Mi suegro y mi cuñado

Steve se echa una novia mora y su suegro y su cuñado lo introducen en la familia

Me llamo Steve. Tengo 30 años y, por desgracia para mí, tengo una mujer y dos hijos que solo me han traído problemas.

Soy estadounidense, mis padres y yo nacimos allí, pero cuando no tenía más que tres años me mudé a Madrid con ellos. Desde entonces me considero más español que americano. Me crié en un colegio español, donde mi mote era “el americano”, y luego fui a un instituto de barrio donde solo hay prendas y putas, y yo era, hasta ese momento, del primer grupo.

Entré a este instituto con trece años, y no fue hasta los diecisiete cuando conocí a Azima, o como todos la llamábamos, Azi. Era una chica árabe, algo que no era raro en aquel instituto, pero destacaba porque era la única que llevaba pañuelo. Las moras de mi clase eran dos cosas, feas y putas con ganas, cualquiera que quisiera se podía follar a alguna de ellas, y si no se las follaban por el tema de la religión, una paja o mamada caía. Mentiría si dijera que no me había aprovechado de esto, pero a mi siempre me tocaban las de las pajas y las mamadas, nunca las que follaban. Eso fue hasta que conocí a Azi.

Azi y yo empezamos a salir juntos, y nada más en nuestra primera cita ya me la follé. No era virgen, y follaba de puta madre. Le ponía el riesgo y nunca quería que lo hiciésemos con condón. Yo estaba en la gloria, mi primera novia seria era una zorra, le iba sin condón y encima de las exóticas, me había tocado la lotería. Eso fue hasta que le quise presentar a mis padres.

-Steve, es muy pronto -me dijo ella preocupada.

-Tía, llevamos ya un año y estamos a punto de terminar el instituto, yo quiero que sea oficial cien por cien.

-Si tu me presentas a tus padres yo te tengo que presentar a los míos -se le veía la preocupación en la cara.

-¿Y qué pasa? No me digas que después de un año no quieres seguir...

-Tío que no eres moro.

-¿Cómo?

-Si llego a mi casa y le presento a mis padres un novio cristiano me cortan la cabeza -estaba asustada y nerviosa-, y si ya se enteran de que hemos follado...

-¿Qué? -pregunté incrédulo.

-Mi padre y mi hermano te cortan la cabeza a ti.

Discutimos durante unos días más. Yo había escuchado siempre lo cerrados de mente que eran los hombres árabes, musulmanes o como se les diga, pero pensaba que Azi estaba exagerando. ¿Qué iba a hacer su familia? ¿Echarla de casa? Pues se vendría a vivir conmigo.

Se notaba que el tema la estaba afectando, no paraba de comer y poco a poco estaba cogiendo algunos kilos, así que por último aceptó.

Primero decidimos quitarnos lo fácil del medio, Azi conocería primero a mis padres y luego yo a los suyos. A mis padres les daba igual todo siempre que estudiase y aprobase todos mis exámenes, y eso era algo en lo que yo nunca fallaba. Mis padres adoraron a Azi y ya estaban haciendo planes para irnos de viaje los cuatro juntos, pasar el verano por España, etc.

Justo una semana después, era el día en el que me tocaba a mí conocer a la familia de mi novia.

Aquel día estaba bastante nervioso, así que lo primero que hice fue ir al gimnasio. A pesar de tener 18 años siempre me decían que aparentaba ser mayor. Desde pequeño había practicado todo tipo de deportes, por lo que ahora estaba bastante fuerte. No estaba petado de gimnasio ni mucho menos, pero era el tio con más músculos de mi clase, y planeaba mantenerme así. Por otro lado, tenía mucho pelo. A pesar de ser americano y solo ser adolescente, tenía una gran cantidad de pelo rubio en el pecho, el estómago, los sobacos, las piernas y los brazos. El culo solía depilarmelo así que no tenía pelos, pero la polla y los huevos acompañaban al resto del cuerpo y eran peludos también. Fui bastante temprano al gimnasio, por lo que estaba solo en la sala de pesas. Me comencé a mirar al espejo y poco a poco fui calentándome, me gustaba lo que veía, y aunque no era un culturista, me gustaba preocuparme por mi cuerpo, así que me encantaba ver mis músculos marcados por la sesión de pesas. En el momento en el que solté las pesas, un aroma llegó a mi nariz. Era yo. El día anterior no me duché, y ahora tras entrenar olía a tío. No era un olor desagradable, no daba asco, pero olía a macho y me puso cachondo. Me consideraba hetero, pero quizás me ponía mi propio olor. No me rayé mucho sobre el tema y me tumbé en uno de los bancos. Como estaba solo comencé a frotarme el paquete por encima de los pantalones cortos mientras que la otra mano me la llevé detrás de la cabeza, dejando un sobaco al aire y cerca de mi cara. Impulsado por el calentón, estiré el cuello hasta que mi nariz quedó enterrada lo máximo posible en mi sobaco, y oliendo mis pelos, me saqué la polla del pantalón y comencé a pajearme sin cortarme. No sé si había cámaras o no, pero si las había nadie me llamó la atención. Me quité la mano de la cabeza y me froté los huevos y la entrepierna, llevándomela de vuelta a la nariz. Inspiré profundo y absorbí aquel olor completamente. En ese entonces no me gustaban los hombres, pero ahora que sí me gustan sé que mi entrepierna olía de maravilla. Sólo me hizo falta eso y darme dos o tres meneos más para empezar a correrme como un poseso. La corrida cayó en mi mano y en la camiseta de tirantes que llevaba. Me limpié con la toalla que llevaba para el sudor y salí de allí.

