mi brazo y en ese momento que sus manos rondaban el final de mi espalda, traspasó la barrera hacia mis glúteos, casi hasta toparse con mis traviesos dedos deslizó ambas manos por toda mi espalda hacia la base de mi nuca, poniéndose nuevamente frente a mí. Un estallido de placer casi me levanto de la camilla y ya no pude más dejé mi "jueguecito" y mientras con una mano tiraba de sus pantalones hacia abajo con la otra liberaba aquel, enorme enorme falo, de su prisión "que maravilla" pero el espectáculo visual duro poco, porque mi boca, como si tuviera vida propia, abrazó aquel durísimo manjar hasta devorarlo, con ansia, con desesperación el placer y la necesidad hacían que mis piernas se retorcieran sobre la camilla cuando noté, que unas suaves pero firmes manos, las separaban, abriéndose paso hasta el epicentro de mi terremoto. No podía volverme para mirar porque no podía ni quería dejar de saborear el maravilloso manjar que llenaba mi boca por completo, pero sentí como la intensa humedad de una lengua, comenzaba a beber la lava de mí "volcán" mientras este era horadado por unos largos y hábiles dedos que solo podían ser femeninos por la sabiduría. El sentir aquella humedad con humedad en el icono del placer, inundado por mil mariposas con sus alas abiertas estimulando y llenando cada rincón hizo que mi boca y mis manos alcanzaran un ritmo frenético sobre aquel superlativo miembro, duro, hinchado hasta que explotó en un incontenible río de elixir y en ese mismo instante una brutal ola de placer me inundo llevándome al tal éxtasis, que los fundidos gritos de los tres, me parecieron un coro celestial. Mis orgasmos siempre son de colores, aquel fue de un rojo intensísimo.
Ni que decir tiene que no necesité manipulaciones relajantes posteriores y que la espalda hace muchísimo que no me molesta, debe de ser porque ahora voy al "fisio" una vez por semana y si puedo "dos".