La paja me había venido de maravilla para liberar tensiones y, duchado y preparado para conocer a la familia de mi novia, fui hasta su casa.

Cuando llegué, me abrió la puerta mi novia. Fui a darle un beso en la boca pero apartó la cara un poco, haciendo que se lo diese en la mejilla, cuando levanté la mirada lo entendí. Allí estaban sus padres y su hermano, mirándome todos fijamente.

-Buenas, yo soy Steve, encantado -dije estrechándole la mano al padre de Azi.

-Yo me llamo Youssef.

Youssef a simple vista aparentaba no superar los 30, cosa imposible ya que su hijo mayor tenía 20 años, pero luego me enteré por Azi que tenía 45. Era alto, podía rozar los 2 metros, más de 1.90 medía seguro. Tenía una barba frondosa, la piel morena, los brazos y piernas cubiertos de pelo, el pecho y la barriga llenos de pelo también, y la polla y los huevos (algo que descubriría más tarde) iban acordes con el resto del cuerpo. Tenía cuerpo típico de padre, algo de barriga cervecera, aunque por su religión no bebía, y unos brazos y piernas fuertes.

-Yo soy Ibrahim -dijo su hermano estrechándome la mano también-, aunque puedes llamarme Ibra.

Ibra también era alto, superaría el metro ochenta escasamente, y también tenía barba, aunque no tan frondosa como su padre, sino que parecía que la cuidaba más. Pelos en piernas y brazos, y en pecho y sobados, además de en polla y huevos como descubrí después. Se notaba que Ibra era hijo de Youssef, porque eran igual de peludos (quizás el padre un poco más), muy altos y ambos tenían una mirada que parecía matar a todo aquel que fuese recipiente de ellas.

-¿Y este pequeñín quién es?

No me había dado cuenta, pero la madre de Azi tenía a un bebé en brazos.

-Se llama Hassan -me dijo la madre.

Cuando me acerqué, el bebé estiró sus brazos hacia mí y yo lo cogí. El niño me agarró del pelo y tiró de él, provocando las carcajadas de todos los presentes.

Hechas las presentaciones debidas, llegó el momento de la comida. Todo fue de maravilla, y la comida fue muy abundante para cinco personas. Comimos couscous, tajin de kefta y algo más que no sé cómo se llamaba, pero que estaba buenísimo. Al terminar de comer, mi novia y su madre se fueron para la cocina, con el bebé, a preparar té moruno, mientras que su padre, su hermano mayor y yo nos quedamos en el salón.

-No estoy muy contento con la decisión de mi hija -dijo Youssef mirándome fijamente.

-Sí, no es algo que queramos para ella. Novia con un cristiano... eso es algo serio en nuestra religión -intervino Ibra.

-Siempre ha sido la niña mimada y un poco rebelde, así que accedí a conocerte.

Me dolía el estómago y no sabía si de la cantidad inhumana de comida o de lo imponente que resultaban ambos hombres a mi lado. Estábamos los tres sentados en sillones, los dos con las piernas tan abiertas como les era posible, alguna que otra vez rozándome la rodilla. Sabía que estaban comprobando mi sumisión ante ellos, y a decir verdad, era lo único que mi cuerpo demostraba. Me daban miedo, y me sometía ante ellos.

-Pareces buen chico -dijo el padre, que fue seguido por un asentimiento de cabeza de Ibra-, así que escucha bien.

Ibra se incorporó y, como si fuerza una zarpa, puse su mano alrededor de mi nuca y cuello posterior. Hizo presión hasta que se me escapó un pequeño gemido.

-Ni un pelo a no ser que esteis comprometidos.

Los miré extrañados, ¿realmente pensaban que su hija era virgen? Por las miradas serias que me lanzaban no solo lo pensaban, estaban convencidos de que era virgen. La Azi se había buscado la manera de ser una puta sin que su familia se enterase.

-Como haya algún susto... -susurró Youssef- Como le hagas algo a mi hija antes del matrimonio, me aseguraré de que te hagan lo mismo.

Estaban tan cera de mí que podía olerlos. Olían a hombre, el mismo aroma que había inspirado aquella mañana en el gimnasio cuando me pajeé. Automáticamente se me puso morcillona, y si mi cabeza no me engaña, juraría que Ibra se dio cuenta.

La advertencia me quedó clara. ¿Mi error? No cumplirla desde un principio

Fueron varios días los que pasaron, y quedé con mis amigos en un descampado para hacer botellón. A Azí no le apetecía salir, llevaba unos días mala, y yo pasaba de quedarme en casa. Bebí todo lo que pude, y no llegué a emborracharme, pero tragué lo suficiente como para tener que ir a mear. En el camino decidí llamar a Azi.

-¿Cómo estás? -se me notaba en la voz que había bebido.

-Pffff me acabo de despertar -dijo con una voz ronca-, y tengo unas ganas de llorar enormes.

-Bueno, yo en cuanto termine si quieres me paso por tu casa.

-No, que no están ni mi padre ni mi hermano y no me fio de que mi madre se vaya a callar que has venido. Te tengo que contar...

-Tia ahora te llamo que exploto. Te quiero. Adiós.

Le colgué antes de que pudiese decirme nada de lo que tenía que contarme. Mientras hablaba caminé más de lo que creía, y paré al lado de un Mercedes gris que parecía estar vacío, ya que no había nadie alrededor me saqué la polla y comencé a mear.

¿No estaba Youssef e Ibra en la casa? ¿Qué estarían haciendo? El islamismo prohibía el adulterio y el sexo fuera y antes del matrimonio, pero mi cabeza se fue automáticamente a la fantasía de que padre e hijo estarían juntos follándose a alguna zorra blanca y cristiana. Embistiéndola y corriéndose ambos dentro de ella. Seguro que Youssef sería el primero en rellenarla, y después Ibra seguiría los pasos de su padre.

Alguien me palmeó el hombro. Mierda, el dueño del Mercedes fue lo primero que pensé.

-Perdone...

Un puñetazo en la boca hizo que dejase de hablar. Noté cómo el labio me había reventado contra las paletas superiores. Caía de espaldas y me golpeé fuerte en las costillas. Los ojos automáticamente se me pusieron húmedos, llenos de lágrimas a punto de brotar, pero me dio tiempo a fijarme en quién me había atacado. Era Ibra.

-¿Qué coño haces? -dije escupiendo sangre.

-¡¿Qué coño hace?! -oí la voz de Youssef.

Este se acercó a mí. En su mirada solo veía ira pura, y sin ningún tipo de aviso me pegó una patada, que me dio de lleno en la boca. Todavía no sé cómo no se me cayó ningún diente. Se inclinó y m cogió del pelo, haciendo que me pusiera de rodillas sobre la gravilla del descampado.

-¡¿Qué te dijo mi hijo?!

-¡Que no le tocases ni un pelo! -dijo Ibra contestando por mí, y de paso dándome un puñetazo en la boca del estómago que me dejó sin respiración.

Dos tortas de Youssef, que hicieron que algo de la sangre de mi boca saliese disparada hasta el suelo.

-Yo... no he hecho nada -pude decir recuperando la respiración.

-¡No mientas! -dijo de nuevo mi suegro mientras me pegaba otros dos guantazos, no sentía el lado izquierdo de la cara.

-¿Por qué hacéis esto? -pregunté confundido, con lágrimas en las mejillas.

-Te lo advertimos -contestó Ibra.

-Azi está embarazada -dijo, por fin, Youssef.

Si no me doliese la boca por el puñetazo y la patada, mi mandíbula habría rozado el suelo. Azi, mi novia, estaba embarazada. Iba a ser padre con 18 años, porque sabiendo como era la familia dudaba mucho de la posibilidad de abortar o dar en adopción. Iba a ser padre. Me cago en mis muertos.

-¿Cómo sabe que es mío?

En el momento en el que pronuncié aquellas palabras supe que la había cagado. Quería intentar quitarme culpa de encima pero solo la jodí más. Un nuevo puño se aproximaba a mi cara, dirigido por Ibra, pero la mano de Youssef intervino y me salvó de otra hostia.

-Recuerda lo que dijimos...

Youssef miró fijamente a su hijo. No había emoción en aquellos rostros. Ni una sonrisa, ni un guiño, ni una mueca de enfado. Ambos lucían como si tuviesen un objetivo común en mente.

-Recuerda lo que dijimos -repitió Youssef, y se giró para mirarme-. Me aseguraré de que te hagan lo mismo.

Enseguida supe cuál era el objetivo común que tenían. Intenté levantarme pero una patada en el pecho hizo que cayese de espaldas de nuevo. Cada uno me agarró de una pierna distinta y me arrastraron detrás del mercedes gris. Ibra se quité el cinturón y, como si lo hubiese hecho miles de veces, me ató las manos a la llanta de las ruedas. Vi a Youssef desabrocharse los pantalones, y lo siguiente que noté fue un chorro caliente cayéndome en el flequillo y en la cara. Cerré la boca para que no me entrase en ella, pero era inevitable, cuando me quise dar cuenta ya estaba escupiendo el meado de mi suegro. Youssef soltaba lo que parecían gemidos, no sé si del placer de mear o de mearle encima a su yerno. Todo el meado se dirigía a mi cara, parecía que no quería tocarme el cuerpo. Se sacudió el rabo dos veces, que era gordo y largo, tranquilamente unos 20cms, hacía honor al mito de los moros. Se acercó a mí y me volvió a dar una patada en la cabeza. No sabía cuánto más podría aguantar de aquel abuso.

Ibra sustituyó a Youssef, y este era ahora el que vigilaba que yo no intentase deshacerme del cinturón. El hermano de mi novia hizo lo mismo que su padre y, sacándose un rabo igual de grande que el de su progenitor, comenzó a mearme en la cara. Cada vez se acercaba más, y le hizo un gesto con la cabeza a su padre. Mi suegro me cogió del pelo y tiró con tanta fuerza que creía que me iba a arrancar la piel.

-Abre la boca -dijo Ibra.

Negué suavemente, mirándolo con miedo. Youssef me pegó un puñetazo que casi hizo que me desmayase. Me sujetó la cabeza con las manos y, haciendo uso de toda la fuerza que tenía, me abrió la boca. Ibra metió la cabeza de su polla y empezó a mearme dentro de la boca. Yo no sabía si tragar o aguantarlo todo en la boca, pero pronto comencé a toser y la meada acabó por todos lados. No tuve más remedio que tragar. Tragar, tragar y tragar. En un segundo levanté los ojos y nuestras miradas se cruzaron, me puso una cara de asco y me escupió en la frente, resbalando el lapo con el meado.

La polla se le comenzó a endurecer, hasta el punto en el que decidió aprovecharlo. Me agarró la cabeza con las dos manos y empezó a embestir.

-¡Abre bien la boca! -gritó cuando mis dientes rozaron su polla, dándome un guantazo como reprimenda.

Obedecí e hice que mis dientes no volviesen a rozar. Comenzó a follarme la boca aún más rápido y fuerte, cada vez que intentaba apartar la cabeza, mi suegro me daba una colleja. Desvié la mirada hacia él y vi cómo se estaba pajeando aquella polla durísima y brillante.

Apoyaron mi nuca contra la chapa del coche, que para aquel momento ya había asumido que pertenecía a mi familia política. Ibra siguió reventándome la boca, tenía arcadas y fatiga, los frondosos vellos púbicos de aquella polla me hacía cosquillas en la nariz y, en cierto modo, me gustaba. Mis babas manchaban mi barbilla, mi camisa y la polla, huevos y muslos de Ibra. La polla estaba llena de sangre, probablemente a causa de todos los puñetazos y patadas que me habían dado, pero eso no parecía entorpecer la labor de mi cuñado.

Mi cabeza rebotaba contra la chapa del coche, y me estaba empezando a marear, ¿me iba a desmayar? Estaba seguro de que perdería la consciencia, pero las lefadas que mi cuñado comenzó a soltar en el fondo de mi gargante me despertaron de aquel duermevelas en el que él mismo me había metido. Tosí, pero la polla de Ibra no me dejaba escupir el semen, así que tuve que tragarlo. Aquel chaval sacó su polla de mi boca y vi mis babas, su semen y mi sangre mezclados en un líquido rosado, teñido por el rojo de la herida de mi boca.

Comencé a llorar, pero mi suegro cortó las lágrimas posicionando su pie en mi cuello. Comenzó a apretar, haciendo que mi garganta quedase casi aplastada por la fuerza de su pisada y la rueda del coche. Creía que me iba a hundir la nuez, si es que eso era posible, y de pronto comencé a potar una mezcla de sangre, lefa y alcohol. Me estaban torturando, me estaban haciendo aquellos momentos imposibles, pero miré mi pantalón y vi que estaba empalmado. ¿Me estaba poniendo cachondo todo aquello?

-Joder, qué asco -soltó Ibra al ver mi pota.

-Paso de meter la polla en una boca llena de vómito -dijo mi suegro-, así que ya sabes lo que toca -dijo sonriendo y guiñándome un ojo.

Comencé a suplicar.

-¡Por favor, no! ¡No!

Ningún guantazo ni puñetazo, parecía que ya se habían cansado de usar la violencia, aunque lo que venía era mucho peor. Me iban a violar. ¿Me iban a violar? En ese momento comprendí que no, me iba a dejar follar. No pueden violar a alguien que quiere ser follado. Mi polla iba a reventar el pantalón, llevaba desde que habían empezado a mearme encima con un empalme de caballo. Ahora me tocaba a mí disfrutar, aunque por supuesto tenía que disimular.

-¡Parad! -grité.

Ibra me dio la vuelta de una forma brusca, haciendo que quedase de rodillas en la gravilla del descampado. Arqueé la espalda.

-Kahba -dijo Youssef, y su hijo rió ante aquel comentario.

-Kahba -dijo Ibra.

Youssef hizo fuerza y sin ni siquiera desabrocharme el pantalón, lo bajó lo justo para que mi culo estuviese al aire. Posicionó su polla en la entrada de mi culo y comenzó a hacer presión. Aguantó mis caderas con sus manos y siguió empujando. Un grito desgarrador salió de lo más profundo de mi ser. Era demasiado gorda y grande como para meterla sin lubricación, pero él quería castigarme. Quería castigarme pero no matarme, así que dejó que entrase toda la polla antes de comenzar a embestir, pero no tardó mucho en hacerlo. Sus huevos rebotaban contra mi pantalón, y su barriga y sus caderas contra mi culo peludo. Soltaba pequeños gritos para que pensaran que no lo disfrutaba, pero por dentro estaba gimiendo como una puta. Comencé a mover mis caderas por mi cuenta, y ambos se dieron cuenta.

-¡Kahba! -dijeron los dos al mismo tiempo.

Ibra se puso de rodillas delante de mí.

-Limpiamela.

-Obedecí. Me metí aquel tronco grande en la boca y comencé a chupar los restos de lo que yo

mismo habría provocado por dejar a mi novia preñada.

Las embestidas de Youssef seguían, y este cada vez respiraba más fuerte. Ibra sin previo aviso, y sonriendo, agarró mi polla y esto hizo que inmediatamente me corriese dentro del pantalón, a chorros, haciendo que se notase la mancha en la tela de los vaqueros. Al notar mi culo apretado, Youssef también comenzó a correrse, y con las embestidas más fuertes que me había dado hasta el momento, dejó toda su lefa en mi interior. La misma lefa que había creado a mi novia.

Ambos se levantaron, dejandome tirado en el suelo, lesionado y hecho un asco. Me escupieron dos lapos, uno de ellos con mocos, y se montaron en el mercedes para irse.

-No lo olvides, todo lo que tú le hagas te lo haremos nosotros. Te hemos preñado, a ver qué toca para la siguiente.

Cambiaron a su ya sexy semblante serio y se marcharon, dejandome magullado y casi incapacitado para levantarme, pero con esfuerzo pude. Llegué a dónde estaba mi grupo de amigos pero se habían ido, así que llamé a un taxi y me fui.

Han pasado 16 años desde aquel momento. Mi hijo mayor tiene quince años ahora, el que tuvo Azi, ya mañana vienen sus tíos y sus abuelos a cenar con nosotros. ¿Cómo estará Hassan? No lo veo desde que era un bebé, ahora y era un macho árabe de dieciséis años.